1922-1923
Títeres
Desde el verano de 1921 hasta principios de 1922 no tenemos noticias del proyecto de resucitar, con la ayuda de Adolfo Salazar, el teatro de cachiporra andaluz. Pero el poeta no se había olvidado de la idea.
Manuel de Falla celebraba su día el 1 de enero, y para la noche del 31 de diciembre de 1921, cuando ya estaban en marcha los preparativos del Concurso de Cante Jondo, Federico había preparado para el maestro una descomunal sorpresa. En su carta de Año Nuevo a Salazar, ya aludida, narra el simpático episodio:
Anoche le dimos mi hermano y yo una serenata [a] Falla. ¡Qué cosa más divertida! Instrumenté yo la «Canción del fuego fatuo»* para trombón, clarinete, tuba y cornetín. Te aseguro que era una cosa endiablada… y ¡maravillosa! Cuatro músicos de la banda municipal se encargaron de tocarla, y dimos una deliciosa sorpresa a Manolo y María del Carmen. Les dio tanta risa que no se podían levantar para abrirnos… pero ahora viene lo gracioso. Falla dijo que aquella instrumentación era genial y que ni el gran Don Igor la soñaba siquiera, y, dando grandes voces, metió a los desarrapados músicos en su habitación, y les hizo repetir cuatro veces el divertido estrépito, ¡acompañándolos al piano! Te digo que yo gocé lo grande. Bueno… pues esta mañana se presenta en mi casa y me dice que la idea que yo tenía de hacer un teatro de cachiporra es menester llevarla a cabo, y me dice que te lo diga para animarte a terminar el Cristobital que yo ya veo como el primer episodio del cachiporra. Falla se compromete a hacer música ¡como la de anoche! para otras cosas, y asegura que Don Igor y Ravel harían inmediatamente cosas! Manuelito piensa, si hacemos esto, recorrer Europa y América con nuestro teatro de muñecos que se llamaría así: Los títeres de Cachiporra de Granada. Ya ves, Adolfo, como la murga de anoche sirvió para algo.
Falla está tan entusiasmado que anoche no durmió pensando en las instrumentaciones que hará para el cachiporra y yo te llamo la atención para que arremetas con nuestro Cristobital, que será lo primero que pongamos en la inauguración de los Títeres españoles. Yo estoy muy contento también porque si hacemos esto saldré contigo, Adolfito, en una obra que es la ilusión de mi juventud. Estoy deseando hablar contigo para empezar ardientemente el trabajo.[1]
* De El amor brujo.
Por desgracia, no sabemos nada acerca del «Cristobital» cuya redacción hubiera iniciado Salazar en 1921 y que tanto Falla como Lorca le instan ahora a terminar. En el archivo del poeta no consta ninguna de las cartas recibidas del gran crítico musical y, al abandonar éste España en 1936, quedaron destruidos o dispersados muchos papeles suyos, entre ellos, tal vez, los relativos a los «cristobicas».[2] Tampoco arrojan luz sobre el proyecto las cartas de Salazar a Falla que se conservan en el archivo del maestro gaditano.[3]
Los preparativos para la celebración del Concurso de Cante Jondo fueron motivo de que la realización del proyecto guiñolesco de Lorca y Salazar se aplazara. Pero una vez terminado el certamen no tardaría en aflorar otra vez el entusiasmo de Federico por aquella obra, «ilusión» de su juventud.
Hemos mencionado ya el banquete celebrado por el Rinconcillo en el restaurante granadino El Último Ventorrillo el 1 de julio de 1922, durante el cual Paquito Soriano Lapresa anunció el proyecto de organizar un homenaje a Théophile Gautier, cuyas páginas dedicadas a Granada tanto admiraban los miembros del grupo.
Pocos días después de este animado acto, Lorca se va con su familia a pasar el verano en Asquerosa. Pero durante el mes vuelve brevemente a Granada, donde —según le escribe a Melchor Fernández Almagro— hace un calor «verdaderamente infernal». Le explica a Melchor que está en la capital para saludar a sus amigos y «tratar de un asunto precioso con Falla», explicando a continuación que es cuestión de los títeres de Cachiporra que está «fabricando», y en los que el compositor tendrá «parte activa».[4] Una carta de Federico a Falla, redactada después de la vuelta del poeta a Asquerosa, arroja más luz sobre el proyecto y demuestra que, si no se trata ya, como a principios del año, de llevar un teatro de muñecos por Europa y América, sí planean los dos colaboradores montar su teatrillo en algunos pueblos granadinos:
Estoy entusiasmado con el proyecto de viaje a La Alpujarra. Ya sabe V. la ilusión tan grande que tengo de hacer unos Cristobical llenos de emoción andaluza y exquisito sentimiento popular.
Creo que debemos hacer esto muy en serio; los títeres de cachiporra se prestan a crear canciones originalísimas. Hay que hacer la tragedia (nunca bien alabada) del caballero de la flauta y el mosquito de trompetilla, el idilio salvaje de Don Cristóbal y la señá Rosita, la muerte de Pepe Hillo en la plaza de Madrid, y algunas otras farsas de nuestra invención. Luego habrá que llevar romances de crímenes y algún milagro de la Virgen del Carmen, donde hablen los peces y las olas del mar. Si vamos a La Alpujarra, habrá que llevar también algún asunto morisco, que podría ser el de Aben-Humeya… En el pueblo no hace muchos días hubo un tío con unos cristobical que se metía con todo el pueblo de una manera verdaderamente aristofanesca.
Manolito* y usted pueden hacer cosas preciosísimas, y Mora, que conoce muy bien el bajo romance popular, puede ser utilísimo.[5]
* Manuel Ángeles Ortiz.
El 5 de agosto de 1922 Lorca fecha el borrador de su «farsa guiñolesca» la Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita, empezada el año anterior.[6] Manuel de Falla recordaría, en una carta a José Mora Guarnido de 1924 cómo, aquel verano de 1922, el poeta les había leído la obra a ambos.[7]
La Tragicomedia, luego considerablemente reformada, significa un extraordinario avance formal sobre El maleficio de la mariposa. Lorca, trabajando ya dentro de la tradición andaluza, ha encontrado aquí su voz auténtica. La comedia contiene varios elementos característicos de la dramaturgia madura del granadino: sutil utilización de canciones populares en función de la temática de la obra; rica, picante habla del pueblo, sin concesiones a lo Álvarez Quintero; y el tema, especialmente, de la supresión de la libertad personal que supone un matrimonio impuesto desde arriba y contra la voluntad individual. Aun teniendo en cuenta la naturaleza guiñolesca y el desenlace feliz de la farsa, las palabras de Rosita acerca del amor anticipan ya las de las grandes protagonistas lorquianas:
Entre el cura y el padre, estamos las muchachas completamente fastidiadas. (Se sienta a bordar). Todas las tardes —tres, cuatro— nos dice el párroco: ¡que vais a ir al infierno!, ¡que vais a morir achicharradas!, ¡peor que los perros!… ¡pero yo digo que los perros se casan con quien quieren y lo pasan muy bien! ¡Cómo me gustaría ser perro! Porque si le hago caso a mi padre —cuatro, cinco—, entro en un infierno, y si no, por no hacerle caso, luego voy al otro, al de arriba… También los curas podrían callarse y no hablar tanto…[8]
Otro personaje que se anticipa a figuras clave de la obra de Lorca es Currito, el del Puerto, quien, por ser «hombre errante», pierde para siempre a Rosita, que ha sido su novia. En él se puede identificar al embrión del Joven de Así que pasen cinco años, de idéntico sino.
