BACHILLERATO Y MÚSICA
Según el sistema de bachillerato vigente en España a principios del siglo XX, los alumnos podían prepararse para el Grado bien en los Institutos Generales y Técnicos —que así se llamaban entonces—, bien en colegios privados o, lo que era frecuente, en ambos a la vez. En el último caso, los profesores del centro docente privado repasaban, ampliaban y reforzaban la enseñanza oficial impartida en el Instituto.
Federico García Rodríguez, recién llegado a Granada desde la Vega con su familia, no quería que sus hijos Federico y Francisco estudiasen con los curas.[1] De no haber sido así, lo más seguro es que hubiesen ingresado en el prestigioso Colegio de los Padres Escolapios, situado al otro lado del Genil, cerca de la casa de los García Lorca en la Acera del Darro, y donde solían matricularse los vástagos de la burguesía granadina acomodada.
En vista de que un primo de Vicenta Lorca, Joaquín Alemán Barragán, dirigía en Granada un pequeño colegio particular, de orientación más bien laica, el matrimonio tomó la decisión de enviar allí a los dos hermanos.
El establecimiento regido por Joaquín Alemán, a pesar de ser seglares tanto su director como el profesorado, se llamaba Colegio del Sagrado Corazón de Jesús. Se trataba, sin duda, de una concesión a la necesidad de guardar las formas religiosas en una ciudad caracterizada por el tradicionalismo de su clase media.
El edificio, una amplia casona de típica arquitectura granadina, con patio, se situaba en la diminuta placeta de Castillejos, que desemboca, a pocos pasos de la catedral y de la universidad, en la calle de San Jerónimo. Francisco García Lorca afirma que el colegio estaba «lejos de nuestra casa».[2] Pero esta aseveración sólo tiene sentido si tenemos en cuenta la reducida geografía de la Granada de entonces, pues en realidad el Colegio del Sagrado Corazón distaba sólo unos ochocientos metros del hogar de los García Lorca.
Bajo los cuidados de don Joaquín Alemán estudió Federico los años del bachillerato, asistiendo simultáneamente, por las mañanas, a las clases del Instituto. Éste no disponía entonces de local propio, y estaba instalado en el Colegio de San Bartolomé y Santiago, al lado de la universidad.
En ambos centros coincidirían Federico y Francisco durante varios años.
Francisco tenía mucha más aptitud para los estudios que su hermano. Rememorando aquellos años recuerda que su madre tuvo que regañar con frecuencia al hijo mayor. «Cuántas veces habré oído aquella voz tan cultivada, diciendo: “¡Federico, estudia!”».[3] Don Joaquín Alemán, por su parte, declararía años después de la muerte del poeta, y algo injustamente, que el joven Lorca «no hacía más que dibujar, llenando sus cuadernos de figuras y de caricaturas».[4] Algunos de estos dibujitos se han conservado, y demuestran un indudable talento.[5] También recordaría don Joaquín que Federico «era un compañero excelente, de carácter fácil, dulce, casi como una niña… En una palabra, sin ningún defecto acusado, pero desaplicado, caprichoso, artista…».[6]
José Rodríguez Contreras, que después sería médico forense conocidísimo en Granada y, durante toda su vida, diletante de las artes, había nacido, como Lorca, en 1898, y estudiaría el Grado con él en el Instituto, donde los dos formaron una buena y duradera amistad. Rodríguez Contreras recordaba que Federico se unió al segundo curso, habiendo pasado el primero en Almería, y que, al principio, se mostraba tímido entre los otros chicos por ser de la Vega y no, como la mayoría de éstos, de la capital.[7]
Estos compañeros, por su parte, se reían cruelmente del chico de Fuente Vaqueros, llamándole —siempre según el testimonio del doctor Rodríguez Contreras— «Federica», y negándose a jugar con él porque le consideraban afeminado. «Federico era el peor de la clase —nos declaró el médico—, no porque no era inteligente sino porque no trabajaba, porque no le interesaba. Muchas veces no iba a clase. Además tuvo problemas con uno de los profesores, cuyo nombre lamento no recordar, que era un hombre muy poseído de macho y que no podía ver a Federico. Federico estaba siempre en el último banco».[8]
En los poemas neoyorquinos de Lorca hay unos versos que bien podrían ser reminiscencia de aquel inicial fracaso escolar y social en Granada. En «Poema doble del lago Eden», leemos:
Quiero llorar porque me da la gana,
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un poeta, ni un hombre, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que ronda las cosas del otro lado.[9]
Y en «Infancia y muerte» el poeta se dirige a su infancia, «hijito» suyo, en estos términos:
Niño vencido en el colegio y en el vals de la rosa herida,
asombrado con el alba oscura del vello sobre los muslos,
asombrado con su propio hombre que masticaba tabaco
en su costado siniestro.[10]
Los años de bachillerato dejaron otras huellas imborrables en el poeta, y en sus obras surgen recuerdos de maestros suyos de ambos centros.
