La cadena de plata
Cuando bajé, mamá ya había vuelto. Estaba ansioso por preguntarle cómo estaba el Espectro y qué le había hecho, pero no tuve ocasión. Por la ventana de la cocina vi a Jack cruzando el patio con Ellie, que llevaba al bebé en brazos.
—He hecho lo que he podido por tu maestro, hijo —susurró mamá justo antes de que Jack abriera la puerta—. Hablaremos después de cenar.
Por un momento, Jack se quedó en el umbral, mirándome con una expresión en la cara que combinaba diversos estados de ánimo. Por fin sonrió, entró y me pasó el brazo sobre los hombros.
—Me alegro de verte, Tom.
—Pasaba por aquí de camino a Chipenden —respondí—. Pensé que podía pasar a ver cómo estabais. De haber sabido que papá había estado tan enfermo, habría venido antes.
—Ya se está curando —dijo Jack—. Eso es lo importante.
—Oh, sí, Tom, ahora está mucho mejor —coincidió Ellie—. En unas semanas estará como nuevo.
Observé que la expresión de tristeza en la cara de mi madre no decía eso. Lo cierto era que papá tendría suerte si llegaba a la primavera. Ella lo sabía, y yo también.
En la cena todo el mundo parecía estar apagado. Yo no sabía si era mi presencia o la enfermedad de papá lo que hacía que todos estuvieran tan callados, pero durante la comida Jack apenas me miró, y cuando lo hizo, fue para hacer algún comentario sarcástico.
—Estás pálido, Tom. Debe de ser por ir siempre escondiéndote entre los sombras. No puede ser bueno.
—¡No seas cruel, Jack! —le regañó Ellie—. ¿Cómo has visto a nuestra Mary, Tom? La bautizamos el mes pasado. Ha crecido bastante desde la última vez que la viste, ¿no?
Sonreí y asentí con la cabeza. Estaba asombrado de ver lo mucho que había crecido la niña. Había pasado de ser un bebé diminuto con la cara roja y arrugada a una niña regordeta de piernas robustas y una expresión atenta. Parecía estar a punto de saltar del regazo de Ellie y ponerse a gatear por el suelo de la cocina.
No tenía mucha hambre, pero en el momento en que mamá me sirvió una gran ración de humeante estofado en el plato, me lo comí de un tirón.
En cuanto acabamos, sonrió a Jack y a Ellie y les dijo:
—Tengo algo que discutir con Tom. ¿Por qué no subís y os acostáis pronto por una vez? Y no te preocupes por los platos, Ellie. Yo los fregaré.
Aún quedaba algo de estofado en la bandeja, y observé que los ojos de Jack saltaban de la bandeja a mamá y viceversa. Pero Ellie se levantó, y Jack la imitó lentamente. Era evidente que no estaba contento.
—Creo que primero sacaré los perros y daré una vuelta a la valla con ellos —dijo—. Anoche había un zorro por ahí.
En cuanto salieron de la sala, solté la pregunta que me quemaba dentro.
—¿Cómo está, mamá? ¿Se va a poner bien el señor Gregory?
—He hecho por él lo que he podido. Pero las lesiones en la cabeza suelen salir por algún lado. El tiempo lo dirá. Creo que cuanto antes lo puedas llevar a Chipenden, mejor. A mí no me importa que esté aquí, pero tengo que respetar los deseos de Jack y Ellie.
Asentí y me quedé mirando la mesa, entristecido.
—¿Quieres repetir, Tom?
No tuvo que preguntármelo dos veces. Mamá sonreía viéndome comer.
—Subiré un momento a ver cómo está tu padre.
Volvió a bajar enseguida.
—Está bien. Ha vuelto a dormirse.
Se sentó frente a mí y me observó mientras comía, con expresión grave.
—Esas heridas que le he visto a Alice en los dedos... ¿Es ahí de donde le chupó la sangre la Pesadilla ?
Respondí que sí con la cabeza.
—¿Confías en ella, después de todo lo que ha pasado? —preguntó de pronto.
Me encogí de hombros.
—No sé qué hacer. Ha cruzado la frontera de lo Oscuro, pero sin ella el Espectro y muchas otras personas inocentes habrían muerto.
Mamá suspiró.