A Melchor Fernández Almagro le habla Federico también de los poemas que acaba de componer, y de otro libro que ya vislumbra. El poeta está en época de desbordante creatividad:
Estoy trabajando bastante. He compuesto unos poemas del cuco (admirable y simbólico pajarito) y los ensueños del río, poemitas patéticos que siento dentro, en lo más hondo de mi corazón infeliz. No tienes idea qué sufrimiento tan grande paso cuando me veo retratado en los poemas; yo me figuro que soy un inmenso cínife color violeta sobre el remansillo de la emoción. Bordar y bordar…, zapatero, tero, tero, ¡y nada! Estos días me siento embarazado. He visto un libro admirable que está por hacer y que quisiera hacerlo yo. Son «Las meditaciones y alegorías del Agua». ¡Qué maravillas hondas y vivas se pueden decir del agua! El poema del agua que mi libro tiene se ha abierto dentro de mi alma. Veo un gran poema, entre oriental y cristiano-europeo, del agua; un poema donde se cante en amplios versos o en prosa muy rubato la vida apasionada y los martirios del agua. Una gran Vida del Agua, con análisis detenidísimos del círculo concéntrico, del reflejo, de la música borracha y sin mezcla de silencio que producen las corrientes. El río y las acequias se me han entrado. Ahora se debe decir: el Guadalquivir o el Miño nacen en Fuente Miña y desembocan en Federico García Lorca, modesto soñador e hijo del agua. Yo quisiera que Dios me diera fuerzas y alegría bastantes. ¡Oh, sí, alegría! para escribir este libro que también veo, este libro de devoción para los que viajan por el desierto… Yo veo hasta los capítulos y las estancias (habría prosa y verso)… Creo que, si yo atacase de firme esto, podría hacer algo, y si yo fuese un gran poeta, lo que se llama un gran poeta, quizá me hallase ante mi gran poema.[9]
Al final de esta carta, con la exclamación «¡Oh, qué obsesión padezco del agua!», Federico añade un anticipo —«una piedra del pórtico de lo que pienso»— de los proyectados «Ensueños del río» (se trata, evidentemente, de una suite):
CORRIENTE LENTA
Por el río se van mis ojos,
por el río…
Por el río se va mi amor,
por el río…
(Mi corazón va contando
las horas que está dormido).
————
El río trae hojas secas,
el río…
El río es claro y profundo
el río…
(Mi corazón me pregunta
si puede cambiar de sitio.)[10]
En cuanto a «Las meditaciones y alegorías del agua», libro nunca acabado, se conocen unos breves trozos de prosa así titulados, probablemente escritos este mismo verano de 1922, en los cuales el poeta —«soñador modesto y muchacho alegre»— deja correr su fantasía sobre el tema del río Cubillas (remanso, reflejo, corriente, remolino),[11] en cuya «fresca orilla» pasa desde hace años sus veranos. Citamos antes (p. 56) unos renglones de estas prosas en los cuales el poeta evoca la línea divisoria que, no lejos de Asquerosa, separa la Vega de los secanos que la bordean. Se percibe la influencia del ultraísmo en «Las meditaciones y alegorías del agua» que, por su tono y por lo atrevido de sus imágenes, recuerdan a veces los textos que entonces se publicaban en revistas como Alfar y Ultra. «La luna menguante como un ajo de oro pone un bozo adolescente a la comba del cielo», rezan las últimas palabras de la evocación.[12] Difícilmente podía haberlas escrito Lorca sin pensar en las «greguerías» de su amigo Ramón Gómez de la Serna.
En su contestación, del 4 de agosto de 1922, a la carta que venimos comentando, Melchor Fernández Almagro le informa al poeta que acaba de recibir una tarjeta de Miguel Pizarro, que está rumbo al Japón; que va a mandar un artículo a El Noticiero Granadino en relación con el proyectado homenaje a Théophile Gautier; y que también ha instado a José Mora Guarnido para que haga lo propio, con la idea de «formar ambiente» en torno a aquel proyecto. Sendos trabajos aparecerán en dicho diario el 16 y 19 de agosto de 1922.[13]
Melchor ha visto con frecuencia en Madrid a Guillermo de Torre, que acaba de terminar su libro de versos ultraístas Hélices.[14] Con Torre, en vísperas de un viaje a París, Melchor ha hablado largo y tendido de Federico, «y no es preciso decirte —añade— que te tiene en el concepto que mereces. Ahora bien, dice él, compungido, “No se atreve Lorca a hacerse ultraísta del todo”». Luego comenta Melchor, con grandes muestras de entusiasmo, el proyecto que tiene Federico de «poemizar el agua». Y termina recordando el recién celebrado concurso y preguntando por los títeres aludidos por el poeta en su carta:
Supongo que me seguirás escribiendo. Supongo también que recordarás a Paquito su compromiso de enviarme tu cante jondo. Y supongo, por último, que le habrás recordado a Falla su ofrecimiento de la hoja que tú, él y Manolo Ortiz me ibais a dedicar, como el mejor de los recuerdos de nuestra fiesta del Cante. Si no lo has hecho, hazlo. Díselo a Falla: yo deseo enormemente guardar ese recuerdo. ¿Y ese proyecto del tío Cachiporra, en qué consiste? Me lo figuro. Pero háblame de él.[15]
No cuajó el proyecto de llevar al Tío Cachiporra aquel otoño por tierras de la Alpujarra. El poeta, como hemos visto, decidió por esas fechas que, habiendo aprobado en octubre todas las asignaturas pendientes de su licenciatura de Derecho, con la excepción de dos, su imperiosa obligación era acabar cuanto antes su carrera. También sabía que sólo así podría conseguir su deseada independencia. Por todo ello se entregó a prepararse lo mejor posible para los exámenes de enero, resignado a no moverse de Granada hasta licenciarse.
No vuelve el poeta a la Residencia de Estudiantes, pues, este otoño —otoño de la llegada de Salvador Dalí a la Colina de los Chopos—, y en cartas a Melchor Fernández Almagro expresa su añoranza de la capital, donde están sus «compañeros del alte», y da como segura su salida de Granada una vez terminada su carrera, pero no ya hacia Madrid sino en dirección a París o Italia.[16]
Entretanto, mientras no está inmerso en sus estudios, sigue escribiendo poemas dentro del ciclo de las suites, y participa en la vida literaria de Granada. Son los días en que el Rinconcillo prepara la colocación del azulejo a Gautier y la salida de su revista Sur, dos iniciativas mencionadas en nuestro capítulo sobre la tertulia del Café Alameda.
Federico tampoco se ha olvidado de sus muñecos, y, para sustituir el naufragado plan de llevarlos por la Alpujarra, idea otro proyecto de más fácil realización: se trata de organizar con Falla, para el día de Reyes de 1923, una fiesta de títeres en los amplios salones de la casa de los García Lorca en la Acera del Casino.
Esta vez el proyecto se llevará felizmente a cabo, y la gran función guiñolesca montada aquel 5 de enero de 1923 por el poeta y el músico dejará recuerdos imborrables en la memoria de los niños (y mayores) invitados a participar en ella: porque también de participación se trataría, según la larga tradición del teatro de muñecos.
El programa-invitación cuidadosamente impreso para la fiesta es un documento curioso. En su portada, debajo del dibujo de un guitarrista andaluz del siglo XIX, leemos: Títeres de Cachiporra (Cristobica). Dentro del pliego, sin duda alguna redactado por el poeta —y luego leído por él al principio de la función—, «El Dueño del Teatrillo» anuncia, con profusión de detalles y variada tipografía, las obras que se estrenarán en tan notable ocasión, y señala que la música que acompaña a éstas será ejecutada por Manuel de Falla (piano y cémbalo), José Gómez (violín), Alfredo Baldrés (clarinete) y José Molina (laúd).
