PRESIONES FAMILIARES.
DE LIBRO DE POEMAS A SUITES
El emprendedor Federico García Rodríguez y la voluntariosa Vicenta Lorca querían que sus hijos varones tuviesen una sólida carrera universitaria. En esto Federico les defraudó pero Francisco, excelente estudiante, colmó todas sus esperanzas. Escribe el hermano del poeta:
La obtención de un título académico era para mi padre un prejuicio que compartían, creo, todos los padres de entonces. Quizá se añadía, en su caso, la actitud del labrador acomodado que quiere que sus hijos —y Federico era el mayor— tengan los títulos académicos que él no tuvo, ni tampoco sus propios hermanos, algunos naturalmente inclinados a las cosas del espíritu y más cultivados, de hecho, que cientos de licenciados. El título, en una sociedad entonces más cerrada que ahora, era vía de acceso a futuras posiciones. Nosotros teníamos que ser «hombres de carrera». Esta disposición de mi padre sobrepasaba —hay que reconocerlo— el prejuicio de clase, ya que mi hermana Isabel también estudió, y en el provinciano ambiente granadino era excepcional que una chica «de su clase» asistiera al Instituto para graduarse de bachiller. No sería demasiado arriesgado afirmar que, en aquel entonces, Isabelita, mi hermana, era en el Instituto la única hija de «propietario». Creo que este dato sirve para situar adecuadamente la actitud de mi padre frente a Federico.
Pero mi padre, que no era ciertamente un iluso, no esperaba que su hijo pudiese ser algún día titular de una profesión liberal. Y si tuvo esta ilusión alguna vez, Federico se encargó de desengañarlo.[1]
No había contribuido el fracaso comercial de Impresiones y paisajes, y luego de El maleficio de la mariposa, a fortalecer la fe del avispado labrador en la capacidad de su hijo mayor para ganarse la vida con su producción literaria. Y la presión paterna para que Federico terminase sus estudios universitarios seguiría aplicándose. Hemos mencionado que, en el verano de 1920, al morirse Berrueta, había decidido complacer a su padre y reanudar sus estudios. No tiene desperdicio la carta escrita entonces por el poeta, desde Asquerosa, a su amigo del Rinconcillo, Antonio Gallego Burín, nombrado pocos meses antes profesor auxiliar temporal de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada:
Querídisimo Antoñito:
Poco a poco el topo doméstico del amor familiar ha ido minando mi corazón en mantillas convenciéndome de que debo por deber y por educación terminar mi naufragada carrera de Letras… ¿Qué te parece? Ya había pensado mi madre en que me tenía que marchar a Madrid en octubre y toda la familia estaba conforme, pero con una conformidad resignada, no alegre como yo deseo, a causa de estar mi padre dolorido al verme sin más carrera que mi emoción ante las cosas. Ayer me dijo: «Mira Federico, tú eres libre, vete donde quieras, porque yo estoy convencido de tu extraordinaria vocación por el arte, pero, ¿por qué no me das gusto y vas haciendo como quieras tu carrera?, ¿te cuesta algún trabajo? Si en este septiembre hicieras alguna asignatura, yo te dejaría marchar a Madrid con más alegría que si me hubieses hecho emperador».
Ya ves, queridísimo, como mi padre tiene razón y como ya está viejo* y es gusto suyo el que me adorne con una carrera ya mi decisión es irrevocable. ¡Voy a terminar! Como ya murió el pobre Berrueta (que era molesto examinarme con él) entraré otra vez aunque con carácter libre en el alma mater.
Y ahora viene la consulta: ¿Qué debo hacer? Yo trabajo en estos momentos en dos cosas de teatro,[2] un poema «Los chopos niños»[3] y mis poesías líricas de siempre. ¿Tendré, Antonio de mi alma, que abandonar mis hijos sin criar, lo que es lágrimas de mi espíritu y carne de mi corazón por acariciar el frío volumen de historias muertas y conceptos moribundos?, ¿o podré sobrellevar sin peso las dos cargas? Me faltan desde la Historia Universal en adelante. ¿Qué asignaturas podré aprobar? ¿Te parece bien que haga la Historia, la Paleografía (que debe ser facilísima) y la Numismática? ¿Dónde podré aprobar y con quién? No es que yo no quiera trabajar (puesto que trabajo de sufrimiento), pero es molestísimo, molestísimo, y a ti, ¡oh salvador mío!, acudo.
Yo lo que quiero es presentarle a mi padre en septiembre unas cuantas papeletas para darle un alegrón y marcharme tranquilo a publicar mis libros y a estudiar con un poco [de] detenimiento principios de filosofía con el Pepe Ortega,** que me lo tiene prometido.
Contéstame a vuelta de correo con las instrucciones necesarias y la verdad de lo que pase. ¿Y el hebreo y el árabe son fáciles de camelo con Navarro?*** (¿Cuándo sabré hebreo ni árabe? ¡Me deben aprobar inmediatamente!). Como tú eres auxiliar de la Facultad estarás bien enterado de asignaturas, catedráticos y [tachado] e (¡oh gramática!) incompatibilidades.
Seriamente te lo agradeceré en el alma y espero que te portarás conmigo como yo deseo y espero, así es que ten la bondad de contestarme en seguida…[4]
* Don Federico tenía, en 1920, sesenta y un años.
