LOS VIAJES DE ESTUDIOS DE 1916
El 8 de junio de 1916, menos de dos semanas después de la muerte de Antonio Segura Mesa, Federico García Lorca salió de Granada, rumbo a Baeza, en su primer viaje de estudios con Berrueta. En esta excursión también participaron el catedrático de Lógica Fundamental de la Universidad de Granada, Alberto Gómez Izquierdo —corpulento y bondadoso eclesiástico— y los alumnos Luis Mariscal, Ricardo Gómez Ortega, Francisco López Rodríguez, Álvaro Castilla Abril, Gustavo Gómez Moya y Antonio Noguerol Martínez.[1]
Los viajes de estudios, inaugurados por Berrueta, como hemos dicho, en 1913, solían tener dos etapas fundamentales: la andaluza, siempre más breve, en primavera; y, en verano, la castellana.
Tales excursiones escolares eran prácticamente desconocidas entonces en España (Antonio Rodríguez Espinosa, maestro de Fuente Vaqueros y, luego, en Almería, fue, como señalamos antes, entusiasta de ellas), y las actividades de los granadinos contaban con amplios comentarios en la prensa local de los sitios visitados, además de efusivas atenciones por parte de las autoridades correspondientes. Todo lo cual halagaba a don Martín, persona no exenta de vanidad. A cambio de los agasajos recibidos de dichas autoridades —rectores de universidades e institutos, alcaldes, religiosos—, los granadinos solían ofrecer «charlas de viaje», en las cuales Berrueta lucía a sus alumnos y, a menudo, pronunciaba él mismo alguna pequeña conferencia sobre sus métodos de enseñanza. Eran excursiones simpáticas, fraternales, afanosas (el maestro insistía en que sus discípulos tomasen detallados apuntes de todo lo que veían) y, sin duda alguna, eminentemente beneficiosas para los estudiantes, ante quienes se abrían nuevos horizontes intelectuales y la posibilidad de conocer a una diversa gama de personalidades y paisajes.
Federico haría cuatro viajes con Berrueta: a Baeza, Úbeda, Córdoba y Ronda (junio de 1916); a Castilla, León y Galicia (otoño del mismo año); a Baeza otra vez (primavera de 1917); y una larga estancia en Burgos (verano y otoño de 1917). Fruto literario de estas excursiones sería el primer libro suyo, Impresiones y paisajes, publicado en la primavera de 1918.
En el viaje a Baeza de 1916, los granadinos conocieron al poeta Antonio Machado que, desde 1912, año en que perdiera en Soria a su mujer Leonor, enseñaba en el Instituto General y Técnico, antes universidad, de aquel «pueblo húmedo y frío, / destartalado y sombrío, / entre andaluz y manchego», como él mismo lo había descrito ya en su extraordinario «Poema de un día».[2] Machado era amigo, aunque no muy íntimo, de Berrueta, y admiraba las ideas e iniciativas pedagógicas del salmantino. Por ello, y venciendo su habitual apartamiento, se mostró dispuesto a tratar con afabilidad a los estudiantes de Granada.
En la tarde del 10 de junio de 1916 se reunió el grupo en el Instituto para escuchar al gran poeta de Campos de Castilla. Unos minutos antes de que empezara el acto, Ricardo Gómez Ortega apuntó en una carta a su familia: «Ahora vamos a oír a un señor Machado del Instituto que es poeta (bueno según D. Martín) y que nos va a leer sus últimas producciones».[3] La lectura fue un éxito. En su próxima misiva, redactada aquella noche, escribía el mismo alumno: «En la carta que habréis recibido con la fecha de hoy estaba en el Instituto antes de que Machado leyese sus poesías. Ya las ha leído. Son estupendas. Es un tío. Luego D. Martín leyó otra de Pinilla. De esto no tengo que decir más que las [sic] escribió Pinilla y las [sic] leyó D. Martín. Si no fuese por el temor de que tomaseis el rábano por las hojas (aunque todo contribuye) os diría que dos lagrimones…».[4]
Pocos días después, El Noticiero Granadino comentaba (en una nota anónima debida, probablemente, a la pluma de Luis Mariscal, «cronista oficial» de aquellos viajes):
En Baeza, el insigne Machado, haciendo una excepción imponderable en su modo de vivir silencioso y modesto, accedió a los ruegos del señor Berrueta y en una charla de fuerte intimidad leyó escogidas composiciones suyas —algunas inéditas— haciendo llegar gota a gota toda su expresión al alma de sus embebecidos oyentes.[5]
Ricardo Gómez Ortega recordaría en 1966 que, aquella tarde, leyó Machado, además de composiciones suyas, algunos poemas de Rubén Darío, «con una voz hueca, pero no tan hueca como la de Juan Ramón Jiménez», a los que dio una expresión de gran intensidad.[6] Darío, a quien Machado conocía y admiraba, había muerto en febrero de aquel año, circunstancia que, seguramente, prestaría a esa lectura una especial fuerza. Para Lorca la ocasión de conocer en persona a Antonio Machado, y de oírle recitar, tiene que haber sido una experiencia conmovedora.
