1936
Margarita Xirgu se ausenta de España
Convocadas las elecciones a Cortes para el 16 de febrero, las fuerzas democráticas consideran que, para no repetir el fracaso de 1933, tendrán que ir unidas a los comicios. Sólo así existirá la posibilidad de vencer. Por ello, y siguiendo la pauta establecida por la Internacional Comunista en el verano de 1935, el 15 de enero se firma, después de una intensísima semana de negociaciones, el luego famoso pacto del Frente Popular. Participan Izquierda Republicana (el partido de Manuel Azaña), Unión Republicana (el de Marcelino Domingo), la Esquerra catalana, el Partido Socialista Obrero Español y el Partido Comunista; pero no los anarquistas. Se establece un programa mínimo: la vuelta a la política religiosa, educativa y regional del primer bienio de la República; una reforma agraria más eficaz y rápida; y —cuestión candente— la amnistía para los 30.000 presos políticos de 1934.[1]
Las cinco semanas de la campaña electoral son vividas por los españoles en un ambiente de extraordinaria crispación. José María Gil Robles, jefe de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), es presentado por la propaganda de la coalición conservadora como una suerte de Mussolini español, que salvará al país del peligro comunista, representado por el Frente Popular. Las izquierdas lo ven clarísimo: Gil Robles es el «Papa Negro del bienio negro».[2] En cuanto a la Falange Española de las JONS, capitaneada por José Antonio Primo de Rivera, que ya había empezado a prepararse activamente el verano pasado para la guerra civil,[3] ahora se muestra cada día más agresiva.
Este mismo mes de enero ocurre un suceso que, aunque Lorca lo toma a broma, revela no obstante hasta qué punto es capaz su obra de ofender a las derechas. Se trata de la llegada de una citación judicial en relación con el «Romance de la Guardia Civil española», que un teniente coronel de la Benemérita, a quien Federico no conoce, ha denunciado por ofensivo. Manuel Iglesias Corral, fiscal general de la República y por consiguiente jefe del Ministerio Fiscal, recordará años después aquel insólito caso. Informado por los fiscales de la disposición del absurdo proceso, y después de hojear el expediente, Iglesias Corral consiguió que se anulara cualquier actividad procesal o judicial contra el autor del Romancero gitano. «Recuerdo, muy bien —ha escrito—, que en aquellas horas se fijó en mi mente la imagen del juez que había puesto en la cárcel a Cervantes».[4] El periodista Antonio Otero Seco, por su parte, describiría cómo acompañó a Lorca por aquellos días al Juzgado de Buenavista. Iba con ellos el abogado del poeta, Juan de Leyva y Andía, y no le fue difícil a Lorca convencer al fiscal de la intención puramente literaria del romance (lo cual, por supuesto, no era del todo cierto). El querellante pedía —diría Federico, riéndose— «poco menos que mi cabeza».[5]
A principios de febrero llega desde Barcelona el prestigioso crítico de teatro argentino Pablo Suero, que había tratado a Federico dos años antes en Buenos Aires. Suero declara en Madrid, donde conecta otra vez con el poeta, su extraordinaria satisfacción por haber promocionado a Lorca desde las columnas de la prensa rioplatense, contribuyendo con ello a su éxito. Ha venido a España para descansar del verano argentino y entrevistar a políticos, literatos, gentes de teatro y «mujeres intelectuales y políticas», con la idea de ofrecer a sus lectores argentinos un panorama español actual. También cubrirá las elecciones.[6]
Católico liberal, Suero tiene convicciones profundamente democráticas y se siete solidario del grupo de jóvenes poetas y escritores que están apoyando la República en estos momentos críticos.
Un día Federico le lleva a conocer a sus padres. En el piso de la calle de Alcalá el argentino se encuentra con que allí todos son «partidarios» de Azaña y hablan con veneración de Fernando de los Ríos. «Los padres de Federico son agricultores ricos de la Vega de Granada —apunta—. No obstante, están con el pueblo español, se duelen de su pobreza y anhelan el advenimiento de un socialismo cristiano». Doña Vicenta, cuyo «gran carácter» llama la atención al periodista, está preocupada por el resultado de las elecciones que se avecinan. «Si no ganamos, ¡ya podemos despedirnos de España! —exclama—. ¡Nos echarán, si es que no nos matan!».
Cuando Suero conoce a los padres de Federico acababa de publicarse Bodas de sangre en las primorosas «Ediciones del Árbol», de Cruz y Raya, dirigidas por José Bergamín.[7] Ello dio pie a que se entablara entre el periodista y doña Vicenta una discusión acerca de la manía del poeta de no dar su obra a la imprenta. Según se entera Suero, el manuscrito de Bodas de sangre le había sido arrancado casi a la fuerza a Federico por el filólogo granadino José Fernández-Montesinos (lo cual nos recuerda el caso de Libro de poemas en 1921), para entregarlo al editor. Doña Vicenta se muestra de acuerdo con el crítico: a Federico hay que sacarle todos los papeles y darlos a la imprenta. «Así habrá que hacer —dice— con Yerma, con La zapatera prodigiosa, con los Poemas de Nueva York, con El duende y otras conferencias y con los libros que tiene entre manos».[8]
De hecho, por estas mismas fechas se han publicado dos nuevas obras de Federico. El 27 de diciembre de 1935 se terminan de imprimir en Santiago de Compostela los Seis poemas galegos (Editorial Nos), al cuidado de Eduardo Blanco-Amor, quien prologa la colección sin mencionar para nada la participación en la creación de los poemas de Ernesto Guerra da Cal y suprime la dedicatoria a éste de la «Cantiga de neno da tenda».[9] La plaquette tarda algunos meses en llegar a Madrid, donde causará cierta extrañeza entre la gente de letras. Para Guillermo de Torre, por ejemplo, se trata de un libro imprevisto, de una muestra más del virtuosismo de Lorca, «que llega hasta lo lingüístico».[10] Luego, el 28 de enero, el impresor-poeta Manuel Altolaguirre termina la tirada para su colección Héroe de las Primeras canciones (1922), que integran varias composiciones pertenecientes, señala una nota del editor, «a un libro de adolescencia aún no ordenado por su autor, importantísimo para el ulterior desarrollo de su mundo poético». Se trata de las Suites, que tanto ocuparon al poeta entre 1920 y 1924 y que, fracasado el intento de publicación por Emilio Prados en 1926-1927, estaban todavía en su gran mayoría inéditas. Estos poemas, según la nota mencionada, son «anticipo de más extenso y representativo conjunto».[11] En efecto, durante los últimos años de su vida Lorca dice repetidas veces que tiene el proyecto de editar las Suites, colección por la que siente un extraordinario cariño.
En estos días preelectorales habla, en la ya mencionada entrevista con Antonio Otero Seco —no publicada hasta empezada la guerra—, de sus múltiples proyectos literarios y editoriales. Afirma que está listo para la imprenta Poeta en Nueva York, que dice entregará pronto, y que también tiene preparados Tierra y luna, Diván del Tamarit, Odas, Poemas en prosa y Suites. En cuanto a su teatro, los editores le piden constantemente Yerma y otros títulos. Indica que ha terminado «un drama social, aún sin título, con intervención del público de la sala y de la calle, donde estalla una revolución y asaltan el teatro» —se trata, con toda probabilidad, no de El público, sino de la llamada Comedia sin título, de la que luego se hablará—, «una comedia andaluza, de la vega granadina, con “cantaores” —quizá Los sueños de mi prima Aurelia, comedia de la que sólo se conoce un acto—», y La sangre no tiene voz, drama ya mencionado por el poeta el 15 de noviembre de 1935 en su entrevista con El Mercantil Valenciano. «Esta última obra —explica ahora— tiene por tema un caso de incesto. Y por si al saberlo se asustan los tartufos, bueno será advertirles que el tema tiene un ilustre abolengo en nuestra literatura desde que Tirso de Molina lo eligió para una de sus magníficas producciones».[12] Se refería al drama La venganza de Tamar, obra que ya ha influido en su romance inspirado por la célebre violación bíblica.
El 17 de enero Margarita Xirgu, después de pasar por Logroño (11 a 15 de enero), ha abierto una breve temporada en el teatro Arriaga de Bilbao, donde representa La dama boba de Lope de Vega en la versión de Lorca, y luego Doña Rosita la soltera y Yerma.[13]
Antes de reunirse con Margarita en Bilbao, como tiene prometido, el poeta se desplaza en coche a Zaragoza, el 19 de enero, para entrevistarse con otra actriz, también famosa, la sevillana Carmen Díaz.
En torno a esta visita a la capital aragonesa hay alguna confusión. Antes de abandonar Barcelona, Lorca le había manifestado a Luis Góngora que sólo pasaría un breve rato con la Xirgu en México porque quería acabar varias obras en las que tenía puesta mucha fe, «y hacer que se estrenen Los muñecos de cachiporra, para los que ha compuesto Federico Elizalde una música que es una maravilla».[14]
El cosmopolita Elizalde, conocido compositor y director de orquesta, nacido en Manila en 1908, se había trasladado a España con su familia en 1916. Dotado de extraordinaria aptitud musical, estudió en San Sebastián con el maestro Manuel Cendoya y luego en Madrid, hasta los trece años, con Pérez Casas. En 1921 pasa un año en Londres, luego ingresa en la Universidad de Stanford, en California. En 1926 regresa a Inglaterra, a la Universidad de Cambridge. Allí pasa tres años y compone varias obras influidas por el jazz. Después de Inglaterra se muda a París, atraído por el deseo de estudiar con Ernesto Halffter, de quien será aventajado discípulo. Y hacia 1934 vuelve a España. No se sabe en qué circunstancias inició su relación con Lorca, pero lo cierto es que los dos no tardaron en compartir una relación cordial.[15]
El 15 de enero de 1936 el Heraldo de Madrid anuncia en su habitual columna de rumores teatrales que, en Zaragoza, Lorca leerá pronto a Carmen Díaz y su compañía la obra Los títeres de cachiporra, que ha conseguido la sevillana gracias a los buenos oficios de Cipriano Rivas Cherif. La misma fuente confirma que la obra tiene ilustraciones musicales de Federico Elizalde, e indica que será estrenada en Madrid, con bailes a cargo del gran Rafael Ortega.[16] En fechas sucesivas —19 de enero y 4 de febrero— los «rumores» del Heraldo de Madrid no desmentirán esta información, anunciándose que Carmen Díaz, que abrirá temporada en el teatro Cómico de Madrid el 31 de enero, estrenará, después de Mi hermana Concha de Quintero y Guillén, Los títeres de cachiporra del poeta granadino, «obra —apunta el periódico— que García Lorca había escrito para ser representada por polichinelas».[17] Pero, de hecho, Carmen Díaz abrirá su temporada madrileña con Dueña y señora, de Adolfo Torrado y Leandro Navarro, y esta nueva comedia tendrá tanto éxito —más de doscientas treinta representaciones seguidas— que no podrá ser cuestión del estreno inmediato de la obra de Lorca.[18]
La prensa zaragozana registra la llegada a la capital aragonesa del poeta y de Elizalde para hablar con Carmen Díaz, comentando que Lorca lee a ésta «algunos episodios» de una obra suya y sale muy satisfecho del teatro.[19] En unas declaraciones recogidas el 26 de enero por El Noticiero de Zaragoza, la actriz declara que cuenta con una obra de Lorca, en prosa y en verso, titulado El poema del café cantante, en la que el poeta «retrata tipos clásicos de mi tierra».[20] La noticia de la lectura ha llegado también a Barcelona. Pero ¿de qué obra se trata? La Rambla expresa su perplejidad el 25 de enero:
No sabemos si se llama, como dicen, Los títeres de cachiporra o si no tiene título aún. Si no es Los títeres de cachiporra la obra que Lorca ha leído a la Díaz, es una que no tiene título y que es del ambiente flamenco del café del Burrero de Sevilla; debe tratarse de un episodio de la vida de la genial gitana bailarina «La Mejorana», que el ilustre autor de Yerma nos explicó cuando estaba en Barcelona, diciéndonos que quería hacer de ella una escenificación.[21]
Si el comentario catalán da a entender que Lorca tenía el proyecto de escribir una obra basada en la vida de la bailarina sevillana, y la entrevista zaragozana que ésta pudiera llamarse El poema del café cantante, ni el uno ni la otra desmienten la noticia de que Lorca quería primero que Carmen Díaz le estrenara la versión de Los títeres de cachiporra orquestada por Federico Elizalde. Además habló con Pura Maórtua de Ucelay de la nueva versión de Los títeres que iba a entregar a la famosa actriz. La fundadora de Anfistora expresó su extrañeza ante el hecho de que quisiera dar la obra a una artista como Carmen Díaz, intérprete, en opinión suya, de una Andalucía falsa, superficial, muy ajena a la de la obra lorquiana.[22]
Por las razones que fuesen, pronto surgieron dificultades entre Lorca y Carmen Díaz para el estreno de Los títeres de cachiporra, si hemos de creer otro «rumor» del Heraldo de Madrid. Según éste, el poeta ya no dará esta obra a la actriz sevillana si no se contrata a varios artistas flamencos de su elección, entre ellos a Rafael Ortega, que se encuentra entonces en América con la compañía de La Argentinita. Incluso parece que existe la posibilidad de que, a la vuelta de éstos, Lorca forme con ellos una compañía propia para estrenar Los títeres de cachiporra —«entre ballet y comedia»— en Madrid, y luego llevar la obra a provincias y al extranjero.[23]
El último «rumor» que poseemos acerca de la frustrada colaboración del poeta y la actriz sevillana es el recogido por el Heraldo de Madrid tres meses después, el 17 de junio. De acuerdo con éste, Carmen Díaz cuenta todavía con una obra de Lorca titulada El poema del café cantante, en la cual el poeta «retrata tipos clásicos de Andalucía».[24]
Se puede añadir que distintas fuentes solventes confirman que Federico Elizalde había terminado ya en 1935 la música de Los títeres de cachiporra, música, por lo visto, nunca estrenada ni publicada, y cuya partitura se desconoce.[25]
Lorca es fiel a su cita con Margarita Xirgu en Bilbao, y el domingo 26 de enero por la mañana los dos ofrecen un recital en la sociedad El Sitio de la capital vizcaína, entidad de sólido abolengo liberal. Federico lee magistralmente cuatro poemas del Romancero gitano, entusiasmando a la concurrencia, y la actuación de Margarita es asimismo muy aplaudida.[26] Dos noches después, la actriz se despide de Bilbao con una representación de Bodas de sangre. Finalizada ésta, el poeta ha de salir al escenario a recibir los fervorosos aplausos del público que abarrota el Arriaga.[27]
Se había anunciado que pronunciaría la tarde del 30 en el Ateneo bilbaíno su conferencia «Juego y teoría del duende», pero aquella mañana la prensa informa que el acto ha sido suspendido debido a «causas imprevistas» que han obligado al poeta, a última hora, a salir precipitadamente para Madrid.[28]
¿Qué había pasado? Margarita Xirgu declararía trece años después que Federico «no quiso acercarse al mar por el que habíamos de alejarnos y se despidió de mí en Bilbao, repitiéndome una vez más que en abril iría a reunirse conmigo».[29] Cuando al día siguiente, 30 de enero, actúa por última vez en España —La dama boba y Yerma, en el Coliseum de María de Lisarda de Santander—,[30] Federico ya ha vuelto a Madrid. Parece probable que después de haberse separado de su querida Margarita, a quien tanto debía, le resultara intolerable quedarse un momento más en Bilbao. De todas maneras, no se sabe de otra causa que hubiera hecho necesaria su atropellado regreso a la capital, con el cual decepcionó a los miembros del Ateneo.
