Llega el Inquisidor
Volví a bajar antes del amanecer. El cielo, tan claro durante la noche, estaba tapado; el aire, perfectamente inmóvil; y los jardines, cubiertos de blanco por la primera escarcha del otoño.
El Espectro estaba cerca de la puerta trasera, aún de pie, casi en la misma posición en que lo dejé. Parecía cansado y tenía la cara pálida y gris como el cielo.
—Bueno, chico —dijo, con voz grave—, vamos a inspeccionar los daños.
Pensé que se refería a la casa, pero se dirigió hacia los árboles del jardín del oeste. Había daños, desde luego, pero no tan graves como me había parecido por el ruido. En el suelo había unas grandes ramas, otras más pequeñas por encima de la hierba, y el banco estaba boca abajo. El Espectro hizo un gesto, y le ayude a darle la vuelta al banco y colocarlo de nuevo en su lugar.
—No está tan mal —observé, intentando animarlo, puesto que estaba realmente apesadumbrado y no decía nada.
—Es lo suficientemente grave —dijo en tono grave—. Era de esperar que la Pesadilla fuera ganando fuerzas, pero esto es mucho más rápido de lo que me esperaba. Mucho más. No se le tenía que haber permitido que hiciera esto. ¡No nos queda mucho tiempo!
El Espectro se dirigió hacia la casa. En el techo se veían los huecos dejados por las tejas, y una de las chimeneas estaba desmoronada.
—Eso tendrá que esperar hasta que tengamos tiempo de arreglarlo —dijo.
En aquel momento llegó el sonido de una campana desde la cocina. Por primera vez en lo mañana, el Espectro sonrió levemente. Parecía aliviado.
—No estaba seguro de que fuéramos a desayunar esta mañana —reconoció—. A lo mejor no ha ido tan mal como yo pensaba...
Cuando entramos en la cocina, lo primero que observé fue que las losas entre la mesa y la chimenea estaban manchadas de sangre. Y en la cocina hacía bastante frío. Entonces vi el motivo. Había sido aprendiz del Espectro durante casi seis meses, pero era la primera vez que la chimenea no estaba encendida. Y en la mesa no había huevos ni panceta, sino sólo una fina tostada para cada uno.
El Espectro me tocó el hombro.
—No digas nada, muchacho. Cómetela y da las gracias por lo que hemos recibido —me advirtió.
Hice lo que me dijo, pero cuando me tragué el último bocado de tostada, mi barriga seguía rugiendo. El Espectro se puso en pie.
—Ha sido un desayuno excelente. El pan estaba perfectamente tostado —declaró al aire—. Y gracias por todo lo que hiciste anoche. Los dos te estamos muy agradecidos.
El boggart no se mostró en su aspecto real, pero adoptó de nuevo la forma de gran gato anaranjado. Apareció por un momento junto a la chimenea, emitiendo un ronroneo muy leve. Nunca lo había visto así. Tenía la oreja izquierda rota y la piel del cuello cubierta de sangre. Pero lo peor de todo era lo que le habían hecho en la cara. Había perdido un ojo. En lugar del ojo izquierdo, ahora había una herida vertical abierta.
—Nunca será el mismo —dijo el Espectro con tristeza una vez salimos por la puerta de atrás—. Tendríamos que dar gracias de que la Pesadilla aún no haya recuperado completamente las fuerzas, o habríamos muerto anoche. Ese boggart nos ha dado un poco de tiempo. Ahora tenemos que aprovecharlo antes de que sea demasiado tarde...
Mientras hablaba, la campana empezó a sonar en el cruce. Un trabajo para el Espectro. Con todo lo que había ocurrido y el peligro que representaba la Pesadilla, pensé que no haría caso, pero me equivoqué.
—Bueno, chico, ve a ver qué es lo que quieren.
La campana dejó de sonar justo antes de que llegara yo, pero la cuerda aún se movía. Allí, entre los tupidos árboles, estaba oscuro como siempre, pero no tardé más que un segundo en darme cuenta de que no era una llamada para el Espectro. Bajo la campana esperaba una niña vestida de negro.
Alice.
—¡Te arriesgas mucho! —le regañé, sacudiendo la cabeza—. Tienes suerte de que el señor Gregory no haya bajado hasta aquí conmigo.
Alice sonrió.
