ARGENTINA. 1933-1934
El poeta llega a la metrópoli del Sur
Una de las condiciones para aceptar la invitación de ir a América era que el barco fuera muy grande. El Conte Grande, uno de los trasatlánticos más modernos del mundo, hace honor al adjetivo en todos los sentidos. Además, el tiempo también es propicio y la travesía resulta tan plácida como la de 1929 cuando Lorca arribara a bordo del Olympic a Nueva York. El 2 de octubre hay una breve escala en Las Palmas, desde donde el poeta echa una carta a su familia. Al cruzar el ecuador se organiza la fiesta de rigor, y los que participan por primera vez en tan notable efemérides reciben de manos de Neptuno el bautizo con champaña. El poeta, además de divertirse, trabaja en una nueva conferencia, «Juego y teoría del duende», que dará por primera vez en Buenos Aires, y pule las otras, ya muy probadas. Unas horas antes de que lleguen, el 9 de octubre, a Río de Janeiro, algunas pequeñas mariposas blancas aparecen en el barco, empujadas por el viento desde la costa de Brasil. Peces voladores surcan el aire. Lorca, que escribe en estos momentos a sus padres, siente la emoción de llegar —como tres años antes a Cuba— a «la América nuestra», «la América española».[1]
En Río le espera el escritor Alfonso Reyes, embajador de México y buen amigo suyo en Madrid. Lorca y Fontanals visitan brevemente la ciudad, y Reyes le entrega al poeta ejemplares de la edición limitada mexicana de la Oda a Walt Whitman, que se acaba de publicar, y les lee a los dos amigos versos de su libro Romances del Río de Enero.[2]
El día 11 el Conte Grande llega a Santos, y la mañana del 12, temprano, a Montevideo, donde la escala es brevísima. En la capital uruguaya se ha producido una extraordinaria expectación en torno a la visita del poeta granadino, debido en gran parte al inolvidable éxito obtenido unos meses antes por Bodas de sangre en el teatro 18 de Julio, y periodistas y fotógrafos están al acecho. Entre ellos se encuentra Pablo Suero, prestigioso crítico teatral del diario porteño Noticias Gráficas, que ha seguido de cerca la carrera ascendente del granadino y ahora le conocerá en persona por primera vez. Suero, buen trotamundos que ha vivido en París y tratado a numerosos escritores galos, entre ellos a Colette y Barbusse, simpatiza en seguida con él.
El periodista le encuentra charlando animadamente con su viejo amigo madrileño Enrique Díez-Canedo, uno de cuyos hijos es miembro de La Barraca. El gran crítico teatral —quizá el más destacado de España— es ahora embajador de la República en Uruguay. También están con el poeta el empresario Juan Reforzo, marido de Lola Membrives, que le pone al corriente del inmenso éxito que ha tenido Bodas de sangre en ambas ciudades; los hermanos José y Mariano Mora Guarnido, viejos amigos granadinos de los años del Rinconcillo y emigrados desde hace unos diez en Montevideo; y la actriz española Rosita Rodrigo.[3]
Suero y Reforzo acompañan a Lorca a Buenos Aires, donde el primero publica unos días después en Noticias Gráficas dos brillantes crónicas sobre su encuentro con el poeta. Suero —que tiene la misma edad que Lorca— ha podido apreciar, durante el trayecto en barco con Federico, la intensa vitalidad de éste y su capacidad para pasar vertiginosamente de un asunto a otro, del juego y de la risa al enunciado de «cosas trascendentales en un lenguaje lleno de fuerza y de expresión». Quizás lo que más le ha sorprendido es constatar que hay siempre en Lorca, en igual potencia, «esta facultad de alegría y de gravedad». Sobre tan rara combinación han discurrido, de hecho, casi todos los amigos del poeta. Suero no duda que tiene delante al «más pujante, puro y hondo de los poetas de habla hispana», antiguo y moderno a la vez, enraizado en la tradición andaluza pero abierto a las más nuevas corrientes del arte mundial. «Los curtidos abuelos labradores de la Vega de Granada de nuestro García Lorca —escribe—, le dieron esta simiente fecunda del verbo sobrio. El artista vino después y enriquecióla con la ciencia y la taumaturgia del arte». Suero está seguro, como estará seguro después Dámaso Alonso, de que se expresa en García Lorca el «genio racial» de su pueblo. Sólo así se puede explicar la fuerza de Bodas de sangre, obra que, en opinión del crítico, ha devuelto la dignidad al teatro español.
Durante la travesía del Plata Lorca revela que, mientras en Montevideo le fotografiaban y entrevistaban, no hacía sino pensar en el pintor uruguayo Rafael Pérez Barradas, a quien había conocido en Madrid en los tiempos del ultraísmo, a principios de los años veinte. Sabe que Barradas murió en Montevideo en 1929 de tuberculosis, en la penuria que siempre le había acompañado, y ello le duele profundamente. Para el poeta se trata del «gran pintor uruguayo a quien uruguayos y españoles hemos dejado morir de hambre». Seguramente, al meditar sobre la suerte corrida por Barradas —tan contraria a la suya—, le ha aflorado el recuerdo, no sólo de los días madrileños convividos con él, sino del «Ateneíllo» de Hospitalet, frecuentado por Lorca en el verano de 1927 durante su estancia en la capital catalana (eran los días más intensos de su relación con Salvador Dalí, otro asiduo de la tertulia); del estreno de Mariana Pineda por Margarita Xirgu, con escenografía del pintor catalán; de la exposición de sus dibujos en las galerías Dalmau; de la amistad con Gasch, Montanyà, Góngora y demás fervientes animadores de L’Amic de les Arts… ¿Cómo olvidar al pobre y valiente Barradas? Unos meses después, al volver a Montevideo, Federico depositará flores sobre la tumba del llorado amigo.
Proyectos editoriales, entre ellos un libro, no nombrado, entregado a Manuel Altolaguirre como regalo de boda;[4] evocaciones de Nueva York (el «crac», seis suicidios) y de Cuba; recuerdo de una visita a Toledo con «Daniel Gali» —se trata, evidentemente, de Salvador Dalí—, en que los dos «ejercieron» de mendigos… del poeta mana una fuente inagotable de ocurrencias, anécdotas y exageraciones. Suero, gran entendido en teatro y él mismo autor dramático, toma buena nota de la insistencia de Lorca en que su auténtico teatro no es Bodas de sangre sino El público y Así que pasen cinco años. Nada más llegar a América, el poeta resalta el camino que quiere seguir en el teatro, que no es, precisamente, el de la obra que acaba de tener tan rotundo éxito tanto en Montevideo como en Buenos Aires.[5]
Si en la capital uruguaya la llegada de Lorca fue esperada con expectación, la de Argentina le reserva una acogida casi apoteósica. Desde principios de octubre la prensa se había dedicado a anunciar la serie de cuatro conferencias que pronunciaría en Amigos del Arte y a comentar su poesía y su producción dramática. Todos los titulares subrayan ahora el hecho de que se trata del mayor renovador actual tanto de la lírica como del teatro hispanos. El cosmopolita Buenos Aires, siempre atento a los nuevos aires culturales que soplan por Europa, espera en Lorca —y lo encuentra— al gran mensajero del arte contemporáneo llegado desde España.[6]
Conferencias, el reestreno de Bodas de sangre y el estreno americano de La zapatera prodigiosa: nadie dudaba de que todo ello prometía constituir una insólita etapa en la vida de la ciudad, aunque nadie tampoco hubiera podido prever el extraordinario éxito personal que tendría el poeta en Buenos Aires.
En el muelle esperan a Lorca y a Fontanals un nutrido grupo de periodistas, fotógrafos, representaciones culturales y algún amigo imprevisto. Por ejemplo, Gregorio Martínez Sierra. Especialmente emotivo es el reencuentro con unos vecinos de Fuente Vaqueros, emigrados a Buenos Aires en 1922: el matrimonio formado por Francisco Coca y María Montero. Cuando Lorca les ve en el muelle les saluda alborozado desde el barco. Con ellos está una hija, Matilde, del querido «compadre pastor» de los días de infancia del poeta en la Fuente, y la sobrina de María, María Molino Montero, de dieciocho años, que ahora conoce a Federico por primera vez. Se oyen gritos: «¡Es de mi pueblo, es de mi pueblo, de la Fuente!». «Os aseguro que me saltaban las lágrimas», escribe Federico a sus padres. Los Coca le verán a menudo durante su estancia. Les llamará frecuentemente por teléfono, les invitará al teatro, querrá estar con ellos. A pesar de su fama, de su apabullante éxito, necesitaba la compañía de esta gente de su pueblo y recordar con ellos su infancia en la Vega de Granada.[7]
Le hospedan en el hotel Castelar, uno de los mejores de Buenos Aires, situado en la Avenida de Mayo, casi en el cruce con la del 8 de Julio y en pleno centro de la ciudad. Desde la ventana de su pequeña habitación, la 704, en la séptima planta del elegante edificio —«dormitorio tan reducido que parecía un camarote»—,[8] puede contemplar la intensa vida que fluye a todas horas por esta hermosa calle, llena de terrazas, que siempre ha sido la predilecta de la comunidad española de la gran metrópoli e incluso se conoce como «avenida de los Españoles». Entre 1920 y 1930 habían llegado a Argentina unos 300.000 europeos, principalmente italianos y españoles.[9] Entre éstos —como Lorca no tardaría en saber— predominaban los gallegos, cuya añoranza de su tierra sería agudamente reflejada en el poema «Cántiga do neno da tenda», compuesto en gallego a la vuelta del poeta a España con la ayuda de Ernesto Pérez Guerra.
Si gran parte de la comunidad española acoge a Lorca con los brazos abiertos, son los gallegos quienes más entusiasmo expresan ante su llegada. Ya se sabe en la capital que Lorca no sólo ha compuesto en gallego un poema inspirado por Santiago de Compostela, sino que tiene al parecer otros en elaboración. A los pocos días de llegar a Argentina el Correo de Galicia anuncia que pronto, al lado de una entrevista con el poeta, dará a conocer «algunas de sus más bellas poesías enxebres».[10] En la entrevista, publicada el 22 de octubre, Lorca expresa el intenso amor que siente por Galicia,[11] pero en este número el periódico no da a conocer las poesías anunciadas, y sólo imprimirá, el 19 de noviembre, el «Madrigal a la ciudad de Santiago», lo cual tiende a confirmar que aún no ha terminado otra composición gallega.[12]
En estos momentos en que está cobrando virulencia en España la campaña electoral, la comunidad española bonaerense, que sigue de cerca la situación a través de los periódicos, se va dividiendo cada vez más en dos bandos, el monárquico-derechista y el republicano. Según numerosos testigos, además del testimonio de la prensa, Lorca en absoluto se mantenía al margen de las discusiones, alineándose firmemente con la democracia republicana, recordando su alegría cuando cayó Alfonso XIII[13] e incluso cómo se marchó de una casa, en donde era el invitado de honor, al hacerse el elogio de la monarquía.[14] A sus padres escribe: «En España leo cosas desagradables. Estas elecciones van a ser terribles. ¡Vamos a ver qué pasa! Yo tengo verdadera ansiedad por todos esos movimientos políticos».[15]
En sus declaraciones a la prensa porteña no se priva de la satisfacción de señalar que su obra no gusta a las derechas de su país. Y, refiriéndose específicamente a su poesía, le dice a un redactor de Crítica: «A los curas de Granada, por ejemplo, no les hizo gracia». Preguntado por el mismo diario acerca de la situación política española en vísperas de las elecciones, manifiesta que, si bien se nota que los reaccionarios están arremetiendo con fuerza, el pueblo, «que ama y gusta la libertad, está en la izquierda».[16]
Al poco tiempo de instalarse en el Castelar le visita la joven María Molino Montero, que se sorprende al constatar que ha pegado a la pared de su habitación una ampliación fotográfica de un retrato suyo en el cual, en medio de un campo de coles, probablemente de la Vega de Granada, aparece vestido con el mono de La Barraca y los brazos extendidos en guisa de Cristo crucificado. Cada vez que vuelva María a subir a la habitación del poeta le extrañará más esta sombría fotografía, cuya clave no logra descifrar pero que sospecha, correctamente, tiene una relación íntima con el Lorca profundo que ella intuye: el Lorca que, a pesar de tanta fama y adulación, «no era eso».[17]
El Castelar será cuartel general del poeta durante su larga estancia en Buenos Aires. A apenas cien pasos, en la misma acera, está el teatro Avenida, donde el 25 de octubre reestrenará Lola Membrives Bodas de sangre. Y en los bajos del hotel, además de una confitería que frecuentará y que es sede de la tertulia literaria «Signo», se encuentran los estudios de Radio Stentor, recién inaugurados, donde participará en varias emisiones.
