17

Pesadilla en la colina

Sin duda, era la peor pesadilla que había tenido nunca. Y con un trabajo como el mío, había tenido muchas. Estaba perdido, intentando encontrar el camino de vuelta a casa. No tendría que haberme resultado muy difícil, porque la luna llena lo iluminaba todo con su resplandor, pero cada vez que giraba una esquina y me parecía reconocer algún punto de referencia, enseguida me daba cuenta de mi error. Al final llegué a la cima del monte del Ahorcado y vi nuestra granja abajo.

A medida que bajaba por la ladera, empecé a sentirme muy nervioso. Aunque era de noche, todo estaba demasiado tranquilo y sereno, y no había ningún movimiento. Las vallas estaban en mal estado, algo que papá y Jack nunca habrían dejado que pasara, y las puertas del cobertizo colgaban de las bisagras.

La casa parecía desierta: parte de las ventanas estaban rotas, y en el tejado faltaban placas de pizarra. Me costó abrir la puerta de atrás y, cuando cedió con el crujido habitual, me encontré en una cocina que parecía deshabitada desde años atrás. Había polvo por todas partes y telarañas colgando del techo. La mecedora de mamá estaba justo en el centro de la sala, y encima había un trozo de papel doblado, que recogí y saqué al exterior para leerlo a la luz de la luna. Decía: «Las tumbas de tu padre, Jack, Ellie y Mary están en lo alto del monte del Ahorcado. Encontrarás a tu madre en el cobertizo». El corazón me dolía tanto que parecía que me fuera a explotar. Corrí hacia el jardín. Me detuve frente al cobertizo y escuché atentamente. Todo estaba en silencio. No soplaba la más mínima brisa. Entré en la oscuridad del cobertizo, nervioso, sin saber qué esperar. ¿Me encontraría una tumba? ¿La tumba de mamá?

Había un agujero en el tejado y, bajo el haz de luz de la luna, vi la cabeza de mamá. Me miraba directamente. Su cuerpo estaba sumido en la oscuridad, pero por la posición de su cabeza parecía que estaba arrodillada en el suelo.

¿Por qué haría aquello? ¿Y por qué tenía aquella expresión tan triste? ¿No estaba contenta de verme?

De pronto, mamá lanzó un grito angustioso.

—¡No me mires, Tom! ¡No me mires! ¡Da media vuelta —gritó, como atormentada.

En cuanto aparté la vista, mamá se levantó del suelo y por el rabillo del ojo vi algo que me dejó sin aliento. De cuello hacía abajo, mamá era diferente. Vi alas y escamas y unas garras afiladas, mientras se elevaba volando y atravesaba el tejado del cobertizo, llevándose la mitad a su paso. Miré hacia arriba, protegiéndome la cara de los pedazos de madera que me caían en cima, y vi la silueta negra de mamá elevándose sobre el cobertizo, contra el disco de luz de la luna llena.

—¡No, no!—grité—. ¡No es cierto! ¡Esto no está pasando'

En respuesta, una voz habló dentro de mis pensamiento Era el susurro de la Pesadilla.

«La luna muestra la verdad de las cosas, chico. Ya lo sabes. Todo lo que has visto es cierto o acabará sucediendo. Sólo es cuestión de tiempo.»

Alguien empezó a sacudirme el hombro, y me desperté cubierto de un sudor frío. El Espectro estaba inclinado sobre mí.

—¡Despierta, chico, despierta! No es más que un sueño. Es la Pesadilla, que intenta meterse en tu mente, que intenta debilitarnos.

Asentí, pero no le dije al Espectro lo que había ocurrido en el sueño. Me resultaba demasiado doloroso. Miré al cielo. Aún llovía, pero la nube estaba disgregándose y se veían algunas estrellas. Todavía estaba oscuro, pero no faltaba mucho para el amanecer.

—¿Hemos dormido todo lo noche?

—Sí, pero yo no lo había planeado así —respondió, levantándose con dificultad.

—Lo mejor será que avancemos mientras podamos —dijo, nervioso—. ¿No los oyes?

Escuché y, finalmente, por encima del ruido del viento y la lluvia, oí a lo lejos los ladridos de los sabuesos.

