18

Las tumbas de piedra

Había salido el sol, de modo que la Pesadilla no suponía una amenaza inmediata. Al igual que la mayoría de criaturas de lo Oscuro, estaría escondida bajo tierra. Y teniendo a Alice con los ojos vendados y los oídos tapados, no podría mirar por sus ojos ni escuchar lo que decíamos. No sabría dónde estábamos.

Me imaginé que nos esperaba otra larga jornada a pie y me preguntaba si llegaríamos a Heysham antes de que cayera la noche. Pero para mi sorpresa, el Espectro nos condujo por un sendero que llevaba a una gran granja. Los perros empezaron a ladrar a un volumen que despertaría a los muertos, y un viejo granjero avanzó renqueante hacia nosotros apoyándose en un bastón. Tenía una expresión preocupada.

—Lo siento —se disculpó con voz ronca—. Lo siento de ve ras, pero no ha cambiado nada. Si tuviera algo que darle, sería suyo.

Según parece, el Espectro había acabado con un molesto boggart que rondaba por la granja y aún no le habían pagado. Mi maestro quería cobrar, pero no con dinero.

Al cabo de media hora, estábamos montados en un carro tirado por uno de los percherones más grandes que he visto nunca; a las riendas iba el hijo del granjero. Al principio, antes de partir, se había quedado mirando a Alice con expresión de extrañeza.

—¡Deja de mirar a la niña y concéntrate en tus cosas! —le había increpado el Espectro. El chico enseguida apartó la mirada. Parecía contento de llevarnos, satisfecho por librarse de sus tareas durante unas horas, y al poco tiempo nos encontramos recorriendo caminos secundarios y dejamos Caster al oeste. Alice se estiró en el carro y se cubrió con paja para que no la vieran los transeúntes.

Era evidente que el caballo estaba acostumbrado a tirar de grandes cargas, porque con nosotros tres en el carro llevaba un paso bastante ligero. En la distancia distinguimos la ciudad de Caster, con su castillo, donde habían muerto tantas brujas tras un largo juicio; aunque allí no las quemaban, sino que las colgaban. Así que, para usar una de las expresiones marineras de mi padre, «pasamos aquel puerto de largo» y enseguida nos vimos cruzando un puente sobre el río Lune. A continuación, pusimos rumbo al sudoeste y nos dirigimos hacia Heysham.

El hijo del granjero había recibido órdenes de esperar al final del camino, a las afueras del pueblo.

—Estaremos de vuelta al amanecer —dijo el Espectro—. No te preocupes. Te recompensaré por la espera.

Tomamos un estrecho sendero colina arriba, dejando a la derecha una antigua iglesia y un cementerio. Allí, en la cumbre de la colina, todo estaba tranquilo y en silencio, con las tumbas a la sombra de los altos árboles. Pero cuando superamos una cerca y llegamos a la cima, sentimos el soplo de una intensa brisa y el olor del mar. Frente a nosotros se encontraban las ruinas de una pequeña capilla de piedra de la que sólo quedaban en pie tres de los muros. Estábamos bastante altos, y abajo se veía la bahía con una playa de arena casi cubierta por la marea y las olas golpeando contra las rocas de un pequeño espigón a lo lejos.

—En su mayoría, la costa occidental es llana —observó el Espectro—, y ésta es la máxima altura que alcanzan los acantilados en el condado. Dicen que aquí es donde llegaron los primeros pobladores del condado, procedentes de lejanas tierras al oeste, y que su embarcación varó entre las rocas de ahí abajo. Sus descendientes construyeron esta capilla.

La señaló y, justo detrás de las ruinas, vi las tumbas de piedra.

—No hay nada parecido en todo el condado —señaló.

Talladas en una enorme lastra, justo al borde del despeñadero, había una hilera de seis tumbas, todas con forma de cuerpo humano y tapadas con una losa. Tenían tamaños y formas diferentes, pero eran todas pequeñas, como si correspondieran a niños, aunque en realidad eran las tumbas de seis de los pequeños. Seis de los hijos del rey Heys.

El Espectro se arrodilló junto a la más cercana de las tumbas. En su parte superior todas tenían una hendidura cuadrada, y resiguió la forma con el dedo. A continuación, abrió la mano izquierda. Su palma encajaba perfectamente con la hendidura

—¿Para qué debían de servir? —murmuró para sí.

—¿Cuánto medían los Pequeños? —pregunté. Todas las tumbas tenían diferentes tamaños y, ahora que las miraba de cerca, no eran tan pequeñas como me habían parecido en un principio.

