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CAMINO DE NUEVA YORK

Crisis, Un perro andaluz, Perlimplín

El 15 de enero de 1929, Federico, Dalí y Buñuel hicieron acto de presencia conjunta en La Gaceta Literaria, que publicó, en primera plana, La degollación de los inocentes de Lorca, con un dibujo verdaderamente escalofriante de Salvador* y, en segunda, una prosa («Redentora») y un poema («Bacanal») del cineasta.

* No mandado específicamente para ilustrar la prosa de Lorca toda vez que, el 15 de julio de 1927, ya había acompañado, en la misma revista, el artículo «Salvador Dalí», de Sebastià Gasch.

Buñuel se creía en estos momentos poseedor de la verdad surrealista. Escribía a Pepín Bello férvidas, dogmáticas cartas en las cuales se explayaba sobre las virtudes del movimiento capitaneado por Breton, y le daba al amigo consejos acerca de la manera de iniciarse en la escritura automática.[1] Arremetía, con su habitual vehemencia, contra los que no compartían sus puntos de vista. Y, por lo que tocaba a Lorca, afirmaba que encontraba intolerables los ensayos «superrealistas» del poeta. De ello es extraordinariamente reveladora una de las cartas dirigidas en esta época a Pepin Bello, poco después de publicado el mencionado número de La Gaceta Literaria:

Hay que combatir con todo nuestro desprecio e ira toda la poesía tradicional, desde Homero a Goethe, pasando por Góngora —la bestia más inmunda que ha parido madre— hasta llegar a las ruinosas deyecciones de nuestros poetillas de hoy…* Comprenderás la distancia que nos separa a ti, Dalí y yo de todos nuestros amigos poetas. Son dos mundos antagónicos, el polo de la tierra y el sur de Marte, y todos, sin excepción, se hallan en el cráter de la putrefacción más apestante.

Federico quiere hacer cosas surrealistas, pero falsas, hechas con la inteligencia, que es incapaz de hallar lo que halla el instinto. Ejemplo de su maldad, el último fragmento publicado en La Gaceta. Es tan artístico como su Oda al Santísimo Sacramento, oda fétida que pondrá erecto el débil miembro de Falla y de tantos otros artistas. A pesar de todo, dentro de lo tradicional, Federico es de lo mejor que existe.[2]

* La supresión no es nuestra.

Parece fuera de duda que Buñuel, cada vez más unido a Dalí, al Dalí que sueña con escaparse a París, había redoblado a finales de 1928, ante el pintor, sus ataques a Lorca, iniciados tiempo atrás. Buñuel, que pasó quince días con Dalí en Figueras en enero de 1929,[3] acariciaba desde hacía tiempo el proyecto de editar sus poemas, bajo el título de Polismos. Este libro, según el propio cineasta, estaba en prensa aquel enero. Tenía entonces un nuevo título, encontrado durante la estancia en Figueras. «El título de mi libro de ahora es Un perro andaluz, que nos hizo mear de risa a Dalí y a mí cuando lo encontramos —le escribe Luis a Pepín Bello—. He de advertir que no sale un perro en todo el libro. Pero queda muy bien y muy dócil. Además de risueño es idiota. Apenas salga, dentro de un mes aproximadamente, te enviaré un ejemplar».[4]

Pero el libro no salió. Probablemente exageraba Buñuel al afirmar que estaba en prensa. Lo que ocurrió es que el libro fue desplazado y en parte asimilado por el guión cinematográfico sobre cuyo argumento habían trabajado Buñuel y Dalí, con gran seriedad (testigo de ello fue Ana María Dalí),[5] aquel enero. El guión fue titulado, en un primer momento, El marista de la ballesta, luego Dangereux de se pencher au dedans[6] —graciosa remodelación de la famosa advertencia colocada en los compartimentos de los trenes franceses— y, finalmente, Un perro andaluz. Como se sabe, la naturaleza de la colaboración de Dalí y Buñuel en este guión daría lugar, posteriormente, a agrias discusiones entre pintor y cineasta.

El 1 de febrero La Gaceta Literaria anunciaba la colaboración cinematográfica de ambos. Federico estaba ya en Madrid, acompañado de su hermano y de su padre, y no podemos dudar de que se enteraría en seguida de la interesante noticia:

Buñuel y Dalí en el Cineclub

Luis Buñuel y Salvador Dalí han terminado ya su colaboración en el escenario de un film, cuyo título provisional es C’est dangereux de se pencher au dedans. Se nos anuncia como un intento sin precedentes en la historia del cinema, por estar tan lejos del film ordinario como de los llamados oníricos, absolutos, de objetos, etcétera, etc. Viene a ser el resultado de una serie de estados subconscientes, únicamente expresables por el cinema. Contiene un argumento con intervención del elemento humano; además, hay rótulos y constituirá un ejemplo de cinema parlante. Luis Buñuel ha salido ya para París, en donde comenzará inmediatamente su realización. El film quedará terminado en abril, estrenándose en el Studio des Ursulines y de allí pasará luego al Cineclub de Madrid, y a las salas especializadas de Berlín, Génova, Londres, Nueva York, etc., etc.[7]

Pero ¿por qué la idea de sustituir el título primitivo de la película por el de Un perro andaluz les había producido tanto regocijo a Dalí y Buñuel, teniendo el efecto de hacerles «mear de risa»? J. F. Aranda, en su biografía de Buñuel, ha indicado que, en la Residencia de Estudiantes, Dalí, Buñuel, Pepín Bello y otros compañeros solían llamar perros andaluces a los artistas béticos de la casa, «poetas simbolistas insensibles a la poesía revolucionaria de contenido social preconizada por Buñuel quizá antes que nadie en España (aunque años después Alberti y otros seguirían por ese camino)». Y continúa Aranda:

En efecto, pensando en ello vemos que Un chien andalou es una biografía aplicable a muchos miembros del grupo, en su aspecto subconsciente y protoparanoico: sus complejos de infantilismo, castración, ambivalencia sexual y de personalidad, etc., y su lucha interior por la liberación de la carga burguesa y la afirmación de lo adulto.[8]

Este análisis exagera demasiado el asunto. Los andaluces de la Residencia no monopolizaban los problemas señalados por Aranda, siendo el propio Dalí (Cataluña) un tímido patológico durante su estancia madrileña, y Buñuel (Aragón) no precisamente un modelo de integración psíquica. Ahora bien, lo que sí es cierto es que Lorca, principal perro andaluz de la Residencia, no podía menos de sentirse aludido, no sólo en el título de la película, sino por su contenido. Buñuel se enteraría en Estados Unidos, en 1930, de la opinión del poeta al respecto, y negaría rotundamente que la obra tuviera tal «clave»:

No es así. La gente cree encontrar alusiones donde quiera si se empeña en sentirse aludida. Federico García Lorca y yo estuvimos enfadados por algunos años. Cuando, en los años treinta estuve en Nueva York, Ángel del Río me contó que Federico, que había estado también por allí, le había dicho: «Buñuel ha hecho una mierdesita así de pequeñita que se llama Un perro andaluz y el perro andaluz soy yo». No había nada de eso. Un perro andaluz era el título de un libro de poemas que escribí.[9]

Pero la desautorización de Buñuel no es del todo convincente, y no cabe descartar la posibilidad de que, al subrayar la impotencia del «personaje», encarnado por Pierre Batcheff, el aragonés se estuviera refiriendo a la homosexualidad del granadino. De todas maneras, fuera así o no, el testimonio nada sospechoso de Ángel del Río sugiere que Lorca interpretaba en este sentido la intención de la película. Siendo así, es probable que se sintiera cruelmente traicionado, convenciéndose de que quienes creía sus íntimos amigos se burlaban de él públicamente.