—Es un asunto complicado, y no estoy segura de que la respuesta esté clara todavía. Ojalá pudiera ir contigo y ayudarte a llevar a tu maestro de vuelta a Chipenden, porque no será un viaje fácil, pero no puedo dejar a tu padre. Si no lo cuido, podría sufrir una recaída, y no puedo arriesgarme a que eso ocurra.
Apuré el plato con un trozo de pan y eché la silla atrás.
—Creo que será mejor que me vaya, mamá. Cuanto más tiempo pase aquí, mayor es el riesgo que corréis. El Inquisidor no nos dejará tranquilos sin perseguirnos. Y ahora que la Pesadilla está libre y se ha alimentado con la sangre de Alice, no puedo arriesgarme a atraerla hacia aquí.
—No corras tanto —respondió—. Te cortaré un poco de pan y jamón para el camino.
—Gracias, mamá.
Se puso a cortar el pan mientras yo la observaba, deseando poder quedarme más. Estaría bien volver a casa, aunque sólo fuera por una noche.
—Tom, en tus clases sobre brujas, ¿te habló el señor Gregory de las que usan espíritus cómplices?
Asentí. Los diferentes tipos de brujas obtenían su poder de diferentes modos. Unas usaban la magia de los huesos; otras, la magia de la sangre; recientemente me había hablado de un tercer tipo, aún más peligroso. Esas brujas usaban «espíritus cómplices». Le daban su sangre a alguna criatura —podía ser un gato, o un sapo o incluso un murciélago— y, a cambio, ésta se convertía en sus ojos y sus oídos y hacía su voluntad. A veces adquirían tanto poder que las brujas caían en su poder y perdían toda capacidad de decisión.
—Bueno, eso es lo que Alice se cree que está haciendo ahora, Tom: usar un espíritu cómplice. Ha hecho un pacto con esa criatura y la está utilizando para conseguir lo que quiere. Pero está jugando a un juego peligroso, hijo. Si no tiene cuidado, acabará perteneciendo a la Pesadilla y nunca podrás volver a confiar en ella. Por lo menos, no mientras viva la Pesadilla.
—El señor Gregory dijo que está ganando poder, mamá. Que muy pronto podrá recuperar su aspecto original. Yo la vi en las catacumbas; había adoptado el aspecto del Espectro e intentó engañarme. De modo que está claro que se ha fortalecido ahí abajo.
—Eso es cierto, pero lo que acaba de ocurrir le habrá supuesto un cierto retroceso. La Pesadilla habrá gastado mucha energía para salir volando del lugar en el que ha estado encerrada tanto tiempo, de forma que ahora mismo estará confundida y perdida. Probablemente seguirá en forma de espíritu, sin fuerzas para transformarse en una criatura de carne y hueso. Probablemente no recupere sus fuerzas del todo hasta que acabe el pacto de sangre con Alice.
—¿Puede ver a través de los ojos de Alice?
La idea me aterraba. Estaba a punto de ponerme en marcha con Alice a través de la oscuridad. Recordaba la sensación del peso de la Pesadilla sobre la cabeza y los hombros, la convicción de que iba a quedar aplastado y de que había llegado mi última hora. A lo mejor sería más seguro esperar hasta la luz del día...
—No, aún no. Ella le ha dado su sangre y su libertad. A cambio, le habrá prometido obedecerla tres veces, pero cada vez querrá más sangre. Después de habérsela dado en las piras de Wortham, Alice estará más débil y le costará cada vez más resistirse. Si le da sangre una vez más, la Pesadilla podrá ver por sus ojos. Y si pasa aún otra vez, quedará a su merced y la Pesadilla tendrá la fuerza necesaria para recuperar su forma original. Entonces nadie podrá hacer ya nada por salvar a Alice.
—Así pues, esté donde esté, ¿estará buscando a Alice?
—Lo hará, hijo, pero de momento, a menos que Alice la llame, las posibilidades que tiene de encontrarla son mínimas. Especialmente si Alice no se queda quieta. Si se queda un tiempo en algún lugar, la Pesadilla tendrá más posibilidades de encontrarla. Cada noche se irá haciendo un poco más fuerte, sobre todo si tiene la suerte de encontrar alguna otra víctima. Le vale cualquier tipo de sangre, animal o humana. Cualquiera que encuentre a solas en la oscuridad será una presa fácil. No le costará aterrorizarla y someterla. Con el tiempo encontrará a Alice, y a partir de ese momento se mantendrá cerca de ella en todo momento, excepto durante las horas de luz, en que probablemente se mantenga bajo tierra. Las criaturas de lo Oscuro raramente se aventuran a salir a la luz del sol. Pero con la Pesadilla libre y recuperándose, todo el condado debería tener miedo al caer la noche.