—Sí, no están muy lejos —añadió el Espectro—. Nuestra única esperanza es hacerles perder el rastro. Para eso necesitamos agua, pero ha de tener demasiada profundidad, para que podamos vadearla. Por supuesto, tendremos que salir a tierra firme en algún momento, pero tendrán que llevar los perros a cuestas hasta la otra orilla para que vuelvan a buscar el rastro. Y si hay otro arrollo cerca, resultará mucho más fácil.

Cruzamos otro muro y bajamos por una empinada ladera, corriendo a la máxima velocidad que nos permitía la resbaladiza hierba mojada. Abajo apareció la silueta apenas visible de una granja de pastores contra el cielo, y al lado, un viejo endrino encorvado hacia la casa por efecto del viento, con las ramas desnudas como si fueran garras que intentaran arañar el alero del tejado. Seguimos caminando hacia la granja unos momentos y, de pronto, nos detuvimos.

A la izquierda había un redil de madera y, con la escasa luz del día, vimos que contenía un pequeño rebaño de ovejas, una veintena de animales. Todas estaban muertas.

—Esto no me gusta lo más mínimo, muchacho.

A mí tampoco me gustaba nada. Pero entonces me di cuenta de que no se refería a las ovejas muertas. Miraba al frente, hacia la granja.

—Probablemente, lleguemos demasiado tarde —dijo con una voz que era poco más que un suspiro—. Pero es nuestro deber ir a ver...

Dicho aquello, se puso en marcha hacia la granja, agarrándose con fuerza al bastón. Al pasar junto al redil, miré hacia la oveja muerta más cercana. La lana blanca de su manto estaba manchada de sangre. Si era obra de la Pesadilla, se había alimentado en abundancia. ¿Cuánta fuerza le habría dado aquello?

La puerta delantera estaba abierta, de modo que entramos sin más. El Espectro iba delante. Apenas había dado un paso cuando se detuvo y contuvo el aliento. Se quedó mirando a la izquierda. Había una vela en algún lugar de la estancia y, a la luz de la llama, vi lo que a primera vista me pareció la sombra del pastor. Pero era demasiado sólida para ser una sombra. Tenía la espalda contra la pared y el bastón levantado sobre la cabeza, como si nos amenazara. Me llevó un rato comprender qué era lo que tenía ante mis ojos, pero las rodillas me empezaron a temblar y sentí que el corazón me daba un vuelco.

La cara reflejaba una combinación de rabia y terror. Se le veían los dientes, pero algunos estaban rotos y tenía la boca llena de sangre. Estaba en posición vertical, pero no de pie. Estaba aplastado contra la pared, chafado contra las piedras. Era obra de la Pesadilla.

El Espectro dio otro paso hacia el interior y otro más. Lo seguí de cerca hasta que pude ver aquel infierno. Había habido una cuna en la esquina, pero ahora estaba destrozada contra la pared y entre los restos y las mantas había una sábana manchada de sangre. Del niño no había ni rastro. Mi maestro se acercó a las mantas y las levantó con precaución. Lo que vio lo dejó trastornado y me hizo un gesto para que no mirara. Luego suspiró y volvió a dejar las mantas en su sitio.

Para entonces yo ya había descubierto a la madre del niño El cuerpo de la mujer estaba en el suelo, parcialmente cubierto por una mecedora. Di gracias de no verle la cara. En la mano derecha tenía una aguja de hacer calceta, y un ovillo de lana caído había llegado rodando hasta la chimenea, cerca de los rescoldos, que ya estaban grises.

La puerta de la cocina estaba abierta, y tuve una repentina sensación de miedo. Estaba seguro de que había algo acechando ahí dentro. En cuanto metí la cabeza, noté el frío en la sala. La Pesadilla aún estaba allí. Lo sentía en los huesos. Estaba a punto de salir corriendo del miedo, pero el Espectro estaba allí y yo no podía dejarlo solo.

En aquel momento, la vela se apagó, como por efecto de unos dedos invisibles, sumiéndonos en la penumbra, y por la puerta de la cocina se oyó una voz procedente de la oscuridad; una voz que retumbaba en el aire y por el suelo enlosado, emitiendo una vibración que se notaba en los pies.

—Hola, viejo zorro. Por fin nos volvemos a encontrar. Te he estado buscando. Sabía que estarías cerca.

—Sí, y ahora ya me has encontrado —respondió el Espectro con voz cansada, apoyando el peso del cuerpo sobre el bastón.

