En Cuenca se conoce todo el mundo. Mala tierra para un detective. Dicen que no pasan muchas cosas, pero pasa la gente. Quiero decir que hay historias, pero se van; se van a Madrid, se van a Valencia, se van a estudiar, se van de compras… A veces vuelven, a veces volvían cuando se iban, pero (ea) qué se le va a hacer, al fin y al cabo esto es la vida real, no una novela de D. Marcial Lafuente. Cuando cumples los cincuenta y tus hijas y tu mujer se han ido con otro, te das cuenta de que tres años de Derecho y una licencia oficial emitida por el Ministerio del Interior, en Cuenca, sólo valen para arreglar papeles de coche, renovar licencias de caza y pesca, y cazar o pescar alguna que otra provinciana con las manos en el cantimpalo. Pero cincuenta años son muchos años, y muchos pitillos.
A veces uno piensa que lo ha visto ya todo en esta profesión y esta ciudad, otras veces, sin embargo, son las pequeñas estupideces o recuerdos quienes te asombran. Pero pase lo que pase, siempre has de mantener la calma. La vida es como una partida de truque (de póker para los más cosmopolitas), las cartas sólo importan si no sabes jugar. Aquella mañana desayuné, como siempre, un café solo y una copa de Carlos I en el Roco, siempre me he preguntado si ese Carlos I es el nuestro o algún gabacho, soy detective, pero nunca lo he investigado. Ya se sabe que en casa del herrero, cuchara de palo. Después fui a la oficina, en realidad volvía a casa, porque vivo en la oficina o tengo la oficina en mi casa, pero parece que si uno no sale por las mañanas a la calle no llega al trabajo.
Cuando entré en mi despacho, Noelia, mi secretaria, aún no había llegado. Era viernes, servía copas a golpe de escote en un local de La Calle, así que seguramente cerrarían tarde. La culpa era mía por acoger aspirantes a becarias en lugar de auténticas profesionales. Por lo que cuando sonó el timbre estaba sólo, y tuve que hacer yo las veces de portero. Cuando has cumplido los cincuenta, te das cuenta de que hay dos inventos fundamentales en la historia de la humanidad: la rueda y el mando a distancia.
—Adelante, está abierto —bajé los pies de la mesa, apagué el pitillo y cuadré la camisa. La primera impresión es lo que cuenta. Los primeros cinco o diez segundos de contacto entre dos personas determinan toda su relación. Por eso mismo los calvos llevan boina en invierno y las secretarias suelen estar bien granadas.
—¿Mauricio Romero?
—Siéntese, por favor. ¿En qué puedo ayudarle?
Así empezó todo. Nada fuera de lo normal. Después, lo de siempre: hombre poco agraciado físicamente, acomodado e inseguro, casado con mujer de buen ver y mejor cata, sospecha que esta le es infiel. Estas cosas suelen pasar cuando te casas con una mujer que en lugar de vagina tiene la ranura de la hucha, y es que en esta vida, no todos tenemos el gusto en el mismo rodal. Él era de Madrid, a los de Madrid se les cobra más que a los de Montalvo (sé que se escribe con «b» pero les jode verlo con «v») o Arrancacepas, así es la vida, te piensas que eres especial y eres especialmente pringao. Así que le tomé cincuenta mil de las antiguas pesetas de adelanto. Quería un trabajo meticuloso y pruebas irrefutables; algo contundente sin posibilidad a réplica alguna; lo que todos: un completo. Su mujer llevaba un mes en Cuenca con sus padres, por razones que no acertó a explicarme con claridad, y que yo intuía que ni siquiera él conocía realmente, y le había dicho que quería quedarse más tiempo, lo que le parecía sospechoso y temía por algún antiguo novio. Las mujeres siempre vuelven a los antiguos novios, es algo que todos sabemos. Llevas años sin saber de ella o cruzándotela todos los días por la calle sin mediar palabra y, de pronto, un día suena el teléfono. El resto de la historia todos la conocéis ya. Antes de que el cliente se marchase interrumpió Noelia, sofocada como si no fuese costumbre su retraso. El cliente se giró hacia la puerta sorprendido y le miró las tetas. No es muy guapa, pero nadie se dará nunca cuenta. Empiezo a echarla de menos.