El Orinoco, buque alemán, zarpa para La Habana el 31 de enero con Margarita Xirgu y su compañía a bordo.[31] El poeta y la actriz nunca se volverán a encontrar. Durante los próximos meses Margarita tratará en vano de convencer a Federico de que se reúna con ella en México, pero sin éxito. Está inmerso en tantos proyectos que ausentarse de Madrid le es prácticamente imposible, y también, por otro lado, la idea de separarse de Rafael Rodríguez Rapún le resulta, cabe suponerlo, intolerable.
Asesinado ya Federico, el recuerdo de aquella despedida en Bilbao obsesionará a Margarita, y de poco consuelo le servirán los cariñosos versos que un día le había dedicado el poeta:
Si me voy, te quiero más,
Si me quedo, igual te quiero.
Tu corazón es mi casa
Y mi corazón tu huerto.
Yo tengo cuatro palomas,
Cuatro palomitas tengo.
Mi corazón es tu casa
¡y tu corazón mi huerto![32]
El poeta con el Frente Popular
Faltan dos semanas para las elecciones y Madrid es un hervidero. Entre los intelectuales que apoyan en actos y discursos al Frente Popular ocupan un lugar destacado la deslumbrante pareja que forman Rafael Alberti y María Teresa León, que han vuelto a la capital española en diciembre después de una larga estancia en América y Rusia. El 9 de febrero, último domingo antes de la celebración de los comicios y día de frenética actividad política a lo largo y a lo ancho del país, unos cien amigos de Rafael y María Teresa les ofrecen una comida en los locales del café Nacional, en la calle de Toledo.[33] Durante la comida —a la que asisten, entre los poetas, Pablo Neruda, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre y León Felipe— Lorca da lectura a un manifiesto frentepopulista que, encabezado por él, será publicado el 15 de febrero —día anterior a las elecciones— en el diario comunista Mundo Obrero.
El documento, titulado «Los intelectuales, con el Bloque Popular», lleva más de trescientas firmas e insiste en la necesidad de que el país vuelva a tener «un régimen de libertad y de democracia, cuya ausencia se deja sentir lamentablemente en la vida española desde hace dos años». Es una llamada al sentido común y a la responsabilidad de las fuerzas democráticas, y termina así: «No individualmente, sino como representación nutrida de la clase intelectual, confirmamos nuestra adhesión al Frente Popular, porque buscamos que la libertad sea respetada, el nivel de vida ciudadano elevado y la cultura extendida a las más extensas capas del pueblo».[34]
Se trata del anhelo de recuperar el dinamismo e idealismo de 1931, cuando con la pacífica llegada de la República todo parecía indicar que había sonado la hora de la Nueva España. Sin embargo, el desastre electoral de 1933 había entorpecido grandemente la democratización del país. Ahora se presentaba la ocasión de corregir la situación. Pero ¿sería capaz el Frente Popular de contrarrestar la indudable fuerza de la coalición derechista acaudillada por Gil Robles? La victoria no estaba ni mucho menos asegurada.
Durante el homenaje a Rafael Alberti y María Teresa León se pidió a los escritores presentes que prestasen activo apoyo a la labor de las recientemente creadas Bibliotecas Populares. Dos días después, el 11 de febrero, Lorca participa en un acto de la Asociación Auxiliar del Niño, de la cual es fundador —así como de una biblioteca infantil y de un club de niños—,[35] acto celebrado en un salón del hotel Ritz y que tiene como fin, precisamente, recoger fondos para dichas bibliotecas de difusión popular. Lee y comenta varios poemas y luego —como recordará uno de los presentes, el arquitecto Luis Lacasa—, subasta un ejemplar del Romancero gitano, haciendo que la puja llegue a varios cientos de pesetas. «Sabía muy bien Federico que éste era un acto político, sabía muy bien qué finalidad tenía —subraya Lacasa—. Nunca se hubiera prestado a hacer algo semejante para nuestros enemigos». Del acto ha quedado un testimonio fotográfico.[36]
A pesar de su participación en tantos actos públicos, Federico no dejaba de escribir. El 12 de febrero el Heraldo de Madrid, siempre bien informado acerca de sus actividades, recogía en la «Sección de rumores» de su página teatral unas valiosas indicaciones al respecto:
SE DICE:
— Que el gran poeta Federico García Lorca, uno de los grandes prestigios de España, trabaja febrilmente.
— Que está terminando el segundo acto de una obra ultramoderna en la que maneja los más audaces procedimientos y sistemas teatrales.
— Que el espectador no irá a ver lo que pasa, sino a sentir lo que «les pasa».
— Que el escenario y la sala están unidos en el desarrollo de la obra.
— Que la obra es sumamente fuerte; y en previsión de no poderla estrenar en España ha entablado relaciones con una compañía argentina, que la estrenará en Buenos Aires.
— Que la obra no tiene título aún, pero que el que más le cuadraría hubiese sido «La vida es sueño».
— Que ese título ya lo «utilizó» Calderón…
— Que, de todas formas, el título será parecido a ése.
— Que la intensidad emocional de la obra va en aumento y que los espectadores que no puedan mantener el control de sus nervios harán bien en abandonar la sala.
— Que la obra trata de un problema social agudo y latente.
— Que la obra está resuelta de un modo sorprendente.[37]
A Pablo Suero le lee el poeta por estas fechas el primer acto de esta «obra ultramoderna», que el crítico teatral argentino considera «infinitamente superior a todo lo que Kaiser y Toller han hecho en este género». «Le dije a Federico —apunta en España levanta el puño— que nos situaba con esa obra frente a un teatro nuevo, que confundía escenario, público y calle».[38] Margarita Xirgu, hablando con Suero en Buenos Aires en 1937, recordaría por su parte que a ella también le había leído Federico aquel acto en una fonda de la calle de la Luna (se trata de Casa Pascual, Luna, 16, famosa por sus cochinillos, que el poeta frecuentaba asiduamente entonces).[39] De no fallarle la memoria a la ilustre actriz en cuanto al lugar de la lectura, y toda vez que al embarcarse en Bilbao el 30 de enero de 1936 ella llevaba casi cinco meses ausente de Madrid, cabe deducir que el poeta le leyó el acto a principios de septiembre de 1935.
La fecha corresponde, además, con otra lectura de la obra ofrecida a la actriz en el parador de Gredos. Recordándola en 1949, Margarita facilitó una detallada descripción del primer acto de la misma. En cuanto al segundo, «apenas abocetado», Lorca le había leído algunas escenas. Según la Xirgu, «se desarrollaba en el depósito de cadáveres, adonde iban Titania y el poeta». Del tercero, Federico no había escrito todavía nada, pero le explicó que «se situaría en el cielo, con ángeles andaluces vestidos con faralaes».[40]
La entrevista del poeta con el periodista Antonio Otero Seco, ya aludida, confirma los «rumores» del Heraldo acerca de esta revolucionaria comedia en que trabaja tan febrilmente Lorca… comedia hasta ahora «sin título» pero que ya casi tiene uno, el calderoniano La vida es sueño. Parece ser que unos meses después el poeta optó por el título El sueño de la vida: así por lo menos lo sugiere otro rumor recogido por el mismo periódico el 29 de mayo, y según el cual Lorca ya llevaba su «drama social» muy adelantado.[41]
El primer acto de dicha obra no será publicado hasta 1976, cuarenta años después de la muerte del poeta.[42] El borrador, sin fecha, no lleva título (el de Casa de maternidad, que figura al principio, tachado, no parece corresponder en absoluto a este drama), aunque según el «rumor» recogido por el Heraldo de Madrid, ya mencionado, pudo ser posteriormente El sueño de la vida. La relación temática del acto con El público salta a los ojos: juego shakespeariano del teatro dentro del teatro (aquí, en vez de Romeo y Julieta, Sueño de una noche de verano), confusión de planos entre teatro y público, la revolución que estalla en la calle, voluntad de teatro que se enfrente con la verdad del hombre —el autor, que se identifica explícitamente con el pueblo, explica al público que le ha preparado una encerrona «porque quiere y aspira a conmover vuestros corazones enseñando las cosas que no queréis ver, gritando las simplísimas verdades que no queréis oír»—,[43] y, lo más importante, reivindicación otra vez del derecho a amar libremente, según las necesidades de cada uno. Comentando Sueño de una noche de verano, manifiesta el Autor: «Todo en la obra tiende a demostrar que el amor, sea de la clase que sea, es una casualidad y no depende de nosotros en absoluto. La gente se queda dormida, viene Puk el duendecillo, les hace oler la flor y, al despertar, se enamoran de la primera persona que pasa aunque estén prendados de otro ser antes del sueño. Así la reina de las hadas, Titania, se enamora de un campesino con cabeza de asno».[44]
No cabe duda de que la creencia en la accidentalidad del amor aquí expuesta por el Autor corresponde exactamente a la de Lorca, como ha confirmado Rafael Martínez Nadal recordando una conversación de 1936 con el poeta.[45]
Aparece en la obra un personaje, el Espectador 2.°, en quien Lorca encarna la mentalidad clerical-ultraderechista española. Éste se empeña en creer todos los bulos que circulan respecto a las atrocidades cometidas por la clase trabajadora («En una revolución de hace muchos años sacaron los ojos a trescientos niños, algunos de pecho»),[46] se encarga él mismo de matar a un obrero («¡Buena caza! Dios me lo pagará. Bendito sea en su sacratísima venganza»),[47] y es un machista redomado para quien la mujer no es sino un objeto y que desea la vuelta de los viejos tiempos en que las concubinas eran baratas.[48] Es decir, representa una mentalidad que desprecia Lorca… y que será responsable de su muerte unos meses después.
El 14 de febrero, en vísperas ya de las elecciones, los incansables Rafael Alberti y María Teresa León organizan un homenaje popular a Ramón del Valle-Inclán, fallecido el 5 de enero, en el teatro de la Zarzuela. En el acto, patrocinado por el Ateneo y de marcado cariz político, participa Lorca, como era de esperar, dado su compromiso con el Frente Popular y la simpatía que sentía por el gran autor gallego, a pesar de algunas diferencias. El programa se divide en dos partes. En la primera, tras un discurso de María Teresa León, Lorca lee («con sabroso acento expresivo», según el Heraldo de Madrid), el prólogo de Rubén Darío a una obra de Valle-Inclán, Voces de gesta —«Del país del sueño, tinieblas, brillos…»—, luego, asimismo del poeta nicaragüense, el famoso «Soneto autumnal al marqués de Bradomín» y el que empieza «Este gran don Ramón, de las barbas de chivo». También participan en el acto Luis Cernuda y Rafael Alberti.[49]
Después se representa, por primera vez en público, el esperpento de Valle-Inclán Los cuernos de don Friolera, montado por la compañía Nueva Escena, integrada en parte por actores del Club Anfistora de Pura Maórtua de Ucelay, con escenografía de Manuel Fontanals. Llevaba Anfistora varias semanas ensayando la feroz sátira anticastrense, con explícito permiso de Valle-Inclán —a quien había gustado el montaje de Peribáñez—, pero, muerto el dramaturgo, su viuda había pedido a Pura Maórtua que se aplazara el estreno, pues no quería que provocara un escándalo político. Anfistora tuvo que acceder oficialmente a los deseos de la viuda, pero varios actores del grupo, en desacuerdo con el aplazamiento, se integraron en Nueva Escena y montaron por su cuenta la obra.[50]
El esperpento impresiona fuertemente a un público alerta ante los rumores de un próximo golpe militar. Al día siguiente el diario comunista Mundo Obrero comenta que Valle-Inclán fue «gran amigo del pueblo, de los perseguidos, de los presos, de los revolucionarios» y que, por serlo, «lo era también de la Unión Soviética».[51]
Entre el público que acude al teatro Español está Ignacio Agustí, mandado por L’Instant de Barcelona para cubrir las elecciones. Allí ve a Lorca, que le dice que no puede ir todavía a reunirse con Margarita Xirgu en América.[52] La actriz acaba de llegar este mismo 14 de febrero a La Habana. Preguntada por un redactor del Diario de la Marina qué gran figura se apunta ya en el teatro español, la contestación es contundente: «Hay una que ha cuajado ya: la de Federico García Lorca. Ya verán ustedes Yerma, Bodas de sangre, Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores. Eso es teatro pleno, logrado. Es la observación directa de la realidad española, pero elevada al plano artístico por un soplo de poesía».[53] Aquella noche Margarita abre su temporada en el habanero teatro Principal con La dama boba, en la versión de Lorca, y la siguiente, el 15 de febrero, estrena, con extraordinario éxito, Yerma. Los cubanos no han olvidado la visita del poeta seis años antes, y ahora, ante la revelación de la obra escénica del granadino, la crítica se extasía.[54] Ecos de este éxito, que será seguido por el de las otras obras lorquianas, llegan pronto a España, así como numerosos telegramas y cartas de Margarita en los cuales la actriz no deja de instar a Lorca para que se reúna con ella en tierras americanas.