El 1 de febrero de 1929, en el mismo número en que se anunciaba la colaboración cinematográfica de Dalí y Buñuel, La Gaceta Literaria informó a sus lectores de la próxima aparición de un número «violento» de L’Amic de les Arts, dirigido por la «extrema izquierda» de la revista:

Combatirá el Arte en general: Charlot, la Pintura, la Música, la Arquitectura, la Imaginación, etc., etc.

Defenderá las actividades antiartísticas: Objetos surrealistas, la Ingeniería, el Cine idiota, los Textos surrealistas, la Fotografía, el Fonógrafo.

Lo integrarán textos de Pepín Vello [sic], Sebastián Gasch, Luis Buñuel, Luis Montanyà, J. V. Foix, Joan Llonch, Salvador Dalí, ilustrados con numerosas fotografías. Reproducirá, además, un fragmento de carta de G. Lorca y obras recientes de Juan Miró, Picasso, Salvador Dalí.[10]

Este número extraordinario de L’Amic —último de su intensa y fructífera vida— llevaría fecha del 31 de marzo de 1929. Escrito casi exclusivamente por Dalí, en él no se publicará ningún fragmento de una carta de Lorca. Puede ser que, al suprimir ésta, el pintor actuaba presionado por Buñuel, con quien la revista incluye una entrevista hecha por Salvador.

Durante la primera quincena de abril Dalí viajaría a París para tomar parte en el rodaje de Un Chien andalou. Pronto empezaría la relación con Gala. Y pasarían seis años antes de que Salvador y Lorca se viesen otra vez.

En el otoño de 1928, gracias al apoyo de un industrial «de iniciativa y gusto» que le ofreció en condiciones de alquiler muy ventajosas un sótano de la calle Mayor, número 8, Cipriano Rivas Cherif había logrado formar la Compañía Caracol, nombre compuesto de las letras iniciales de Compañía Anónima Renovadora (del) Arte Cómico Organizado Libremente, nada menos. El proyecto era sencillo: suplir la falta, en un Madrid bien surtido de teatros grandes, «de una sala pequeña donde la conferencia, el concierto de cámara, el teatro íntimo, tuvieran lugar adecuado».[11]

Desde el primer momento, Rivas Cherif pudo contar para este proyecto con la colaboración de numerosos actores, escritores, artistas e intelectuales.

En aquel sótano de la calle Mayor, bautizado Sala Rex en homenaje al mecenas empresarial, de apellido Rey —y también con la significación de Repertorio (R) de Experimentos (E) Infinitos (X)—[12] había tenido lugar, el 24 de noviembre de 1928, la inauguración de Caracol, con una conferencia de Azorín y el estreno de dos obras del mismo, Doctor Death, de 3 a 5 y La arañita en el espejo.[13]

El 19 de diciembre Caracol estrenó Orfeo, de Jean Cocteau.[14] Y, a principios de enero de 1929, Un sueño de la razón, del propio Rivas Cherif, obra cuyo tema, extraordinariamente atrevido entonces, era la relación homosexual de dos mujeres. «Sin duda no se ha hecho nunca en España experiencia teatral tan valiente como la que realizó el sábado el Caracol, con toda felicidad», escribía Paulino Masip en el Heraldo de Madrid algunos días después.[15]

Durante enero, Caracol ensaya, bajo la dirección de Lorca, una «versión de cámara» de Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, que deberá estrenarse el 5 de febrero, así como la tragedia de Enrique Suárez de Deza Las nueve y media o por qué Don Fabián cambia constantemente de cocinera. El reparto es el siguiente:

Perlimplín: Eusebio de Gorbea
Marcolfa: Regina
Belisa: Magda Donato
La madre de Belisa: Alba Salgado
Duende 1.º: Luisito Peña
Duende 2.º: Pastora Peña

Las ilustraciones musicales, bocetos y figurines son del propio autor, y las decoraciones de Antonio Ramón Algorta y los hermanos Lluch.[16]

El 3 de febrero la prensa madrileña empieza a anunciar el estreno de las dos obras para el día 5.[17] Pero, el 5, informa que éste se ha aplazado hasta el día siguiente.[18] Entretanto, en la madrugada del 6, se muere la madre de Alfonso XIII, María Cristina. El acontecimiento conmociona al país y paraliza la vida de la capital durante varios días. Los teatros, en señal de luto, cierran sus puertas, y no tiene lugar el proyectado estreno de Perlimplín aquella noche.

José Jiménez Rosado, que entonces tenía dieciséis años, había desempeñado el papel de uno de los ángeles del Orfeo de Cocteau, estrenado por Caracol en diciembre de 1928, y seguía con mucho entusiasmo la labor del flamante grupo teatral. Ha declarado que la tarde del 8 de febrero —día en que fueron llevados al pudridero de El Escorial los restos de María Cristina— se ensayó otra vez la obra de Lorca, siendo entonces cuando llegó a la Sala Rex la orden de prohibición del estreno.

En el escenario estaba, de frente al auditorio, la cama de Perlimplín y Belisa y, en ella, el matrimonio, vestido el marido con levita y sombrero de copa y llevando unos descomunales cuernos dorados. Federico no estaba contento. «No, no, esto no sale bien», refunfuñaba.

Durante un descanso apareció al lado del poeta, que estaba sentado en la semioscuridad de la sala, una persona que, como Perlimplín, llevaba levita y sombrero de copa, y que Lorca, inmerso en sus pensamientos, confundió con el actor Gorbea. Se trataba, en realidad, del general Marzo, jefe superior de la policía de Madrid, que venía de los funerales de la reina madre en El Escorial con la orden de cerrar el teatro. Sin apenas mirar a la figura a su lado, Federico le espetó: «¡Ya te has quitado los cuernos otra vez!», aludiendo con ello a la desgana con la cual Gorbea llevaba los simbólicos apéndices de Perlimplín, pegados a su frente con goma. Por suerte, el general Marzo supo apreciar la gracia de la metedura de pata.[19]

Cipriano Rivas Cherif escribiría años después que, «a punto ya de estrenar allí Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín nos fue prohibida [sic] y cerrado el teatro por la dictadura del general Primo de Rivera, inculpados de no haber guardado luto por la muerte de la reina madre de Alfonso XIII, doña Maria Cristina de Habsburgo-Lorena».[20]

Si ésta fue la explicación oficial dada por el general Marzo, parece ser innegable que la censura primorriverista ya la tenía tomada con Caracol, primero por lo atrevido de Un sueño de la razón y ahora por el carácter escandaloso de la «aleluya erótica» de Lorca. Las autoridades se llevaron, según parece, las tres copias mecanografiadas de la obra, cosidas y encuadernadas en cartulina amarilla, que encontraron en el teatro. Éstas quedaron depositadas en la Dirección General de Seguridad, de donde tres años después sacaría una de ellas Pura Ucelay, directora del grupo teatral del Club de Cultura Femenina luego rebautizado «Anfistora» por Lorca.[21] En la portada del ejemplar rescatado consta la fecha de ingreso del documento en la Dirección General de Seguridad: 6 de febrero de 1929 (lo cual puede sugerir que la escena del último ensayo narrado por Jiménez Rosado tuvo lugar el 6 y no el 8). El subtítulo («aleluya erótica») ha sido tachado, así como, en el cuerpo del texto, la acotación que describía el atuendo de Perlimplín en la escena de la cama («CON UNOS GRANDES CUERNOS DORADOS DE CIERVO EN LA CABEZA»).

Probablemente aquellos cuernos gustaban aún menos al censor por el hecho de que los llevaba un actor —Gorbea— que era teniente coronel del Ejército retirado. Ello suscitaría también, acaso, recuerdos del esperpento Los cuernos de don Friolera, de Valle-Inclán, obra publicada en 1925 pero irrepresentable bajo la dictadura de don Miguel Primo de Rivera.

