EVACUACIÓN
Altaussee, Austria
1 de mayo-10 de julio de 1945
Cuando Robert Posey y Lincoln Kirstein llegaron a Altaussee el 12 de mayo de 1945, la pequeña aldea minera estaba bajo el control de un puñado de soldados de infantería estadounidenses. Había también docenas de mineros y varios funcionarios austríacos y alemanes, cada cual con su propia versión de los hechos. Según Kirstein, «corrían rumores de toda especie: la mina había sido volada; no podíamos ver nada; de nada habría servido intentar entrar».[287] Aun así, entraron en la fría mina y avanzaron hasta encontrarse con el talud de tierra y rocas provocado por la orden de Pöchmüller. La intención era que las cargas levantaran una barrera de doce metros de profundidad, aunque nadie estaba seguro de si se había logrado. Tampoco se sabía qué era lo que había ocurrido al otro lado.
Los mineros calcularon que se tardarían dos semanas en abrir un paso entre las rocas. Posey, gracias a su formación como arquitecto, estaba seguro de que los ingenieros militares lograrían abrirlo en menos de una semana. Los mineros, ahora bajo las órdenes de los estadounidenses, se pusieron manos a la obra con sus viejos picos y palas. A la mañana siguiente, habían abierto una pequeña grieta en la parte superior del túnel lo bastante ancha como para que un hombre pudiera introducirse por ella a rastras.
Robert Posey fue el primero, seguido por Lincoln Kirstein. Al otro lado de la pared los esperaba un mundo aparte: polvo, oscuridad y un silencio fantasmagórico. Sus viejas linternas de acetileno iluminaron unos cuantos metros de un corredor cuajado de escombros. Las puertas de seguridad de hierro, reventadas por la violencia de las detonaciones, colgaban aún de las bisagras. El aire era húmedo, lo cual auguraba la rotura de algún conducto y la inundación de las cámaras. Detrás de la primera puerta que encontraron había un almacén de dinamita. Del otro lado de la puerta partía un estrecho pasaje lateral que se adentraba en la montaña. La segunda puerta era de acero macizo y necesitaron dos llaves para abrirla. Dentro, encontraron la Virgen María de Van Eyck, leyendo su libro en silencio. Junto a ésta, encima de cuatro cajas de cartón vacías, estaban otros siete paneles del retablo de Gante. «Las milagrosas alhajas de la Virgen coronada parecían atraer la luz de nuestras titilantes lámparas de acetileno —escribiría Kirstein más tarde—. Sereno y hermoso, ahí estaba el altar.»[288]
Posey y Kirstein volvieron sobre sus pasos y, transitando por oscuras galerías medio ocultas, sortearon las partes dañadas por las explosiones. Un guía los condujo hacia el frío corazón de la montaña a través de pasajes con bifurcaciones hasta llegar a una amplia cámara con el techo de piedra. La luz de las linternas iluminó un conjunto de plataformas llenas de cajas de pino con algunas de las grandes obras maestras del arte mundial hasta que fue a posarse en la inmaculada superficie de la Madona de Brujas de Miguel Ángel. Estaba tumbada de lado sobre un mugriento colchón de rayas marrones y blancas, muy probablemente el mismo sobre el que la habían tendido pocos días antes de la llegada de Ronald Balfour a Brujas, ocho meses atrás. El oficial de Monumentos Thomas Carr Howe Jr. (que llegó en junio) escribiría más tarde: «La luz de nuestras linternas jugueteaba con los suaves pliegues del manto de la Virgen y la delicada fisonomía de su rostro. Sus ojos graves miraban al suelo y parecía apercibirse sólo a medias del robusto Niño que se acurrucaba frente a ella, con una mano unida estrechamente a la suya».[289] Días después, en una cámara interior, los hombres de Monumentos descubrieron los últimos cuatro paneles del retablo de Gante, El estudio del artista de Vermeer y, en uno de los recovecos al fondo de la cámara, el Vermeer de la familia Rothschild, El astrónomo.