En respuesta, el Espectro abrió la bolsa y sacó un medidor plegable. Lo extendió y midió la tumba.

—Esta mide metro y medio más o menos de largo —anunció— y unos treinta y cinco centímetros por el centro. Pero puede que enterraran algunas de sus propiedades junto a los Pequeños para que los acompañaran en el otro mundo. Pocos de ellos superaban el metro y medio, y muchos eran bastante más bajos. Con el paso de los años, cada generación fue aumentando de estatura debido a los matrimonios entre ellos y con los invasores llegados por mar. Así que en realidad no se extinguieron. Su sangre aún corre por nuestras venas.

El Espectro se volvió hacia Alice y, para mi asombro, le desató la venda. A continuación, le quitó los tapones y volvió a meterlo todo en la bolsa. Alice parpadeó y miró alrededor. No parecía muy contenta.

—No me gusta este sitio —se quejó—. Algo no va bien. Tengo una mala sensación.

—¿De verdad? —preguntó el Espectro—. Bueno, eso es lo más interesante que has dicho en todo el día. Es curioso, por que a mí me parece que este lugar es bastante agradable. ¡No hay nada tan tonificante como la brisa marina!

A mí no me parecía tan tonificante. La brisa había remitido, y se estaba empezando a formar una niebla procedente del mar. Empezaba a hacer frío. En una hora oscurecería. Yo sabía qué quería decir Alice. Era uno de aquellos lugares que deben evitarse de noche. Notaba algo y no me parecía que fuera nada agradable.

—Hay algo merodeando por aquí—le dije al Espectro.

—Sentémonos y démosle tiempo de que se acostumbre a nuestra presencia —respondió—. No queremos que se asuste...

—¿Es el fantasma de Naze?

—¡Eso espero, muchacho, eso espero! Pero lo descubriremos muy pronto. Ten paciencia.

Nos sentamos en un terraplén cubierto de hierba y algo apartado mientras la luz iba desapareciendo. Mi preocupación iba en aumento.

—¿Y cuando oscurezca? —pregunté—. ¿No aparecerá la Pesadilla? ¡Ahora que le ha quitado la venda a Alice, sabrá dónde estamos!

—Creo que aquí estamos bastante seguros —respondió el Espectro—. Probablemente, éste sea el único lugar de todo el condado donde no se acercará. Aquí ocurrió algo y, si no estoy equivocado, la Pesadilla no se aproximará a menos de un kilómetro a la redonda. Es posible que sepa dónde estamos, pero no puede hacer mucho al respecto. ¿Tengo razón, niña?

Alice se estremeció y asintió.

—Está intentando hablar conmigo. Pero oigo su voz muy débil y distante. Ni siquiera puede meterse en mi cabeza.

—Eso es justo lo que esperaba. Significa que este viaje no ha sido en balde.

—Quiere que salga enseguida de aquí. Quiere que vaya hacia ella...

—¿Y es eso lo que tú quieres?

Alice sacudió la cabeza y se estremeció.

—Me alegra saberlo, muchacha, porque la próxima vez, como te dije, nadie podrá ayudarte. ¿Dónde se encuentra ahora?

—En un lugar profundo, bajo tierra. En una cueva oscura y húmeda. Ha encontrado unos huesos, pero tiene hambre y no le bastan.

—¡Muy bien! Es el momento de ponerse manos a la obra —decidió el Espectro—. Vosotros dos, poneos al abrigo de aquellos muros —indicó, señalando las ruinas de la capilla—. Intentad dormir un poco mientras hago guardia frente a las tumbas.

Obedecimos y nos acurrucamos sobre la hierba, entre las ruinas de la capilla. Por el muro que faltaba, veíamos al Espectro y las tumbas. Pensé que se sentaría, pero se quedó de pie con la mano izquierda apoyada en el bastón.

Estaba cansado y no tardé mucho en dormirme. Pero me desperté de pronto. Alice me estaba sacudiendo por el hombro

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—Está perdiendo el tiempo —respondió Alice, señalando el punto donde se encontraba el Espectro, agachado junto a la tumbas—. Hay algo cerca, pero está ahí detrás, junto al seto.

—¿Estás segura?

Alice asintió.

—Pero díselo tú. No se lo tomará muy bien si se lo digo yo.

Me encaminé hacia el Espectro y lo llamé:

—¡Señor Gregory!

No se movió. Me pregunté si se habría dormido de cuclillas. Pero poco a poco se puso en pie y volvió el tronco hacia mí manteniendo los pies exactamente en la misma posición.

