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1934

De vuelta en España

El Conte Biancamano atraca en Barcelona el 11 de abril y, sin perder tiempo, Lorca se traslada a Madrid, con toda probabilidad en tren.[1] En seguida conecta con él allí su amigo Miguel Pérez Ferrero, del vespertino Heraldo de Madrid, que, el 14, coincidiendo con el tercer aniversario del advenimiento de la Segunda República, publica la primera entrevista con el poeta después de su regreso de Argentina.

Pérez Ferrero había visitado a Federico en la casa de su familia, en la calle de Alcalá, donde le encontró ordenando un imponente montón de recortes traídos de América. Ante esta evidencia —y las noticias que durante aquellos meses habían llegado a la redacción del diario—, el periodista no duda de que Lorca ha sido, por tierras rioplatenses, un incomparable embajador de España y de su cultura.[2]

La Barraca había estado en el Protectorado marroquí por estos mismos días actuando en Ceuta, Tetuán y Tánger,[3] y otra vez en Madrid es jubiloso el reencuentro de los faranduleros con Federico. Un día, en la Residencia, mientras se dirige al Auditorium con Rafael Rodríguez Rapún, Luis Sáenz de la Calzada topa de repente con el poeta. Lleva un traje argentino de hilo o lino blanco, de corte nunca visto en Madrid, y viene morenísimo. Ante tal aparición, Luis piensa en seguida en un verso hablado por la Sombra, es decir por Lorca, en La vida es sueño: «Yo fui pálida tez del caos».[4] Federico había vuelto con mucho dinero y unas ganas tremendas de gastarlo, con la sonrisa en los ojos mientras, con su habitual generosidad, invitaba a todos.[5] Pero la felicidad del poeta queda empañada por la noticia de la muerte de Conchita Polo, el 5 de abril. Una de las mejores actrices de La Barraca, la muchacha había contraído una anemia perniciosa a consecuencia de un régimen impuesto por ella misma para combatir su tendencia a engordar: fue, pues, una muerte absurda. La Barraca estaba entonces en el teatro Princesa (después, María Guerrero), y se suspendieron las representaciones.[6]

Gracias a la vuelta del poeta, los ensayos del Burlador de Sevilla y de la Égloga de Plácida y Victoriano —las novedades de La Barraca— adquieren un ritmo más dinámico.[7]

Son días en que la tensión sociopolítica aumenta vertiginosamente. Las derechas acaban de reinstaurar la pena de muerte, gesto que disgusta profundamente a los liberales y, podemos estar seguros de ello, a Lorca;[8] durante abril el Gobierno amnistiará al general Sanjurjo, promotor de la rebelión antirrepublicana de agosto de 1932, y a José Calvo Sotelo, que vuelve desde París imbuido de las ideas corporativistas de Charles Maurras y poco después funda el Bloque Nacional;[9] la CEDA de Gil Robles crece imparable, y el 22 de abril celebrará en El Escorial un multitudinario mitin de sus masas juveniles, la JAP (Juventud de Acción Popular);[10] mientras por otro lado Falange Española de las JONS no se para en barras y se vuelve cada vez más violenta y provocadora.[11] En el Parlamento los cedistas trabajan incansablemente para la derogación de la Ley de Términos Municipales, uno de los grandes logros de la legislación anterior, que favorecía a las clases campesinas, y consiguen su meta durante el mes de mayo.[12]

Desde el punto de vista de los demócratas, es un panorama desolador y altamente preocupante.

Antes de sumergirse plenamente otra vez en la vida madrileña, Lorca vuelve a Granada para las fiestas de Semana Santa, como solía hacer siempre que podía. En Granada, como en el resto de España, la pasión política se ha exacerbado, con frecuentes enfrentamientos entre la clase obrera y las autoridades derechistas. El 16 de abril, como prolegómeno del acto de El Escorial, la Juventud de Acción Popular local organiza un ruidoso mitin durante el cual uno de los diputados de la CEDA a Cortes por Granada, Julio Moreno Dávila, expresa su desprecio al Parlamento.[13] La llegada de Federico se recoge el 22 de abril en El Defensor, que manifiesta que «García Lorca ha quedado consagrado en América como el más alto representante de la moderna lírica española» y añade que «vuelve lleno de emoción y de gratitud. Sea bien venido».[14] En cuanto al diario católico Ideal, no menciona la presencia del famoso poeta.[15]

En Granada se sabía ya del extraordinario triunfo de Lorca en Buenos Aires por un reportaje enviado desde Argentina y publicado por El Defensor el 9 de marzo. En él se daba detallada cuenta de la estancia del poeta en la capital argentina. «El nombre sonoro de Federico García Lorca es el nombre que actualmente brilla sobre todos los nombres en Buenos Aires —escribía Darío Fernández—. Con este granadino, gran poeta español, nos envió España hace unos meses un dramaturgo casi anónimo, y la Argentina, Buenos Aires, lo devuelve a España ungido por la más cálida adhesión y elogio y ya definitivamente consagrado Señor de la Escena». De asombrosa calificaba Fernández la personalidad del «muchachón alegre y triste, cordial, hablador y distraído, que es Federico García Lorca… poeta, dramaturgo excelso, actor, músico, conferenciante y un poco pintor». Y el mejor índice de su triunfo, según el periodista, se encuentra en el hecho de que, cuando los demás teatros de Buenos Aires están casi vacíos, debido a ser época de plena canícula, sigue llenándose noche tras noche el Avenida. Jamás se ha visto un éxito tal. Y es un éxito, como no deja de señalar Fernández, no sólo español sino granadino.[16]

Hay que suponer que la noticia de tal triunfo provocó no pocas envidias en Granada, donde, según los entendidos en la materia, se ha reservado tradicionalmente, para los hijos de la ciudad que triunfan fuera, un soterrado odio.

Varias personas han recordado la vuelta de Federico a Granada entonces. El poeta estaba eufórico al hallarse otra vez en su patria chica. Ante el pintor Miguel Ruiz Molina, al pedirle éste que le cuente sus experiencias por América, Lorca exclama: «Calla, Miguelito, calla. ¡Qué alegría! ¡Dios me ayuda! ¡Es milagroso! Todas aquellas “chuminás” que soportabais los amigos… ¡allí, a teatro lleno!».[17]

A otro amigo, José Navarro Pardo —arabista, miembro del Rinconcillo durante los días heroicos, terrateniente y político local conservador—, Lorca también le confiesa que en Argentina ha tenido tanto éxito, tanta suerte, que era obligada la creencia en Dios. «¡José, tengo que creer! —repetía—, ¡no tengo más remedio que creer!».[18]

Este recuerdo de José Navarro Pardo, recogido por Agustín Penón en 1955, fue ampliado en declaraciones posteriores. Según el arabista, Lorca le contaría, al narrar sus aventuras en Buenos Aires:

Un día me ocurrió algo increíble. Después de bajar del escenario, cuando el teatro se venía abajo, quise dar gracias a Dios. Allí mismo, en el camerino, había un Cristo. Entonces vi la cara de un español, para mí desconocido, que vivía en Buenos Aires, que estaba en un tremendo apuro económico. Me quedé estupefacto, porque yo ganaba el dinero a manos llenas… Cuando salí del teatro comencé a buscarlo por todas partes. Su rostro se me había grabado en la memoria. Después de mover y remover, al fin apareció. Efectivamente, estaba en un gran apuro económico y se lo resolví. Le he dado la mitad de lo que gané. Estoy asustado… El cielo me abruma…[19]

¿Exageración? ¿Juegos de la memoria de Navarro Pardo? Es imposible saberlo. Pero el caso es que varios amigos de Lorca han hablado de una proclividad casi mediumística del poeta, de un sexto sentido especialmente agudo en lo tocante a la muerte. Entre todos los que le conocieron, el testimonio del colombiano Jorge Zalamea es el más extraño en este sentido. Un día de verano —Zalamea lo sitúa en 1932 pero pudo ser posteriormente— Lorca fue invitado a comer en la finca que tenían unos amigos mutuos: Victoria Custodio y la hija de ésta, Ana María, conocida actriz casada con el músico Gustavo Pittaluga, autor de la música de La romería de los cornudos, en cuyo argumento había participado Lorca. En la finca, que se encontraba en el pueblo de Canillejas, en las afueras de Madrid, Zalamea y su mujer pasaban sus vacaciones. Llegado Federico aquel día, todo fue perfectamente hasta que el grupo se sentó en el amplio patio para comer al aire libre. De repente, Lorca se puso pálido, empezó a sudar profusamente y se alejó de la mesa, internándose en la huerta colindante ante la extrañeza de los comensales. Zalamea le siguió. «Pero, Federico, ¿qué te pasa?». «¡Estamos rodeados de muertos! ¡Estamos pisando los muertos! ¡No lo aguanto! —contestaría el poeta—. ¡Estamos en una oficina de la muerte! ¡Siento los huesos, las calaveras!». No quiso volver a la mesa —no participó en la magnífica paella que había preparado la dueña de la casa—, y no dejaba de insistir en que por el patio rondaba la muerte. Aquella tarde el poeta y sus amigos preguntaron, indagaron. La gente del pueblo insistió en que la finca siempre había sido lo que era entonces: una finca y nada más. Pero finalmente, hablando con un viejo casi centenario, el poeta dio con la comprobación que buscaba. Resultó que, a comienzos del siglo XIX, había habido en el lugar un convento de monjas reclusas, a las cuales, llegado el momento de la muerte, se las enterraba allí mismo. En el sitio ocupado cuando la visita de Lorca por el palomar, al lado del patio, hubo antaño un osario en que se conservaban los restos de las monjas. «Federico —escribe Zalamea— escuchó el relato del anciano con la gravedad de quien ve cumplirse una profecía… Y no quiso regresar a la finca».[20]

Es posible, claro está, que al narrar este episodio más de treinta años después, Zalamea exagerara, malinterpretara, bordara o recordara con inexactitud lo realmente ocurrido aquella tarde. Además, el hermano de Ana María Custodio, Álvaro, miembro de La Barraca, ha dudado de la veracidad de la historia.[21] De todas maneras, lo notable es que para aquel amigo tan íntimo del poeta, a quien éste había contado sus penas en 1928 en una serie de cartas muy reveladoras —dada la cautela habitual de Lorca al hablar de sí mismo—, no cabía duda: Federico poseía una intuición de la muerte absolutamente fuera de lo normal.