El domingo 16 de febrero de 1936 España va a las urnas. Los resultados definitivos dan al Frente Popular una estrechísima mayoría numérica absoluta, pero ésta, conforme a las bonificaciones previstas en la ley electoral vigente, otorga a la coalición de izquierdas 267 escaños y a las derechas sólo 132. La euforia republicana e izquierdista registrada en todo el país recuerda la ocasionada por la llegada de la «Niña» cinco años antes. El primer acto del nuevo Gobierno, bajo la presidencia de Manuel Azaña, es soltar a los 30.000 presos todavía encerrados a consecuencia de los acontecimientos revolucionarios de 1934. Las escenas en las puertas de las cárceles son delirantes.[55]
La reacción de las derechas no se hace esperar. Anonadadas por la derrota de Gil Robles en las urnas, empiezan ahora a virar cada vez más hacia el fascismo puro y duro. Quienes antes se han negado a financiar la violencia, ahora comienzan a creer que la «dialéctica de los puños y pistolas», propuesta por José Antonio Primo de Rivera durante el acto fundacional de Falange Española en 1933, puede ser ya la única viable. Hay una desbandada de las Juventudes de la CEDA hacia Falange Española, y durante los próximos meses las calles de España, especialmente las de Madrid, verán caer una larga cadena de víctimas.[56]
Se solía hablar, en tiempos de Franco, de una secreta amistad entre Lorca y Primo de Rivera. Pero lo cierto es que si bien el jefe de la Falange admiraba la obra del granadino —lo que está demostrado—, no hubo entre los dos nada que se pareciera a una relación estrecha, y sólo coincidirían en una o dos ocasiones antes del 16 de febrero de 1936. ¿Y después? El día 21 se estrena en el teatro Lara de Madrid una obra de Felipe Ximénez de Sandoval y Pedro Sánchez Neyra, Hierro y orgullo. El primero es falangista e íntimo amigo de José Antonio Primo de Rivera. Conoce y admira a Lorca. Al constatar la presencia en el teatro de ambos amigos, quiere que se hablen, pero el poeta se niega a conversar con Primo de Rivera.[57]
En otra ocasión es Pepe Caballero quien observa la renuencia de Lorca a tener contacto alguno con el jefe de Falange Española. Mientras van por la calle una tarde pasan delante de una sala donde está teniendo lugar un acto falangista en el cual interviene Primo de Rivera. Invitados por Tomás Borrás a pasar, Lorca se disculpa, inventando cualquier excusa. Después le explica al joven pintor que no quiere tener nada que ver con la organización dirigida por el hijo del dictador.[58]
Parece ser, a pesar de todo ello, que en una ocasión Lorca alardeó de ser amigo del jefe de la Falange. Fue el 8 de marzo de 1936 en San Sebastián, donde la noche antes, en el Ateneo, el granadino había leído y comentado poemas del Romancero gitano. Al llegar el joven poeta izquierdista Gabriel Celaya al hotel Biarritz, donde le había citado Lorca, se molestó enormemente al constatar que Federico estaba acompañado del arquitecto José Manuel Aizpurúa, destacado falangista de la ciudad. Ante la consternación de Lorca, Celaya se niega a darle la mano a Aizpurúa o a dirigirle la palabra. Cuando se despide el falangista, Federico se encara con Celaya, a quien ha conocido en la Residencia de Estudiantes de Madrid, y le pregunta por las razones de su comportamiento. «Yo trataba de explicarle con frenesí, quizá con sectarismo —ha recordado Celaya—, y él, incidiendo en lo humano, trataba de explicarme que Aizpurúa era un buen chico, que tenía una gran sensibilidad, que era muy inteligente, que admiraba mis poemas, etc. Hasta que al fin, ante mi cada vez más violenta cerrazón, reaccionó, o quizá quiso que abriera los ojos de sorpresa, con la confesión de lo terrible». Lo terrible era que, según Federico, José Antonio Primo de Rivera y él no sólo cenaban juntos cada viernes, sino que cuando cogían un taxi bajaban las cortinillas, «porque ni a él le conviene que le vean conmigo, ni a mí me conviene que me vean con él».[59]
Pero tal «confesión» debió ser una broma, hecha para desconcertar a Celaya. En aquellas fechas, entregado a una durísima lucha política, conspirando día y noche contra la democracia, José Antonio Primo de Rivera no iba a salir todos los viernes a cenar con García Lorca, ni con nadie. Además, de haber existido tal amistad, ello jamás se habría podido silenciar en un Madrid pequeño, donde en el mundo de la política y de las letras todos se conocían. Los amigos de ambos se habrían enterado, y después del asesinato de Lorca, tan a menudo atribuido a la Falange, esta organización se habría esforzado en aducir testimonios de tal amistad para demostrar que no pudieron haber sido falangistas los responsables de aquella muerte. Pero tales testimonios jamás se adujeron.
El 11 de marzo los falangistas atentan contra el diputado socialista por Madrid Luis Jiménez de Asúa, distinguido jurista y catedrático de Derecho Penal. Sale ileso del atentado, pero muere acribillado su guardaespaldas.[60] Tres días después es detenido José Antonio Primo de Rivera, y el 18 se declara fuera de la ley a Falange Española.[61] Lorca no volverá a ver a Primo de Rivera: éste se encontrará en Alicante, todavía preso, cuando se produzca el Movimiento en julio, y en noviembre de 1936 será fusilado.
La detención de Primo de Rivera y de otros falangistas no impedirá que continúen los asesinatos, ni mucho menos. Ya clandestina, la Falange seguirá matando y provocando, confiada, ante el vertiginoso desarrollo del fascismo en Alemania e Italia, en que está llegando su momento histórico. O fascismo o revolución marxista: en términos tan crudos se plantea cada vez más la lucha política en España. Y es sintomático el hecho de que el 1 de abril se fusionen las juventudes socialistas y comunistas, creándose la Juventud Socialista Unificada (JSU).[62]
Dos días antes, el 28 de marzo, Federico acude a la Casa del Pueblo de Madrid, sita en la calle de Piamonte, para asistir a un acto de solidaridad con el líder comunista brasileño Luis Carlos Prestes que, así como varios miles de obreros, ha sido encarcelado por el dictador Getulio Vargas y corre el peligro de ser fusilado. Lorca recita poemas del ciclo neoyorquino (no sabemos cuáles) y el «Romance de la Guardia Civil española», objeto de la querella contra el poeta recientemente suprimida por el fiscal general de la República. A su lado participan María Teresa León y María Martínez Sierra (mujer de Gregorio Martínez Sierra y diputada socialista por Granada en las Cortes de 1933).
Entre las conclusiones del acto se acuerda dirigir, en nombre de la recientemente formada Asociación de Amigos de América Latina, de la cual Lorca es miembro, un cable al presidente de Cuba, Miguel Mariano Gómez, pidiendo la libertad de 3.000 presos políticos, y otro a Getulio Vargas. El poeta granadino es uno de los firmantes.[63]
Aquel acto tuvo un inconfundible sello antifascista y antiimperialista, y se comentó ampliamente en la prensa de izquierdas. En el diario comunista Mundo Obrero salió una foto, muy borrosa, en la cual se ve a Lorca recitando con la mano enfáticamente levantada. Nadie podía dudar ya de la postura del poeta. Miembro no sólo de los Amigos de América Latina sino del Comité de Amigos de Portugal, que se propone difundir información sobre la brutal represión que está llevando a cabo el régimen fascista de Salazar,[64] seguirá afirmando públicamente durante los próximos meses su compromiso sociopolítico.
El 5 de abril pronuncia por Unión Radio de Madrid una pequeña y penetrante charla sobre la Semana Santa en Granada. Es la visión, otra vez, de una Granada oculta, melancólica, solitaria, cuya Semana Santa, durante su infancia, era silenciosa, sin estridencias, ajena al «tumulto barroco de la universal Sevilla» y al estrépito de la fallera Valencia. Es decir, una «Semana Santa interior». El poeta, desacorde con recientes innovaciones, ruega a sus paisanos —«pueblo admirable de contemplativos»— que restauren la Semana Santa vieja y que supriman «ese paso horripilante de la Santa Cena». Y, lo que más llama la atención —ya que antes de irse a Nueva York había participado encubiertamente en la procesión de Santa María de la Alhambra—, pide ahora que no se siga profanando la Alhambra, «que no es ni será jamás cristiana, con tatachín de procesiones, donde lo que creen buen gusto es cursilería, y que sólo sirven para que la muchedumbre quiebre laureles, pise violetas y se orinen a cientos sobre los ilustres muros de la poesía». ¿Estaba arrepentido de aquella insólita actuación, sólo conocida cuarenta años después? Es posible. Lo cierto es que la charla del poeta, reproducida en El Defensor de Granada y en la prensa de Madrid, debió ofender a ciertas mentalidades locales, y no menos a los cofrades del cabildo de Santa María de la Alhambra.
En la charla Lorca subraya que para él sigue habiendo en Granada una dramática lucha soterrada entre creencias opuestas, lucha simbolizada por la oposición, en la Colina Roja, de la Alhambra y del palacio de Carlos Quinto, «que sostienen el duelo a muerte que late en la conciencia del granadino actual». A pocos meses de la guerra civil y del régimen de terror implantado en Granada que acabará con su vida, estas palabras adquieren un tono casi profético.[65]
Dos días después, el 7 de abril, se publican en el diario madrileño La Voz unas pertinentes declaraciones del poeta. La entrevista tiene un extraordinario interés gracias a la inteligencia y exquisita sensibilidad del periodista, Felipe Morales, y por ser —que se sepa—, la penúltima concedida.
El encuentro tiene lugar en el piso de los García Lorca en la calle de Alcalá. Ha llovido, pero ahora brilla el sol: típico día madrileño de abril. Morales nota que Federico, al tratar de definir lo que es la poesía, «se ha metido más dentro de sí mismo. Sus ojos, vistos por mí en el espejo de la pared de enfrente, miran sin mirada». Y sigue: «Federico García Lorca tiene el rostro sombreado de una tristeza de la que él mismo no se ha dado cuenta. En sus poemas pueden reír el alhelí y la albahaca; pero de su frente ancha se deducen canciones de patios angostos, llenos de ventanas pequeñas». Certera observación de Morales, que acaba de vislumbrar al «otro» Lorca, al Lorca magistralmente evocado un año después por Vicente Aleixandre, «capaz de toda la alegría del mundo» pero cuyo corazón «no era ciertamente alegre».
Acompaña a Felipe Morales el joven y ya famoso fotógrafo Alfonso, cuyo retrato del poeta capta la inquietud observada por el periodista. El ademán de Lorca refleja el aspecto de su personalidad caracterizada por Luis Rosales como «machihembrista» —mezcla de fuerza y de debilidad—, término que le gustó al propio Lorca, al comunicárselo el joven poeta granadino.[66]
Al preguntarle Morales por el teatro, Federico se transfigura. He aquí, apunta al periodista, a «García Lorca en pie, García Lorca de arriba abajo, García Lorca íntegro». Su contestación demuestra, una vez más, que la gran preocupación del poeta es ahora el teatro. El comentario no tiene desperdicio:
El teatro fue siempre mi vocación. He dado al teatro muchas horas de mi vida. Tengo un concepto del teatro en cierta forma personal y resistente. El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacer, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre. Han de ser tan humanos, tan horrorosamente trágicos y ligados a la vida y al día con una fuerza tal, que muestren sus traiciones, que se aprecien sus olores y que salga a los labios toda la valentía de sus palabras llenas de amor o de ascos. Lo que no puede continuar es la supervivencia de los personajes que hoy suben a los escenarios de la mano de sus autores. Son personajes huecos, vacíos totalmente, a los que sólo es posible ver a través del chaleco un reloj parado, un huevo falso o una caca de gato de esas que hay en los desvanes. Hoy en España, la generalidad de los autores y de los actores ocupan una zona apenas intermedia. Se escribe en el teatro para el piso principal y se quedan sin satisfacer la parte de butacas y los pisos del paraíso. Escribir para el piso principal es lo más triste del mundo. El público que va a ver cosas queda defraudado. Y el público virgen, el público ingenuo, que es el pueblo, no comprende cómo se le habla de problemas despreciados por él en los patios de vecindad.
Refiriéndose a Así que pasen cinco años, cuyo próximo estreno por el Club Anfistora está previsto, Lorca afirma que «en estas comedias imposibles —hace un segundo ha dicho “irrepresentables”— está mi verdadero propósito. Pero para demostrar una personalidad y tener derecho al respeto he dado otras cosas». La declaración es importante: el poeta reconoce que Bodas de sangre, Yerma y Doña Rosita representan, en cierto modo, un paso atrás, una concesión popular, con respecto a El público y Así que pasen cinco años, escritas antes, y a su obra en marcha.[67]
Lorca temía que Así que pasen cinco años pudiera ser un fracaso de público y de crítica, y por ello llegó a insistir ante Pura Maórtua de Ucelay en que no se diera a conocer hasta después del estreno madrileño de Doña Rosita la soltera, previsto para el otoño. Parece ser, efectivamente, que ya existía la posibilidad de que Margarita Xirgu regresara a Madrid para la temporada otoñal.[68] También se hablaba de que, de acuerdo con la actriz catalana, el poeta podría dar la obra a otra, barajándose el nombre de Catalina Bárcena, quien desde el fracaso de El maleficio de la mariposa, en 1920, no ha vuelto a representar a Lorca.[69] De todas maneras, no se puede dudar de la impaciencia de Lorca por que Doña Rosita se montara cuanto antes en Madrid —esperar un año para la vuelta de la Xirgu habría sido intolerable—, ni de que los actores de Anfistora tenían la certeza de que la obra se estrenaría aquel otoño en la capital. Al abrigo del inevitable éxito del estreno, Lorca ya no temería montar con Pura Maórtua de Ucelay Así que pasen cinco años.[70]
A Felipe Morales le hace Lorca a continuación una revelación acerca de su obra actual:
Ahora estoy trabajando en una nueva comedia. Ya no será como las anteriores… La verdad de la comedia es un problema religioso y económico-social. El mundo está detenido ante el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena, y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico dice: «¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted, el lirio que florece en la orilla». Y el pobre reza: «Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre». Natural. El día en que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la Humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la Gran Revolución. ¿Verdad que te estoy hablando en socialista puro?
