Olivia hizo todo el trayecto hasta casa de los Davidson con los nervios de punta. ¿Se había llevado a Amanda el asesino de Michelle? ¿Era una venganza personal contra la familia Davidson?

En ninguno de los casos que había examinado el asesino se había llevado a una niña de su propia casa. Eso había ocurrido con otros asesinos, sin duda, pero no con este. A menos que a Olivia se le hubiera pasado algo por alto. ¿Se le había escapado alguna conexión importante?

No, no en un asunto como aquel, pero la semilla de la duda la tenía en ascuas.

Brenda Davidson les entregó la carta en cuando entraron en la casa.

Queridos mami y papi:

He ido al Cielo a buscar a Michael. Voy a decirle a Dios que lo siento. Traeré de vuelta a casa a Michelle y ya no lloraréis más.

Vuestra otra «ija».

Amanda Lynne Davidson.

Olivia y Zack leyeron la carta al unísono, y ella lo miró a los ojos, ¿era culpa suya? ¿Le había dado una idea equivocada a Amanda? ¿Era ella tan culpable como sus padres? ¿O más aun?

«Dios mío, si estás ahí, ¡por favor, protégela!», rezó mentalmente Olivia.

—Ha salido todo el mundo a buscarla —dijo Andy Davidson—. Todos los sitios a los que pudiera haber ido. Pero ¿dónde está? ¿Por qué?

—Lo siento —dijo Olivia pensando en las duras palabras que le había dirigido a Brenda Davidson.

—Tenía razón usted.

Brenda habló en voz tan baja, que Olivia casi no se dio cuenta.

—¿Perdón? —dijo Zack.

Brenda miró a Olivia directamente a los ojos; sus brillantes ojos azules estaban hinchados e inyectados en sangre.

—Usted.

—Ayer me pasé de la raya… —empezó a decir Olivia.

Brenda levantó la mano y sacudió la cabeza, con los labios temblorosos.

—Nno. Tenía razón. No me daba cuenta de lo que les estaba haciendo a mis otros hijos. Realmente no los veía; sólo percibía el agujero que ha quedado en nuestra familia. Sólo… a Michelle. —Le tembló la voz, pero tragó saliva y sacó la barbilla, atrayendo junto a ella a su hijo, al que abrazó con fuerza mientras le besaba la cabeza. Agarró con firmeza las manos de su marido, y este rodeó a su familia con un abrazo.

—No puedo perder también a Amanda.

—La encontraremos —se encontró diciendo Olivia. Sabía mejor que nadie que no había que dar falsas esperanzas; pero con absoluta seguridad el destino, o Dios, o cualquiera que fuera la condenada fuerza que hubiera allí fuera, no apartarían a Amanda de su familia—. ¿Podemos ver su habitación?

—La policía ya la ha registrado —dijo el señor Davidson.

—Desearía verla. Es sólo un minuto.

Olivia sabía lo que debía de haber sentido Amanda. Y si Amanda era como ella, habría dejado pistas con la esperanza de que su madre o su padre la encontraran. Aunque Olivia no se había escapado jamás, había estado perdida toda su vida.

Brenda la condujo al piso de arriba, dejando que Zack hablara con los agentes uniformados que estaban coordinando el registro del amplio comedor de los Davidson. Olivia no sabía qué decirle a la mujer. Antes de entrar, se detuvo en la puerta de la habitación de Amanda.

—Señora Davidson, lamento de verdad lo de ayer.

—Si la hubiese escuchado, tal vez Amanda no se habría escapado. La he descuidado. —Se le hizo un nudo en la garganta, y su mano revoloteó hasta sus labios—. La quiero tanto.

—Mi hermana fue asesinada cuando éramos niñas —se encontró diciendo Olivia—. Mmi… mi madre… —se interrumpió, sorprendida de haber expresado sus sentimientos en voz alta.

Brenda extendió las manos y le cogió las suyas. Por vez primera, que ella pudiera recordar, Olivia no se estremeció; antes bien, agradeció el contacto.