Antes de que Lorca volviera a Madrid, aquella primavera de 1934, otro amigo granadino tuvo la oportunidad de comprobar la generosidad del poeta: Eduardo Rodríguez Valdivieso. Lorca, al encontrarse de nuevo con el joven, a quien había conocido en 1932, se lamentó de no haberle traído algún regalo de Buenos Aires. En el acto le llevó a una librería y le compró una serie de volúmenes, entre ellos La voz a ti debida, de Pedro Salinas, La montaña mágica, de Thomas Mann, y Crimen y castigo, de Dostoievski. En otras ocasiones Lorca le regalaría la Oda a Walt Whitman, en la edición mexicana de Alcancía, y Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, ambos destruidos por Rodríguez Valdivieso una vez empezada la guerra cuando, ante la ferocidad de los registros domiciliarios que llevaban a cabo los franquistas, los detentadores de libros de Lorca y de otros «rojos», presos de pánico, purgaban sin misericordia sus bibliotecas.[22]

El 1 de mayo, fiesta del trabajo, participan en los actos celebrados en Granada los tres diputados socialistas por la ciudad y su provincia, Fernando de los Ríos, Ramón Lamoneda y María Martínez Sierra, la valiente escritora, luchadora por los derechos de la mujer y sufrida ex compañera de Gregorio Martínez Sierra, que quince años antes le había descubierto la Alhambra a Manuel de Falla. En su libro Una mujer por caminos de España, María recuerda los acontecimientos de aquel día y la cena que se celebra por la noche en la Huerta de San Vicente. Allí encuentra a un Federico alegre, rodeado del cariño de las mujeres de la casa, y que toca unas canciones para ellas solas al piano. «Esta impresión de idolatría femenina hacia el predestinado varón —escribe María— es la que especialmente conservo de aquellas horas breves y gratas. Federico García Lorca era el pájaro lindo adorado por aquel dulce grupo femenil… El cariño parecía brotar en torno suyo. Su alegría de vivir, a un tiempo clara y misteriosa, hechizaba a las almas inocentes. Los que le asesinaron mataron una golondrina, heraldo de todas las primaveras».[23]

Eduardo Blanco-Amor, que seguía mandando artículos sobre España a su periódico La Nación, de Buenos Aires, está al tanto de los éxitos de Lorca en Argentina y, enterado de la vuelta del poeta, se apresura a visitarle en Granada. Allí, en la Huerta de San Vicente —enclavada en «un luminoso arrabal ya con un pie en la vega»—, el gallego descubre a un Federico más íntimo que el de Madrid, a un granadino de hondas raíces campesinas reintegrado a su tierra. Blanco-Amor tiene también la sensación de conocer ahora por primera vez a los padres de Federico, lejos del bullicio urbano de la capital y de las visitas convencionales. Don Federico lleva al escritor gallego a ver sus propiedades en la Vega, y en Fuente Vaqueros éste disfruta de la vista no sólo del pueblo sino de los campos, choperas y ríos que nutrieran la sensibilidad del futuro poeta.

En la Huerta, donde se amontonan los regalos y objetos de plata que ha traído de Buenos Aires, Federico habla, incontenible, de sus recientes experiencias porteñas. Aquella noche, con la ayuda de Pepe García Carrillo, que les ha acompañado, Eduardo reconstruye algunos de los juicios y comentarios del poeta que a él, que ha vivido veinte años de su vida en Buenos Aires, le han impresionado por su exactitud:

Los argentinos no son fríos ni solemnes, como se dice; son tímidos. Pero como, al mismo tiempo, tienen una gran certeza de sí, no son resentidos, como suelen ser los tímidos, sino irónicos… A veces se asombran tanto de lo suyo como si acabasen de desembarcar en su tierra. Esta novedad de cada momento puede ser una de sus grandes fuerzas, porque es una de las formas de su esperanza… Los argentinos tienen la amistad trabajosa, pero es un trabajo que compensa. No es verdad que sean así con los forasteros; son así también entre ellos. Cuando estas fronteras se saltan o se van gastando dan la sensación de ser amigos para siempre. Como yo no tenía tiempo de gastarlas salté las que pude… La mujer argentina es el verdadero amigo, tal vez porque está más liberada, porque duda menos, porque espera menos de sí o porque le importa menos el juicio ajeno. Son grandes amigas repentinas.[24]

Podemos tener la seguridad de que, aquellos días en Granada, Lorca les contaría a sus dos confidentes, ambos homosexuales, muchas anécdotas de su vida amorosa en Buenos Aires, anécdotas de las cuales no quedaría constancia escrita y que hoy, tristemente, son irrecuperables.

La memoria de Eduardo Blanco-Amor no era muy fiable en cuanto a fechas y, dado el hecho de que repitió la visita a Granada el año siguiente, hay cierta confusión en lo que escribió o declaró después acerca de sus dos estancias en la ciudad. Queda una prueba contemporánea de su paso por Granada en la primavera de 1934: en un artículo publicado en La Nación aquel julio, el periodista, hablando del ambiente de crispación política que ya imperaba en España, apuntaba cómo, en una muralla de la Alcazaba granadina, acababa de ver una pintada que rezaba «¡Viva el fascio español!».[25] El verano siguiente, al volver a Granada, Blanco-Amor tendría la ocasión de comprobar hasta qué punto iba haciéndose sentir en la ciudad la presencia del fascismo.

Antes de que salga Eduardo para Madrid, Lorca le entrega varios poemas de la aún inédita colección Diván del Tamarit. En diciembre de 1934 aparecerá en la nueva revista madrileña Ciudad, de la cual Blanco-Amor es redactor, la «Casida de los ramos»; y en febrero de 1935, en el Almanaque literario 1935 de Guillermo de Torre, Esteban Salazar Chapela y Miguel Pérez Ferrero, se publicarán —correspondientes a las cuatro estaciones de 1934— la «Casida de la muerte clara», dedicada a Pérez Ferrero —después el poema será rebautizado «Gacela de la huida»—, «Gacela del mercado matutino», «Gacela del amor con cien años» y «Casida de la mujer tendida boca arriba». Blanco-Amor dirá que la inclusión de estos poemas en el Almanaque literario —que él reseña en Ciudad en febrero de 1935— fue el resultado de una gestión suya, lo cual parece probable.[26]

Blanco-Amor declararía en 1978 haber sido testigo —se deduce que este mismo verano de 1934— del nacimiento de uno de los poemas mencionados, la «Gacela del mercado matutino», calificado por él como «desahogo anecdótico»: «Yo sé cuándo, por qué y para quién la escribió, que naturalmente nunca llegó a enterarse ni tal vez la hubiera entendido».[27] El escritor gallego moriría un año después sin revelar el nombre de quién había inspirado aquel bellísimo poema «ocasional», con su alusión al célebre arco árabe cerca del cual fue ajusticiada Mariana Pineda:

Por el arco de Elvira quiero

verte pasar,

para saber tu nombre

y ponerme a llorar.

¿Qué luna gris de las nueve

te desangró la mejilla?

¿Quién recoge tu semilla

de llamarada en la nieve?

¿Qué alfiler de cactus breve

asesina tu cristal?

Por el arco de Elvira quiero

verte pasar,

para beber tus ojos

y ponerme a llorar.

¡Qué voz para mi castigo

levantas por el mercado!

¡Qué clavel enajenado

en los montones de trigo!

¡Qué lejos estoy contigo,

qué cerca cuando te vas!

Por el arco de Elvira

voy a verte pasar,

para sentir tus muslos

y ponerme a llorar[28]

Después de su breve estancia en Granada, Federico vuelve a Madrid. Allí, en un restaurante de la Bombilla, cerca del Manzanares, los «barracos» le ofrecen una comida-homenaje que luego él mismo paga, y de la cual queda el testimonio de una bella fotografía.[29] Y allí, el 12 de mayo, en momentos en que los escaparates de las librerías madrileñas ostentan como novedad la edición argentina del Romancero gitano,[30] la Federación Universitaria Escolar le brinda un homenaje íntimo para celebrar tanto sus éxitos argentinos como su feliz retorno a España.[31]

El acto, al que no asisten más de veinte personas, empieza a las seis de la tarde en un salón del hoy desaparecido hotel Florida, de la calle del Carmen —su emplazamiento está ocupado actualmente por Galerías Preciados—, y consiste en el estreno español del Retablillo de don Cristóbal de Lorca, seguido de una representación del entremés Los dos habladores, de la escuela cervantina. Las cabezas de los muñecos son de Ángel Ferrant, y los trajes de éstos los que se le regalaron al poeta en Buenos Aires. José Caballero, Manuel Fontanals y el pintor Miguel Prieto colaboran en la preparación de los decorados. Julia Rodríguez Mata interpreta a doña Rosita; María del Carmen García Lasgoity a la madre de la criatura; Modesto Higueras a don Cristóbal, y Luis Sáenz de la Calzada al poeta y al enfermo. Según Sáenz de la Calzada, la representación de la obrita de Lorca «constituyó una verdadera delicia».[32] Curiosamente, como señala el mismo autor, Carlos Morla Lynch, presente en el acto, no menciona en la versión publicada de su diario el hecho de haberse representado aquella tarde el Retablillo de Lorca: es otra indicación que confirma el carácter no siempre fiable de este documento, retocado posteriormente y a menudo censurado. Lo que sí consigna el diplomático, sin embargo, es que después del homenaje se celebró en casa de Pedro Salinas una cena en honor del poeta granadino, que llegó acompañado de su hermana Isabel.[33]

Si La Barraca está ensayando El burlador de Sevilla y la Égloga de Plácida y Victoriano, el Club Anfistora, que no ha vuelto al escenario desde el estreno, el año pasado, de La zapatera prodigiosa y Perlimplín, lleva meses preparando el montaje de una obra de Ferenc Molnar, Liliom. Lorca se encarga de la dirección de ambas iniciativas. Liliom se estrena en el teatro Español el 13 de junio, con gran aceptación por parte de la crítica así como del público de invitación que acude al teatro municipal.[34]

Durante las semanas de los ensayos de Anfistora, Federico reanuda su amistad con Ernesto Pérez Guerra, con cuya imprescindible colaboración reemprende este verano la composición de otros poemas gallegos.[35]

