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INTERMEDIO ALMERIENSE

Hemos dicho que, hacia 1907, Federico García Rodríguez trasladó a su familia al pueblo de Asquerosa, situado fuera del Soto de Roma a cuatro kilómetros de Fuente Vaqueros, y cerca del cual, en la vega de Zujaira, tenía el padre importantes terrenos.

El nombre de Asquerosa, «uno de los pueblos más lindos de la vega —diría García Lorca— por lo blanco y por la serenidad de sus habitantes»,[1] no tiene nada que ver con el adjetivo homónimo y poco halagador. El pueblo es de fundación mucho más antigua que Fuente Vaqueros. Según las investigaciones de Luis Seco de Lucena acerca de los topónimos árabes de Granada, el de Asquerosa —alquería en tiempos de la dominación musulmana— se registra, con vacilante ortografía, en varios textos arábigo-granadinos, y es versión de otro anterior.[2] Parece seguro que éste sería latino, pues varias tumbas romanas han sido encontradas en las inmediaciones del pueblo. Es probable que el topónimo contenga una referencia al agua del lugar, a su abundancia (Acuerosa) o dulzura (Aguarrosa); otra versión propuesta es Arquerosa, alusión, posiblemente, a haber sido este sitio campamento de arqueros romanos.[3]

García Lorca se solidarizaba con quienes proponían esta última «solución» al problema onomástico del pueblo. «Estoy en Arquerosa (le hemos variado el nombre)», escribía a Melchor Fernández Almagro en 1921;[4] y hay una graciosa alusión a tan debatida cuestión etimológico-estética en una carta de Manuel de Falla al poeta, fechada 18 de agosto de 1923: «Ambos —alude el músico a su hermana— recordamos frecuentemente las magníficas horas pasadas en Ask-el-Rosa».[5] En 1941 el nombre del pueblo sería cambiado oficialmente por la más aceptable designación de Valderrubio, referencia al cultivo de tabaco habitual en el lugar.[6]

En la finca de la vega de Zujaira, don Federico se dedicaba, con gran éxito, al cultivo de remolacha de azúcar. Muy cerca se encontraba la fábrica de azúcar de San Pascual, lo cual facilitaba el negocio del avispado labrador, quien se convirtió pronto en destacado accionista de aquella empresa. Había en San Pascual un apeadero de ferrocarril, situado no lejos del cortijo de García Rodríguez y hoy desaparecido. Ello auspiciaba el contacto de la familia con Granada, que podemos suponer ya visitaba con cierta frecuencia.

Asquerosa no está lejos de la línea que divide la Vega de los secanos, donde el padre también tenía algunos pequeños terrenos.[7] Entre los tempranos escritos de Lorca hay una prosa que revela hasta qué punto era sensible a esta transición de lo verde a lo amarillo, de lo húmedo a lo seco:

Yo volvía del secano. En lo hondo estaba la vega envuelta en su temblor azul. Por el aire yacente de la noche estival flotaban las temblorosas cintas de los grillos.

La música del secano tiene un marcado sabor amarillento.

Ahora comprendo cómo las cigarras son de oro auténtico y cómo un cantar puede hacerse ceniza entre los olivares.

Los muertos que viven en estos cementerios, tan lejos de todo el mundo, deben ponerse amarillos como los árboles de noviembre.

Ya cerca de la vega parece que penetramos en una pecera verde, el aire es un mar de ondas azules, un mar hecho para la luna, donde las ranas tocan sus múltiples flautas de caña seca.

Bajando del secano a la vega se tiene que cruzar un misterioso vado que pocas personas perciben, el Vado de los sonidos. Es una frontera natural donde un silencio extraño quiere apagar dos músicas contrarias. Si tuviéramos la retina espiritual bien constituida podríamos apreciar cómo un hombre que baja teñido por el oro del secano se ponía verde al entrar en la vega, después de haber desaparecido un momento en la turbia corriente musical de la divisoria.[8]

Es probable que el pequeño Federico asistiera durante algún tiempo a la escuela de Asquerosa, aunque a ello no hemos encontrado alusión alguna en los escritos del poeta, así como tampoco ninguna referencia a la etapa de su infancia, muy breve, pasada en aquel pueblo.

En junio de 1908 cumplía diez años. Aquel otoño tendría que empezar el primer año de bachillerato.