Uno de ellos era el profesor de Literatura y Preceptiva Literaria del Colegio del Sagrado Corazón, Martín Scheroff y Aví, que aparece en los momentos culminantes de Doña Rosita la soltera con su propio nombre de pila. Don Martín, según Francisco García Lorca, tenía cierta prestancia. Ya mayor cuando los dos hermanos ingresaron en el colegio, mantenía todavía erguido el alto cuerpo y se teñía el bigote para, sin duda, proyectar una imagen de juventud y arrogancia. Vivía solo, y tenía, como incumbía a un hombre de su especialidad, pretensiones literarias. Había editado una colección de cuentos titulada El cumpleaños de Matilde, y colaboraba en diversas revistas locales, y en los diarios El Noticiero Granadino y El Defensor de Granada, con críticas de teatro y poemas, escritos éstos en un estilo ya decididamente trasnochado.[11] Al hacerle aparecer en Doña Rosita, Lorca recuerda con infinita ternura los malos ratos que pasaban aquel triste maestro y sus colegas ante las travesuras de los chicos del Sagrado Corazón:
Vengo de explicar mi clase de Preceptiva. Un verdadero infierno. Era una lección preciosa: «Concepto y definición de la Harmonía», pero a los niños no les interesa nada. ¡Y qué niños! A mí, como me ven inútil, me respetan un poquito; alguna vez un alfiler que otro en el asiento, o un muñequito en la espalda, pero a mis compañeros les hacen cosas horribles. Son los niños de los ricos y, como pagan, no se les puede castigar. Así nos dice siempre el Director. Ayer se empeñaron en que el pobre señor Canito, profesor nuevo de Geografía, llevaba corsé; porque tiene un cuerpo algo retrepado, y cuando estaba solo en el patio, se reunieron los grandullones y los internos, lo desnudaron de cintura para arriba, lo ataron a una de las columnas del corredor y le arrojaron desde el balcón un jarro de agua … Todos los días entro temblando en el colegio esperando lo que van a hacerme, aunque, como digo, respetan algo mi desgracia. Hace un rato tenían un escándalo enorme, porque el señor Consuegra, que explica latín admirablemente, había encontrado un excremento de gato sobre su lista de clase.[12]
El 1 de enero de 1925, Martín Scheroff publicó, en El Defensor de Granada, una sentida y amarga despedida al año que acababa, y un escéptico saludo al que nacía. Ocho días después se murió. Lorca estaba entonces en Granada y es seguro que se enteraría, dolido, de la muerte de aquel maestro. «Alma exquisitamente buena, profundamente sentimental, don Martín Scheroff era en Granada, con toda tristeza, el último romántico», escribió entonces en El Defensor su director, Constantino Ruiz Carnero, gran amigo del poeta.[13]
En el pasaje de Doña Rosita que hemos citado hay una referencia a las desgracias de cierto Canito: también existió realmente este profesor, así como el que encontró el excremento de gato sobre su lista de clase, Manuel Consuegra. De éste nos ha dejado Francisco una interesante anécdota. Don Joaquín Alemán, que tenía con Consuegra una buena amistad, había instalado en lo alto del colegio, además de un palomar, una canariera:
Don Manuel Consuegra era extraordinariamente supersticioso. Un buen día de invierno, en esta habitación llena de jaulas, estábamos sentados alrededor de una mesa de camilla el director, don Manuel, Federico y yo. Federico, conociendo el flaco de don Manuel, dejó escapar el innombrable término: «culebra». En el mismo instante de una de las jaulas salieron unos lastimosos y agudos chillidos y cayó como fulminado uno de los mejores ejemplares de canarios de tío Joaquín. Don Manuel, entre indignado y temeroso, no se cansaba de repetir a Federico, que permanecía mudo: «¿Lo ves, niño, lo ves?». Yo no he podido explicarme la singular coincidencia, pero tengo para mí que de entonces data la actitud de Federico ante las supersticiones: decía no creer en ellas, pero, irónicamente, afirmaba que había que respetarlas.[14]