No está claro si Lorca se refiere aquí a otra obra que pensaba o si se trata de El sueño de la vida. De todas maneras, una vez más queda de manifiesto el compromiso social del poeta, su solidaridad con los pobres de la Tierra y su empeño en que su teatro conecte con los problemas sociopolíticos de la hora. No sabemos si el periodista Felipe Morales captó con exactitud sus palabras. Pero fuera así o no, cualquier persona de derechas que leyera la entrevista habría concluido que Lorca era netamente «rojo». Así, poco a poco, con sus declaraciones a la prensa y su participación en actos antifascistas, iba abonando el terreno para su persecución unos meses después.
En cuanto a sus obras de próxima publicación, le asegura a Morales que, además de El sueño de la vida, saldrán Nueva York, Sonetos y otra que no especifica. «El libro de Sonetos —puntualiza— significa la vuelta a las formas de la preceptiva después del amplio y soleado paseo por la libertad de metro y rima. En España el grupo de poetas jóvenes emprende hoy esta cruzada». Desde hace varios meses habla a sus amigos del libro[71] y, respecto al interés demostrado por los poetas de la nueva promoción en esta forma estrófica, no se equivoca. Las Ediciones Héroe, de Manuel Altolaguirre, publican en los primeros meses de 1936 El rayo que no cesa de Miguel Hernández, los Sonetos amorosos de Germán Bleiberg y Misteriosa presencia de Juan GilAlbert, mientras Abril, de Luis Rosales, publicado en 1935 por José Bergamín en las ediciones de Cruz y Raya, contenía una bellísima secuencia de sonetos, titulada «Homenaje a Fernando de Herrera». En tal ambiente tenía sentido que Lorca, quizá deseando que no le aventajasen los poetas jóvenes del momento, con su admiración por los clásicos y especialmente por Garcilaso, reuniera sus sonetos en un tomo (sonetos, desde luego, no sólo amorosos).[72]
Federico está esperando un cable de Margarita Xirgu y le dice a Morales —probablemente exagerando— que este mismo mes de abril espera embarcar para Nueva York, donde saludará a antiguos amigos antes de seguir en tren hasta México. Allí verá los estrenos de sus obras y dará una conferencia sobre Quevedo. De hecho, la Xirgu terminará su temporada habanera el 13 de abril, con una representación de Doña Rosita la soltera.[73] Antes de abandonar Cuba hace unas declaraciones para el periódico mexicano Excelsior. Refiriéndose a Lorca como «mi poeta», Margarita anuncia que debutará en el teatro Bellas Artes de México el 18 de abril con Yerma. «Quiero empezar la temporada en México con la más fuerte y apasionante de las nuevas obras maestras del teatro moderno español», explica.[74] Yerma tendrá una acogida delirante aquella noche, y en las próximas semanas la actriz catalana dará a conocer, con igual éxito, Doña Rosita la soltera, La zapatera prodigiosa y Bodas de sangre.[75] Durante estos meses Lorca es muy consciente de que su obra va conquistando de forma arrolladora un nuevo e inmenso público en aquel país. Y además es probable que sepa que la prensa mexicana ya anuncia su llegada inminente.[76]
Mientras se aproxima la primavera, la situación política y social de España se hace cada vez más conflictiva. En la sombra, los conspiradores antirrepublicanos incrementan sus actividades golpistas. Se suceden los atentados y asesinatos. El 7 de abril, el mismo día en que aparecen las declaraciones de Lorca en La Voz, explota una bomba en la puerta de la casa de Eduardo Ortega y Gasset, hermano del filósofo y notorio antifascista. La ha colocado la Falange. Por suerte, Ortega sale ileso.[77] El día 13 es muerto a tiros el juez Manuel Pedregal, que había sentenciado a cadena perpetua a un falangista acusado, por equivocación, del atentado contra Jiménez de Asúa.[78] El 14, durante el desfile militar que se celebra en el paseo de la Castellana en conmemoración del advenimiento de la República, explota una traca detrás de la tribuna presidencial. La multitud cree que se trata de una bomba, y cunde el pánico. En la confusión unos pistoleros nunca identificados matan a un alférez de la Guardia Civil, Anastasio de los Reyes. La reacción de la ultraderecha es inmediata, y el entierro del alférez, celebrado dos días después con la participación de muchos militares desafectos al régimen, se convierte en batalla campal, con unos doce muertos y numerosos heridos.[79] Se convoca una huelga general para el día 18 en protesta contra los asesinatos de la ultraderecha; la Unión General de Trabajadores decide en el último momento no apoyarla, pero la CNT sigue adelante.[80] Este mismo día el Gobierno prorroga el estado de alarma para otros treinta días, y lo mismo hará cada mes hasta empezada la guerra.[81] Para el 19 los conspiradores habían proyectado llevar a cabo el golpe de estado que desde hace tiempo vienen preparando, pero éste se aplaza.[82] También el día 19 Indalecio Prieto critica duramente la falta de unidad de la clase obrera frente a la amenaza del fascismo.[83]
A pesar de la turbulencia sociopolítica que sacude el país, la vida literaria y artística de Madrid manifiesta estos meses una notable brillantez. El 20 de abril, para festejar la reciente publicación de La realidad y el deseo de Luis Cernuda, se reúne en un restaurante de la calle Botoneras la flor y nata de la joven intelectualidad de la capital. Lorca hace la presentación del libro ante la que llama su «“capillita” de poetas, quizá la mejor capilla poética de Europa», lo cual no distaba de ser cierto, pese a la ausencia de Jorge Guillén, Miguel Hernández, Gerardo Diego y algún otro, pues entre los presentes se encuentran, además de Lorca y el homenajeado, Manuel Altolaguirre, Pablo Neruda, Rafael Alberti, José Bergamín —editor del libro de Cernuda—, Pedro Salinas y Vicente Aleixandre.[84]
El nuevo poemario de Cernuda le ha impresionado hondamente a Lorca, lo cual no es sorprendente dada la valentía con que el atildado poeta sevillano canta al amor homosexual. «La realidad y el deseo me ha vencido con su perfección sin mácula, con su amorosa agonía encadenada, con su ira y sus piedras de sombra», declara,[85] destacando especialmente el poema «El joven marino», cuyo tema no podía por menos de atraerle, dada la frecuencia con que aparecen bellos marineros en sus propios dibujos. Casi patológicamente tímido, Cernuda —que teme tanto el indiscriminado contacto humano que hasta llegará a cortarse él mismo el pelo para evitar la mano del barbero—[86] no tiene el don de gentes del poeta granadino, con quien, después de su primer y breve contacto en Sevilla en 1927, ha mantenido a partir de 1930 la que parece haber sido una relación de mutua simpatía. Lo proclama un artículo dedicado a Lorca por Cernuda en el Heraldo de Madrid en noviembre de 1931, artículo extraordinariamente elogioso en que se desgranan los múltiples dones del granadino, quien para el sevillano es el poeta sensual por excelencia, de clara ascendencia oriental: «Para él existe el mundo visible; hasta diría que el mundo visible se ha hecho para que él y otros espíritus análogos, con su frenético amor a lo tangible, lo gocen y lo adoren».[87]
Es posible que, antes de conocer a Rafael Rodríguez Rapún, la relación de Lorca con Cernuda tuviera un componente sexual. Así por lo menos lo ha dado a entender el ex «barraco» Emilio Garrigues, quien, cuando visitó al granadino en su piso de la calle de Ayala, en la primavera de 1932, recibió una sorpresa. Le abre el poeta en calzoncillos y aparece, desde la puerta de la terraza, «un joven, un efebo, yo diría, completamente desnudo»: Luis Cernuda. Según Garrigues, Lorca explicaría, «con una intención más connotativa que denotativa», que estaban haciendo «gimnasia revolcatoria», actividad no identificada explícitamente pero que el autor, a quien Cernuda le parecía entonces «un hombre muy joven, muy guapo, muy distinguido», insinúa haber sido erótica.[88] El testimonio de Garrigues sobre la relación de Lorca y Cernuda es el único que tenemos en este sentido, sin embargo, y quizá no habría que prestarle demasiado crédito.
Lorca recalca la angustia que expresan los poemas de Cernuda, el duelo que desde sus primeros versos ha entablado el sevillano con su tristeza, «con miedo y sin esperanza, porque el poeta cree en la muerte total». Lo que no señala Lorca es el resentimiento que trasmina La realidad y el deseo —contra la familia, contra la sociedad—, resentimiento absolutamente ausente en la obra del granadino. Sin poder perdonar la falta de comprensión con que estima fue recibido su primer libro, Perfil del aire, en 1927; siempre a la espera de ser rechazado, con una suerte de manía persecutoria, Cernuda es el peor enemigo de sí mismo, y no podía ser, dentro de la confraternidad homosexual, más diferente que Lorca. Ello no impidió, sin embargo, que los dos se apreciasen, aunque es difícil medir la profundidad de su relación en vista de la ausencia de correspondencia epistolar, o de diarios íntimos. En el ejemplar de La realidad y el deseo perteneciente al otro, Cernuda escribió: «A Federico, en su estío desbordado, con un abrazo. Luis. Abril 1936». Y han sido destacados con un trazo de lápiz —se supone que por Lorca— estos versos de «Donde habite el olvido»:
Esperé un dios en mis días
para crear mi vida a su imagen,
mas el amor, como un agua,
arrastra afanes al paso.[89]
Muerto Lorca, Cernuda le dedicará una de las elegías más sentidas de cuantas —y eran muchísimas— apareciesen en todo el mundo. En ella dice:
Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes efebos
que vivo tanto amaste
efímeros pasar juntos al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que llevan
tras de sí los deseos
con su exquisita forma, y sólo encierran
amargo zumo, que no alberga su espíritu
un destello de amor ni de alto pensamiento.[90]
Cuando la elegía de Cernuda se dé a conocer por primera vez, en plena guerra, en la revista republicana Hora de España, estos versos se suprimirán, «por desearlo así el autor», según la revista. Ello demuestra hasta qué punto, incluso entre izquierdistas y liberales, era entonces la homosexualidad un tema estrictamente tabú.[91]
Entre el 8 y el 13 de abril La Barraca ha visitado Tarrasa y luego Barcelona, para participar en las fiestas de la proclamación de la República. Sus actuaciones tienen una amplia resonancia en la prensa.[92] No está con los estudiantes Lorca, cuyo distanciamiento de la farándula, iniciado en el verano de 1935, se ha hecho definitivo a raíz del Congreso de la Unión Federal de Estudiantes Hispanos, celebrado en Madrid a finales de diciembre, cuando varios cambios directivos, entre ellos la sustitución de Rafael Rodríguez Rapún como secretario de La Barraca, en absoluto son de su agrado.[93] Tampoco ha acompañado el poeta a los estudiantes en su visita a Ciudad Real (23 de febrero)[94] y Salamanca y Béjar (18 y 19 de marzo).[95] Ello produce no poco desaliento entre los «barracos» de anteriores promociones, ya que el poeta ha sido la verdadera fuerza motora de la empresa. Las actuaciones de Barcelona serán las últimas antes del comienzo de la guerra, cuando, después de la muerte del poeta, el teatro dará varias representaciones en el frente.
De no haberse distanciado de La Barraca es probable que a Lorca le hubiera encantado viajar entonces a Barcelona, ya que acababa de recibir desde Cadaqués una alentadora tarjeta postal de Salvador Dalí. «Que l’astima me a dado que no nos hayas benido a ver a PARIS —escribe el pintor con su personal ortografía habitual—, tan bien que lo hubieramos pasado i tenemos que hacer cosas juntos otra vez». Dalí revela que ha visto Yerma —¿tal vez en Barcelona, en una de las últimas actuaciones de la Xirgu a principios de enero, vuelto ya Federico a Madrid?—, y sentencia: «Yerma es una cosa llena de ideas oscurísimas y surrealistas». Juicio que seguramente le agradó al poeta. «Dime lo que haces: lo que piensas hacer. Estaremos siempre contentos de verte adelantar hacia nuestra casa», prosigue Dalí, terminando: «Gala te manda su afeccion y yo te abrazo». No se conocen, hasta la fecha, otras comunicaciones entre poeta y pintor; ésta hace pensar que el reencuentro de septiembre de 1935 podría haber abierto el camino a una importante colaboración entre ambos amigos.[96]
El 1 de mayo promete ser día de extraordinaria tensión. Por todo el país las distintas facciones de la izquierda organizan mítines. En una manifestación de masas celebrada en Madrid, los chicos y las chicas de las Juventudes Socialistas Unificadas desfilan uniformados por el paseo de Recoletos, llevando pancartas con los retratos de Pablo Iglesias y Francisco Largo Caballero, y otras en que se reclama un gobierno proletario y la formación de un Ejército Rojo.[97] En Cuenca, en un discurso de gran moderación, Indalecio Prieto pide otra vez la unión de los trabajadores e insiste en que la violencia que están utilizando ciertos sectores de la izquierda favorece el crecimiento del fascismo.[98] Al mismo tiempo, el otro gran líder socialista, Largo Caballero, preconiza la revolución, sin creer, probablemente, en lo que dice y con la intención de asustar a la derecha. Dentro del seno del Partido Socialista Obrero Español ya existe, de hecho, una guerra civil: los partidarios de Prieto y Largo no se pueden ver y parece descartada toda solución de compromiso. El partido no ha querido entrar en el Gobierno, lo cual es un factor más de desequilibrio. En vez de colaborar con éste, se entrega a una fútil labor de crítica y de zapa.[99]
Muchos de los amigos de Lorca —entre ellos Rafael Alberti y María Teresa León— pertenecen a Socorro Rojo Internacional, organización comunista dedicada a la defensa de los obreros. María Teresa dirige la revista de Socorro Rojo en España, ¡Ayuda!, donde este 1 de mayo se publican sendos mensajes dirigidos a los obreros por Alberti, Eduardo Ortega y Gasset, Julio Álvarez del Vayo, José Díaz… y Lorca. Éste escribe, sencillamente: «Saludo con gran cariño y entusiasmo a todos los trabajadores de España, unidos el Primero de Mayo por el ansia de una sociedad más justa y más unida».[100]
Según el testimonio del escritor Carlos Gurméndez, que entonces tenía dieciséis o diecisiete años, Lorca participó en la manifestación, saludando con una corbata roja desde el Ministerio de Comunicaciones (Palacio de Correos), en la Cibeles: «Movía la corbata y gritaba a favor del Primero de Mayo».[101]
Los atentados falangistas continúan. El 7 de mayo cae el capitán Faraudo, conocido oficial republicano e instructor de las milicias socialistas.[102] El día 8 se libra de un atentado el ex ministro Álvarez Mendizábal, que se había atrevido a insultar al Ejército.[103] El 10, día de las elecciones presidenciales, el entierro de Faraudo se convierte en un apasionado mitin político. Hay gritos y amenazas, juramentos de venganza. La guerra civil está en el aire.[104]
Las elecciones presidenciales son consecuencia de la destitución de Niceto Alcalá-Zamora, acusado por el Frente Popular de haber llevado a cabo durante el «bienio negro» una política derechista, y con la coartada de haber disuelto dos veces durante su mandato las Cortes, lo cual, de acuerdo con la Constitución, hacía que la sustitución del primer mandatario fuera prácticamente automática. Manuel Azaña es elegido en su lugar. Ofrece a Indalecio Prieto formar Gobierno, pero el dividido Partido Socialista se opone al nombramiento. En vez de Prieto —quizá el único político español capaz de salvar la situación en momentos en que, como él sabe, los conspiradores militares están perfeccionando sus planes—, Azaña nombra a Santiago Casares Quiroga.[105]
La designación resultará muy desafortunada. Casares Quiroga, enfermo, no estará ni mucho menos a la altura de sus responsabilidades. Orgulloso, testarudo, se negará a oír los consejos de Prieto y de otros que están al tanto de las maquinaciones de los conspiradores. En las Cortes, contestará con exagerada beligerancia y falta de tacto a las intervenciones de las derechas. Y cuando llegue el momento de la verdad, se derrumbará como una tapia socavada.[106]
En estos días de hervor y tensión, preñados de negros augurios, visitan Madrid en nombre del Frente Popular francés los escritores André Malraux, Henri Lenormand y Jean Cassou (destacado hispanista y amigo de Lorca). Federico firma, al lado de otros escritores, la convocatoria del banquete que se ofrece el 22 de mayo a los tres intelectuales del país vecino.[107] Acuden más de doscientas personas, incluidos varios ministros, y el acto tiene una marcadísima significación izquierdista, declarando Jean Cassou que «España y Francia son las dos civilizaciones occidentales que han de oponerse al paso del bárbaro fascismo». Al principio y final del banquete, al que asiste Lorca, la orquesta toca La Marsellesa, el Himno de Riego y La Internacional, y durante la ejecución de ésta la mayoría de los asistentes saludan con el puño en alto.[108]
Con su participación en actos como éste, Lorca se granjeaba cada vez más, en Granada, la fama de «rojo».