Aquella mañana del 10 de junio, Alberto Gómez Izquierdo había dicho misa en el seminario de Baeza, misa «acompañada —según carta antes citada de Ricardo Gómez Ortega— por el piano que Lorca ha manejado».[7] Después del acto del Instituto, Federico actuó otra vez, ofreciendo un concierto al cual no sabemos si asistió Machado. Gómez Ortega, a quien Lorca no le caía muy simpático —tal vez por el hecho de ser éste de familia rica, mientras la suya disponía de pocos medios— continúa escribiendo a su familia: «Luego Federico tocó en el “Casino de Artesanos”, donde hay un magnífico piano, unas cosas suyas atroces. Una “El Albaicín” enorme y una “Romántica” colosal. Y otras muchas cosas».[8] El Noticiero Granadino fue más elogioso:
Por la noche, el alumno señor García Lorca obsequió a los acompañantes en el Casino, ejecutando al piano con el gusto que le es característico, hermosos trozos de música clásica y algunas de sus composiciones de motivo andaluz que fueron muy aplaudidos.[9]
Desde Baeza pasaron don Martín y sus discípulos a Córdoba, donde estuvieron tres días. Tres días en los cuales —no faltaba más— «se aprovechó el tiempo».[10] Visitaron los monumentos más destacados de la ciudad. Pasaron muchas horas, de día y de noche, en la Mezquita. Y estudiaron detenidamente y «elogiaron con vivo entusiasmo»[11] los cuarenta y ocho cuadros de Juan Valdés Leal entonces reunidos en Córdoba para una importante exposición inaugurada el 25 de mayo.[12]
Federico, que no evoca directamente su visita a Córdoba en Impresiones y paisajes, sí recuerda allí a Valdés Leal, motejado entonces por los cordobeses como «el pintor de los muertos», y especialmente el famoso y macabro cuadro conocido como El obispo podrido. «Cuando se mira un sepulcro —escribe en el capítulo “La ornamentación”—, se adivina el cadáver en su interior sin encías, lleno de sabandijas como la momia de Becerra,* o sonriendo satánicamente como el obispo de Valdés Leal».[13] En otro momento del libro, al describir a una prostituta del Albaicín, «la canéfora de pesadilla», se le ocurre imaginarla como «amada por Valdés Leal o martirio para Jan Weenix».[14] Algunos años después, en su conferencia «Juego y teoría del duende», el poeta apreciaría en El obispo podrido una expresión más de la obsesión española con la muerte.[15]
* Se trata, casi con toda seguridad, de la escultura «La muerte», atribuida entonces a Gaspar Becerra y que Lorca vería en la colección del Museo Nacional de Escultura durante su visita a Valladolid en 1917.
También recordaría la visita del grupo al famoso puente romano sobre el Guadalquivir, en el centro del cual se encuentra la estatua del arcángel san Rafael, custodio de la ciudad, cuyo reflejo en el agua acaso evoque el poeta en el romance dedicado a aquella ciudad (san Rafael siempre lleva un pez en la mano):
Un solo pez en el agua.
Dos Córdobas de hermosura.
Córdoba quebrada en chorros.