**José Ortega y Gasset.
*** José Navarro Pardo.
Aunque no conocemos la respuesta de Gallego Burín a esta carta, sí disponemos en cambio de la de José Fernández-Montesinos —entonces en el Centro de Estudios Históricos de Madrid— a otra petición del poeta. «Querido Federico —le escribe el 31 de agosto—: recibo tu carta canallesca y aunque no debiera me apresuro a complacerte. Bien es verdad que si te remito el trabajo con tanta prontitud no es tanto por favorecerte a ti cuanto por reírme, por que nos riamos, de esa Facultad de Letras que Dios confunda, más rica en melones que Villaconejos». Se trata de que el poeta prepare para los exámenes de septiembre la asignatura «Literatura Española (curso de investigación)», por lo cual le ha pedido a Fernández-Montesinos información sobre la especialidad de éste, Lope de Vega, y que le remita un trabajo inédito suyo acerca de la obra del gran dramaturgo, Barlán y Josafá. En medio de varias indicaciones al respecto, José insiste: «Quiere decir todo lo anterior, que te presto el trabajo para el examen, pero que si por inadvertencia alguien pisa el descubrimiento tendrás que darme estrecha cuenta y habrá rompimiento de cara, masticamiento de mier [sic] y otros excesos».[5]
Lorca supo aprovechar la «ayuda» del lopista Montesinos, aprobando su «curso de investigación» con «sobresaliente y premio». También aprobó Historia Universal, pero, en Historia de la Lengua Castellana, recibió un suspenso contundente.[6]
El catedrático de esta última asignatura, Eloy Señán y Alonso —«respetable, benévolo y competente anciano», según Francisco García Lorca—,[7] fue debidamente ridiculizado por los compañeros del poeta cuando éstos se enteraron del suspenso. «Le enviamos de inmediato una carta —recuerda Mora Guarnido— a cuyo pie pusimos nuestras firmas, felicitándole de que, ya que no pasaría a la Historia por la eficacia y brillantez de su labor docente, había ganado en cambio mención memorable en la biografía de un gran poeta, cuya obra haría por el idioma castellano más que todos sus años de adocenado e incompetente magisterio».[8] Incluso se inventó una copla maliciosa en la cual se pronosticaba la mala suerte que esperaba al maestro, y que empezaba así:
Eloy Señán
los cuervos te comerán…[9]
La verdad, sin embargo, es que Federico no era alumno capaz de pasar horas y horas estudiando gramática histórica, y es de suponer que el bueno de don Eloy, al suspenderle, no hacía sino cumplir con su deber y su conciencia.
En el expediente de Lorca en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada consta que el poeta se «trasladó a Madrid» el 30 de octubre de 1920.[10] Sin duda su éxito en Historia Universal y Literatura Española había tenido el efecto de satisfacer, aunque sólo fuera momentáneamente, las exigencias del padre.
En el otoño de 1920 el poeta está instalado de nuevo en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Desde allí escribe a sus padres, quejándose de que sus hermanos no le mandan nunca cartas y preocupándose porque la familia le haga un regalo a la recién nacida hija de Manuel Ángeles Ortiz, Isabel, de quien es padrino Federico. Es una carta que demuestra hasta qué punto Lorca se siente imbricado en la vida de su extensa red de parientes:
Queridos padres:
Recibo vuestra carta que como siempre me llena de alegría como es natural y aunque ni papá ni Paquito ni las niñas me escriben sabiendo yo que están buenos con eso me basta y sobra pero ya debía de dirigir la carta a mamá sola que es la que me escribe.
El tiempo está malo y me estoy en casa leyendo y escribiendo y es casi seguro que me mudo a una habitación de las baratas.
Yo estoy muy preocupado con las cosas que estoy haciendo porque he tomado la resolución de renovarme, renovarme constantemente.
Ya ni os pregunto siquiera por las fotos. ¡Una cosa tan fácil de mandar! y que ni siquiera os dignáis contestarme por qué no las enviáis.
Oye ¿qué le vais a regalar (materirterirterirle) a la niña de Manolo? Yo creo que alguna atención debíais tener con ella dada la gran amistad que nos profesamos y desde luego yo creo que debíais escribirle a Paquita… y a mí porque sois unos sinvergüenzas con no escribirme, sobre todo Paquito y las niñas porque papá aunque no lo haga yo sé que no puede y basta con que mamá escriba pues es como si escribiera él… pero mis hermanos son unos descastados que no se acuerdan de mí. ¡Luego diréis que yo! - - - - -
Y Antonio Delgado,* ¿cómo está? Y Clotilde,** ¿se casa?
Haced el favor de tenerme al corriente de la familia pues me interesa mucho. Yo no escribo más cartas que a vosotros y debéis de decirme las cosas.
En Madrid estamos sin pan hoy hemos comido pan con tasa y en la mayor parte de las casas no lo hay. Como comprenderéis el pueblo no puede sufrir más. Eso de que se peleen los patronos y los obreros (minoría de minoría) y pague el pato el pueblo infeliz es intolerable - - - - - ¡y el gobierno panza en gloria! Hoy vi a Romanones entrar en su palacio de la Castellana y me dieron ganas de tirarle una piedra. Es triste esta situación de España, patria hermosísima atormentada por unos cuantos idiotas y canallas. Pero los estudiantes todo lo tomamos a risa. ¡Si vierais lo que nos divertimos al pensar que mañana o pasado estaremos sin pan! Menos mal que yo casi no lo pruebo. Aquí todo se toma a risa y es natural. Recuerdos a la familia besos a mis hermanos y vosotros recibid un beso y abrazo de vuestro hijo que os quiere mucho.