—El viejo Gregory no me podría atrapar tal como está ahora. No es ni la mitad de lo que era.
—¡No estés tan segura! —repliqué con rabia—. Me ha hecho cavar una fosa. Una fosa para ti. ¡Y ahí es donde vas a acabar si no tienes cuidado!
—El viejo Gregory ha perdido su fuerza. No es de extrañar que te haya pedido a ti que la cavaras —se burló Alice.
—No —respondí—. Me la ha hecho cavar a mí para que aceptara que era lo que había que hacer; que es mi obligación meterte dentro.
De pronto, la voz de Alice se volvió triste.
—¿De verdad me harías eso, Tom? —preguntó—. ¿Después de todo lo que hemos vivido juntos? Te salvé de una fosa ¿No te acuerdas de cuando Lizzie la Huesuda quería tus huesos? ¿De cuando Lizzie estaba afilando su cuchillo?
Lo recordaba muy bien. De no ser por la ayuda de Alice, habría muerto aquella noche.
—Mira, Alice, vete a Pendle ahora, antes de que sea demasiado tarde —le aconsejé—. ¡Aléjate de aquí todo lo que puedas!
—La Pesadilla no está de acuerdo. Cree que debería quedarme por aquí un tiempo.
—¡La Pesadilla no tiene juicio! ¡Es un monstruo! —respondí, irritado ante su razonamiento.
—No, Tom, no lo es. La olí bien, y es humana, sin duda.
—Anoche la Pesadilla atacó la casa del Espectro. Nos pudo haber matado. ¿La enviaste tú?
Alice negó con decisión moviendo la cabeza.
—Eso no tiene nada que ver conmigo, Tom, lo juro. Hablamos, eso es todo, y me contó cosas.
—¡Pensé que no ibas a tener más tratos con ella! —protesté. No podía dar crédito a lo que estaba diciendo.
—Lo he intentado, Tom, de verdad que lo he hecho. Pero viene y me susurra cosas. Viene de noche, cuando estoy intentando dormir. Incluso me habla en sueños. Me promete cosas.
—¿Qué tipo de cosas?
—No es fácil, Tom. Las noches empiezan a ser frías. El invierno está llegando. La Pesadilla dice que podría tener una casa con una gran chimenea y mucho carbón y leña y que nunca me faltaría nada. Dice que también podría tener bonitos vestidos y que la gente no me miraría por encima del hombro como ahora, como si fuera una alimaña salida del bosque.
—No la escuches, Alice. Tienes que intentarlo con todas tus fuerzas.
—Menos mal que la escucho de vez en cuando —dijo Alice, con una extraña mueca sarcástica en la cara—. Si no, lo lamentarías. Sé algo que os podría salvar la vida al viejo Gregory y a ti.
—Dímelo —la apremié.
—¡No tengo muy claro que deba hacerlo, teniendo en cuenta que estás planeando hacerme pasar el resto de mis días en una fosa!
—Eso no es justo, Alice.
—Te volveré a ayudar. Pero me pregunto si tú harías lo mismo por mí.
Hizo una pausa y me sonrió con tristeza.
—El Inquisidor viene de camino a Chipenden. Sólo se quemó las manos en aquel incendio, y ahora quiere venganza. Sabe que el viejo Gregory vive por aquí y viene con hombres armados y perros. Grandes sabuesos, con dientes enormes. Estará aquí antes de mediodía. Así que ve y cuéntale al viejo Gregory lo que te he dicho. Pero no esperes que me dé las gracias.
—Iré a decírselo —dije, y me puse en marcha de inmediato, corriendo ladera arriba hacia la casa. Mientras corría, me di cuenta de que no le había dado las gracias a Alice, pero ¿cómo podía agradecerle que recurriera a lo Oscuro para ayudarnos?
El Espectro estaba esperando junto a la puerta trasera.
—Bueno, muchacho, primero recupera el aliento. Por tu cara, veo que traes malas noticias.
—El Inquisidor viene de camino —dije—. Ha descubierto que vive cerca de Chipenden.
—¿Y eso quién te lo ha dicho? —preguntó el Espectro, rascándose la barba.
—Alice. Ha dicho que llegará a mediodía. Se lo ha dicho la Pesadilla...
El Espectro lanzó un profundo suspiro.