Y aquí tenemos que volver a hablar de Antonio Rodríguez Espinosa, maestro de Fuente Vaqueros unos años antes y gran amigo de los García Lorca. Don Antonio había abandonado La Fuente en 1901 para encargarse de la auxiliaría de la Escuela Graduada aneja a la Normal de Maestros de Jaén. Residió en dicha ciudad hasta 1903, ganando el 31 de marzo de aquel año, también por oposición, el puesto de director de la Escuela Elemental de niños del Hospicio de Almería.[9]

En la ciudad mediterránea viviría diez años, regentando primero, durante más de cinco años, la escuela del Hospicio, y pasando luego, por concurso de traslados, a la escuela pública del Distrito de Levante. En ésta no llegaría a estar un año, cambiándose pronto a la escuela del Distrito del Centro de la misma ciudad. Finalmente, el 31 de agosto de 1913, se marcharía a Madrid.[10]

En Almería, probablemente para incrementar los parcos ingresos que entonces recibían del Estado los maestros de enseñanza pública —en su caso, dos mil pesetas anuales—, don Antonio acogía en su casa, como pupilos, a varios niños, cuyos estudios supervisaba. Los García Lorca, que no habían perdido el contacto con su amigo, se pusieron de acuerdo con él para que Federico viviera en su casa almeriense, en régimen de pupilaje, mientras proseguía sus estudios en el Colegio de Jesús, entonces el más reputado centro de enseñanza particular de la provincia.

No sabemos cuándo llegó Federico a Almería, pero parece seguro que pasaría por lo menos un año, y tal vez dos, con Rodríguez Espinosa antes de presentarse, en el otoño de 1908, al examen de ingreso en el Instituto General y Técnico de la ciudad. El mismo don Antonio declararía en 1954 —cuando ya tenía ochenta y siete años— que Federico había vivido con ellos en varias casas y durante «mucho tiempo».[11] Otro testimonio que luego veremos —el de Ulpiano Díaz Pérez— tiende a darle la razón al viejo maestro.

El 28 de agosto de 1908, Federico firmó la solicitud de admisión al examen de ingreso al primer curso de bachillerato en el Instituto almeriense.[12] ¿Por qué no se presentó a la convocatoria de mayo o junio? ¿O es que se presentó entonces y fue suspendido, circunstancia que no figuraría en su expediente escolar? Estamos aquí, otra vez, en el terreno de las hipótesis. Sólo sabemos que el examen de ingreso tuvo lugar el 21 de septiembre de 1908, y que Federico recibió la calificación de «aprobado».[13]

En el Instituto Nicolás Salmerón de Almería se conserva la prueba escrita, bastante elemental, del examen. Consta de un dictado de una frase del Quijote (capítulo XIII de la Primera Parte), sin graves errores de ortografía pero sí con algún acento mal colocado u omitido. Escribió el chico: «Aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Crisostomo, y el pié de aquella montaña es el lugar donde el mandó que lo enterrásen». Después viene una cuenta de dividir, que se resolvió, y comprobó, sin mayores problemas.[14]

Estas pruebas manuscritas son los primeros documentos que poseemos del futuro poeta. La firma, estampada al pie de la prueba, y elegantemente rubricada, es ya netamente «lorquiana» y no cambiaría sustancialmente con el paso de los años.

¿Cuántos meses de bachillerato pasó Federico en Almería? Es difícil determinarlo con exactitud. Él mismo declaró, en 1928, que allí le sorprendió «un tremendo flemón y mis padres creen en mi próxima muerte y me llevan al pueblo otra vez, a cuidarme».[15] En una «Nota autobiográfica» redactada en Nueva York el año siguiente, el poeta añadiría algunos datos más, con su habitual desprecio por la precisión cronológica. Entre los «datos» figura, además, uno totalmente inexacto, pues nunca hubo en Almería Escuelas Pías:[16]

A los siete años fui a Almería, donde estuve en un colegio de escolapios y donde comencé el estudio de la música. Allí hice el examen de ingreso, y allí tuve una enfermedad en la boca y en la garganta que me impedía hablar y me puso en las puertas de la muerte. Sin embargo, pedí un espejo y me vi el rostro hinchado, y como no podía hablar, escribí mi primer poema humorístico, en el cual me comparaba con el gordo sultán de Marruecos, Muley Hafid.[17]

Francisco García Lorca cuenta que su padre, al enterarse de la enfermedad de Federico, fue a Almería a recogerlo. «Yo tengo el recuerdo de él aún con la cara hinchada —refiere Francisco—, pensativo, sentado en una butaca junto a la ventana de la casa de Valderrubio, o ensayando acordes fáciles en la guitarra de mi tía Isabel».[18]

En aquellas fechas de principios de siglo, Almería vivía días de expansión comercial, debido a sus minas de mineral de hierro y, sobre todo, a la exportación de frutas, especialmente a Inglaterra, con cuyo país el contacto fue tan estrecho que muchos niños de familias pudientes de la ciudad se educaban allí. Había durante todo el año un barco semanal a Londres o a Liverpool y, durante la época de la recolección de la uva —la riquísima uva almeriense—, hasta tres o cuatro diarios.[19] No era sorprendente, pues, que se hubiera experimentado entonces en Almería la necesidad de un buen colegio privado, máxime en vista de que el Instituto General y Técnico de la ciudad tenía la reputación, entre la clase conservadora, de ser foco de ideas liberales, procedentes de la Institución Libre de Enseñanza de Madrid.[20]