Otro maestro a quien no olvidaría Federico fue el profesor de Literatura del Instituto, Miguel Gutiérrez Jiménez. En su conferencia sobre Góngora, en 1926, arremete contra la enseñanza de la literatura en tales centros docentes, donde al gran poeta de Córdoba se prefiere el «insípido» Núñez de Arce, Campoamor («poeta de estética periodística, bodas, bautizos, entierros, viajes en expreso, etcétera») o «el Zorrilla malo (no al magnífico Zorrilla de los dramas y las leyendas)». Y surge el recuerdo de aquel maestro del Instituto de Granada que recitaba al autor de Don Juan Tenorio «dando vueltas por la clase, para terminar con la lengua fuera, entre la hilaridad de los chiquillos».[15] José Mora Guarnido también ha recordado al mismo personaje, que leía ante los alumnos, como ejemplo de composición correcta, sus propios versos eróticos:
¿Quién sabe qué amarguras de fracasado o qué penas de amor arrastraron a don Miguel hasta la locura? En su última clase, después fue suspendido y recluido, se puso a recitar La carrera de Alhamar de José Zorrilla, dando vueltas alrededor de la clase e imitando el galope de un caballo:
Lanzóse el fiero bruto con ímpetu salvaje,
ganando a saltos locos la tierra desigual,
salvando de los brezos el áspero ramaje,
a riesgo de la vida de su jinete real…
Exhausto, vencido por la carrera y por el énfasis puesto en la recitación, don Miguel se desplomó en las escalerillas de la cátedra, ante el asombro de los muchachos que se creyeron que había muerto.[16]
«Estuve en el Sagrado Corazón de Jesús, en Granada. Yo sabía mucho, mucho. Pero en el Instituto me dieron cates colosales», declaraba Lorca en 1928.[17] El expediente escolar del poeta demuestra, sin embargo, que durante los seis años del bachillerato sólo fue suspendido cuatro veces. Hemos visto que en los exámenes del primer curso, a los que se presentó en junio de 1909, después de la enfermedad ocurrida en Almería, fue suspendido en dos asignaturas: Geografía General y de Europa, y Nociones y Ejercicios de Aritmética. Después aprobó ambas. Luego, en junio de 1910, fue suspendido en Química y Caligrafía, aprobando ambas aquel septiembre. El expediente del poeta no registra otros suspensos.[18]
Francisco ha descrito las tribulaciones de su hermano a manos del profesor de Química del Instituto, Juan Mir y Peña.[19] Con todo, llama más la atención el énfasis que concede a su fracaso en Caligrafía. Según Francisco fue suspendido nada menos que seis veces en el examen final de dicha asignatura que, por más señas, no era nada exigente, pues «el estudiante que no aspiraba a nota, y que se contentaba con aprobar, sólo tenía necesidad de escribir razonablemente la llamada letra española, sin entrar en las dificultades de la redondilla o gótica».[20] Pero ¿es cierto que sólo mediante «una gestión amistosa» acerca del maestro de Caligrafía pudo aprobar Federico aquella asignatura, tal como lo afirma su hermano?[21] El expediente del poeta demuestra que, esta vez, le falla la memoria a Francisco, pues Federico —como acabamos de señalar— fue aprobado en Caligrafía en septiembre de 1910.[22]
Aparte de los pequeños descalabros reseñados, la carrera escolar del futuro poeta parece haber transcurrido sin mayores problemas: es decir, sin pena ni gloria. Es cierto que no recibió ningún premio especial, ninguna nota sobresaliente; pero no es menos cierto que, de las veintiocho asignaturas examinadas entre 1909 y 1915, en doce obtuvo la calificación de «notable».