Entretanto, el 1 de junio, ha llegado a Madrid Pablo Neruda, quien desde mayo es cónsul de Chile en Barcelona. «Cuando bajé del tren —recordaría años después— estaba esperándome una sola persona con un ramo de flores en la mano: Federico».[36] Sin embargo, el autor de Residencia en la tierra se equivocaba, pues a Lorca le acompañaban entonces por lo menos dos amigos: Rafael Rodríguez Rapún y Luis Sáenz de la Calzada. Más tarde aquel día, Carlos Morla Lynch, a quien Neruda había avisado por telegrama de su inminente llegada, localiza a los dos poetas en el bar Baviera de la calle de Alcalá. Ambos almuerzan en casa de Morla, donde éste se esfuerza por formarse una idea de su paisano Neruda, que tiene ahora treinta años: «Es pálido —una palidez cenicienta—, ojos largos y estrechos, como almendras de cristal negro, que ríen en todo tiempo, pero sin alegría, pasivamente. Tiene el pelo muy negro también, mal peinado, y manos grises. Ninguna elegancia. Los bolsillos, llenos de papeles y de periódicos. Lo que en él me cautiva es su voz: una voz lenta, monótona, nostálgica, como cansada, pero sugestiva y llena de encanto».[37]

A la noche siguiente acuden al salón de Morla los contertulios habituales para conocer a Neruda. Durante la fiesta Federico brinda a la compañía una danza oriental, envuelto en la alfombra del despacho del diplomático, y luego canta peteneras acompañándose a la guitarra. Después Neruda lee varios poemas suyos, poemas violentos que impresionan por su novedad, y Lorca recita algunas composiciones del Poema del cante jondo. «Aquello —apunta Morla— es como un arco iris después de la tormenta».[38]

La presencia de Pablo Neruda en Madrid —según los archivos diplomáticos se establece en la capital en el último trimestre de 1934,[39] pero probablemente se instala ya durante el verano—, supondrá una brillante aportación al nutrido grupo de jóvenes escritores, artistas y poetas que ahora animan la ciudad, y, por lo que respecta a Lorca, no cabe duda de que el reencuentro con el chileno actuó como un potente estímulo.

Durante junio Lorca pasa una temporada en la Residencia de Estudiantes. Allí le entrevista Juan Chabás, «mientras pasea a la sombra de los altos chopos en temblor». Hablan de La Barraca, que está preparando su gira de verano, y el poeta recalca la importancia que ha tenido para él la dirección escénica de las obras montadas por la farándula estudiantil. «A la vuelta de ensayos y experiencias —dice—, yo siento que me voy formando como director de escena, formación difícil y lenta. Estoy animado a aprovechar esa experiencia para hacer muchas cosas».

En cuanto a su trabajo literario, revela que ahora va a terminar Yerma, e insiste en que hay que volver a la tragedia. «Nos obliga a ello la tradición de nuestro teatro dramático —puntualiza—. Tiempo habrá de hacer comedias, farsas. Mientras tanto, yo quiero dar al teatro tragedias. Yerma, que está acabándose, será la segunda».[40]

Desde noviembre de 1933, cuando las derechas ganaron las elecciones, sus críticas contra La Barraca han arreciado. Y, como era de esperar, la Falange, fundada aquel otoño, no pudo por menos de tomar cartas en el asunto. El 5 de julio de 1934, dos días después de publicada la entrevista de Lorca con Juan Chabás, la revista de la organización fascista dirigida por José Antonio Primo de Rivera, FE, insinuaba que los estudiantes de La Barraca, en vez de dar ejemplo de sacrificio, lo daban «de libertinaje y de derroche de un dinero que no es tuyo, que pertenece enteramente al pueblo que te escucha». El artículo tiene el interés de subrayar el abismo ideológico que separaba cada vez más a los españoles, y no menos a los jóvenes:

No traiciones al campesino que oye en ti los sublimes versos de Calderón, burlándote de su expresión candorosa, mostrando ante él unas costumbres corrompidas, propias de países extranjeros.

No asombres sus ojos ingenuos paseando ante él una promiscuidad vergonzosa. Estudiante: tú eres joven. Tu deber es sacrificarte ante ellos; tu deber es no quedarte con lo que se te da para que lo entregues al pueblo. Tu deber, antes sería viajar ayunando, que lavándote las manos en agua mineral.

El SEU* te llama a sus filas; a ti y a La Barraca. A ti, como joven; a La Barraca, como misión pedagógica que ha de ser conducida tan sólo por los que ansíen una Patria nueva; los que laboren por un porvenir de Imperio; no por los que se mueven en las aguas turbias y cenagosas de un marxismo judío.[41]

* Sindicato Español Universitario, la agrupación falangista.

No se trata, como se ve, sólo de comer bien a expensas del pueblo, ni de corrupción marxista, sino de inmoralidad sexual, de «una promiscuidad vergonzosa». La alusión va, seguramente, para el grupo de actrices de La Barraca y de sus supuestas relaciones con los chicos del teatro. La Barraca, además de expresar las preocupaciones culturales de la República, también simboliza, para la mentalidad de la ultraderecha, la libertad sexual, el «amor libre». Todo ello da una idea clarísima del ambiente del momento, y del odio que se iba acumulando contra quienes pregonaban la libertad. Dentro de unos meses, con el estreno de Yerma, se vería hasta qué punto las derechas ya la tenían tomada con Lorca.

Federico vuelve a Granada para el día de su santo, el 18 de julio, coincidiendo su llegada con la muerte de uno de sus amigos más queridos, Francisco Soriano Lapresa, quien tanta influencia ejerció sobre él en los días heroicos del Rinconcillo, cuando empezaba a escribir.[42]

Según El Defensor de Granada, Lorca se propone pasar el verano en la ciudad, «para ultimar una nueva producción dramática, que dará a conocer en Madrid durante la temporada teatral próxima».[43] Se trata de Yerma, que lee un día en la terraza de la Huerta de San Vicente a varios amigos, entre ellos Joaquín Amigo, Manuel López Banús, Eladio Lapresa —sobrino de Soriano Lapresa— y Luis Jiménez Pérez. Lectura impactante que recordará este último más de cincuenta años después.[44]

A mediados de agosto Federico volvió a Madrid para salir luego con La Barraca rumbo a Santander.

La muerte de Ignacio Sánchez Mejías

Este verano de 1934 han vuelto a los ruedos dos famosísimos toreros, ambos sevillanos aunque de estilo bien diferente: el temerario, impetuoso Ignacio Sánchez Mejías y el clásico Juan Belmonte. Se trata de un acontecimiento extraordinario, de una auténtica convulsión del mundo taurino.

Tanto Belmonte como Sánchez Mejías tienen una estrecha vinculación con el mundo del arte y de la literatura. Con Belmonte se relacionan el novelista Ramón Pérez de Ayala, el pintor Ignacio Zuloaga, el médico y escritor Marañón; con Sánchez Mejías, los jóvenes de la «Generación del 27», especialmente José Bergamín, fanático taurófilo y director de Cruz y Raya, una de las revistas literarias más influyentes del momento, Federico García Lorca y Rafael Alberti. Por estas fechas escribe Miguel Pérez Ferrero: «Son los dos únicos toreros del presente unidos con lazos firmes, no sólo a la consecuencia, sino al concepto y a la misma vida de grupos literarios, sin que aquí “grupo” quiera decir de ningún modo capillita, ni reunión de chismografía».[45]

Ambos toreros cosechan en seguida notables triunfos jaleados por sus respectivos fieles en amistoso alarde de rivalidad. La primera corrida de Ignacio se celebra en Cádiz, el 15 de julio; el 22 torea en San Sebastián; el 5 de agosto está en Santander; el 6, en La Coruña; el 10, en Huesca. Para el 12 de agosto está previsto que lidie en Pontevedra, plaza donde, casi exactamente siete años antes, había anunciado su retirada.[46]

En Santander ve torear a Ignacio la joven y elegantísima escritora francesa Marcelle Auclair, muy amiga de Lorca y su grupo, de quien el matador se había prendado violentamente en casa de Morla Lynch. Sánchez Mejías le asegura ahora a Marcelle que después de la corrida de Pontevedra se retirará definitivamente.[47]

¿Por qué esta vuelta a los ruedos de Ignacio, con sus cuarenta y tres años a cuestas y esos quince kilos de grasa superflua que ha tenido que perder sometiéndose a un duro régimen de ejercicio y de privaciones gastronómicas? ¿Cómo pensar en tal locura? Aunque algunos lo negaran después, lo más probable es que tenía la necesidad de ganar dinero, del que andaba algo escaso entonces. Varios amigos del espada, entre ellos Lorca, achacarían la culpa de lo ocurrido después a la amante del torero, La Argentinita, cuyos derroches del peculio del lidiador llegarían con frecuencia a ser exorbitantes.[48] Pero había también, seguramente, un factor psicológico mucho más relevante: la necesidad, innata en Ignacio, de buscar el peligro y domeñarlo. De todas maneras, a la hora de publicar Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Lorca no dudaría en dedicar el poema a la desafortunada bailarina y cantante.

Si hemos de creer a Marcelle Auclair, que recogería la información de labios de Pura de Ucelay, cuando Federico se enteró de que Ignacio iba a vestir otra vez el traje de luces, exclamó: «Ignacio acaba de anunciarme su propia muerte: vuelve a torear».[49]

También se comentaría después, en los círculos taurinos que frecuentaba Ignacio, que, desde el momento en que decidió volver a los ruedos, el espada «olía insoportablemente a muerto».[50]

Consumada la tragedia, Lorca llegaría a creer que la muerte del gran amigo había sido obra de una ineludible fatalidad.

El drama empieza el 6 de agosto, en La Coruña, donde Ignacio torea al lado de Juan Belmonte y Domingo Ortega. Al descabellar Belmonte a su primer toro, sale el estoque volando hasta las últimas filas del tendido primero, hiriendo mortalmente a un joven espectador. Luego, recibe una herida un mozo de plaza; Belmonte es asistido de una distensión ligamentosa en la muñeca derecha; y, la misma tarde, a Domingo Ortega le llega la noticia de que su hermano Matías ha muerto, a los veintitrés años. Después de la corrida, camino de Madrid, el coche de Ortega cae por un barranco, resultando el diestro herido en una pierna y en la cara y falleciendo el chófer.[51]

Domingo Ortega tenía previsto torear en Manzanares el día 11 de agosto. Pero ya no podrá y le sustituirá Ignacio Sánchez Mejías, probablemente porque el sevillano quería ganar más dinero. Se entendió que Ignacio no llevaría a su propia cuadrilla sino que actuaría con la de Ortega. Eso sí, le acompañarían a Manzanares dos banderilleros de su confianza, Blanquito y Mella, así como su mozo de espadas, Antonio Conde.[52]

Después de haber decidido sustituir a Ortega, Ignacio empezó en seguida a dudar, a preocuparse.