En cuanto a Federico, éste le contaría a Ángel del Río en Nueva York su versión del asunto:

Según decía, la razón dada por la censura era la siguiente: Un comandante del ejército muy conocido en Madrid iba a representar el papel de Don Perlimplín, el cual al fin del cuadro primero tenía que aparecer en la cama con unos cuernos enormes. Al enterarse de ello Martínez Anido* se puso furioso y mandó suspender la representación, amenazando con meter en la cárcel al autor, al actor y al director de escena: «Esto es un ludibrio. Esto es un ultraje al ejército».[22]

* Severiano Martínez Anido, ministro de la Gobernación de Primo de Rivera.

Fuera como fuera, la «falta de respeto» pretendidamente expresada hacia la memoria de la reina madre por las gentes de Caracol fue el motivo aducido por el régimen para cerrar temporalmente la Sala Rex. Con ello, desapareció Perlimplín de vista durante varios años.

A José Jiménez Rosado se le grabó en la memoria un episodio ocurrido durante los ensayos de la aleluya erótica de Lorca, episodio que siempre le parecería indicativo del desasosiego sexual del poeta. Fue el caso que, una noche, el joven se sorprendió sobremanera al ver que, en un rincón de la sala, se besaban, «completamente metidos el uno en la otra», Eugenio Suárez de Deza y la actriz Natividad Zaro, una de las «estrellas» de Caracol. Era la primera vez que el chico había visto abrazarse así, ardientemente, un hombre y una mujer, y no pudo quitar los ojos de la pareja. Súbitamente alguien le cogió el brazo. «¡Vente Pepito! ¡Vente Pepito!». Era Federico, un Federico inquieto, molesto, que no hizo luego ningún comentario sobre el incidente. En numerosas ocasiones, a partir de este momento, Jiménez Rosado observaría el azoramiento del poeta cuando, en reuniones, alguien empezaba a hablar de temas eróticos. Ha afirmado el mismo testigo:

Aunque parezca mentira Federico se ruborizaba con frecuencia. No le gustaba en absoluto que se tocasen, entre personas que él no conociera íntimamente, temas relacionados con el sexo. Él se sentía entonces muy incómodo, y muchas veces se negaba a hablar. En tales situaciones, cuando no tenía confianza, se ruborizaba a menudo, y ello me sorprendió mucho, pues normalmente rebosaba confianza en sí mismo.[23]

El 16 de febrero de 1929 Lorca repite en el Lyceum Club, ante numeroso público, su conferencia «Imaginación, inspiración, evasión», pronunciada por primera vez en Granada el otoño anterior.[24]

El mismo mes la Revista de Occidente edita la segunda edición de Canciones.[25]

Entretanto se ha iniciado la amistad de Federico con Carlos Morla Lynch, diplomático recién llegado a la embajada de Chile en Madrid.

En marzo, Federico le habla a Morla de su próximo viaje a Nueva York.[26] La idea de tal visita había sido sugerida, con toda probabilidad, por Fernando de los Ríos, que salía en junio para Estados Unidos, donde dictaría cursos en las universidades de Columbia y Puerto Rico, y que tenía muchos contactos personales entre los hispanistas norteamericanos.[27]

Rafael Martínez Nadal ha arrojado alguna luz sobre las razones de esta «huida» de Federico a Nueva York. Según aquél, el padre del poeta, preocupado por el estado de su hijo, aprovechó una visita de negocios a Madrid en la primavera de 1929 para ver a Nadal en su casa y pedirle su consejo al respecto. ¿Qué le pasaba a Federico? «Nada grave —contestaría Rafael—, la resaca del éxito; quizá un poco de depresión». Y al preguntarle don Federico si, a su juicio, le sentaría bien «una temporadita fuera de España», el amigo opinaría que sí. «Unos días más tarde Federico nos anunciaba alegremente que se iba a Nueva York con don Fernando de los Ríos —continúa Nadal—, y que su padre costeaba todo el viaje».[28]

Sabemos por una carta de Manuel de Falla a Federico, fechada 9 de febrero de 1929, y citada antes (pp. 603-604), que el padre del poeta estaba entonces en Madrid.[29] Tal vez tendría lugar durante este mes, pues, la entrevista recordada por Martínez Nadal.

Lo que no diría Nadal a don Federico era que «el poco de depresión» por que pasaba en aquellos momentos el poeta no era ajeno a su amistad con Emilio Aladrén quien, según el mismo testigo, iniciaba relaciones, a principios de 1929, «con una muchacha que luego sería su mujer». Y prosigue: «Aunque no lo quisieran se iba produciendo el inevitable distanciamiento entre escultor y poeta dando a éste la sensación de haber perdido una compañía que tanto le había exultado».[30]

Emilio Aladrén se casaría, en noviembre de 1931, con una inglesa llamada Eleanor Dove, de veintitrés años, natural de Gosforth, provincia de Northumberland, que trabajaba en Madrid como representante de la casa Elizabeth Arden.[31] Pero ¿había llegado la joven a España ya en 1929? No ha sido posible comprobarlo. Y de ser así, ¿la conocía ya Emilio? No necesariamente. Lo único cierto es que Emilio Aladrén era mujeriego empedernido, lo cual tiene que haber sido, para Federico, un hueso duro —y amargo— de roer.

También contribuiría a la depresión del poeta por estas fechas la ausencia de Dalí. Durante marzo Lorca tiene una razón muy especial para recordar al gran amigo pues, en la Exposición de Pinturas y Esculturas de Españoles Residentes en París montada por la Sociedad de Cursos y Conferencias, entre el 20 y 25 del mes, en un salón del Jardín Botánico, Salvador da a conocer Els esforços inútils* y La mel és més dolça que la sang.[32] En ambos cuadros, como ya queda dicho, aparece la cabeza del poeta, y también se aprecian en ellos los otros motivos principales de la «época lorquiana» de Dalí. Es impensable que Lorca no visitara esta exposición. Y contemplar los cuadros de Dalí sería revivir la estancia en Cadaqués y la felicidad de aquel maravilloso verano de 1927.

*Se trata del cuadro que, como se señaló antes, se titulaba antes El naixement de Venus y, finalmente, Cenicitas.

El hecho de figurar las dos obras de Dalí —que todavía no ha iniciado su etapa parisina y en absoluto «reside» aún en París— entre las de Manuel Ángeles Ortiz, Bores, Cossío, Juan Gris, Ismael González de la Serna, Miró, Picasso, etc., etc., era significativo. De ello se daría cuenta, sin duda, Federico. Dalí no visita la exposición de Madrid. Ya sólo piensa en París. Está con un pie en el estribo. Pronto empezará el rodaje —lo sabe Lorca— de Un chien andalou. Probablemente el poeta tendría la sensación, estos días, de ir perdiendo no sólo a Aladrén sino también a Dalí. Y estas circunstancias, junto con las preocupaciones religiosas que revela la Oda al Santísimo Sacramento, dan lugar, este mismo marzo de 1929, a un extraño y poco conocido episodio en la vida de Lorca. Veámoslo.

Penitente y cinéfilo

Los granadinos profesan un acendrado amor a la Virgen de las Angustias, Patrona de la ciudad. Lorca no fue excepción a la regla y, durante la Semana Santa de 1929, sintió la necesidad de demostrarle su devoción y, cabe pensarlo, de pedirle su amparo en momentos para él de profunda angustia.

La Cofradía de Santa María de la Alhambra, poco conocida y activa antes de 1929, había decidido organizar, para este año, su primera procesión de Semana Santa y, en la prensa local, explicó el motivo que le impulsaba a ello, que no era sino «ligar aún más fuertemente los dos grandes amores de Granada: la Santísima Virgen de las Angustias y la Alhambra», la Alhambra que, en palabras del anónimo portavoz de la Cofradía, es una «genial creación divina».[33]

La procesión saldría de la iglesia de Santa María de la Alhambra la noche del 27 de marzo a las doce y media, y después de bajar por el bosque y la cuesta de Gomérez, recorrería diversas calles de la ciudad. La expectación ante esta primera salida de la Cofradía era enorme.