Durante el mes de junio la temperatura política del país sigue aumentando. El día 2 la CNT y la UGT inician en Madrid una huelga del ramo de la construcción (40.000 hombres), así como de electricistas y reparadores de ascensores (30.000 hombres). La huelga durará hasta el 4 de agosto, dos semanas después de empezada la guerra, y ello en fechas en que ya hay 800.000 obreros españoles en paro.[109] Los tiroteos siguen siendo frecuentes, y un día Lorca le muestra a Pepe Caballero, en el piso de la calle de Alcalá, el impacto en el techo de una bala perdida que había atravesado una de las ventanas. «Pudo haberme matado», dice.[110]
Sería un error, sin embargo, exagerar el miedo de Lorca en estos momentos. El hecho de que el ambiente está cargado de presagios y de violencia latente no le impide salir ni escribir. El 2 de junio es el último día de la Feria del Libro. Participa en un recital poético celebrado al aire libre en el paseo de Recoletos, al lado de Alberti, Cernuda, Altolaguirre, Aleixandre, Neruda y Arturo Serrano Plaja.[111] Al día siguiente acude a la apertura de una exposición de su amigo el joven pintor manchego Gregorio Prieto.[112] Otro día va en auto a Alcalá de Henares con el editor José Ruiz-Castillo y el escritor y humorista Daniel Tapia. Comen en la famosa Hostería del Estudiante, y Ruiz-Castillo expone su deseo de publicar en su «Biblioteca Nueva» —donde ya han aparecido las Obras completas de Freud— las del poeta en unos veinte tomos. Federico recibe con entusiasmo la idea. A la vuelta a Madrid, pide, cerca de Torrejón, que se pare el coche, y allí mismo, al lado de la carretera, se pone a recitar los Seis poemas galegos.[113]
También por estas fechas da ante otro grupo de amigos —Pablo Neruda, Rafael Sánchez Ventura, Acario Cotapos, Alfonso Buñuel y Rafael Rodríguez Rapún— una lectura de sus sonetos, después de la cual Rapún, al parecer, se habría llevado los originales para hacer una copia a máquina de los poemas. Copia que, si se hizo, se desconoce, y que con toda probabilidad desapareció durante la guerra cuando los obuses franquistas destruyeron el piso que ocupaba la familia del joven en la calle de Infantas, número 27, última planta, cerca de la Telefónica.[114]
Mientras avanza junio Federico vive en un estado de ansiedad cada vez más acentuado que no oculta a sus amigos. Los debates en las Cortes se van haciendo progresivamente más enconados; hay asesinatos casi diarios; las tensiones generadas por la huelga se extienden. De todo ello el poeta habla con sus íntimos, pidiendo consejos, información. ¿Qué iba a pasar?
Los sueños de mi prima Aurelia
y La casa de Bernarda Alba
El 29 de mayo de 1936 el Heraldo de Madrid publica en su sección de rumores teatrales unas interesantes indicaciones acerca de los proyectos actuales de Lorca. Está claro que el anónimo comentarista —¿se trata de Miguel Pérez Ferrero, tan leal amigo del poeta?— ha hablado personalmente con él, dada la precisión de la información publicada. Resulta que, dentro de ocho días, tendrá terminado su «drama de la sexualidad andaluza», La casa de Bernarda Alba; que lleva muy adelantado un «drama social», El sueño de la vida; que se ha aplazado el montaje de Así que pasen cinco años por Anfistora hasta el otoño, puesto que el poeta, que quiere dirigirlo personalmente, «no estará en Madrid, de asiento, hasta octubre»; y que, la noche antes, ha acudido al teatro para hacerle a la conocida actriz María Fernanda Ladrón de Guevara el «espléndido regalo» de una obra nueva titulada Los sueños de mi prima Aurelia, «elegía —según el diario— de la vida provinciana con todo lo que tenía de fabuloso y de ensueño antes de modernizarla el maquinismo, pugna de mundos patentizada por Lorca entre los tiempos ingenuos de la cría del gusano de seda y los fabriles —y febriles— de las refinerías de azúcar granadinas».
El segundo acto de la nueva obra «figura ser un ensayo pueblerino de Mancha que limpia,* y tal como lo cuenta García Lorca es de un humorismo magnífico». En cuanto al tercero, tiene una sorpresa final: «Una bofetada terapéutica a la protagonista, Aurelia, que obra la virtud de transformar, como por magia, el escenario que ella pobló de ensueños en las cuatro paredes reales y verdaderas de su casa».[115]
* Famoso «drama trágico» de José Echegaray, estrenado por María Guerrero en 1895.
Lo que no explica el redactor del Heraldo, tal vez porque no lo sabe, es que la «prima Aurelia» del título de la obra existe realmente. Se trata de la fantasiosa Aurelia González García, hija de la tía Francisca García Rodríguez, una de las primas favoritas del poeta en Fuente Vaqueros, cariñosamente evocada por Francisco García Lorca en su libro sobre su hermano.[116] Aurelia sabía que Federico tenía la intención de hacerla protagonista de una obra de teatro, y años después le contó al pintor Gregorio Prieto que quien iba a desempeñar «su» papel en aquel «drama extraordinario» era María Fernanda Ladrón de Guevara, lo que viene a confirmar el «rumor» del Heraldo de Madrid en 1936.[117]
Otro «rumor» publicado un poco antes en el mismo diario tiende a confirmar el interés que está tomando por la obra de Lorca la misma actriz. Según el Heraldo, quiere montar en la capital Mariana Pineda, no repuesta desde 1927, y, en provincias, Doña Rosita la soltera.[118]
En el archivo del poeta sólo obra el primer acto de Los sueños de mi prima Aurelia, que, casi con toda seguridad, no pudo terminar aquel trágico verano.
Llama la atención el que la acción se desarrolle en 1910: año que connota para el poeta, como ya se ha dicho, la pérdida de la infancia, al que recurre obsesivamente en su obra y en que sitúa el derrumbamiento de la vida de doña Rosita la soltera. El niño que aparece en el borrador del primer acto se llama —para que no pueda haber dudas al respecto— Federico García Lorca, y el amor que siente por su prima —que, según una indicación del reparto, tiene veinticinco años— refleja el que realmente experimentaba el futuro poeta por la «teatral» y supersticiosa Aurelia González García, que se desmayaba cuando había tormentas de truenos y relámpagos, tocaba muy bien la guitarra y hablaba un lenguaje graciosamente metafórico.[119]
El Niño tiene toda la vivacidad, fantasía y capacidad poética que poseía desde su infancia el primogénito de doña Vicenta Lorca, según múltiples testimonios. Y el poeta hace que sienta ya la llamada del misterio sexual, asediando a preguntas a su adorada y guapa prima:
NIÑO.— Si yo fuera grande sería tu novio, ¿verdad?
AURELIA.— ¡Ojalá!
NIÑO.— ¿Y por qué un niño no puede ser novio de una mujer?
AURELIA (confusa.)— Verdaderamente me haces unas preguntas… Pues ¡yo no sé por qué! Porque podría ser muy bien.
NIÑO.— El niño Jesús se casó con Santa Catalina que era altísima y muy pecherona, la he visto pintada. ¿Por qué no nos dejan casar a ti y a mí?
AURELIA.— Pues claro, no tendría nada de particular, pero la gente manda las cosas y hay que obedecerla.[120]
Casi veinte años antes, el poeta había escrito en el poema «Balada triste», transido de alusiones a canciones populares:
Yo siempre fui intranquilo,
niños buenos del prado;
el ella del romance me sumía
en ensoñares claros:
¿quién será la que coge los claveles
y las rosas de mayo?…[121]
Ahora, en su última obra, resurgen los recuerdos de aquel abril infantil, cuando el niño, con su «amor ignorado», su «amor desconocido», descubre que, en vez de ofrecer rosas y claveles, la mujer soñada troncha lirios —simbólica flor del sufrimiento— con sus manos.[122]
En efecto, da la impresión de que, en la relación del Niño y Aurelia, Lorca está concentrando la nostalgia de aquel primer amor imposible o perdido que impregna toda la obra juvenil, y cuyas raíces biográficas probablemente nunca será posible descubrir. Primer amor situado en los días anteriores al traslado de la familia García Lorca a Granada en 1909, cuando Federico tiene once años.
Aurelia, de todas maneras, es un eslabón más en la larga cadena de mujeres lorquianas insatisfechas. Siente un ansia de amor que difícilmente va a satisfacer su poco fogoso pretendiente Antonio, obsesionado con el dinero y la adquisición de nuevos cortijos. Tanto ella como las otras mujeres del drama satisfacen sus anhelos frustrados con la lectura de novelas francesas, identificándose hasta tal punto con las heroínas de éstas que, casi como don Quijote con los títeres de maese Pedro, creen en su realidad objetiva. El comentario lo oyó Lorca, seguramente, de labios de su prima:
Pero… ¿usted cree que se puede vivir sin leer novelas y sin hacer teatro? En este pueblo sobre todo, que tiene una baraja de hombres que no los he visto reír nunca. Se echan el sombrero a la cara y cuando pasa una hacen: ¡juuu! como si fueran pollinos. Yo no puedo, no puedo. ¡He dicho que no puedo![123]
Muerto el poeta, un reportaje aparecido el 8 de septiembre de 1936 en La Voz de Madrid recordaba que, a finales de junio, en vísperas de salir para Granada, Lorca hablaba con entusiasmo de una obra que sólo podía ser Los sueños de mi prima Aurelia:
Alegre y optimista, Federico explicaba a una actriz ilustre algunos momentos escénicos imaginados por él. Y gozaba, con su excelente humor de buen muchacho, canturreando una vieja habanera:
En Cuba,
la isla hermosa del ardiente sol,
bajo su cielo azul…
e interrumpiendo la estrofa para decir, como decía la dama que le inspiró la situación dramática:
—Niño, estáte quieto y no seas malo…,
que te voy a pegar,
que te voy a pegar.
Reíamos todos contagiados por el burlesco espíritu del poeta, y adivinábamos ya la gracia zumbona e irónica de la escena al adquirir plasticidad sobre un tablado.[124]
En cuanto a La casa de Bernarda Alba, el rumor del Heraldo de Madrid, publicado el 29 de mayo, apenas estaba equivocado al apuntar que se terminaría dentro de ocho días. De hecho, el manuscrito está fechado: «Día viernes 19 de junio de 1936».[125]
Aparte del rumor recogido por el Heraldo, no se conoce ninguna declaración de Lorca a la prensa que haga referencia a La casa de Bernarda Alba. Ello sugiere que la redacción de la obra se inició aquel mismo mayo y se completó dentro de un período brevísimo, algo así como en el caso de Bodas de sangre.
Adolfo Salazar —que vivía al otro lado de la calle de Alcalá, frente por frente con la casa de Federico— recordaba en un artículo publicado en 1938 la euforia del poeta mientras iba cuajando: «Cada vez que terminaba una escena venía corriendo, inflamado de entusiasmo. “¡Ni una gota de poesía! —exclamaba—. ¡Realidad! ¡Realismo puro!” … Federico leía su obra a todos sus amigos, dos, tres veces cada día. Cada uno de los que llegaban y le rogaba que le leyese el nuevo drama, lo escuchaba de sus labios, en acentos que no hubiera superado el mejor trágico».[126]
Los recuerdos de otros amigos del poeta confirman la insistencia con que había intentado suprimir, en La casa de Bernarda Alba, todo lo superfluo. Manuel Altolaguirre apuntaba en 1937, transcurrido menos de un año desde la muerte del poeta, que Lorca, después de una lectura íntima de la obra, le comentó: «He suprimido muchas cosas en esta tragedia, muchas canciones fáciles, muchos romancillos y letrillas. Quiero que mi obra tenga severidad y sencillez».[127] Y el crítico Guillermo de Torre le oiría decir, tal vez acabada de efectuar la misma lectura: «Ninguna literatura, teatro puro».[128]
Probablemente las palabras recordadas no son exactamente las dichas por el poeta. Sin embargo, todas coinciden: había querido escribir una tragedia lo más sobria, lo más escueta posible.