Los periódicos insistirían sobre los elementos de fatalidad que a partir de aquella decisión irían cercando al torero. Primero, el coche que, conducido por él mismo, le lleva desde Huesca hacia Manzanares tiene una avería en las afueras de Zaragoza, y, muy contrariado, el matador tiene que seguir el viaje en tren, llevando consigo sólo a su mozo de espadas, Conde, y a su apoderado, Alarcón.[53] Al llegar a Madrid, la contrariedad del torero aumenta, pues se entera de que no va a Manzanares la cuadrilla de Ortega, sino otra suplente.[54]

En Manzanares los signos funestos se acumulan. Ignacio pide que el célebre rejoneador portugués Simão da Veiga abra y cierre la corrida para que él pueda volver a Madrid inmediatamente después de matar su segundo toro, pues es necesario que llegue cuanto antes a Pontevedra, donde le esperan. Pero el portugués se opone, alegando que tiene que embarcar los caballos rápidamente. Sánchez Mejías se niega a torear, pero el mozo de espadas —el único hombre suyo allí, ya que los dos banderilleros se han quedado en Zaragoza después de la avería— le increpa: «Pero, Ignacio, ¿te vas a rajar? ¡Que no se diga, hombre!». Convencido, Sánchez Mejías se desdice. Que pase lo que tiene que pasar.[55]

Unos días después, el banderillero Mella dirá que Ignacio jamás hubiera debido lidiar con una cuadrilla que no fuera suya, porque era cosa archisabida que una cuadrilla ajena no puede nunca conocer la idiosincrasia de otro torero, ni cómo proteger mejor a éste en momentos de peligro.[56]

Obsesionado por la muerte de su cuñado Joselito —cogido y muerto el 16 de mayo de 1920 en Talavera de la Reina, donde no había buena enfermería taurina—, Ignacio quería verificar las condiciones del quirófano de Manzanares y saber quién era el médico. Unas semanas antes le había confiado al doctor Fernández Cuesta: «Doctor, más miedo que la fiera me produce ver algunas enfermerías de esos pueblos donde tantas veces hay que torear». Además, el espada mantenía, no sin razón, que la cirugía taurina debía ser una especialidad médica, estimando que un cirujano no especializado, sin conocimientos precisos de la forma en que se producen las lesiones ocasionadas en el ruedo, podía cometer errores mortales.[57]

No satisfecho con la enfermería de Manzanares, Ignacio ordenó que en caso de ocurrir una desgracia no se le operara allí, sino que le llevasen a Madrid. Decisión fatal.[58]

A la hora del sorteo de los toros —de la famosa ganadería de Ayala— también actuó, según la prensa, la fatalidad. El matador jamás había participado directamente, en toda su vida torera, en el sorteo, y dejaba esta tarea, a la que ni asistía, a sus banderilleros, según una larga tradición taurina. Pero esta vez, como había tenido que dejar atrás en Zaragoza a Blanquito y Mella, se vio en la necesidad de hacerlo él mismo. Sin duda, en este momento le entró un temor al mal fario. Y, efectivamente, salió primero el toro que le iba a matar. Toro negro bragao, corniapretado y un poco bizco del pitón derecho, que se llamaba —y Lorca se horrorizará cuando lo sepa— Granadino.[59]

La corrida empieza un poco tarde, debido a cierta demora en la llegada de la presidencia, y no, como da a entender el poema de Lorca, a las tradicionales «cinco en punto». Sánchez Mejías lleva un traje de luces azul marino. A su lado, con Simão da Veiga, están el mexicano Armillita y el joven español Alfredo Corrochano.[60]

Entre el público se encuentra uno de sus grandes amigos, el poeta José Bergamín, quien jamás podrá olvidar los pormenores de lo ocurrido esta tarde en Manzanares. Otros amigos han venido desde Madrid, entre ellos Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate, quien observa que Ignacio tiene la cara «terriblemente cansada, de hombre agotado».[61]

Granadino sale de los chiqueros receloso y lento, pero al capote que le ofrece Chiquito de la Audiencia acude con tanta rapidez y violencia que éste sólo puede salvarse tirándose de cabeza al callejón. Ignacio lo mira, se vuelve a sus amigos, y exclama: «¡Éste viene por mí!».[62]

El espada lancea brevemente al toro pero no quiere banderillearlo. Terminado el segundo tercio, se sienta en el estribo para darle el primer pase de pecho. Pase peligrosísimo, especialidad de este torero obsesivamente valiente. Revuélvese el animal e Ignacio le da un segundo pase tan apretado que el pitón le arranca la taleguilla. Al intentar ponerse de pie el matador para llevar el toro a los medios, Granadino, revolviéndose otra vez bruscamente, le hunde el cuerno en el muslo derecho, le echa bajo el estribo y allí le cornea furiosamente. Cuando logran apartar el toro, Ignacio yace en un charco de sangre; y al ser llevado a la enfermería deja detrás un espeso reguero rojo en la arena. Es la sangre que, en su elegía al torero amigo, Lorca no querrá ver. Tanta sangre pierde Ignacio en el ruedo que tienen que echar una gran cantidad de arena en el suelo.[63] Alfredo Corrochano contará a los periodistas que, mientras llevaban a Ignacio al quirófano, el torero le dijo: «Alfredo, me parece que esto se acaba».[64]

A las 5.45 el corresponsal taurino del vespertino El Pueblo Manchego, de Ciudad Real, telefonea la mala noticia a su periódico, llegando ésta justo a tiempo para ser inmediatamente publicada. Los pases del diestro en el estribo fueron «escalofriantes», comunica. Se espera una ambulancia de Madrid para llevar a la capital al torero gravemente herido. Entretanto, continúa la lidia y Armillita escucha clamorosas ovaciones.[65]

Dos días después el mismo corresponsal comentará aquellos pases en el estribo: «Un pase superior, otro enorme de valor en el que, vencido el toro, hace que se incruste el torero materialmente en la barrera. Ya debió marcharse el diestro sevillano al notar la tendencia, pero Ignacio, a sus cuarenta y tantos años, sigue siendo el Excelentísimo Señor Don Ignacio Sánchez Mejías en eso de tener pundonor».[66]

Los médicos de Manzanares, dándose cuenta de la gravedad de la herida, atienden primero al pulso y le ponen al torero numerosas inyecciones. Ignacio —que no pierde un momento la entereza e incluso dice a los médicos lo que tienen que hacer y cómo hay que taponar la herida— insiste en ser llevado a Madrid. Pero la ambulancia —otra fatalidad— no llegará hasta la una de la madrugada, perdiéndose así ocho horas imprescindibles.[67]

José Bergamín asiste a Ignacio durante toda aquella «inacabable noche» y le acompaña en la ambulancia. «¡Qué mortalmente emperezado y alargado fue aquel camino!», escribirá.[68] A las siete horas de la mañana del 12 de agosto llega la ambulancia a la clínica de los doctores Crespo, donde está esperando el famoso Jacinto Segovia, experto cirujano taurino. Se opera en seguida. El médico se declara pesimista, aunque muchos admiradores del torero piensan que, gracias a la fuerte complexión de éste, superará la intervención. Pero la herida es importante —tiene quince centímetros— y atraviesa todo el muslo. Y hay, estremecedor augurio —todavía no se ha descubierto el milagro de la penicilina—, un principio gangrenoso.[69]

Se efectúan después varias transfusiones de sangre. Hace un calor insoportable y a Ignacio le abrasa la sed. El cuarto donde está instalado sólo tiene un ventanuco con reja por el que apenas entra el aire. «Yo entreabría las maderas de cuando en cuando —recordaba Bergamín—; y entonces, del otro lado, aparecía un quemado rostro campesino interrogante, entre deseoso y angustiado, que repetía una misma pregunta siempre: “¿Se ha muerto ya?”».[70]

Ignacio pasa una noche atroz, ya perdido el conocimiento y con períodos de delirio durante los cuales, según Garrigues y Díaz-Cañabate, «hablaba de toros en un paisaje de campo con ganadería y, no sé por qué, de olivos».[71] Constantemente tiene que ser sujetado por los que están a su lado. Intenta varias veces arrojarse del lecho y finalmente lo consigue, cayendo al suelo. Tal es la fuerza del torero moribundo, tal su apego a la vida, tal su rabia, que, agarrado a los barrotes de la cama, hace que ésta se mueva por la habitación.[72] Lorca se enterará de todo ello y dirá en el Llanto: «Un ataúd con ruedas es la cama».