Pocas horas antes del inicio de la procesión, cuando se ultimaban los preparativos del desfile, surgió un problema inesperado. «Teníamos que conseguir que un hombre cumpliera su promesa de acompañar a la Virgen vestido de penitente —ha recordado uno de los cofrades, José Martín Campos—, ya que acababa de llegar a Granada con ese fin». El «hombre» no era otro que Federico García Lorca, que había vuelto a la ciudad casi sigilosamente, pues su llegada no fue señalada por la prensa, ni en ésta se puede encontrar referencia alguna a su presencia entonces en Granada.

No fue fácil acceder a la solicitud del poeta, en vista del reglamento de la Cofradía (había que estar inscrito como cofrade en la hermandad) y de que no tenía hábito de penitente. ¿Quién le cedería el suyo? Pero se encontró una solución, decidiéndose que el recién llegado sustituyera a uno de los portainsignias, personas en realidad contratadas y pagadas por la Cofradía aunque vestidos con túnica y capirote.

Federico aceptó con gratitud la propuesta, vistiéndose en seguida y siendo acompañado, con la cara ya tapada, a la iglesia donde, al llegar delante de la imagen de Santa María de la Alhambra —una Piedad de Torcuato Ruiz del Peral—, se arrodilló y oró. Según el mismo testigo presencial, el poeta desfiló en cabeza de la procesión, con los pies descalzos, llevando una de las tres pesadas insignias de la Cofradía —una cruz— «que no se posó en tierra un solo momento, a lo largo de las cuatro horas que duró el desfile».[34]

La procesión tuvo un éxito extraordinario. El bosque de la Alhambra, iluminado por centenares de bengalas, se convirtió en recinto sagrado y mágico. Todas las farolas del alumbrado ostentaban el Ave María, insignia de la Cofradía y, desde la alta vigía de la Alcazaba, sonaba la profunda voz de la campana de la Vela, que evoca la célebre copla:

Quiero vivir en Granada

porque me gusta oír

la campana de la Vela

cuando me voy a dormir.

Al día siguiente, el cronista de El Defensor hablaba del paso de la procesión por el bosque como «cosa nunca vista y jamás soñada».[35]

Al terminar la larga procesión, José Martín Campos quiso darle un abrazo al poeta. Pero éste ya había desaparecido, «dejando la insignia debidamente colocada en su sitio, con el cíngulo anudado en forma de cruz sujetando un papel que decía: “Que Dios os lo pague”».[36]

Algunos meses después —el 20 de mayo de 1929— Federico firmaría el boletín de inscripción de la Cofradía de Santa María de la Alhambra, pidiendo ser admitido como cofrade activo de la misma. Hubo discusiones en relación con la solicitud. «Unos lo consideraron muy grato y leal y otros como un “snobismo” más de Federico —recuerda el mismo testigo—. Pero triunfó la sensatez y quedó admitido, inscrito en el libro de registro de hermanos, con el número de 498 y la cuota mensual de una peseta».[37]

No sabremos nunca qué pensamientos pasaron por la mente del poeta durante aquellas cuatro horas de silencio, ni qué sentimientos se reflejarían en las facciones que ocultaba el capirote de penitente. Pero sí podemos avanzar la hipótesis de que, desgarrado por conflictos internos, había implorado la ayuda de la divina Mediatrix y que, al participar en una procesión específicamente dedicada a la Virgen de las Angustias, y no en cualquier otra, el poeta quería demostrar a ésta su gratitud por los favores que estimaba haber recibido, o esperaba todavía recibir.

Cumplida su promesa a la Virgen, volvió a Madrid, tan silenciosamente como había llegado. Transcurrirían más de cuarenta años antes de que se tuvieran noticias de tan insólita visita.

Abril de 1929. Federico pasa sus últimas semanas en Madrid antes de volver a Granada donde, a finales del mes, Margarita Xirgu estrenará Mariana Pineda. Después de este acontecimiento, esperado con enorme expectación en la ciudad, el poeta hará sus preparativos para el viaje a Nueva York.

Lorca, cuando sus estancias en Madrid coincidían con sesiones del Cineclub (fundado en octubre de 1928 por el incansable Ernesto Giménez Caballero),[38] solía asistir con entusiasmo a éstas, y es indudable que, ya para 1929, antes de su salida para Estados Unidos, estaba bastante familiarizado con las tendencias actuales del cinema tanto europeo como norteamericano.

El Cineclub no tenía local propio, y las proyecciones se efectuaban en distintas salas de la capital: el cine Callao, el Goya, el Palacio de la Prensa y el cine de la Ópera. Buñuel fue el hombre del Club en París, donde se encargaba de la consecución de cintas y preparaba críticas de las nuevas películas para La Gaceta Literaria. En la primera temporada del Cineclub (seis sesiones entre el 23 de diciembre de 1928 y el 26 de mayo de 1929) se proyectaron 27 películas, entre ellas 13 documentales. Tartufo (de Murnau, con Emil Jannings en el papel del protagonista); L’Étoile de mer (de Man Ray y Robert Desnos); La Nuit électrique (de Eugen Deslaw); Entr’acte (de René Clair); El poema de la Torre Eiffel (del mismo realizador); Moana (de Flaherty); Feu Mathias Pascal (de Marcel l’Herbier): eran algunos de los títulos más notables pasados durante aquellos meses.[39]

De las películas estrenadas durante la primera temporada del Cineclub, tal vez la más fascinante es Entr’acte, proyectada durante la tercera sesión (17 de febrero de 1929) y a la cual es casi seguro que asistió Lorca. Rodada en 1924, con guión del pintor Francis Picabia e intervención de Eric Satie, Man Ray, Marcel Duchamp y otras figuras de la vanguardia parisiense, el filme es una vertiginosa sucesión de turbadoras y, a veces, humorísticas imágenes expresadas a través de los más inesperados trucos, metamorfosis, superposiciones y ralentis (como esta bala que sale lentamente de un cañón). En Nueva York Lorca escribirá un guión de cine, Viaje a la luna, cuya deuda para con Entr’acte parece fuera de duda.

La quinta sesión de la temporada del Cineclub, celebrada a principios de abril de 1929, ofreció la novedad de presentar por primera vez en España unas muestras del cine chino (La rosa que muere y La rosa de Pu-Chui) en un programa titulado «Oriente y Occidente». Las cintas chinas fueron precedidas por la actuación del cuarteto de cuerda que dirigía Rafael Martínez,* que se encargó de inducir un ambiente propicio entre el público. Luego, después de la proyección, hubo un «intermedio oral» protagonizado por Lorca, que leyó su Oda a Salvador Dalí y el «Romance de Tamar y Amnón». «Entre Oriente y Occidente —comenta La Gaceta Literaria—: Federico García Lorca. Granada, con mentalidad lírica, forjada en el cubismo, en la máquina». La lectura fue recibida, según el mismo reportaje, con extraordinario entusiasmo: «Fue algo tan magnífico y adecuado, que por largo rato duró la ovación al gran Lorca».

* A quien no habría que confundir con Rafael Martínez Nadal, el amigo de Lorca.

La segunda parte del programa, a la que es de suponer asistió también el poeta, fue dedicada a Occidente, para simbolizar el cual «calló la música de cuerda y abrió su boca el gramófono jazbándico, intercalado de canciones en inglés». Y termina la reseña de La Gaceta Literaria comentando las películas europeas proyectadas:

La marche des machines de Eugen Deslaw dio la nota archioccidental de la máquina. La deshumanización del hombre. La máquina. Sus brazos, sus apetitos, sus ritmos, sus músculos, su gracia, su organicidad, casi divina.

Finalmente, Cristalisations [sic] introdujo —frente a ese mundo maquinístico, termodinámico, electrostático, físico— el mundo mágico de lo químico: la gran brujería de Occidente.

¡Poemas cristalinos y geométricos! ¡Reinos unidos y siderales —inmensos— de lo microscópico! ¡Cristales y cubos de la asparagina, del nitrato de uranio, flores de cristal puro!