No se registra la voz «cémbalo» en el diccionario de la Real Academia Española. Se trataba de una pequeña broma. Según recordaría Falla años después, para parte del programa se había «convertido» el piano de los García Lorca en clavicémbalo mediante el truco de colocar un diario entre las cuerdas del instrumento. Falla estuvo encantado con el sonido así producido.[17]
Pero sigamos con el pliego. «Oigan señores el programa de esta Fiesta para los niños —empieza “El Dueño del Teatrillo”— que yo pregono desde la ventanita del Guiñol, ante la frente del mundo». En primer lugar se representará el entremés Los dos habladores (todavía por esas fechas atribuido a Cervantes), «con la aparición final del pícaro Cristobica». Esta representación será ilustrada musicalmente por la «Danza del Diablo» y el «Vals» de La historia del soldado de Stravinsky, según el arreglo de Falla para clarinete, violín y piano.*
* Según el programa se trata de un arreglo del «autor» de la obra, es decir de Stravinsky. Sin embargo, en una carta a Melchor Fernández Almagro, Lorca dice que la instrumentación de la misma fue de Falla, lo cual es mucho más probable.[18]
Luego el público verá «el viejo cuento andaluz en tres estampas y un cromo», La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón, «dialogado y adaptado al Teatro Cachiporra Andaluz por Federico García Lorca». Esta obra será amenizada por las siguientes músicas: Serenata de la muñeca (piano), de Debussy; La Vega de Granada (fragmento), de Albéniz; una Berceuse (piano y violín), de Ravel; y Españoleta, Paso y medio, anónimo español del siglo XVII transcrito por Felipe Pedrell. Se indica que las cabecitas de ambas obras han sido talladas por «el aguafuertista Hermenegildo Lanz» y las decoraciones pintadas por «el poeta Federico García Lorca».
Y prosigue el programa de mano, en grandes letras: «ATENCIÓN. ¡AHORA VIENE LO GRANDE!». Se trata de la representación, en teatro planista esta vez, del Misterio de los Reyes Magos, del siglo XIII: la obra, anónima, más antigua que se conoce del teatro español. Música: Cantiga «Ave et Eva» y Cantiga LXV, del códice de Alfonso el Sabio, transcritas y armonizadas por Pedrell; Dos Invitatorios, del códice de Montserrat conocido como Llivre Vermell; y Cançó de Nadal, «antiguo villancico de los Tres Reyes de Oriente», armonizada por el padre Luis Romeu. Las decoraciones (copiadas del códice de Alberto Magno conservado en la Universidad de Granada)[19] y figuras de la obra han sido pintadas y escalfadas por Hermenegildo Lanz, y la música instrumentada por Falla para «cémbalo», violín, clarinete y laúd. E indicación final: cantarán el primer Invitatorio y el Villancico de los tres Reyes de Oriente las niñas Isabelita García Lorca y Laurita de los Ríos Giner, hija, ésta, de don Fernando de los Ríos. Isabel tenía entonces doce años y Laura diez.
El texto de La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón se creía perdido, no obrando el manuscrito en el archivo de la familia del poeta, pero en 1982, procedente verosímilmente de una copia que perteneciera a Manuel de Falla, se publicó una versión de la obrita.[20] Este texto, aunque parece contener algún elemento ajeno al original del poeta,[21] sí está, en líneas generales, acorde con los detalles de la trama y del lenguaje de la obra recordados por Francisco García Lorca en su libro sobre su hermano.[22]
Dicha trama es sencillísima: una niña, hija de un zapatero pobre y viudo, riega cada mañana la maceta de albahaca —tradicional símbolo del amor en los pueblos de Andalucía—[23] que tiene en la ventana. Un día la ve el príncipe desde su palacio, y se enamora de ella. Para poder hablar con la niña más de cerca, el príncipe se disfraza de vendedor de uvas (o, según el recuerdo de Francisco, de pescador).[24] Luego, saliéndole mal el truco, enferma de amor. La chica se disfraza de mago, se presenta en palacio, le recomienda al príncipe que, si quiere sanar, se case con la «niña», y se quita el disfraz. Alegría. Se casarán y serán felices…
Desde el punto de vista biográfico, tal vez lo más interesante de la obra sea el hecho de llamarse la niña Irene García. En el libro Canciones, editado en 1927, encontramos este poema:
A IRENE GARCÍA
(criada)
En el soto,
los alamillos bailan
uno con otro.
Y el arbolé,
con sus cuatro hojitas,
baila también.
¡Irene!
Luego vendrán las lluvias
y las nieves.
Baila sobre lo verde.
Sobre lo verde verde,
que te acompaño yo.
¡Ay cómo corre el agua!
¡Ay mi corazón!
En el soto,
los alamillos bailan
uno con otro.
Y el arbolé,
con sus cuatro hojitas,
baila también.[25]
Francisco García Lorca ha dudado de la existencia real de esta Irene García, afirmando que la familia nunca tuvo una criada así llamada y viendo en el nombre de la niña una alusión a una canción popular conocida de Federico:
A los prados del Rey
vas, Irene.
¡Qué serenita cae la nieve!
Tanto ha llovido,
que hasta los naranjales
han florecido.
Pino verde.
¡Qué serenita cae la nieve![26]
El hecho de aparecer Irene García dos veces en la obra de Lorca, sin embargo, y ambas en un contexto amoroso, nos hace preguntar si el poeta tiene presente a alguna niña conocida en su infancia.* ¿Se trata, otra vez, de una alusión a un primer amor perdido para siempre en la lejanía de los años de Fuente Vaqueros? El poema dedicado a la criada evoca, sin lugar a dudas, el paisaje de La Fuente, y el tono nostálgico de la composición es inconfundible. Pero acerca de la identidad de Irene García —cuyo nombre verdadero es posible que el poeta haya disfrazado— no sabemos hasta el momento nada.
* No se nos oculta, empero, la posibilidad de que la aparición de Irene García en el texto, no autorizado, de la obrita (cuyo manuscrito desconocemos), así como una reminiscencia del poema «A Irene García» contenida en el mismo, pudieran ser interpolación de un extraño.
Aquella fiesta para niños, preparada con tanto cariño, fue todo un éxito. Y si, en el exilio de Argentina después de la guerra española, Falla recordaría con emoción tan insólita tarde, al hablar con su biógrafo Jaime Pahissa,[27] tampoco la olvidaría García Lorca, ni el magnífico ejemplo dado entonces por el compositor. En una entrevista de 1933 declara el poeta:
Tres días antes del estreno de nuestro teatro entro yo en casa de Falla y oigo tocar al piano. Con los nudillos golpeo la puerta. No me oye. Golpeo más fuerte. Al fin entro. El maestro estaba sentado al instrumento ante una partitura de Albéniz.
—¿Qué hace usted, maestro?…
—Pues estoy preparándome para el concierto de su teatro.
Así es Falla, para entretener a unos niños se perfeccionaba, estudiaba. Porque Falla es eso, conciencia y espíritu de perfección.[28]
En otra ocasión, en 1934, pondría Lorca en boca del propio don Cristóbal, el de la porra, las siguientes palabras preñadas de nostalgia, y en las cuales el muñeco recuerda aquella tarde granadina de 1923 cuando entabló diálogo con los amiguitos y amiguitas de Isabel García Lorca, llamándolos por su nombre:[29]
Señoras y señores: No es la primera vez que yo, don Cristóbal, el muñeco borracho que se casa con doña Rosita, salgo de la mano de Federico García Lorca a la escenita, donde siempre vivo y nunca muero. La primera vez fue en casa de este poeta, ¿te acuerdas, Federico?; era la primavera granadina, y el salón de tu casa estaba lleno de niños que decían: «Los muñecos son de carnecilla, ¿y cómo se quedan tan chicos y no crecen?». El insigne Manuel de Falla tocaba el piano, y allí se estrenó por vez primera en España La historia de un soldado, de Strawinsky. Todavía recuerdo las caras sonrientes de los niños vendedores de periódicos que el poeta hizo subir, entre los bucles y las cintas de las caras de los niños ricos.[30]
Fue la primera vez que Federico había montado una obra suya de inspiración popular, y sin duda el éxito de la representación hizo mella en su sensibilidad. «En aquella celebración de los Reyes Magos —escribe Francisco García Lorca, que participó en la organización de la fiesta— mi hermano Federico debió sentir su arte vagamente enlazado con una tradición varias veces centenaria, y en la que el genio mismo de Cervantes parecía achicarse y reír con los niños que llenaban la sala de nuestra casa».[31] Es probable que el éxito obtenido impulsara a Lorca, a partir de aquel momento, a buscar la forma de hacer representar en un teatro público su Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita, obra mucho más ambiciosa que La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón.
