21

Un trato es un trato

Era casi medianoche, y una media luna brillaba por encima de los árboles. En vez de volver a casa siguiendo la ruta más directa, el Espectro nos llevó por el este. Pensé en el jardín del este y en la fosa que había allí preparada para Alice. La fosa que yo había cavado.

¿Seguiría pensando en meterla en la fosa? ¿Después de todo lo que había hecho Alice para arreglar las cosas? Le había permitido vendarle los ojos y taparle los oídos con cera. Y había permanecido sentada en silencio durante horas sin quejarse ni una sola vez.

Pero entonces vi el arroyo ante nosotros y me llené de renovadas esperanzas. Era estrecho pero rápido, y el agua fluía con un brillo plateado a la luz de la luna. Sólo había una piedra en medio del cauce.

Iba a poner a Alice a prueba.

—Muy bien, niña —dijo, con voz severa—. Tú primero. ¡Adelante!

Cuando miré a Alice, se me encogió el corazón. Parecía aterrada, y recordé cuando la tuve que cargar a hombros para cruzar el río cerca de la Puerta de Plata. La Pesadilla estaba muerta y su poder sobre Alice había desaparecido, pero ¿sería demasiado tarde para reparar el daño? ¿Se había acercado demasiado Alice a lo Oscuro? ¿Estaría atrapada para siempre? ¿Nunca más podría atravesar un cauce de agua? ¿Se había convertido en una malvada bruja sin posibilidad de remisión?

Alice dudó al llegar a la orilla y empezó a temblar. Levantó dos veces el pie para dar el paso hasta la piedra plana que la aguardaba en el centro del río, y las dos veces lo echó atrás. Tenía la frente cubierta de grandes gotas de sudor que empezaban a caerle por la nariz y los ojos.

—¡Venga, Alice, puedes hacerlo! —la animé. El Espectro me lanzó una mirada fulminante.

De pronto, haciendo un terrible esfuerzo, Alice saltó sobre la piedra y echó rápidamente la otra pierna adelante para pasar a la otra orilla. Cuando llegó, se sentó en el suelo inmediatamente y hundió la cara entre las manos.

El Espectro chasqueó la lengua, cruzó el arroyo y subió rápidamente por la colina hacia los árboles, al borde del jardín. Yo me quedé atrás, esperando a que Alice se pusiera en pie y luego subimos juntos basta donde esperaba el Espectro con los brazos cruzados.

Cuando llegamos, el Espectro dio un paso adelante y agarró a Alice. Cogiéndola por las piernas, se la echó al hombro. Ella empezó a chillar y a retorcerse, pero sin decir palabra, él la agarró más fuerte y entró en el jardín.

Yo lo seguí desesperado. Estaba entrando en el jardín del este y avanzaba hacia las tumbas donde se encontraban las brujas, en dirección a la fosa vacía. ¡No podía ser! ¡Alice había pasado la prueba!

—¡Ayúdame, Tom! ¡Ayúdame, por favor! —suplicó Alice.

—¿No le puede dar otra oportunidad? —rogué al Espectro—. ¡Sólo una! Ha cruzado el río. ¡No es una bruja!

—Esta vez lo ha conseguido —refunfuñó el Espectro sin volverse—. Pero el mal está en su interior, esperando la ocasión.

—¿Cómo puede decir eso? Después de todo lo que ha hecho...

—Esto es lo más seguro. ¡Es lo mejor para todos!

Sabía que había llegado el momento de soltar lo que mi padre llamaba «unas cuantas verdades». Tenía que decirle lo que sabía de Meg, aunque quizá me odiara por ello y me despidiera como aprendiz. Pero quizá recordandole su pasado cambiaría de opinión. La idea de que Alice acabara en una fosa me resultaba insoportable, y el hecho de que yo la hubiera cavado lo hacía cien veces peor.

El Espectro llegó junto a la fosa y se detuvo en el borde Cuando se disponía a meter a Alice en el boyo, grité:

—¡Eso no se lo hizo a Meg!

Se volvió hacia mí con expresión de profunda sorpresa.

—No metió a Meg en una fosa, ¿verdad ?—insistí— . ¡Y era una bruja! ¡No lo hizo porque la quería demasiado! ¡Así que no se lo haga a Alice, no es justo!

La expresión de asombro del Espectro se tornó en rabia y se quedó allí, balbuceando al borde de la fosa; por un momento dudé de si echaría a Alice o si se caería él. Se quedó inmóvil durante un rato que me pareció eterno, pero luego, aliviado, observé que su rabia se transformó en algo diferente y se alejo con Alice aún al hombro.

Dejó atrás la fosa vacía, pasó por la que ocupaba Lizzie la Huesuda y más allá de las tumbas donde estaban enterradas dos brujas muertas, y tomó el camino de piedras blancas que llevaba a la casa.

A pesar de su reciente enfermedad, de todo lo que había pasado y del peso de Alice sobre el hombro, el Espectro caminaba tan rápido que me costaba seguirlo. Sacó la llave del bolsillo izquierdo de sus pantalones, abrió la puerta trasera de la casa y se metió antes de que yo llegara al umbral.