—Ella se comportó como yo —dijo Brenda apretando las manos de Olivia—. Ahora me doy cuenta de en qué me estaba convirtiendo. Si no hubiese dicho lo que dijo, creo que no me habría percatado de lo que le estaba haciendo a mi familia. Gracias.

—Usted los quiere.

—Pues claro. Y estoy segura de que su madre también la quería. Lo que ocurre es que, a veces, el dolor te devora.

Olivia sacudió la cabeza.

—No, mi madre fue incapaz de querer a nadie más después de que Missy… desapareciera. Se suicidó en uno de los aniversarios de su asesinato. —Cinco años de convivencia con una mujer que la había parido, pero que no la veía, no la tocaba y no la reconocía. Olivia había querido desaparecer, había deseado estar en cualquier parte excepto en su casa.

Brenda abrió la boca y atrajo a Olivia hacia ella, abrazándola con fuerza. Olivia se sintió incómoda en el abrazo y no lo devolvió, pero Brenda no pareció advertirlo.

—Pobre niña. —¿Niña? Olivia se acercaba a toda velocidad a los cuarenta; con toda seguridad, Brenda era más joven que ella. No pudo recordar a nadie que la hubiese llamado «niña». Pero si volviera a ser niña, desearía que una mujer como Brenda Davidson fuera su madre.

Brenda se apartó y la miró fijamente a los ojos con la resolución escrita en su rostro.

—Encontraremos a Amanda y la traeremos a casa. Y le prometo que ella no volverá a dudar jamás de que la quiero con todo mi corazón. Sobreviviremos.

Olivia la creyó.

No vieron nada útil en el dormitorio de Amanda. Brenda volvió a recitar las cosas que faltaban: un par de animales de peluche, algo de ropa y dinero, unos cien dólares que calculaban habría en la el cerdito hucha. Su bicicleta también había desaparecido del garaje.

Cuando salían de la habitación, Olivia reparó en un ordenador colocado en una hornacina en lo alto de las escaleras. Las estanterías de ambos lados estaban abarrotadas de papeles y libros infantiles.

—Este no es el despacho de su marido.

—No, es para los niños. Para que hagan los deberes y jueguen con el ordenador.

—¿Sabe Amanda utilizar el ordenador?

Brenda sonrió con tristeza.

—¿Y qué niño de hoy en día no?

Olivia se sentó delante de la pantalla, y cuando estaba a punto de encender el ordenador, se dio cuenta de que ya estaba conectado. Movió el ratón y la pantalla negra fue sustituida por un salvapantallas con la foto de los niños Davidson —los tres— vestidos para Halloween.

Brenda respiró temblorosamente.

—Dios, cuanto la echo de menos.

—No dejará de hacerlo nunca —dijo Olivia en voz baja. Abrió el explorador de Internet y estudió el historial.

Alguien había accedido a Mapquest, un programa de cartografía gratis de Internet, a las 3:35 de la madrugada. De ese día. El corazón de Olivia se aceleró; abrió el último mapa consultado.

—¿Tendría alguna razón Amanda para ir al volcán Monte Santa Elena? —preguntó Olivia.

—¿A Santa Elena? ¡Uy, Dios, no! —Brenda se inclinó sobre el hombro de Olivia—. ¡Ay, Dios mío! Los volcanes le dan un miedo terrible. No había nacido cuando el Santa Elena entró en erupción, pero estuvimos hablando del tema. Ella decía que cuando Dios se enfurece, hace que las montañas estallen. —Se incorporó de golpe—. ¡Eso está lejos! ¡Mi pobre niñita! —Brenda bajó las escaleras corriendo, llamando a su marido.

Olivia imprimió el mapa que Amanda llevaba consigo e intentó razonar como una niña de seis años.

La Interestatal 5, que conducía al Monte Santa Elena, estaba a unos tres kilómetros de la zona residencial donde vivían los Davidson, aunque no había forma que de que la pequeña Amanda pudiera acceder con su bicicleta a la autovía sin ser detectada. A esas alturas, la patrulla de carreteras ya habría localizado a la niña. Y aunque fuera tan decidida como parecía, la autovía era un lugar demasiado aterrador. No, Amanda se mantendría en las carreteras secundarias todo el tiempo que pudiera.