Celeste Córdoba enjuta…[16]
La prensa cordobesa se deshizo en elogios a Berrueta y a sus alumnos, señalando que el grupo publicaría pronto los resultados de sus investigaciones en un tomo llamado Los palacios españoles.[17] Pero dicho volumen nunca se editó, y probablemente no pasaba de ser un proyecto más entre los muchos que bullían en la cabeza de Berrueta.
Terminaron los granadinos su viaje con una visita a Ronda (ciudad natal de don Fernando de los Ríos), donde fueron hospedados y agasajados por los padres agustinos del Colegio de Moctezuma. En el Convento de las Franciscanas Descalzas estudiaron y fotografiaron la imagen de la Virgen del Patrocinio, atribuida a Alonso Cano, y que, por lo tanto, tenía especial interés para Berrueta, gran admirador —ya lo señalamos— de aquel escultor.[18]
Durante la visita a Ronda dio Federico otro concierto, en obsequio a los padres agustinos quienes, a cambio —había entre ellos numerosos vascos—, ofrecieron a los estudiantes de Granada un recital de cantos de su tierra.[19] No es ocioso especular sobre las consecuencias de este inesperado contacto entre el joven músico granadino, apasionado estudiante del folklore andaluz, y aquellos padres melómanos de las provincias vascongadas. Bien pudiera ser que tal encuentro estimulara la curiosidad de Lorca hacia la música popular del norte de España.
Pocos días después el grupo estuvo de vuelta en Granada, completando así la primera etapa de su viaje de estudios. El 18 de junio se publicó en El Noticiero Granadino un telegrama de Natalio Rivas, cacique político granadino y, en aquellos momentos, subsecretario de Instrucción Pública en Madrid:
Subsecretario Instrucción Pública a catedrático Universidad Berrueta. Enterado su viaje de estudio felicítole sinceramente por su labor cultural tan útil y provechosa y le saludo como a todos sus alumnos.[20]
Según la revista Lucidarium, Berrueta recibió al mismo tiempo la noticia de que el Gobierno le había otorgado una subvención para su próximo grand tour de Castilla, León y Galicia,[21] viaje que pondría a Federico en contacto, por primera vez, con aquellas tierras.
Berrueta cayó enfermo ese verano —¿primer indicio del cáncer que iba a acabar con él en 1920?—, y hubo que aplazar la segunda etapa de la excursión hasta el otoño.[22]
En Baeza, Federico había congeniado con un joven de aspiraciones literarias llamado Lorenzo Martínez Fuset, nacido en Úbeda en 1899, que estudiaba el bachillerato en el Instituto General y Técnico de Granada.[23] En casa de la familia del mismo, Lorca había interpretado al piano «un precioso tango» de su propia composición, una copia de cuya partitura prometió remitir desde Granada a su amigo.[24] Pero no lo haría, pese a las repetidas quejas del joven y sus hermanas.
Martínez Fuset y Lorca inician este verano una correspondencia epistolar que durará varios años. Pero si en el archivo del poeta se conservan las cartas del baezano, las de Federico parecen haber sido perdidas, o destruidas.*
*Según nos comunicó la familia de Martínez Fuset en carta del 8 de noviembre de 1965, no constaba en el archivo de aquel amigo de Lorca, ya fallecido, ninguna carta del poeta. En dicha carta se nos sugirió que tal correspondencia pudo ser destruida en Baeza durante la guerra. Otra posibilidad es que la destruyera el propio Martínez Fuset, por comprometedora.
Las cartas de Martínez Fuset nos proporcionan algunos datos más sobre las composiciones pianísticas de Federico de esta época, y demuestran que, a alguna de ellas, había puesto letra José Mora Guarnido. Durante el verano, Lorenzo escribe:
Mi hermana espera con verdadera impaciencia las composiciones musicales, y acerca de lo de «MURMULLOS EN EL ALBAICÍN» sepan que el propietario soy yo y que tengo muchos compromisos contraídos para tocarlo, y no digo nada del tango cuando lo tarareo. Lo de «LA SONATA DE LA NOSTALGIA» desde ahora te digo que es una cosa admirable pues tú sabes que nuestros gustos coinciden y basta que a ti te guste para que a mí sea lo mismo. Mora se puede quedar con sus letras a pesar de que éstas son buenas, pues no se puede esperar menos de un tan afamado periodista.[25]
Martínez Fuset tiene un pobre concepto de Mora Guarnido, y considera —como tantos otros— que él es el único auténtico amigo de Federico. «Verdaderamente te compadezco por la continua pelma de Mora —le escribe el 15 de julio—, pero qué se le va a hacer si el mundo es así y está lleno de pelmas, como ese señor que es un ser que quiere ser un parásito de ti, el más bueno que hay en el mundo». Toda su vida el poeta tendría que sobrellevar las envidias y rencores que suscitaba, inevitablemente, su persona.
