Ahora, por favor. Tony, ¿me quieres contar toda la historia? Iris yacía en un sofá, y el sol de noviembre hacía un valeroso esfuerzo por calentar a través de las ventanas de Little Priors.
Anthony miró al coronel Race, que estaba sentado en el alféizar de la ventana, y le dedicó una sonrisa encantadora.
—No tengo inconveniente en confesarte, Iris, que he estado aguardando este momento. Sino le explico pronto a alguien todo lo listo que he sido, reventaré. No habrá falsa modestia en mi narración. Me dedicaré a alabarme con todo el descaro del mundo, haciendo de vez en cuando una pausa para darte tiempo a exclamar: «Oh, Anthony, ¡qué listo eres!» o bien «¡Tony! ¡Es maravilloso!» o alguna otra frase de la misma índole. ¡Ejem! La función está a punto de empezar. ¡Allá va!
»La cosa, en conjunto, parecía sencilla a más no poder. Quiero decir que parecía un caso claro de causa y efecto. La muerte de Rosemary, aceptada en el momento en que ocurrió como un caso de suicidio, no era suicidio. George concibió sospechas, empezó a investigar, se estaba acercando a la verdad y, antes de que pudiera desenmascarar al asesino, fue, a su vez, asesinado. La serie, si se me permite llamarla así, parece completa y clara.
»Pero casi inmediatamente nos encontramos con aparentes contradicciones: A) a George no podían envenenarlo y B) a George lo envenenaron. Y otras como: A) nadie tocó la copa de George y B) alguien echó cianuro en la copa de George». En realidad, yo estaba haciendo caso omiso de un hecho muy significativo: el variado uso del posesivo. La oreja de George era, sin discusión posible, la oreja de George, porque formaba parte integrante de su cabeza y no podía quitársela más que por medio de una operación quirúrgica. Pero al decir el reloj de George sólo quiero decir el reloj que llevaba. Podría discutirse si es suyo o si se lo habrá prestado otra persona. Y cuando llego a la copa de George o la taza de té de George, empiezo a darme cuenta de que me estoy refiriendo a algo muy nebuloso en verdad. Lo único que quiero decir es la copa o la taza en la que ha estado bebiendo George y no tiene nada que la distinga de varias otras tazas y copas del mismo tipo.
»Para demostrarlo gráficamente, probé un experimento. Race estaba bebiendo té sin azúcar; Kemp té con azúcar; y yo, café. En apariencia, los tres líquidos eran del mismo color. Ocupábamos una mesa de mármol entre otras varias mesas. So pretexto de una repentina idea, logré que mis dos compañeros se levantasen de sus respectivos asientos y me acompañasen al vestíbulo. Apartando las sillas de un empujón al marchar, logré, al propio tiempo, cambiar la pipa de Kemp, que estaba junto a su taza, y colocarla en la misma posición junto a la mía, pero sin dejar que él se diera cuenta. En cuanto estuvimos fuera, di una excusa y volvimos al café. Kemp iba delante de nosotros. Acercó una silla a la mesa y se sentó ante la taza señalada por la pipa que había dejado en la mesa. Race se sentó a la derecha como antes, y yo a su izquierda. Pero fíjate en lo que ocurrió, ¡una nueva contradicción de A y B!: A) la taza de Kemp contiene té azucarado y B) la taza de Kemp contiene café. Dos afirmaciones contradictorias, ambas no pueden ser verdad. Pero las dos son ciertas. El término engañoso es la taza de Kemp. La taza de Kemp al abandonar él la mesa y la taza de Kemp cuando regresó, no son la misma taza.». Y eso, Iris, es lo que ocurrió en el Luxemburgo aquella noche. Después del espectáculo, cuando os fuisteis todos a bailar, tú dejaste caer tu bolso. Un camarero lo recogió… no el camarero, el camarero que servía aquella mesa y que sabía exactamente el puesto que ocupaba cada uno de los comensales… sino un camarero, un camarero muy ocupado, a quien todo el mundo estaba maltratando de palabra, que corría a servir una salsa, y se agachó apresuradamente, recogió el bolso y lo dejó junto a un plato… un plato más allá a la izquierda de aquel ante el cual habías estado sentada. Tú y George fuisteis los primeros en volver y tú te dirigiste, sin pensarlo, al lugar señalado por tu bolso… lo mismo que hizo Kemp al ver su pipa. Y cuando brindó a la memoria de Rosemary, bebió de su copa, pero que en realidad era la tuya, la copa que podía haber sido envenenada fácilmente sin que fuera necesario un juego de prestidigitadores para explicarlo, porque la única persona que no bebió después del espectáculo fue necesariamente la persona por la cual se estaba brindando. «Ahora, repasa el asunto otra vez y la combinación es completamente distinta. Tú eras la víctima en perspectiva, no George. Así parece que estaban usando a George, ¿verdad? Si las cosas no hubieran salido mal, ¿cuál hubiese sido la historia desde el punto de vista público? Una repetición de la fiesta del año anterior… y una repetición del suicidio. No hay duda, diría la gente, que hay una tendencia al suicidio en esa familia. Se encuentra en tu bolso un paquetito que ha contenido cianuro. ¡Un caso claro! La pobre chica se ha dejado obsesionar por la muerte de su hermana. Es muy triste, ¡pero esas chicas ricas son a veces tan neuróticas…!