FEDERICO — SIN PAN[11]
* Antonio Delgado, primo de Federico, hijo de la tía Matilde García Rodríguez.
** Clotilde García Picossi, prima de Federico, hija del tío Francisco García Rodríguez.
Por estas mismas fechas doña Vicenta le escribe, tal vez contestando la carta que acabamos de transcribir:
No me dices nada de venir ni tampoco de tus cosas con Martínez Sierra; verdad que te has hecho estudiante (aparentemente) para que no te molestemos; pero yo, hijo mío, no puedo por menos de decirte algo, tanta es la gana de leer tus cosas en letras de molde; porque en la tuya no se pueden leer bien los versos sin desentonarse a cada momento, y francamente no se les toma sabor ninguno.[12]
Al leer estas líneas no podemos olvidar que, antes de casarse con el rico de Fuente Vaqueros, Vicenta Lorca, a fuerza de voluntad y tenacidad, se había hecho maestra. Era, sin duda, una madre que sabía combinar afecto y exigencia en el trato con sus hijos. Al poner el adverbio «aparentemente» entre paréntesis, doña Vicenta sabía lo que hacía.
El fragmento de la carta de la madre hace pensar que ya estaba en marcha con Martínez Sierra otro proyecto teatral. Como veremos, fue, efectivamente, así. Y también deja traslucir que ya para entonces pensaba Federico editar pronto una selección de aquellos versos cuya letra a veces difícil de descifrar tanto desagradaba a la antigua profesora.
Las carpetas de Federico contenían en estos momentos más de doscientos poemas, además de numerosas prosas y varias obritas dramáticas. Del caudal poético creado a partir de 1917, sólo habían visto la luz, en revistas, poquísimas composiciones.[13] Lorca es, todavía, prácticamente inédito. Su primer libro, Impresiones y paisajes, yace en el olvido. Y apenas se recuerda el malhadado estreno de El maleficio de la mariposa.
Los amigos del poeta, tanto en Granada como en Madrid, le urgen —como le tendrán que urgir casi siempre— a editar su obra. Y también, como acabamos de ver, doña Vicenta. El 29 de marzo de 1921, ya más avanzado el proyecto editorial, la madre le escribe otra vez:
No nos dices a quién le das el libro y si tardarán mucho en editarlo; ya comprenderás que yo como mujer y además madre tuya tengo en todas estas cosas más curiosidad que todos. La publicación del poema por tu cuenta nos parece muy bien, pues ya sabes que tu padre está dispuesto (en trabajando vosotros) a todo lo que sea menester. Nos alegra mucho que te encuentres con ánimo suficiente para reconocer que tienes condiciones y facultades de artista puro y exquisito; pues así te lanzarás a la lucha que te espera con gran valentía, sin que te arredren críticas de ignorantes y la mala intención de los envidiosos que casi siempre en estos casos son en mayor número. Yo le pido a la Virgen que todo te salga muy bien y que tú tengas mucha serenidad para que no te des mal rato por nada.[14]
Federico tiene, pues, el entusiasta apoyo de sus padres para el proyecto de editar el libro: comprensión de la madre —la carta revela la finura y la intuición psicológica de doña Vicenta— y generosidad de don Federico, dispuesto otra vez a financiar la carrera literaria de su hijo mayor. Éste cuenta, además, con la valiente ayuda, y agudeza crítica, de su hermano Francisco, que colaborará con él en la selección y ordenación de las poesías.[15]
El manuscrito de Libro de poemas se entregará a un amigo de Federico, Gabriel García Maroto, dueño de una modesta imprenta —la Imprenta Maroto— ubicada en la madrileña calle de Alcántara, números 9 y 11. Nacido en 1889 en el pueblo manchego de Solana, en la provincia de Ciudad Real, Gabriel García Maroto —que no sólo era impresor sino pintor, crítico y poeta— vivía desde 1909 en Madrid.[16] Según José Mora Guarnido se trataba de «un gran tipo humano».[17] Melchor Fernández Almagro estaba de acuerdo y le llamaba «el enfervorizado Maroto», pues en todo lo que hacía, que era mucho, ponía pasión y ardor, máxime en sus múltiples iniciativas artísticas y políticas (más adelante sería comunista militante).[18]
Mora Guarnido refiere que Maroto le tuvo que arrebatar a Federico, «casi a la fuerza», los originales de Libro de poemas, tal era su renuencia a entregarlos.[19] Una vez en sus manos los manuscritos, Maroto sacó una copia en limpio —tarea nada fácil dada la letra del poeta— y le pidió que la corrigiera, escribiéndole a estos efectos:
Pon al pie de cada poesía el día, mes, año y sitio en que la escribiste. Aparte de que fija fielmente tu obra en el tiempo me va a mí muy bien para la cosa plástica de la tipografía.
Supongo que tendrás en seguida corregido esto. Me conviene porque quiero terminar pronto.