La familia García Lorca abandona durante este verano de 1916 la casa de la Acera del Darro donde han vivido desde su llegada a Granada en 1909, mudándose provisionalmente a un piso de la Gran Vía, número 34,[26] antes de instalarse el año siguiente en la Acera del Casino, número 31.
Enfrente de la nueva casa de la familia en la Gran Vía vivía entonces una muchacha extravagante y guapísima, Amelia Agustina González Blanco, conocida luego como La Zapatera por el hecho de llevar una zapatería en la calle de Mesones. Cosa insólita por estas fechas, y más en Granada, Amelia Agustina era una mujer intensamente política, de ideas feministas, y, habiendo fundado un partido llamado El Entero Humanista cuyo lema era «Paz y alimentación» y que preconizaba, además, la reforma del alfabeto, se presentaría candidato a concejal hacia 1920.[27] De las cartas de Martínez Fuset a Federico se desprende que a éste le fascinó durante un período —1916-1917— Amelia Agustina quien, en 1936, sería fusilada no lejos del poeta.
Después del verano Berrueta se repone, y la segunda etapa del viaje de estudios de 1916 se inicia, finalmente, el 15 de octubre. Esta vez el grupo es más reducido que el anterior, integrándolo, además de don Martín y Lorca, los alumnos Luis Mariscal, Ricardo Gómez Ortega, Rafael Martínez Ibáñez y Francisco López Rodríguez.[28]
La subvención del Gobierno asciende a mil quinientas pesetas, cantidad no despreciable entonces. Concluido el viaje, Berrueta escribiría al rector de la universidad granadina:
Como dato curioso anticiparé a V. E. que cada alumno y yo de mi parte hemos añadido para los gastos totales de la excursión, a la subvención del Estado, ciento diez y nueve pesetas con once céntimos, y con esto ha habido para correr tanta tierra, ver tanta hermosura de arte, instruirse y educarse copiosamente, y para vivir con holgura. Son los milagros de la buena voluntad y de los altos ideales.[29]
Fue, en realidad, una excursión ambiciosa: Madrid, El Escorial, Ávila, Salamanca, Zamora, Santiago de Compostela, La Coruña, Lugo, León, Burgos y Segovia. Durante ella se ofrecieron cuatro charlas de viaje (Ávila, Salamanca, Zamora, Burgos), en las tres primeras de las cuales participó Federico. Típico comentario fue el de El Diario de Ávila:
Para final de velada, el músico, como le llaman sus compañeros al señor García Lorca, ejecutó magistralmente en el piano el poema titulado «El Albaicín», composición suya, obra de técnica a la manera clásica y expresión de los aires andaluces. Muy bien por el Sr. Lorca, digno continuador de Albéniz en la obra de reconstitución de la música andaluza.[30]
En su comunicación al rector de la Universidad de Granada ya citada, Berrueta le explica a éste que «el término medio de las horas de visita a los monumentos y estudio de obras artísticas ha sido de ocho horas diarias», añadiendo que «a éstas deben agregarse otras dos para escribir apuntes y notas del viaje». Se han conservado varios borradores de Lorca que, sin duda alguna, corresponden a este viaje y a los requisitos de Berrueta. Algunos de ellos, reelaborados posteriormente, pasarán a Impresiones y paisajes. Los dedicados a Ávila, por ejemplo. La ciudad amurallada, cuna de santa Teresa, le entusiasmó. Característica de estas cuartillas es la predilección del joven por las imágenes musicales, reflejo de la transición que se operaba entonces, después de la muerte de Segura Mesa, en su espíritu de artista:
Impresión de viaje
ÁVILA
En una noche negra y lluviosa llegué a la ciudad de los grandes recuerdos. Al cruzar sus estrechas y misteriosas calles una honda emoción me cautivó. Todo estaba obscuro y callado. El viento modulaba fúnebres y miedosas tocatas. Las callejuelas retorcidas y extravagantes eran como los tubos de un gran órgano que el aire hiciera sonar. La vieja población estaba dormida - - - - -
Aquella noche las campanas de la catedral hablaron tan hondas y melancólicas y [sic] me tapé los oídos por no sentirlas. Tenía miedo de oír la durmiente sinfonía de la ciudad convertida en órgano por el viento y a las campanas diciendo su melodía de bronce - - - - -
Mi alma estaba como en espera de algo que la haría gozar intensamente y oraba llena de una dulce embriaguez mística - - - - -[31]
En Salamanca, ciudad natal de Berrueta, los viajeros conocieron a Miguel de Unamuno,[32] pero no hay ninguna referencia en Impresiones y paisajes a este encuentro, ni descripción de la ciudad del Tormes, desde la cual el grupo pasó a Zamora. Del largo viaje de trece horas en tren que los llevó desde aquella ciudad hasta Santiago de Compostela, queda constancia en un artículo de Lorca, publicado un año después en la revista Letras de Granada.
Galicia le encantó desde el primer momento. En dicho artículo evoca la vista, desde el tren, de las «grandes praderas con un verde luminoso» que van desfilando ante sus ojos:
Se comprende viendo el paisaje de Galicia el carácter triste de sus habitantes y su música, música que dice de penas, de amores, de imposibles… La gaita gallega tiene sonidos de miel, sus melodías huelen a cantueso y a tomillo…[33]
Berrueta y sus discípulos pasaron cinco días en Santiago, visitando con su habitual aplicación todos los monumentos notables de la ciudad, que tuvieron la suerte de conocer bajo la lluvia y que, aquel mismo año, evocaría Ramón del Valle-Inclán en La lámpara maravillosa. Sobre las actividades del grupo en Santiago salieron en la prensa local abundantes comentarios en los cuales no escaseaban los elogios de turno a don Martín. He aquí un ejemplo típico:
Algunos de estos alumnos dan conferencias en los Centros Universitarios, que recorren, y entre ellos hay un joven artista, Federico García Lorca, discípulo del malogrado maestro Granados. La cultura de estos escolares de Granada es el fruto natural de una enseñanza sólida. Ellos mismos cuentan su vida en la Universidad como algo único en España. La clase de Berrueta en la Facultad de Filosofía y Letras es un verdadero museo. Sin lista y sin libro, sin otra exigencia que el amor al estudio, no tienen otro programa que trabajar en colaboración íntima con el maestro.[34]
La referencia a Enrique Granados nos recuerda que Europa estaba sumida entonces en una despiadada guerra, que seguían en la prensa, ávidamente, los españoles, divididos entre francófilos y germanófilos. Granados, con cuyo arte Lorca estaba, es cierto, en deuda, acababa de perecer en el canal de la Mancha cuando el barco en que volvía desde Estados Unidos, el Sussex, fue torpedeado por un submarino alemán.