Para Falla también la experiencia de aquella fiesta de Reyes debió de tener su importancia, pues el compositor terminaba entonces, por fin, y después de muchas dificultades técnicas, su propia obra de muñecos, El retablo de maese Pedro, encargado varios años antes, como hemos visto, por la princesa de Polignac. En versión orquestal, El retablo se estrenaría en Sevilla el 21 de marzo de 1923[32] y, en versión completa, y después de muchos ensayos, el 25 de junio siguiente en el salón parisiense de la princesa. Como se sabe, el éxito del estreno de París fue rotundo, debido no poco a la parte del clavicémbalo, brillantemente interpretada por Wanda Landowska (que había estado en Granada en noviembre de 1922).[33] Corrieron a cargo de Hermenegildo Lanz las cabezas de los títeres, además de algunos decorados, mientras otro «rinconcillista», Manuel Ángeles Ortiz, ejecutó la embocadura del teatro, varios decorados y numerosos figurines. Aquella tarde, con las salas de «Madame Machine à Coudre» rebosantes de representantes del mundo artístico y aristocrático de la capital francesa, el arte viejo y el arte más moderno de España se fusionaron en un cordial abrazo, así como harían en las mejores obras de Federico García Lorca.[34]
Entretanto la fiesta de Reyes Magos celebrada en casa de los García Lorca había tenido cierta resonancia en España, debido al artículo «En Granada resucita el guignol», de José Francés, publicado en la prestigiosa revista madrileña La Esfera. En esta reseña, que iba acompañada de cuatro excelentes fotografías del teatrillo y muñecos de la función, Francés elogiaba el «generoso propósito» de Lorca («un poeta joven y ya dotado de eficaz respeto en torno suyo») y de Falla («un músico de universal renombre») para, a través de aquella iniciativa, despertar al niño que, según el crítico, todos llevamos dentro de nuestra alma.[35]
A finales de enero Federico termina, como ya se ha dicho, su carrera de Derecho. Tiene veinticuatro años. Le había anunciado a Melchor Fernández Almagro que, una vez obtenida la licenciatura, su padre le dejaría «correr tierras» (vieja ilusión de Lorca), y que pensaba ir a Italia.[36] Ahora le escribe al guitarrista Regino Sainz de la Maza: «Voy a hacer mi primera salida al extranjero y quiero que sea brillantísima».[37] Pero tal viaje no se lleva a cabo, y en mayo el poeta le escribirá a Falla, entonces en París para el estreno de El retablo de maese Pedro: «No pude ir a Roma porque mis padres no me dejan. Las causas ya las diré por carta…».[38] Estas causas las desconocemos, aunque es probable que don Federico seguía con la misma insistencia de siempre sobre la necesidad de que su hijo mayor, así como el menor, trabajara en algo… algo que no fuera sólo literatura o arte.
Lo que sí consigue Lorca es volver a Madrid, donde, el 12 de marzo, asiste a un multitudinario banquete organizado, en dos locales a la vez —Lhardy y el Oro del Rhin— en honor de Ramón Gómez de la Serna. Al acto mandan su adhesión el Rinconcillo del Café Alameda, del cual Ramón ha sido contertulio durante el Concurso de Cante Jondo, y Manuel de Falla.[39]
El 5 de abril, Federico está otra vez en el elegante comedor de Lhardy, para participar en la tercera comida del Pen Club español. Entre los asistentes están Azorín, Ramón Pérez de Ayala, Ramiro de Maeztu, Ramón Gómez de la Serna, Melchor Fernández Almagro, José de Ciria y Escalante y el escritor y crítico venezolano Rufino Blanco-Fombona que, seis años después, en un libro sobre el modernismo, dirá que Lorca, «uno de los mejores poetas españoles de la nueva generación, es un muchacho que vive en Granada sin preocuparse de títulos y escuelas y que escribe, después de leer a Góngora y a Quevedo, viejos romances, que resultan novísimos».[40]
Lola la comedianta y otros proyectos
Pero el proyecto que principalmente ocupa ahora a Federico es de otro orden. Se trata de colaborar con Manuel de Falla —después del éxito de la fiesta de los Reyes Magos— en la composición de una ópera cómica.
Cuando Falla se estableció en Granada en 1920 acababa de abandonar la preparación de una ópera cómica en tres actos, Fuego fatuo, sobre música de Chopin y con libreto de su amiga María Martínez Sierra. En su libro Gregorio y yo, antes citado, María refiere la génesis y suerte de la obra. Según ella, el escrupuloso Falla, cuando tenía casi terminada la orquestación de dos actos, empezó a preocuparse por la trama del libreto compuesto por su colaboradora, cuyo tema era el amor de dos mujeres —una «buena» y otra decididamente «mala»— por el mismo hombre, un joven compositor. «El pudor de Falla se alarmó agudamente —escribe María—. Su galantería natural no podía ni por un instante consentir en rebajar el ideal de “eterno femenino” con motivos culpables».[41] No hubo manera, según la libretista, de hacer que el compositor viera lo inocuo o puramente teatral del caso y la necesidad de que en la obra hubiera un interesante conflicto amoroso. Falla, una vez tomada una decisión, era de una testarudez inquebrantable. Y se dio un triste carpetazo a la obra.[42]
Luego se repetiría el caso con otra obra dramática de los Martínez Sierra, Don Juan de España. Terreno pantanoso el de don Juan, qué duda cabe, para que se adentrase en él el gaditano. «Una vez más —prosigue María Martínez Sierra— el músico, aprendiz de santo, no pudo decidirse a poner su inspiración y su ciencia al servicio, pensaba él, del pecado».[43]
A raíz de todo ello se produjo entre Falla y los Martínez Sierra una dolorosa ruptura. Y el compositor se encontró, de repente, sin libretista.[44]
Es probable que, al ir conociendo y apreciando cada vez más al Lorca poeta y músico, Falla intuyera que Federico —autor en su adolescencia de unos trozos de zarzuela y, por tanto, consciente de los problemas que conllevaba el unir palabras y música— pudiera ser para él un libretista de condiciones inmejorables. ¿Por qué no colaborar en una obra que reemplazara el fracasado Fuego fatuo? Es decir, ¿en una ópera cómica?
Y así nació, probablemente a principios de 1923, la idea de Lola la comedianta.
Lorca trabajó primero en un guión de la obra, que entregó al maestro para que éste lo comentara.
La trama de Lola la comedianta es muy sencilla. Estamos en el primer tercio del siglo XIX. Un poeta y una gran comedianta llegan, en viaje de bodas, a una venta entre Cádiz y Algeciras. Es de noche. Vienen en una calesa. Se irán de madrugada. Dispuestos a divertirse y a burlarse de los demás, el poeta va disfrazado de calesero y su esposa de gran dama. En la venta hay un joven marqués, recién vuelto a España desde Inglaterra. Allí ha estado exiliado como liberal. La «gran dama», de exquisita belleza, tiene un fulminante efecto sobre el marqués, que será objeto de la burla de aquella noche. Habiendo coqueteado con él, la comedianta aparece disfrazada de gitana y le dice la buenaventura, con palabras muy crueles acerca de su falta de éxito en el amor. Luego, sale disfrazada de cubana. Finalmente, otra vez «gran dama», le ofrece al marqués sitio en su calesa para llevarle a Cádiz. Alegría del joven. ¡La dama será suya! Pero luego, desilusión. El marqués descubre la verdad y, mientras se alejan riéndose poeta y comedianta, cae desplomado en una silla.