Mañana si no llueve mucho pasaré el día en la sierra. Si hoy lo corriges, lo traes.[20]
Federico fechó debidamente todos los poemas de la colección,[21] pero parece fuera de duda que, una vez compuesto el libro, no corrigió las pruebas del mismo, puesto que el texto impreso contiene numerosas erratas y confusiones.[22]
Según se deduce de otra carta de Maroto al poeta, el padre de Federico tuvo que desembolsar 1.700 pesetas para pagar la edición de Libro de poemas,[23] la impresión del cual, de acuerdo con el colofón del tomo, se acabó el 15 de junio de 1921. Era un libro de 299 páginas, pulcramente confeccionado, con 68 poemas fechados entre 1918 y 1920. Iba dedicado «A mi hermano Paquito» y llevaba las siguientes «Palabras de justificación» algo reminiscentes de las antepuestas a Impresiones y paisajes tres años antes:
Ofrezco en este libro, todo ardor juvenil, y tortura, y ambición sin medida, la imagen exacta de mis días de adolescencia y juventud, esos días que enlazan el instante de hoy con mi misma infancia reciente.
En estas páginas desordenadas va el reflejo fiel de mi corazón y de mi espíritu, teñido del matiz que le prestara, al poseerlo, la vida palpitante en torno recién nacida para mi mirada.
Se hermana el nacimiento de cada una de estas poesías que tienes en tus manos, lector, al propio nacer de un brote nuevo del árbol músico de mi vida en flor. Ruindad fuera el menospreciar esta obra que tan enlazada está a mi propia vida.
Sobre su incorrección, sobre su limitación segura, tendrá este libro la virtud, entre otras muchas que yo advierto, de recordarme en todo instante mi infancia apasionada correteando desnuda por las praderas de una vega sobre un fondo de serranía.[24]
Poesía radicalmente autobiográfica, pues, «imagen exacta» del alma del poeta adolescente: no cabe declaración de intenciones más neta.
El 1 de julio de 1921, José Mora Guarnido, que había seguido de cerca la génesis de Libro de poemas, así como los preparativos para su publicación, anunció en El Noticiero Granadino la buena nueva de la próxima aparición del volumen en los escaparates de las librerías. «Federico se ha resuelto por fin a romper el silencio, silencioso y tranquilo sosiego de su vida inédita, y dar sus poesías al lector —¡y al crítico!—. Trabajo ha costado convencerle a que lo haga», proclama Mora, que no duda de que la publicación del libro significa poner el primer peldaño de una fama que irá creciendo año tras año, pese al desinterés que pueda haber en Granada ante tal acontecimiento: «Un gran poeta, querida Granada, ¿qué descubrimiento es éste? “¿Para qué sirve un poeta?”, dirán en el Casino o en la terraza del Café Royal». Es el Mora Guarnido que ya conocemos, agresivo, antiburgués. Y está en plena, arremetedora forma:
¡Hace tanta falta un poeta en Granada! Hay que expulsar a carcajadas los pretenciosos orientalismos de Villaespesa. Y además hay que sanear nuestro ambiente lírico y barrer desdeñosamente los literatillos incongruentes e ignorantes de El Defensor. Nunca ha estado Granada tan vacía y tan pobre de arte. Ante la sequedad actual de toda fuente de vida artística, sequedad de pensamiento, sequedad de aspiraciones, falta de ideal, profusión excesiva de hombres razonables y prácticos, la mirada de los pocos que contamos estrellas en vez de céntimos buscaba un cantor de las estrellas, un cazador de ilusiones… El Libro de poemas de Federico García Lorca quizá constituya el punto de partida de una innovación del lirismo en España, y es, desde luego, la primera aportación granadina a la poesía española. En muchos años no se ha publicado un volumen de poesías tan denso. Será siempre para su autor y para los que en la amistad aspiramos y anhelamos junto a él valores mejores para nuestra tierra, una razón de legítimo orgullo.[25]
Del contenido temático de Libro de poemas les dice Mora poco, o nada, a los lectores del Noticiero. Aunque sí acierta al referirse a la densidad del tomo, que en efecto tenía, y tiene, con respecto a otros poemarios editados en las mismas fechas.
De mucho más peso que la reseña de Mora —al fin y al cabo dirigida a, o contra, sus paisanos granadinos— fue el artículo de Adolfo Salazar, «Un poeta nuevo. Federico G. Lorca», aparecido el 30 de julio de 1921 en El Sol de Madrid. Esta reseña atrajo para Lorca, durante algunos días, la atención de la intelectualidad española, dada la importancia del diario, y marcó así un hito en la carrera literaria del poeta.
Salazar, después de señalar las, para él, características del libro —poesía «en modo menor» que «se compone de los ingredientes más humildes del repertorio», amor a la Naturaleza, etc.—, señala que el tomo «es sólo un libro de transición, un “dignus est intrare” y un a modo de acta o fe de poeta con el que ese artista solicita el permiso de aventurarse por los terrenos inexplorados de la poesía».
Salazar no oculta el hecho de ser amigo del «poeta nuevo» reseñado, ni de haberse informado acerca de éste en lo referente a su evolución poética. «Antes de publicar sus versos actuales —dice—, Lorca ha querido recopilar en un libro las distintas muestras de su jornada poética. “Un libro de entronque” —dice él— donde se encuentran los frutos sencillos de su alborear y en donde se despide el poeta de esas horas ingenuas, antes de mostrar su labor presente». A Salazar le ha confiado Federico su proyecto de editar pronto otro libro de versos más recientes:
Mientras llega el otoño del año que corre, y con él el libro que García Lorca promete, en el que ahora nos ofrece se reúne una colección copiosa de poemas comprendidos entre los años 1918 y 1920. Es curioso observar el progreso continuo y firme que se muestra en sus versos conforme la fecha avanza, y es esto lo que autorizaría, de no saberse ya cuál es la rara categoría de este poeta, a ver en él una promesa del granar más rico.