Desde Sevilla han llegado a la clínica la esposa del torero, Dolores Gómez, hermana de Joselito, y otros miembros de la familia. Entretanto, Encarnación López Júlvez, la Argentinita, amante desde hace años de Ignacio, se acerca a la clínica, presa de una mortal ansiedad. Pero familiares del diestro le impiden el acceso al moribundo. Varias personas recordarán después haber visto a la pobre mujer en los alrededores de la clínica, palidísima y como un espectro, implorando información a los que salían del edificio.[73]

Entre éstos no se encontraba Lorca, quien no tuvo fuerza para personarse en la clínica. Ya, la tarde del 11, había llamado a Jorge Guillén en Santander para decirle que Ignacio acababa de ser gravemente cogido en Manzanares; y, a partir de la llegada del torero a Madrid, llamará con frecuencia para tener a los amigos al corriente. El poeta decide no salir para Santander con La Barraca. Quiere que, primero, se haya decidido la suerte de Ignacio.[74] A las ocho de la mañana del 13 los doctores Segovia, Castillo y Crespo pueden constatar que ya no hay nada que hacer: se ha declarado la gangrena gaseosa y todo resulta inútil. A las diez menos cuarto sobreviene un colapso cardíaco y fallece el torero. Lorca llama por última vez a Guillén: «Se acabó. Ignacio ha muerto a las nueve cuarenta y cinco. Me junto con vosotros en Santander. No quiero verle».[75]

Al llegar a Santander aquel mismo día 13 de agosto, el poeta se encierra con sus amigos de la Universidad Internacional y de La Barraca y les explica que Ignacio había hecho todo para no torear en Manzanares. Hasta parecía que le habían ofrecido en el albergue de aquel lugar de La Mancha, para cambiarse, una habitación con el número 13. «El poeta es un médium —diría Lorca entonces—. Ignacio, poeta, hizo todo por sustraerse a su muerte, pero cada uno de sus gestos, cada uno de sus actos, sólo hizo que se apretasen más los hilos de la red».[76]

Lorca había seguido muy de cerca, casi minuto a minuto, la agonía de Ignacio, tanto a través de sus amigos como por la prensa y, sin duda, por la radio, a la que era muy aficionado. Y la prensa insistía, como ya se ha dicho, sobre los elementos de fatalidad que obraron contra el espada.[77] Además, en la de Santander el poeta puede leer el 14 de agosto que Ignacio, después de la corrida celebrada allí el día 5, estaba algo deprimido, porque ni en Santander ni en San Sebastián se había llenado la plaza. «Estoy de malas —había confesado a algunos amigos—. La suerte me vuelve la espalda. Pero quiero demostrar en esta última etapa de mi vida taurina que soy no sólo un torero valiente, sino un torero de verdad».[78]

«Quiero demostrar»: Ignacio, el gran aventurero, había dedicado toda la vida a la demostración de su desprecio por el riesgo. Era la suya, en palabras de su amigo José María de Cossío, «la valentía más auténtica y sobrecogedora que nunca se haya exhibido en ruedos».[79] Y recuerda el gran taurófilo en otro momento: «Verle torear, y no encuentro expresión más precisa, daba miedo».[80]

Como tal vez había intuido Lorca, el regreso de Sánchez Mejías a los ruedos había resultado ser fatal, y ello en momentos en que el torero ya preparaba una nueva obra de teatro, El hombre sin límites.[81] Sobre este elemento de fatalidad insistirá el poeta en la primera parte del Llanto —«La cogida y la muerte»—, en la que todo confluye, «ya prevenido», hacia aquellas terribles «cinco de la tarde».

¿Vio Federico en todo ello —en los intentos del diestro por escapar a su sino— algo así como una premonición de su propia muerte? Es posible. Consumada la tragedia, Marcelle Auclair le oiría decir: «La muerte de Ignacio es como mi muerte, el aprendizaje de mi propia muerte. Siento una paz que me asombra. ¿Tal vez porque fui advertido intuitivamente?».[82] Lo cierto es que jamás podría olvidar el horror de los últimos momentos de Ignacio, luchando hasta el final contra la muerte que le había tocado. Y que muy pronto sentiría la necesidad de conmemorar elegíacamente al gran amigo víctima en Manzanares, aquel 11 de agosto de 1934, de una serie de circunstancias aciagas… y de un toro llamado Granadino.

Otoño sin Ignacio

La Barraca actuó en la Universidad Internacional de Santander los días 13, 15, 17 y 18 de agosto, representando la Égloga de Plácida y Victoriano de Juan de la Encina, El retablo de las maravillas de Cervantes, Fuenteovejuna de Lope de Vega, El burlador de Sevilla de Tirso de Molina y, como despedida, la llamada Fiesta del romance —escenificaciones del «Romance del conde Alarcos» y de La tierra de Alvargonzález de Antonio Machado— con la intervención de Lorca.[83]

Entre los que admiran el montaje del Burlador están Miguel de Unamuno, Marcelle Auclair y su marido, Jean Prévost, y Ezio Levi, profesor de la Universidad de Nápoles, que elogiará la labor de La Barraca este otoño en la revista romana Scenario.[84]

Terminada la estancia en Santander, La Barraca prosigue su gira, representando en Ampuero, Villadiego, Frómista, Palencia, Riaza y algún sitio más.[85]

Fue probablemente durante este verano, mientras los estudiantes montaban su tablado en Cantabria o Castilla, cuando Federico le hizo a Luis Sáenz de la Calzada una inesperada confesión, hablándole de la mujer que le había querido seducir durante su estancia en la capital argentina. «Yo no soy hombre —insistió el poeta ante la sorpresa del chico, quien, pese a saber que Lorca era homosexual, no esperaba que le hablara nunca del asunto—. No he conocido mujer, a pesar de que en Buenos Aires en el hotel se me presentó una mujer desnuda. La mandé marchar».[86] Ello demuestra que por mucho que algunos «barracos» hayan querido insistir en que el poeta nunca hablaba de su «problema» con ellos, aquél en absoluto lo ocultaba ante sus amigos de verdad. Sáenz de la Calzada y Modesto Higueras eran de éstos, y son quienes con más lealtad han hablado de la relación, imposible ya de conocer en toda su hondura, de Lorca con el secretario de La Barraca, Rafael Rodríguez Rapún.

Parece ser que fue en Palencia, en cuyo teatro Principal La Barraca representó el 25 de agosto el Burlador y Las almenas de Toro, donde tuvo lugar una escena que gustaba de narrar años después Modesto Higueras. Mientras los estudiantes comían en un restaurante, entró José Antonio Primo de Rivera acompañado de cuatro falangistas. Al verle, Lorca se puso algo inquieto y más aún cuando, durante la comida, Primo de Rivera le mandó con un camarero una nota que le acababa de escribir en una servilleta. El poeta leyó el mensaje y, sin decir nada, lo metió en el bolsillo. No quería que sus compañeros vieran aquellas palabras, pero Higueras se las ingenió para poder leerlas. Rezaban: «Federico, ¿no crees que con tus monos azules y nuestras camisas azules se podría hacer una España mejor?».[87]

Dado el ataque que la revista falangista FE había dirigido contra La Barraca en julio, se comprende la reacción azorada de Lorca ante la quizá irónica propuesta de quien sería muy pronto jefe nacional del movimiento fascista.

Al enterarse de que La Barraca iba a representar El burlador de Sevilla en Palencia, Miguel de Unamuno se trasladó a la ciudad para ver otra vez aquel montaje que tanto le había impresionado. Allí tuvo una intensa conversación con Lorca, que le preguntó por su gran tema de siempre: Dios y la posibilidad de la vida después de la muerte. «Mira, Federico —le contestaría el autor de El sentimiento trágico de la vida—, es mi preocupación constante».[88] Refiriéndose unas semanas después a la labor de los «jóvenes estudiantes de La Barraca, dirigidos por el de veras joven Lorca», el rector de Salamanca —a quien pronto se le rendiría un homenaje nacional— expresó el hondo respeto que le inspiraba aquella iniciativa de llevar auténtico arte al pueblo.[89]

Terminada la gira de La Barraca a finales de agosto, Federico pasa algunos días en la Residencia antes de volver a Granada. Allí, entre los chopos y las adelfas, le entrevista otra vez Juan Chabás. El poeta comenta, radiante, el gran éxito que han tenido las representaciones en Santander, el entusiasmo de Jean Prévost, que dice que no ha visto en Europa ningún teatro universitario mejor y ha invitado a los estudiantes a París —Prévost está preparando con su mujer Marcelle Auclair la traducción francesa de Bodas de sangre— y el de Ezio Levi, catedrático de la Universidad de Nápoles, que quiere que vayan a Italia… En cuanto a su propia obra, ha terminado Yerma y ahora se propone seguir con otra tragedia de amor, titulada La hermosa, acerca de la cual no ofrece detalle alguno que la identifique.[90]

Se trata, con toda probabilidad, de la obra que figura en una lista de proyectos teatrales del poeta, atribuible a 1935 o 1936, con el título La hermosa. Poema de la mujer deseada. Pero acerca de esta pieza no se han descubierto hasta hoy más indicaciones.[91]

El 5 de septiembre Lorca está de vuelta en la Huerta de San Vicente, donde permanecerá hasta principios de octubre.[92] Antes de regresar a Madrid sus amigos granadinos le ofrecen una cena, el 27 de septiembre, en el Último Ventorrillo, célebre fonda situada en las afueras de la ciudad. Entre los presentes se encuentran Francisco García Lorca, Antonio Gallego Burín, José Segura, Luis Rosales, Francisco Vílchez, José María García Carrillo, Constantino Ruiz Carnero, Manuel Fernández-Montesinos (cuñado del poeta), el arquitecto Alfredo Rodríguez Orgaz, el arabista Emilio García Gómez y, como representante de la Granada de Ganivet, el escritor Nicolás María López, milagrosamente vivo todavía.[93]

De estos amigos, hay que señalar a Emilio García Gómez, director de la Escuela de Estudios Árabes de Granada desde su fundación en 1932. Brillante arabista, García Gómez —madrileño nacido en 1905— debía entonces gran parte de su fama a la publicación en 1930 (durante la ausencia de Lorca en Estados Unidos) de los Poemas arabigoandaluces, traducción al español, con largo y erudito prólogo, de una copiosa antología de poemas árabes escritos en Al-Andalus.

Desde la publicación en 1833 de las Poesías asiáticas del conde de Noroña, Gaspar María de Nava Álvarez —colección mencionada por Lorca en su conferencia de 1922 sobre el cante jondo—,* no se había producido revuelo tal. Y esta vez se trataba, específicamente, de poemas escritos en Andalucía. El libro —del cual se había publicado un anticipo en la Revista de Occidente en 1928— tuvo inmediatamente un extraordinario éxito, y sin duda Lorca no sólo lo conocía sino que lo había leído detenidamente.

* Véanse pp. 324-325.