La misma noche de su llegada a Buenos Aires, el poeta, sin descansar y apenas sin tiempo para cambiarse de ropa, va al teatro. Se trata del estreno, en el teatro Smart, de una obra del alemán Ferdinand Bruckner, El mal de la juventud, en versión castellana de Pablo Suero: descarnada representación de la juventud alemana de posguerra, huera de ideales, falta de fe en el porvenir, hundida en el vicio y entregada a la promiscuidad sexual. Lorca, que recibe una calurosa ovación del público al enterarse éste de que se encuentra en la sala el autor de Bodas de sangre, se queda impresionado por la obra del dramaturgo alemán, y declara que en Madrid sería imposible estrenarla en estos momentos, dada la audacia de su contenido. El gesto del granadino, al querer asistir nada más llegar a Argentina a un estreno de una compañía nacional, es muy apreciado por la intelectualidad porteña.[18]
A partir del primer día de su llegada a Buenos Aires, la presencia de Lorca en los diarios y revistas de la capital será constante. Su éxito superará con creces cualquier otro jamás conseguido por un escritor español en Argentina —Neruda hablará del «apogeo más grande que un poeta de nuestra raza haya recibido»—,[19] y durante seis meses será difícil abrir la prensa sin leer algo acerca del prodigio andaluz que ha caído como una tromba sobre la ciudad. Lorca pronunciando conferencias; Lorca recitando; poemas de Lorca; Lorca tocando el piano; Lorca deambulando por Corrientes o Florida o reunido con amigos y corifeos en el café Tortoni; Lorca en Tigre (paraje que le encanta y que visita con frecuencia); Lorca con Lola Membrives; Lorca con Eva Franco; Lorca en tal o cual banquete u homenaje; Lorca comiendo en un restaurante de la Costanera, lugar que a menudo insistía en visitar para poder contemplar el río… Dentro de poquísimo tiempo el todo Buenos Aires sucumbirá ante los múltiples dones y la simpatía del poeta español. Todo ello quedará pronto reflejado en la inscripción al dorso de una fotografía que envía a España:
Yo. Pero estoy muy mal porque estaba nerviosísimo de tanto beso y tanto apretón de mano. Cuando me fui al hotel no pude dormir de cansado que estaba. Aquí por eso tengo una sonrisa falsa porque lo que quería era que me dejaran solo y veo que es imposible. No como ni un día en el hotel. Siempre estoy invitado y llevado y traído. Esta mañana firmé en la cama veinte álbumes. He tenido que tomar un muchacho que me sirve de secretario y de mecanógrafo y me defiende de las visitas que llegan hasta la cama. Algo atroz. Buenos Aires tiene tres millones de habitantes, pero tantas, tantas fotos han salido en estos grandes diarios que soy muy popular y me conocen por las calles. Esto ya no me gusta. Pero es para mí importantísimo porque he conquistado a un pueblo inmenso para mi teatro.[20]
El muchacho en cuestión era un tal Arturo Bazán, de quien ha quedado algún rastro entre la correspondencia conservada en el archivo del poeta. Parece ser que llegó a haber alguna complicidad entre ambos. Una carta de Bazán a Lorca, que está en Montevideo, termina así: «Me despido de usted con un abrazo y… para la persona que usted sabe».[21]
Si por la prensa se puede seguir casi día a día las actividades públicas del poeta, otra cosa es rastrear, cincuenta años después de su muerte, su vida íntima durante aquella triunfal estancia. Lorca no llevaba un diario; parece haber escrito poquísimas cartas a sus amigos españoles —sólo se conoce una postal colectiva dirigida desde Montevideo a Melchor Fernández Almagro—,[22] y tampoco hay noticias de las que seguramente recibió de Rafael Rodríguez Rapún, así como de otros amigos.
No sólo a Pablo Suero le confía Lorca que su empeño principal está en escribir un teatro de vanguardia, radicalmente antiburgués. En una entrevista con La Nación, publicada el 14 de octubre, incide sobre la misma cuestión. Revela que trae en la maleta, aunque sin la pretensión de estrenarla, Así que pasen cinco años, y declara que nunca cuenta ver representado El público:
Porque es el espejo del público. Es ir haciendo desfilar en escena los dramas propios que cada uno de los espectadores está pensando, mientras está mirando, muchas veces sin fijarse, la representación. Y como el drama de cada uno a veces es muy punzante y generalmente nada honroso, pues los espectadores en seguida se levantarán indignados e impedirán que continuara la representación. Sí; mi pieza no es una obra para representarse; es, como yo la he definido, «un poema para ser silbado».[23]
Así, en el mismo inicio de su estancia porteña, el poeta, deliberadamente provocador y enigmático, vuelve a insistir en la primacía de El público sobre el resto de su obra, pero ello sin facilitar indicaciones concretas, por lo menos a la prensa, sobre la atrevida temática de la pieza.
En cuanto a la identificación de Lorca con las aspiraciones democráticas de la República, no deja en duda a los periodistas. Habla una y otra vez de la labor de La Barraca, que espera poder llevar a Argentina, y despotrica contra la burguesía, que después de hundir con su mal gusto el teatro comercial, ya apenas se digna asistir a las representaciones. El Lorca que llega a Buenos Aires es el Lorca apóstol de un teatro nuevo que enfoca los problemas reales del hombre contemporáneo. Todos sus comentarios van insistentemente en este sentido.[24] A un redactor del diario Crítica declara: «Yo arrancaría de los teatros las plateas y los palcos y traería abajo el gallinero. En el teatro hay que dar entrada al público de alpargatas. “¿Trae usted, señora, un bonito traje de seda? Pues, ¡afuera!”. El público con camisa de esparto, frente a Hamlet, frente a las obras de Esquilo, frente a todo lo grande». Después de transcribir las opiniones del poeta, el periodista comenta: «García Lorca salta de tema en tema. Siempre, sin embargo, algún chispazo acerca del teatro ilumina la conversación».[25]
Al llegar a Buenos Aires, el poeta declaró que probablemente sólo estaría un mes y medio en la ciudad, ya que tenía que volver a España a pasar las Navidades con su familia.[26] Es cierto, en efecto, que así se lo había prometido tanto a sus padres como a sus amigos de La Barraca, y que, una vez cumplido el compromiso de dar las cuatro conferencias contratadas con Amigos del Arte, pensaba emprender el viaje de regreso.[27] Pero, como le había pasado en Cuba tres años antes, no le será posible mantener su palabra. Entre éxito y éxito se irá prolongando la estancia, y el mes y medio se convertirá en dos, tres y finalmente seis. Pero nunca estarán lejos de su pensamiento España, sus amigos y, especialmente, su madre. «Aquí entre nosotros —recordaba el poeta José González Carbalho—, viviendo días de triunfos inolvidables, tenía con verdadera frecuencia la nostalgia de su casa paterna y de su Granada. A cada momento quería partir».[28] El joven crítico de teatro Alfredo de la Guardia, que reanuda en Buenos Aires una amistad con Lorca iniciada trece años antes en Madrid, recuerda que Vicenta Lorca, de quien Federico hablaba siempre con «tanta devoción», le «llamaba» con insistencia —se supone que por carta—, «presintiendo, acaso, que tendría ya poco tiempo a su hijo para llevárselo a los labios».[29] Otros amigos han dejado constancia de cómo, en la habitación de Federico, se iban amontonando los regalos más dispares que compraba para su madre.[30]
Amigos y conferencias
A la noche siguiente de su llegada a Buenos Aires —el testimonio es del poeta José González Carbalho, presente en la reunión—, Lorca, acompañado de Manuel Fontanals, acude a casa del escritor Pablo Rojas Paz y su esposa Sara Tornú, conocida familiarmente como la Rubia. Allí están, entre otros, el chileno Pablo Neruda, a quien ahora conoce Federico por primera vez, Oliverio Girondo y su mujer la poetisa Norah Lange, el poeta Raúl González Tuñón y su mujer Amparo Mom, Jorge Larco —escenógrafo de Bodas de sangre—, Conrado Nalé Roxlo, María Luisa Bombal y el poeta Amado Villar.[31]
Villar, según un comentario aparecido estos días en la prensa, ha sido uno de los más fervorosos propagadores de la obra de Lorca en Argentina, hablando de ella «en cuanta peña literaria y cuanta tenida báquica-poética se haya presenciado entre la gente joven de Buenos Aires».[32] Ello tiene su explicación: los dos poetas se habían conocido en Madrid unos diez años antes cuando aún buscaba Lorca su voz auténtica.[33]
Entre este grupo de jóvenes escritores argentinos, varios de los cuales serán buenos amigos suyos, el poeta granadino se encuentra en seguida en su elemento, desplegando su habitual abanico de dones y gracia. «A los pocos minutos ya era dueño de la simpatía y de la conversación —refiere González Carbalho en 1938—. Allí le oímos definir a los autores teatrales en poetas y “caballos” dramáticos. Su juicio era lapidario».[34] Los recuerdos de González Carbalho, publicados tan poco tiempo después de la muerte de Lorca y por ello aún frescos, tienen un indudable valor testimonial. De especial interés es un comentario del autor acerca de la reacción de Lorca ante la adulación que siempre le acompañaba en Buenos Aires: «Supo inmediatamente reconocer quiénes podían ser sus amigos, y se rebelaba sin disimulos ante el snobismo de quienes lo buscaban para alardear después que habían tenido como invitado al poeta aplaudido».[35]
Una semana después, el 20 de octubre, Lorca pronuncia en Amigos del Arte su primera conferencia, «Juego y teoría del duende». La sociedad, cuya sede se ubica en Florida, número 659, está dirigida por Bebé Sansinena de Elizalde —mujer de gran sensibilidad con verdadera pasión por el arte y la literatura—, y tiene enorme prestigio en la ciudad. Lorca llegará a sentir por Bebé y su marido tanta amistad que declarará que la única casa en su vida a la cual se ha empeñado en llegar con puntualidad ha sido la de los Elizalde.[36] La conferencia sobre el duende, dada ahora por primera vez, es todo un éxito. Preside el acto el embajador español, Alfonso Dánvila, y la sala se encuentra absolutamente abarrotada de público impaciente por ver en persona al famoso autor y oír su palabra. Según el cronista del Correo de Galicia, tal entusiasmo suscita la charla que, de un golpe, Lorca conquista el alma de Buenos Aires.[37] Con ninguna conferencia suya, de hecho, hubiera podido Lorca entrar con mejor pie en la sociedad porteña. Y ello porque, al discurrir sobre el duende, el poeta no sólo hablaba de su concepto de las fuentes del arte andaluz sino, en realidad, de su propio yo poético. Ello prestaba a esta conferencia un estremecimiento y hasta un escalofrío no tan presentes en sus otras charlas, y que se transmitían sin fallo al auditorio.
La velada de «apoteosis para el arte grande de la escena española», que prevé El Diario Español en vísperas del reestreno de Bodas de sangre, desborda las esperanzas.[38] El gran acontecimiento tiene lugar el 25 de octubre. Antes de levantarse el telón, el poeta, vestido de elegantísimo esmoquin, aparece en el escenario para leer un breve y hermoso texto de salutación al público. Antes de que pueda pronunciar una palabra, una voz grita: «¡De pie!», y el teatro entero, efectivamente de pie, prorrumpe en una ovación que dura cinco minutos.[39] Ya restablecida la calma, Lorca, como ha hecho en varias entrevistas, indica que se encuentra en los inicios de su carrera de dramaturgo, y alude, ¡cómo no!, a su maestro Rubén Darío, cuya relación con Buenos Aires no puede olvidar. Por suerte se ha conservado el texto leído en tan memorable ocasión:
El dirigir la palabra esta noche al público no tiene más objeto que dar las gracias bajo el arco de la escena por el calor y la cordialidad y la simpatía con que me ha recibido este hermoso país, que abre sus praderas y sus ríos a todas las razas de la tierra.
A los rusos con sus estrellas de nieve, a los gallegos que llegan sonando ese cuerno blando de metal que es su idioma, a los franceses en su ansia de hogar limpio, al italiano con su acordeón lleno de cintas, al japonés con su tristeza definitiva. Pero, a pesar de esto, cuando subía las ondas rojizas y ásperas como la melena de un león que tiene el Río de la Plata, no soñaba esperar, por no merecer, esta paloma blanca temblorosa de confianza que la enorme ciudad me ha puesto en las manos; y más que el aplauso agradece el poeta la sonrisa de viejo amigo que me ofrece el aire luminoso de la Avenida de Mayo.
En los comienzos de mi vida de autor dramático, yo considero como un fuerte espaldarazo esta ayuda de Buenos Aires, que corresponde buscando su perfil más agudo entre sus barcos, sus bandoneones, sus finos caballos tendidos al viento, la música dormida de su castellano suave y los hogares limpios del pueblo donde el tango abre en el crepúsculo sus mejores abanicos de lágrimas.
Rubén Darío, el gran poeta de América, cantó con voz inolvidable la gloria de la Argentina, poniendo vítores azules y blancos en las pirámides que forman la zumbadora rosa de sus vientos. Para agradecer vuestra cortesía, yo pongo mi voz pequeña como un junco del Genil al lado de ese negro tronco de higuera que es la voz suya. Salud a todos.[40]
En el amplio escenario del Avenida los decorados de Jorge Larco, a quien ha ayudado Juan Reforzo, el joven hijo médico de Lola Membrives, cobran todo el relieve que les faltaba en el Maipo —de más reducidas dimensiones—, y subyugan al público.[41] El éxito del reestreno es extraordinario y, terminada la representación, el poeta se ve obligado a dirigir otra vez la palabra al auditorio. También habla Lola Membrives, que se refiere a Lorca como «capullo de la nueva España artística».[42] El hecho de que la obra guste al paraíso además de a las plateas encanta al poeta, que declara a la prensa que es la primera vez que se ha encontrado ante un público que aplaude con fervor una obra suya:
En la escena del bosque oí una voz que venía del gallinero —y que dijo ‘Maravilloso’ con esa entonación criolla tan grata—. Y ese ‘maravilloso’ surgió ante una de las cosas más sutiles y de emoción poética pura. Ya sentí yo al llegar y ver «El mal de la juventud» en el que [sic] este público es inteligente. Lo he verificado con mi obra no porque la hayan aplaudido sino porque han sabido valorar aquello que a mi juicio tiene algún valor.[43]
Contando el éxito a sus padres, Federico hace hincapié en la poderosa interpretación de Lola Membrives en el papel de la Madre: «Lola Membrives daba miedo verla diciendo dos bandos con una voz que quebraba las paredes de la sala y ponía carne de gallina a las gentes».[44] Y era cierto, según todos los testimonios, que la creación de Lola era de una fuerza inolvidable, muy superior a la de Josefina Díaz de Artigas.