En Libro de poemas, Adolfo Salazar —tengamos en cuenta que es músico y crítico musical— percibe la constante influencia de la poesía «de pura estirpe popular», así como la presencia de Juan Ramón Jiménez. «De ambos influjos —sugiere— proviene, acaso, su exquisita mezcla de aristocracia y popularidad que tiene la poesía de Lorca, y que es general en los poemas de 1920». En efecto, como señala Salazar, los poemas más recientes del libro ya tienen un «perfil moderno», producto del contacto del poeta con las nuevas corrientes estéticas que entonces circulan en España.
Vale la pena indicar que Adolfo Salazar no alude —como tampoco lo ha hecho Mora Guarnido— a la angustia erótica que impregna Libro de poemas. Tal vez prefirió silenciar este aspecto suyo, aspecto del cual, como amigo de Lorca, sería perfectamente consciente.
Que sepamos, sólo escribieron acerca de Libro de poemas otros dos comentaristas: Cipriano Rivas Cherif, en La Pluma,[26] y Guillermo de Torre, en Cosmópolis,[27] revistas, ambas, de Madrid. Los dos críticos coincidieron en señalar el carácter panteísta del mundo poético lorquiano. Y Torre, en plena exaltación ultraísta, reprochó al poeta, como era de esperar, los dejos de romanticismo perceptibles en el libro. No obstante, sabía apreciar las «imágenes originales» de los poemas más recientes de la colección, algunas de las cuales cita. Concluye su reseña:
Por los anteriores versos transcritos podrá deducirse la calidad admirable del lirismo de Lorca, que a su abandono de abolidas estructuras y añejas motivaciones logrará vencer el límite de transición en que se encuentra, y aceptando los imperativos de su modernidad inminente llegará a ser un genuino poeta de la nueva generación de vanguardia.
El joven Torre, uno de los capitanes del ultraísmo y ya buen amigo de Lorca, no cejaría en su empeño por atraer a éste hasta las filas del flamante movimiento vanguardista.[28] Pero Federico se mantendría fiel a sus propias intuiciones poéticas, aunque es indudable que la reacción ultraísta contra los excesos del romanticismo y del modernismo reforzó un proceso de contención ya iniciado antes de su llegada a la capital y del comienzo de su amistad con el propio Torre, Buñuel, Garfias y otros militantes de Ultra.
El 2 de agosto, desde Asquerosa, Federico le agradece efusivamente a Adolfo Salazar su reseña de Libro de poemas, así como la carta suya (del 31 de julio) que acaba de recibir.[29] Salazar le ha expresado en ésta, lealmente, algunos reparos en relación con el libro suprimidos en su reseña de El Sol. Y le contesta Lorca:
Estoy en absoluto conforme contigo en las cosas que me echas en cara de mi libro. ¡Hay muchas más!… pero eso lo vi yo antes… lo que es malo salta a la vista… pero, querido Adolfo, cuando las poesías estaban en la imprenta me parecían (y me parecen) todas lo mismo de malas. Manolo* te puede decir los malos ratos que pasé… ¡pero no había más remedio! ¡Si tú supieras! En mi libro yo no me encuentro, estoy perdido por los campos terribles del ensayo, llevando mi corazón lleno de ternura y de sencillez por la vereda declamatoria, por la vereda humorística, por la vereda indecisa, hasta que al fin creo haber encontrado mi caminito inefable lleno de margaritas y lagartijas multicol[or]es.[30]
* Se trata, probablemente, del pintor Manuel Ángeles Ortiz.
Aunque la elogiosa reseña de Adolfo Salazar había salido en uno de los diarios más reputados de España —¡qué más podía pedir Federico!— los padres del poeta no parecían estar satisfechos. Y sigue el poeta contándole a Salazar sus penas:
Ya ves cómo me pesarán esos versos terribles que me citas, que en mi casa ¡no hay un libro mío!… así es que estoy como si no lo hubiera publicado. Y si no fuera por mis padres (que dicen [que] soy un fracasado porque no hablan de mí), yo no te hubiera dicho que te enteraras de mis críticas, etc., etc.
Pero mi familia, que está disgustada conmigo porque no he aprobado las asignaturas, les gusta, claro está, que se hable del libro. Yo pienso escribirle a Peinado Chico, mi administrador, para que mande libros a los periódicos y terminemos ya de una vez, pues yo tengo toda mi ilusión en lo que hago ahora, que me parece lo mejor y más exquisito que he producido, para que en otoño vea la luz. Si tú ves a Canedo,* se lo avisas, y si no quiere, pues que se vaya a la porra, que yo no pido sino una cosa corriente y justa…[31]
* El crítico literario Enrique Díez-Canedo.