Acerca de una de estas lecturas —no necesariamente la primera—, celebrada el 24 de junio en casa de los condes de Yebes, tenemos el testimonio de Carlos Morla Lynch. Entre los pocos convidados están el doctor Gregorio Marañón, Agustín de Figueroa y su mujer Maruja, el escritor Antonio Marichalar, la mujer de Morla, Bebé, y el hijo de ésta, Carlos. Flota en el ambiente el dolor de Carmen Yebes, que acaba de perder a un hijo y que lleva velos negros como los de las mujeres enlutadas del drama que Federico va a leer.[129]
En el manuscrito de La casa de Bernarda Alba, al pie de la lista de personajes, se señala: «El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico», advertencia que Lorca lee ahora al selecto grupo de oyentes. Morla encuentra la justificación de ello en el «impresionante realismo» de las escenas que el poeta les hace oír y ver a continuación. El chileno considera que la obra es «una estampa austera y tétrica de la dramática Castilla, dentro de un tono uniforme que no varía», pero, en realidad, La casa de Bernarda Alba ha sido inspirada por observaciones del poeta en el pueblo granadino de Asquerosa, donde su padre tiene casas y fincas cerca de los secanos que bordean la Vega, y donde él, además de vivir allí unos años de su infancia (1906-1909), ha pasado después numerosos veranos. Aunque el subtítulo definitivo de la obra será «Drama de mujeres en los pueblos de España», el primitivo, tachado por el poeta en el borrador, sitúa el argumento en «un pueblo andaluz de tierra seca».[130]
Los hechos «reales» en que se basa el drama, y que, de todas maneras, sólo constituyen el punto de partida del mismo, han sido mal estudiados por la crítica, que a menudo se ha limitado a seguir —gran error— los poco fiables comentarios del propio poeta, recogidos por personas a veces no muy fidedignas, y viciados por el paso del tiempo.
En Asquerosa, en la calle Ancha, hoy calle Real, pared por pared con unos parientes del poeta, los Delgado García —Mercedes Delgado García, hija de la tía Matilde García Rodríguez, era una de las primas predilectas de Federico—, vivía con su familia una mujer llamada Frasquita Alba Sierra, nacida en 1858 y casada en 1893, en segundas nupcias, con Alejandro Rodríguez Capilla, que le llevaba siete años.[131] Mujer de fuerte personalidad, Frasquita murió el 22 de julio de 1924, a los sesenta y seis años, y su marido al año siguiente, el 23 de diciembre de 1925, a los setenta y cuatro.[132] Por ello, la viudedad de Bernarda —sine qua non del drama— es invento del poeta aunque, por lo visto, éste engañaba al respecto a sus amigos madrileños, manteniendo que Frasquita Alba era una viuda que tiranizaba a sus hijas.[133]
Frasquita había tenido con su primer marido, José Jiménez López, un hijo y dos hijas (José, Prudencia y Magdalena), y cuatro con el segundo (Marina, Consuelo, Amelia y Alejandro), por lo cual el ambiente exclusivamente femenino de la casa de Bernarda Alba también es fruto de la imaginación del poeta. Aunque las envidias en relación con cuestiones de herencia, que dividen a las hijas de los dos matrimonios de Bernarda, reflejan, cabe pensarlo, aspectos reales de la familia.[134]
Con Amelia se había casado José Benavides Peña, vecino del pueblo de Romilla, situado no lejos de Fuente Vaqueros, al otro lado del Genil.[135] Cuando ella murió, José —a quien se le conocía en Asquerosa como Pepico el de Roma— se casó con otra de las hijas, Consuelo.[136] Con elementos aportados por la fantasía del poeta, José Benavides será el modelo del personaje de Pepe el Romano en La casa de Bernarda Alba, que —sin que aparezca en escena— tiene en estado de perpetuo celo a todas las hijas de la familia.
Federico, cuando vivía en el pueblo, visitaba con frecuencia a sus primos y pudo constatar que los Delgado García compartían con sus vecinos, en la linde de los corrales, un excelente pozo de agua fresquísima, profundo como todos los de este pueblo. Pozo medianero que permitía oír —sin ser visto— todo lo que se decía al otro lado de la tapia. Allí se enterarían los Delgado García —y Federico— del imperio que ejercía sobre su familia Frasquita Alba —considerablemente exagerado en la obra—, y, sin duda, de otros muchos pormenores de la vida que se llevaba en aquel hogar.[137]
En y alrededor de la casa de Bernarda Alba el poeta introdujo, además, numerosos detalles reales procedentes de la vida del pueblo. La Poncia, por ejemplo, vivió realmente en Asquerosa, aunque no servía en la casa de Frasquita Alba.[138] También son personajes reales Enrique Humanes y Maximiliano, sólo aludidos en la obra.[139] La desquiciada María Josefa no era, en la vida real, abuela de Frasquita Alba, sino de unas lejanas parientas de los García Lorca, a quienes Federico y su hermano visitaban de niños. Aquella María Josefa era víctima, según Francisco García Lorca, de una locura erótica «que afloraba en un incongruente y continuo discurso, de ritmo acelerado, lleno de reiteraciones y expresado en una voz pequeña, preciosamente timbrada».[140] Todo ello quedaría reflejado en el personaje de La casa de Bernarda Alba. En cuanto a la escena del traje verde de Adela, ya se ha señalado que este detalle procede de otra prima de Federico, Clotilde García Picossi, que frustrada en su deseo de lucir el bonito vestido que le acababan de regalar, debido a la muerte de una abuela, se lo puso y exhibió ante las gallinas del corral para que por lo menos ellas pudiesen apreciar la belleza de la prenda.[141]
Están de acuerdo los que vivieron en la Asquerosa de aquellos tiempos en que Lorca ha captado muy acertadamente en La casa de Bernarda Alba el espíritu del lugar: la viveza del habla de las gentes, a pesar del carácter muy encerrado del pueblo, menos abierto y liberal que Fuente Vaqueros; los larguísimos lutos que entonces se llevaban (apenas exagerados en la obra); los ojos espiando la calle detrás de las persianas; la curiosidad de los lugareños por saber detalles de escándalos sexuales; la llegada cada verano —muy esperada por las chicas— de los segadores de Montefrío y de otros pueblos de los montes que lindan con la Vega; el espíritu caciquil de muchos terratenientes del lugar, y del cual Bernarda es la viva representación; el calor justiciero que cae en verano sobre este pueblo de secano sólo separado de Fuente Vaqueros, con sus abundantes aguas, por cinco kilómetros…[142]
Por otra parte, hay que señalar que Lorca se aleja resueltamente de la realidad al subrayar que el pueblo de Bernarda Alba no tiene río, ya que el Cubillas corre a juntarse con el Genil a menos de un kilómetro de la casa de la familia Alba. Ello, claro, en función de simbolismo: para recalcar la sequedad emocional de la tirana y la sed erótica de sus hijas. Es un ejemplo más de lo que la crítica ha llamado la «transfiguración de la realidad» en el drama.[143]
Y, efectivamente, como en toda la obra de Lorca, los hechos «reales» sólo constituyen el punto de arranque de la creación literaria. Bernarda Alba es una grotesca exageración de Frasquita Alba, muerta once años antes de la redacción de la obra, y no es sorprendente que la madre del poeta le instara a que cambiara el apellido del título,[144] algo que, de haber sobrevivido, es posible que hiciera, pese a las convenientes connotaciones simbólicas del mismo, vinculadas por el dramaturgo con el intenso color blanco de los gruesos muros de la casa-convento-cárcel que habita la déspota, y reminiscentes también de las tapias encaladas de los cementerios andaluces.
La casa de Bernarda Alba, en realidad, más que fiel evocación del hogar de los Alba, figura un convento de clausura, del cual Bernarda es madre superiora («Ya me ha tocado en suerte este convento», se lamenta la Poncia).[145] Desde sus primeros escritos, la idea de la castración vital representada por los conventos le obsesiona al poeta —ahí están los comentarios de Impresiones y paisajes—,* y no puede ser casual el que, en momentos en que la guerra civil está en el aire, Lorca lleve a la escena el tema de una mujer despótica, con ribetes de inquisidora, profundamente hipócrita, cuya única razón de ser descansa en la supresión —en nombre de un falso y caducado concepto del honor, basado más que nada en el miedo al qué dirán— de las libertades personales, así como en la dogmática imposición de la mentira, de la «versión oficial», frente a las otras. Es imposible, leyendo La casa de Bernarda Alba en su contexto histórico y sociopolítico, olvidar a Mussolini e Hitler; imposible también olvidar a los clericales españoles; al diario católico El Debate, para el cual, en las elecciones de 1936, Gil Robles iba a ser el equivalente en España de los líderes fascistas europeos.
* Véanse pp. 162-166.
Lorca, al titular la obra La casa de Bernarda Alba, y no, sencillamente Bernarda Alba, pone el énfasis sobre el ambiente en que se mueve la tirana. Y al subtitularla «Drama de mujeres en los pueblos de España», da a entender que el asunto de la tragedia tiene que ver estrechamente con la situación actual del país. Parece obligado llegar a la conclusión de que en esta obra, llamada «documental fotográfico» por su autor, la intención es ofrecer una suerte de reportaje sobre la España Negra contemporánea, simbolizada por la casa de Bernarda, donde las fuerzas represoras siguen con su empeño de suprimir los impulsos vitales de un pueblo cada vez más rebelde. Y no creemos que Eric Bentley se equivoque al considerar que la casa es «el personaje central de la obra».[146]
Tanto el aspecto fotográfico como el conventual son realzados en la obra por el deliberado contraste del blanco y del negro. La primera acotación empieza «Habitación blanquísima…», y el juego de vestidos negros contra espesos y blancos muros y arcos se mantiene a lo largo de la acción.
Bernarda tiene una mentalidad eminentemente caciquil, mentalidad que, en la vida real de Asquerosa, Lorca conocía personalmente. Su propio padre, poderoso terrateniente, pero liberal y generoso, había tenido varios conflictos en el pueblo con los propietarios de derechas —a los cuales él era, tal vez, la única excepción—, que no le perdonaban que pagara mejor a sus hombres que ellos, y mucho menos el construirles casas (por algo tenía don Federico una calle en el pueblo con su nombre). Es decir, Federico García Rodríguez era el «buen terrateniente» de Asquerosa, y parece difícil que el poeta no lo tuviera presente al ir creando por contraste el personaje de Bernarda Alba.[147]
No se desprende del texto cuál podría ser el valor de los bienes de Bernarda, pero se da a entender que es considerable. Lo sugiere no sólo el hecho de poseer Bernarda tierras (trabajan para ella varios hombres) sino el precio que ha pagado por los muebles de Angustias: 16.000 reales (es decir, 4.000 pesetas), cuatro veces el salario medio anual de una familia campesina de entonces.[148]
Además de las referencias a la vida real de Asquerosa, La casa de Bernarda Alba tiene también, inevitablemente, sus fuentes literarias, conscientes o inconscientes, sobre las cuales ha incidido la crítica. Lorca admiraba a Benito Pérez Galdós, y si conocía forzosamente la novela Doña Perfecta —cuya protagonista es evidente antecedente de Bernarda—, la obra de teatro basada en la misma, estrenada en 1896 y repuesta varias veces después, parece haber pesado especialmente en el ánimo del poeta, que posiblemente la viera representada hacía años en Granada.[149] De Ibsen también se ha hablado, y Bentley sugiere que, al hacer de la casa de Bernarda la imagen central de su obra, Lorca acude al «recurso ibseniano de una metáfora única, central, que se expande, cabe decir que horizontalmente, sobre toda la historia y verticalmente en distintos niveles de significación».[150] Ello parece más que probable tanto respecto a la casa de doña Rosita la soltera —también imagen central de la obra— como a la de Bernarda Alba. En apoyo de tal tesis sabemos, por más señas, que a Lorca le habían gustado, aún adolescente, Peer Gynt y El pato silvestre, y cabe inferir que Gregorio Martínez Sierra, que había estrenado La casa de muñecas en el teatro Eslava en 1917, le hablaría de Ibsen.*
* Véanse pp. 185, 189 y 253.
El tan vilipendiado Jean-Louis Schonberg —seudónimo del barón Louis Stinglhamber— ha comentado, correctamente, que en ninguna obra de Lorca se alude tan amargamente como en ésta a la esclavitud en que todavía se mantenía en la España de los años republicanos a las criadas, a cambio de un infame salario de hambre.[151] «Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran hechos con otras sustancias», sentencia Bernarda,[152] recordándonos con ello unas declaraciones de Lorca en diciembre de 1934, ya citadas: «Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega».[153] En el caso de la Criada de esta obra, Lorca da a entender que, sobre no poseer «nada», tenía que entregarse al recién difunto marido de Bernarda, a quien presta el poeta el apellido de Benavides, muy común en Asquerosa y sus contornos. Ello reflejaría un uso no infrecuente en las casas de los terratenientes, dueños, en ausencia de la reforma agraria que la República fue incapaz de llevar adelante, de gran parte de Andalucía, y representantes, desde la óptica lorquiana, del peor machismo hispánico.