Bodas de sangre permanecerá varios meses en cartel, y el éxito supondrá para Lorca una ganancia formidable. Las cartas del poeta a sus padres revelan la importancia que tiene para él esta feliz circunstancia, como demostración de su validez como persona además de como garantía de su libertad económica y artística. Una y otra vez les habla del dinero que está ganando y de las fabulosas cantidades que les va a enviar una vez que se solucione el problema de la exportación de divisas, que en estos momentos de crisis económica está prohibida. Y a medida que va acumulando cada día más pesos, se va filtrando en las cartas un orgullo a veces desmesurado. «Todo lo que se dé mío llenará de gente el teatro», declara en noviembre ante el continuado éxito de Bodas en el Avenida, coliseo que, como ya les ha explicado a sus padres, «es como diez veces el teatro Español de Madrid». Según varios testigos, el poeta pudo mandar finalmente a su padre un talón por una cantidad astronómica con la finalidad de que se convenciera de una vez por todas de que su hijo no era un poeta fantasioso e inútil, sino una persona capaz de hacerse rico con la literatura. A María Molino Montero —la sobrina de sus amigos de Fuente Vaqueros— el poeta le contó que lo había hecho para que su padre se diera cuenta de que «el titiritero también es capaz de ganar dinero». El poeta le rogó a la muchacha, además, que le hiciera el favor de escribirle a don Federico para ponerle al tanto de los grandes éxitos que cosechaba en Buenos Aires. María así lo hizo, pero no recibió ninguna contestación.[45]
A la tarde siguiente del triunfo de Bodas de sangre, el poeta pronunció su segunda conferencia ante los socios de Amigos del Arte, «Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre»; luego, el 31, será el turno de «Poeta en Nueva York»; y, finalmente, el 8 de noviembre, leerá «El canto primitivo andaluz».[46] La conferencia con la cual se despide de Amigos del Arte ofrece algunas variantes con respecto de la primera versión de la misma, dada en Granada en 1922 en vísperas del Concurso de Cante Jondo, según se desprende del resumen aparecido en La Nación. Si aquélla se había pronunciado cuando aún no se sabía cómo se desenvolvería el concurso, ahora el poeta recuerda con nostalgia las mágicas horas transcurridas en el patio de los Aljibes de la Alhambra, y aporta una meditación más madura sobre los orígenes del cante de su tierra.[47]
Ante un auténtico clamor popular —pues sólo los socios de Amigos del Arte han podido disfrutar las conferencias—, Lorca accederá a repetir «Juego y teoría del duende», ahora en el inmenso teatro Avenida, teniendo lugar el acto el 14 de noviembre. El éxito de la conferencia, ante un teatro donde ya no cabe una persona más, será apoteósico, gustando especialmente, según El Diario Español, a las mujeres.[48] Que a las porteñas les encantaba no sólo la obra de Lorca sino el poeta en sí lo confirma un papel conservado en el archivo del granadino. Dos muchachas que asisten a la conferencia le escriben para asegurarle que «el duende de los duendes eres tú», añadiendo sus nombres —Ana y Celia— y su dirección.[49] Lorca ya les ha contado a sus padres, a los pocos días de llegar a Buenos Aires, su popularidad con el bello sexo: «No pasa día que no reciba declaraciones de señoritas (supongo que estarán chaladas) diciéndome cosas notables. ¡Ya las leerás!».[50] Lorca les dirá dos años después a varios amigos que una noche en Buenos Aires, al volver al hotel, se encontró con que una muchacha se había introducido, con evidente intención lasciva, en su habitación, y que había tenido que echarla.[51] Todo ello viene a demostrar, una vez más, el hechizo que ejercía el poeta tanto sobre las mujeres como sobre los hombres.
No tarda en reanudar contacto con la bella, rica y francófila Victoria Ocampo, una de las cabezas de la élite porteña, a quien había conocido en Madrid en 1931 cuando la escritora estuvo presente en una lectura de Así que pasen cinco años en casa de Carlos Morla Lynch.[52] La Ocampo goza de extraordinario prestigio en Buenos Aires, donde desarrolla una intensa labor cultural, es fundadora de Sur —una de las revistas literarias más reputadas del continente, que cuenta con colaboradores de renombre internacional—, y se la conoce como mujer libérrima de asombrosa capacidad sexual. En vista de que no se pueden conseguir libros de Lorca en Buenos Aires —los críticos se quedan de una pieza al enterarse de que al poeta granadino no le importa publicar su obra, algo insólito entre escritores—, Victoria Ocampo propone que su editorial saque una edición argentina del Romancero gitano. El poeta accede, y el libro se pone a la venta a finales del año, agotándose la edición en brevísimo lapso de tiempo.
Se suele repetir en Buenos Aires que Victoria Ocampo, que aún no se había dado cuenta de la homosexualidad del poeta, le invitó a cenar una noche en su casa en las afueras de la ciudad, con la benevolente intención de llevarle después a su cama. Mesa esmeradamente puesta; románticas velas; los mejores vinos franceses; y, naturalmente, el piano listo para que acariciasen sus teclas las pequeñas y fuertes manos del poeta-músico. Todo pasaría bien hasta que, dándose cuenta de qué iba el asunto, el poeta se asustaría y se despediría, azorado, inventando alguna repentina excusa.
Durante la estancia del poeta en Buenos Aires no se publicó Sur y, contrariamente a lo que se hubiera podido esperar, ningún número posterior incluiría algo de Lorca, por lo menos durante su vida. ¿Por influencia de Jorge Luis Borges, colaborador habitual de la revista, cuya animadversión contra el granadino era intensa? Quizás. Muerto el poeta, Sur daría a conocer el poema «Ribera de 1910», sin saber, seguramente, que se había publicado cinco años antes en Héroe, la revista de Manuel Altolaguirre y Concha Méndez.[53]
En su breve discurso de agradecimiento al público de Buenos Aires, el poeta no había dejado de intercalar una alusión al tango, una de las más llamativas señas de identidad del país. Así como en Harlem había ido en busca de la música negra, y en La Habana se había entusiasmado con los delirantes ritmos del son, ahora —pájaro nocturno de siempre— dedica numerosas madrugadas a sentir tangos, recordando tal vez que, aún adolescente, había ensayado algunas composiciones en esta línea.[54] Carlos Gardel está ahora en su apogeo. Un día le presentan al poeta granadino en el hall del teatro Smart. En seguida simpatizan, y Lorca acompaña a Gardel a su casa, donde, sentado ante el piano, el andaluz interpreta canciones españolas. Pocos meses después el gran artista moriría en un accidente de avión. Testigo del que debió ser el único encuentro entre Lorca y Gardel fue el entonces joven compositor Ben Molar.[55]
Neruda
El encuentro de Lorca y Neruda en Buenos Aires tendrá importantes consecuencias para ambos escritores. Neruda —Lorca se divertiría, sin duda, al saber que el verdadero nombre del chileno era Ricardo Eliecer Neftali Reyes, nada menos—, nacido en 1904, tiene seis años menos que Federico. Como en el caso del padre de Lorca, el de Neruda está inquieto al haber engendrado a un hijo poeta, y detesta a los bohemios. Pero allí donde Lorca puede contar con la comprensión de una madre amorosa, Pablo no tiene consuelo, pues la suya había muerto inmediatamente después de su nacimiento. Alto y de tez pálida, Neruda tiene ojos pequeños, «siempre descaradamente abiertos»,[56] ojos que, como los de Picasso, miran con permanente asombro el mundo.
Cuando Federico le conoce, Neruda acaba de publicar en Chile la primera edición de Residencia en la tierra. Después de editar en 1924 Veinte poemas de amor y una canción desesperada había sido nombrado, en 1927, cónsul de Chile en Rangún, y había visitado, rumbo a su destino, Buenos Aires, Río de Janeiro, Lisboa, Madrid, París, Port Said, Djibouti, Colombo, Singapur, Bangkok, Shanghai y Tokio. Luego había sido cónsul en Ceilán en 1928-1929, y en Batavia (Java) y Singapur en 1930. Regresó a Chile en 1932 y llegó a Buenos Aires, asimismo como cónsul, en agosto de 1933, dos meses antes que Lorca.[57]
Neruda, con sus infinitas anécdotas y su voz morosa y envolvente, conquista rápidamente el afecto y la admiración de los jóvenes literatos porteños, que leen con avidez Residencia en la tierra, que ya goza de prestigio en Buenos Aires cuando llega Lorca. El chileno está atravesando un período de desencanto. Anda mal su matrimonio con Maruja Agenaar, contraído en Java. Mujer fría, distante, es conocida por los amigos de Pablo como la Carabinero.[58] Aún no le ha encontrado sustituto el poeta, que tiende a buscar en sus compañeras a la madre que perdió de niño. María Luisa Bombal, que vive una temporada en su casa, se niega a desempeñar este papel: «No todos servimos para madre».[59] La poesía que escribe Neruda ahora respira su cansancio, cansancio hasta de sí mismo.
El encuentro con Federico debió ser para el chileno como un espléndido e inesperado regalo, aunque, a decir verdad, apenas está documentada la relación de ambos en Buenos Aires. Neruda ha recordado en Confieso que he vivido una de sus aventuras compartidas. Ocurrió en una vistosa fiesta ofrecida por el «Citizen Kane» de Argentina, Natalio Botana, millonario propietario del diario Crítica y, en palabras de Neruda, «dominador de la opinión pública en Buenos Aires». Durante la cena, que tiene lugar en la finca que posee Botana en las afueras de la ciudad, y que recuerda el palacio del rey burgués descrito por Rubén Darío en Azul…, Neruda se da cuenta de que «una poetisa alta, rubia y vaporosa» le está mirando insistentemente con sus ojos verdes. A él, y no a Lorca. Después de la comida, los tres suben a una torre que domina la piscina. Entonces, Neruda, al besar a la poetisa, se da cuenta de que se trata de «una mujer carnal y compacta, hecha y derecha». Lorca —que hasta ahora no ha sospechado nada— es despachado para impedir que nadie suba por la escalera. Y cuenta el chileno:
Mientras el sacrificio al cielo estrellado y a Afrodita nocturna se consumaba en lo alto de la torre, Federico corrió alegremente a cumplir su misión de celestino y centinela, pero con tal apresuramiento y tan mala fortuna que rodó por los escalones oscuros de la torre. Tuvimos que auxiliarlo mi amiga y yo, con muchas dificultades. La cojera le duró quince días.[60]
No se trata, por lo visto, de una jactancia por parte de Neruda, aunque podría interpretarse la caída de Lorca de otra manera. María Molino Montero ha recordado cómo el poeta narraba, con risas, su desventura, teniendo que estar en la cama varios días a consecuencia de ella.[61]
Pero donde queda reflejada mejor la amistad de Neruda y Lorca en Buenos Aires es en el célebre «discurso al alimón» sobre Rubén Darío. Para el 20 de noviembre se había organizado en el local del PEN Club un banquete en honor a los dos poetas, y éstos decidieron ofrecer una sorpresa a los comensales. Tanto Neruda como Lorca admiraban profundamente a Rubén Darío, quien no sólo había revolucionado la poesía española de su época sino que había cantado apasionadamente a Argentina. Les parecía que en Buenos Aires se había olvidado injustamente al gran maestro. Por ello acordaron dedicar su original discurso, de inspiración taurina —la faena «al alimón» es una suerte en que dos toreros manejan una misma capa—, a reivindicar el nombre del autor de Prosas profanas. No sabemos si, al sentarse los poetas en distintas mesas, alguien ya sospechó que iba a ocurrir algo insólito. Pero el caso es que llegado el momento de contestar a los elogios de rigor, se levantaron ambos al mismo tiempo, como si se tratara de un error. «Señoras», dijo Neruda; «y señores» añadió Lorca, explicando en seguida, para que los asistentes comprendiesen de qué juego se trataba, lo que es una suerte al alimón. Captada la atención de la concurrencia, los poetas desarrollaron su tema, alternándose en el uso de la palabra: no había monumento, plaza, parque ni tienda de rosas en Buenos Aires con el nombre del poeta nicaragüense y ello era cruel, porque Darío fue maestro de maestros. «Como poeta español —declara Lorca—, enseñó en España a los viejos maestros y a los niños, con un sentido de universalidad y de generosidad que hace falta en los poetas actuales. Enseñó a Valle-Inclán y a Juan Ramón Jiménez, y a los hermanos Machado, y su voz fue agua y salitre en el surco del venerable idioma». Lorca, en cuyas palabras se observa una pasión superior a la de Neruda —lo cual, dado el hecho de haber sido Darío supremo iniciador suyo, cosa que no dice, era inevitable—, aprecia hasta los «ripios descarados» del nicaragüense, «que llenan de humanidad la muchedumbre de sus versos». «Fuera de normas, formas y escuelas —sentencia— queda en pie la fecunda sustancia de su gran poesía». Los dos poetas terminan con un canto a la unidad espiritual de América y España:
N.— Federico García Lorca, español, y yo, chileno, declinamos la responsabilidad de esta noche de camaradas, hacia esa gran sombra que cantó más altamente que nosotros, y saludó con voz inusitada a la tierra argentina que pisamos.