El público total quedó conmovido por esta maravilla técnica, y rompió en larga ovación.[40]

Poco más de dos meses después el poeta se encontraría en el «Senegal de máquinas» de Nueva York. Sabía, de antemano, lo que le esperaba en Yanquilandia bárbara (título de un reciente libro de Alberto Ghiraldo reseñado en el Heraldo de Madrid el 26 de marzo de 1929): es decir, algo así como «la deshumanización del hombre» que La Gaceta Literaria encontraba en la película de Deslaw.

La Gaceta Literaria había informado, en su relato de la quinta sesión del Cineclub, que Lorca salió aquella noche para Bilbao, invitado por «nuestro fraterno Cineclub y Ateneo vizcaíno». Efectivamente, el 15 de abril, ante el Ateneo bilbaíno, Lorca volvió a dar —por tercera vez en pocos meses— su conferencia «Inspiración, imaginación, evasión», y, la noche del 16, leyó, en el Cineclub, una selección de poemas suyos antes de que empezara la sesión. Leemos en El Liberal de Bilbao:

Justo Somonte presentó a la concurrencia del Cineclub al poeta García Lorca no sin aludir muy pertinentemente a dos poetas vizcaínos, uno muerto y otro desterrado, Ramón de Basterra, cuya memoria va a ser honrada por el Ateneo el sábado, y Miguel de Unamuno. Estos dos nombres fueron acogidos con grandes aplausos. Leyó seguidamente Federico García Lorca tres nocturnos y un romance de gitanos y tres o cuatro poesías cortas. La sala le mostró calurosamente su simpatía ovacionándole al final.[41]

No sabemos qué «tres nocturnos» recitaría el poeta en Bilbao. Tal vez los «Nocturnos de la ventana», del libro Canciones (que son, de hecho, cuatro).

Con Mariana Pineda en Granada

Unos días después, el 23 de abril, El Defensor de Granada anuncia, en su sección «Ecos de Sociedad», que García Lorca acaba de regresar a la ciudad para asistir al estreno, por la compañía de Margarita Xirgu, de Mariana Pineda. «El estreno de este romance popular, ya sancionado por el aplauso de los públicos de toda España, constituirá en Granada un verdadero acontecimiento», comenta el diario.[42]

Margarita Xirgu inicia su temporada granadina el 26 de abril con la representación de Más fuerte que el amor, de Jacinto Benavente, y el 29, ante una enorme expectación pública, se levanta el telón del Teatro Cervantes sobre el «romance popular en tres estampas» del poeta de Fuente Vaqueros.

El Teatro Cervantes fue demolido en 1966 para dar paso a un vulgar bloque moderno. Estuvo situado en un lado de la plaza de Mariana Pineda y, enfrente de él, se levantaba la estatua de la heroína de la Libertad. La noche del estreno llovía tenazmente, lo cual no impidió la afluencia del público.

El éxito del estreno fue, inevitablemente, arrollador, teniendo Federico que salir a saludar al público al final de cada acto.[43] Y la noche siguiente —segunda y última representación— se repitió el triunfo. «Maravillosa obra esta de García Lorca, genialmente vivificada por la gran trágica Margarita Xirgu —escribía José Navarro Pardo en El Defensor—. Puede Granada estar orgullosa de tener un poeta auténtico, con todos los quilates, de plena virtud». Navarro Pardo, haciendo alarde de sus conocimientos acerca de la Mariana Pineda histórica, defendió la interpretación «poética» de la heroína hecha por Lorca, y dudaba del interés de la víctima por la política. Mariana era, sencillamente, una enamorada, e «igual hubiera hecho de ser los conspiradores realistas».[44] No faltó en Granada quien viera en los comentarios de Navarro una concesión a las autoridades de la dictadura de Primo de Rivera.[45]

El domingo 5 de mayo se ofreció, en el Hotel Alhambra Palace, un banquete-homenaje a Federico y Margarita Xirgu. Entre los numerosísimos asistentes se sentaron al lado de los homenajeados Manuel de Falla, Fernando de los Ríos y el padre de Federico. Salvador Dalí y Melchor Fernández Almagro mandaron su adhesión al acto, que fue brillantísimo.

El homenaje fue ofrecido por Constantino Ruiz Carnero, director de El Defensor, que dirigió palabras de encendido encomio a «la más grande de las actrices y al más brillante de los jóvenes poetas de España». «Esta colaboración del poeta y de la actriz —dijo— ha dado a la escena, tan decaída en estos tiempos, un momento de verdadero prestigio». Y fue ovacionado Ruiz Carnero cuando declaró:

Pero a García Lorca le debíamos también este homenaje por su espléndida labor literaria. García Lorca es un poeta de horizonte universal, pero hondamente granadino, que en poco tiempo ha conquistado el puesto más alto de la moderna poesía española. Hay que proclamarlo así, sin temor a que haya quien no tenga la generosidad de reconocerlo.

Pero, además, queremos romper esa estúpida tradición de que son las gentes de fuera quienes descubren los valores granadinos. A García Lorca, renovador de la lírica española, lo hemos descubierto los propios granadinos, y hemos dicho a Madrid y al resto de España: «Ahí lleváis un poeta que ha nacido en Granada y que tiene toda la magnificencia de esta prodigiosa tierra andaluza».

Alfonso García Valdecasas habló a continuación, y luego, entre el extraordinario entusiasmo de los asistentes, se levantó Federico. Recordó las dificultades recorridas antes de haber podido estrenar Mariana Pineda en 1927, hacía ya dos años, y se deshizo en elogios a Margarita Xirgu. En cuanto al tema de su «romance popular», insistió: «Yo he cumplido con mi deber de poeta oponiendo una Mariana viva, cristiana y resplandeciente de heroísmo frente a la fría, vestida de forastera y librepensadora del pedestal».

Federico confesó que el drama ahora le parecía «obra débil de principiante», y que, pese a tener algunos rasgos de su temperamento poético, «no responde ya en absoluto a mi criterio sobre el teatro». Lo cual no dejaba de ser cierto, aunque, fracasado el intento de estrenar Don Perlimplín, pocos entre aquel público tenían noticias del nuevo rumbo teatral emprendido entonces por el poeta.

Lorca expresó, finalmente, su agradecimiento a Granada, explicando que le producía cierto pudor aquel homenaje. Eran palabras hondamente sentidas:

Me ha producido verdadera tristeza ver mi nombre por las esquinas. Parece como si me arrancaran mi vida de niño y me encontrara lleno de responsabilidad en un sitio donde no quiero tenerla nunca y donde sólo anhelo estar en mi casa tranquilo, gozando del reposo y preparando obra nueva. Bastante suena mi nombre en otras partes. Granada ya tiene bastante con darme su luz y sus temas y abrirme la vena de su secreto lírico.

Si algún día, si Dios me sigue ayudando, tengo gloria, la mitad de esta gloria será de Granada, que formó y modeló esta criatura que soy yo: poeta de nacimiento y sin poderlo remediar.

Ahora, más que nunca, necesito del silencio y la densidad espiritual del aire granadino para sostener el duelo a muerte que sostengo con mi corazón y con la poesía.

Con mi corazón, para librarle de la pasión imposible que destruye y de la sombra falaz del mundo que lo siembra de sol estéril; con la poesía, para construir, pese a ella que se defiende como una virgen, el poema despierto y verdadero donde la belleza y el horror y lo inefable y lo repugnante vivan y se entrechoquen en medio de la más candente alegría.[46]

Extraordinario párrafo este último, ese revelar ante aquel auditorio el estado de guerra civil en que se encontraba el poeta luchando con su corazón para «librarle de la pasión imposible que destruye» y de la «sombra falaz del mundo que lo siembra de sol estéril». ¿De qué pasión se trata, pasión tan destructora, tan imposible, que hay que procurar desterrarla? Es difícil no ver en esta confesión una alusión velada a su homosexualidad, máxime en momentos en que ha perdido, o cree haber perdido, tanto a Emilio Aladrén como a Salvador Dalí.