—¿Cómo empezó todo, mamá? El señor Gregory me dijo que el rey Heys, de los Pequeños, tuvo que sacrificar a sus hijos y entregárselos a la Pesadilla, pero que de algún modo el último hijo consiguió apresarla.
—Es una triste historia. Lo que les sucedió a los hijos del rey es terrible. Pero creo que es mejor que lo sepas para que entiendas a lo que te enfrentas. La Pesadilla vivía en los túmulos de Heysham, entre los huesos de los muertos. Primero se llevó al hijo mayor para usarlo como juguete, arrancándole los pensamientos y los sueños de la mente hasta que no le quedo más que sufrimiento y una profunda desesperación. Y así siguió, hijo tras hijo. ¡Piensa en cómo se debió de sentir el padre! Era rey y aun así no podía hacer nada.
Mamá suspiró con tristeza.
—Ninguno de los hijos de Heys sobrevivió más de un mes a aquel tormento. Tres de ellos se tiraron por los despeñaderos cercanos y murieron aplastados contra las rocas. Dos se negaron a comer y se consumieron. El sexto se echó a nadar mar adentro hasta que las fuerzas le fallaron y se ahogó; la marea de la primavera devolvió su cadáver a la orilla. Los seis fueron enterrados en tumbas de piedra talladas en la roca. En otra tumba descansa el cuerpo de su padre, que murió de tristeza poco después que sus seis hijos. Así que sólo Naze, el último de sus hijos, le sobrevivió.
»El rey también era un séptimo hijo, así que Naze era como tú y tenía el don. Era pequeño, incluso para su pueblo, y la sangre de sus antepasados le bullía en las venas. De algún modo, consiguió apresar a la Pesadilla, pero nadie sabe cómo, ni siquiera tu maestro. Después la criatura dio muerte a Naze allí mismo, aplastándolo contra las piedras. Años más tarde, como le recordaban su derrota, la Pesadilla rompió los huesos de Naze en pedacitos y los pasó por la Puerta de Plata, de modo que por fin pudieron enterrar como correspondía al hijo del rey. Sus restos están con los de sus hermanos, en las tumbas de piedra de Heysham; el lugar se llama así en honor al antiguo rey.
Estuvimos un momento sin decirnos nada. Era algo duro de asumir.
—¿Y cómo podemos pararla ahora que está suelta, mamá? pregunté, rompiendo el silencio—. ¿Cómo podemos matarla?
—Deja eso en manos del señor Gregory, Tom. Tú ayúdale a volver a Chipenden y a ponerse en forma y recuperarse. Él sabrá lo que hay que hacer. Lo más fácil sería apresarla de nuevo, pero aun así seguiría siendo capaz de hacer el mal, cada vez más, como en los últimos años. Si pudo materializarse en carne antes, en la profundidad de las catacumbas, lo volverá a hacer; y en poco tiempo, a medida que aumente su fuerza, adoptará su forma natural, corrompiendo a todo Priestown y al condado. Así que, aunque estaríamos más seguros si estuviera apresada, no es una solución definitiva. Tu maestro tiene que descubrir cómo acabar con ella, por el bien de todos nosotros.
—Pero ¿y si no se recupera?
—Esperemos que lo haga, porque la labor es más grande de lo que quizá seas capaz de asumir de momento. Verás, hijo, allá donde vaya Alice, la usará para hacer daño a los demás, así que tu maestro no tendrá otra opción que la de meterla en una fosa.
Mamá parecía azorada. Entonces, de pronto hizo una pausa y se puso una mano en la frente y se apretó los ojos como si tuviera un repentino dolor de cabeza.
—¿Te encuentras bien, mamá ?
Asintió y sonrió a duras penas.
—Siéntate un momento y espérate, hijo. Tengo que escribir una carta para que te la lleves.
—¿Una carta? ¿Para quién?
Me senté en una silla junto al fuego, observando las llamas mientras mamá escribía en la mesa. Me preguntaba qué estaría escribiendo. Cuando acabó, se sentó en su mecedora y me pasó el sobre. Estaba precintado y en el anverso tenía escrito «Para mi hijo menor, Thomas J. Ward».