L.— Pablo Neruda, chileno, y yo, español, coincidimos en el idioma y en el gran poeta nicaragüense, argentino, chileno y español, Rubén Darío…
N. y L.— … por cuyo homenaje y gloria levantamos nuestros vasos.[62]
Es de suponer que el «discurso al alimón» reportó aquella tarde un notable éxito entre los comensales del PEN Club. De que los poetas hablaban muy en serio no queda la menor duda. En Buenos Aires, Lorca no podía por menos de pensar constantemente en Rubén Darío, a quien tanto debía, y nada más arribar a la ciudad había declarado: «Darío era grande. Se habrá caído mucho de él, mucha hojarasca. El tiempo habrá hecho su obra. Pero lo fundamental, lo humano, el gran aliento de Rubén, como el de los otros, eso permanece, eso es la poesía».[63]
Hay otra indicación de la amistad que unía en la capital argentina a Neruda y Lorca. Ambos llegaron a tener una relación especialmente cordial con Sara Tornú, la Rubia, mujer del escritor Pablo Rojas Paz, en cuya casa se habían conocido. El martes 13 de febrero o de marzo de 1934, Lorca ilustró el único ejemplar de un pequeño libro de poemas de Neruda, escrito a máquina, con una escalofriante serie de dibujos a tinta china. La portada de esta joya bibliográfica, encuadernada en arpillera con una paloma en la tapa dibujada y bordada en hilo verde por el pintor y escenógrafo Jorge Larco, reza así:
PALOMA POR DENTRO
o sea
LA MANO DE VIDRIO
Interrogatorio
En
Varias Estrofas com-
puesto en Buenos Ai-
res por el Bachiller
Don Pablo Neruda e i-
lustrada por Don Federico
García Lorca.
Ejemplar único
hecho en honor
de Doña Sara Tornú de
Rojas Paz
1934[64]
El libro contiene siete poemas: «Sólo la muerte», «Oda con un lamento», «Agua sexual», «Material nupcial», «Severidad», «Walking About» y «Desespediente». Todos ellos menos «Severidad» serán publicados en la segunda edición de Residencia en la tierra, editada en Madrid en 1935. Y todos ellos trasminan un profundo cansancio, una honda desilusión sexual, una obsesión con la muerte y una repugnancia por los valores burgueses. Hasta qué punto puede haber una influencia de los poemas neoyorquinos de Lorca en estos de Neruda es difícil decir, aunque la proximidad de ambos mundos es patente:
Yo veo sólo, a veces,
ataúdes a vela,
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte…[65]
Los dibujos de Lorca que ilustran este libro continúan la línea emprendida por el poeta durante su estancia en Nueva York: manos cortadas, esqueletos, la flor campaniforme que aparece en tantos dibujos del poeta relacionados con la muerte, el marinero por la órbita vacía de cuyo ojo cae otra flor de la misma especie (el dibujo lleva el lema: «Sólo el misterio / nos hace vivir / Sólo el misterio»), la alcoba que ilustra el poema «Severidad» con su «¡ay!» metamorfoseada en gotas de sangre, la cabeza del poeta convertida en calavera —dibujo que tiene muy presente al Dalí de los años veinte— y, finalmente, las dos cabezas cortadas de Lorca y Neruda, bajo el ojo de una luna creciente… Todos los elementos inducen a creer que ambos poetas han llegado a conocerse íntimamente durante los meses que llevan conviviendo en la capital argentina, y demuestran que en muchos aspectos su visión del mundo y de sí mismos coincide.[66]
Neruda refiere en sus memorias, hablando de la estancia de Federico en Buenos Aires, que tanto él como el granadino tenían sus detractores en la capital argentina, aunque no da nombres.[67] Uno de ellos tendría el valor de publicar su muy negativa opinión de Lorca en unas páginas por otra parte repletas de inexactitudes: Arturo Cambours Ocampo. Sus palabras vienen a evidenciar otra vez que a Lorca había que amarle y admirarle o bien sentir ante el espectáculo de su personalidad una fortísima reacción adversa. Una tarde Cambours y otros dos amigos del grupo literario Signo acompañan al poeta en un paseo por Palermo:
Desde la partida del hotel, hasta su regreso, Federico habló ininterrumpidamente. La poesía española comenzaba y terminaba con él; el teatro español comenzaba y terminaba con él; su Yerma, cuyo tercer acto no había concluido todavía, terminaba con la tragedia griega; en fin, fue un espectáculo lamentable. No habíamos visto nunca tanta pedantería y soberbia; tanta inmodestia y vanidad juntas. Estábamos frente a un estúpido engreído: frente a un gordito petulante y charlatán. Cuando lo dejamos, nos fuimos a caminar, solos, por esas calles del sur de Buenos Aires, que siempre nos acompañan en los momentos de dolor, de angustia. Y eso era lo que sentíamos aquella tarde: dolor y angustia. Algo se había quebrado en nosotros y se hacía pedazos en nuestro pecho. Era la imagen poética del creador de Bodas de sangre y Romancero gitano; la imagen que habíamos inventado estaba hecha añicos, como el cristal de una ventana atravesada por una piedra. ¿Cómo era posible que «eso» que había estado con nosotros fuese el creador de tanta belleza?[68]
A la opinión que tenía Jorge Luis Borges de Lorca ya se ha aludido. El granadino no le gustaba ni como persona ni como poeta. Charlaron una hora en Buenos Aires. «Me pareció un hombre que estaba actuando, ¿no? —recordaría Borges—. Representando un papel. Me refiero a que era un andaluz profesional». Tal vez fue en Buenos Aires donde Lorca le habló largamente de un conocido personaje en quien le parecía poder leer toda la tragedia de Estados Unidos. Al preguntarle Borges, intrigado, por el nombre del mismo, Lorca reveló que se trataba de… Mickey Mouse. El escritor porteño, ofendido, se había marchado. Desde luego, eran Borges y Lorca personalidades tan opuestas que congeniar era imposible.[69]
El éxito de Bodas de sangre
y elecciones en España
Sigue día tras día el éxito de Bodas de sangre, cuya centésima representación, a partir del estreno del Maipo, ya se avecina. El 13 de noviembre Lola Membrives ofrece a los actores argentinos, en función de matinée, una representación especial de la tragedia, en beneficio de las fundaciones de la Casa del Teatro. El acto entero se radia a España y a todos los países americanos de habla española. Asisten, aparte de los actores y gentes de teatro porteños, altas autoridades argentinas, el embajador español, Alfonso Dánvila, y numerosos periodistas. El acto se inicia con un discurso del dramaturgo Enrique García Velloso; luego se representa Bodas de sangre; y finalmente habla Lorca, que tiene un recuerdo emocionado para sus amigos y familia en España:
Desde la orilla inmensa de esta hermosa y hospitalaria República Argentina, tengo la alegría de dirigir mi emocionado saludo a todos los radioescuchas españoles, a las gentes de mi pueblecito natal Fuente Vaqueros, a todos mis amigos, a mis compañeros del teatro universitario La Barraca, y un abrazo efusivo a mis padres, mis hermanos, y mis dos sobrinitos, que me están oyendo. Guardaré toda mi vida el recuerdo del entusiasmo y la simpatía con que me ha recibido la ciudad de Buenos Aires. ¡Viva la Argentina! ¡Viva España![70]
Esta noche presentan a Lorca a una joven actriz argentina ya muy conocida y que va a tener una carrera gloriosa: Eva Franco.[71] Ya, en octubre, se había anunciado que el año próximo montaría La dama boba de Lope de Vega, con escenografía de Manuel Fontanals y en la versión estrenada en España por María Guerrero.[72] Sin embargo, a raíz de su encuentro con Lorca, se desechará la idea de utilizar la versión de la famosa actriz española y el poeta se encargará del arreglo. Estrenada en marzo de 1934, tendrá un arrollador éxito en Buenos Aires como, después, en España.
Son días de imparable triunfo para Lorca. La prensa anuncia que con Fontanals y Lola Membrives ya está preparando el montaje de La zapatera prodigiosa y que, después, hará una gira por Córdoba, Mendoza, Tucumán y Santiago del Estero, donde ha sido invitado a dar conferencias.[73] No obstante, no hablará en ninguna de las ciudades mencionadas, y tampoco fue atendida la invitación de la Universidad de Córdoba —la única de la cual hay constancia documental—, tal vez por no ser adecuadas las condiciones económicas ofrecidas.[74] En cambio el poeta sí visitó Rosario, acompañado de Pablo Suero, y pronunció el 22 de diciembre de 1933, en el teatro Colón, «Juego y teoría del duende», siendo agasajado por la colonia española y otras entidades de la ciudad y socorriendo a un pariente de Valderrubio venido a menos, Máximo Delgado García, ex novio de su prima Clotilde.[75]
Entretanto los diarios porteños comentan cada día la situación española en vísperas de las elecciones. El 29 de octubre José Antonio Primo de Rivera ha fundado Falange Española, y el hecho de existir ya en España, legalmente, un partido fascista se discute ampliamente en la prensa, donde incluso se publican fotografías del hijo del dictador. El Diario Español, que con toda probabilidad leía o por lo menos hojeaba de vez en cuando el poeta, era netamente antifascista, y no dejaba de pormenorizar la persecución de intelectuales que se llevaba a cabo en Alemania e Italia.[76]
Es probable que Lorca no se enterara hasta unas semanas después de que, en medio del bullicio electoral, La Barraca había sido atacada en El Debate de Madrid, el diario católico más influyente del país. Se trataba de una breve pero envenenada nota. Cabe pensar que los «barracos» enviarían el recorte al poeta:
Nos parece mal «La Barraca». Alguien dijo de ella «que era la juerga escolar de los domingos».
«La Barraca» —su intención— nos parece plausible; sólo que el medio está equivocado.
A los pueblos se debe llevar el arte teatral. Conformes. Pero esa misión debe ser encomendada a sus profesionales.
En Madrid, actualmente, hay cerca de tres mil actores parados; entre ellos, figuras ilustres y representativas de la escena. Su puesto lo ocupan unas docenas de estudiantes que hacen muy mal las comedias… y, además, no estudian.
Y así va el teatro…[77]
Al día siguiente el diario republicano Luz se encargó, sobriamente, de la defensa de La Barraca y sus componentes ante tan calumniosa y mal intencionada arremetida, que mucho decía acerca del ambiente en que se desarrollaba la campaña electoral.[78]
Los españoles van a las urnas el 19 de noviembre, y el día siguiente toda la prensa porteña anuncia la victoria de las derechas. La coalición capitaneada por José María Gil Robles, que ha logrado unir las distintas formaciones reaccionarias, se ha convertido en la agrupación más poderosa del país. Los republicanos y distintos grupos de la izquierda, al no haber sabido formar una coalición y beneficiarse así de las provisiones de la ley electoral que ellos mismos han elaborado, se han condenado al fracaso. Para la democracia es un durísimo golpe y durante los próximos dos años el país irá irrevocablemente a una situación que favorezca la guerra civil. No hay duda de que lo ocurrido le preocupa hondamente al poeta, y no menos por las consecuencias que pueda tener para La Barraca. Consecuencias que, efectivamente, se producirán.
Federico ya sabía, por dos amigos españoles —Pura Maórtua de Ucelay, fundadora del Club Anfistora, y Eduardo Ugarte—, y quizá también por su madre, que le escribía con frecuencia, que en España, desde su partida, el ambiente se había enconado políticamente, convirtiendo la lucha electoral en agria campaña personalista. Pura había recibido un saludo de Lorca desde las Canarias. «En estos momentos en España no se habla nada más que de elecciones —había contestado entonces—. Derechas e izquierdas se debaten feroces, no para salvarnos, sino para machacarse».[79] Hasta ha habido muertos, añade, y hay gran expectación por el voto de las mujeres, concedido ahora por primera vez. Pero la gran mayoría de las mujeres votarán conforme a las tendencias políticas de sus hombres, por lo cual su incidencia sobre la situación no será contundente. En cuanto a las religiosas, que votan en bloque, naturalmente, contra la República, serán culpadas posteriormente por las masas republicanas, injustamente, de haber derrotado a la democracia.
Eduardo Ugarte, que escribe después de conocer los resultados de las elecciones, está rabioso. «De política no quiero hablarte porque me indigna todo lo que pasa», le asegura al poeta. A consecuencia de los «líos políticos» del momento, La Barraca está ya teniendo dificultades por cobrar su subvención gubernamental. Sin embargo, los estudiantes siguen ensayando El burlador de Sevilla. Por otra parte, los «barracos» se han enterado del «triunfo apoteósico» de Federico en Buenos Aires. Ugarte le pide que regrese en seguida a Madrid, donde le están echando muy en falta. ¡Que termine pronto Yerma y vuelva con los suyos! El escultor Alberto Sánchez ya tiene preparados los figurines de los decorados de la nueva tragedia y Margarita Xirgu, con quien Ugarte da la impresión de haber hablado, está impaciente, esperando al poeta «con los brazos abiertos y la voz chillona».[80]
No es sorprendente que, en estas circunstancias, pensando constantemente en España pero atento a su triunfo en Buenos Aires, Lorca se encontrara cogido en los cuernos de un grave dilema. ¿Irse pronto, quedarse un poco más? Como siempre, dejará que el río de lo inmediato le lleve adelante.