El Colegio de Jesús, que a pesar de su nombre no tenía nada que ver con los jesuitas, correspondía a esta demanda. Fue fundado en 1888 por el canónigo José María Navarro Darax, arcediano de la Catedral de Almería, y, en la época en que Federico estudió allí, ocupaba un espléndido hotel de la calle del Príncipe, levantado en 1894. Este edificio pasaría pocos años después de la estancia de Lorca en Almería a ser Casa de Correos, y fue derribado a finales de 1967.[21]

Uno de los compañeros de estudios de Federico en el Colegio de Jesús fue Ulpiano Díaz Pérez, luego personaje conocidísimo en Almería como escritor experto en toros, empresario, actor y amigo de actores. Ulpiano gustaría de recordar su juvenil amistad con el futuro poeta y su reencuentro con Federico en Granada veinte años después:

Nuestro amigo Ulpiano estaba sentado en un café y se le acercó un joven quien, plantándose descaradamente delante de él, dijo con un aire de profesor que pasa lista en la escuela: «DÍAZ PÉREZ, D. ULPIANO, ¡póngase usted en pie!». Fue Federico.[22]

¿Cómo era la vida de Federico en Almería? Si era cierto que allí empezó a estudiar música, como afirmaba, no lo hemos podido comprobar. De los pocos datos que poseemos acerca de su estancia en aquella ciudad, los más interesantes proceden de las memorias inéditas del propio Antonio Rodríguez Espinosa, redactadas en Madrid cuando tenía ya más de ochenta años.

Cuando Federico llegó a Almería, dos primos hermanos suyos de Fuente Vaqueros, Salvador García Picossi, hijo de su tío Francisco García Rodríguez, y Enrique García Palacios, hijo de su tío Enrique, ya vivían con don Antonio y su esposa, Mercedes. También estaba allí otro chico de La Fuente, Enrique Baena, con quien trabaría Federico una buena amistad.[23]

Una noche de domingo, doña Mercedes —persona, según varios testimonios, excelente, además de bien parecida— les dio dinero a los chicos para ir al teatro, avisándoles que sacasen entradas al «gallinero», por ser las más baratas. Al volver a casa, los pupilos contaron con entusiasmo las particularidades de la obra y del local, y Federico hizo la siguiente observación: «Doña Mercedes —exclamó—, ¡el gallinero es muy limpio! ¡No hay ni una sola gallina ni aves de ninguna especie! Quiero ir todos los domingos al gallinero. E iremos temprano para ver si encontramos huevos».[24]

Don Antonio pertenecía a una nueva generación de maestros liberales, influidos, aunque indirectamente en su caso, por las ideas progresistas de la Institución Libre de Enseñanza. Creía en la necesidad de una enseñanza práctica, y en 1909, justamente durante la estancia de Federico en Almería, elevaría al Consejo de Instrucción Pública una Memoria, a la cual se le adjudicó la calificación de «sobresaliente», titulada Excursiones escolares. Su utilidad. Organización de estas excursiones.[25] De acuerdo con sus principios pedagógicos, el maestro tenía la costumbre de llevar a sus alumnos al campo los domingos por la mañana, y aprovechaba estos paseos para impartir a los niños lo que él llamaba «pequeñas enseñanzas prácticas». Un día, durante la excursión dominguera, le preguntó a Federico si sabía cuántos grados de significación tiene el adjetivo, y sus respectivos nombres. Federico dudó unos segundos y contestó: «Cuatro grados por encima de cero». «¿Y cuáles son estos grados?», inquirió el maestro, intrigado. «El cabo, el sargento, el teniente y el capitán». «¿Y el cero?». «Bueno —contestaría Federico—, el cero es el soldado raso».[26]

Para don Antonio la respuesta era característica de aquel chico originalísimo. Federico «no dejaba jamás una pregunta sin contestar —recordaría—. Las respuestas podían ser correctas o equivocadas; pero siempre eran rápidas e ingeniosas».[27]

Otra anécdota de Rodríguez Espinosa demuestra la velocidad con que el niño juntaba impresiones para formar síntesis realmente sorprendentes y, cuando quería, maliciosas:

Una vez, los dos primos Salvador y Federico tenían una discusión en el curso de la cual llegaron a hablar mal de sus respectivas familias. Federico se enojó, justo en el momento en que pasaba por la calle una tartana que llevaba un rótulo que decía: «Corsario de El Alquián»,* y en que entraba en nuestra casa una peluquera ya madura, pero un poco coqueta. Y a Federico, para molestar a su primo, se le ocurrió de repente decirle a Salvador: «¡Tu madre es una peluquera sin sesos y tu padre es el cosario de El Alquián!».[28]

* El Alquián, pueblo de pescadores —entonces— a ocho kilómetros de Almería, y ahora barriada sofisticada. Allí solía llevar don Antonio a sus alumnos de excursión, según nos informa don Manuel del Águila. En Almería se llamaban cosarios los mandaderos que llevaban y traían recados entre los pueblos y la ciudad. Según el señor Del Águila, en las fechas en que estaba Lorca en Almería el cosario de El Alquián era un tal Indalecio, personaje «feo y estruendoso».