—Siempre has sido un entrometido. Pero esta vez será la última. Primero mataré al chico, para que lo veas. Luego será tu turno.

Una mano invisible me cogió y me lanzó contra la pared con tanta fuerza que me quedé sin aliento. Entonces empezó la presión, una fuerza constante tan intensa que tenía la sensación de que se me iban a partir las costillas. Lo peor de todo era la terrible presión en la frente. Recordé la cara del pastor, aplastada, con el interior esparcido por las piedras de la pared. Estaba aterrado y era incapaz de moverme o respirar. La vista se me oscureció, y lo último que percibí fue la imagen del Espectro corriendo hacia el umbral de la cocina con el bastón en alto.

Alguien me estaba sacudiendo suavemente.

Abrí los ojos y vi al Espectro inclinado sobre mí. Estaba estirado en el suelo de la granja.

—¿Estás bien, chico? —preguntó, angustiado.

Asentí con la cabeza. Me dolían las costillas, sobre todo cada vez que respiraba. Pero respiraba. Estaba vivo.

—Venga, vamos a ver si te podemos poner derecho...

Apoyándome en el Espectro, conseguí levantarme.

—¿Puedes caminar?

Hice que sí con la cabeza y di un paso adelante. No me sentía muy seguro, pero parecía que podía andar.

—Buen chico.

—Gracias por salvarme —dije.

El Espectro sacudió la cabeza.

—Yo no he hecho nada. La Pesadilla desapareció de pronto, como si la hubieran llamado. Vi cómo subía la colina. Era como una nube negra que empañaba las estrellas. Esto ha sido terrible —dijo, observando el caos de la granja, pero tenemos que salir de aquí a toda prisa. En primer lugar, tenemos que salvarnos nosotros. Puede que podamos escapar del Inquisidor, pero con esa niña pisándonos los talones, la Pesadilla siempre estará cerca y cada vez tendrá más poder. ¡Tenemos que llegar a Heysham y descubrir cómo podemos enfrentarnos con ese monstruo de una vez por todas!

El Espectro inició la marcha y salimos de la casa. Bajamos por la ladera y, tras franquear otros dos muros, oí una corriente de agua. Mi maestro avanzaba ahora mucho más rápido, casi tanto como cuando salimos de Chipenden, por lo que supuse que dormir le había sentado bien. Yo, en cambio, tenía todo el cuerpo dolorido y apenas conseguía mantener el ritmo tirando de aquella pesada bolsa.

Nos encontramos con un camino estrecho y escarpado junto a un arroyo, un ancho torrente de agua que se abría paso por entre las rocas.

—A unos dos kilómetros de aquí desemboca en una laguna —comentó el Espectro, tomando el camino—. El terreno se vuelve llano, y de la laguna salen dos ríos. Es justo lo que buscamos.

Lo seguí como pude. La lluvia parecía más intensa que nunca, y el suelo estaba peligrosamente resbaladizo. Un descuido y podía acabar en el agua. Me pregunté si Alice estaría cerca y si podría seguir un camino como aquél, tan cerca del agua corriente. Alice también estaría en peligro. Los perros podrían detectar su olor.

Aun con el ruido del torrente y la lluvia, podía oír a los sabuesos; parecían estar cada vez más cerca. De pronto, oí algo que me dejó sin aliento.

¡Un grito!

¡Alice! Me giré y miré hacia atrás, pero el Espectro me agarró del brazo y tiró de mí.

—¡No podemos hacer nada! —me gritó—. ¡Nada en absoluto! ¡Así que no te detengas!

Obedecí, intentando no prestar atención a los sonidos procedentes del páramo sobre el que nos encontrábamos. Se oyeron nuevos gritos y chillidos horribles, hasta que al final volvió la calma y sólo quedó el sonido del agua. El cielo estaba mucho más despejado y, por debajo de nuestra posición, a la primera luz del alba, pude distinguir las claras aguas de la laguna entre los árboles.

El corazón se me encogía al pensar en lo que podía haberle sucedido a Alice. No se merecía aquello.

—No te pares, muchacho —insistió el Espectro.

Entonces oímos algo en el camino, por detrás de nosotros, pero cada vez más cerca. Era como un animal corriendo a nuestro encuentro. Un perro de gran tamaño.