Nunca olvida a La Barraca y a Eduardo Ugarte, de todas maneras, durante su estancia. Nada más llegar a la ciudad habla de éste, no sólo como codirector de la farándula estudiantil sino como coautor, con José López Rubio, de una importante obra de teatro, De la noche a la mañana, premiada en Madrid en 1928. Obra que, a juicio del poeta, merece ser conocida por el público porteño. El 7 de diciembre de 1933 la compañía «radioteatral» recientemente fundada por Edmundo Guibourg, Samuel Eichelbaum y otros emitirá, efectivamente, por Radio Splendid, la obra de Ugarte y López Rubio, con calurosa presentación de Lorca, quien desde el primer momento había querido unirse a esta iniciativa. Nadie pudo dudar nunca del hondo sentido de la amistad que poseía el poeta.[81]
El 21 de noviembre la centésima representación de Bodas de sangre se realiza en honor de Lorca, y se anuncia en la prensa que después de la obra el poeta leerá versos suyos. La velada es brillante. Asisten el presidente de la República y el todo Buenos Aires intelectual, artístico y social. Terminada la representación, el poeta lee «Romance de la luna, luna», los dos romances de Antoñito el Camborio, «La casada infiel», «Baladilla de los tres ríos» y tal vez alguna otra composición. Después de la función se celebra en el vestíbulo del teatro una fiesta en honor del poeta, que está cada día más solicitado por los distintos estamentos de la ciudad.[82]
Alberto Nin Frías… y un amor frustrado
Al volver a Granada en el verano de 1934, después de su estadía porteña, Lorca le hablará a su compinche granadino José García Carrillo —confidente y compañero de aventuras de toda la vida— de un libro escrito por un tal Alberto Nin Frías, argentino, de quien había tenido noticias en Buenos Aires. El libro, publicado en Madrid en 1933, se titulaba Homosexualismo creador. «Tienes que leerlo, Pepe —le diría Lorca a García Carrillo—, porque, entre otras cosas, allí estoy yo».[83]
Pero, en realidad, el poeta no «estaba» allí sino en otro libro de Nin Frías, publicado en Buenos Aires el año anterior, Alexis o el significado del temperamento urano. En el apartado «El sentimiento urano en España y las Españas de Ultramar», el autor, lamentando el «innato horror al homosexualismo» que impera en todo el mundo hispanoparlante e impide la investigación ecuánime de un fenómeno normal, considerado como tal en la antigua Grecia y los países árabes, incluye entre los poetas que evidencian signos de «uranismo» en sus versos a tres españoles contemporáneos: Lorca, en el Romancero gitano y Oda a Salvador Dalí; Rafael Alberti, en su oda dedicada al futbolista húngaro Platko (!); y Jacinto Benavente, cuyo teatro «es francamente de tipo “wildesco”».[84]
Nin Frías era un personaje estrafalario, y sin duda —su ex-libris publicado en Homosexualismo creador lo dice todo— «urano» él mismo. Doctor (no sabemos en qué materia), se ufanaba de ser «ex profesor de las Universidades de Siracusa y de George Washington, y diplomático uruguayo». Creyente en el lema de «una mente sana, un corazón puro y un cuerpo armónico»,[85] era autor, además de las obras mencionadas, de panfletos y conferencias como El diario de un adolescente intelectual, 20 a los 25 años; Cómo me allegué a Cristo: un testimonio personal; Los pioneros del heroísmo adolescente; Lo que espera al joven argentino cuando llega a la mayoría de edad o Lo que es un árbol.[86] En todos sus escritos sobre la homosexualidad, el autor tiene el loable propósito de demostrar que no se trata de una desviación sino de una expresión erótica normal para quienes la sienten. «Si la sociedad se guiara por la ciencia biológica —concluye al final de Homosexualismo creador—, se podría ser perfecto homo europeus y urano».[87]
El 10 de noviembre de 1933 Nin Frías le escribió a Lorca pidiéndole una entrevista. «Desearía muchísimo conocerle personalmente —decía—, ya que incidentalmente, hace años, me ocupé de su Cancionero Gitano, en “Alexis”, el más cumplido de mis libros».[88] Por un libro posterior del mismo autor sabemos que el encuentro no tuvo lugar, pese al empeño puesto en ello por el doctor.[89] Es de suponer que Lorca no quiso porque, avisado por sus amigos de la predilección de Nin Frías por hurgar en la relación entre creatividad y homosexualidad, estimaba más prudente mantener las distancias. Probablemente tampoco le gustaba el aspecto físico del doctor, que conocía porque éste le había escrito en papel de correspondencia con su fotografía impresa en un ángulo —insólita egolatría—, revelando el retrato a un hombre ya mayor, con una reluciente calva.
En Buenos Aires la homosexualidad, como demuestran los comentarios al respecto del doctor Nin Frías, no era vista con más tolerancia que en España, y se buscarán en vano testimonios impresos acerca de los escarceos amorosos de Lorca en la ciudad.
Hubo tales escarceos. Apenas llegado, Lorca había conocido al poeta Ricardo Molinari, nacido como él en 1898. Molinari se había puesto en contacto con el granadino en 1927, mandándole un ejemplar de su libro de versos El imaginero, y pidiéndole a cambio un ejemplar de Canciones.[90] Gran admirador de España y de su literatura, el porteño había estado en el país poco antes de la llegada de Lorca a Buenos Aires, visitando en Madrid a su amigo Gerardo Diego y, en Tudanca, a José María de Cossío. En su ejemplar de la primera edición del Romancero gitano, Lorca, en pleno triunfo bonaerense, estampa un dibujo con innegables connotaciones amorosas. Alrededor del motivo de una ramita de dos limones, que se repite en muchas de sus dedicatorias, el poeta colocó, a modo de orla, la inscripción: «AMOR BUENOS AIRES GRANADA CADAQUÉS MADRID». Al preguntarle Molinari por la significación de los lugares mencionados —por otra parte bien evidente—, el poeta no tuvo reparo en contestar: «Es que son los sitios donde más he amado».[91]
Si la referencia a Cadaqués confirma la extraordinaria importancia de Salvador Dalí en la vida de Lorca, que no ha vuelto a ver al pintor en cinco años, la inclusión de Buenos Aires abre un interrogante: ¿a quién o a quiénes amó Lorca en la capital argentina?
Sobre ello ha pesado el más denso de los silencios y todavía se carece de información al respecto.
Sí se sabe algo —muy poco— acerca de la relación del poeta con un joven llamado Maximino Espasande. Llamativamente guapo, nacido en Asturias en 1911, Maximino era cobrador de tranvía, fervoroso comunista y aficionado al teatro. Parece ser que Lorca lo conoció en el Avenida, donde actuaba como comparsa en alguna escena de Bodas de sangre. Según la versión de la familia de Espasande, el poeta se enamoró perdidamente del joven, persiguiéndole durante semanas hasta que dijo que saldría con él. La relación se rompería al darse cuenta el chico, que no era homosexual, de que el poeta quería tener con él una relación física. No parece quedar rastro documental de aquella amistad, pues la familia, después de la muerte de Maximino, se encargó de hacer desaparecer los libros cariñosamente firmados por el poeta, así como un poema manuscrito igualmente dedicado.[92]
Otra de las grandes admiraciones de Lorca en Buenos Aires, tampoco homosexual, fue Gabriel Manes, bien parecido y rico porteño a quien el poeta dedicó un manuscrito del Retablillo de don Cristóbal, fechado en Buenos Aires en 1934. Acerca de aquella amistad tampoco parece existir documentación, no conociéndose correspondencia u otros papeles que pudiesen iluminarla. Manes —como tantos otros— negaría muchos años después que Lorca fuera homosexual y moriría sin dejar constancia de la que había sido para el poeta granadino, según han recordado varios testigos, una relación vivificante.[93]
La zapatera prodigiosa en Buenos Aires
El montaje de La zapatera prodigiosa, dirigido por el propio Lorca, se ha venido perfeccionando durante noviembre, con creciente entusiasmo tanto por parte del autor como por la de Lola Membrives y su elenco. En sus declaraciones a la prensa, el poeta no deja de subrayar que se trata de una obra muy anterior a Bodas de sangre —el temor al fracaso preocupa a Lorca más de lo que suele admitir—, y escribe para La Nación un texto —publicado en vísperas del estreno de la «farsa violenta», que tiene lugar el 1 de diciembre— en el cual explica detalladamente las circunstancias de la composición de la obra y su temática, señalando que se verá ahora una versión más amplia que la montada por Margarita Xirgu en 1930. Éste va a ser el «verdadero estreno» de la pieza.[94]
No tenía por qué temer el fracaso del estreno, no sólo por la calidad de la obra y del montaje en sí, sino porque ya cuenta con un público fervoroso. Como dirá después del estreno el crítico Edmundo Guibourg, «la batalla estaba ganada de antemano. Tratábase del autor de “Bodas de sangre” y tenía conquistada una atención incondicional».[95] La noche es triunfal. Lorca recita, así como había hecho en 1930, el prólogo, vestido de frac y llevando en su mano una chistera verde de la cual sale una paloma que revolotea por el teatro ante la sorpresa de los presentes. Lola Membrives, a pesar de sus cuarenta y siete años, crea a una zapatera vivísima. Finalizada la representación, tanto el autor como la gran actriz dirigen la palabra, agradecidos, al público. Al día siguiente los críticos elogian sobre todo el conjunto de la puesta en escena, donde escenografía —otro éxito de Fontanals—, música, coreografía, ritmo y colorido forman una sola unidad.[96] En los elementos musicales del montaje descubre el gran público, no sin cierto asombro, que Lorca no sólo es poeta y dramaturgo sino consumado músico (muy pocos han podido estar en la conferencia «Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre», reservada para los socios de Amigos del Arte). Gusta especialmente el «zorongo gitano», cuya presencia anterior en Noches en los jardines de España es comentada por algún crítico.[97] Para Lorca, tanto como para Falla, el zorongo es un tema musical obsesionante, y debió pensar en el maestro al introducirlo en su farsa.
La zapatera prodigiosa, que forma como un contrapunto a la grave seriedad de Bodas de sangre, tendrá durante las próximas semanas más de cincuenta representaciones, añadiéndosele a partir del 15 de diciembre un «fin de fiesta» ideado por el poeta y consistente en la escenificación, con decorados y trajes de Fontanals, de tres canciones populares armonizadas por él: «Canción de otoño en Castilla», «Los pelegrinitos» y «Los cuatro muleros», las dos últimas ya famosas gracias a los discos grabados dos años antes con La Argentinita. Lorca disfruta de lo lindo ensayando este fin de fiesta, y no se cansa de ensalzar, como muestra del hondo sentido poético del pueblo español, los versos de la «Canción de otoño en Castilla» que dicen:
El fin de fiesta constituye otro éxito de público. Los críticos ensalzan la adaptabilidad del elenco, empezando con Lola Membrives, capaz de pasar de la tragedia a un espectáculo de música y baile.[99] La actriz y su compañía, declara el poeta, encantado, «me han producido la gratísima impresión de hallarme junto a mis compañeros de La Barraca».[100] Era cierto, por otra parte, que la experiencia de Lorca con el Teatro Universitario había influido poderosamente en su concepto de la valoración del cuerpo humano en el teatro. «Hay que presentar la fiesta del cuerpo desde la punta de los pies, en danza, hasta la punta de los cabellos —insiste—, todo presidido por la mirada, intérprete de lo que va por dentro. El cuerpo, su armonía, su ritmo, han sido olvidados por esos señores que plantan en la escena ceñudos personajes, sentados con la barba en la mano y metiendo miedo desde que se les ve. Hay que revalorizar el cuerpo en el espectáculo. A eso tiendo».[101]
El crítico Augusto A. Guibourg sintetizó con sobriedad la impresión que le había producido el fin de fiesta de la noche anterior, aproximándonos a la «atmósfera» que envolvía a Lorca en estos momentos de pleno triunfo:
Las tres escenificaciones hubieron de ser repetidas, pues el público entusiasmado exigió en cada caso el «bis», que no le fue negado en mérito sin duda a la espontaneidad y valor de esos aplausos. Sancionaron así los espectadores del Avenida cuán grande es el acierto de Federico García Lorca al considerarlo digno de asistir a esta creación de su talento aplicado a poner ante una multitud de otro país lo que en su propia patria es el alma del pueblo, puesto que es su canción.