La reacción inicial de Falla ante la lectura del guión parece haber sido muy positiva, pues llenó las cuartillas de Federico con acotaciones que demostraban su entusiasmo por el proyecto. A juzgar por las mismas, la música sería de una gran variedad, utilizándose una mezcla de motivos italianos y andaluces. He aquí una de ellas:
ESTILO CAVATINA ITALIANA. TODAS LAS TONTERÍAS QUE HACE Y DICE EL MARQUÉS DEBEN TRADUCIRSE EN «TONTERÍAS» MUSICALES, CON MUCHAS ROULADAS, ESCALAS, ARPEGIOS, SÍNCOPAS, MUCHO «SÍ, SÍ, SÍ, AH, AH, AH!, NO, NO, NO». DIÁLOGO CON FLAUTA, CLARINETE, ETC. PARODIA DEL ACOMPAÑAMIENTO ITALIANO.[45]
Estimulado por el maestro, Lorca puso manos a la obra y empezó a elaborar el libreto que para principios de mayo estaba bastante avanzado. Le escribe el poeta entonces:
Nuestro asunto marcha perfectamente. Hice una nueva versión del romance para que V. elija. Ya sé el gran éxito que tuvo V. en Bruselas,* que me alegra como propio, pues ya sabe V. el cariño y la admiración tan grande y entusiasta que tengo por su obra y su persona. ¡Cómo siento no poder estar con V. en la ciudad y [sic] santa y en toda la maravillosa Italia! Pero como yo espero que nuestro proyecto se realice, ya tendré el enorme placer de visitarla en su compañía…[46]
* Se trata, de acuerdo con los biógrafos de Falla, de una representación de La vida breve.
Sobre lo ocurrido posteriormente carecemos de puntual información. Al volver Falla a España después de su estancia en Italia y París —El retablo, como ya hemos señalado, se estrena en el salón de la princesa de Polignac el 25 de junio—, Federico le mostró la parte del libreto que ya tenía hecha. Durante el verano, que Lorca pasa, como siempre, con su familia en Asquerosa —donde a finales de julio le visita el compositor—[47] prosigue el trabajo del libretista. «¿Ha pensado usted mucho de lo nuestro? —le pregunta a Falla en una carta—. Creo que debemos resolver en seguida el dichoso trío y el final, para que usted se ponga a trabajar tranquilamente».[48] El 18 de agosto Falla le contesta desde Granada, donde hace «un calor digno del Senegal». Entre bromas sobre su empeño por encontrar «una definición exacta de la cuarta dimensión», Falla declara: «Después de resuelto tan importante asunto nos ocuparemos del Trío y del Final y de todo lo que sea preciso…». Y añade a continuación algunos comentarios sobre sus preparaciones para empezar la parte musical:
Por cierto que me han escrito de Cádiz que no me encuentran por ninguna parte los sainetes de don Juan del Castillo.
No los he pedido ya en Madrid porque mi hermano está en el norte. Pero los creo indispensables para nuestro asunto.
He encargado los libretos de Falstaff y del Barbero, que nos serán también utilísimos.[49]
Federico sigue elaborando el libreto. A mediados de octubre le dice a Melchor Fernández Almagro que trabaja casi todo el día en la «obra poemática» que hace con Falla. Cree que pronto estará acabada.[50] Y poco después, ya desde Madrid, le escribe a Falla: «Anoche y todas las noches entra Lola a verme en mi cuarto, y el marqués riñe con el calesero. Cada día me voy enamorando más de nuestra linda comedianta. ¿Y usted? Yo espero que sí».[51]
Hasta mediados de agosto de 1924 no tenemos más noticias acerca de La comedianta. «Dentro de días —le escribe entonces Federico a Melchor— Falla el angélico pondrá sus manos sobre mi operita. Espero que nos divertiremos mucho, pues el asunto tiene juego y gesto, que es lo necesario en todo poema teatral».[52]
Después, silencio. No hay indicios de que el compositor empezara jamás la orquestación de la obra. ¿Escrúpulos otra vez ante el tema del libreto? Es posible que, al darse progresivamente cuenta de la crueldad y cinismo de la comedianta de Lorca, Falla se echara atrás. Burlarse de la gente en materia amorosa sería, para el músico, pecado gravísimo, aunque sólo se tratara de una representación operesca. Tal vez en ello iría el recuerdo de sus propias aspiraciones amorosas fracasadas. Fuese como fuese, la colaboración del compositor y Lorca en Lola la comedianta no pudo lograrse. Y así se perdió una magnífica oportunidad para que los dos amigos alumbrasen una obra que hubiera podido tener un excepcional interés.
Durante el verano de 1923 sigue vigente otro proyecto de Falla y Lorca. Se trata de organizar una nueva función de títeres. «En el mes de septiembre —escribe Federico a finales de julio desde Asquerosa a su amigo el joven poeta José de Ciria y Escalante— preparamos Falla y yo la segunda representación de los títeres de Cachiporra, en los que representaremos un cuento de brujas, con música infernal de Falla y además colaborarán Ernesto Halffter y Adolfito Salazar».[53] Era típico de Federico adelantar una noticia de esta índole sin haber hablado aún con todos los interesados, en este caso Salazar y Halffter. Por esas mismas fechas, es cierto, Halffter —discípulo predilecto de Falla— había recibido una carta de Lorca, pero en ésta el poeta sólo mencionaba una «sorpresa», sin facilitar más precisiones.[54] El 1 de agosto, Halffter le escribe a Falla: «He escrito ayer a Federico y tengo gran deseo de conocer la sorpresa que ustedes nos preparan».[55] Pero Falla no satisfará el deseo de su discípulo de saber de qué se trata, por las razones que expone en su contestación del 6 de agosto: «Y si pudiera usted pasar este otoño unos días en Granada —dice—, mejor que mejor. Aquí trataríamos también de ese proyecto sobre el que le escribirá Federico y que creo interesará a usted y a Adolfo, con cuya colaboración contamos también para realizarlo. No le digo más sobre ello porque Federico —que no está en Granada— me encargó mucho que esperara a que él lo hiciera».[56]
A quien Lorca sí le ha contado más detalles del proyecto es al joven músico Gustavo Durán, amigo íntimo suyo de la Residencia de Estudiantes. De una carta de Salazar a Falla del 23 de julio de 1923, se desprende la fascinación que ejercía Durán sobre Federico por esas fechas:
Con motivo de los éxitos de Ernesto han ocurrido cosas graciosas y son la aparición de artistas e imitadores espontáneos. Entre estos hay un muchacho con quien ahora está entusiasmado Federico y que, empeñado en ser compositor «modernista», «liba» por cuantas partituras nuevas salen y a Ernesto le fusila hasta los títulos. Por él sé que el gran Federico anda bien, pues parece que le escribe todos los días. Me hubiera agradado que Federico y Ernesto colaborasen juntos, y les había indicado una porción de proyectos para los cuales Ernesto hacía inmediatamente los bocetos de música (es el ejemplo del torito fino y noble que acude enseguida donde se le llama), pero estoy un poco desesperanzado, por parte de Federico, de si éste no puede hacer otros versos sino como quien lanza un suspiro, muy hondo y lleno de sentimiento, pero sin intervención ni «control» en su hechura. Esto que es, desde luego, encantador, me asusta pensando que no es suficiente para poder «llegar a ser» un real artista.[57]
El 11 de agosto, Salazar le vuelve a escribir a Falla: «No he recibido aún noticias de Federico sobre la sorpresa, pero me figuro en qué consiste, por lo que le ha escrito al joven discípulo de Turina».[58]
Tal discípulo no es otro que Gustavo Durán (lástima que no conozcamos las cartas cruzadas entre él y Lorca). En vista del recato de Federico con respecto de la nueva función guiñolesca proyectada para el otoño, la información transmitida por Salazar le sorprende algo a Falla, que, el 18 de agosto, al escribirle a Lorca, todavía en Asquerosa, añade este post scríptum: «¿Escribió usted a Adolfo y a Halffter sobre lo del teatrillo? Salazar me ha escrito que sabe por Durán de qué se trata…».[59]
Es la última referencia que conocemos a este nuevo intento de colaboración por parte de Falla y Lorca. La «segunda representación» del teatro de cachiporra granadino, prevista con tanto optimismo por Federico para el otoño de 1923, no se llevaría a cabo.