El 18 de mayo, en el teatrito seudoárabe del Hotel Alhambra Palace, Federico ofrece un extenso recital de su obra poética, con composiciones de Libro de poemas, Canciones y Romancero gitano. El éxito es, otra vez, extraordinario. «Únicamente hemos de consignar —comentaba al día siguiente El Defensor— que ayer se manifestó Federico García Lorca ante el público de Granada como un perfecto y exquisito recitador de poesía, cualidad ya conocida de sus amigos, pero que todavía no había expuesto públicamente…».[47]

Entretanto, allá en Fuente Vaqueros, se ha estado preparando un gran banquete en homenaje al autor de Mariana Pineda. El animado acto tiene lugar el domingo 19 de mayo, sentándose a la mesa con Lorca el alcalde del pueblo, José Sánchez Sánchez, y unos setenta comensales lugareños a quienes se han unido, procedentes de Granada, el padre y la hermana del poeta, Concha, el médico Manuel Fernández-Montesinos, novio de ésta, Fernando de los Ríos, Joaquín Amigo —colaborador de Federico en la redacción de gallo—, Constantino Ruiz Carnero, director de El Defensor de Granada, y otros amigos. En la lista de los asistentes publicada en dicho periódico abundan los apellidos de los parientes del poeta: Ríos, Palacios, García, Delgado y Rodríguez.[48]

A la hora de los brindis, el alcalde ofreció el homenaje, leyendo después «unas vibrantes cuartillas» un primo de Federico, Enrique González García, hermano de la fantasiosa «prima Aurelia», a quien tanto amaba el poeta. No parece haber una copia del discurso de Lorca (que presumiblemente, como era su costumbre, leyó), pero por el breve reportaje del Defensor sabemos que ensalzó la fuente del pueblo, viendo en ella un símbolo de la convivencia:

Seguidamente el señor García Lorca dio las gracias por el agasajo, haciendo un brillante elogio de Fuente Vaqueros.

Y ya que estamos juntos —añade—, no quiero dejar de elogiar vuestra maravillosa fuente de agua fresca. La fuente del agua es uno de los motivos que más definen la personalidad de este pueblecito. Los pueblos que no tienen fuente pública son insociables, tímidos, apocados.

La fuente es un sitio de reunión, el punto donde convergen todos los vecinos y donde cambian impresiones y airean los espíritus. Con motivo de la fuente, hablan las mujeres, se encuentran los hombres y a la vera del agua cristalina crecen sus espíritus y aprenden, no sólo a quererse, sino a comprenderse mejor.

El pueblo sin fuente es cerrado, como oscurecido, y cada casa es un mundo aparte que se defiende del vecino.

Fuente se llama este pueblo. Fuente que tiene su corazón en la fuente del agua bienhechora.

Después del discurso, que provocó inevitablemente el entusiasmo de los allí presentes, otro primo del poeta, Ricardo Rodríguez García, leyó un poema suyo —como sabemos, los García de La Fuente solían tener inclinaciones artísticas—, y luego, a petición de todos, se levantó Fernando de los Ríos y pronunció «un breve y elocuentísimo discurso», como él sabía hacer. Para cerrar el acto, el alcalde recogió una iniciativa expuesta por el poeta, tal vez en el curso de su alocución, para la creación en Fuente Vaqueros de una biblioteca popular, iniciativa que daría sus frutos dos años después, con la llegada de la Segunda República.[49]

En momentos en que Primo de Rivera exasperaba ya profundamente a los intelectuales españoles, Lorca y otros veinticuatro jóvenes escritores habían firmado, a mediados de abril, un documento en que negaban explícitamente su «apoliticidad», demostraban su insatisfacción ante el régimen, y expresaban su deseo de buscar —bajo la égida de Ortega y Gasset— nuevos derroteros políticos, así como su intuición de que muy pronto iba a nacer una nueva y esperanzada España.[50]

El texto significaba una importante toma de conciencia por parte de aquel grupo de jóvenes que creían que, sin unos profundos cambios, España se desmoronaría. La publicación del documento, con la respuesta de Ortega y Gasset, a finales de abril, fue motivo de una aguda polémica entre el diario La Nación, órgano de Unión Patriótica, el partido de Primo de Rivera, y la amordazada prensa democrática que, a pesar de las trabas de la censura, elogió la iniciativa de los escritores.[51] No cabía duda, a principios de 1929, de que la juventud intelectual española, alerta ante el crecimiento del fascismo, empezaba a polarizarse políticamente.

Vísperas del salto

Se aproximaba la fecha de la visita de Lorca a Nueva York. Fernando de los Ríos tenía una sobrina, Rita Troyano de los Ríos, que debía pasar una temporada aquel verano en Inglaterra como profesora de español. No era corriente entonces que una chica viajara sola al extranjero, y don Fernando, hermano de la madre de la joven, se había ofrecido para acompañarla a su destino —Lucton School, pequeño colegio privado situado cerca de Ludlow, en el condado de Hereford— antes de proseguir su propio camino hacia Estados Unidos. Ello significaría que catedrático y poeta tuviesen que alargar algo su viaje, pero tendría la ventaja, en contrapartida, de permitirles ver Londres y algunas muestras del paisaje inglés. Aceptada la oferta de don Fernando, sólo quedaba sacar los billetes para la travesía del Atlántico: los dos andaluces —así lo dictaron las circunstancias— embarcarían el 19 de junio en Southampton.

El 6 de junio Federico le escribe al diplomático chileno Carlos Morla Lynch una carta en la cual expresaba su emoción en estos momentos inmediatamente anteriores a su salida para Nueva York:

Queridísimo Carlos (mi hijo): Eres como siempre encantador. Perdona si no te he escrito. Pero he estado muy preocupado con mi viaje. Carlos: el sábado por la noche salgo de Granada para estar en Madrid el domingo en la mañana.

Estoy en Madrid dos días para ultimar unas cosas y en seguida salgo para París-Londres, y allí embarcaré a New York. ¿Te sorprende? A mí también me sorprende. Yo estoy muerto de risa por esta decisión. Pero me conviene y es importante en mi vida. Pararé en América seis o siete meses y regresaré a París para estar el resto del año. New York me parece horrible, pero por eso mismo me voy allí. Creo que lo pasaré muy bien. El viaje lo hago con mi gran amigo Fernando de los Ríos, viejo maestro mío y persona encantadora en extremo, que me allanará las primeras dificultades, ya que, como sabes, yo soy un inútil y un tontito en la vida práctica.

Me encuentro muy bien y con una nueva inquietud por el mundo y por mi porvenir. Este viaje me será utilísimo. Mi papá me da todo el dinero que necesito y está contento de esta decisión mía.

No te quiero decir la gana, el hambre que tengo de darte un abrazo (porque te quiero muchísimo), y saludar a Bebé y a tu Carlitos.

Tengo además un gran deseo de escribir, un amor irrefrenable por la poesía, por el verso puro que llena mi alma todavía estremecida como un pequeño antílope por las últimas brutales flechas.

Pero… ¡adelante! Por muy humilde que yo sea, creo que merezco ser amado.

Mañana se reúnen todos mis amigos para despedirme. Es una fiesta organizada por los chicos de la Universidad y no se permitirá la entrada a personas mayores de treinta años, en venganza de que al banquete que me dieron últimamente no pudieron ir porque costaba 30 pesetas. El precio de la tarjeta es 5 pesetas y será un rato inolvidable.

No me sustraigo a enviarte una prueba del espiritualísimo retrato que me he hecho para el pasaporte. Bordea la luz del asesinato y la esquina nocturna donde el delicado carterista guarda el fajo de billetes.

Por capricho del objetivo surge detrás de mi espalda un arpa blanda como una medusa y todo el ambiente tiene un tic finito de ceniza de cigarro.