Entre las nubes había algún claro, pero la escasa luz de la estrellas no me bastaba para verle la cara. Bajo la capucha, todo estaba oscuro.

—Alice dice que hay algo ahí atrás, junto al seto.

—¿Eso dice? —murmuró el Espectro—. Entonces será mejor que echemos un vistazo.

Caminamos hacia el seto. Al acercarnos, noté un frío aún más intenso, por lo que supe que Alice tenía razón. Había algún espíritu por allí.

El Espectro señaló hacia abajo y de pronto se puso de rodillas y empezó a arrancar la larga hierba. Yo también me arrodillé y empecé a ayudarle. Debajo aparecieron otras dos tumbas de piedra. Una tenía metro y medio de largo, pero la otra medía la mitad. Era la más pequeña de todas.

—Aquí enterraron a alguien por cuyas venas corría la sangre pura de los ancestros —dijo el Espectro—. Eso le daría la fuerza. Es lo que estábamos buscando. Ahí estará el fantasma de Naze. Échate atrás, muchacho. Mantén la distancia.

—¿No puedo quedarme y escuchar?

El Espectro sacudió la cabeza.

—¿No confía en mí? —pregunté.

—¿Confías tú en ti mismo? —respondió—. ¡Hazte esa pregunta! Para empezar, es más probable que se muestre ante uno de nosotros que ante los dos. Y en cualquier caso, es mejor que no oigas lo que va a decir. La Pesadilla puede leer la mente, ¿recuerdas? ¿Eres lo suficientemente fuerte como para evitar que te lea el pensamiento? No podemos dejar que conozca nuestras intenciones, que tenemos un plan, que conocemos su punto débil. Cuando se meta en tus sueños y revuelva tu cerebro por dentro en busca de pistas y planes, ¿estás seguro de poder impedir que se entere?

No estaba seguro.

—Eres un chico valiente, el aprendiz más valiente que he tenido nunca. Pero eso es lo que eres, un aprendiz, y no tenemos que olvidarlo. Así que vuelve a tu sitio —me dijo, despidiéndome con la mano.

Le hice caso y volví de mala gana a la capilla en ruinas. Alice estaba durmiendo, así que me senté a su lado un rato, pero no podía conciliar el sueño. Estaba inquieto porque quería saber qué era lo que tenía que decir el fantasma de Naze. En cuanto a la advertencia del Espectro sobre la posibilidad de que la Pesadilla me leyera la mente mientras dormía, no me preocupaba demasiado. Allí estábamos fuera de su alcance, y si el Espectro descubría lo que necesitaba saber, todo acabaría a la noche siguiente.

De modo que salí de nuevo de entre las ruinas y rodeé el muro que quedaba más cerca del Espectro. No era la primera vez que desobedecía a mi maestro, pero sí la primera vez que había tanto en juego. Me senté apoyando la espalda en el muro y esperé. Por poco tiempo. Aun de lejos, empecé a notar un frío intenso y me puse a tiritar. Uno de los muertos se acercaba. ¿Sería el fantasma de Naze?

Sobre la menor de las dos tumbas fue apareciendo lentamente una forma brillante. No tenía forma humana precisamente; era más bien una columna de luz que llegaba hasta las rodillas del Espectro. De inmediato empezó el interrogatorio. No soplaba nada de viento y, aunque el Espectro hablaba muy bajo, pude oír todo lo que decía.

—¡Habla! —dijo el Espectro—. ¡Habla, te lo ordeno!

—¡Déjame! ¡Déjame descansar en paz! —respondió una voz

Aunque Naze había muerto joven, en la flor de la vida, la voz del fantasma recordaba la de un hombre muy viejo. Era ronca y áspera y sonaba profundamente preocupada. Pero aquello no significaba precisamente que no fuera el fantasma indicado. El Espectro me había enseñado que los fantasmas no hablaban igual que en vida. Se comunicaban directamente con la mente de su interlocutor, y por eso podíamos entender a los que habían vivido mucho tiempo atrás, que a lo mejor hablaban un idioma muy diferente.

—Me llamo John Gregory y soy el séptimo hijo de un séptimo hijo —dijo el Espectro, elevando la voz—. Estoy aquí para hacer algo que debería haberse hecho hace tiempo; para poner fin al terror de la Pesadilla y darte la paz eterna. Pero necesito saber algunas cosas. ¡En primer lugar, debes decirme tu nombre!