Por las mismas fechas mantiene correspondencia con Gregorio Martínez Sierra. A pesar del fracaso de El maleficio de la mariposa nunca ha perdido contacto con el conocido empresario teatral. Una carta de éste del 31 de agosto demuestra que ya existe la posibilidad de que en el Teatro Eslava se monte una versión de la Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita, aunque don Gregorio tiene poca confianza en que el autor realmente ponga manos a la obra (seguramente no ha olvidado sus demoras durante la redacción de El maleficio):
Muy querido amigo: Contesto a su muy amable carta, para decirle respecto al consejo que me pide, que me parece muy bien la combinación de prosa y verso para su obra, cuyas dimensiones y división en actos, nadie mejor que la obra misma han de aconsejarlo. Conviene desde luego que la acción no sea lánguida, pero eso lo aconseja el propio criterio mientras se va haciendo. Mi temor es el de que V., a pesar de la amable consulta, se conforme con eso: con consultar y no acabe nunca de escribir el retablillo. Veremos si acierto o si puede más que mi pesimismo el famoso jazminero persa bajo el cual se hace V. la ilusión de que va a trabajar.[60]
Podría más el jazminero, en efecto, que el pesimismo de don Gregorio. El 1 de febrero de 1924 Falla le escribiría a José Mora Guarnido, ya en Montevideo: «Federico marchó a Madrid. Según parece van a hacerle en Eslava el Cristobica que nos leyó hace dos años, pero muy reformado».[61] Pero Martínez Sierra no llegaría a estrenar el «retablillo», por razones que desconocemos. Tal vez el mismo poeta desistiría del proyecto.
Para Federico el verano de 1923 —como todos los veranos suyos— es de intenso trabajo. Aparte los proyectos con Falla y el de Martínez Sierra se encuentra «solicitado por una muchedumbre de poemas» que le «hacen la vida imposible».[62] A Melchor Fernández Almagro y José de Ciria y Escalante les escribe conjuntamente desde Asquerosa:
He terminado un poema, «El jardín de las toronjas de luna», y estoy dispuesto a trabajar todo el verano sobre él, pues tengo una ilusión infinita de que sea como le he visto. Puede decirse que lo he hecho de una manera febril pues he trabajado veinte días con sus veinte noches… pero no ha sido más que para fijarlo. Los paisajes en este poema son absolutamente inmóviles, sin viento ni ritmo alguno. Yo notaba que mis versos huían entre mis manos, que mi poesía era fugitiva y viva. Como reacción a este sentimiento, mi poema actual es extático y sonámbulo. Mi jardín es el jardín de las posibilidades, el jardín de lo que no es, pero pudo (y a veces) debió haber sido, el jardín de las teorías que pasaron sin ser vistas y de los niños que no han nacido. Cada palabra del poema era una mariposa y he tenido que ir cazándolas una a una.
Luego he sostenido una lucha con mis dos enemigos seculares (y de todos los poetas) la Elocuencia y el Sentido Común… lucha espantosa cuerpo a cuerpo como en las batallas del poema del Cid.[63]
En una carta un poco posterior a Ciria y Escalante —el sobre lleva matasellos del 30 de julio de 1923— le envía al amigo varias secciones de su «jardín extrañísimo de toronjas de luna», que tanto esfuerzo le está costando «terminar y pulir». La carta demuestra hasta qué punto está entregado a esta tarea, que ahora le ocupa exclusivamente.[64]
André Belamich ha reunido, en su edición crítica de Suites, dos versiones —ambas con prólogo en prosa— de esta importantísima composición cuyo texto definitivo no se conoce (y tal vez nunca se terminó).[65] La segunda versión, que se titula ya El bosque de las toronjas de luna, es mucho más extensa y elaborada que la primera; su última sección, «¡Amanecer y repique!» lleva la indicación «1 de agosto de 1923, campo».[66] En esta composición, según el estudioso francés, Lorca ha puesto «lo más íntimo de su pena».[67] Es cierto. Al principio del prólogo a la segunda versión del poema leemos:
Me voy a un largo viaje.
Sobre un espejo de plata encuentro, mucho antes de que amanezca, el maletín y la ropa que debo usar por las extrañísimas tierras y jardines teóricos.
Pobre y tranquilo, quiero visitar el mundo extático donde viven todas mis posibilidades y paisajes perdidos. Quiero entrar frío pero agudo en el jardín de las simientes no florecidas y de las teorías ciegas, en busca del amor que no tuve pero que era mío…[68]
Tres secciones del poema reconstruido por Belamich atraen especialmente la atención del biógrafo: «Arco de lunas», «[Altas torres]» y «Encuentro».
En la primera se trata de los hijos del poeta que no han nacido —y no nacerán nunca:
ARCO DE LUNAS
Un arco de lunas negras
sobre el mar sin movimiento.
Mis hijos que no han nacido
me persiguen.
«Padre, no corras, espera,
¡el más chico viene muerto!».
Se cuelgan de mis pupilas.
Canta el gallo.
El mar hecho piedra ríe
su última risa de olas.
«¡Padre, no corras!»…
Mis gritos
se hacen nardos.[69]
El segundo poemita recoge el tema del anillo de bodas que ya apareció en Libro de poemas. El poeta sabe que nunca se casará, que no quiere casarse:
Altas torres.
Largos ríos.
HADA
Toma el anillo de bodas
que llevaron tus abuelos.
Cien manos bajo la tierra
lo echaron de menos.
YO
Voy a sentir en mis manos
una inmensa flor de dedos
y el símbolo del anillo.
¡No lo quiero!
Altas torres.
Largos ríos[70]
En «Encuentro», tal vez uno de los poemas de Lorca más patéticos, el poeta dialoga con la mujer que pudo ser su compañera:
ENCUENTRO
Flor de sol.
Flor de río.
YO
¿Eras tú? Tienes el pecho
iluminado y no te he visto.
ELLA
¡Cuántas veces te han rozado
las cintas de mi vestido!
YO
Sin abrir, oigo en tu garganta
las blancas voces de mis hijos.
ELLA
Tus hijos flotan en mis ojos
como diamantes amarillos.
YO
¿Eras tú? ¿Por dónde arrastrabas
esas trenzas sin fin, amor mío?
ELLA
En la luna ¿te ríes? Entonces
alrededor de la flor del narciso.
YO
En mi pecho se agita sonámbula
una sierpe de besos antiguos.
ELLA
Los instantes abiertos clavaban
sus raíces sobre mis suspiros.
YO
Enlazados por la misma brisa
frente a frente ¡no nos conocimos!
ELLA
El ramaje se espesa, vete pronto.
¡Ninguno de los dos hemos nacido!
Flor de sol.
Flor de río.[71]
Raras veces en la obra de Lorca oiremos unas confidencias tan directas como éstas. Y de ellas se desprende que, en el verano de 1923, el poeta ha aceptado ya la inexorabilidad de su destino ambiguo.