«Fin de fiesta» dice el programa para calificar este espectáculo y, aunque por lo general poco nos cuidamos de clasificaciones, esta vez es de simple justicia decir que es fiesta entera lo que se ha hecho anoche. Aunque venga después de esa otra fiesta que es «La zapatera prodigiosa».[102]
Al parecer La zapatera prodigiosa sólo recibió una crítica adversa, hecha después del estreno en carta dirigida a Lorca por una dama israelita ofendida por las, a su juicio, despectivas referencias contenidas en la obra a los de su raza («¡Sayonas judías!», llama el Zapatero a las vecinas; «¡Callarse, largos de lengua, judíos colorados!», les recomienda la Zapatera). Lorca aprovecha una entrevista con la revista hebrea Sulem para disculparse, explicando que la expresión ha perdido su intención original pero que, sin embargo, ha sustituido la palabra por la de «tarasca». Se apresura a aclarar, además, que su segundo apellido es hebreo, por lo cual difícilmente podría tenerles desprecio a los judíos.[103]
La mañana del estreno de La zapatera prodigiosa había conocido a Lorca el escritor mexicano Salvador Novo. Éste acababa de llegar a la ciudad y se encontró con que el poeta granadino era ya «el ídolo de Buenos Aires». Novo asiste al estreno, rodeado de amigos de Federico —entre ellos, Pablo Neruda—, y tiene con Lorca algunos días después en un restaurante de la Costanera, frente al río, una larga conversación que evocará en su libro Continente vacío, publicado en Madrid en 1935. El poeta le habla de Nueva York —Novo acaba de leer la Oda a Walt Whitman, recién editada en México— y de su visita a una ceremonia ñañiga en Cuba, y demuestra vivo interés por tener noticias de México, recordando su amistad en Estados Unidos con Emilio Amero y María Antonieta Rivas, que se había suicidado en París en 1931. ¿Era cierto que tuvo la culpa de lo ocurrido su amante José Vasconcelos, el escritor y político mexicano? «¡Dímelo, dímelo —exclama el poeta—; si ez azí yo le digo horrores a eze viejo!».[104]
Salvador Novo es buen amigo de Ricardo Molinari, quien, además de ser muy aficionado a lo español, adora a México. Por mediación de éste, Novo consigue que Lorca se comprometa a ilustrar una plaquette de versos suya, Seamen Rhymes, compuesta en español y en inglés, que, dedicada a Molinari, será bellamente publicada por el editor Francisco A. Colombo a principios de 1934, estando todavía Lorca en Buenos Aires. No era sorprendente que accediera a ilustrar el poema de Novo, dada la calidad obsesiva que ejercía sobre él el mito del marinero, como arquetipo del amor libre, expresado en numerosísimos dibujos.[105]
Lorca ilustra también dos plaquettes del propio Molinari, Una rosa para Stefan George y El tabernáculo, asimismo editadas por Colombo en 1934. Los dibujos expresan otra vez su obsesión con la muerte: marineros ahogados, manos y cabezas seccionadas —goteando sangre—, las flores mortíferas que aparecen en tantos dibujos, escalofriantes formas espectrales… En dos de ellos se nombra explícitamente la localización del «hecho» evocado: rua das Gaveas. Se trata de una calle en Lisboa donde había un célebre lupanar conocido por Molinari y del cual le habría hablado al poeta.[106]
Viendo el éxito de La zapatera prodigiosa, el poeta escribe eufórico a sus padres. «La Membrives está loca conmigo —dice—. ¡Claro! ¡Yo soy una lotería que le ha tocado en suerte!». Y anuncia que embarcará en enero con «bastante dinero», que cuenta poder sacar del país gracias al embajador, Alfonso Dánvila.[107]
Mariana Pineda
Ante el éxito de Bodas de sangre y La zapatera prodigiosa, Lola Membrives quiere montar otra obra del poeta granadino. Pero ¿cuál? Lorca ha llevado a Buenos Aires el manuscrito de Así que pasen cinco años, pero parece ser que todavía, en diciembre, no se la ha leído a la actriz. Hay indicaciones de que también está entre sus papeles una copia de Don Perlimplín, pero tampoco se habla de que se vaya a estrenar la «aleluya erótica». La obra que decide montar Lola Membrives es Mariana Pineda.[108]
El estreno se prevé para la segunda semana de enero y el poeta está inquieto pues sabe que es su obra más endeble y que, después del éxito de Bodas y de La zapatera, puede decepcionar al público. Confía sus temores a Alfredo de la Guardia, una de las pocas personas en la ciudad que presenció el fracaso de El maleficio de la mariposa en Madrid en 1920 y que ha leído Mariana Pineda. El crítico y futuro biógrafo del poeta le sugiere que, dado el hecho de que no gustan en Buenos Aires las obras históricas, y de ser muy poco conocida allí la historia española del siglo XIX, tal vez fuera prudente que antes del estreno dictara una breve conferencia, desde el proscenio, sobre la personalidad de la heroína granadina.[109]
La propuesta le parece excelente al poeta pero luego, al aproximarse el estreno, la rechaza, prefiriendo hablar de la obra por la radio[110] y hacer en Crítica otras tantas puntualizaciones. Insiste en que Mariana Pineda es, si no su primera obra, una de las más tempranas, exagerando incluso al declarar que tenía sólo veinte años cuando la escribió.[111] Está encantado, otra vez, con la labor de Lola Membrives, quien todavía a bastantes días del estreno «ya empieza a ser Mariana Pineda», y expresa su confianza en que la heroína granadina será otra magistral creación de la actriz argentina.[112]
La misma Lola Membrives confirma su estrecha identificación con ella, por su sangre andaluza y por su propio afán de superación. Persona de extraordinaria voluntad y energía, no podía por menos de admirar a Mariana, «una mujer que afronta todas las situaciones con entereza, que va al cadalso con paso firme, una mujer fuerte, sin lágrimas ni quejas».[113]
Momentos antes del estreno, que tiene lugar la noche del 12 de enero, Lola Membrives recibe en su camerino, sorprendida y emocionada, una gran cesta de flores con las banderas argentina y española entrelazadas. En la tarjeta se leen los nombres de los padres del poeta. Lorca explica a la prensa: «Mis padres me enviaron un cable para que le remitiera en sus nombres una cesta de flores a Lola. Fui a comprarla y merqué la más grande. Yo conozco a mis padres. No hubieran permitido, de comprar la cesta ellos, que hubiera en el cuarto de Lola ninguna más grande. Le coloqué las banderas porque tampoco hubieran dejado que en el obsequio se escapara ese rasgo de confraternidad… En fin: creo que he interpretado bien a mis viejecitos…». Comentando estas palabras, el anónimo redactor de Noticias Gráficas subraya el amor profundo que manifiesta Lorca en todo momento por sus padres. Parece ser, sin embargo, que la idea de la canastilla no fue original de ellos sino del propio poeta, costándole la iniciativa —como Federico cuenta en una carta— «cien pesos».[114]
El estreno de Mariana Pineda, en honor y beneficio de Lola Membrives, constituye, si no un triunfo, un considerable éxito. La labor de la actriz gusta, y los decorados y figurines de Fontanals deslumbran.[115]
Pero no todos los críticos se decantan por la vía del elogio, y los que no son capaces de ver en Mariana Pineda el anuncio de un gran renovador dramático son vapuleados por el gordo y combativo Pablo Suero, el mejor y más entusiasta valedor que tiene Lorca entre los periodistas de Buenos Aires.[116] La Prensa consideraba que había sido un error montar esta temprana e inmadura obra después del éxito de Bodas de sangre y de La zapatera prodigiosa, justificando así los temores del poeta. Su juicio fue tajante: «En ningún instante puede ni sospecharse siquiera escuchando esta “Mariana Pineda” al futuro creador de las otras dos producciones».[117] El Diario Español, olvidando injustamente que Mariana Pineda era bastante anterior a Bodas de sangre, comparó desfavorablemente las dos obras, considerando que Mariana Pineda era una suerte de ballet ruso y no una obra de teatro. Entre líneas, se percibe el despecho que en algunas sensibilidades producía la inmensa fama adquirida por Lorca en Buenos Aires:
La crítica, al considerar completamente la obra del poeta español Federico García Lorca, se ha desengañado, porque ha sido como sobornado por el reflejo del elogio, que en todo niño causa admiración, hasta que la observación le convence de la exageración de su emoción. García Lorca, desde su juventud. Desde hace diez años, estaba definido. Poco ha progresado teatral y literariamente, pero si se hubiera dedicado a la «coreografía experimental», como la calificó la Pavlova, sería hoy celebrado y festejado universalmente.[118]
El redactor de El Diario Español quiere poner una vela a Dios y otra al diablo, pero no puede encubrir su mala fe. Mariana Pineda le ha dado la ocasión, que probablemente ya venía buscando, de lanzarse contra un poeta cuya asombrosa celebridad molesta a más de un periodista porteño.
Lorca en Montevideo
El 18 de enero Lorca lee en casa de Lola Membrives —Rodríguez Peña, 375— los dos primeros actos de Yerma, publicándose en la prensa una nota según la cual, una vez terminada la obra, será entregada a la gran actriz para su estreno en el Avenida. El poeta quiere ofrecer la primicia de su nueva tragedia al pueblo argentino, que tanto le ha agasajado durante su estancia en Buenos Aires.[119]
Sin embargo, una carta de Lorca a sus padres, escrita poco antes del estreno de Mariana Pineda, parece demostrar que el asunto era más delicado. Según el poeta, la idea de Lola Membrives era que ella y Margarita Xirgu diesen a conocer simultáneamente la obra en Buenos Aires y Madrid. «Será una cosa preciosa y se verá la diferencia de público», comenta Lorca.[120] Cabe suponer que, con el doble montaje, esperaba satisfacer a ambas actrices.
El 20 de enero la temporada de Lola Membrives en el Avenida, que debió finalizar el 4 de febrero, queda bruscamente interrumpida: la actriz, agotada, ha caído enferma y, bajo consejo médico, se ve forzada a descansar. Se espera que podrá reanudar su labor en el Avenida el primero de marzo.[121]
En cuanto a la función de despedida en honor de Lorca, anunciada para el 27 de enero —llevaba tiempo afirmando que se iba a embarcar para España el 6 de febrero—, se prevé ahora que el acto de homenaje al poeta se celebre el día de la reaparición de la Membrives, ya que Lorca ha decidido quedarse más tiempo en Argentina. Entretanto, y como informa la prensa, pasará el mes de febrero «en el campo o en algún balneario», con el propósito de terminar Yerma.[122]
El balneario en cuestión no es otro que el hotel Carrasco de Montevideo. Acompañado de Juan Reforzo, Lorca llega a la otra gran ciudad rioplatense el 30 de enero, habiendo hecho la travesía en el Ciudad de Buenos Aires, uno de los dos vapores de la carrera que diariamente vinculaban ambas orillas de la desembocadura (el otro, claro está, se llamaba Ciudad de Montevideo). Al poeta le esperan en el muelle Enrique Díez-Canedo —ministro de España en Uruguay—, el poeta Emilio Oribe, el novelista Emilio Amorim (con quien Lorca ya ha hecho amistad en Buenos Aires), el periodista granadino José Mora Guarnido, el escultor Antonio Peña, el dibujante Elías, Nicolás Mesutti, propietario del teatro 18 de Julio, y varios representantes de la prensa.[123]
Si Lola Membrives, que ya se encontraba descansando en Montevideo, esperaba que en el hotel Carrasco terminara Lorca, por fin, Yerma, estaba equivocada de cabo a rabo. Asediado por los periodistas, jaleado por los intelectuales, artistas y escritores uruguayos, así como por la élite social de Montevideo, el poeta en absoluto se podrá entregar a su demorada tragedia, y menos en vista de que las fiestas de Carnaval están en su apogeo. Su éxito como conferenciante tampoco ayuda. En vez de la una anunciada, pronuncia tres, bien pagadas, en el teatro 18 de Julio, adonde afluye, pese a la canícula, un público ávido de oír al autor de Bodas de sangre: el 6 de febrero da «Juego y teoría del duende»; el 9, «Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre»; y el 14, «Un poeta en Nueva York». El éxito rebasa todas las previsiones.[124]
Por otro lado, hay que preguntarse si Lorca quería realmente terminar Yerma en circunstancias de casi secuestro por parte de la voluntariosa actriz argentina. Parece indudable que se sentía molesto ante la insistencia de la Membrives, quien, según le cuenta a sus padres, «cifra en esta obra todo su negocio de la próxima temporada».[125] Enrique Díez-Canedo, con quien casi seguramente habló Lorca de su dilema, recordaría después el «aire de fugitivo» que tenía el poeta estos días cuando lograba escaparse del cerco al que le tenían sometido: «Huía, literalmente. Huía de una actriz, digamos de una gran actriz, empeñada en sonsacarle la tragedia prometida a otra, a la que primeramente creyó en él…».[126]
El testimonio del hijo del matrimonio Reforzo Membrives arroja alguna luz sobre el proceder de Lorca ante la embarazosa situación en que se encontraba. Según el doctor Reforzo, el poeta le diría a su padre que, cuando Cipriano Rivas Cherif supo que iba a dar la obra a Lola Membrives, se había puesto urgentemente en contacto con Enrique Díez-Canedo. Motivo: rogarle que interviniera con energía para que Lorca sólo diera Yerma a la Xirgu. Lorca incluso le daría a entender a Reforzo que, toda vez que Rivas Cherif era cuñado de Manuel Azaña, podría haber consecuencias graves para su carrera de dramaturgo de no ser entregada la obra en exclusiva a la actriz catalana. Reforzo, consternado, transmitiría la noticia a su mujer, quien, hondamente irritada, pero resignada, aceptaría lo inevitable: que la Xirgu —a quien por más señas respetaba como actriz, sin ser amiga suya— estrenara la obra. No cuesta trabajo comprender que para Lola Membrives, que acababa de lanzar a Lorca a la fama como dramaturgo, aquel contratiempo suponía un duro golpe.
Probablemente un golpe nunca olvidado.[127]
Parece indudable que tan desagradable episodio tendría lugar después de volver Lorca a Buenos Aires, ya que el primero de marzo, fecha de la reaparición de Lola Membrives y su compañía en el Avenida, el cartel anunciaba que la gran actriz estrenaría Yerma «en los primeros días de abril próximo».[128]
Otra razón por la cual Lorca no podrá entregarse a Yerma durante su estancia en Montevideo es el hecho de estar trabajando en estos momentos en su versión de La dama boba de Lope de Vega para la actriz Eva Franco y, también, en el Retablillo de don Cristóbal, obrita de muñecos que quiere estrenar, retocada, antes de embarcar para España.
Lorca ha llegado a tener tanta amistad con Enrique Amorim, dos años menor que él, en Buenos Aires, que le llamaba su «confidente».[129] Amorim —generoso, vitalista, incansable viajero y dueño ya de una reputación internacional como novelista, que crecerá este mismo año con la publicación de El paisano Aguilar— contribuye con éxito a romper el cerco que no sólo Lola Membrives sino la sociedad de Montevideo le tienen puesto al famoso granadino.