Una de las razones por la cual dedicaba poca atención a sus estudios era sin duda su pasión por la música.
Hemos visto que Lorca heredó de la familia de su padre una extraordinaria aptitud musical; que el ambiente de Fuente Vaqueros propiciaba el desarrollo de aquella inclinación que el niño llevaba en la sangre; y que su madre era aficionada a la música clásica, aunque no tocaba ningún instrumento. Podemos estar seguros de que, en el pueblo, había tenido la ocasión de oír música de piano, puesto que su tío Luis tocaba muy bien, y tal vez no sea arriesgado imaginar que, en aquel u otro piano de La Fuente, ensayara sus primeros acordes. Tampoco debemos olvidar que, según el propio poeta, comenzó el estudio de la música durante los meses que pasó en Almería, afirmación cuya exactitud no hemos podido comprobar.[23]
Por todo ello era lógico que, una vez establecida en Granada la familia García Lorca, los padres pusiesen a Federico, además de a Francisco y a Concha, a estudiar piano.
Su primer maestro fue Eduardo Orense, que compaginaba su puesto como organista de la catedral con el de pianista del Casino. Francisco García Lorca ha recordado el día en que su madre les llevó a casa de Orense para concertar las clases:
Tenía don Eduardo la costumbre de hacer cantar a los futuros discípulos una canción cualquiera para probarles el oído. Yo canté una canción bastante picante de la zarzuela La gatita blanca, ante la sonrisa benévola del profesor y el rubor de mi madre. Yo renuncié a seguir tomando lecciones, aburrido por el solfeo, como más tarde Isabel, y sólo Federico y Concha —los dos más parecidos— siguieron con su afición al piano, para el que Federico, a pesar de su torpeza de manos para otras cosas, tenía una extraordinaria facilidad.[24]
Pero si el maestro Orense inició a Federico en el estudio metódico del piano, quien ejerció decisiva influencia sobre su desarrollo musical fue otro profesor, Antonio Segura Mesa.
El abuelo paterno de Antonio Segura, granadino de Cogollos Vega, se había casado en Zaragoza con una mujer de aquella ciudad, y allí nació el padre del maestro. Éste vino al mundo en Granada en 1842 y, que sepamos, nunca salió de su ciudad natal. El hermano de Antonio, Pedro, era más emprendedor, y llegó a ser catedrático del Instituto de Baeza, siendo además durante varios años alcalde de aquella localidad que, tiempo después, sería inmortalizada por Antonio Machado.[25]
Don Antonio Segura era un hombre tímido, que había soñado en su juventud con ser gran compositor. Diría Lorca que su maestro fue «discípulo de Verdi» y que «había hecho una ópera colosal, Las hijas de Jepthé, que se llevó un horrible pateo».[26] Hemos visto que don Martín, en Doña Rosita la soltera, encarna varios aspectos del profesor de Federico en el Colegio del Sagrado Corazón, Martín Scheroff y Aví. Pero al atribuir a su personaje un drama titulado, precisamente, La hija de Jefté, Lorca no está recordando tanto a Scheroff como a su maestro de piano y de armonía.
En Doña Rosita, don Martín se queja de que no le ha sido posible representar su drama. La obra de Segura sí parece que se estrenó, y es de presumir que recibió realmente el pateo a que alude el poeta. Se trataba de una ópera en un acto, «un primor de inspiración y de saber musical».[27] Parece ser, por desgracia, que la partitura de la misma, que casi seguramente no fue editada, se ha perdido definitivamente, no conservándose rastro de ella entre los familiares del compositor quien, aunque casado, no dejó descendencia.[28]
También compuso Segura la música de una zarzuela en dos actos titulada El alcalde Vinagre, cuyo libreto era obra del poeta granadino Joaquín Afán de Ribera.[29] Y es probable que llevara a cabo otros ensayos en la misma línea. En un artículo de la revista La Alhambra, de 1923, leemos:
La zarzuela, la han cultivado nuestros músicos Segura y Noguera,* especialmente, con grande aplauso, y en época más moderna Jiménez Luján, joven y estudioso director de bandas militares.