El 18 de mayo, a medida que iba revelándose la magnitud del hallazgo, Lincoln Kirstein fue enviado de regreso al cuartel para buscar a «un experto en aire, humedad y química pictórica con el fin de averiguar el estado en que se encontraban los cuadros. El experto —añadía— es, como siempre, George Stout, que es quizá la persona más agradable del mundo».[290]
Indispensable como siempre, Stout llegó a Altaussee el 21 de mayo. Lo primero que hizo fue tomar nota de los contenidos conocidos de la mina, que constaban en un informe redactado por Karl Sieber y Max Eder, y que Stout recibió de manos del solícito doctor Michel:[291]
6.577 pinturas
230 dibujos y acuarelas
954 grabados
137 piezas escultóricas
129 piezas de armas y armaduras
79 cestas con objetos varios
484 cajones, supuestamente de archivos
78 piezas de mobiliario
122 tapices
181 cajones de libros
1.200-1.700 cajones, supuestamente de libros o similares
283 cajones de contenidos desconocidos
A continuación, empezó a entrevistarse con el personal de la mina y a inspeccionar las cámaras. «Era fascinante —escribió Kirstein— oír cómo comparaba los métodos norteamericanos para determinar la humedad absoluta o relativa con los métodos austríacos empleados por el profesor de Mineralogía de la Universidad de Viena [el infame doctor Michel], quien había estado en el depósito en todo momento y nos mostró sus credenciales del Movimiento de Resistencia Austríaco.»[292] Después de tres días de estudios, Stout declaró que las obras de la mina podían aguantar a salvo un año más. Entonces dejó la mina en manos de Posey y se desplazó a la retaguardia del 3.er Ejército para exigir que una investigación por crímenes de guerra esclareciera lo ocurrido en la remota mina de sal de los Alpes austríacos. Dicha investigación nunca se llevó a cabo.
El 14 de junio, George Stout volvió a Altaussee con el teniente Steve Kovalyak, su nuevo discípulo de Bernterode. Al día siguiente, las galerías de la mina quedaron por fin libres de obstáculos, y todos los túneles «paralizados» volvieron a abrirse. La operación requirió que los mineros realizasen 253 turnos de trabajo, durante los que retiraron 879 carretadas de escombros.
Diez días después, el 25 de junio, Stout recibió noticias preocupantes. El presidente Harry Truman había cedido ante Stalin. Los Aliados occidentales no conservarían los territorios conquistados, sino que se retirarían hasta las fronteras de posguerra establecidas por los Tres Grandes (Roosevelt, Churchill y Stalin) en la Conferencia de Yalta de febrero. Los altos cargos militares norteamericanos temían que un buen número de depósitos quedaran dentro de la Zona de Ocupación Soviética. Stout se dio cuenta de que los contenidos de Altaussee terminarían en posesión de Stalin. Contrariamente a lo que había supuesto, la sección de Monumentos no disponía de un año entero para retirar los tesoros de Altaussee, sino sólo hasta el 1 de julio. Cuatro días.
Stout se vio obligado a sacar el látigo. Karl Sieber y los dos nuevos ayudantes de Stout, Thomas Carr Howe Jr. y Lamont Moore, fueron enviados al interior de la mina para seleccionar las piezas más importantes y concederles prioridad en el traslado. Stout había llevado consigo los abrigos de piel de oveja con los que había envuelto las obras de Merkers e hizo lo propio con las piezas de Altaussee. Una vez protegidas y embaladas, las obras se colocaron sobre unas pequeñas vagonetas (conocidas como «perros de mina») que circulaban por unos estrechos raíles a lo largo de toda la mina. Los mineros caminaban junto a las vagonetas mientras un pequeño motor las arrastraba hacia la superficie. Una vez fuera, las obras se cargaban en camiones que, escoltados por dos semiorugas, las conducían carretera abajo por el escabroso trazado de la montaña hasta un centro de recogida de arte de la MFAA conocido como Punto de Recolección de Múnich, establecido por James Rorimer. En él, se descargaban los camiones y, acto seguido, las pieles de oveja —así como los cajones y demás material de embalaje disponible— volvían a Altaussee para proceder a la remesa siguiente.