Ha pervivido en la memoria de la familia del poeta el recuerdo de otro episodio del cual fueron protagonistas Federico y Salvador. Éste había puesto los ojos en una chica que pasaba habitualmente delante de la casa de don Antonio. La niña era más bien baja, condición que trataba de compensar al calzar zapatos de tacón exageradamente alto. A la bella almeriense le puso Federico el contundente sobrenombre de La Taconaza, mortificando así, otra vez, a su sufrido primo.[29]

García Lorca siempre sería especialista en el arte de poner motes a la gente, arte, por más señas, tradicional en Fuente Vaqueros.

¿Dejaron alguna impresión duradera en el espíritu de Federico sus días de Almería, ciudad que, por lo visto, jamás volvió a visitar? Nunca pondera el poeta esta cuestión en los textos suyos que conocemos. La única vez que se nombra directamente a Almería en la obra lorquiana ocurre en el poema «La monja gitana», del Romancero gitano, donde, en una alusión a los dulces preparados, según fórmula tradicional, por las religiosas de clausura granadinas, surge el recuerdo de la fértil vega almeriense, famosa por su vegetación subtropical y la variedad de sus frutas:

Cinco toronjas se endulzan

en la cercana cocina.

Las cinco llagas de Cristo

cortadas en Almería.[30]

Federico relaciona otra vez a Almería con la crianza de frutas cítricas en una carta de 1923 cuando, al describir el argumento de su proyectada obra de teatro Mariana Pineda, apunta: «Por la calle pasa un hombre vendiendo “alhucema fina de la sierra” y otro “naranjas, naranjitas de Almería”».[31] Su hermano Francisco, por otro lado, cree discernir, en el romance «Thamar y Amnón», una reminiscencia del paisaje, casi africano, de la ciudad, con su Alcazaba, muros y atalaya de poderosa sugestión oriental.[32] Y es cierto que, en una carta del poeta a José Bergamín, de 1927, insiste en que «Almería tiene una aspereza y un polvo azafranado de Argel»,[33] recurriendo, sin duda, a su propia experiencia del lugar. También habría que recordar que el violento hecho que inspiró Bodas de Sangre, ocurrido en 1928, tuvo lugar cerca de Níjar, entonces miserable pueblo perdido entre los campos almerienses, y que Lorca, al recrear aquéllos, sólo tenía que cerrar los ojos para volver a contemplar tan calcinado paisaje, familiar a través de sus excursiones con don Antonio.

Todo lo cual nos permite tal vez deducir que la estancia de Federico en Almería pasaría a nutrir aquella «memoria viva» del poeta, aludida antes.

Cabe pensar que la enfermedad aludida ocurrió en la primavera de 1909, o acaso un poco antes. Cuando abandonó Almería, la familia vivía todavía en Asquerosa. Pero allí pasarían poco tiempo, pues aquel verano don Federico trasladó a Granada su hogar.

El 15 de mayo de 1909, Federico dirigió una instancia al director del Instituto General y Técnico de Granada en la cual solicitaba ser admitido a examen en junio de las asignaturas estudiadas durante el primer curso de bachillerato: Lengua Castellana, Geografía General y de Europa, Nociones de Aritmética y Geometría, Religión de Primero y Caligrafía.[34] No es sorprendente, en vista de su enfermedad y del tiempo perdido, que no se cubriera de laureles académicos en aquella convocatoria. Fue aprobado en Lengua Castellana, pero suspendido en Geografía General y de Europa y Nociones de Aritmética y Geometría. No se presentó al examen de Religión (asignatura voluntaria) ni de Caligrafía.[35] En la convocatoria de septiembre aprobó Geografía, única asignatura a la que se presentó entonces,[36] y, durante el curso 1909-1910, las dos asignaturas pendientes, Caligrafía y Nociones de Aritmética y Geometría.[37]

Había llegado la hora de que dejara atrás su infancia veguera y se convirtiera en atareado alumno de Bachillerato. A partir del verano de 1909 se encuentra definitivamente arraigado en Granada. El «niño mandón» de Fuente Vaqueros ya se va mudando en señorito de ciudad.