Una de las visitas más insólitas del grupo en Santiago fue al célebre manicomio de Conjo, antiguo monasterio, donde pudieron conversar con algunos reclusos. Gómez Ortega guardaría imborrable recuerdo de aquella visita y, en particular, del diálogo que mantuvieron sobre filosofía y literatura con un personaje cultísimo y, aparentemente apacible, pero que, según descubrieron después los granadinos, había despedazado a su mujer.[35]
Martín Domínguez Berrueta era hombre sensible a la injusticia social, y ello pudo influir en Lorca quien, desde sus primeros escritos, muestra una honda compenetración con los que sufren. En una de las mejores páginas de Impresiones y paisajes, Federico recordará la visita del grupo al miserable hospicio compostelano de Santo Domingo de Bonaval.[36] Tanto por su técnica literaria impresionista, típica de este libro juvenil, como por su contenido, el breve texto merece ser citado íntegramente:
UN HOSPICIO DE GALICIA
Es el otoño gallego, y la lluvia cae silenciosa y lenta sobre el verde dulce de la tierra. A veces, entre las nubes vagas y soñolientas se ven los montes llenos de pinares. La ciudad está callada. Frente a una iglesia de piedra negriverdosa, donde los jaramagos quieren prender sus florones, está el hospicio humilde y pobre… Da impresión de abandono el portalón húmedo que tiene… Ya dentro, se huele a comida mal condimentada y pobreza extrema. El patio es románico… En el centro de él juegan los asilados, niños raquíticos y enclenques, de ojos borrosos y pelos tiesos. Muchos son rubitos, pero el tinte de enfermedad les fue dando tonalidades raras en las cabezas… Pálidos, con los pechos hundidos, con los labios marchitos, con las manos huesudas, pasean o juegan unos con otros en medio de la llovizna eterna de Galicia… Algunos, más enfermos, no juegan, y sentados en recachas están inmóviles, con los ojos quietos y las cabecitas amagadas. Otro hay cojito, que se empeña en dar saltos sobre unos pedruscos del suelo… Las monjas van y vienen presurosas al son de los rosarios. Hay un rosal mustio en un rincón.
Todas las caras son dolorosamente tristes…; se diría que tienen presentimientos de muerte cercana… Esta puerta achatada y enorme de la entrada ha visto pasar interminables procesiones de espectros humanos, que pasando con inquietud han dejado allí a los niños abandonados… Me dio gran compasión esta puerta por donde han pasado tantos infelices…, y es preciso que sepa la misión que tiene y quiere morirse de pena, porque está carcomida, sucia, desvencijada… Quizá algún día, teniendo lástima de los niños hambrientos y de las graves injusticias sociales, se derrumbe con fuerza sobre alguna comisión de beneficiencia municipal, donde abundan tanto los bandidos de levita, y aplastándolos haga una hermosa tortilla de las que tanta falta hacen en España… Es horrible un hospicio con aires de deshabitado, y con esta infancia raquítica y dolorosa. Pone en el corazón un deseo inmenso de llorar y un ansia formidable de igualdad…
Por una galería blanca y seguido de monjas avanza un señor muy bien vestido, mirando a derecha e izquierda con indiferencia… Los niños se descubren respetuosos y llenos de miedo. Es el visitador… Una campana suena… La puerta se abre chillando estrepitosamente, llena de coraje… Al cerrarse, suena lentamente como si llorara… No cesa de llover…[37]
En esta prosa oímos la auténtica voz del escritor naciente. Voz de protesta que, a veces soterradamente, a veces a gritos, se elevará en toda la obra lorquiana.
Después de su estancia en Santiago el grupo visita rápidamente La Coruña. «Ya estamos en Coruña —escribe en un apunte—. La ciudad es lindísima. Muchos jardines; calles alegres. Las casas con miradores de cristales. Mucha vida. Movimiento. Trabajo. En el puerto, las barquillas agrupadas se besan unas a otras a impulsos del agua, tan postiza que parece jarabe».[38]
Pasan los granadinos a continuación por Lugo y León —en esta última ciudad su guía es Juan Domínguez Berrueta, hermano de don Martín—,[39] y, finalmente, llegan a Burgos, meta principal de casi todos los viajes de estudio dirigidos por el enérgico catedrático de arte.
Hemos mencionado que la madre de Berrueta era burgalesa, y que el hijo pasó frecuentes temporadas en la ciudad de niño. Podemos agregar que Berrueta, todavía joven, había publicado sus primeros trabajos literarios en El Diario de Burgos —siempre sería fiel colaborador de este periódico—[40] y que, a partir de 1908, participó en los cursos de verano organizados en la ciudad por la Unión Escolar Franco-Española bajo la dirección de Ernest Mérimée, de la Universidad de Toulouse.[41] Parece ser que fue la experiencia de conocer y enseñar a aquellos jóvenes extranjeros lo que le abriera los ojos a las posibilidades culturales de los viajes de estudio. Además, durante dichos cursos conoció a otro profesor español que se interesaba por los métodos experimentales de enseñanza, José Sarmiento Lasuén, quien le estimuló en la búsqueda de nuevos adelantos pedagógicos. Berrueta escribió luego el prólogo a un libro de Sarmiento Lasuén, en el cual atribuye a éste su propia preocupación por la sicología infantil y la aplicación de los modernos conocimientos en la materia a los problemas de la enseñanza.[42]
Por muchos motivos, pues, don Martín se sentía íntimamente ligado a Burgos, y hacía todo lo posible por transmitir a sus alumnos este fervor, llevándolos a visitar hasta los más recónditos rincones de la ciudad amada.