Me quedé atónito. Me había imaginado que sería una cana para que el Espectro la leyera cuando se encontrara mejor,
—¿Por qué me escribes, mamá? ¿Por qué no me dices ahora lo que tienes que decirme?
—Porque todo lo que hacemos cambia las cosas, hijo —respondió mi madre, pasándome la mano suavemente sobre el brazo izquierdo—. Ver el futuro es peligroso, y comunicar lo que se ve es doblemente peligroso. Tu maestro debe seguir su camino. Debe encontrar sus propias soluciones. Todos tenemos nuestra propia voluntad. Pero nos acecha un tiempo de sombras, y debo hacer todo lo que esté en mi mano para evitar lo peor. No abras la carta hasta que te encuentres en un momento de gran necesidad, cuando te parezca que no hay esperanza. Confía en tu instinto. Cuando llegue el momento, lo sabrás; aunque ruego por el bien de todos que nunca llegue. Hasta entonces, mantenla a buen recaudo.
Obedecí y me la metí en el bolsillo de la chaqueta.
—Ahora sígueme —añadió—. Tengo algo más para ti.
Por el tono de su voz y su extraño gesto, adiviné dónde nos dirigíamos. Y no me equivoqué. Con la palmatoria de latón en la mano, me condujo escaleras arriba, a su almacén privado, la habitación cerrada con llave que había justo debajo del desván. Allí no entraba nadie más que mamá. Ni siquiera papá. Yo había estado con ella un par de veces cuando era niño, pero apenas me acordaba.
Sacó una llave del bolsillo y abrió la puerta. Entró y la seguí. La habitación estaba llena de cajas y cofres. Yo sabía que ella entraba allí una vez al mes. Lo que no podía imaginarme era lo que hacía dentro.
Mamá atravesó la habitación y se detuvo ante un gran arcón que había junto a la ventana. Entonces se me quedó mirando fijamente hasta que me sentí algo incómodo. Era mi madre y la quería, pero desde luego no me habría gustado ser su enemigo.
—Has sido aprendiz del señor Gregory casi seis meses, de modo que has tenido tiempo suficiente para ver las cosas por ti mismo. Y a estas alturas, las criaturas de lo Oscuro te han visto y te intentarán dar caza. Así que estás en peligro, hijo, y durante un tiempo ese peligro seguirá aumentando. Pero tú también estás creciendo. Estás creciendo a gran velocidad. Cada vez que respiras, cada latido de tu corazón te hace más fuerte, más valiente, mejor. John Gregory ha estado luchando contra lo Oscuro durante años, allanándote el camino. Y es que cuando seas un hombre, hijo mío, será la oscuridad la que esté amenazada, porque entonces serás tú el cazador, no la presa. Para eso le di la vida.
Me sonrió por primera vez desde que habíamos entrado en la habitación, pero era una sonrisa triste. Entonces, levantando la tapa del arcón, acercó la vela para que pudiera ver lo que había dentro.
Una larga cadena de plata con eslabones perfectos brillaba bajo la luz de la llama.
—Cógela —dijo mamá—. Yo no puedo tocarla.
Me estremecí ante aquellas palabras, porque algo me dijo que aquélla era la misma cadena con la que habían atado a mamá a la roca. Papá no había mencionado que fuera de plata, omisión crucial, porque las cadenas de plata se usaban para atar brujas. Era una herramienta importante para un espectro. ¿Significaría aquello que mamá era una bruja? ¿Quizá una lamia como Meg? La cadena de plata, la forma en que había besado a mi padre... Todo aquello me resultaba muy familiar.
Levanté la cadena y la sopesé. Era fina y ligera, de mejor calidad que la del Espectro, con mucha más plata en la aleación.
—Sé que tu padre te ha contado cómo nos conocimos —dijo de pronto, como si adivinara mis pensamientos—. Pero recuerda esto siempre, hijo: nadie es del todo bueno o del todo malo, todos estamos en algún punto intermedio. Y llega un momento en la vida de todos en que damos un paso importante, hacia la luz o hacia la oscuridad. Puede ser por alguna persona importante que se cruza en nuestro camino. Gracias a lo que tu padre hizo por mí, yo fui en la dirección correcta, y por eso estoy ahora aquí. Esa cadena ahora te pertenece. Así que guárdala y mantenía a buen recaudo hasta que la necesites.