En Silla del moro, García Gómez recuerda que después de leer Yerma ante un grupo de amigos reunidos en la Casa de los Tiros —se deduce que este verano de 1934—, Lorca había revelado que tenía compuestos, en homenaje a los poetas árabes de Granada, una colección de casidas y gacelas, «es decir —escribe García Gómez—, un Diván, que, del nombre de una huerta de su familia, donde muchas de ellas fueron escritas, se llamaría del Tamarit».[94]

Se trataba, efectivamente, de la Huerta del Tamarit, propiedad de Francisco García Rodríguez, padre de una de las primas favoritas de Federico, Clotilde García Picossi. Huerta que el poeta decía casi preferir a la de San Vicente, situada no lejos de ésta en el mismo borde de la Vega, y cuyo nombre —que significa en árabe «abundante en dátiles»— le encantaba.[95]

Antonio Gallego Burín, decano de la Facultad de Letras, le habría pedido entonces el manuscrito, para que lo publicara la Universidad de Granada, ofreciendo el pintor granadino Francisco Prieto diseñar la portada y comprometiéndose García Gómez a escribir una introducción. Lorca aceptó gustoso.[96]

García Gómez le sirvió de copista, pasando en limpio buena parte del original, quizá con la ayuda, tiempo después, de Eduardo Blanco-Amor, a quien sin embargo no menciona en Silla del moro. Se entregó el libro a la imprenta, se tiraron las capillas de once de las casidas, García Gómez compuso en septiembre su prólogo, e incluso se anunció en el número correspondiente a octubre de 1934 de la revista de la Universidad de Granada que el libro estaba en prensa.[97]

Sin embargo, el Diván del Tamarit no será publicado por la Universidad de Granada. ¿Por qué? García Gómez ha declarado que por motivos ajenos a su voluntad, sin añadir más.[98] Según ha relatado Eduardo Rodríguez Valdivieso, Federico, exasperado por las constantes demoras de la Universidad de Granada en editar el libro, le encargó a él que le pidiera sus cuartillas a Antonio Gallego Burín y se las mandara a Madrid. Gallego, según Rodríguez Valdivieso, se irritó sobremanera al enterarse de la decisión del poeta. «¡El hecho de que Lorca sea poeta no le da el derecho de insistir…!», fulminaría, enojadísimo. Pero Rodríguez Valdivieso se obstinó, y devolvió las cuartillas —pasadas a máquina— al poeta por correo.[99]

En su introducción, García Gómez, al señalar las pocas concomitancias formales existentes entre los poemas de Lorca y los arabigoandaluces, había hecho hincapié en el «granadinismo delirante» que trasminan varias composiciones del Diván del Tamarit, y que, a su juicio, sí vincula la colección lorquiana a la tradición de la poesía musulmana de Al-Andalus. «Sólo un granadino ha podido sentir con tan punzante intimidad el encanto del agua de Granada —apunta acertadamente García Gómez, saboreador él mismo de los deleites de los jardines granadinos—: ríos, surtidores, acequias, aljibes, fuentes, pilares, cascadas, albercas, que la animan, la aturden, la ahogan, la despeñan por las cuestas y la transportan, en su fluir, a esos horizontes de desolación en que eternamente muere, borracha de lágrimas, obsesa de no medicinable melancolía».[100] Y el arabista cita los versos de la «Gacela del niño muerto»:

Todas las tardes en Granada

todas las tardes se muere un niño.

Todas las tardes el agua se sienta

a conversar con sus amigos.[101]

Ciertamente, en los veintiún poemas del Diván —varios de ellos publicados en revistas y periódicos entre 1931 y 1936—, Lorca expresa, en un idioma poético extremadamente estilizado, una visión personalísima de Granada: visión traspasada de angustia ante la muerte, el amor y el paso inexorable del tiempo.

Antes de la vuelta de Lorca a Madrid ocurren sucesos que remueven las entrañas del país. El 1 de octubre cae el gabinete radical, al ser privado del apoyo de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), la coalición dirigida por Gil Robles, que durante diez meses lo ha sostenido en el poder. Gil Robles exige ahora la participación de la CEDA en el nuevo Consejo de Ministros, y el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, que en absoluto se fía del astuto político salmantino, no tiene más remedio que ceder. En el nuevo Gobierno formado por Alejandro Lerroux, los cedistas tienen tres ministerios clave: Agricultura, Trabajo y Justicia. La reacción hostil de la clase obrera, ante lo que se considera como una extraordinaria provocación, era tanto más previsible cuanto que, como observa Gabriel Jackson, la presencia de aquella coalición derechista en el Gabinete «parecía, tanto a los liberales de la clase media como a la izquierda revolucionaria, como un equivalente a la implantación del fascismo en España».[102]

Para el 4 de octubre los sindicatos convocan una huelga general revolucionaria, que tiene una respuesta desigual en todo el país pero que adquiere una extraordinaria importancia en Asturias, Cataluña y el País Vasco. En Asturias, donde los mineros se hacen dueños de toda la cuenca, habrá resistencia hasta el día 15, cuando Oviedo cae ante el empuje de unidades regulares del Ejército de África que, a las órdenes del general López Ochoa, han desembarcado en la costa norte, donde primero ocupan Gijón. La represión asturiana será brutal, con numerosos fusilamientos y muchos miles de encarcelamientos, y dejará recuerdos imborrables entre la población civil.[103]

Los pormenores de la represión no se publican en la prensa, debido a la estricta censura imperante, y sólo serán revelados al ganar las elecciones de 1936 el Frente Popular. Pero cabe pensar que Lorca se entera muy temprano de la realidad de lo ocurrido en Asturias, ya que su amigo y protector Fernando de los Ríos formará parte de la comisión parlamentaria que investigue los hechos.[104]

En cuanto a Cataluña, el 6 de octubre el presidente Companys ha proclamado la «República Catalana dentro de la República Federal Española». La aventura dura sólo diez horas al negarse el general Batet, gobernador militar de la plaza, a ponerse a las órdenes de la Generalitat, cuyo edificio bombardea hasta conseguir su rendición a la mañana siguiente. Manuel Azaña, que había llegado a la capital catalana a fines de septiembre, y que proyectaba volver a Madrid el 4 de octubre, es víctima del levantamiento, siendo detenido el 7 de octubre al dar por descontado las autoridades que el ex primer ministro ha estado complicado en los acontecimientos. La inocencia de Azaña sólo será reconocida el 6 de abril de 1935 por el Tribunal de Garantías Constitucionales, y desde el día de su encarcelamiento hasta aquella fecha las derechas no dejarán de calumniarle. El 14 de noviembre de 1934 un nutrido grupo de intelectuales liberales e izquierdistas, entre ellos Lorca, dirigirá una carta de protesta al Gobierno, quejándose del intolerable tratamiento a que se está sometiendo a Azaña. No podrá ser publicada en la prensa debido a la censura y sólo se conocerá unos meses después.[105]

El conato separatista catalán dio fuertes argumentos al fascismo, y máxime a José Antonio Primo de Rivera, elegido jefe único de Falange Española de las JONS el 4 de octubre. El día 7 Primo de Rivera participa destacadamente en una manifestación de adhesión al Gobierno celebrada delante del Ministerio de la Gobernación en la Puerta del Sol. La «sagrada unidad» de la patria estaba amenazada; era el deber de todo buen español darse cuenta de que había un vasto complot marxista-judaico orquestado desde Moscú contra España; había que estar alerta.[106]

Ante estos acontecimientos y además con su subvención ya recortada, La Barraca no actúa. «¡Cómo vamos a representar —diría Lorca por estas fechas—, cuando hay tantas viudas en España!».[107]

Entretanto el poeta trabaja febrilmente en su Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, componiendo gran parte del poema en el piso de Pablo Neruda, la «Casa de las Flores» del barrio de Argüelles.[108] Tan emocionado se encuentra al irse cuajando la magna elegía, que tiene que abandonar las sesiones que había reanudado con Ernesto Pérez Guerra con el propósito de avanzar en la composición de sus poemas gallegos.[109]

El esfuerzo es enorme, pero hacia finales de octubre el Llanto está casi completo. El 4 de noviembre Lorca ofrece en casa de los Morla Lynch la que tal vez fuera su primera lectura íntima del gran poema.[110] Unos días después, también en presencia de los Morla, repite la lectura en casa de Fernando de los Ríos. El diplomático chileno ya no lo duda. «Es evidente que nos hallamos ante una creación maestra», apunta. En la misma velada el poeta lee algunos trozos de Yerma,[111] y en las semanas siguientes leerá entera la obra varias veces.[112]

Por estas fechas existía la posibilidad de que Lorca viajara próximamente a Filipinas en representación de la nueva poesía española, habiendo sido nombrado a estos efectos por la Junta de Relaciones Culturales. Pero en vista del mucho trabajo que lleva entre manos, y especialmente del inminente estreno de Yerma, renuncia. En su lugar irá Gerardo Diego, que a un sector de la prensa le parece una «sustitución poco acertada».[113]

El 15 de diciembre El Sol publica una importante entrevista con Lorca, a quien, en vísperas del estreno de Yerma, ha visitado el redactor Alardo Prats en la casa familiar de la calle de Alcalá.[114] El poeta explica que está trabajando en una nueva comedia en la que pone toda su ilusión, Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores, y que la Universidad de Granada va a publicar un nuevo libro de versos suyos, Diván del Tamarit, libro que, como ya se ha dicho, retirará después.

Lorca revela que, si bien él es perfectamente consciente de ser persona muy creativa, «al fin y a la postre se trata de un don que por raro azar a uno le sobreviene». La modestia del poeta es indudablemente sincera. Se apresura a explicar que el gran ejemplo para él ha sido Manuel de Falla. «Yo he aprendido del maestro Falla, que además de gran artista es un santo, una ejemplar lección —declara—. En muchas ocasiones, suele decir: “Los que tenemos este oficio de la música”. Estas humildes y magníficas palabras las oyó un día de labios del maestro la pianista Wanda Landowska y le sonaron a herejía. Hay artistas que creen que, por el hecho de serlo, necesitan medidas especiales para todas las cosas. “Al artista se le debe permitir todo, etc.”. Yo estoy con Falla. Yo hago mi oficio y cumplo con mis obligaciones, sin prisa…».

Durante la entrevista vuelve a aflorar la intensa preocupación que sigue sintiendo Lorca por el teatro… y el desprecio que le suscita la situación actual del comercial. «Digan lo que quieran —recalca—, el teatro no decae. Lo absurdo y lo decadente es su organización. Eso de que un señor, por el mero hecho de disponer de unos millones, se erija en censor de obras y definidor de teatro es intolerable y vergonzoso. Es una tiranía que, como todas, sólo conduce al desastre».

Hablando sólo unos meses después de la fracasada revolución asturiana, sabiendo que en las cárceles hay muchos miles de presos políticos, el poeta se identifica abiertamente con los desvalidos y expresa su compromiso, como artista y como hombre, con su pueblo. «En este mundo yo siempre soy y seré partidario de los pobres», insiste:

Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega. Nosotros —me refiero a los hombres de significación intelectual y educados en el ambiente medio de las clases que podemos llamar acomodadas— estamos llamados al sacrificio. Aceptémoslo. En el mundo ya no luchan fuerzas humanas, sino telúricas. A mí me ponen en una balanza el resultado de esta lucha: aquí, tu dolor y tu sacrificio, y aquí la justicia para todos, aun con la angustia del tránsito hacia un futuro que se presiente, pero que se desconoce, y descargo el puño con toda mi fuerza en este último platillo.