Se metió directamente en la cocina y se detuvo junto a la lumbre, donde chisporroteaban las llamas. En la cocina hacía calor, las velas estaban encendidas y la mesa estaba puesta para dos. Con suavidad, el Espectro descargó a Alice del hombro y la dejó en el suelo. En cuanto sus zapatos de punta tocaron las losetas, el fuego se apagó, las llamas de las velas se agitaron y casi se apagaron, y el aire se enfrió sensiblemente.

Al momento se oyó un gruñido de rabia que hizo vibrar la vajilla y temblar el suelo. Era el boggart del Espectro. Si Alice hubiera entrado caminando por el jardín, incluso con el Espectro al lado, la habría despedazado. Pero como el Espectro la llevaba a hombros, el boggart no percibió la presencia de Alice hasta que sus pies tocaron el suelo. Y ahora estaba de lo más disgustado.

El Espectro colocó la mano izquierda sobre la cabeza de Alice. A continuación, picó tres veces sobre las losetas del suelo con el pie izquierdo.

El aire se quedó inmóvil, y el Espectro habló al boggart muy alto:

—¡Escúchame! ¡Escucha bien lo que te voy a decir!

No hubo respuesta, pero el fuego se recuperó ligeramente y el aire ya no parecía tan frío.

—¡Mientras esta niña esté en mi casa, no le lastimes ni un pelo de la cabeza! —ordenó el Espectro—. Pero observa todo lo que haga y asegúrate de que cumple todas mis órdenes.

Dicho aquello, golpeó el suelo otras tres veces con el pie. En respuesta, el fuego se avivó y la cocina recuperó su calidez.

—Y ahora prepara cena para tres —ordenó el Espectro. Entonces nos hizo una seña y salió de la cocina. Lo seguimos y subimos las escaleras. Hizo una pausa frente a la puerta de la biblioteca, cerrada con llave.

—Mientras estés aquí, te ganarás el sustento —anunció el Espectro—. Aquí hay libros irremplazables. Nunca te dejaré entrar, pero te daré un libro cada vez para que hagas una copia. ¿Queda claro?

Alice asintió.

—Tu segunda labor será contarle al chico todo lo que te enseñó Lizzie la Huesuda. Y eso significa todo. Él lo pondrá por escrito. Muchas cosas serán tonterías, desde luego, pero eso no importa, porque aun así se sumarán a nuestro archivo de datos. ¿Estás dispuesta a hacerlo?

Alice volvió a asentir, con expresión muy seria.

—Muy bien, pues eso ya está resuelto. Dormirás en la habitación que hay encima de la de Tom; la del último piso de la casa. Y ahora piensa en lo que te voy a decir: ese boggart que hay en la cocina sabe lo que eres y en lo que has estado a punto de convertirte. Así que no te pases de la raya ni un milímetro, porque estará observando todos tus movimientos. Y nada en el mundo le gustaría más que...

El Espectro emitió un profundo y largo suspiro.

—No vale la pena pensar en ello ahora —reflexionó—. Así que no le des ocasión. ¿Harás lo que te digo? ¿Puedo confiar en ti?

Alice asintió, y sus labios dibujaron una gran sonrisa.

Durante la cena, el Espectro estuvo más callado que de costumbre. Era como la calma antes de la tormenta. Nadie dijo gran cosa, pero los ojos de Alice se fijaban en todo y volvían una y otra vez al enorme fuego de la chimenea que caldeaba la estancia.

Por fin el Espectro apartó el plato y suspiró.

—Muy bien, niña —dijo—. Vete a la cama. Tengo que decirle unas cuantas cosas al chico.

Cuando Alice se fue, el Espectro apartó la silla y se dirigió hacia el fuego. Se agachó y acercó las manos a las llamas para calentarse; a continuación se volvió y me miró.

—Muy bien, muchacho. Escúpelo. ¿Cómo te enteraste de lo de Meg?

—Lo leí en uno de sus diarios —confesé con la cabeza gacha, avergonzado.

—Me lo imaginaba. ¿No te lo advertí? ¡Has vuelto a desobedecerme! Hay cosas en mi biblioteca que aún no debes leer —me reprendió—. Aún no estás preparado. Yo decidiré lo que debes leer o no. ¿Queda claro?

—Sí, señor. —Era la primera vez que lo llamaba así en meses—. Pero me habría enterado de lo de Meg de todos modos. El padre Cairns me habló de ella y también de Emily Burns, y de que la separó de su hermano y aquello dividió a la familia.

—Parece que no puedo ocultarte gran cosa, ¿verdad?

Me encogí de hombros, aliviado al haber descargado todo aquello de mi interior.

—Bueno —prosiguió, volviendo hacia la mesa—. He vivido bastantes años y no estoy orgulloso de todo lo que he hecho, pero todas las historias tienen más de una versión. Nadie es perfecto, y un día sabrás todo lo que tienes que saber y entonces podrás hacerte una idea más clara sobre mí. Ahora no tiene sentido dar detalles, pero en cuanto a Meg, la conocerás cuando lleguemos a Anglezarke. Y eso será antes de lo que esperas porque, si el tiempo acompaña, nos marcharemos a pasar el invierno a mi otra casa en un mes más o menos. ¿Qué más te dijo el padre Cairns?