Se produjo una larga pausa y pensé que el fantasma no iba a responder, pero por fin lo hizo.

—Soy Naze, séptimo hijo de Heys. ¿Qué deseas saber?

—Es hora de acabar con esto de una vez por todas —dijo el Espectro—. La Pesadilla está libre y muy pronto recuperará todo su poder y amenazará a toda la comarca. Hay que acabar con ella. Así que he venido en busca de conocimientos. ¿Cómo la apresaste en las catacumbas? ¿Cómo se la puede atrapar?¿Me puedes responder a eso?

—¿Eres fuerte? —bramó la voz de Naze—. ¿Puedes cerrar la mente y evitar que la Pesadilla te lea los pensamientos?

—Sí, puedo hacerlo —respondió el Espectro.

—Entonces quizás haya esperanza. Te diré lo que hice yo, cómo apresé a la Pesadilla. En primer lugar, hice un pacto ofreciéndole mi sangre. Podría bebería tres veces más y, a cambio, obedecería mis órdenes tres veces. En lo más profundo de las catacumbas de Priestown hay una cámara funeraria que contiene las urnas con las cenizas de nuestros ancestros, los padres fundadores de nuestro pueblo. Fue en aquella cámara donde convoqué a la Pesadilla y le di a beber mi sangre. A cambio, le impuse duras contraprestaciones.

»La primera vez, le exigí que nunca más volviera a los túmulos y que se apartara de este lugar, donde están enterrados mi padre y mis hermanos, porque quería que descansaran en paz. La Pesadilla gruñó de rabia, porque los túmulos eran su lugar preferido, donde se ocultaba durante las horas de luz entre los huesos de los muertos, absorbiendo los últimos recuerdos que contenían. Pero un pacto es un pacto, y no tuvo otro remedio que obedecer. Cuando la llamé por segunda vez, la envié al fin del mundo en busca de conocimientos, y se mantuvo lejos un mes, lo que me dio el tiempo que necesitaba.

»En aquel tiempo puse a mi pueblo a trabajar, y construyeron y colocaron la Puerta de Plata. Pero la Pesadilla no supo nada, ni siquiera tras su regreso, porque fui fuerte y mantuve ocultos mis pensamientos.

»Después de darle mi sangre por última vez, le comuniqué mis exigencias, gritando a pleno pulmón el precio que debía pagar.

»Le ordené: "¡Quedarás apresada en este lugar, confinada a lo más profundo de las catacumbas, de donde no podrás salir! Pero como no puedo desear que ningún ser, por malvado que sea, soporte un castigo así sin un atisbo de esperanza, he construido una Puerta de Plata. Si algún día hay alguien tan irresponsable como para abrir la puerta en tu presencia, podrás franquearla y serás libre. No obstante, si eso ocurre y vuelves alguna vez a este lugar, quedarás apresada aquí dentro por siempre jamás".

»De modo que seguí el dictado de mi blando corazón, y la pena no fue todo lo dura que debería haber sido. En vida fui una persona muy compasiva. Algunos lo consideraban una debilidad, y en aquella ocasión se demostró que estaban en lo cierto. Y es que yo no podía condenar ni siquiera a la Pesadilla a vivir encerrada por toda la eternidad sin ofrecerle la mínima posibilidad de escapatoria.

—Hiciste suficiente —dijo el Espectro—. Yo acabaré el trabajo. ¡Sólo con que consigamos hacerla volver, quedará atrapada para siempre! Algo es algo. Pero ¿cómo la mataremos? ¿Me lo puedes decir? Esta criatura es tan malvada que con apresarla no basta. Tengo que destruirla.

—En primer lugar, tiene que mostrarse en carne y hueso En segundo lugar, debe estar en la profundidad de las catacumbas. Y en tercero, hay que atravesarle el corazón con plata. Sólo morirá si se dan las tres condiciones. Pero el que lo intente correrá un gran riesgo. En los estertores de la muerte, la Pesadilla liberará tanta energía que, casi con toda probabilidad, al verdugo también morirá.

El Espectro dio un suspiro profundo.

—Te estoy agradecido por toda la información —dijo—. Será duro, pero hay que hacerlo, cueste lo que cueste. Tú ya has cumplido. Vete en paz. Puedes pasar al otro lado.

En respuesta, el fantasma de Naze emitió un quejido tan profundo que se me erizó el vello de la nuca. Era un lamento agónico.

—Yo no tendré paz —gimió el fantasma—. No la tendré hasta que la Pesadilla esté muerta...