En relación con todo ello hay que destacar la fuerza de Adela, que, digna continuadora de la Novia de Bodas de sangre, es indudablemente el personaje femenino más revolucionario de todo el teatro de Lorca. Frente al código del honor, basado en el doblegamiento del individuo ante el criterio de los demás, y en el derecho del hombre a todas las libertades, mientras la mujer es mera propiedad o esclava («Se les perdona todo», comenta Adela, a lo cual contesta Amelia: «Nacer mujer es el mayor castigo»),[154] Adela reivindica el derecho a su propia vida y a su propio cuerpo —«¡yo hago con mi cuerpo lo que me parece!»—,[155] ante el deseo de Bernarda de mantener las apariencias y la querencia de «buena fachada y armonía familiar» a toda costa.[156] Ella es la única mujer de la casa que grita su protesta cuando el pueblo, colectivamente, quiere matar a la Librada,[157] y no nos puede sorprender que, al afirmar su determinación de romper con las normas que se le han impuesto, surja la referencia crística al sacrificio (reforzada por la de la oveja que, antes de que se desencadene la tragedia, lleva la abuela María Josefa en brazos):
Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado.[158]
Estas palabras, en el contexto en que se escribieron, conllevan todo un programa para la renovación de la vida española. Es, otra vez, el derecho del individuo a amar libremente, según las necesidades de su propio ser: tema fundamental de toda la obra de Lorca, que arranca de su propia angustia de marginado en una sociedad necesitada —como dijo unos meses antes a Cipriano Rivas Cherif— de una revolución, no sólo de las estructuras económicas, sino de las mentalidades.*
* Véase p. 1.086.
La primera palabra que pronuncia Bernarda Alba en la obra es un grito: «¡Silencio!». Las últimas, asimismo gritadas, afirman una mentira: «Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!». Dos meses después Lorca será definitivamente silenciado por la mentalidad representada por Bernarda Alba, y en seguida el régimen de Franco iniciará una campaña para mantener ocultas las circunstancias de la muerte del poeta granadino, que, con su obra, su persona y su identificación con su pueblo, había merecido el odio de las derechas, especialmente las de su tierra granadina. ¿Se puede dudar que en La casa de Bernarda Alba se enfrentaba con la España Negra?
Cuando Margarita Xirgu estrenó la obra en Buenos Aires en 1945, declaró: «Federico García escribió La casa de Bernarda Alba porque yo le pedí que, luego de Doña Rosita, me diera la oportunidad de encarnar a un ser duro, opuesto a la ternura de la solterona».[159] Es posible, pues, que, al ir perfilando el carácter de Bernarda, Federico tuviera muy presentes los recursos de su actriz preferida, a quien, sin lugar a dudas, la obra iba destinada.[160] Pero, sea como fuera, Margarita Xirgu, siempre tan identificada con los propósitos de la República y tan radicalmente opuesta al fascismo, se sintió conmovida hasta las raíces al conocer la obra que nunca pudo ver representada su autor, y en la cual, cabe pensarlo, la actriz vería prefigurada la guerra civil y la trágica muerte del poeta.
Lorca se sincera con Luis Bagaría
El 10 de junio —nueve días antes de que el poeta ponga fin a La casa de Bernarda Alba— se publica en El Sol la que fue, con toda probabilidad, su última entrevista. Se trata de sus declaraciones al catalán Luis Bagaría, uno de los más extraordinarios caricaturistas de la época, pensador profundo y hombre absolutamente comprometido con la democracia. El artículo iba acompañado de una graciosa caricatura del poeta en guisa de querubín alado, que, coronado de aura floral, entrega un clavel al catalán; otra flor la ha colocado Bagaría —¿alusión al Jardín de las delicias del Bosco?— en el ano del apuesto niño volante. El hecho de que las contestaciones de Lorca se entregasen por escrito da a éstas una autenticidad a menudo carente en entrevistas anteriores: esta vez, por lo menos, sabemos que estamos oyendo lo que realmente dijo el poeta.
La conversación empieza con una pregunta de Bagaría acerca de la cuestión del arte por el arte. «Ningún hombre verdadero», insiste el poeta, cree ya en tal «zarandaja». «En este momento dramático del mundo —continúa—, el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas». Otra vez, pues, se trata del compromiso social del poeta. Compromiso ineludible, dada la «injusticia constante que mana del mundo». Y es la necesidad de comunicación: «Particularmente, yo tengo un ansia verdadera por comunicarme con los demás. Por eso llamé a las puertas del teatro y al teatro consagro toda mi sensibilidad».
Bagaría —a quien Lorca había tratado en Granada, quizá por primera vez, en 1926—[161] padece, según le señala el poeta, «una aguda preocupación metafísica», persiguiéndole una «sed de más allá». Y le hace a Lorca unas preguntas que expresan tanto su propia angustia como la del poeta: «A los creyentes que creen en una futura vida, ¿les puede alegrar encontrarse en un país de almas que no tengan labios carnales para besar? ¿No es mejor el silencio de la nada?». Federico le recuerda que la Iglesia predica la resurrección de la carne, no sólo una especie de supervivencia incorporal. Y dice haber visto, en el madrileño cementerio de San Martín (hoy desaparecido), una inscripción que lo expresaba sucintamente: «Aquí espera la resurrección de la carne D.ª Micaela Gómez». «Las criaturas —recalca el poeta— no quieren ser sombras».
Luego surge el tema de Granada, y de la toma de 1492. «¿Fue un momento acertado devolver las llaves de tu tierra granadina?», pregunta Bagaría. La respuesta es contundente:
Fue un momento malísimo, aunque digan lo contrario en las escuelas. Se perdieron una civilización admirable, una poesía, una astronomía, una arquitectura y una delicadeza únicas en el mundo, para dar paso a una ciudad pobre, acobardada; a una «tierra del chavico» donde se agita actualmente la peor burguesía de España.
El Sol era uno de los periódicos más leídos del país, y no cabe la menor duda de que, en Granada, la «peor burguesía de España», o parte de ella, se enteró de estas palabras.[162] Si Lorca dice que la burguesía granadina se «agita» en estos momentos, es porque está informado de los disturbios que está provocando en la ciudad la ultraderecha. Además, siempre ha despreciado el capitalismo granadino, capaz de todos los destrozos y traiciones en aras de unos beneficios seguros. Habría estado de acuerdo con Antonio Machado, quien, muerto Federico, escribiría apenado: «Granada, pienso yo, una de las ciudades más bellas del mundo, y cuna de espíritus ilustres, es también —hay que decirlo— una de las ciudades más beocias de España, más entontecidas por su aislamiento y por la influencia de una aristocracia degradada y ociosa, y de su burguesía irremediablemente provinciana».[163]
En la tajante frase citada, Lorca también se enfrenta intencionadamente con uno de los dogmas primordiales de la España tradicionalista: la superioridad de la cultura cristiana sobre la islámica. La Granada suya, a diferencia de la simbolizada por el palacio de Carlos V o la catedral, es la Granada íntima, recoleta, ausente, la Granada destruida por los Reyes Católicos y sus sucesores.
A continuación, para mayor abundamiento, el poeta insiste en que, para él, hay cosas más importantes que el nacionalismo:
Yo soy español integral, y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula; pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en la frontera política.[164]
En definitiva, la entrevista, muy bien orquestada, revela con claridad la postura de Lorca en las últimas semanas antes de que la sublevación militar suma a España en la guerra civil.
Pero hay más. Una carta en relación con la entrevista, dirigida por Federico a su gran amigo el musicólogo y crítico Adolfo Salazar, redactor de El Sol, demuestra que, a pesar de la identificación del poeta con el Frente Popular, creía ya conveniente hablar con prudencia acerca de las cuestiones políticas imperantes. Bagaría le había hecho una pregunta directa sobre el fascismo y el comunismo, y el poeta, después de entregar sus respuestas, había empezado a sentir inquietud por el contenido de este apartado. A Salazar le pide ahora un favor:
Me gustaría que si tú pudieras, y sin que lo notara Bagaría, quitaras la pregunta y la respuesta que está en una página suelta escrita a mano, página 7 (bis), porque es un añadido y es una pregunta sobre el fascio y el comunismo que me parece indiscreta en este preciso momento, y además está ya contestada antes.[165]
La prudencia y la discreción eran cualidades muy apreciadas por Lorca. Pero ¿por qué esta supresión? Probablemente se relacionaba con las presiones que en estos momentos recibía el poeta para que se acercara más a los comunistas, e incluso sacara el carné. Presiones que le llegaban especialmente a través de la dominante personalidad de María Teresa León, compañera de Rafael Alberti.[166]
Lorca, neta y claramente antifascista, no era, ni pensaba ser nunca, comunista, tal vez influido en ello por su admirado Fernando de los Ríos. José Luis Cano ha recordado que un día, poco antes de la guerra, estando en casa del poeta, éste se negó a firmar un manifiesto comunista, explicando que no quería apoyar públicamente al partido.[167] Además, al mismo Cano le confirmará después Vicente Aleixandre que, en los últimos momentos antes de salir para Granada, estaba algo molesto por la insistencia que consideraba abusiva de sus amigos comunistas, entre ellos Rafael Alberti.[168]
La carta a Adolfo Salazar evidencia que Lorca ya pensaba volver brevemente a Granada en el primer tercio de junio. «Me voy dos días para despedirme de mi familia», le confía a su amigo. La noticia se confirma en el diario de Morla Lynch. Puesto que los padres del poeta están todavía en Madrid, parece claro que Federico se está refiriendo a su hermana Concha, casada con Manuel Fernández-Montesinos, y a sus sobrinos Manuel, Vicenta («Tica») y Concha. Pero ¿para despedirse? El diario de Morla tiende a confirmar que el poeta ha tomado finalmente, después de muchas vacilaciones, la decisión de cruzar pronto el Atlántico, para reunirse en México con Margarita Xirgu.[169]
La actriz, por su parte, recordaba en 1937 que Federico le había mandado un cable en el cual le anunciaba su salida inmediata para México —cable cuya fecha desconocemos—,[170] y, según le contó Francisco García Lorca al poeta Juan Larrea, cuando su hermano volvió a Granada tenía el pasaje de México en el bolsillo.[171] Todo parece coincidir, pues, en que Lorca estaba decidido a embarcar ya. No obstante, demoró la partida, y no hay pruebas de que volviera a Granada aquel junio para despedirse de sus familiares.[172]
Las últimas semanas del poeta en Madrid
Para el 30 de junio la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, filial española —a la que pertenece Lorca— de la organización internacional antifascista, prepara un homenaje en el teatro Español a Máximo Gorki, muerto unas semanas antes. La Alianza manda un telegrama de condolencia al Gobierno y pueblo rusos, firmado por Alberti, Ricardo Baeza, César Arconada, María Teresa León, Raúl Sender, Wenceslao Roces y Lorca.[173] La prensa anuncia la participación del poeta granadino en el acto, al lado de Dolores Ibárruri y otras destacadas figuras de la izquierda, pero no aparece, tal vez temiendo que se trate de una «encerrona» política.[174]
Dos noches antes, el 28 de junio, había participado en la madrileñísima verbena de San Pedro y San Pablo, acompañado de algunos de sus mejores amigos —entre ellos Rafael Rodríguez Rapún, Pepe Caballero, Adolfo Salazar y Eduardo Ugarte—, para festejar la recuperación de una cornada de Pepe Amorós, quien desde la muerte de Ignacio Sánchez Mejías es el torero del grupo.[175] Queda un magnífico testimonio fotográfico de la juerga, en el cual se aprecia a un Lorca radiante que acaricia con su mano derecha la frente de Rapún.
En cuanto al último manifiesto político firmado por Lorca, se publicó el 4 de julio de 1936. Se trata de una «enérgica protesta» dirigida al dictador Salazar por el Comité de Amigos de Portugal.[176]
Día tras día Lorca seguía leyendo La casa de Bernarda Alba a sus amigos. Estaba cada vez más entusiasmado con la obra, y con la reacción de sus oyentes. Incluso preparaba dibujos de los decorados, que mostraba a José Caballero.[177]
Entre los que escuchan La casa de Bernarda Alba de labios del autor está el escritor Hans Gebser, traductor al alemán de los poetas de la «Generación del 27», que ha empezado a verter al español, con la ayuda de Lorca, la conocida obra de Franz Wedekind, Despertar de primavera. Federico regala a Gebser trece dibujos de corte surrealista que éste publicará en 1949 con un comentario de orientación psicoanalítica.[178]
Unos días antes del 9 de julio la lectura tiene lugar en el piso de Fernando y Gloria de los Ríos, y está presente el sobrino del primero, el joven poeta Francisco Giner de los Ríos, hijo de Bernardo Giner de los Ríos, ministro de Comunicaciones, que siente por la persona y la obra de Federico una admiración sin límites. Después, Giner y otros van con Federico a La Ballena Alegre, que, como siempre, tiene su cuota de falangistas. En un momento de la conversación, un pariente de Francisco, estudiante de psiquiatría, le pregunta a Lorca: «Oye, ¿cómo es posible que tú, siendo maricón, sepas escribir tanto de los problemas de las mujeres?». Lorca, «rojo de indignación», luego pálido, asesta un violento golpe con su puño sobre la mesa de mármol. «¡Porque yo soy más completo que tú! —exclama—. ¡Cuando tú te hayas acostado con tantas mujeres como yo…!». La escena quedó grabada en la memoria del joven Giner de los Ríos, que cuando volvió a su casa fue duramente reprendido por su padre por haber estado en un lugar frecuentado por tantos fascistas. El ministro había sido informado por la policía que vigilaba el local de la presencia allí de su hijo.[179]
Otra lectura de La casa de Bernarda Alba tiene lugar en el piso de Encarnación López Júlvez, la Argentinita, y su hermana Pilar, quienes el 7 de julio —después de una gira triunfal por Buenos Aires, Santiago de Chile, Lima, Bogotá, Puerto Rico, Cuba y México— han desembarcado en Santander. Pilar López, que no estuvo presente en la lectura, ha recordado que, al volver a casa, encontró a su hermana emocionadísima con lo que había oído. Cuando Miguel Pérez Ferrero entrevista estos días a Encarnación —la conversación se publica el 9 de julio—, Federico está presente. La Argentinita anuncia que Los títeres de cachiporra es uno de los tres ballets españoles que cuenta montar aquel otoño en Madrid. Se trata, sin duda, de la obra musicada por el compositor Federico Elizalde, y que ahora el poeta ha retirado, por lo visto, a Carmen Díaz, a cuyo homenaje, además, celebrado el 19 de junio, no hay constancia de que acudiera.[180]
Una noche —tal vez el 9 de julio— cena en casa de Carlos Morla Lynch. Está presente Fernando de los Ríos, que se muestra «visiblemente inquieto», según el diplomático chileno. «El Frente Popular se disgrega —asegura el ex ministro— y el fascismo toma cuerpo. No hay que engañarse. El momento actual es de gravedad extrema e impone ingentes sacrificios». Don Fernando no podía por menos de estar al tanto de los rumores que circulaban, cada vez con mayor intensidad, acerca del golpe de estado que estarían tramando los conspiradores militares, y a los que el presidente del Consejo, Santiago Casares Quiroga, se empeñaba en no prestar importancia, pese a la información que recibía diariamente al respecto. En cuanto a los «ingentes sacrificios» que imponía la situación, si es que realmente pronunció De los Ríos tales palabras, Morla no los puntualiza.