«Cada día sufro más de ver que tengo que publicar en seguida mis Suites», escribe a Ciria y Escalante a finales de julio, dando a entender con ello que este largo ciclo de poemas está ya prácticamente cerrado.[72] Efectivamente, a partir de agosto de 1923, se entregará a otras tareas creativas. Pero, como sabemos, no editará «en seguida» el libro de las Suites… ni en seguida ni después. A mediados de octubre de 1923 le dirá a Melchor Fernández Almagro: «Quisiera publicar mis Suites, pues estoy que ya no puedo más».[73] El libro, que parece haber cobrado carácter de una losa que pesa sobre el alma del poeta, lo seguirá puliendo y limando durante varios años. Lo tendrá preparado para la imprenta en 1926 pero, por razones que veremos, no saldrá entonces. Y diez años más tarde, en la quizá última entrevista de su vida, se referirá a Suites como «un libro que he trabajado mucho y con gran amor sobre temas antiguos».[74] ¿Qué habría pensado de saber que el libro que él quiso pero no pudo editar se daría a conocer, aunque fragmentariamente, más de cuarenta años después de su muerte, y en francés antes que en español?[75]
A mediados de agosto de 1923 vuelve a Granada con su familia camino de Málaga donde, como en veranos anteriores —y posteriores—, pararán en el Hotel Hernán Cortés, al lado mismo del mar. Desde el hotel, Federico y Francisco le mandan una postal a Manuel de Falla, cuya llegada a Málaga, sin duda convenida en Granada, esperan ansiosamente. La postal lleva matasellos del 1 de septiembre. Escribe el poeta:
Queridísimo don Manuel: ¿Cuándo nos avisa su llegada? Dios quiera que sea pronto pues aquí estamos encantados pensando en que ustedes van a venir. ¡Animarse señores! ¡Al agua patos! ¡Manolo debe venir! ¡Es imprescindible!
Y Francisco añade:
Querido don Manuel: Ya nos está haciendo falta un telegrama avisándonos la llegada de todos ustedes. No darán lugar a que me marche a Madrid antes de saludarlos en mi propia salsa (Málaga). Recuerdos de mi familia por Vd. y M.ª del Carmen. Un abrazo mío, o sea, de Paco.[76]
Falla contestó la simpática postal el 12 de septiembre.[77] Pero, que sepamos, él y su hermana no se juntaron con los García Lorca al lado del Mediterráneo. El 13 se produce el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera: es el inicio de siete años de dictadura. Y el 21 El Noticiero Granadino anuncia, en su «Crónica de sociedad», que el día anterior ha vuelto a Granada desde Málaga, «después de pasar una larga temporada» en ella, Federico García Rodríguez y su familia.[78]
Nace Mariana Pineda
Entretanto, el poeta ha empezado a informar a varios amigos de un nuevo proyecto dramático cuyas raíces se hunden en su infancia: un drama sobre la heroína granadina Mariana Pineda, ejecutada en 1831 por el tiránico Fernando VII, acusada de haber bordado una bandera para los liberales.
Cuando era niño en Fuente Vaqueros Federico se había enterado —a través de «romances y narraciones de personas muy próximas al suceso»—, de muchos pormenores, reales o inventados, de la vida y muerte de Mariana.[79] Y a partir de entonces su figura le había atraído con cada vez mayor fuerza para ir convirtiéndose casi en una obsesión.
Poco antes del golpe de Primo de Rivera, y cuando ya llevaba tiempo elaborando el argumento de la obra, escribió una larga carta al respecto desde Asquerosa a Melchor Fernández Almagro. Iba encabezada con un gracioso dibujo con lápices de colores de la heroína sentada en su salón granadino:
Queridísimo Melchorito
Marianita en su casa de Granada medita si borda o no borda la bandera de la Libertad. Por la calle pasa un hombre vendiendo «alhucema fina de la sierra» y otro «naranjas naranjitas de Almería» y los árboles recién plantados de la placeta de Gracia saben ya por los pájaros y por el pino del seminario, que un romance trágico y lleno de color, ha de dormirlos en las noches del plenilunio turquesa de la vega. ¡Si vieras qué emoción tan honda me tiembla en los ojos ante la Marianita de la leyenda! - - - - desde niño estoy oyendo esa estrofa tan evocadora de
Marianita salió de paseo
y a su encuentro salió un militar - -
Vestida de blanco, con el cabello suelto y un gesto melodramático hasta lo sublime, esta mujer ha paseado por el caminillo secreto de mi niñez con un aire inconfundible. Mujer entrevista y amada por mis nueve años cuando yo iba de Fuente Vaqueros a Granada en una vieja diligencia cuyo mayoral tocaba un aire salvaje en su trompeta de cobre. Si tengo miedo de hacer este drama es precisamente por enturbiar mis recuerdos delicadísimos de esta viudita rubia y mártir.
¿Qué me aconsejas tú? Yo quiero hacer un drama procesional… una narración simple e hierática rodeada de evocaciones y brisas misteriosas, como una vieja madonna con su arco de querubines.
Una especie de cartelón de ciego estilizado. Un crimen, en suma, donde el rojo de la sangre se confunda con el rojo de las cortinas. Mariana según el romance y según la poquísima historia que la rodea, es una mujer pasional hasta sus propios pelos, una posesa, un caso de amor magnífico de andaluza, en un ambiente extremadamente político (no sé si me explico bien). Ella se entrega al amor por el amor, mientras los demás están obsesionados por la Libertad. Ella resulta mártir de la Libertad siendo en realidad (según incluso lo que se desprende de la historia) víctima de su propio corazón enamorado y enloquecido.
Es una Julieta sin Romeo y está más cerca del madrigal que de la oda. Cuando ella decide morir, está ya muerta, y la muerte no la asusta lo más mínimo. El último acto ella estará vestida de blanco y toda la decoración en este mismo tono. Ni el romance ni la historia me vedan en absoluto que yo piense así es más, mi madre me ha dicho que estas cosas se susurraron por Granada. Me gustaría que conocieras el argumento y la división de las escenas…[80]
Diez años después, en unas declaraciones hechas a un periodista argentino en vísperas del estreno de Mariana Pineda en Buenos Aires, volvería a relacionar a la trágica viudita con su infancia en La Fuente:
Mariana Pineda fue una de las más grandes emociones de mi infancia. Los niños de mi edad, y yo mismo, tomados de la mano en corros que se abrían y se cerraban rítmicamente, cantábamos con un tono melancólico, que a mí se me figuraba trágico:
¡Oh!, qué día tan triste en Granada,
que a las piedras hacía llorar,
al ver que Marianita se muere
en cadalso por no declarar.
Marianita, sentada en su cuarto,
no paraba de considerar:
«Si Pedrosa me viera bordando
la bandera de la libertad».
Marianita, la bandera de la libertad, Pedrosa, adquirían para mí contornos fabulosos e inmateriales de cosas que se parecían a una nube, a un aguacero violentísimo, a una niebla blanca en copos, que venía a nosotros desde Sierra Nevada y envolvía al pequeño pueblo en una blancura y un silencio de algodón.[81]
Al trasladarse la familia García Lorca a Granada, en 1909, e instalarse en la Acera del Darro, no lejos de la plaza de la Mariana, había surgido otra vez la imagen de la heroína liberal:
Un día llegué, de la mano de mi madre, a Granada: volvió a levantarse ante mí el romance popular, cantado también por niños que tenían las voces más graves y solemnes, más dramáticas aún que aquellas que llenaron las calles de mi pequeño pueblo, y con el corazón angustiado inquirí, pregunté, avizoré muchas cosas, y llegué a la conclusión de que Mariana Pineda era una mujer, una maravilla de mujer, y la razón de su existencia, el principal motor de ella, el amor y la libertad.
Sobre estas dos cruces de dolor y de dicha, clavada en estos dos espejismos, creados por los dioses para dar a la vida del hombre un contenido de esperanza, Mariana Pineda se me antojaba un ente fabuloso y bellísimo, cuyos ojos misteriosos seguían con inefable dulzura todos los movimientos de la ciudad…[82]
Al mudarse la familia, en 1917, al otro lado del Embovedado e instalarse en la Acera del Casino, Federico ya podía divisar la estatua de Mariana Pineda desde su balcón.