Guárdalo o rómpelo. Es un Federico melancólico el que te mando y el Federico que te escribe es ahora un Federico Fuerte.

Estoy contento. Y espero abrazarte pronto. ¡Hasta el domingo! Abrazos al gran amigo Alfredo.*

FEDERICO

¡Muera el [………]** que es un puerco espín![52]

* Secretario de la Embajada de Chile.

** Nombre suprimido por Morla.

Es interesante constatar que, al ceder esta carta al hispanista francés André Belamich para su publicación, Morla Lynch —o su mujer Bebé— requirió que se suprimiera la referencia del poeta a su alma «todavía estremecida como un pequeño antílope por las últimas brutales flechas».[53] El diplomático, que años después publicaría extractos cuidadosamente seleccionados (y, a veces, reelaborados) de su diario íntimo, con el título En España con Federico García Lorca, no menciona allí una sola vez a Emilio Aladrén, a pesar de que, dada su estrecha amistad con el poeta, debió estar al tanto de la relación existente entre Federico y el joven escultor. En la frase suprimida no es difícil sospechar que Lorca se refería a aquella amistad turbada por la competencia femenina, amistad que el excesivamente prudente diplomático chileno no quería ver aludida ni quince años después de la muerte de Aladrén, acaecida en 1944.

La comida de despedida de que habla Federico en su carta a Morla tiene lugar el 7 de junio, en vísperas de la salida del poeta para Madrid. Sus amigos granadinos saben que su ausencia será larga, y no dudan de la importancia que tendrá para su futura obra la estancia en Estados Unidos. La cena es emotiva, y El Defensor, al recoger en breve nota el ambiente del acto, revela que, antes de abandonar España, Federico ya cuenta con ir a Cuba después de su visita a la metrópoli norteamericana:

GARCÍA LORCA

Anteanoche se reunieron con el poeta Federico García Lorca, en comida íntima, numerosos amigos para despedirle con motivo de su viaje a Norteamérica.

El acto fue muy cordial, haciéndose votos fervientes porque García Lorca obtenga nuevos triunfos.

El autor de Mariana Pineda marchó anoche a Madrid y seguidamente saldrá para París y Londres, desde donde embarcará con rumbo a Nueva York.

García Lorca permanecerá una larga temporada en Norteamérica. Después irá a Cuba, donde dará varias conferencias y recitales. Deseamos un feliz viaje a nuestro querido y admirado amigo.[54]

Federico está en Madrid, pues, el domingo 9 de junio. En la capital ve, tal vez este mismo día, a Carlos Morla Lynch. «Yo sé que va invitado por Universidades y con un vasto y prestigioso programa establecido —leemos en el libro del diplomático chileno—, pero insiste en que se marcha movido por un impulso que él mismo no acierta a definir, impulso que, desde luego, declara no explicarse bien».[55]

El 11 de junio llega a Madrid, desde Granada, Fernando de los Ríos.[56] Aquel día, o tal vez el siguiente, La Gaceta Literaria le ofrece al poeta una comida de despedida, que será evocada en el próximo número del periódico:

Lorca, a New-York

Con Fernando de los Ríos, de compañero, acaba de salir Federico García Lorca para New-York. ¿A qué va Lorca a New-York? ¿A aprender el inglés? El gran Rafael Alberti nos va a hacer un poema sobre «Lorca, mudo», por las calles de New-York. Aprenderá el inglés en dos meses, con gramófono. Y luego se irá a dar conferencias por toda Hispanoamérica.

Le despidieron en un almuerzo íntimo varios amigos (Rodríguez Acosta, Almagro, Aleixandre, Buhigas, Giménez Caballero, Vegue, Torres Bodet, Salinas, Sánchez Cuesta, Adolfo Salazar, Alberti).*

* La Gaceta Literaria (15 junio 1929, 6). Puntualicemos que, aparte los nombres que ya han surgido en este relato («Almagro» es Melchor Fernández Almagro), se trata de: el pintor granadino José María Rodríguez Acosta; el diplomático Diego Buigas de Dalmau, a quien Lorca había dedicado el «Romance de San Miguel»; el crítico Ángel Vegue y Goldoni; y el poeta mexicano Jaime Torres Bodet.

De aquellos amigos sólo dos —Giménez Caballero y Alberti— viven todavía a la hora de redactarse estas líneas. Vicente Aleixandre recordaba que la comida tuvo lugar en un restaurante de la calle Mayor, y que también estuvo presente en ella Fernando de los Ríos.[57] ¿Entregó Alberti a Federico en aquella ocasión un ejemplar de su Sobre los ángeles, que acababa de editarse?[58] Es muy probable que sí, y que Lorca se llevara a Nueva York aquel nuevo y sorprendente libro de poemas de su «primo» gaditano.

«Hoy, a las diez de la mañana, saldrá de Madrid nuestro querido compañero el catedrático de la Universidad de Granada Fernando de los Ríos, que marcha a Norteamérica», anunciaba El Socialista la mañana del 13 de junio, en primera plana. Otros diarios de la capital confirman la fecha en que abandona Madrid el profesor y político socialista.[59] En la Estación del Norte despiden a don Fernando, su sobrina y Federico varios amigos,[60] y coincide en el tren de París con los españoles el rubio norteamericano que había conocido al poeta en la Residencia de Estudiantes el verano anterior, Philip Cummings, que ahora regresa a Estados Unidos.

Cummings había vuelto a Madrid unos meses antes, profundizándose entonces su amistad con Lorca. Años después reconstruiría una conversación mantenida con éste durante el viaje a la capital francesa. Escribe Cummings:

Le pregunté qué significaba realmente la vida para él. Su respuesta fue sencilla: «Felipe, la vida es la risa entre un rosario de muertes. Es mirar más allá del rebuznador hombre hasta el amor que reside en el corazón de la gente. Es ser el viento y rizarse las aguas del arroyo. Es venir de ningún sitio e irse a ningún sitio y estar en todas partes rodeado de lágrimas».[61]

El recuerdo del Federico de aquel viaje que guarda la sobrina de Fernando de los Ríos es diferente. «Federico y yo nos reíamos de todo —ha declarado Rita Troyano de los Ríos—. No podíamos mirarnos sin reír y nos divertíamos muchísimo». Las dos impresiones son compatibles, pues ya sabemos que Lorca, pese a sus «dramones», era capaz, como dijo Aleixandre, «de toda la alegría del Universo».

En París, donde pasaron una sola noche —y donde Cummings se despidió de ellos— visitaron el Louvre. Federico estaba empeñado en no ver la Gioconda. «No vamos a mirarla —le previno a Rita—. ¡Es una tía burguesa! ¡No la mires!». Y, efectivamente, como dos chiquillos traviesos, pasaron delante del famoso lienzo sin mirarlo. Fue toda una hazaña.[62]

Aquella noche trataron sin éxito de saludar a Antonia Mercé, la Argentina, que actuaba en París a teatro lleno, no permitiendo el personal que pasasen al camerino de la famosa bailarina a pesar de las enérgicas protestas de don Fernando, quien alegaba su gran amistad con la artista española.[63]

La hispanista francesa Mathilde Pomès estuvo un rato con los viajeros. Había conocido a Federico en Madrid. Ahora le encontraba silencioso. «“No le sienta París a Federico”, pensé para mí, al oírle —él tan espontáneo, tan cariñoso— saludarme con un sí es no es de etiqueta». Lorca recobró un momento el «aplomo risueño de niño consentido» que siempre había tenido con Mathilde en España, antes de sumirse otra vez en sí mismo. «Me pareció que iba de viaje con menos entusiasmo de lo que quería aparentar», consigna la hispanista.[64]

¿Se dio cuenta Federico de que, unos días antes, se había estrenado en Le Studio des Ursulines Un Chien andalou de Buñuel y Dalí? Es casi seguro, máxime en vista de su reencuentro con Mathilde Pomès, persona muy en contacto con el grupo español de París. El estreno fue comentado, el 15 de junio de 1929, por Eugenio Montes, en La Gaceta Literaria, subrayando el crítico el carácter netamente español y nada francés del corto, y no sería difícil que Lorca leyera esta crónica poco después en Nueva York.[65]

En los Estados Unidos, Lorca diría que, de aquella breve estancia en París, sólo recordaba algún cuadro visto en el Louvre.[66]

La travesía de la Mancha (Calais-Dover) fue algo turbulenta, y don Fernando se preocupaba cariñosamente por su sobrina: «Te vas a marear, te vas a marear». El poeta, por su parte, que nunca había ido a bordo de un vapor, afirmaba, con una gran seguridad: «¡YO NO ME VOY A MAREAR!». Y no se mareó.