—Bueno, lo mejor será que nos vayamos lo antes posible. En primer lugar, ve al pueblo y dile al carnicero que nos vamos al norte, por los páramos, a Caster, y que no volveremos en un tiempo. Ve al tendero y dile lo mismo, y que no necesitaremos provisiones la semana que viene.
Corrí hasta el pueblo e hice exactamente lo que me había dicho. Cuando volví, el Espectro ya estaba esperándome en la puerta, dispuesto para salir. Me dio su bolsa.
—¿Vamos hacia el sur? —pregunté.
El Espectro sacudió la cabeza.
—No, chico. Vamos hacia el norte, como te dije. Tenemos que llegar a Heysham y, si tenemos suerte, hablaremos con el fantasma de Naze.
—Pero le hemos dicho a todo el mundo adonde vamos ¿Por qué no les hemos dicho que iríamos al sur?
—Porque espero que el Inquisidor visite el pueblo de camino hacia aquí. Entonces, en vez de buscar la casa, se dirigirá al norte, y los sabuesos detectarán nuestro rastro. Tenemos que alejarlos de la casa. Algunos de los libros de mi biblioteca son irremplazables. Si llega aquí, sus hombres podrían saquear la casa y quizá quemarla entera. No, no puedo arriesgarme a que les ocurra algo a mis libros.
—Pero ¿y el boggart? ¿No protegerá la casa y los jardines? ¿Cómo van a entrar sin correr el riesgo de morir hechos pedazos? ¿O es que ha quedado demasiado débil?
El Espectro suspiró y se quedó mirando sus botas.
—No, aún tiene fuerzas suficientes para enfrentarse al Inquisidor y a sus hombres, pero no quiero muertes innecesarias sobre mi conciencia. Y aunque matara a los que entraran, algunos podrían escapar. ¿Qué otra prueba necesitarían para decidir que merecía morir en la hoguera? Volverían con un ejército. No acabaría nunca. No tendría paz hasta el fin de mis días. Tendría que huir del condado.
—¿Y no nos atraparán de todos modos?
—No, chico. No si seguimos el camino de los páramos. No podrán usar los caballos, y tendremos unas horas de ventaja. Nosotros conocemos bien el condado, pero los hombres del Inquisidor son forasteros. Pongámonos en marcha. ¡Ya hemos perdido bastante tiempo!
El Espectro emprendió la marcha a paso ligero en dirección a los páramos. Yo lo seguí lo mejor que pude, llevando como siempre su pesada bolsa.
—¿No enviarán una avanzadilla a Caster a la espera de que lleguemos?
—Seguro que sí, y si fuéramos a Caster, eso supondría un problema, pero vamos a dar un rodeo por el este. Entonces iremos hacia el sudoeste, como te he dicho, a Heysham, para visitar las tumbas de piedra. Aún tenemos que encargarnos de la Pesadilla, y se nos acaba el tiempo. Nuestro último recurso para descubrir cómo hacerlo es hablar con el fantasma de Naze.
—¿Y después? ¿Dónde iremos? ¿Podremos volver algún día?
—No veo ningún motivo por el que no podamos hacerlo dentro de un tiempo. Al final nos desharemos del Inquisidor. Hay formas de conseguirlo. Nos buscará un poco y resultará algo molesto, sin duda. Pero no tardará mucho en volver a su lugar de origen. Querrá estar calentito durante el invierno.
Asentí, pero no estaba del todo convencido. En mi opinión, el plan del Espectro ofrecía muchas dudas. En primer lugar, había emprendido la marcha con mucha energía; pero aún no estaba completamente en forma, y cruzar los páramos resultaría duro. Y podrían cogernos antes de llegar a Heysham. Por otra parte, puede que buscaran la casa del Espectro de todas formas y la quemaran, especialmente si nos perdían el rastro. Y los problemas podían repetirse al año siguiente, Era probable que el Inquisidor volviera al norte. Parecía ser de los que no se rinden. Y otra idea me asaltaba...
¿Y si me cogían a mí? El Inquisidor torturaba a la gente para obtener respuestas. ¿Y si me obligaban a decirles dónde vivía antes? Confiscaban o quemaban las casas de brujos y brujas. Pensé en papá, Jack y Ellie, sin un lugar donde vivir. Y qué harían cuando vieran a mamá? Ella no podía salir a la luz del sol. Y a menudo ayudaba a las comadronas con los partos difíciles y tenía una gran colección de hierbas y otras plantas. ¡Mamá correría un grave peligro!