El «caminito inefable» que cree haber encontrado por fin es el de la suite, vehículo de expresión lírica que empieza a elaborar hacia finales de 1920, es decir en el período en que fecha las últimas composiciones de Libro de poemas. En Asquerosa este verano de 1921 —«Yo no te puedo decir lo enorme que es esta vega y este pueblecito blanco entre las choperas oscuras», le dice al músico amigo—,[32] trabaja intensamente:
Trabajo ahora mucho y creo que te gustará lo que hago, pues a mí me parece mejor que las suites que ya conoces. ¿Quieres que te envíe algo? Yo titulo estas cosas «canciones con reflejos», porque quiero tan sólo eso: dar la sublime sensación del reflejo con las palabras, quitando al temblor lo que tiene de salomónico. Hago también baladas amarillentas y un pequeñísimo devocionario en honor de nuestro padre inmortal Sirio… en suma, trabajo bastante…[33]
Pero ¿qué son estas «suites» —pronunciaba la palabra suite a la española—,[34] algunas de las cuales ya conoce Salazar? Se trata de poemas de versos cortos organizados en serie, por analogía con la suite musical de los siglos XVII y XVIII, que integraba una sucesión de danzas compuestas todas en la misma tonalidad. «El vínculo que une aquí cada poema al inicial —escribe André Belamich— es más estrecho: es el que existe entre un tema y sus variaciones, las “diferencias” de los vihuelistas del siglo XVI como Cabezón, Luis Milán, Mudarra».[35] Lorca pensó un momento llamar la colección Libro de las diferencias, subrayando así la idea musical inspiradora del conjunto.[36] Otro título desechado fue Cielo bajo, alusión a la vista del Albaicín por la noche que Falla, Lorca y sus amigos solían disfrutar desde el Cubo de la Alhambra.[37] «Estas series —resume Belamich— se presentan como las facetas de un mismo objeto o como las etapas de una meditación que va profundizando el mismo motivo».[38]
Hemos visto que, en su reseña de Libro de poemas, Adolfo Salazar anuncia que Lorca tiene preparada para el otoño (de 1921) la salida de otro libro en el cual mostrará su «labor presente». La contestación de Lorca a la carta de Salazar recibida a principios de agosto confirma que el poeta tiene, efectivamente, esta intención. Pero dicho libro, que no puede ser otro que las Suites, no aparecería ni aquel otoño, ni jamás en vida del autor, a pesar de ocuparle intensamente entre 1920 y 1923 y de las numerosas referencias posteriores, en sus cartas y entrevistas, a la anhelada publicación del mismo. Sólo en 1983, cuarenta y siete años después de la trágica muerte de Lorca, ha sido «reconstruido» el libro de las Suites, gracias a los pacientes esfuerzos de André Belamich. Se trata de más de dos mil versos inéditos que, añadidos a las pocas suites publicadas por el poeta en revistas y en el libro Primeras canciones (1936), forman un conjunto impresionante.
Belamich ha escrito, en la introducción a su edición crítica de las Suites, que éstas marcan «el punto de partida del gran río negro, meditativo y visionario, radicalmente pesimista que, corriendo por debajo de las Canciones y del Romancero gitano, anegaría Poeta en Nueva York y el Diván del Tamarit».[39] Extraña aseveración ésta, sin embargo, puesto que las características temáticas de Suites señaladas por el lorquista francés son también, como hemos visto, las dominantes en toda la producción inédita de la primera época del poeta, así como de Libro de poemas. La temática de las suites reunidas y editadas por Belamich no significa, nos parece, ningún nuevo «punto de partida» temático dentro de la obra lorquiana. Lo que sí representa este poemario de los años 1920 a 1923 es una notable depuración estilística con respecto a los versos anteriores, además de un desarrollo progresivo de temas ya expresados o esbozados.
En las suites compuestas durante el verano de 1921 son constantes, en efecto, las alusiones a la definitiva pérdida y frustración del amor, refiriéndose el poeta, insistentemente, a su corazón herido y desolado, que califica, en un momento dado, de «San Sebastián de Cupido».[40] También reaparece la añoranza de la niñez. En el poemilla «Canción bajo lágrimas», de la suite titulada «Momentos de canción» (10 de julio de 1921), ambos temas se funden, así como hicieran en poemas compuestos cuatro años antes:
En aquel sitio,
muchachita de la fuente,
que hay junto al río,
te quitaré la rosa
que te dio mi amigo,
y en aquel sitio,
muchachita de la fuente,
yo te daré mi lirio.
¿Por qué he llorado tanto?
¡Es todo tan sencillo!…
Esto lo haré ¿no sabes?
cuando vuelva a ser niño,
¡ay! ¡ay!
cuando vuelva a ser niño.[41]
En varios poemas juveniles de Lorca aparece el lirio, como aquí, en contraste con la rosa (o el clavel), emblemas florales del amor heterosexual.[42] Parece claro que el poeta está indicando, otra vez —como en la confidencia hecha en 1918 a Adriano del Valle, ya citada—, su condición de marginado sexual.
En su carta a Adolfo Salazar del 2 de agosto de 1921, escribe: «Veo que la vida ya me va echando sus cadenas. La vida tiene razón, mucha razón, pero… ¡qué lástima de mis alas!, ¡qué lástima de mi niñez seca!».[43] Aunque no se lo dice al amigo, está componiendo su «Suite del regreso», fechada cuatro días después y, sin duda, el poema más logrado y más personal que conocemos de este verano. La relación entre poema y carta salta a la vista. La suite empieza:
EL REGRESO
Yo vuelvo
por mis alas.
¡Dejadme volver!
¡Quiero morirme siendo
amanecer!
¡Quiero morirme siendo
ayer!
Yo vuelvo
por mis alas.
¡Dejadme retornar!
Quiero morirme siendo
manantial.
Quiero morirme fuera
de la mar.[44]
Es altamente significativo el primer esbozo de estos versos, luego desechado por el poeta:
EL CAMINO CONOCIDO
Yo vuelvo hacia atrás.