La entrevista se reproduciría algunos días después en El Defensor de Granada, por lo cual podemos tener la seguridad de que las ideas de Lorca acerca de la justicia social se conocían perfectamente en aquella ciudad a partir de finales de 1934.[115]

En cuanto a su obra teatral actual, explica que quiere terminar la trilogía empezada con Bodas de sangre y continuada con Yerma, que ahora se estrenará. «Me falta —explica— El drama de las hijas de Lot». Se trata con toda seguridad de la obra también titulada La destrucción de Sodoma, de la cual ya habló en Cuba a Luis Cardoza y Aragón y, poco tiempo después, a Rafael Martínez Nadal. De la pieza no queda más constancia documental que una sola hoja conservada en el archivo del poeta.[116]

Lorca llegó a escribir, sin embargo, por lo menos un acto de la obra —luego sustituida dentro de la trilogía por La casa de Bernarda Alba—, que leyó a Rafael Rodríguez Rapún y Luis Sáenz de la Calzada en el cuarto de éste de la Residencia de Estudiantes. Sáenz de la Calzada ha recordado:

El lenguaje era, digamos, surrealista, de un simbolismo desgarrado; narra la escena de los ángeles que llegan a Sodoma y cómo los habitantes de dicha ciudad quieren conocerles, a lo que se opone Lot, quien, como es sabido, les ofrece, a cambio, sus propias hijas vírgenes. El decorado sería mitad Giotto, mitad Piero della Francesca: planos descansando sobre columnas renacentistas; planos a distintas alturas, en los que se moverían Lot y los ángeles; abajo, el pueblo, enfebrecido por el deseo; los personajes aparecen recortados como con buril y hablan por símbolos terribles de no fácil comprensión; Lot y su familia huyen entre las llamas pero, en la huida, Lot comete incesto con una de sus hijas; es sabido que el incesto es una de las primeras prohibiciones en cualquier tipo de cultura … Federico, en la obra, lo que hace es oponer el incesto a la sodomía, aunque no veo claras las razones que le movieron a proponer dilema semejante. En todo caso, al final del acto, y eso sí lo recuerdo muy bien, se produce un gran tumulto, voces, llamas, gemidos, entre lo que destaca como un alarido, como el arañazo sobre el cristal o el yeso, la afirmación de Lot, gritando: «¡¡La hice mía!!».[117]

Durante los próximos dos años hablará en distintas ocasiones de esta obra por lo visto nunca acabada.

En su entrevista con Alardo Prats, el poeta declara que después de terminar El drama de las hijas de Lot hará «otro tipo de cosas», y tocará «temas y problemas que la gente tiene miedo de abordar». He aquí otra vez al Lorca rebelde, al Lorca enemigo de la hipocresía burguesa, al Lorca de El público, escrito hace ya cuatro años y que todavía no ha podido estrenar. Al Lorca, en fin, que cree cada vez más en un teatro capaz de cambiar a la gente, de combatir la inercia de la sociedad, de influir en la sensibilidad de las personas:

Aquí, lo grave es que las gentes que van al teatro no quieren que se les haga pensar sobre ningún tema moral. Además, van al teatro como a disgusto. Llegan tarde, se van antes que termine la obra, entran y salen sin respeto alguno. El teatro tiene que ganar, porque la ha perdido, autoridad… Hay que desterrar de una vez todas esas cantilenas ineptas de que el teatro no es literatura, y tantas otras. No es más ni menos que literatura… Yo espero para el teatro la llegada de la luz de arriba siempre. En cuanto los de arriba bajen al patio de butacas, todo estará resuelto. Lo de la decadencia del teatro a mí me parece una estupidez. Los de arriba son los que no han visto Otelo ni Hamlet, ni nada, los pobres. Hay millones de hombres que no han visto teatro. ¡Ah! ¡Y cómo saben verlo cuando lo ven!

En este momento surge de repente la visión de aquella noche en Alicante, hace casi exactamente dos años, cuando La Barraca representaba el auto de La vida es sueño. El poeta recuerda haber visto entonces «cómo todo un pueblo se ponía en vilo» al presenciar la representación de la obra calderoniana. «No se diga que no lo sentían —exclama—. Para entenderlo, las luces todas de la teología son necesarias. Pero para sentirlo, el teatro es el mismo para la señora encopetada como para la criada. No se equivocaba Molière al leer sus cosas a la cocinera».[118]

En pleno «bienio negro», cuando el fascismo arrecia, cuando en justicia social y el reparto de la riqueza hay en España un grave retroceso, Lorca va a estrenar ahora, de la mano de Margarita Xirgu, una obra que sabe de antemano no podrá por menos de ofender gravemente a las derechas. Yerma va a ser un campo de batalla donde se enfrenten las dos Españas.

El estreno de Yerma

Por esta época Lorca frecuentaba el sótano de La Ballena Alegre, en los bajos del café Lyon, frente a Correos, donde, en vísperas del estreno de Yerma, le encuentra una noche el periodista Alfredo Muñiz, llevado del brazo de Miguel Pérez Ferrero. Lorca está rodeado de amigos. Allí están Acario Cotapos, el compositor chileno cuya obra sinfónica Voces de gesta, inspirada en el drama de Valle-Inclán, pronto será estrenada, gracias a una iniciativa de sus compañeros en Madrid, entre ellos Lorca; Pablo Neruda, «cuyos ojos, entornados siempre al espectáculo triste de lo humano, buscan en un punto indeterminado del horizonte destellos de divinidad antes de apurar el último sorbo de cerveza»; el pintor Isaías Cabezón; el arquitecto Luis Lacasa; Eduardo Ugarte; el escultor Alberto Sánchez; Rafael Rodríguez Rapún; Aurelio Romeo, de La Barraca; uno de los hermanos Sáenz de la Calzada, probablemente Luis; Delia, «con el juramento de sus veintiocho años eternos y las inquietudes de su Club Teatral Anfistora» —¿Delia del Carril, amante de Neruda?—, y el torero salmantino Pepe Amorós, «que se emociona al hablar de Sánchez Mejías: luto en el corazón de todos».

En sus palabras a Muñiz, Lorca subraya el hecho de que ahora, como dramaturgo, sólo está empezando. «Yerma es mi cuarta obra. Y nada sentiría tanto como que la gente pensara que mi labor teatral culmina en cualesquiera de los títulos ya conocidos. Yo sigo mi vida, y con mi vida, mi teatro, al que dedicaré desde hoy lo más sentido de mis afanes poéticos. Yerma marca el punto central en la trilogía iniciada hace dos años con Bodas de sangre y que terminará en Las hijas de Lot. Después…».[119]

Federico solía llegar a los ensayos, desde La Ballena Alegre, un poco tarde, acompañado de uno o varios amigos de aquella bulliciosa tertulia. Los tres «barracos» José Caballero, Eduardo Ugarte y Rafael Rodríguez Repún asistían asiduamente. Caballero —a quien Lorca encargó el cartel de Yerma— ha recordado cómo dirigía Lorca los ensayos, con absoluta seguridad en lo que hacía. El poeta, que seguía con minuciosa atención cada pormenor del trabajo de los actores, insistía sobre todo en la arquitectura rítmica del montaje, así como había hecho con Bodas de sangre. «Un actor no se puede retrasar un segundo detrás de la puerta —decía—. Causaría un efecto deplorable. Es como si en la interpretación de una sinfonía se produjera un efecto musical a destiempo».[120]

Los ensayos se llevan a cabo en momentos de máxima tensión en todo el país —las cárceles están llenas de presos políticos y los consejos de guerra están dictando penas de muerte por los sucesos de Asturias y Barcelona—, y elementos ultraderechistas, enterados del contenido explosivo de Yerma, esperan el estreno para provocar un alboroto. Además, el día antes del estreno es liberado en Barcelona Manuel Azaña, injustamente encarcelado en relación con los sucesos ocurridos en la Ciudad Condal. La relación de amistad existente entre Margarita Xirgu y Azaña es muy conocida, y en septiembre el ex jefe del Gobierno se había refugiado en casa de la actriz, quien por más señas le había estrenado en el teatro Español, en abril de 1932, su obra La corona. Y además Cipriano Rivas Cherif era cuñado de Azaña, y sus ideas izquierdistas materia de burla en la prensa de derechas. Por todas estas razones era inevitable que el estreno de Yerma tuviera connotaciones políticas.

El ensayo general es todo un acontecimiento. Entre el público se encuentran tres «barbas» ilustres cuyas observaciones apunta meticulosamente un redactor de La Voz, José Luis Salado: el premio Nobel Jacinto Benavente, Ramón del Valle-Inclán y Miguel de Unamuno. La crónica, no exenta de malicia, empezaba así:

García Lorca —con su pipa y una greña sobre la frente— va y viene por el pasillo central. En torno suyo hay unos muchachitos pálidos. (Eso es lo único malo de Lorca: el séquito, que le da, quizá a pesar suyo, un aire de González Marín cuando entra en un café con sus «peregrinitos» a cuestas). Eso sí, en las butacas, un público ilustre, como no es dable hallar —al menos íntegramente— en los ensayos generales. Público de auténtica «première» al estilo francés y tan complejo, que abarca desde Valle-Inclán a la Argentinita, pasando por el bailarín Rafael Ortega. (El maestro Rafael Ortega, que estaba allí). La Argentinita… ¡Tantas nostalgias, tantas cosas que se fueron! Encarnación es un poco como la única musa femenina del grupo, aunque esto no quiere decir que García Lorca sea un poeta «para hombres solos». (Los ojos más bonitos de España han leído el «Romancero gitano»). Al ensayo vinieron algunos de esos ojos: pequeñas luces en la penumbra. También han venido las más ilustres barbas españolas: la de Unamuno, la de Valle-Inclán, la de don Jacinto.[121]