Y con aquellas palabras, la pequeña columna de luz se desvaneció. Sin esperar un momento, retrocedí por el muro y volví a las ruinas. Un momento más tarde llegó el Espectro, se estiró sobre la hierba y cerró los ojos.

—Tengo que reflexionar a fondo —susurró.

Yo no dije nada. De pronto, me sentí culpable por haber escuchado su conversación con el fantasma de Naze. Ahora sabía demasiado. Tenía miedo de que, si se lo contaba, me apartara y quisiera enfrentarse a la Pesadilla él solo.

—Te lo explicaré a primera hora —susurró—. Por ahora, intenta dormir. No debemos arriesgarnos a salir de aquí hasta que salga el sol.

Sorprendentemente, dormí bastante bien. Justo antes del amanecer, me despertó un sonido extraño, de algo que rascaba. Era el Espectro, que afilaba la cuchilla retráctil de su bastón con una piedra de afilar que había sacado de la bolsa. Trabajaba metódicamente, probándola de vez en cuando con el dedo. Por fin quedó satisfecho, y oí el chasquido de la hoja al recogerse.

Tambaleándome, me puse en pie y estiré las piernas un momento, mientras el Espectro se agachaba, volvía a coger su bolsa y buscaba algo dentro.

—Ahora sé exactamente lo que hay que hacer —dijo—. Podemos vencer a la Pesadilla. Puede hacerse, pero será la labor más dura que haya tenido que llevar a cabo nunca. Si fracaso, todos sufriremos las consecuencias.

—¿Qué es lo que hay que hacer? —pregunté, sintiéndome mal porque ya lo sabía. No me respondió; pasó frente a mí y se acercó hacia Alice, que estaba sentada en el suelo, con los brazos alrededor de las piernas.

Le volvió a vendar los ojos y le puso uno de los tapones de cera.

—Ahora va el otro, pero antes de ponértelo, escúchame bien, niña, porque es importante —le advirtió—. Cuando te los quite esta noche, te hablaré inmediatamente y tendrás que hacer lo que te diga sin hacer preguntas. ¿Lo has entendido?

Alice asintió, y el Espectro le colocó el segundo tapón. Una vez más, Alice no veía ni oía nada. Y la Pesadilla no sabría qué íbamos a hacer ni adónde nos dirigíamos. A menos que consiguiera leerme el pensamiento a mí. Empecé a sentirme muy nervioso por lo que había hecho. Sabía demasiado.

—Ahora te diré una cosa que no te gustará —anunció el Espectro—. Tenemos que volver a Priestown. A las catacumbas.

Entonces dio media vuelta y, agarrando a Alice por el codo izquierdo, la llevó hacia el carro, junto al que seguía esperando el hijo del granjero.

—Tenemos que llegar a Priestown lo más rápido que pueda ir este caballo —ordenó el Espectro.

—No sé —objetó el chico—. Mi padre me espera antes de mediodía. Tengo trabajo que hacer.

El Espectro le mostró una moneda de plata.

—Toma esto. Si llegas allí antes de la noche, te daré otra. No creo que a tu padre le importe mucho. Le gusta tener dinero que contar.

El viejo Gregory estiró a Alice a nuestros pies, la cubrió de nuevo con paja para que no pudiera verla nadie al pasar y enseguida nos pusimos en marcha. Al principio rodeamos Caster, pero luego, en vez de retroceder hacia los páramos, nos dirigimos hacia la carretera principal que llevaba directamente a Priestown.

—¿No será peligroso volver de día? —pregunté, nervioso, La carretera estaba muy concurrida, y adelantamos a muchos otros carros y a gente que iba a pie—. ¿Y si los hombres del Inquisidor nos descubren?

—No diré que no haya riesgo —concedió el Espectro—. Pero los que nos estaban buscando ahora es probable que estén ocupados recuperando el cuerpo. Seguro que se lo llevan a Priestown para enterrarlo, pero eso no ocurrirá hasta mañana; para entonces, todo habrá acabado y ya estaremos de vuelta. Claro que habrá que pensar en la tormenta. Cualquiera con dos dedos de frente se meterá en casa para guarecerse de la lluvia.

Miré hacia el cielo. Al sur se estaban concentrando unas cuantas nubes, pero no me parecía que tuvieran mal aspecto. Cuando se lo dije, el Espectro sonrió.

—Aún te queda mucho por aprender, chico. Esta va a ser una de las mayores tormentas que hayas visto nunca.

—Después de todo lo que nos ha llovido, pensé que nos tocaban unos cuantos días de buen tiempo —protesté.