Las condiciones no tardaron en empeorar. Empezaron los retrasos y Stout impuso jornadas de trabajo de dieciséis horas, de cuatro de la madrugada a ocho de la noche. Fuera llovía incesantemente, lo que complicaba el cargamento de los camiones y dificultaba incluso el trayecto a pie hasta los barracones. Dentro, los sistemas eléctrico y lumínico, dañados por las explosiones de Pöchmüller, seguían sin funcionar. Faltaba espacio para dormir, la comida era escasa y las comunicaciones con el mundo exterior eran casi inexistentes. Stout, además, cogió una infección por culpa de una rozadura de los nudillos con las paredes de la mina; cada noche tenía que poner varias horas los dedos en un casco lleno de agua caliente para bajar la inflamación. «Las manos refunfuñan», escribió en su diario, con su discreción habitual.[293]
El plazo del 1 de julio no pudo cumplirse. Por suerte, las altas esferas políticas discrepaban acerca de si el plazo debía aplicarse sólo a Alemania o también a Austria. El traslado siguió adelante. Durante el desayuno del día 10 de julio, George Stout anunció que era «un buen día para los productos de clase superior».[294] Él y Steve Kovalyak habían dedicado varios días a envolver con abrigos, papel y cuerda la Madona de Brujas, que, en palabras de Stout a su ayudante Thomas Carr Howe Jr., parecía «un jamón anudado».[295] Un jamón de una tonelada en el que el menor rasguño quedaría a la vista de los ojos del mundo para siempre. Pero Stout se mostraba confiado. Con la ayuda de un sistema de sogas y poleas diseñado a tal efecto, cargó la estatua con cuidado sobre una vagoneta y afirmó: «Creo que podríamos lanzarla de monte en monte hasta Múnich sin provocarle daños».[296] Dicho esto, acompañó la vagoneta y la estatua hasta la entrada de la mina.
A continuación le tocó el turno al retablo de Gante, cuyos paneles se encontraban ya guardados en sus respectivos cajones. El camión se preparó de forma parecida a las docenas de vehículos que hasta entonces habían partido de la mina transportando el resto de tesoros. En primer lugar, el suelo de la caja se cubrió con papel impermeable del que la Wehrmacht utilizaba como protección contra los ataques con gas. Sobre el papel se colocó una capa de fieltro y, encima, una de «salchichas». Las salchichas, un invento de Stout, no eran otra cosa que cojines de cuarenta y cinco centímetros de ancho hechos a base de tela de cortina de color crudo hallada en la mina. En el caso del altar, los cajones se colocaron en posición vertical sobre los cojines, con una serie de cajas de carga dispuestas a los lados para equilibrar el peso y absorber posibles impactos. Una vez colocados los doce paneles en el camión, se cubrieron con otra capa de fieltro y papel impermeable y se amarraron firmemente a los lados.
El embalaje de la Madona de Brujas y el retablo de Gante tuvo que realizarse con el máximo cuidado y llevó casi un día entero. A la mañana siguiente, con George Stout a la cabeza y seguidas por varios semiorugas, dos de las mayores obras maestras europeas iniciaron el trayecto de doscientos cuarenta kilómetros por las empinadas laderas alpinas hasta Múnich. El viaje de vuelta a casa había empezado.
Menos de un mes después, el 6 de agosto de 1945, George Stout partió de Europa. También él iba a volver a casa: tenía cuarenta y siete años y estaba cansado, pero había resistido hasta el final. En poco más de trece meses, había descubierto, analizado y embalado decenas de miles de obras de arte, incluidos los ochenta cargamentos de Altaussee. Había organizado a los oficiales de campo de la MFAA en Normandía, había logrado que el SHAEF diera apoyo a la sección de Monumentos, había sido el mentor del resto de oficiales de la sección tanto en Francia como en Alemania, había interrogado a un buen puñado de importantes funcionarios artísticos nazis y había inspeccionado la mayor parte de los depósitos nazis al sur de Berlín y al este del Rin. No sería exagerado decir que recorrió ochenta mil kilómetros a bordo del destartalado Volkswagen y que visitó casi todos los territorios bajo dominio del XII Grupo de Ejércitos estadounidense. Durante todo este tiempo, descansó tan sólo un día y medio.[297]
17 de mayo de 1945
Carta de James Rorimer a su esposa, Katherine