Profundamente ofendido por el artículo, con sus veladas alusiones a la homosexualidad de Lorca y de su grupo, Cipriano Rivas Cherif prohibió que en adelante franqueara Salado las puertas del Español.[122] Después del primer acto, las «tres barbas» aprueban la obra. Benavente, antes de irse a dormir, se compromete a asistir al estreno. Valle-Inclán declara que lo que más le ha gustado es cuando la Vieja, interpretada por Amalia Sánchez Ariño, dice que no cree en Dios. Unamuno se está divirtiendo «bastante más que en las Constituyentes», y señala que él tiene una obra parecida a Yerma —Raquel, aún no estrenada en Madrid—, pero que Yerma es superior, lo cual, viniendo de donde viene, es un elogio sin precedentes. «Yerma —continúa el gran pensador— nos presenta a un Lorca cuajado ya del todo. El tema es propicio, claro. El amor materno, el frustrado amor en este caso, siempre ha sido un tema muy teatral. “¡Ay de la casada seca!”, que dice Lorca, “¡ay de la que tiene los pechos de arena!”. Es como la avaricia. Y como la envidia».[123] Lorca contaría después a sus amigos que, habiendo recibido el beneplácito de Unamuno, se consideraba «santificado».[124]

El estreno de Yerma tuvo lugar, a teatro lleno, la noche del sábado 29 de diciembre. Unamuno, haciendo un gesto insólito, acudió otra vez al Español, hecho que comenta Miguel Pérez Ferrero en el Heraldo de Madrid al día siguiente: «Había estado don Miguel de Unamuno en el ensayo general ¡y volvió al estreno! Salía con Marañón entre el gentío, dándose cuenta seguramente de lo que significaba la reiteración».[125] Pero no hay constancia de que estuviera Valle-Inclán, ni de que Benavente mantuviera su palabra de volver para el estreno. Además de a Gregorio Marañón, se veía entre el público a otros dos médicos famosos, ambos amigos de Lorca: el histólogo Pío del Río Hortega, muy vinculado a la Residencia de Estudiantes, y Eusebio Oliver.[126] Según uno de los periodistas presentes, «daba gusto ver el Español anoche. Nuestros magnates intelectuales, las personas que ya han dejado de ir a los estrenos, los jóvenes, estaban allí. Este tributo de la juventud a Lorca y al “lorquismo” constituía la nota más visible…».[127]

El estreno fue afeado por los previsibles incidentes de orden político. Nada más levantarse el telón se nota la presencia de elementos alborotadores, que lanzan gritos contra Margarita Xirgu antes de ser expulsados de la sala. El crítico de El Pueblo diagnosticó así lo ocurrido: «Las derechas españolas no quieren perdonar a Margarita Xirgu que representara Fermín Galán (de Rafael Alberti). Y, por otra parte, y en cuanto a la noche del estreno, mortificó mucho a los reaccionarios la coincidencia con la libertad de Manuel Azaña».[128]

Carlos Morla Lynch, testigo de las protestas, describe así la acción de aquel «grupo de mozalbetes»: «En la sala, desde el comienzo de la función, se dejan sentir, procedentes del llamado “paraíso”, esto es, de la galería, los murmullos y bisbiseos de los interruptores. La manifestación hostil va dirigida, especialmente, en contra de la insigne actriz por la hospitalidad brindada a un ex jefe del Gobierno, amigo, en hora para él aciaga … Guerra a ella, por los motivos expresados, y guerra a Federico porque es joven y triunfante». Según Morla, la inmensa mayoría del público, indignada por los gritos de los alborotadores, protestó enérgicamente, haciendo necesario que la Xirgu interrumpiera brevemente la representación.[129] En este momento entra la fuerza pública y expulsa a los reventadores.[130]

¿Quiénes eran aquellos jóvenes? En opinión de Eduardo BlancoAmor, presente en el estreno, se trataba de un grupo de falangistas, pero ello jamás se ha podido demostrar.[131]

Restablecida la calma, la obra cala progresivamente en el público. Lorca tiene que salir al final de todos los cuadros, y al bajarse el telón final la ovación es apoteósica, tanto para él como para Margarita Xirgu y el escenógrafo Manuel Fontanals. El diario anarquista La Tierra comentó a la mañana siguiente que la actriz catalana lloraba de alegría, y que el teatro Español, «enguirnaldado con los laureles de los dioses propicios, era como un enorme plectro tallado en oro».[132]

Si toda la prensa liberal acogió el estreno de Yerma con entusiasmo, la de derechas estuvo unánime en su rechazo. El Debate —el diario católico más leído del país, órgano de la CEDA y adulador, por estas mismas fechas, de los regímenes de Hitler y de Mussolini— protestaba ante «la odiosidad de la obra», su «inmoralidad», sus «blasfemias».[133] Informaciones —diario del financiero Juan March, dirigido por Juan Pujol y entre cuyos redactores había varios falangistas— despotricaba: «La comedia es francamente mala … No cabe nada más soez, grosero y bajo que el lenguaje que el señor García Lorca emplea; se ha contaminado el poeta y ha enfangado su pluma». Refiriéndose a los que habían interrumpido la obra, el diario comentaba que «algunos espectadores sintieron sublevado su buen gusto y exteriorizaron su protesta».[134] La Nación —órgano monárquico-fascista fundado en 1925 por el general Miguel Primo de Rivera y ahora bajo la égida de Calvo Sotelo— titulaba así su reseña, en flagrante contradicción con la verdad: «El éxito de Yerma, de García Lorca, se circunscribió a un mínimo sector del público del Español». El diario demostró que había sido especialmente ofendido por los «asertos soeces» de la Vieja Pagana, «tipo monstruoso, negación personificada de todo principio ético e intento abominable de explicación metafísica». La Nación continuaba: «García Lorca se retuerce contra toda creencia, cuando paganiza la fuerza de una convicción hispana, que induce a rogativas a la divinidad y que acarrea funestas consecuencias terrenas».[135] El Siglo Futuro, órgano carlista, tampoco dudaba del carácter eminentemente peligroso de la tragedia de Lorca: «Queremos insistir en la condena enérgica de alguna expresión que ofende creencias y sentimientos, para los cuales el autor no tiene el menor respeto, y consignar contra ese proceder insensato la protesta más rotunda y terminante».[136] En cuanto al diario monárquico ABC, más moderado que los cuatro citados, señalaba la presencia en la obra del «empleo de crudezas innecesarias y particularmente alguna irreverencia, que hiere el oído y subleva el alma», y continuaba: «Aunque el autor quiera estar al margen de sus personajes y ponga el dicho en boca de una Vieja pagana, no tiene justificación». El diario monárquico encontraba en la obra «muchos momentos de una sensualidad franca y descarada».[137] Finalmente, para La Época, también monárquico, propiedad del marqués de Valdeiglesias, el «autor sólo ha conseguido ofrecer a la curiosidad de los espectadores un caso patológico de idea fija, de obsesión, de locura, al que nada aportan, por desdicha, ni el arte, ni la acción dramática, ni una inspiración poética de alto vuelo, ni la descripción científica del caso morboso, presente de continuo con monotonía fatigosa del principio al final de la pieza».[138]

La prensa satírica de derechas tampoco escatimó sus críticas. Para Gracia y Justicia el estreno marcaba una fecha luctuosa en la historia del teatro español: «Han pasado al llamado género de versos todas las groserías, ordinarieces y barbaridades que hasta ahora adornaban el llamado género de revista. En esta Yerma, ¡se dice cada atrocidad!». Gracia y Justicia, al igual que otros órganos de la derecha, no puede eludir la referencia al grupo de jóvenes que habitualmente acompañan y jalean a Lorca. Hay en Yerma «unas cuantas blasfemias, artísticas y de las otras, que los amigos de García Lorca aplaudieron a rabiar. Porque el señor Lorca —“antes fraile que de Lorca…”, dice también el pueblo— es de los escritores que tienen un corro de amigos».[139] La implicación, claro, es que tales amigos son, como el poeta, homosexuales. En otra página, la misma revista se burla del «Discurso al alimón» de Lorca y Neruda, pronunciado en Buenos Aires y recientemente reproducido en la prensa madrileña,[140] comentando: «La novedad acaso consista, nos dijimos, en que Neruda comienza: “Señoras”… y García Lorca continúa: “y señores”, y que, luego, en el decurso del discurso, siempre es el primero quien dice: “Porque, ¡ah, señoras…!”, y es el segundo quien agrega: “y señores!”. Pero fijándose bien vimos que esto era lo más natural del mundo, mejor dicho, de García Lorca».[141]

Otra revista de orientación similar desarrollaba más crudamente el mismo tema:

LA COFRADÍA DEL APIO

En el último estreno del Español, y entre los espectadores de buena fe que acudieron por equivocación a dicho teatro, se había dado cita una cofradía extraña, de la que el autor de Yerma es hermano mayor.

En los pasillos, en el «foller», en el «bar», durante los entreactos, herían los oídos voces atipladas y gritos equívocos, subrayados por el recortado ademán del dedo en la mejilla.

—Estamos todos.

—¡Jesús! ¡Qué cosas!

—¡Ay, es que me troncho!

Era una escena repugnante. Tan repugnante como las frases y las escenas de la obra, repulsivas, soeces, contrarias a la dignidad humana y, por supuesto, al arte mismo.

Ninguna mujer decente puede presenciar la obra, que cae dentro del Código penal, porque con ella se comete un delito de escándalo público.

Hasta que el fiscal intervenga y prohíba su representación, que es un baldón oprobioso para la escena de nuestro teatro oficial y una afrenta para los sentimientos de las personas honradas y decentes.[142]

En Granada el extraordinario éxito de Yerma fue recogido por El Defensor, pero ni el conservador Noticiero Granadino ni Ideal mencionaron el nuevo estreno de su famoso paisano.[143] Tal silencio reflejaba el principio de una actitud hostil por parte de las derechas de la ciudad hacia Lorca, que se iría endureciendo progresivamente.

Comentando unas semanas después el éxito de Yerma, un crítico resaltaba el frescor que suponían para la escena española precisamente aquellos elementos tan repudiados por las derechas. «En medio de la cucufrutería y el remilgo insoportables del teatro español —escribía A. Bazán en el primer número de la revista Tiempo Presente—, esta obra de sano realismo, de bella desnudez, de sinceridad y de revaloración de nobles funciones del cuerpo humano, representa un paso decisivo hacia nuestra liberación del atraso medieval que sigue oprimiéndonos».[144]