No era justo. ¡Cuando estábamos tan cerca de la laguna y los dos ríos! Diez minutos más y habríamos podido eliminar el rastro que seguían los sabuesos. Pero, para mi sorpresa, el Espectro no aceleraba el paso. Incluso parecía ir cada vez más lento. Por fin se detuvo completamente y me llevó a un lado del camino; me pregunté si él también se habría quedado sin fuerzas. Si era así, todo habría acabado para los dos.

Lo miré, con la esperanza de que sacara algo de la bolsa que nos pudiera salvar. Pero no lo hizo. El perro se dirigía hacia nosotros a todo galope. No obstante, cuando se acercó, observé algo raro. Estaba gimiendo en vez de ladrar como un sabueso en plena acción. Y tenía la mirada fija hacia delante, en vez de mirarnos a nosotros. Pasó tan cerca que, de haber extendido el brazo, lo podía haber tocado.

—Si no me equivoco, está aterrorizado —observó el Espectro—. ¡Cuidado, ahí viene otro!

El siguiente pasó gimiendo como el otro, con el rabo entre las piernas. Enseguida pasaron dos más. Luego, a poca distancia, un quinto sabueso. Ninguno de ellos se fijó en nosotros; todos corrían por el camino enfangado hacia la laguna.

—¿Qué ha pasado? —pregunté.

—No hay duda de que lo descubriremos enseguida —respondió el Espectro—. Vamos a seguir.

Poco después dejó de llover y llegamos a la laguna. Era grande y las aguas estaban tranquilas en su mayor parte, a excepción del punto en que desembocaba el torrente, que caía por una ladera escarpada y alcanzaba la superficie en un borboteo de agua y espuma. Nos quedamos mirando al agua que caía, arrastrando consigo ramitas, hojas e incluso algún tronco de vez en cuando.

De pronto, algo de mayor tamaño cayó a la laguna ruidosamente. Se hundió enseguida, pero volvió a reaparecer en la superficie a unos treinta metros y empezó a flotar hacia la orilla oeste de la laguna. Parecía un cuerpo humano.

Me lancé hacia la orilla. ¿Sería Alice? Pero antes de que pudiera echarme al agua, el Espectro me puso la mano sobre el hombro y me lo agarró con fuerza.

—No es Alice —dijo con voz serena—. Ese cuerpo es muy grande. Además, creo que llamó a la Pesadilla. ¿Por qué si no se habría ido así, de pronto? Con la Pesadilla de su parte, habrá superado cualquier enfrentamiento. Lo mejor que podemos hacer es rodear la laguna y echar un vistazo más de cerca.

Recorrimos la orilla y unos minutos más tarde nos encontrábamos en la orilla oeste, bajo las ramas de un gran sicomoro. El suelo estaba cubierto de un palmo de hojas secas. El cuerpo flotante estaba a cierta distancia, pero cada vez se acercaba más. Esperaba que el Espectro estuviera en lo cierto, que fuera demasiado grande como para ser el de Alice, pero aún estaba demasiado oscuro como para estar seguro. Y si no era el suyo, ¿de quién era aquel cuerpo?

Empecé a sentir miedo, pero no podía hacer nada más que esperar a que el cielo se aclarara y que el cuerpo se fuera acercando a la orilla.

De pronto, las nubes se abrieron y dejaron pasar luz suficiente para poder identificar el cuerpo con seguridad.

Era el Inquisidor.

Me quedé mirando al cuerpo flotante. Estaba boca arriba, y sólo sobresalía del agua la cara. Tenía la boca y los ojos abiertos. El rostro estaba pálido y tenía una expresión de terror. Era como si no le quedara una gota de sangre en todo el cuerpo

—En vida ha ahogado a muchos inocentes —reflexionó el Espectro—. Personas pobres, viejas y solitarias, que habían trabajado duro toda la vida y sólo merecían un poco de paz y tranquilidad en su vejez, y un poco de respeto también. Y ahora le ha llegado el turno a él. Ha recibido su merecido.

Sabía que demostrar la brujería echando a una persona al agua era una superstición sin ningún fundamento, pero no podía dejar de pensar en que estaba flotando. Los culpables flotaban; los inocentes se hundían. Los inocentes como la tía de Alice, que murió de la impresión.

—Esto es obra de Alice, ¿verdad? —pregunté.

El Espectro asintió.

