CAPÍTULO 26

EL NUEVO OFICIAL DE MONUMENTOS

Luxemburgo y Alemania occidental

5 de diciembre de 1944 - 24 de febrero de 1945

A principios de diciembre de 1944, George Stout fue informado de que varios hombres iban a incorporarse a la MFAA a través del XII Grupo de Ejércitos estadounidense. Su misión sería ayudar a los oficiales de Monumentos desplegados sobre el terreno, aunque todos ellos eran profesionales del mundo de la cultura con una gran preparación. Como de costumbre, tardarían semanas en encomendarles una misión oficial, pero por lo menos la ayuda ya estaba en camino.

Sheldon Keck, a quien Stout había nombrado ayudante de Walter Hutch Huchthausen, llamado Hutch, el nuevo oficial de Monumentos del 9.º Ejército estadounidense, era un consumado conservador de arte. Estaba en el ejército desde 1943, pero sólo en fecha reciente lo habían destinado a la sección de Monumentos. Casado y con un hijo —Keckie contaba sólo tres semanas cuando su padre se incorporó a filas—, Keck era justamente la clase de profesional que Stout tenía en mente al planificar el programa de conservación.

Lamont Moore, un conservador de la Galería Nacional que había participado en la evacuación de sus obras a Biltmore en 1941, se quedó con George Stout para echarle una mano en la dirección de la oficina de la MFAA del XII Grupo de Ejércitos, toda una responsabilidad teniendo en cuenta que Stout estaba constantemente viajando por el frente.

Walker Hancock debía recibir a un asistente cualificado, el cabo Lehman, pero su traslado se encalló en la burocracia. Por el momento, Hancock seguiría trabajando solo, aunque a menudo contaría con la ayuda y los consejos de George Stout.

La última incorporación era sin duda la más llamativa. El soldado de primera clase Lincoln Kirstein, de treinta y siete años, era un intelectual y empresario cultural conocido y bien relacionado. Hijo de un hombre de negocios hecho a sí mismo que había pasado del anonimato a colega del presidente Roosevelt, Kirstein había demostrado su extraordinario potencial desde edad temprana. En la década de 1920, siendo aún estudiante en Harvard, había fundado la Sociedad de Arte Contemporáneo de Harvard, predecesor directo del Museo de Arte Moderno de Nueva York. También había sido cofundador de la respetada revista literaria Hound and Horn, en la que se habían publicado textos inéditos de escritores de fama internacional como el novelista Alan Tate y el poeta e. e. cummings. En Hound and Horn había aparecido también el primer grito de advertencia (escrito con nombre supuesto por Alfred Barr, el primer director del nuevo Museo de Arte Moderno) sobre la actitud de Hitler con respecto al arte.

Ya licenciado, Kirstein cultivó la novela y las artes, pero sería como mecenas, y no como creador, como se labraría un nombre. Crítico respetado, con apenas treinta años era ya una figura prominente en el panorama cultural neoyorquino, y entre sus amistades íntimas figuraban nombres como el laureado poeta Archibald MacLeish y el escritor Christopher Isherwood, cuya crónica del Berlín nazi, Historias de Berlín, lo catapultaría a la fama internacional e inspiraría la función I Am a Camera de John Van Druten, base del musical y la película Cabaret.

No obstante, la mayor contribución de Kirstein al mundo artístico había sido más discreta y, en el momento de estallar la guerra, no le había reportado más que un éxito moderado. En 1934, había convencido al gran coreógrafo de ballet ruso George Balanchine de que emigrase a Estados Unidos. Ambos habían fundado la Escuela de Ballet Americana, así como diversas «caravanas» de ballet ambulantes y la Compañía de Ballet Americana de Nueva York.