De este cerco dará fe no sólo José Mora Guarnido en su biografía del poeta,[130] sino un reportaje publicado en la prensa local aquel 12 de marzo. El periodista, gracias a Enrique Amorim, ha logrado finalmente acceder al poeta, el cual, casi literalmente asediado por admiradores de toda laya, vaga por las penumbras de la larga galería del hotel. Según el reportero, Lorca le explica: «Me trajo secuestrado la Membrives, que está esperando mi drama, y se puso a luchar como un gigante para librarme del secuestro de la sociedad porteña… Pero ahora resulta que llego a Montevideo y son ustedes los complotados que luchan como gigantes por librarme del secuestro de la Membrives para secuestrarme ustedes».[131]
El primer día de su llegada al hotel Carrasco, Lorca había comido con Amorim y el poeta Alfredo Mario Ferreiro. Después, Amorim les había llevado en su potente coche a través de la ciudad, con rumbo a la célebre playa Atlántida. Mario Ferreiro recogería en un artículo las reacciones del granadino ante el paisaje, sus comentarios literarios y sus exageraciones —¿dijo realmente Lorca que La Barraca había actuado en el Toboso, en honor de Dulcinea?— y, sobre todo, su horror a la muerte:
Avanzan por el medio de la callejuela dos caballos montados. Detrás de ellos, dos niñitos con unas ramitas a guisa de rebenques, azuzan las bestias.
—¡Vivo rodeado de la muerte! —exclama de pronto Federico—. De muerte, de muerte física. De mi muerte, de la tuya y de la de éste. ¿Comprendes? ¡Ah, y lo que escribo! Lo que escribo. Fíjate que mi próximo libro tendrá trescientas páginas. Un bloque así (y hace la forma con sus manos pequeñitas) … Un bloque así de versos. Dime: ¿por qué me ronda la muerte? ¿Qué necesidad tengo yo de la muerte de esos niños que van tras los caballos? ¿He venido para eso? Suponte que esos caballos les descarguen una coz.
El libro al que se refiere el poeta es Introducción a la muerte, título sugerido, según Luis Rosales, por Pablo Neruda.[132] El tomo no será editado en vida del autor, y gran parte de sus composiciones pasarán a integrar el póstumo Poeta en Nueva York. Al cuantificar el número de páginas en trescientas, cabe pensar que, más que dar una idea precisa del tamaño del manuscrito, exageraba según una fórmula popular tradicional (las heridas que manchan la blanca pechera del compadre del «Romance sonámbulo» se metamorfosean, recordémoslo, en «trescientas rosas morenas»).
Llegados a la playa, Lorca empieza a recitar, ante el asombro y el embeleso de sus dos amigos, poemas del proyectado libro, entre ellos la Oda a Walt Whitman. «Dos horas duró aquello —escribe Mario Ferreiro—. Dos horas que se encerraron en poquitos minutos. El mar se fue cambiando los colores; era la noche, y no atinábamos a nada. Si hay un recuerdo perdurable en nosotros —que lo diga Amorim—, será este 30 de enero a las 19 horas, en la playa Atlántida». Durante el trayecto de vuelta, Lorca recita sin parar versos de Juan Ramón Jiménez y de Antonio Machado. Son ya las diez de la noche. «Desde las 12 —apunta el periodista— andábamos con el gitano».[133]
La amistad de Enrique Amorim con Lorca ha quedado captada en algunas instantáneas tomadas durante su estancia en Montevideo: Federico llevando la blusa marinera a rayas que le ha regalado el novelista; Federico delante del espléndido coche del amigo; Federico con Amorim y su hermano. Alguna va dedicada a la mujer de Enrique, Ester Haedo, a quien adora el poeta. Y también se le debe a Amorim una de las pocas secuencias filmadas de Lorca que se conocen, brevísimo fragmento en el cual un sonriente y gracioso Federico entrega una obra, con casi toda seguridad La zapatera prodigiosa, a Juan Reforzo.[134]
Entre los escritores a quienes trata en Montevideo, además de los ya mencionados, hay que señalar a Julio J. Casal, fundador de la importante revista literaria coruñesa Alfar (1926-1927, luego trasplantada, con Casal, a Uruguay), José María Fernández Colmeiro, Luis Gil Salguero, Juvenal Ortiz y Saralegui, Fernando Pereda, Carlos Sabat Ercasty y la poetisa Juana de Ibarbourou.[135] Esta última recordará a Lorca paseándose por la ciudad vestido del mono de La Barraca, «desafío de muchacho a los convencionalismos».[136] En cuanto a su viejo amigo de Granada José Mora Guarnido, a quien ya vio brevemente al llegar a Montevideo unos meses antes, éste sólo logra entrevistarse a duras penas con el secuestrado autor de Bodas de sangre.[137]
Lorca vivió parte de su estancia uruguaya en la legación de España con Enrique Díez-Canedo y su mujer. Allí le organiza el diplomático el 2 de febrero un cóctel al cual asiste la intelectualidad local, y allí Lorca les ayuda a las hijas de la familia —María Luisa y María Teresa— en la preparación de sus disfraces de Carnaval, sobre diseños de Manuel Fontanals. En el álbum de María Luisa el poeta estampa el poema «Cazador», de Canciones, y un bello dibujo de la serie de los marineros.[138] La esposa de Enrique Díez-Canedo, Teresa Manteca Ortiz, escribe a Vicenta Lorca el 9 de febrero para ponerla al corriente del gran éxito que está teniendo su hijo en Montevideo y adjuntarle recortes de prensa y fotografías. Le ha llamado la atención el extraordinario cariño con que Federico habla de su madre. En un almuerzo de sociedad que se le ofreció unos días antes, cuando le preguntan si se iba a casar, el poeta contestó: «Mis hermanos sí, que se casen, pero yo, soy de mi madre».[139] La respuesta expresaba, sin duda, una honda realidad afectiva, y hace pensar en la dedicatoria que un año después estamparía el poeta en una fotografía de él con su madre, sacada por Eduardo Blanco-Amor: «Para Eduardo, con la que yo más amo en el mundo».
Un redactor de La Mañana de Montevideo, fijándose en el hecho de que todo el teatro de García Lorca conocido giraba «en torno de mujeres que se hacen símbolos», le hace una pregunta que probablemente no se esperaba. Pregunta penetrante. ¿Por qué ha elegido el poeta a mujeres y no a hombres?:
García Lorca me mira como sorprendido de tal pregunta.
—Pues yo no me lo he propuesto.
Luego, como volviendo de un sueño, agrega:
—Es que las mujeres son más pasión, intelectualizan menos, son más humanas, más vegetales; por otra parte, gran dificultad encontraría un autor para dar sus obras si los héroes fueran hombres. Hay una crisis lamentable de actores, buenos actores, se entiende.[140]
Es un buen ejemplo de la imposibilidad en que se encontraba el poeta en público ante preguntas que, de ser contestadas sinceramente, le habrían acarreado infinitos problemas. Ni en El público ni en Así que pasen cinco años son protagonistas las mujeres. Lorca había explicado unos momentos antes que El público era «una pieza para no ser representada, y un poema para ser silbado», sin ser más explícito. Ahora, en la necesidad de reaccionar rápidamente ante la aguda pregunta del periodista, rehúye hablar de su obra «secreta», e improvisa una contestación en absoluto convincente. Estamos otra vez frente al Lorca que tiene que encubrir las escondidas fuentes de su inspiración.
Antes de abandonar Montevideo, cumple con un casi sagrado deber: visitar el cementerio de Buceo para rendir homenaje a la memoria del pintor Rafael Pérez Barradas. «Fue un día triste y lluvioso —recuerda Mora Guarnido—, como previamente elegido para tal circunstancia». En una fotografía del acto le acompañan, además de Mora, el hermano de éste, Marino, Alfredo Mario Ferreiro, Julio L. Casal, Carlos Sabat Ercasty, Enrique Díez-Canedo, Antonio Ignacio Pérez Barradas —hermano del malogrado pintor—, Emilio Oribe, Luis Gil Salguero y varios más. «Formamos círculo en torno al trozo de tierra de la tumba de Barradas —continúa Mora—, y el poeta en silencio fue arrojando un puñado de humildes florecillas. Ninguna solemnidad, ni el menor aparato, sino un sencillo y callado acto de recordación y de meditación».[141]
El 16 de febrero Lorca embarca en el vapor de la carrera que le devolverá a Buenos Aires, donde le espera con impaciencia la actriz Eva Franco. Al día siguiente escribe a sus padres, contándoles sus éxitos en Montevideo. Con sus conferencias, a teatro lleno, ha ganado mucho dinero. Ya les ha mandado 15.000 pesetas, a las cuales ahora seguirán otras 8.000. Es una cantidad muy considerable. «Este dinero podéis naturalmente disponer de él —dice— porque es vuestro y mamá y papá pueden gastarlo todo si les viene en gana». Y añade: «Bastante habéis gastado vosotros en mí». En cuanto a su arreglo de La dama boba para Eva Franco, también está contento porque estima que cobrará en concepto de derechos «bastantes pesetas», como así fue, en efecto. Ya ha sacado el pasaje para el barco, que zarpará el 6 de marzo. Se irá con una mezcla de tristeza y alegría. Con alegría porque verá otra vez a su familia. Con tristeza porque ha tenido en ambas ciudades del Plata «verdaderas apoteosis» inolvidables… y eminentemente rentables. En Buenos Aires y Montevideo, insiste, «tengo mi porvenir económico pues aquí puedo ganar el dinero que jamás ganaré en España». Si Lorca tuvo que depender económicamente durante muchos años de su padre, ahora que va ganando dinero quiere afianzar su éxito, y que éste sea cada vez mayor. Las constantes referencias al respecto en las cartas a su familia demuestran que se trata casi de una obsesión.[142]
Otra vez en Buenos Aires
De vuelta en la capital argentina, Lorca lee a Eva Franco y su compañía, en el teatro de la Comedia, la versión de La dama boba en la cual lleva trabajando varios meses.[143] Durante las dos semanas que transcurren antes del estreno, la prensa se ocupará largamente de la ambiciosa empresa de Eva Franco de dar vida a la obra de Lope. Manuel Fontanals ha convertido el teatro en una atrevida copia del Corral de la Pacheca, para dar sabor de época al montaje, y el poeta, que insiste en que no ha hecho sino suprimir algunos versos del original, se ocupa de la parte musical de la puesta en escena, montando varios bailes y canciones del siglo XVII, y colaborando estrechamente con el improbablemente apellidado Carlos Calderón de la Barca, director de la compañía de Eva Franco.[144]
La reaparición de Lola Membrives el primero de marzo es acogida calurosamente por público y crítica porteños. Se ofrece un programa atractivo, dedicado a modo de homenaje y despedida a Lorca: primer acto de La zapatera prodigiosa, cuadro final de Bodas de sangre, tercera estampa de Mariana Pineda y lectura, por el poeta, de dos cuadros de Yerma (primer cuadro de la obra y primer cuadro del segundo acto).
Antes de lanzarse a la difícil hazaña de una lectura pública —aventura prácticamente desconocida en Buenos Aires—, el poeta promete desde el escenario del Avenida que Yerma será estrenada por Lola Membrives en abril, como primicia que él quiere ofrecer a los que tan cariñosamente le han apoyado durante su estancia en la capital. Ha sido, reconoce, terriblemente difícil decidirse a partir: «Y es… que Buenos Aires tiene algo vivo y personal: algo lleno de dramático latido, algo inconfundible y original en medio de sus mil razas que atrae al viajero y lo fascina. Para mí ha sido suave y galán, cachador y lindo y he de mover por eso un pañuelo oscuro de donde salga una paloma de misteriosas palabras en el instante de mi despedida».[145]
El piropo halaga profundamente al numerosísimo público que, así preparado, escucha fascinado «en medio de un silencio tan atento como respetuoso» la lectura.[146] Terminada ésta, tanto el auditorio, que se ha mantenido suspenso ante la fuerza comunicativa del poeta, como Lola Membrives y toda su compañía, prorrumpen en un prolongado aplauso. Lorca da las gracias y promete dejar montadas antes de salir para España aquellas escenas de la obra que por su complejidad más necesitan de su intervención personal.[147] Parece claro, pues, que el poeta aún no le ha comunicado a Lola Membrives la mala noticia que le tiene reservada.