—Sí, chico. Habrá quien diga que ha sido ella. Pero en realidad ha sido la Pesadilla. Ahora ya la ha llamado dos veces. Su poder sobre Alice habrá aumentado, y verá a través de sus ojos.

—¿No deberíamos irnos? —pregunté, nervioso, mirando al otro lado del lago, donde desembocaba el torrente. El camino pasaba por allí—. Los hombres del inquisidor vendrán por allí, ¿verdad?

—Puede que sí, con el tiempo. Eso, si recuperan el aliento. Pero tengo la sensación de que durante un tiempo no tendrán ánimo para nada. No, yo estoy esperando a otra persona, y si no voy muy errado, ahí viene...

Miré en la misma dirección que el Espectro, hacia el torrente, donde apareció la figura de una niña por el camino. Era Alice. Se quedó mirando por un momento la desembocadura y, cuando nos vio, empezó a caminar por la orilla hacia nosotros.

—Recuerda —me advirtió el Espectro— que ahora la Pesadilla ve por sus ojos. Está recuperando fuerzas y poder, buscando nuestros puntos débiles. Ten mucho cuidado con lo que dices o haces.

Una parte de mí quería gritarle a Alice y aconsejarle que saliera corriendo mientras pudiera. No había modo de saber qué le podía hacer el Espectro. Pero en otra parte de mi interior, Alice me daba un miedo atroz. ¿Qué podía hacer? En el fondo, sabía que el Espectro era su única esperanza. ¿Quién si no la podría liberar del dominio de la Pesadilla?

Alice se acercó y se detuvo junto a la orilla, de forma que yo estaba entre ella y el Espectro. Se quedó mirando fijamente el cuerpo del Inquisidor. Su rostro reflejaba una combinación de terror y triunfo.

—Ya puedes mirarlo bien, niña —dijo el Espectro—. Examina tu obra de cerca. ¿Ha valido la pena?

Alice asintió.

—Ha recibido su merecido —dijo con decisión.

—Sí, pero ¿a qué coste? —preguntó el Espectro—. Cada vez perteneces más a lo Oscuro. Si llamas a la Pesadilla una vez más, estarás perdida para siempre.

Alice no respondió, y nos quedamos allí un buen rato, en silencio, contemplando el agua.

—En fin, muchacho, lo mejor será que nos pongamos en camino —dijo por fin el Espectro—, Tenemos trabajo que hacer. En cuanto a ti, niña, deberías venir con nosotros si sabes lo que te conviene. Y escucha lo que te voy a decir; escúchame bien, porque lo que te voy a proponer es tu única esperanza. La única oportunidad que tendrás de librarte de esa criatura.

Alice lo miró con los ojos bien abiertos.

—¿Sabes el peligro que corres? ¿Quieres liberarte? —preguntó.

Alice asintió.

—¡Entonces ven aquí! —le ordenó con voz severa.

Alice obedeció y fue a su lado.

—Allá donde vayas, la Pesadilla te seguirá de cerca, de modo que lo mejor es que vengas conmigo y con el muchacho. Prefiero saber más o menos dónde se encuentra esa criatura que permitir que vaya vagando libremente por todo el condado, aterrorizando a gente decente. Así que escúchame bien. De momento, es importante que no veas ni oigas nada: así, la Pesadilla no obtendrá ninguna información a través de ti. Pero tienes que hacerlo voluntariamente. Si haces la mínima trampa, acabará con todos nosotros.

Abrió la bolsa y empezó a rebuscar en el interior.

—Esto es una venda —dijo, mostrándole a Alice una tira de tela negra—. ¿Te la pondrás?

Alice asintió, y el Espectro le mostró algo que llevaba en la mano izquierda.

—¿Ves esto? Son tapones de cera para los oídos.

Cada tapón tenía un agarrador de plata para poder retirarlo mejor una vez usado.

Alice los miró con expresión dubitativa, pero a continuación inclinó sumisa la cabeza mientras el Espectro le colocaba el primer tapón. Cuando le hubo colocado el segundo, le ató la venda firmemente frente a los ojos.

Nos pusimos en marcha en dirección nordeste. El Espectro guiaba a Alice cogiéndola del codo. Confié en que no nos encontráramos a nadie por el camino. ¿Qué iban a pensar? Desde luego, despertaríamos un interés no deseado.