Como todo el mundo, Kirstein tuvo que dejar sus planes en el aire en 1942. Sin dinero para financiar sus varios proyectos, inseguro con respecto al futuro y decidido a no convertirse en un simple soldado, se alistó en la reserva de Marina. Lo rechazaron porque, al igual que la mayoría de judíos —así como negros, asiáticos y europeos meridionales—, no cumplía con el requisito de ser ciudadano estadounidense de tercera generación por lo menos,[145] y lo mismo le ocurrió en la Guardia Costera por tener mala vista, así que en febrero de 1943 se alistó en el ejército como soldado raso. «A los 36 he hecho con penas y trabajos lo que habría sido menos dificultoso a los 26 y divertido a los 16», le escribió a su buen amigo Archibald MacLeish, por entonces bibliotecario del Congreso, acerca de sus experiencias en el campamento de instrucción.[146] A otro amigo le confesó:

Soy un hombre de cierta edad y todo esto me resulta francamente duro. […] Estoy tan cansado que no puedo ni dormir, pero creo que les da lo mismo que si sólo dormimos cuatro horas y media. […] He aprendido (casi) a disparar y desmontar un rifle, a rodar desde tanques pequeños, a cruzar pistas de entrenamiento a paso de tortuga y a caer en toda clase de obstáculos de agua. No le encuentro ninguna gracia… aunque la mayoría sí.[147]

Por lo menos, decía a modo de chanza, había perdido veinte kilos.

Tras completar la instrucción básica, Kirstein fue rechazado otras tres veces: en la división de contraespionaje del Departamento de Guerra, en Inteligencia Militar y por último en el Cuerpo de Comunicaciones. Terminó formándose como ingeniero de combate en Fort Belvoir, Virginia, donde se dedicó a redactar manuales de instrucciones. Hastiado del lento ritmo de trabajo del ejército, Kirstein empezó a documentar las obras de arte creadas por soldados, al principio las de sus compañeros de Fort Belvoir y más tarde las de cualquier rama del ejército. Con la ayuda de sus muchos amigos y corresponsales, el incansable Kirstein creó el Proyecto del Arte de Guerra y lo convirtió en una operación de altos vuelos con patrocinio del ejército. En otoño de 1943, nueve de esos cuadros y esculturas, seleccionados por Lincoln Kirstein, aparecieron en las páginas de la revista Life. Después empezó a organizar la muestra titulada Arte de Batalla Norteamericano, que se expondría en la Galería Nacional de Arte y en la Biblioteca del Congreso de Washington.

Fue por entonces cuando la Comisión Roberts le ofreció a Kirstein un puesto en la MFAA. Pese a no ser un oficial, la comisión había apostado por él confiando en sus extraordinarias credenciales. Durante un tiempo, Kirstein se debatió entre su querido Proyecto del Arte de Guerra y la respetable y crucial misión de la MFAA, pero finalmente optó por la conservación. Desembarcó en Inglaterra en junio de 1944, junto con otros tres hombres de Monumentos sin rango, decididos como él a contribuir a una operación militar eficaz y bien definida.

Nada más lejos. Los quince hombres de Monumentos originales se encontraban en Normandía o a la espera de cruzar el canal. La base de Shrivenham estaba llena de expertos civiles y oficiales de Asuntos Civiles, pero no había ninguna estructura militar destinada a la MFAA. De hecho, como los oficiales formados estaban sobre el terreno, era casi como si la MFAA no existiera. Al llegar a Londres, Kirstein y sus compañeros se encontraron con que nadie los esperaba y ni una de las personas con quienes hablaron había oído hablar acerca de Monumentos, Bellas Artes y Archivos. Les dijeron que esperasen hasta que se solucionara el papeleo, pero como el ejército ya estaba bastante ocupado con la batalla de Normandía no tardaron en olvidarse de ellos.

Kirstein se las ingenió para ponerse en contacto con James Rorimer, que por su ocupación como conservador del Museo Metropolitano había frecuentado los mismos círculos sociales que él. Rorimer le escribió a su mujer:

Se me hace extraño pensar que un hombre como Lincoln, autor de seis libros y numerosos artículos, seis años en Harvard, responsable del Hound and Horn, director de la Escuela de Ballet Amer., etc. tenga que apechar como soldado raso. «Cosa de chalados», como decimos por aquí. Claro que también Saroyan es un simple soldado. Por lo menos él escribirá obras sobre la guerra. No puede esperarse que diez millones de hombres o más se adapten al último de ellos. No estoy seguro de qué es lo que cuenta en última instancia, si la suerte, las instrucciones, los amigos, las influencias, etc. Lo que sí sé es que, por sí sola, la capacidad de uno no es ninguna garantía a la hora de obtener un rango elevado.[148]

Por desgracia para Kirstein, Rorimer estaba llegando al final de su batalla con la MFAA por obtener una misión, así que bien poco podía hacer por aquel soldado brillante al que nadie prestaba atención. Gracias a su perseverancia y a sus contactos, Kirstein consiguió que los transfirieran a Francia y posteriormente a París, pero seguía sin recibir ninguna misión. A falta de algo mejor que hacer, montó un despacho de control de cajas de embalaje. Por las mañanas, se levantaba y escribía cartas, poemas y artículos para revistas.