—Dijo que había vendido su alma al Diablo...

El Espectro sonrió.

—¿Y qué sabrán los curas? No, chico, mi alma aún es mía. He luchado muchos, muchos años para conservarla y, pese a las dificultades, sigue siendo mía. Y en cuanto al Diablo, bueno, yo solía pensar que el mal era más bien algo que llevábamos todos dentro, como un pedazo de yesca a la espera de una chispa que la encienda. Pero últimamente me he empezado a preguntar si, a fin de cuentas, hay algo más allá de lo que vemos, algo escondido en la oscuridad. Algo que un cura podría llamar el Diablo...

El Espectro me lanzó una mirada profunda, clavándome sus ojos verdes en los míos.

—¿Qué pasaría si existiera el Diablo, chico? ¿Qué haríamos?

Reflexioné por un momento antes de responder.

—Tendríamos que cavar una fosa especialmente grande —dije—. Una fosa más grande de la que ha cavado nunca ningún espectro. Luego necesitaríamos sacos y más sacos de sal y hierro y una piedra enorme.

El Espectro sonrió.

—Eso es lo que haríamos, chico. ¡Habría trabajo para la mitad de los mamposteros, albañiles y peones del condado! En fin, ahora vete a dormir. Mañana retomarás tus clases, así que necesitarás unas cuantas horas de sueño.

Cuando abrí la puerta de mi cuarto, Alice surgió de entre las sombras de la escalera.

—Me gusta mucho este sitio, Tom —dijo, sonriéndome—. Es una casa muy grande y cálida. Un buen lugar ahora que se acerca el invierno.

Le devolví la sonrisa. Le podía haber contado que pronto nos iríamos a Anglezarke, a la casa de invierno del Espectro, pero estaba contenta y yo no quería estropearle su primera noche.

—Un día esta casa será nuestra, Tom ¿No te lo parece?

Me encogí de hombros.

—Nadie sabe lo que va a pasar en el futuro —dije, procurando apartar de mi pensamiento la carta de mamá.

—El viejo Gregory te lo ha dicho, ¿no? Bueno, hay un montón de cosas que él no sabe. Tú serás mucho mejor espectro de lo que ha sido él. ¡De eso no hay ninguna duda!

Alice dio media vuelta y empezó a subir las escaleras, moviendo las caderas. De pronto, se dio la vuelta.

—La Pesadilla quería mi sangre desesperadamente. Así que hice un trato con ella antes de que empezara a beber. Sólo quería que todo se arreglara, así que le pedí que os dejara marchar a ti y al viejo Gregory. Aceptó. Un trato es un trato, así que no podía matar al viejo Gregory ni hacerte daño a ti. Tú mataste a la Pesadilla, pero yo lo hice posible. Esa fue la razón de que me atacara. A ti no podía tocarte. Pero no se lo cuentes al viejo Gregory. No lo entendería.

Alice me dejó allí inmóvil, en las escaleras, haciéndome a la idea de lo que me acababa de contar. De algún modo se había sacrificado a sí misma. La Pesadilla la habría matado del mismo modo que había matado a Naze. Pero había conseguido salvarnos a mí y al Espectro. Nos había salvado la vida. Y yo nunca lo iba a olvidar.

Aún impresionado tras oír aquello, me metí en mi habitación y cerré la puerta. Me costó mucho dormirme.

Una vez más, he escrito la mayoría de este relato de memoria, usando mi cuaderno únicamente en los casos necesarios

Alice ha sido buena, y el Espectro está muy contento con su trabajo. Escribe muy rápido, pero tiene una letra clara y limpia También está cumpliendo con su promesa y me cuenta las cosas que le enseñó Lizzie la Huesuda para que yo tome nota.

Desde luego, aunque Alice aún no lo sabe, no se va a quedar con nosotros mucho tiempo. El Espectro me dijo que algún día empezará a distraerme demasiado y que no me dejará concentrarme en mis estudios. No le gusta tener una niña con zapatos en punta viviendo en su casa, especialmente si ha estado tan cerca de lo Oscuro.

Estamos a finales de octubre y muy pronto nos marcharemos a la casa de invierno que tiene el Espectro en los páramos de Anglezarke. Cerca de allí hay una granja. El Espectro confía en la familia que vive allí y cree que acogerán a Alice. Por supuesto, me ha hecho prometer que, de momento, no se lo contaré a Alice. En cualquier caso, me dará pena separarme de ella.

También conoceré a Meg, claro, la bruja lamia. A lo mejor también conozco a la otra mujer del Espectro. Blackrod está cerca del páramo, y allí es donde se supone que vive aún Emily Burns. Tengo la sensación de que hay muchas otras cosas del pasado del Espectro que aún no conozco.

Preferiría quedarme en Chipenden, pero él es el Espectro y yo sólo soy su aprendiz. Y con el tiempo me he dado cuenta de que hay un buen motivo para todo lo que hace.

Thomas J. Ward