Enrollé la cadena alrededor del puño y me la metí en el bolsillo interior, junto a la carta. Después, mamá cerró la tapa, salimos de la habitación y esperé a que cerrara la puerta.
Al llegar abajo, recogí el paquete de bocadillos y me dispuse a marcharme.
—¡Vamos a echarle un vistazo a esa mano antes de que te vayas!
Se la mostré, y mamá desató los hilos con cuidado, retiran do las hojas. La quemadura parecía estar curándose.
—Esa niña sabe lo que hace —admitió—. Tengo que reconocerlo. Ahora deja que le dé el aire, y en unos días estará perfectamente.
Mamá me abrazó y, después de darle las gracias de nuevo abrí la puerta trasera y salí al exterior. Estaba cruzando el campo, dirigiéndome a la valla exterior, cuando de pronto oí el ladrido de un perro y vi una figura que se me acercaba en la oscuridad.
Era Jack. Cuando se acercó, a la luz de las estrellas vi que tenía en la cara un gesto de rabia.
—¿Te crees que soy tonto? —gritó—. ¿Es eso? ¡Los perros no han tardado ni cinco minutos en encontrarlos!
Miré a los dos perros, que se escondían tras las piernas de Jack. Eran perros de campo y no eran mansos, pero me conocían y yo esperaba algún tipo de saludo. Por algún motivo, estaban muy asustados.
—Ya puedes mirarlos bien —espetó Jack—. Aquella niña les silbó y les escupió, y salieron corriendo como si el Diablo les estuviera retorciendo el rabo. Cuando le dije que se fuera de allí, tuvo la desfachatez de decirme que no era mi propiedad y que no me incumbía.
—El señor Gregory está enfermo, Jack. No tenía otra opción que pedirle ayuda a mamá. Los dejé fuera de los terrenos de la granja. Sé lo que piensas, así que hice lo que pude.
—Seguro que sí. Soy un hombre adulto y he tenido que ver cómo mamá me mandaba ir a la cama. ¿Cómo crees que me sienta eso? Y además, delante de mi mujer. A veces me pregunto si la granja realmente me pertenecerá algún día.
Yo también estaba cada vez más furioso y habría querido decirle que probablemente sería suya antes de lo que se pensaba. Todo sería suyo en cuanto papá muriera y mamá volviera a su lugar de origen. Pero me mordí la lengua y no dije nada.
—Lo siento, Jack, pero tengo que irme —respondí, dirigiéndome hacia la cabaña donde había dejado a Alice y al Espectro. A los pocos pasos me di la vuelta, pero Jack ya me daba la espalda y se dirigía a casa.
Nos pusimos en marcha sin decir palabra. Tenía mucho en lo que pensar, y me pareció que Alice lo sabía. El Espectro se limitaba a mirar a la nada, pero parecía que caminaba mejor y ya no necesitaba apoyarse en nosotros.
Una hora más o menos antes de que saliera el sol, rompí el silencio.
—¿Tienes hambre? —pregunté—. Mamá nos ha preparado algo de desayuno.
Alice asintió, y nos sentamos en un terraplén de hierba para comer. Ofrecí algo de comida al Espectro, pero me apartó el brazo de un manotazo. Al cabo de un momento se apartó un poco y se sentó en un murete, como si no quisiera estar cerca de nosotros; o por lo menos, de Alice.
—Parece que está más fuerte. ¿Qué le hizo mi madre? —pregunté.
—Le lavó la frente y lo miró fijamente a los ojos. Luego le hizo beber una poción. Yo me mantuve apartada, y ella ni siquiera me miró.
—Eso es porque sabe lo que has hecho. Tuve que decírselo. A mi madre no puedo mentirle.
—Hice lo que hice por el bien de todos. Le pagué con su misma moneda, y salvé a esa gente. También lo hice por ti, Tom, para que pudieras recuperar al viejo Gregory y seguir con tus estudios. Eso es lo que quieres, ¿no? ¿No he hecho lo correcto?
No respondí. Alice había evitado que el Inquisidor quemara a gente inocente. Había salvado muchas vidas, incluida la del Espectro. Había hecho muchas cosas, y todas eran buenas. No, no era lo que había hecho, sino cómo lo había conseguido. Quería ayudarla, pero no sabía cómo hacerlo.
Ahora Alice pertenecía a lo Oscuro, y cuando el Espectro recuperara las fuerzas, querría meterla en una fosa. Ella lo sabía, y yo también.