Kirstein estaba inquieto y la inutilidad de su trabajo cada día hacía más mella en su ánimo. Era un patrón constante en su vida: una actividad febril seguida de un período de total desaliento. Sus épocas de actividad se traducían en grandes éxitos culturales, pero por lo general terminaba sumiéndose en la melancolía, convencido de haber desaprovechado una gran ocasión. Estos estados depresivos se originaban en una necesidad continua de llamar la atención y en una aparente incapacidad para ser constante. Kirstein era un tipo voluminoso, fornido, de ojos profundos y penetrantes y nariz aguileña, de esos que parecen atravesar las paredes con la mirada y que, al mismo tiempo, pueden ser encantadores como amigos o comensales. Por debajo de su aspecto intimidatorio, Lincoln Kirstein era un genio inseguro y en ocasiones temperamental, siempre en busca de una vía de escape en la creación.

Atrapado en la burocracia del ejército, el carácter de Kirstein fue agriándose durante el incipiente otoño de 1944, mientras los ejércitos aliados empezaban a avanzar en Europa. En octubre, en la sima de su depresión, inició un virulento intercambio epistolar con la Comisión Roberts. En sus cartas explicaba que había renunciado a un puesto como sargento en las Fuerzas Aéreas para trabajar en la MFAA, lamentaba que ser un soldado de treinta y siete años no significara nada en absoluto y que «Skilton, Moore, Keck y yo, o bien fuéramos un estorbo para la Comisión, o bien se nos relegara al olvido. […] En primer lugar, creo que el trabajo de la Comisión ha sido, por decirlo con fineza, desconsiderado e insultante».[149] Y añadió que, a menos que se le asignase pronto una misión, no tenía «deseo alguno de seguir figurando en las listas [del ejército]».

Sus cartas surtieron un efecto relativo. La Comisión Roberts quería a Lincoln Kirstein en el frente, pero había descubierto por sorpresa que, según el reglamento militar, los soldados rasos tenían prohibido incorporarse a la MFAA. Había que hacer trámites en ambos sentidos de la cadena de mando; entretanto, los oficiales del frente no daban abasto y sus ayudantes permanecían paralizados y sin nada que hacer. Kirstein recibió órdenes por fin en diciembre de 1944, más de seis meses después de su llegada a Inglaterra, y el 5 de diciembre se incorporó de forma provisional al 3.er Ejército estadounidense. El retraso le pareció tanto más inaceptable al comprobar hasta qué punto era perentoria la necesidad de ayuda de los hombres de Monumentos del XII Grupo de Ejércitos.

George Stout, que había sido profesor de Kirstein en Harvard, era consciente del talento del nuevo soldado y, probablemente, también de sus carencias: su catastrofismo, sus cambios de humor, su descontento con la vida castrense. A propósito o por azar —y conociendo a Stout lo más probable es que fuera a propósito—, a Kirstein le tocó un compañero a su medida: el oficial Robert Posey, del 3.er Ejército del general Patton.

Posey y Kirstein formaban una pareja de lo más peculiar: un discreto arquitecto de clase humilde de Alabama y un neoyorquino maníaco-depresivo, casado, homosexual, judío y bon vivant. Posey era la calma; Kirstein, la pasión. Posey lo planeaba todo; Kirstein se dejaba llevar por el impulso. Posey era disciplinado; su colega, en cambio, no tenía pelos en la lengua. Posey era reflexivo; Kirstein, intuitivo y a menudo brillante. Mientras que Posey sólo se hacía enviar tabletas de chocolate Hershey’s, los paquetes de Kirstein contenían queso ahumado, alcachofas, salmón y ejemplares del New Yorker. Pero tal vez la mayor diferencia estribaba en que Posey era un soldado, mientras que Kirstein era incapaz de soportar la rigidez y la burocracia del ejército y se aburría solemnemente en compañía de los oficiales. Posey, por el contrario, comprendía y respetaba las reglas del ejército. Es más, estaba encantado con ellas. Pese a haber resultado herido en la batalla de las Ardenas, se había reincorporado de inmediato a sus tareas no sólo por lealtad hacia la misión sino también hacia sus compañeros del 3.er Ejército. Juntos podían conseguir mucho más de lo que habrían logrado jamás por separado.