A partir de este momento el poeta y su admirada Mariana son, por así decirlo, vecinos. Y va surgiendo la idea del drama. Referirá Federico en otra entrevista:
Todos los héroes del siglo XIX español que tienen estatua han tenido también ya su dramaturgo. La única que no lo tenía era Mariana Pineda, quizá porque ésta necesitaba su poeta. Yo tenía en Granada su estatua frente a mi ventana, que miraba continuamente. ¿Cómo no había de creerme obligado, como homenaje a ella y a Granada, a cantar su gallardía?[83]
De las muchas Mariana Pinedas posibles, la que más le interesa a Lorca, como hemos visto, es la amante. Dadas las obsesiones temáticas del poeta no podía ser de otra forma. ¿Estaba la joven viuda enamorada de su primo Fernando Álvarez de Sotomayor, cuya fuga de la cárcel de Granada ayuda a preparar? ¿Lo que se «susurraba» en Granada tenía fundamento? Los investigadores nunca lo habían podido demostrar, pero la tradición popular daba por descontada tal relación amorosa. Y de esta tradición Lorca hará el eje de su drama. «No enfoqué el drama épicamente —escribirá—. Yo sentí a la Mariana lírica, sencilla y popular. No he recogido, por tanto, la versión histórica exacta, sino la legendaria, deliciosamente deformada por los narradores de placeta».[84]
Melchor Fernández Almagro coincide plenamente con el planteamiento de la obra que le ha hecho Federico en su carta, a la cual contesta con férvido entusiasmo inmediatamente después del golpe de Estado de Primo de Rivera. Melchor percibe, además, que al volver España a caer en manos del despotismo, el argumento y el ambiente de la proyectada obra pueden tener una aguda relevancia contemporánea. Es un factor que, inevitablemente, tendrá presente el poeta durante la redacción del drama:
Queridísimo Federico: Tu carta última me ha conmovido profundamente. Primero, la estampa era deliciosísima.[85] Luego, el texto era de una intuición sorprendente. Mariana Pineda no pudo ser de otra manera. La historia con aparato documental no te daría la razón. Pero ello no te importe. Tú no pretendes recoger la verdad histórica y sí la verdad poética, que coincide de seguro con la verdad psicológica de Mariana Pineda. Fue así en efecto: una Julieta del año treinta, mejor que una heroína a la manera clásica de Judith o de Virginia. Está más cerca del madrigal que de la oda (¡Admirable!) y no sería difícil intentar a base de tu intuición una teoría explicativa de nuestros movimientos políticos del siglo XIX. Nuestros abuelos no eran gentes de ideas claras y distintas, sino de sensibilidad vehemente. Y a cuenta del amor —y del odio— hay que cargar las idas y venidas de nuestros conspiradores, revolucionarios y cabecillas. Ardo en deseos de ver a tu Mariana sobre las tablas. No dudo de que harás un poema escénico de patetismo irresistible. ¡Me lo darás a conocer! ¡Me enviarás fragmentos! Pero no, no me resigno a que me los mandes. Es menester que me los leas tú; es menester que vengas. Te conviene venir. Díselo a tus padres (a quienes saludarás en nombre mío y de mi familia). Las circunstancias políticas del momento presente exaltan la figura de Mariana Pineda. Vuelve el siglo de nuestros abuelos, que nuestros padres no han sabido superar.
Ya habrás visto el enorme retroceso que la militarada representa. Nuestro pueblo continúa en una inconsciencia inverosímil. Han visto ya la avanzada del caos… y no se asustan. ¡Extraordinaria ceguera! Purgamos pecados históricos de difícil remisión.
Salinas ha vuelto ya de Burgos. La gente se reintegra a su lugar de invierno. Si no fuera por Primo de Rivera, el otoño se presentaría espléndido. ¿Vendrás? ¿Y Paquito? Un abrazo fraternal, Melchor.[86]
A otro amigo del Rinconcillo, Antonio Gallego Burín —especialista, como Melchor, en la historia de Granada—, también le pide Federico información y datos. Porque, aunque se siente libre para prescindir en su drama de la exactitud histórica —no le importará, por ejemplo, anteponer el fusilamiento de Torrijos, ocurrido en diciembre de 1831, a la ejecución de Mariana—, sí quiere que el ambiente general de la obra resulte históricamente fiel.
A Gallego Burín, que está preparando un trabajo de investigación sobre Mariana Pineda, Federico le confía que ya ha hablado con Gregorio Martínez Sierra y Catalina Bárcena del proyecto, y que ellos ven en éste «las posibilidades de una cosa fuerte». A Gallego le pide noticias de Mariana «con objeto de hacer un poco [de] ambiente… una biografía de ella y algunos datos sobre la conspiración…», añadiendo: «Yo quiero que tú me guíes en lo referente a Pedrosa, y que me digas dónde puedo enterarme del estado de Granada en aquella época. Yo, con varias notas tengo bastante, lo esencial está ya pensado… pero no quiero tirarme planchas, ¿comprendes?».[87]
Estimulado y ayudado por estos dos amigos, Lorca trabajó de prisa. En 1933 declararía que Mariana Pineda se escribió diez años antes, en 1923,[88] dato corroborado por José Mora Guarnido quien, cuando abandonó España definitivamente a finales de 1923, ya conocía la obra «por una primera lectura de su autor».[89]
El texto pasará luego por varias modificaciones, impuestas algunas de ellas, casi seguramente, por las circunstancias políticas, entre ellas la censura, en las que se halla el país bajo la dictadura de Primo de Rivera. Durante cuatro años, como veremos, Lorca no cejará en su lucha por ver representada Mariana Pineda. Cuatro años de constantes sinsabores que, en ciertos momentos, le llevarán al borde de la desesperación.
Preñado de proyectos, Federico va demorando su vuelta a la Residencia de Estudiantes. «¿Vendrás este invierno?», le pregunta Ernesto Halffter desde Madrid en una carta fechada el 19 de septiembre, que también firma Adolfo Salazar.[90] Parece ser que el poeta no abandonó Granada hasta noviembre. Entretanto, el 13 de octubre, Melchor Fernández Almagro publica en la revista España un penetrante artículo titulado «El mundo lírico de García Lorca» en el cual —Melchor será uno de los mejores críticos de Lorca— ilumina las raíces de la poética de su amigo:
El mundo lírico de Federico García Lorca es alto, ancho y profundo. «La estrella, arriba. El pulpo, abajo». La mirada de nuestro poeta se alza hasta los astros de más desvanecida presencia. Y se abate —conservando la devoción y el estupor— sobre los seres más miserables de la creación… Los niños cantan en una encrucijada del mundo. Nada de color local en el paisaje: todo alude a muchos horizontes. Y el sol y la luna que se suceden, son el sol y la luna de los cuentos de cualquier parte. (No hay Internacional más cierta y firme que la de los niños.)…
Y Melchor termina su análisis con palabras contundentes sobre el joven granadino que todavía sólo ha publicado un libro de versos:
Federico García Lorca —la gran revelación de la lírica reciente— cuenta veinticinco años. De niño, iba para músico, y ha parado en poeta. Bien se comprueba la presión de tal antecedente en la obra literaria de este victorioso cazador de ritmos. Hoy, cede a la tentación de los lápices de colores, y el color se incorpora al ritmo, para componer estampas y poemas. Poemas y estampas que se recatan en carpetas, de tiempo en tiempo entreabiertas con mano confidencial.[91]
Federico le agradece a Melchor su artículo, y en la misma carta le informa que está trabajando casi exclusivamente en la «obra poemática» —Lola la comedianta— que prepara con Falla, y que espera terminar pronto «para poder seguir mi Marianita».[92]
Pocas semanas después, el poeta está de regreso en su cuarto de la Residencia de Estudiantes, rodeado de aquel excepcional grupo de amigos de que ahora nos incumbe hablar.