Federico llega con algún retraso. Desde hace varios días su familia está muy inquieta porque se ha anunciado en la prensa que el secretario de la Legación de España en El Cairo, que no es sino Francisco García Lorca, ha sido herido de un tiro de revólver mientras nadaba en una piscina cerca de las pirámides. Pero resulta que la noticia es falsa, y el poeta entra ahora, estrepitosamente, con un telegrama en la mano, para dar la buena nueva. A pesar de ello, no despliega esta noche su habitual vitalidad:
Pero Federico hoy ha hablado poco; se halla como desmaterializado, ausente, en otra esfera. No está como otras veces, brillante, ocurrente, luminoso, pletórico de confianza en la vida y rebosante de optimismo.
Por fin murmura su profesión de fe habitual: «El es del partido de los pobres». Pero esta noche —como pensando en alta voz— agrega una frase más: «Él es del partido de los pobres… pero de los pobres buenos».
Y, no sé por qué, su voz me parece distinta —como lejana— al pronunciar estas palabras.[181]
«Los pobres buenos»: a Lorca le horrorizaba la violencia, y en modo alguno podía aprobar los actos de vandalismo que, en nombre de la revolución o del antifascismo, se cometían entonces en Madrid. Puede ser que la anotación de Morla Lynch (ya sabemos que se trata de un diario retocado, no siempre fiable) refleje esta preocupación.
Santiago Ontañón, por otra parte, ha recordado su último encuentro con Lorca, en una cervecería del pasaje de Matheu, entre la calle de la Victoria y la de Espoz y Mina. Allí estaban reunidos con Federico, además del jovial decorador santanderino, Rafael Rodríguez Rapún, el capitán Iglesias, Jacinto Higueras y otros amigos. De repente la gente empezó a gritar que se quemaba el teatro Español. Pero resultó que no se trataba del teatro, sino de la cercana iglesia de San Ignacio de Loyola. Cuenta Ontañón:
Recuerdo que nos quedamos mirando la cosa, aunque no nos acercamos hacia la iglesia porque había mucha gente. Y allí empezamos a decir: «¡Qué barbaridad! ¿Cómo pueden hacer esto?». Estaba Madrid entonces muy inquieto, y se notaba que iba a pasar algo.
Entonces nos fuimos separando, y yo recuerdo que me quedé con Federico. Íbamos bajando por la calle del Príncipe y al llegar al sitio donde hay dos mojones de piedra, pues sobre uno de ésos, como si eso fuera un monumento a la memoria mía, ¿no?, me despedí de él. «¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad!», me dice. «Esto se va a armar. ¡Me voy a Granada!». «Pero, ¿por qué te quieres ir a Granada?», le contesté. «Estás mejor aquí en Madrid, pase lo que pase». «No, no, yo en Granada tengo amigos. Me voy, me voy». Y nos despedimos. Y Federico decía: «¡Pobrecitos obreros, ay, pobrecitos obreros!», y se marchó hacia la calle de Echegaray. Ésta fue la última vez que le vi.[182]
Parece ser que otros amigos le aconsejaban por estos días que se quedara en Madrid. El 11 de julio cenó en casa de Pablo Neruda. Allí estaba Fulgencio Díez Pastor, diputado socialista por Extremadura. La situación política le preocupaba extremadamente a Fulgencio. Aquella misma tarde un grupo de falangistas se había apoderado de Radio Valencia, anunciando la inminente revolución nacional-sindicalista.[183] Y sin que ninguno de los presentes lo pudiera saber, ya había despegado en Londres, rumbo a Canarias, el Dragon Rapide que iba a llevar al general Franco a Marruecos para ponerse a la cabeza del Ejército rebelde en África.[184] Los días de paz estaban ya contados. Planeado el golpe militar para el 10 de julio, otra vez se había aplazado, debido principalmente a problemas de coordinación con los carlistas.[185] Hay otras vacilaciones, y finalmente se toma el acuerdo de que el levantamiento empiece en Marruecos el 17 de julio.
Lorca intuye que Fulgencio Díez Pastor sabe cosas que, como diputado, prefiere no decir, y le asedia a preguntas. ¿Qué podía ocurrir? Y él, ¿qué debía hacer? «¡Me voy a Granada!», exclamaría finalmente. Díez Pastor opinaba que sería más sensato quedarse en Madrid. Pero el poeta se obstinó.[186] Se ha dicho que el escritor falangista Agustín de Foxá le dio el mismo consejo: «Si tú quieres marcharte, no vayas a Granada, sino a Biarritz». A lo cual contestaría Federico: «¿Y qué haría yo en Biarritz? En Granada, trabajo».[187]
No se sabe en qué fecha, pero pocos días antes de salir para Granada, Lorca leyó para unos amigos en el restaurante Buenavista, cerca de su casa en la calle de Alcalá, el texto definitivo de El público, escrito a máquina en papel tamaño folio, con numerosas correcciones. De creer a Rafael Martínez Nadal, de quien procede esta información, el poeta dijo después de la lectura: «Es el tipo de teatro que quiero imponer cuando termine la trilogía bíblica que estoy preparando».[188] El testimonio concuerda con lo que se sabe por otra fuente de los proyectos de Lorca para el otoño. Después del estreno madrileño por la Xirgu de Doña Rosita la soltera, en cuyo éxito confiaba, como ya se ha señalado, el poeta había prometido auspiciar el de Así que pasen cinco años por el Club Teatral Anfistora.[189]
Por estas mismas fechas se presenta en el despacho de la revista y editorial Cruz y Raya (Bartolomé Mitre, 5), para ver a José Bergamín, sin duda en relación con la edición de Poeta en Nueva York, libro que éste, con Manuel Altolaguirre, lleva varios meses preparando para la imprenta.[190] Pero Bergamín no está, y el poeta deja una nota garrapateada en papel de la editorial: «He estado a verte y creo que volveré mañana». Pero no volverá.[191]
El domingo 12 de julio, a las nueve y media de la noche, unos pistoleros, probablemente carlistas, matan al teniente José Castillo, de la Guardia de Asalto, hombre de izquierdas que ha actuado con firmeza contra los fascistas. A la madrugada siguiente es asesinado en represalia, por amigos de Castillo, el diputado José Calvo Sotelo, jefe de los monárquicos y líder visible (Primo de Rivera sigue en la cárcel) de las fuerzas antidemocráticas que quieren imponer en España un estado corporativista. Es el mártir que esperaban los rebeldes militares, y el crimen será utilizado posteriormente para justificar el alzamiento contra el Gobierno del Frente Popular.[192]
Es casi con toda seguridad esta misma noche del 12 al 13 de julio cuando Federico lee por última vez La casa de Bernarda Alba. La velada tiene lugar en casa del doctor Eusebio Oliver Pascual, en la calle de Lagasca, número 28. La esposa de este médico tan atento para con los poetas se llama Carmela, y Lorca, antes de irse a Granada, quiere festejar la onomástica de ésta —16 de julio, la Virgen del Carmen— con una lectura íntima de su nueva obra.
En la reunión están, entre otros, los poetas Dámaso Alonso (calvo ya, aunque todavía no académico), Jorge Guillén y Pedro Salinas, el crítico literario Guillermo de Torre, el diplomático Semprún Gurrea y el ex residente y futuro banquero Emilio Gómez Orbaneja. Dámaso Alonso ha recordado que al salir de la casa se hablaba de «uno de los muchos escritores que por entonces ya estaban entregados a actividades políticas». De acuerdo con este testimonio, Federico comentó: «¿Has visto, Dámaso, qué lástima? ¡Ya no va a hacer nada!… Yo nunca seré político. Yo soy revolucionario, porque no hay verdaderos poetas que no sean revolucionarios. ¿No lo crees tú así? Pero político, ¡no lo seré nunca!».[193] Hay que suponer que estas palabras, citadas hasta la saciedad por quienes propugnan el «apoliticismo» de Lorca, expresaban tan sólo la resolución por parte del poeta de no militar jamás en un partido político determinado. En declaraciones muy posteriores, Dámaso Alonso, ya viejo, añadiría que Lorca incluyó en aquella ocasión a Cristo entre los poetas revolucionarios, comentando que Lorca «tenía una tendencia hacia las partes revolucionarias de España, pero no pertenecía a la pérdida de la libertad que significaba cualquier partido político».[194]
El asesinato de Calvo Sotelo, llevado a cabo en las primeras horas del 13 de julio, produce en Lorca una profunda inquietud. «Cuando le vi por última vez, en Madrid, estaba, literalmente, espantado —escribe Juan Gil-Albert—. El asesinato de Calvo Sotelo pareció indicarle que el fin se acercaba. “¿Qué va a pasar?”, me dijo, como quien conocedor intuitivo de los suyos espera lo peor».[195]
Lorca decidió abandonar la capital sin demora. Buena parte de aquella tarde la pasó en compañía de Rafael Martínez Nadal, quien le llevó a comer en su casa y luego a tomar café en Puerta de Hierro, en las afueras de Madrid. Allí, según Martínez Nadal, Federico exclamó repentinamente: «Rafael, estos campos se van a llenar de muertos. Está decidido. Me voy a Granada y sea lo que Dios quiera».
En el taxi, Lorca evoca para Nadal el final del segundo acto de La destrucción de Sodoma, obra que espera terminar pronto. «“¡Qué magnífico tema! —resumía—; Jehová destruye la ciudad por el pecado de Sodoma y el resultado es el pecado del incesto. ¡Qué gran lección contra los fallos de la justicia, y los dos pecados, qué manifestación de la fuerza del sexo!”».[196]
En el piso de la calle de Alcalá, donde ya sólo vive Federico —el 5 de julio sus padres han vuelto a Granada, su hermana Isabel está pasando una temporada en la Residencia de Señoritas de la calle de Miguel Ángel, 8, y su hermano Francisco sigue en El Cairo—,[197] Nadal ayuda al poeta a preparar sus maletas. Terminada la tarea, Lorca —siempre de acuerdo con el relato de aquél— le entrega un paquete: «Toma. Guárdame esto. Si me pasara algo lo destruyes todo. Si no, ya me lo darás cuando nos veamos». El paquete, que Nadal abrirá aquella noche, contiene, además de «papeles personales», el borrador del drama El público. Enterado de la muerte del poeta, decidirá no destruir éste («El encargo de destruirlo todo no podía aplicarse a este manuscrito»). Pero, ¿los «papeles personales»? ¿Se destruyeron? Es algo que el depositario no ha aclarado, como tampoco la naturaleza de dichos documentos.[198]
Unos años antes, como hemos visto, Lorca le había hecho a Philip Cummings un encargo parecido. Y Cummings respetó la voluntad del poeta al destruir el contenido del paquete a él confiado. Delicada decisión, de todas maneras. De haber acatado Nadal la voluntad de Lorca, hoy no se conocería una de las obras lorquianas más revolucionarias, jamás montada en vida del poeta y sólo publicada cuarenta años después de su muerte.
Antes de trasladarse con Nadal a la estación de Atocha, parece ser que Lorca visitó a su antiguo maestro Antonio Rodríguez Espinosa, para darle un sablazo. Ello se explica en vista de la ausencia de los padres del poeta. Según Rodríguez Espinosa, Lorca le dijo: «Hay visos de tormenta y me voy a mi casa, donde no me alcancen los rayos».[199] También se despidió de su hermana Isabel y de la gran amiga de ésta, Laura de los Ríos, en la Residencia de Señoritas, abrazándolas mientras Martínez Nadal le esperaba en el taxi.[200]
Poco después los dos amigos llegan a la estación de Atocha. Instalado en su compartimento, Lorca recibe un susto, que en 1963 será descrito así por Martínez Nadal:
Alguien pasó por el pasillo del coche cama. Federico, volviéndose rápidamente de espaldas, agitaba en el aire sus dos manos con los índices y meñiques extendidos:
—¡Lagarto, lagarto, lagarto!
Le pregunté quién era.
—Un diputado por Granada. Un gafe y una mala persona.
Claramente nervioso y disgustado, Federico se puso en pie.
—Mira, Rafael, vete y no te quedes en el andén. Voy a echar las cortinillas y me voy a meter en cama para que no me vea ni me hable ese bicho.[201]
Sobre la identidad de aquel diputado siniestro no tenemos indicio alguno. Y, de todas maneras, puesto que parece tratarse de un individuo de derechas, éste sería ex diputado, ya que en la segunda vuelta de las elecciones granadinas, celebrada en mayo, no había salido elegido ningún representante de la oposición.
Antes de irse Martínez Nadal, Federico dedica algunos ejemplares de sus libros para que aquél los eche al correo. Luego, es la despedida. «Nos dimos un rápido abrazo y por primera vez dejaba yo a Federico en un tren sin esperar la partida, sin reír ni bromear hasta el último instante».
El relato de Rafael Martínez Nadal, publicado veintisiete años después del «último día» de Lorca en Madrid y basado, no en un diario, como el autor da a entender, sino en recuerdos, no se puede considerar un documento totalmente fiable. Llama la atención, por ejemplo, la falta de referencias a Rafael Rodríguez Rapún, con quien, según los pocos indicios recuperables, el poeta seguía manteniendo una relación íntima. ¿No se despidió de Rapún? ¿Dónde? ¿Qué se dijeron? ¿Contaban con verse pronto en Madrid, antes de que Lorca saliera para México? Nada sabemos al respecto.
Aquella noche Federico era esperado en casa de Carlos Morla Lynch. No apareció. Estaba presente Luis Cernuda, quien recordaría en 1938, desde el exilio de Londres, que alguien entró finalmente y anunció que ya no valía la pena esperar más: acababa de dejar al poeta en el tren de Granada. Se trataba, con toda probabilidad, de Rafael Martínez Nadal.[202]
A la mañana siguiente, 14 de julio, Lorca se encontraba de vuelta en la Huerta de San Vicente.