El 3 de noviembre de 1916 los viajeros ofrecieron una «charla» en el Instituto de Burgos, en la cual Federico no participó, probablemente porque allí no había piano. Aquella tarde Luis Mariscal lució sus indudables capacidades de orador, y Berrueta, después de sintetizar la labor realizada durante la excursión, reiteró su compromiso para con la juventud universitaria española y lanzó una característica catilinaria contra los responsables de Instrucción Pública:
Yo hago obra de espíritu. Y salvando al benemérito profesorado de Institutos, al que le encomienda el Estado una misión pedagógica enorme y que tiene que sufrir las necedades de los padres de familia y las necedades de los Poderes públicos, nosotros, los de la Universidad, tenemos una responsabilidad grande para con la Patria. Tenemos abandonada a la juventud, y nuestro deber es darle por entero nuestra vida, formarla en espíritu de caballerosidad, de salud y de trabajo.[43]
El 8 de noviembre los viajeros estaban de vuelta en Granada, donde se reintegraron a sus estudios.[44]
Federico, bajo la influencia de aquel buen maestro, ya empezaba a sentirse escritor y, en febrero de 1917, aparecería por primera vez su firma en letras de molde, en un número extraordinario del Boletín del Centro Artístico y Literario de Granada dedicado al centenario del nacimiento del poeta José Zorrilla.
La colaboración, titulada Fantasía simbólica, demuestra que la tendencia dramática está presente en el poeta desde los primeros momentos de su creación literaria. Se trata, en realidad, de una pequeña obra de teatro —no concebida, ciertamente, para ser representada— en la cual el autor bucea en el alma de Granada. Es significativo que, en la primera frase del primer trabajo publicado por Lorca, aparezca la palabra «romántico»: por esas fechas se declaraba, repetidamente, romántico, y la voz aparece una y otra vez en Impresiones y paisajes. También llama la atención la presencia de Ángel Ganivet en este texto auroral, presencia que indica la importancia que tuvo para Lorca el gran pensador granadino desaparecido en 1898:
FANTASÍA SIMBÓLICA
La ciudad está dormida y acariciada por la música de sus románticos ríos…
El color es plata y verde obscuro… y la sierra, besada por la luna, es una turquesa inmensa. La niebla está saliendo de las aguas y agrandando el paisaje. Los cipreses están despiertos y moviéndose lánguidos inciensan la atmósfera… y el aire convierte en órgano a Granada, sirviéndole de tubos sus calles estrechas… El Albayzín tiene sonidos vagos y apasionados y está envuelto en oropeles suaves de luz obscura… Sus casas tristes y soñadoras que mueve la niebla, parece que quieren contarnos algo de lo mucho grande que miraron… La vega es acero y polvo gris. Nada se oye que retumbe en el silencio… El río de oro gime al perderse por el túnel absurdo… el espejo del Generalife corre a desposarse con su novio el Genil… Sobre las torres cobre y bronce de la Alhambra, flota el espíritu azulado de Zorrilla. El viento tiembla y el bosque tiene sonidos metálicos y de violoncellos… Las esquilas de los conventos, están llorando lágrimas de hierro y castidad… La campana de la Vela, está diciendo una melodía tan grave y augusta, que los cipreses y los rosales tiemblan nerviosamente…
LA CAMPANA DE LA VELA
Cuando sueno tan triste y muriente es porque lloro algo que se fué para siempre… Mi amada la ciudad fué cantada por un hombre tan enamorado de ella que llegué a tener celos de él… pero cuando se fué de la tierra lo lloré más que nadie, y tanto lo llamé, que un día que su espíritu pasó por aquí, me dejó en mi alma de hierro su corazón… Yo soy el corazón del poeta y mis sonidos son sus latidos. Por eso, cuando sueno tan desolada y melancólica en las noches granadinas, es porque lloro la voz del que suspiró por mi amada…