No dije nada de aquello al Espectro porque vi que ya estaba cansado de responder a mis preguntas.
Al cabo de una hora ya habíamos llegado a los páramos. Hacía buen tiempo, y daba la impresión de que nos esperaba un día tranquilo.
Si hubiera podido quitarme de la cabeza el motivo que nos había traído hasta allí, habría disfrutado del camino, porque el tiempo era excelente. Estábamos solos, a excepción de los zarapitos y los conejos, y a lo lejos, al noroeste, se veía el brillo del mar bajo el sol.
Al principio, el Espectro caminaba con paso decidido, abriendo camino. Pero mucho antes de mediodía empezó a bajar el ritmo, y cuando se detuvo y nos sentamos cerca de un mojón de piedras, parecía muy preocupado. Mientras desenvolvía el queso, observé que las manos le temblaban.
—Toma, chico —dijo, pasándome un pedacito—. No te lo comas de golpe.
Seguí su consejo y lo mastiqué lentamente.
—¿Sabes que la niña nos está siguiendo? —preguntó el Espectro.
Me lo quedé mirando, asombrado, y sacudí la cabeza.
—Está a un par de kilómetros —dijo, señalando hacia el sur—. Ahora que nos hemos detenido, ella se ha parado. ¿Qué crees que querrá?
—Supongo que no tiene adonde ir, aparte de Pendle, al este, y realmente no quiere ir allí. Y no tiene otra opción que salir de Chipenden. Allí no estaría segura con la llegada del Inquisidor y sus hombres.
—Sí, pero a lo mejor es porque está prendada de ti y quiere ir donde tú vayas. Ojalá hubiéramos tenido tiempo de ocuparnos de ella antes de salir de Chipenden. Es una amenaza: allá donde esté, la Pesadilla no andará lejos. De momento, se esconderá bajo tierra; pero cuando oscurezca, la atraerá como una vela a una polilla, y estará rondándola, sin duda. Si le vuelve a dar su sangre, la Pesadilla se hará más fuerte y empezará a ver a través de sus ojos. Y antes de que eso ocurra, puede encontrar otras víctimas (personas o animales; el efecto sería el mismo). Una vez saciada, tendrá más fuerza y muy pronto podrá volver a transformarse en carne y hueso. Lo de anoche no fue más que el inicio.
—Si no hubiera sido por Alice, no habríamos salido de Chipenden —observé—. El Inquisidor nos habría apresado.
Pero el Espectro decidió no hacerme caso.
—Bueno, lo mejor será reemprender la marcha. Aquí no ganamos nada.
No obstante, al cabo de una hora volvimos a parar para descansar. Esta vez el Espectro se detuvo más tiempo y tuvo que hacer un esfuerzo para ponerse en pie de nuevo. El día siguió así: los períodos de descanso se hacían cada vez más largos, y cada vez caminábamos menos trecho. Al ponerse el sol, el tiempo empezó a cambiar. El aire olía a lluvia, y enseguida empezó a chispear.
Al caer la noche, empezamos a descender hacia una extensión de cercados hechos con muretes de piedra. La ladera era escarpada, y la hierba estaba resbaladiza, así que los dos resbalábamos constantemente. Por otra parte, la lluvia era cada vez más intensa y el viento empezaba a soplar del oeste.
—Pararemos un rato; tengo que recuperar el aliento —decidió el Espectro.
Se dirigió hacia el muro más próximo, y lo saltamos para situarnos en el lado este y resguardarnos de la lluvia en la medida de lo posible.
—A mi edad, la humedad se te mete en los huesos —dijo el Espectro—. Es el efecto de vivir toda la vida con esto tiempo. Le acaba pasando a todo el que vive en el condado. Al final, o se resienten los huesos, o los pulmones.
Nos acurrucamos contra el muro como pudimos. Estaba cansado y preocupado, y aunque la noche era terrible, me costaba mantenerme despierto. No tardé en dormirme profundamente y empecé a soñar. Fue uno de aquellos largos sueños que parecen durar toda la noche. Y hacia el final se convirtió en una pesadilla.