Olivia se concentró en el mapa y escogió el trayecto más recto lejos de la autovía. Muy bien, una niña de seis años en una bicicleta. Empezaría pedaleando deprisa, pero se cansaría y bajaría la marcha. ¿Habría hecho, tal vez, un promedio de algo más de tres kilómetros por hora? Eso la situaría justo al norte de Kent.

—¿Olivia? —Zack subió corriendo las escaleras y miró por encima del hombro de Olivia—. La madre dice que la niña ha ido al Monte Santa Elena. ¿Qué está pasando?

Olivia le puso al corriente de lo que había descubierto mientras ellos estaban abajo.

—Creo que ahora estará por aquí —dijo señalando la zona que rodeaba Kent.

Zack asintió con la cabeza.

—Vamos.

—Voy con ustedes —dijo Brenda.

—Deberían permanecer en casa por si llama —le dijo Zack.

El señor Davidson sacudió la cabeza.

—No, yo me que quedaré. Ve tú, Brenda. Y trae a Amanda a casa.

• • •

Amanda estaba sentada bajo un gran árbol y lloraba. Le dolían las piernas, y se había comido toda la comida que había llevado y seguía teniendo hambre. En algún lugar, tal vez cuando se detuvo en el campo para otear, había perdido a Bessie. El sol quemaba, pero no se atrevía a quitarse la chaqueta porque se había olvidado el protector solar y se quemaba con facilidad.

Iba a decepcionar a su mamá. Jamás conseguiría llegar al volcán y llevar de vuelta a Michelle. Parecía tan cerca en el ordenador, pero ni siquiera podía ver todavía la montaña. Nunca podría arreglar las cosas y hacer que mami la volviera a querer. Pero no podía volver a casa.

Tal vez mamá no se hubiese dado cuenta de que se había marchado; tal vez siguiese llorando, y Amanda pudiese volver a hurtadillas esa noche.

Respiró entrecortadamente mientas se limpiaba las lágrimas. Iría a casa y se escondería en el garaje hasta que todos se fueran a dormir, y entonces entraría. Nadie la echaría de menos.

—¡Amanda!

Levantó la vista. ¿Mami?

—¡Mami! —se levantó de un salto y echó a correr todo lo deprisa que le permitieron sus cansadas piernas—. ¡Mami!

—¡Oh, mi niña! —Su madre la levantó en brazos, y la abrazó con tanta fuerza que Amanda no pudo respirar, pero no dijo nada porque nunca se había sentido tan bien en su vida. Empezó a llorar de manera incontrolable.

—Mami, intentaba llevar de vuelta a Michelle. Lo he intentado, pero el Cielo está demasiado lejos y no he podido encontrarlo. —Las lágrimas de su madre se mezclaron con las suyas—. Sigues llorando, mami. Lo siento.

—No, mi niña, no. Lloro de alegría.

—Pero…

—Te quiero. Te quiero mucho. Y me has dado un buen susto, Amanda. No sabía dónde estabas ni por qué te habías ido.

—Pensaba que no te darías cuenta de que me había ido.

El cuerpo de su madre se puso rígido. Entonces, Brenda se sentó en el suelo, se puso a Amanda en el regazo y empezó a besarla por todas partes.

—Nenita, te quiero. Soy yo quien lo siente.

—Echas de menos a Michelle.

—Sí. Sí, echo de menos a Michelle.

—Yo también la extraño.

—Ya lo sé. —Brenda la abrazó con fuerza contra su pecho, subiendo y bajando la mano por la espalda de su hija, al tiempo que deseaba poder ahuyentar el dolor y la tristeza que habían llenado sus vidas desde la muerte de Michelle.

Nunca olvidaría a Michelle; ella tendría un lugar privado en su corazón. Pero lo más importante es que no volvería a descuidar al resto de su familia nunca más.

Ellos la necesitaban. Y de lo que no se había percatado hasta ese momento era de que ella los necesitaba.