Había otros motivos de orden práctico para ponerlos juntos. Posey era uno de los oficiales de la MFAA con más experiencia. Sabía cómo había que trabajar y era un experto en edificios y materiales de construcción, aunque no tenía una gran cultura ni un gran bagaje como lector ni hablaba lenguas extranjeras. Kirstein, con su conocimiento de la cultura francesa y alemana y su familiaridad con las bellas artes, era el complemento perfecto, y además hablaba francés con soltura. Por desgracia, también tenían su talón de Aquiles: ninguno de ellos hablaba alemán con fluidez, si bien Kirstein tenía nociones básicas y podía defenderse.

Aunque no cabía duda de que Kirstein cumplía con creces los requisitos para entrar en Monumentos (en cierto modo, su preparación era mejor incluso que la de Posey, su superior), seguía alistado y debía cumplir con los mismos deberes que cualquier otro recluta recién llegado: achicar agua en sótanos inundados, buscar bozales para el perro del coronel, buscar y traer madera, servir en las comidas, cavar letrinas y, por supuesto, redactar informes y resolver papeleos. Esto último era lo peor. De cada documento debían sacarse ocho copias, y si alguien en la línea de mando descubría una errata había que empezar de nuevo. Pero ni aun así cedió al desaliento. Tras siete meses en el limbo, parecía interesado, motivado y feliz de estar en el frente.

Kirstein se formó como hombre de Monumentos en la ciudad francesa de Metz. Posey y Kirstein pasaron las últimas semanas de enero recorriendo la helada carretera que conectaba el cuartel del 3.er Ejército en Nancy con la ciudad amurallada de Metz, capturada por el 3.er Ejército en otoño tras una dura refriega. Posey le explicó que durante la ofensiva de las Ardenas, los alemanes habían lanzado paracaidistas camuflados con uniforme estadounidense tras las líneas aliadas. La única forma de descubrirlos era haciendo preguntas sobre temas muy locales, como el béisbol. Eso los descolocaba.

Poco después, yendo de excursión por una carretera secundaria hacia algún chalé o algún pueblo apartado, Kirstein oyó disparos entre los árboles. Como todavía no habían alcanzado la línea del frente, creyó que serían los Aliados haciendo prácticas de tiro. Hasta el día siguiente no supo que los alemanes les habían estado disparando. A Posey parecía traerle sin cuidado; formaba parte del trabajo. Kirstein era de otro parecer. Su único consuelo era pensar que el viejo dicho debía de ser cierto: los Jerries (así llamaban a los alemanes en el ejército) no sabían disparar recto. De todos modos, a partir de entonces prefirió no transitar por carreteras secundarias.

Durante buena parte de enero se ciñeron a la carretera principal. Desde el fin de la ofensiva de las Ardenas, Robert Posey intentaba averiguar dónde habían ido a parar los tesoros de Metz. Para ello había que interrogar a los funcionarios y suboficiales de la ciudad y el cercano campo de detención aliado, ya que los verdaderos criminales nazis habían huido hacia el este. Era una tarea agotadora, sobre todo teniendo en cuenta lo poco que sabían aquellos funcionarios de segundo rango. Generalmente, cuando se les presionaba, terminaban dando nombres o direcciones de personas que, quizá, y sólo quizá, podían saber algo.

Lincoln Kirstein pronto fue consciente de que el trabajo de la MFAA consistía en eso: en encontrar e interrogar a funcionarios recelosos hasta dar con la persona indicada. Era como jugar al ping-pong: Posey averiguaba un nombre, encontraba a esa persona, obtenía algo más de información y un par de nombres, encontraba a más personas y seguía preguntando hasta que, a base de esfuerzo y tesón, comenzaba a hacerse una idea general de la situación. Raras veces obtenían la solución de una única fuente. Lo más habitual era realizar interrogatorios, por lo general infructuosos, hasta que poco a poco, una a una, iban apareciendo las piezas del rompecabezas.