Encima de la Alhambra hay una gran oscilación de luz dorada. Los árboles del bosque se pararon y los naranjos dejaron caer sus frutas de seda… Las luces de las callejas del Albayzín se apagaron, y el río Dauro haciendo un arpegio de cristal se puso a cantar en tono menor… La vibración eléctrica se acentuó y una voz olorosa, pasional y trágica habló…
LA VOZ
Yo floto aquí sobre este palacio de pesadilla… porque formo parte de él; yo no puedo retirarme de esta ciudad porque soy ella misma…
Mi espíritu no está con el supremo porque este es mi paraíso… Mi frente de mortal fué coronada en este monte de ilusión. Yo me esfumé una noche con estrellas rojas y mi espíritu volando se posó sobre esta ciudad de ensueño y poesía… Ella me hizo poeta, ella me obligó a cantarla hablándome sus aguas, ella me embriagó con las esencias de sus cármenes…* El río, que trae oro en sus aguas, se desbordó y comenzó a gritar llamando a quien había hablado…
EL DAURO
¿Quién habló? Mis entrañas de oro han temblado esta noche de misterios. ¿Qué voz turbó mis tocatas? ¿Quién eres que hablas así tan apasionadamente?
LA CAMPANA DE LA VELA
¿No lo sabes?… ¡Si tú fuiste su corona! No reconoces la voz que tantas veces nos adormeció con su sonar? Es el espíritu del poeta… Es la musical voz del que sintió más el alma de Granada…
LA VOZ DE GANIVET (con sonido de rosa marchita).
Mientes, mientes; el enamorado de Granada fui yo y mi espíritu inquieto y atormentado está escondido para verla mejor en las heridas de la vega. Yo soy el que ama a la ciudad romántica con amor de fuego. No la pude cantar, porque el agua de hielo me fascinó y me escondí en sus senos…
LA CAMPANA
También eres tú grande y amante de la moruna ciudad. Tú y Zorrilla sois sus trovadores geniales… Pero tú te apagaste… y Zorrilla vivió…
EL RÍO (con voz de campana).
¡Salve! ¡Salve!
La luz era extraña y violeta. El silencio comenzó a tocar su ruido desfallecido y de raso negro y los ríos siguieron con su beso eterno… El color de todo era azul, plata y rosa… Unas guitarras sonaban desgarradas y sublimes. Sus bordoneos eran gritos de amor y pasión. Las flores de los balcones estaban abriéndose, y los gallos hablaban unos con otros…
Granada era un sueño de sonidos y colores.[45]
* Aquí termina hablando la voz de Zorrilla. La frase que sigue es, a todas luces, una acotación escénica.
Esta prosa demuestra que, en los siete años y medio que ya llevaba viviendo en Granada, Lorca se había impregnado de la visión romántica, nocturna, de la ciudad: obsesión con el brillante pasado de la capital nazarí («lo mucho grande» de la Granada anterior a la conquista cristiana), tristeza ante la destrucción de aquella cultura polifacética y riquísima, sentido del misterio que encierra el lugar, impaciencia ante la estrechez de aquel ambiente. Y si, al aludir en su obra posterior a Granada, Lorca afinaría y limaría sus observaciones al respecto, suprimiendo la palabra «romántico» y aledaños y evitando, generalmente, referencias explícitas a la Alhambra y a lo árabe, siempre seguirá fiel a la visión de una ciudad trágica, recóndita, misteriosa, secreta, de alma ausente.
Pero ¿estrechez del ambiente granadino? Sí, mas pese a ello había entonces en Granada jóvenes de gran valía que, con Lorca, soñaban con levantar una obra personal y contribuir al renacimiento cultural de la ciudad. Merecerá la pena que evoquemos aquí al grupo del cual Lorca formaba parte y del cual recibía valiosísimos apoyos y estímulos, máxime en ese crucial año de 1917, durante el cual fechará así uno de sus manuscritos: «1 año en que salí hacia el bien de la literatura».[46]