Iris lo interrumpió.
—Pero ¿por qué había de querer nadie matarme a mí? ¿Por qué? ¿Por qué?
—Por tu hermosísimo dinero, angelito. ¡Dinero, dinero, dinero! Heredaste el dinero de Rosemary al morir ella. Ahora, suponte que te hubieras muerto… soltera. ¿Qué sería del dinero? Lo heredaría tu pariente más cercano… en este caso, tu tía Lucilla Drake. Pero teniendo en cuenta todo lo que sé de la buena señora, no podía imaginarme a Lucilla Drake como Asesino Primero. Pero ¿hay alguna otra persona que pudiera salir beneficiada? Ya lo creo. Víctor Drake. Si Lucilla tiene dinero, es exactamente igual que si lo tuviera Víctor. ¡Ya se encargaría él de ello! Siempre ha podido hacer lo que le ha dado la gana con su madre. Y no cuesta ningún trabajo aceptar a Víctor como Asesino Primero. Durante todo el tiempo, desde el principio del asunto, se han hecho continuas referencias a Víctor. Ha estado allí, en el fondo, siempre presente una figura confusa, insustancial, malévola. ¿De veras? Llegamos ahora a lo que se ha dado en llamar trama fundamental de toda novela. El encuentro de la Mujer con el Hombre. Esta novela nuestra dio comienzo cuando Víctor conoció a Ruth Lessing. Él la dominó. Yo creo que ella se enamoró locamente. Estas mujeres reservadas, equilibradas, serenas y amantes de la ley, son las que con frecuencia se enamoran de un indeseable.
Reflexiona un momento y te darás cuenta de que las únicas pruebas que hay de que Víctor estuviera en América del Sur se basan en las palabras de Ruth. Nada de ello se comprobó porque jamás hubo un interés primordial. Ruth dijo que había visto marchar a Víctor a bordo del San Cristóbal antes de la muerte de Rosemary. Fue Ruth quien propuso hablar por teléfono con Buenos Aires el día de la muerte de George, y más tarde despidió a la telefonista que hubiera podido revelar, por descuido, que no había hecho tal cosa.
Claro está, ha sido muy fácil hacer comprobaciones ahora. Víctor Drake llegó a Buenos Aires a bordo de un barco que salió de Inglaterra un día después de la muerte de Rosemary, hace un año. Ogilve, en Buenos Aires, no sostuvo conversación telefónica alguna con Ruth referente a Víctor Drake el día de la muerte de George. Y Víctor Drake salió de Buenos Aires para Nueva York hace unas semanas. No era cosa difícil para él arreglar las cosas para que fuera expedido un telegrama en su nombre un día determinado… uno de esos famosos telegramas suyos pidiendo dinero que parecía prueba irrecusable de que se hallaba a miles de kilómetros de distancia. En lugar de lo cual…
—¿Qué, Anthony?
—En lugar de lo cual —dijo Anthony, que llevó a su oyente al punto culminante con un intenso placer—, estaba a la mesa vecina a la nuestra en el Luxemburgo con una rubia menos tonta de lo que nos habíamos figurado.
—¿Ese hombre tan horrible?