A la hora de tratar los casos más delicados, como el del doctor Edward Ewing, un archivero cuyo nombre se mencionó en varios interrogatorios, Posey recurría a George Stout, del XII Grupo de Ejércitos. Kirstein no tardó en percatarse de que Stout, el impulsor de la misión desde la reunión de 1941 en el Met, era el experto de referencia para todos los oficiales de Monumentos. Si había que conseguir algo, Stout sabía cómo.

Posey llamó a Stout el 15 de enero. Dos días después, éste interrogó al doctor Ewing mientras Kirstein tomaba notas. Al principio no hubo mucho que consignar. El doctor Ewing parecía sereno y respondía sin titubear. La propaganda alemana llevaba tiempo proclamando que los Aliados, y en particular los estadounidenses, planeaban confiscar las obras de arte europeas para luego —demasiado zafios para apreciarlas— venderlas al mejor postor. Uno de los mayores aciertos de la MFAA había sido excluir de sus filas a marchantes de arte y conceder prioridad a expertos procedentes de la esfera pública y académica. Fue la confianza que inspiraban sus hombres lo que los hizo triunfar por encima de los oficiales de arte europeos, incluso por encima de los nazis. Y nadie inspiraba más confianza que George Stout, cuya erudición, profesionalidad, amor y respeto hacia los bienes culturales saltaban a la vista.

Por fin, Ewing empezó a hablar. Desde la perspectiva de los nazis, dijo, Metz era una ciudad alemana. Francia la había recibido de Alemania al final de la primera guerra mundial, de modo que ése era su verdadero origen. Naturalmente, la historia de la ciudad era más compleja, pero a los nazis les gustaba simplificar las cosas. Y citando a Hitler añadió: «La masa sólo es capaz de memorizar las ideas más simples mil veces repetidas».[150]

Durante los veinte minutos que duró el interrogatorio, Ewing le hizo ver a Kirstein los retos que tenían por delante. A quien se atreviera a sugerir que los Aliados alcanzarían la madre patria se lo castigaba con la muerte o con el traslado al frente oriental, lo cual era peor que la muerte. Incluso tomar medidas en previsión de tal posibilidad se consideraba traición, por eso los expertos de Metz habían catalogado sus tesoros pero no habían elaborado ningún plan para su traslado. Hasta que el avance aliado fue irremediable no empezó la evacuación. Ewing, por supuesto, no habló de evacuación, sino de custodia temporal de los objetos, que serían restituidos en su totalidad en cuanto Alemania ganara la guerra.

«La negación es un rasgo característico —le dijo Stout a Kirstein al terminar—. Hablan siempre en tercera persona, no en primera. Insisten en que han sido otros quienes han cometido delitos. A nosotros nos da lo mismo; nuestro trabajo no es juzgar, sino salvar el arte».

Los tesoros de Metz habían sido llevados a distintos lugares: un hotel, la cripta de una catedral, una mina. Ewing señaló varias ciudades sobre un mapa de Stout. Kirstein reparó en que Stout sólo parecía interesado en una de ellas: Siegen.

¿Qué sabía del retablo de Gante?

Ewing estaba al corriente de su apropiación y estaba seguro de que el retablo seguía en Alemania, tal vez en un búnker subterráneo próximo a Coblenza. O en Carinhall, la residencia de Göring. O en el Berghof de Hitler, en Berchtesgaden. «O quizá —agregó— se hayan llevado La adoración del cordero místico a Suiza, Suecia o España. Francamente, no tengo la menor idea».

La revelación de Kirstein llegó algo más tarde, aunque ni él mismo se explicaba dónde ni cuándo: «No hay una sola clase de alemanes. Muchos de ellos nunca han sido nazis, pero han callado por miedo. Tampoco hay una sola clase de nazis. Algunos se unieron al partido para sobrevivir, para medrar o por devota obediencia al poder. Aparte están los casos extremos, los creyentes convencidos. Es posible que no encontremos lo que estamos buscando hasta que el último de éstos haya muerto».