¡Dejadme que retorne
a mi manantial!
Yo no quiero perderme
por el mar.
Me voy a la brisa pura
de mi primera edad
a que mi madre me prenda
una rosa en el ojal.[45]
La suite desarrolla a continuación, en diez «variaciones», el tema de la infancia añorada, pero irrecuperable, del poeta, que quisiera poder volver atrás al mundo de su niñez en el pueblo, mundo seguro, envolvente y amoroso. En la sección «Realidad» —el título llama la atención— surge otra vez la figura de la madre, que, una tarde oscura de invierno, lee en voz alta, al lado del fuego, el episodio de Hernani en el que muere, «como un cisne rubio / de melancolía», doña Sol. Y reflexiona el poeta:
Yo debí cortar
mi rosa aquel día
Pura apasionada
de color sombría
al par que los troncos
dorados ardían.[46]
En las dos últimas «variaciones» de la suite, expresa su sentido de la futilidad de la vida sin amor, y recuerda a aquella «niña» suya perdida ya para siempre:
CASI-ELEGÍA
Tanto vivir.
¿Para qué?
El sendero es aburrido
y no hay amor bastante.
Tanta prisa.
¿Para qué?
para tomar la barca
que va a ninguna parte.
¡Amigos míos volved!
¡Volved a vuestro venero!
No derraméis el alma
en el vaso
de la Muerte.[47]
RÁFAGA
Pasaba mi niña
¡qué bonita iba!
con su vestidito
de muselina.
Y una mariposa
prendida.
¡Síguela, muchacho!
la vereda arriba
y si ves que llora
o medita,
píntale el corazón
con purpurina
y dile que no llore
si queda solita.[48]
Fijación materna —clave, para la crítica de orientación psicoanalítica, del mundo lorquiano—[49] y obsesión con el amor perdido o imposible: si es cierto que se ven claramente reflejadas en esta suite, también aparecen en otros muchos versos escritos por el poeta en esta misma época.
Este verano de 1921, de intensa actividad creadora, Federico no trabajaba sólo en las suites. Por la misma carta del 2 de agosto a Adolfo Salazar, sabemos que está inmerso también en el estudio de la guitarra flamenca:
Por las noches nos duele la carne de tanto lucero y nos emborrachamos de brisa y de agua. Dudo que en la India haya noches tan cargadas de olor y tan delirantes. Y, como es natural, yo te recuerdo como recuerdo a todos los míos y tengo la esperanza de que vendrás por aquí.
Además, ¿no sabes?, estoy aprendiendo a tocar la guitarra; me parece que lo flamenco es una de las creaciones más gigantescas del pueblo español. Acompaño ya fandangos, peteneras y er cante de los gitanos: tarantas, bulerías y romeras. Todas las tardes vienen a enseñarme el Lombardo (un gitano maravilloso) y Frasquito er de la Fuente (otro gitano espléndido). Ambos tocan y cantan de una manera genial, llegando hasta lo más hondo del sentimiento popular. Ya ves si estoy divertido.[50]
Pero si Federico estudiaba estos días, allá en Asquerosa, guitarra flamenca, no es cierto, como se ha supuesto erróneamente, que compuso entonces algunas composiciones de su futuro Poema del cante jondo. Como veremos, la idea de tal libro sólo cristalizaría aquel otoño al surgir el proyecto de organizar en Granada un concurso de cante jondo.[51]
De las primeras conversaciones de Falla y Lorca acerca del cante jondo de los gitanos de Granada no poseemos información documental alguna, aunque sí sabemos, por Miguel Cerón, que, con una anterioridad de dos años a la celebración, en junio de 1922, del concurso referido, éste, Falla y Federico ya visitaban juntos las cuevas del Sacromonte, que evocara el compositor en El amor brujo, y tenían amistad con varios cantaores y tocaores del célebre barrio granadino.[52]
Si a Manuel de Falla le fascinaba la música del cante jondo, Ramón Menéndez Pidal andaba ocupado, por las mismas fechas de la llegada de aquél a Granada, en la transcripción de los textos de romances populares. Escribe el gran filólogo en su monumental Romancero hispánico:
Recuerdo que cuando en 1920 hice un viaje a Granada, un jovencito me acompañó durante unos días, conduciéndome por las calles del Albaicín y por las cuevas del Sacro Monte para hacerme posible el recoger romances orales en aquellos barrios gitanos de la ciudad. Este muchacho era Federico García Lorca, que se mostró interesadísimo en aquella para él extraña tarea recolectiva de la tradición, llegando a ofrecerme recoger y enviarme más romances. Pero juventud y poesía le hicieron olvidadizo de su oferta.[53]
Durante su visita Menéndez Pidal recogió de labios de una criada de los García Lorca varios romances. Entre otros transcritos para él por Federico figuraban «Gerineldo» y «La condesita», recitados en la plaza de Mariana Pineda por una tal Isabel García, «de 35 años». Es probable que también volviera a Madrid con versiones de «Don Bueso» (luego armonizado por el poeta), del romance infantil de Mariana Pineda —que utilizará Lorca en su obra inspirada por la heroína granadina— y acaso de «Los pelegrinitos» (también armonizado por el granadino) y del romance de Tamar.[54]
Parece indudable que la estancia de Menéndez Pidal en 1920, unida a la presencia de Falla en la ciudad, reforzó el atractivo que ya desde hacía varios años tenían para Federico el Sacromonte, sus gentes y su cultura musical.[55] Resultado de todo ello serían, primero, el Poema del cante jondo y, luego, el Romancero gitano.