—Una cara amarillenta y manchada y unos ojos inyectados en sangre son cosas fáciles de simular, y cambian mucho el aspecto de un hombre. Además, de todos los allí reunidos, yo era la única persona, aparte de Ruth Lessing, que había visto antes a Víctor Drake… ¡Y yo nunca le había conocido con aquel nombre! De todas formas, yo estaba sentado de espaldas a él. Creí haber reconocido en la sala de fuera, cuando entramos, a un hombre a quien había conocido en mis tiempos de presidiario, un tal Monkey Coleman. Pero ahora llevaba yo una vida muy respetable y no tenía el menor deseo de que me reconociera. Jamás sospeché que Monkey Coleman pudiera tener nada que ver con el crimen, y mucho menos que él y Víctor Drake fueran la misma persona.
—Pero… sigo sin comprender cómo pudo hacerlo.
El coronel Race continuó la narración empezada por Anthony.
—De la forma más sencilla del mundo. Durante el espectáculo salió a telefonear, pasando junto a la mesa de ustedes. Drake había sido actor… y había sido algo mucho más importante: camarero. El maquillarse y representar el papel de Pedro Morales era juego de niños para un actor, pero el dar la vuelta a la mesa, con el paso y el porte de un camarero y llenar las copas de champán, requería el conocimiento y la técnica de un hombre que hubiera sido camarero de verdad. Cualquier movimiento torpe o fuera de su papel hubiera hecho que la atención de ustedes se concentrara en él. Pero mientras pareciese un camarero auténtico, ninguno de ustedes le prestaría atención… ni lo vería siquiera. Estaban mirando hacia el espectáculo y no se fijaron en esa parte integrante del decorado del restaurante: ¡un camarero!
—¿Y Ruth? —preguntó Iris con voz vacilante.
—Fue Ruth, claro está, quien introdujo el paquetito de cianuro en tu bolso… probablemente en el guardarropa a primera hora de la noche. La misma técnica que había empleado un año antes… con Rosemary.
—Siempre me pareció raro —dijo Iris— que George no le hubiera hablado de los anónimos a Ruth. Se lo consultaba todo.
Anthony rió.
—¡Claro que le habló de ellos! Inmediatamente. Ella sabía que lo haría. Por eso los escribió. Luego se encargó de organizarle ella misma todo el plan… después de haberle ido excitando. Así tenía el escenario preparado para el suicidio número dos. Y si a George le daba la gana de creer que tú habías matado a Rosemary y que te habías suicidado acosada por el remordimiento o el pánico… miel sobre hojuelas. Eso le tenía sin cuidado a Ruth.
—¡Y pensar que yo la quería… y mucho! Y hasta deseaba que llegara a casarse con George.
—Probablemente hubiera sido una buena esposa para él si no se hubiera topado con Víctor —manifestó Anthony—. Moraleja: «Toda asesina fue una buena chica en sus tiempos».
Iris se estremeció.
—¡Todo eso por dinero!
—¡So ingenua! ¡Por dinero se hacen siempre esas cosas! Víctor, indudablemente, lo hizo por dinero. Ruth, por dinero en parte, parte por Víctor y parte, creo yo, porque odiaba a Rosemary. Sí. Llevaba recorrido un camino muy largo cuando intentó atrepellarte con un automóvil, y aún mayor cuando dejó a Lucilla en la sala, cerró la puerta de la calle de golpe para hacer creer que se iba y subió a tu cuarto. ¿Qué aspecto tenía? ¿Parecía excitada siquiera?
Iris reflexionó.
—No lo creo. Se limitó a llamar con los nudillos en la puerta, y dijo que todo había quedado resuelto y que esperaba que me sentiría bien. Dije que sí, que sólo estaba cansada en realidad. Y entonces cogió esa linterna que tengo, recubierta de goma, y dijo que era una linterna muy buena. Después de esto, no consigo poder recordar nada.
—No, querida —dijo Anthony—. Porque te dio un encantador golpecito, no demasiado fuerte, en la nuca, con tu preciosa linterna. Luego te colocó artísticamente delante de la estufa, cerró las ventanas, abrió el gas, salió, cerró la puerta con llave por fuera, metió la llave por debajo de la puerta, encajó la estera contra la puerta para que no pudiera entrar aire y bajó tranquilamente la escalera. Kemp y yo nos escondimos en el cuarto de baño justamente a tiempo. Yo subí corriendo. Kemp siguió a miss Ruth Lessing, sin ser visto, hasta donde ella había dejado el coche… ¿Sabes? Se me antojó por entonces que era muy raro y poco característico de Ruth el que intentara convencernos de que había llegado hasta la casa en autobús y metro.