La zarzuela moderna (género chico) ha hecho que músicos de tanto saber como Segura y Noguera abandonen la escena por no creerse en el medio ambiente que ese teatro de chulas y chulos, municipales y serenos, trasnochadores y borrachos, necesita para desenvolver sus creaciones.[30]
*Ramón Noguera Bahamonde (muerto en 1901), autor de La rendición de Granada, El suspiro del moro, Los gnomos de la Alhambra, etc. Véase Seco de Lucena, Memorias, 338-339.
Segura tuvo dos discípulos que llegarían a ser compositores célebres: Ángel Barrios, de quien luego hablaremos, y el maestro Paco Alonso, autor de zarzuelas de gran éxito en Madrid.
Francisco García Carrillo, el conocido pianista granadino y amigo de Lorca, recordaba que, según sus familiares, había existido entre Segura y el famoso cantante Ronconi —nudo, como hemos dicho, de La Cuerda Granadina—, una buena amistad.[31] Durante el siglo XIX y los primeros años del nuestro, el ambiente musical de Granada era excepcional. Compañías de ópera nacionales y extranjeras actuaban constantemente en sus teatros, y los granadinos llegaron a tener tal sensibilidad y finura de oído para el bel canto que eran ellos quienes daban el espaldarazo a los grandes cantantes. Aquel que actuara con éxito en Granada quedaba consagrado sin más ante los restantes públicos de España. Ronconi fue uno de ellos. Consiguió un rotundo éxito en Granada, le encantó la ciudad y allí se estableció permanentemente, así como más tarde lo haría Manuel de Falla.
Parece ser que Ronconi y Segura fundaron juntos un conservatorio de canto.[32]
Lorca escribiría que don Antonio Segura fue quien le «inició en la ciencia folklórica».[33] No hay razón para dudar de la afirmación del poeta en materia para él tan fundamental, aunque sobre la naturaleza de aquella «iniciación» no poseemos, desafortunadamente, el más mínimo dato.
Entre Federico y don Antonio se desarrolló una profunda amistad, y el maestro, además de estimular la innata aptitud musical de su alumno y de asegurarle la adquisición de una excelente técnica pianística y de unos sólidos conocimientos de armonía, le contaba las vicisitudes de su vida de compositor fracasado. «Que yo no haya alcanzado las nubes no quiere decir que las nubes no existan», le decía a Federico, quien gustaba de repetir aquella frase, «con emoción religiosa», entre sus amigos.[34]
La tía Isabel García Rodríguez recordaba, muchos años después, las cotidianas visitas de don Antonio Segura a la casa de la Acera del Darro, hasta donde llegaba a pie desde su domicilio del Escudo del Carmen, número 6. En una ocasión, después de haber tocado Federico con especial brillantez, el maestro, emocionado, exclamó ante doña Vicenta en la puerta: «Le ruego que abrace a su hijo por mí. No sería correcto que lo hiciera yo. ¡Es que toca divinamente!».[35]
Los padres de Federico estaban empeñados en que tanto él como su hermano tuviesen una sólida carrera profesional. Por ello el joven pianista hubo de resignarse ante la inevitabilidad de entrar en la Universidad de Granada, por mucho que quisiera dedicarse exclusivamente a la música.
El sistema universitario entonces vigente permitía la matriculación en el curso preparatorio común a la Facultad de Filosofía y Letras y a la de Derecho a alumnos de último año de Bachillerato, antes de que éstos hubiesen pasado por la prueba del Grado. Ésta fue la situación de Federico al matricularse, en octubre de 1914, en el curso mencionado, única opción, además, que tenía, pues las otras facultades granadinas —Medicina, Ciencias, Farmacia— no le podían ofrecer el menor aliciente.[36]
El 28 de octubre de 1914 logró aprobar el primer ejercicio del Grado de Bachiller, contestando dos temas de Letras —Literatura y Francés— y dos de Matemáticas. Pero dos días después, el 30 de octubre, fue suspendido en el segundo ejercicio (regla de tres simple, regla de tres compuesta, volumen del tetraedro). Finalmente, el 9 de febrero de 1915, en la convocatoria extraordinaria, todo se soluciona: repite el segundo ejercicio, desarrollando los temas raíz de grado y progresiones aritméticas, y es aprobado.[37]
Ya han terminado los años de colegio del futuro poeta, cuyo Título de Grado se expide el 20 de mayo de 1915.[38]