—Claro que sí. Pero esta tormenta no tiene nada de natural. O mucho me equivoco, o la ha conjurado la Pesadilla, del mismo modo que provocó aquel vendaval que azotó mi casa. Es otra señal del poder que ha adquirido. Desencadenará la tormenta para mostrar su rabia y su frustración por no poder usar a Alice a su antojo. A nosotros no nos va mal: mientras este concentrada en eso, no se preocupará mucho de nosotros. Y eso nos ayudará a entrar en la ciudad sin problemas.

—¿Por qué tenemos que ir a las catacumbas para matar a la Pesadilla? —le interrogué, con la esperanza de que me dijera lo que yo ya sabía. Así no tendría que fingir más.

—Es por si no consigo destruirla, hijo. Por lo menos, allí dentro, con la Puerta de Plata cerrada, la Pesadilla volverá a estar atrapada. Y esta vez para siempre. Eso es lo que me dijo el fantasma de Naze. Así, por lo menos, aunque no consiga destruirla, las cosas volverán a su estado anterior. Y ya basta de preguntas por ahora. Necesito un poco de tranquilidad para prepararme de cara a lo que me espera...

No volvimos a hablar hasta que llegamos a las afueras de Priestown. Para entonces el cielo estaba negro como el hollín, surcado por grandes rayos de luz acompañados de truenos que retumbaban casi sobre nuestras cabezas. La lluvia caía como un manto de agua que nos empapaba las ropas, y yo estaba mojado e incómodo.

Me dio pena Alice, que aún seguía estirada en la base del carro, cubierto ya por un par de centímetros de agua. Debía de ser muy duro no ver ni oír ni saber dónde se dirigía o dónde acabaría el viaje.

Mi viaje acabó mucho antes de lo que esperaba. A las afueras de Priestown, cuando llegamos al último cruce, el Espectro dio orden al hijo del granjero para que detuviera el carro.

—Tú bajas aquí —me dijo, mirándome severamente.

Yo me lo quedé mirando, asombrado. El agua le resbalaba por la nariz y le caía en la barba, pero no parpadeó un instante.

—Quiero que vuelvas a Chipenden —ordenó, señalando la estrecha carretera que iba al nordeste—. Entra en la cocina y dile a ese boggart mío que puede que no vuelva. Dile que, si eso ocurre, tendrá que tener la casa preparada para cuando estés listo, protegerla hasta que completes tu aprendizaje y estés en disposición de ocuparte de todo. Después, ve al norte de Caster y busca a Bill Arkwright, el Espectro de la zona. No es una lumbrera, pero es bastante honesto y te entrenará los cuatro próximos años más o menos. A continuación, tendrás que volver a Chipenden y estudiar mucho más. Tendrás que sumergirte en esos libros para compensar el que yo no esté para enseñarte.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Por qué no va a volver? —inquirí. Era otra de las preguntas de las que ya conocía la respuesta.

El Espectro sacudió la cabeza con un gesto triste.

—Porque sólo hay un modo seguro de enfrentarse a la Pesadilla y probablemente me cueste la vida. A mí y a la niña, si no me equivoco. Es duro, chico, pero hay que hacerlo. Quizás un día, cuando pasen los años, te enfrentarás tú también a una tarea como ésta. Espero que no, pero a veces se da el caso. Mi maestro murió haciendo algo parecido, y ahora es mi turno. La historia a veces se repite y, cuando ocurre, tenemos que estar preparados para sacrificar la vida. Son gajes del oficio, así que será mejor que te vayas acostumbrando.

Me preguntaba si el Espectro tendría presente la maldición ¿Era eso lo que le hacía presentir que moriría? Si él moría, no quedaría nadie allí abajo para proteger a Alice.

—¿Y Alice? —protesté—. No le dijo lo que le iba a suceder. ¡La engañó!

—Tenía que hacerlo. Seguramente, la niña habrá ido ya demasiado lejos como para poder salvarla. Es lo mejor. Así, por lo menos su espíritu quedará libre. Es mejor que quedar atado a esa criatura repugnante.

—Por favor —supliqué—. Déjeme acompañarle. Déjeme ayudarle.

—¡Lo mejor que puedes hacer para ayudarme es obedecer! —respondió el Espectro con impaciencia. Cogiéndome del brazo, me empujó y me hizo bajar del carro. Caí mal y aterricé sobre las rodillas. Cuando conseguí ponerme en pie, el carro ya estaba en marcha. El Espectro no miró atrás.