Iris se estremeció.
—Es horrible… pensar que había una persona tan decidida a matarme. ¿Me odiaba a mí también?
—Oh, no lo creo. Pero miss Ruth Lessing es una joven muy eficiente. Había sido ya cómplice en dos asesinatos y no le hacía ni pizca de gracia haber arriesgado el cuello en balde. No me cabe la menor duda de que Lucilla Drake mencionó tu decisión de casarte conmigo en cuanto yo lo dije. Y en tal caso, no tenía tiempo que perder. Una vez que estuvieras casada, yo sería tu heredero y no Lucilla.
—¡Pobre Lucilla! ¡Cuánto lo siento por ella!
—Creo que a todos nos pasa igual. Es un alma bondadosa e inofensiva.
—¿Víctor está detenido? ¿De veras?
Anthony miró a Race que asintió.
—Lo detuvieron esta mañana al desembarcar en Nueva York.
—¿Iba a casarse con Ruth… después?
—Ésa era la intención de ella. Y creo que lo hubiera conseguido.
—Anthony… me parece que no me gusta mucho mi dinero.
—No te preocupes, cariño, haremos algo noble con él si tú quieres. Yo tengo suficiente dinero para vivir y para mantener a una mujer razonablemente. Lo regalaremos todo si se te antoja, dotaremos instituciones para niños o suministraremos tabaco gratis a los ancianos o… ¿qué te parece si iniciáramos una campaña para que sirvan mejor café en Inglaterra?
—Me quedaré con un poco —dijo Iris—, por si alguna vez quisiera hacerlo, poder permitirme el lujo de dar media vuelta y plantarte.
—Se me antoja, Iris, que no es ése el estado de ánimo más adecuado para comenzar la vida de matrimonio. Y, a propósito, no has dicho ni una sola vez: «¡Tony, qué maravilla!» ni «¡Anthony, qué listo eres!».
El coronel Race sonrió y al mismo tiempo se puso en pie.
—Ahora voy a casa de los Farraday a tomar el té —explicó.
Bailaba la risa en sus ojos cuando le preguntó cortésmente a Anthony:
—Supongo que usted no querrá venir conmigo, ¿verdad?
Anthony meneó la cabeza y Race salió del cuarto. Se detuvo unos instantes en la puerta para decir por encima del hombro:
—¡Buen trabajo!
—Eso, entre los ingleses —afirmó Anthony, al cerrarse la puerta—, representa la suprema aprobación británica.
—Me creía a mí culpable, ¿verdad? —preguntó Iris serenamente.
—No se lo tengas en cuenta. Es que ha conocido a tantas espías hermosas que han robado fórmulas secretas y sonsacado secretos a generales, que está completamente amargado y se le ha trastornado un poco el juicio. ¡Cree que la culpable siempre ha de ser la muchacha considerada más bonita!
—¿Cómo sabías tú que no había sido yo, Tony?
—Porque estaba enamorado, supongo —contestó él alegremente. Luego cambió su semblante, volviéndose de pronto serio. Tocó un florero que había junto a Iris, y en el que se veía una solitaria ramita de color verde-grisáceo con una flor malva—. Florece a veces… alguna que otra ramita… si el otoño es templado.
Anthony sacó la ramita del florero y la apretó un instante contra su mejilla. Entornó los ojos y vio una abundante cabellera castaña, unos brillantes ojos azules y unos labios rojos, apasionados. En un tono de voz normal dijo:
—Ahora ya no anda por aquí, ¿verdad?
—¿A quién te refieres?
—Ya lo sabes tú… A Rosemary… Yo creo que ella sabía, Iris, que estabas en peligro.
Acarició la ramita con los labios y luego la arrojó por la ventana.
—Adiós, Rosemary… Y gracias…
—El símbolo del recuerdo… —dijo Iris con dulzura.
Y con más dulzura aún:
—Te ruego, amor, que recuerdes…