En el verano de 1921 también estuvo ocupado Lorca en escribir una obrita para títeres. La carta a Salazar, tan rica en información acerca de las actividades y proyectos del poeta por esos meses, demuestra que ya había hablado con el musicólogo acerca de la posibilidad de que ambos colaborasen en la creación de un teatro de muñecos que ayudase a resucitar la tradición de los cristobitas andaluces, en vías de perderse:
Los Cristobital los estoy machacando. Pregunto a todo el mundo, y me están dando una serie de detalles encantadores. Ya han desaparecido de estos pueblos, pero las cosas que recuerdan los viejos son picarescas en extremo y para tumbarse de risa. Figúrate tú que en una de las escenas un zapatero que se llama Currito er der Puerto quiere tomarle medida de unas botinas a Doña Rosita y ella no quiere por miedo a Cristóbal, pero Currito es muy retrechero y la convence cantándole en el oído esta copla:
Rosita por verte
la punta del pie
si yo te pillara
veríamos a ver
con una melodía de una chabacanería estupenda. Pero viene Cristóbal y lo mata de dos porrazos.
Siempre que este hercúleo celoso remata a sus víctimas dice, «Una, dos y tres, ¡al barranco con él!», y se oye un formidable golpe de tambor en el abismo del teatrito.
¡Verdad que es divertido! Dime lo que tú piensas hacer, que en seguida yo te daré una sorpresa.[56]
He aquí la raíz popular de la guiñolesca Tragicomedia de don Cristóbal y de la señá Rosita, que Lorca no terminará hasta el año siguiente. Una carta de Salazar al poeta, del 13 de agosto, da a entender que los dos amigos han hablado de la posibilidad de que una versión de la misma sea montada por Diáguilev:
A ver si descubres nuevas cosas para los cristobitas. La escena del zapaterillo resultará deliciosa y no debería faltar otra de un barberillo que afeite ante una puerta a Cristobitas. ¡Cómo haría esto Massine! Consigue de todo punto necesario el hacer dos versiones: una de ellas de ballet solo. Si consiguiéramos interesar a los rusos sería estupendo…[57]
Al finalizar el verano de 1921, editado ya Libro de poemas, Lorca tiene en marcha varios proyectos. Además, acaban de salir en Índice, la revista de Juan Ramón Jiménez, unos fragmentos de la suite «El jardín de las morenas», probablemente escrita a principios de año. Es la primera indicación pública de la nueva dirección que está tomando la poesía lorquiana y a la que había aludido Adolfo Salazar en su reseña de Libro de poemas.
La carrera literaria de Federico parece estar bien encaminada. ¿Y la universitaria? Es, en estos momentos, otra de las grandes preocupaciones del poeta. Este mismo agosto se matricula para examinarse en Lengua Arábiga, Paleografía y Bibliología, pero no se presentará luego a la convocatoria de otoño.[58] Y a partir de entonces ya nunca más será cuestión de «adornarse» con el título de licenciado en Filosofía y Letras.
¿Y la carrera de Derecho? Si su expediente universitario muestra que, entre 1916 y 1920, sólo se examinó en Historia General del Derecho, aprobada en 1917, también revela que reemprendió en serio sus estudios legales durante el curso 1921-1922.[59] En efecto, ayudado por su hermano Francisco —excelente estudiante de Leyes que terminó su carrera en 1922—, respaldado por don Agustín Viñuales, catedrático de Economía (a quien dedicará un poema del Romancero gitano), y otros miembros de la Facultad, entre ellos Manuel Torres López y Guillermo García Valdecasas, Lorca puso manos a la obra,[60] aprobando al final del curso Derecho Canónico, Político, Administrativo, Internacional Público e Internacional Privado, y luego, en septiembre de 1922, Derecho Penal, Derecho Civil (primer curso), Procedimientos Judiciales y Práctica Forense.[61]
El poste de llegada estaba ya a la vista. «He aprobado diez [sic] asignaturas —le escribe Federico, jubiloso, a Melchor Fernández Almagro aquel diciembre— y terminaré la carrera en enero. Entonces mi señor papá me dejará correr tierras. Pienso ir a Italia…».[62]
En enero de 1923, efectivamente, aprobará las dos últimas asignaturas pendientes, Derecho Civil (segundo curso) y Derecho Mercantil.[63] Es ya, por increíble que parezca, licenciado en Derecho. Con él han sido extraordinariamente indulgentes —¿hace falta decirlo?— los profesores de la Facultad de Derecho de Granada.
Al lado de Federico también terminará su carrera de Derecho el poeta ultraísta y crítico Guillermo de Torre, buen amigo suyo.[64] Acaba de publicar Hélices, denso libro de versos vanguardistas, y en una hoja encabezada con este título, impreso en letras de molde, estampa el futuro editor de Lorca esta dedicatoria: «A mi querido camarada Federico García Lorca —gran poeta de la sonrisa aérea. Con todo afecto. Guillermo de Torre. Granada, 23-I-1923».[65]
Así pues, a principios de 1923 el honor académico de la familia García Lorca se pone a salvo pero, según Francisco, de allí en adelante «Federico nunca quiso abordar el tema de sus estudios».[66] Podemos estar seguros de que, a partir de aquel momento, el poeta jamás volvería a abrir un libro de Derecho.