La noche siguiente es el estreno de La niña boba —así, tomándose cierta licencia, Eva Franco y Lorca han rebautizado la obra de Lope—, en representación especial para la prensa, que la recibe con casi unánime entusiasmo, ensalzando la escenografía de Fontanals y la aportación del poeta. El 4 de marzo el público porteño rubrica con su aprobación la labor de Eva Franco y su compañía e insiste en que la actriz y Lorca le dirijan la palabra. El poeta dedica los aplausos a la memoria de Lope de Vega, «monstruo de la naturaleza y padre del teatro», así como a todos los que han colaborado en el montaje.[148] Otra vez es Pablo Suero quien mejor sabe calibrar el trabajo de Lorca. Si éste ha desbrozado la pieza de monólogos farragosos y pasajes oscuros, es en la puesta en escena donde mejor se aprecia su contribución al espectáculo:
Le ha dado un ritmo nuevo, una gracia alada a las escenas y a los movimientos de las figuras, imponiéndoles una gracia estereotipada y mecánica de muñecos. No de otro modo se ponen en los modernos teatros del mundo las comedias y farsas clásicas hoy. García Lorca ha puesto al servicio de nuestros comediantes toda su ciencia de director de «La Barraca», y el resultado no puede ser más halagüeño.[149]
Suero había captado bien la influencia sobre el montaje de la experiencia de Lorca con La Barraca. Era indudable. Más de cincuenta años después Irma Córdoba —que hace el papel de Clara— recordará la intensidad con que el poeta les hacía ensayar sus papeles, insistiendo sobre el exacto cronometraje de los movimientos y velando cuidadosamente por la dicción de los actores.[150]
En cuanto a Eva Franco, ha recordado el fondo de timidez que a pesar de su brillante personalidad pública siempre ostentaba Lorca. El comentario no tiene desperdicio, pudiendo confrontarse con los que tenemos de otras muchas fuentes:
Me dijo una vez que tenía pudor de que le vieran, que se sentía espiado. Hasta tal punto era así, que siempre me llamó la atención en una persona con tanta magia y espontaneidad, con tanto duende, que nunca improvisara. Salía todas las noches a decir algo, pero siempre con un papelito.[151]
El 10 de marzo se anuncia que al no haber podido Lorca terminar Yerma, Lola Membrives estrenará en su lugar Así que pasen cinco años, que el poeta le acaba de leer y que le ha gustado mucho.[152] Por las mismas fechas Lorca lee la obra a Pablo Suero, ya uno de sus mejores amigos en Buenos Aires. Suero ha quedado impresionado ante la revelación de la «leyenda del tiempo». ¿Se atreverá Lola Membrives a montarla? No lo sabe, aunque no duda en afirmar que es «lo mejor de García Lorca» y que «abre sobre el teatro actual, ahogado entre las fórmulas y desvanecido en la pátina de lo gastado, una boca de nueva y misteriosa luz, un plano de nuevas posibilidades».[153]
Pero Lola Membrives, pese a su inicial entusiasmo, no montará la genial «leyenda» del granadino.
Los últimos días
El 10 de marzo Crítica publica una entrevista mantenida con Lorca por José R. Luna. Es una de las más incisivas jamás hechas al poeta, quien, quizá porque se aproxima a paso de gigante la fecha de su salida de Buenos Aires, se presta a hacer algunas confidencias.
La entrevista se abre con una declaración de Lorca sobre la doble vida que lleva la mayoría de las personas: la vida pública, que corresponde a la imagen deseada, y la vida «gris, agazapada, torturante, diabólica» que dicha mayoría «trata de ocultar como un feo pecado». Mientras habla así, el poeta fija sus ojos en los de Luna, quien, como buen periodista que es, buscará a través de la entrevista calar en el aspecto «oculto» del gran poeta.
Recuerdos de Fuente Vaqueros, de la Vega de Granada, de su «primer asombro artístico» al descubrir en el nuevo arado de su padre un mosaico romano con, tal vez, los nombres de los pastores Dafnis y Cloe: el poeta se regodea al identificar el origen del «complejo agrario» sin el cual no habría podido escribir Bodas de sangre ni estaría ahora trabajando en Yerma. «En la tierra encuentro una profunda sugestión de pobreza —dice—. Y amo la pobreza por sobre todas las cosas. No la pobreza sórdida y hambrienta, sino la pobreza bienaventurada, simple, humilde, como el pan moreno».
Luna se da cuenta de que Lorca tiene, efectivamente, dos vidas: la que vive para sus amigos —la pública, brillante, dinámica—, y otra oscura, angustiada, sobre la cual flota un «espíritu trágico» y una omnipresente obsesión con la muerte. Cuando se manifiesta ésta, al referirse Lorca a los viejos, el periodista comenta, asombrado: «García Lorca es un muchacho alegre, despreocupado hasta de sí mismo. Pero acaba de nombrar a la muerte y su rostro se ha transfigurado». Era una transfiguración que observarían todos los amigos del poeta, constatando cómo solía pasar repentinamente de la más bulliciosa alegría al más penoso silencio, los ojos vueltos para adentro, atisbando nadie sabía qué paisaje de desolación. Lorca sigue:
—La muerte… ¡Ah!… En cada cosa hay una insinuación de muerte. La quietud, el silencio, la seriedad, son aprendizajes. La muerte está en todas partes. Es la dominadora… Hay un comienzo de muerte en ratos que estamos quietos. Cuando estamos en una reunión, hablando serenamente, mirad a los botines de los presentes. Los veréis quietos, horriblemente quietos. Son piezas sin gestos, mudas y sombrías, que en esos momentos no sirven para nada, están comenzando a morir… Los botines, los pies, cuando están quietos, tienen un obsesionante aspecto de muerte.
Y el poeta recuerda otra vez su infancia en Fuente Vaqueros:
No puedo estar con los zapatos puestos, en la cama, como suelen hacer los tofos [sic] cuando se echan a descansar. En cuanto me miro los pies, me ahoga la sensación de la muerte. Los pies, así, apoyados sobre sus talones, con las plantillas hacia el frente, me hacen recordar a los pies de los muertos que vi cuando niño. Todos estaban en esta posición. Con los pies quietos, juntos, con zapatos sin estrenar… Y eso es la muerte.
La entrevista termina con otra alusión a la doble vida del poeta. Lorca declara —así como ha hecho, o hará, hablando con Eva Franco— la vergüenza que le produce ser hombre famoso, ver su nombre expuesto en las carteleras de los teatros. Es, dice, «como si dentro de mí se desdoblara una segunda persona, enemiga mía, para burlarse de mi timidez desde todos estos cartelones». Hablaba en serio, ya que sus palabras corresponden estrechamente a las pronunciadas en la ocasión del estreno de Mariana Pineda en Granada en 1927.*
* Véanse pp. 623-624.
El conflicto era, indudablemente, grave: búsqueda de la fama por n lado —para ser querido, como explica aquí— y temor ante el peligro de ser descubierto en su intimidad por una masa de gentes incomprensivas.[154]
Tales eran los dones del poeta, sin embargo, que pocas personas se habrían dado cuenta, al ver sus actuaciones en público, de que era un hombre en guerra civil consigo mismo.
A Federico le quedan ya poquísimos días en Buenos Aires. El 15 de marzo Eva Franco ofrece a los actores porteños una representación especial de La niña boba, dedicada a Lola Membrives, y, en uno de los entreactos, Lorca lee un apasionado discurso sobre el teatro contemporáneo. Como ha venido haciendo durante su estancia en la capital, arremete una vez más contra el teatro burgués, contra quienes sólo piden del teatro que produzca ganancias. En el teatro de gran público, arte y ganancia deben ser compatibles. Para ello hacen falta responsables directores de escena. Sólo así recobrará el teatro su autoridad.[155]
La prensa había anunciado el 19 de febrero que Lorca, antes de embarcar el 6 de marzo para España —la fecha sería luego prorrogada— proyectaba montar una representación de títeres, para la cual ya había encargado muñecos al pintor Ernesto Arancibia. Programa: una tragedia antigua, un entremés de Cervantes y una obra propia.[156] Unos días después ya se sabían más detalles: se montarían un trozo de Las Euménides, de Esquilo; Los dos habladores, de la escuela cervantina —pieza que Lorca conoce a fondo, por haberla representado no sólo en su casa granadina en 1923, en la fiesta de los Reyes Magos, sino con La Barraca—; y «una pieza especial para el caso escrita por el mismo García Lorca y en la que los muñecos se ocuparán de cosas de Buenos Aires».[157] Se trata del Retablillo de don Cristóbal, cuyo manuscrito está dedicado a Gabriel Manes, «con un abrazo muy fuerte de su amigo Federico García Lorca».[158]
El acto, que constituye la última aparición de Lorca ante el público del Avenida, empieza hacia las dos de la madrugada del 26 de marzo, después de la representación de la noche. Se abre el espectáculo con un diálogo entre Lorca y don Cristóbal en el cual ambos recuerdan aquella tarde de 1923 en Granada cuando, con la ayuda de Manuel de Falla, los muñecos entretuvieron a una sala llena de niños ricos y pobres. El plato fuerte de la noche lo constituye el estreno del Retablillo. Los decorados son de Manuel Fontanals, Jorge Larco y Arancibia. La concurrencia —formada exclusivamente por amigos del poeta, periodistas y «artistas de todo orden»— acoge la obrita con alegría, riendo espontánea y regocijadamente cada nueva palabrota o picardía.[159] Especialmente celebradas son las alusiones que hace don Cristóbal a la distinta forma de roncar de varias personalidades conocidas del público porteño y en su mayoría presentes en la sala: Octavio Ramírez, Edmundo Guibourg, Oliverio Girondo, Pablo Suero, Nalé Roxlo, Amado Villar, Pablo Neruda, Pablo Rojas Paz, Raúl González Tuñón, Norah Lange y algún otro. Y estallan carcajadas cuando el famoso manipulador de la cachiporra se refiere a la tendencia de cierto crítico teatral, conocido de todos, a dormirse durante los estrenos:
El crítico del Diario
ronca de modo extraordinario,
y el crítico del Diario Español
ronca toda la función y enmedio de ella se le cae el bastón
y hace pompón.[160]
En estos últimos días antes de su salida para España, María Molino Montero visita al poeta en el teatro Avenida, donde en unas mesas colocadas en un pasillo se exponen los numerosísimos regalos que se le van haciendo, entre ellos muchos objetos de plata. Federico está encantado, pensando en la sorpresa de su madre, para quien, además, así como para otros miembros de su familia, ha hecho infinitas compras.[161]
Aún hay tiempo para que pronuncie algunas palabras en un acto de homenaje a la actriz Camila Quiroga, celebrado el 26 de marzo. Con el pie en el estribo el poeta manifiesta hasta qué punto se siente identificado con lo argentino. Al terminar de hablar, parte de la concurrencia prorrumpe con un «¡Viva España!».[162]
Lorca odia las despedidas… y despedirse de Buenos Aires es duro. En casa de Pablo Neruda, en vísperas de la partida, explica: «He andado meses por Nueva York, y, al partir, lo hacía casi contento… ¡Vería a mis queridos amigos de Madrid de mi corazón!… Ahora, con ansias de estar entre los míos, me parece que dejo algo de mí en esta ciudad bruja. En poco tiempo me he hecho amigos que me parecen de años». Y añade: «Por favor, mañana, en el barco, estaréis todos alegres. Haremos de cuenta que me voy al Tigre, que nos volveremos a ver al otro día».[163]
El 27 de marzo Lorca, Fontanals y la hija de éste, Rosa María, embarcan en el Conte Biancamano. Una concurrencia numerosísima se congrega en la dársena Norte para despedirles. «Una despedida con un “hasta luego” —apunta Crítica—, porque aquí ya se desea que vuelvan y ellos lo han prometido».[164]
Antes de separarse de sus amigos con su «hasta luego» de siempre, Federico tiene un detalle característico, que gustaba de evocar el poeta Amado Villar:
Después de mostrarse con aire preocupado y misterioso, nos entregó un paquete:
—¡Esto es para seguir la fiesta! —nos dijo.
Podían haber sido bombones o caramelos, o cosa por el estilo. Pero cuando abrimos el paquete, Pablo Neruda y yo comprobamos que no era eso. El paquete contenía un montón fabuloso de billetes, dinero en efectivo…, «para seguir la fiesta», que gastamos durante varios días a partir de la despedida, de fiesta en fiesta, de función en función, para cumplir con su pedido.[165]
La prensa recoge la noticia de que, de vuelta en España, Lorca y Fontanals piensan formar su propia compañía para cultivar un teatro artístico, «no limitándose a un solo género —comenta La Nación— sino abarcando varios, a un mismo tiempo la breve pieza musical y el cuadro coreográfico, basados en el rico y diverso folklore español».[166] Durante los próximos dos años Lorca no abandonará la idea de hacerlo, pero muchas circunstancias le impedirán llevarla a cabo.
El 29 de marzo la prensa anuncia que ha dejado con Lola Membrives el texto de Así que pasen cinco años, cuyo estreno se da como seguro. La actriz declara que al principio no se sentía con valentía suficiente para montar la obra sin la presencia del autor, pero que ahora confía en poder realizar tarea tan exigente.[167] Al día siguiente, sin embargo, se recoge la noticia de que ha cambiado de parecer, con la excusa de que no hay tiempo para preparar el estreno antes de que se termine la temporada.[168] Cabe inferir que, todavía cansada, Lola Membrives no se sentía con fuerzas suficientes para afrontar sola aquel reto. Durante el resto de la temporada, bastante mediocre, que terminará el 14 de mayo, repondrá siete veces Bodas de sangre y La zapatera prodigiosa (más el «fin de fiesta» ideado por Lorca), y cuatro Mariana Pineda.[169]
En total, incluyendo la gira por provincias y Montevideo de julio-agosto-septiembre de 1933, Bodas ha tenido unas ciento cincuenta representaciones; La zapatera, unas setenta; y Mariana Pineda muchas menos, unas veinte.[170] En cuanto a La niña boba, su éxito ha sido extraordinario y las representaciones han llegado casi a las doscientas.[171] Todo ello ha significado para el poeta no sólo el lanzamiento a una fama cuyos ecos han llegado a España, sino unos ingresos importantísimos.
Al despedirse de Buenos Aires, Lorca tendría sin duda la sensación de que su carrera como dramaturgo estaba ya asentada sobre cimientos muy sólidos.
El 30 de marzo el Conte Biancamano atraca en Río de Janeiro, donde Alfonso Reyes acude otra vez a abrazar al poeta, entregándole una caja de cristal con unas espléndidas mariposas tropicales de distintos tamaños y variados colores.[172]
Luego es la travesía del Atlántico rumbo a una España, donde, desde su partida seis meses antes, la situación política ha venido empeorando notablemente, y no menos en Granada.