En la estación de Dover atrajo la atención de los españoles una mujer que hablaba muy alto, casi gritando: «¡Eso no es hablar! —exclamó el poeta—: ¡Eso es aullar!».

Pasaron dos noches en Londres, parando en una económica pensión céntrica. Aunque Federico y la sobrina de don Fernando no estaban con mucho ánimo para museos, el catedrático insistió en que le acompañasen al Museo Británico. La visita al famoso Jardín Zoológico dejó en el poeta una impronta mucho más fuerte, y en la memoria de la joven un recuerdo indeleble. Al llegar delante de la casa de las serpientes la chica se negó rotundamente a entrar, quedando fuera en un banco. Federico, que también tenía horror a las serpientes, estuvo dudando un momento y luego, como para vencerse, declaró: «¡Yo sí entro!». «Volvió blanco, blanco, blanco —ha recordado la sobrina de don Fernando—. “¡No entres! ¡No entres!”», gritó Federico. «“¡Es un mundo de pesadilla!”. Y a mí me dijo tío Fernando: “Oye, Federico se ha puesto palidísimo”. Era cierto, estaba extraordinariamente descompuesto».

Una de las noches pasadas en Londres los españoles estuvieron invitados a cenar con un dirigente comunista inglés, y el catedrático, recordando que los británicos eran muy «formales», insistió en que el poeta, como él mismo, vistiese de esmoquin. Mientras Federico accedía a los requerimientos del maestro, apresuradamente, se le cayeron todos los botones («las perlas») de la pechera, que tuvieron que buscar los tres por el suelo durante largo rato. Resultó luego que el comunista iba vestido de manera muy informal.

El 17 de junio cogieron el tren de Hereford. En las estaciones había grandes carteles que pregonaban las virtudes del Bovril, celebérrima marca de extracto de carne. «¿Por qué se llaman Bovril todas las estaciones?», preguntaba el poeta, extrañado. «¿En cuál bajamos?».

En Lucton School don Fernando y Federico pasaron una noche. Allí tocó el poeta el piano, visitaron las cuadras y la granja del colegio, y ocurrieron otros tantos incidentes divertidos. Antes de separarse de la joven, ya instalada con la familia del director del colegio, Federico le dedicó un ejemplar del Romancero gitano, en recuerdo de su «inolvidable viaje por Inglaterra», añadiendo una copla alusiva a sus compartidas aventuras por tierras de John Bull:

He visto grandes bigotes

una mujer aulladora

he visto perlas caídas

por la prisa de la hora.

La dedicatoria se cierra con la indicación: «Lucton School. 18 junio 1929».[67]

Se le había ocurrido a Fernando de los Ríos visitar rápidamente en Oxford a Salvador de Madariaga antes de embarcar en Southampton.

A casa de Madariaga, en Old Headington —Church Street—, había llegado una mañana un telegrama escueto, inesperado: «Llegamos a las cuatro». Pero el catedrático de Estudios Españoles no estaba en Oxford, y no volvería hasta aquella noche.[68]

Fue su esposa, Constance —dulce escocesa—, quien se encargó de ir a buscar a los españoles a la estación. Les invitó, naturalmente, a tomar el té, y luego dieron un paseo por la ciudad y sus colegios. Federico compró dos camisas que le gustaban enormemente, y dos corbatas de vivos colores. Y sintió una profunda emoción al encontrarse ante una estatua del poeta Shelley.[69]

Después, Constance llevó a los visitantes a su casa, donde se instalaron en el bonito jardín lleno de hiedras, lilas y avellanos. Allí había una especie de glorieta, con un reloj de sol y un arco de rosas. «Años más tarde —escribiría Salvador de Madariaga, que se sorprendió sobremanera al encontrar a don Fernando y a Federico esperándole—, cuando Gregorio Prieto se enteró de que Federico se había agachado bajo aquel arco de rosas, se quedó pensativo y aun sospecho que celoso».[70] El propio Prieto también ha recordado aquella inesperada revelación, y los pormenores que le prodigara en tal ocasión Constance Madariaga acerca de la breve visita de Lorca.[71]

Otro testigo de la visita de Federico a Oxford fue Helen Grant, entonces estudiante de francés y español, y luego conocida hispanista. Unos meses antes, Helen había pasado una temporada en Granada con la familia de Fernando de los Ríos (éste se encontraba por esas fechas escondido, pues le buscaba la policía de Primo de Rivera). En Granada, la inglesa había hecho una buena amistad con la familia García Lorca, leyendo por primera vez el Romancero gitano y Mariana Pineda pero no logrando ver a Federico más que en una ocasión —una velada musical en el carmen de Falla—, y sin conseguir hablar con el poeta.

Al llegar a Oxford, don Fernando expresó el deseo de ver a Helen, que acudió a Headington para cenar con el grupo. La hispanista ha recordado:

Es posible que me equivoque, pero siempre he creído que cenamos en el jardín, aunque supongo que pudiera ser que cenásemos dentro y luego pasásemos lo que quedaba de aquella deliciosa noche de junio tomando nuestro café y vino en el jardín.

Era realmente la primera vez que había tenido la oportunidad de hablar con Federico, pero o bien estaba yo abrumada por la ocasión o la mayoría de la conversación fue acaparada por D. Salvador, un gran conversador, pero es que recuerdo muy poco de lo que se dijo. Lo que sí recuerdo es que Federico me hizo un cumplido (un piropo, con galantería andaluza) y que yo, algo torpemente, contesté que había ganado demasiados kilos desde que le vi la última vez en Granada… Federico dijo que no estaba de acuerdo, y que las mujeres rellenitas eran preferibles a las delgadas. Me echó una mirada penetrante que nunca he olvidado, porque su personalidad me fascinaba tanto como sus poemas.

Mientras los otros hablaban, en general, creo, de política, observaba yo a Federico de cerca. Superficialmente parecía animado, hasta alegre, pero lo que más me llamó la atención fue el aspecto triste de los ojos, la especie de tristeza que se ve en los ojos de los animales, no porque algo en particular les daña o hace sufrir sino una especie de elemental angustia por la naturaleza de las cosas. Ahora sé que Lorca atravesaba entonces un período muy difícil, lo que se aprecia oblicuamente en los primeros poemas de Poeta en Nueva York.[72]

A la una de la madrugada Madariaga despidió en la estación de Oxford a sus amigos. Y algunas horas después —a las once de la mañana del 19 de junio de 1929— zarpó de Southampton el S.S. Olympic, de las White Star Lines, rumbo a Nueva York, con los dos excepcionales españoles a bordo.[73]

Aquel mismo día, el Heraldo de Madrid comentaba la tremenda oleada de calor que se abatía sobre la ciudad de los rascacielos, donde se habían registrado diez muertes.[74]

Ya instalado en su camarote, Federico, que se reconoce «deprimido y lleno de añoranzas», le escribe unas líneas a Carlos Morla Lynch. «Tengo hambre de mi tierra y de tu saloncito de todos los días —confiesa—. Nostalgia de charlas con vosotros y de cantaros viejas canciones de España». Y agrega: «No sé para qué he partido; me lo pregunto cien veces al día. Me miro en el espejo del estrecho camarote y no me reconozco. Parezco otro Federico».[75]