Capítulo X

Anthony Browne contempló la cartulina que el botones le tendía. Frunció el entrecejo y se encogió de hombros.

—Bueno, que suba —dijo al muchacho.

Cuando entró el coronel Race, Anthony estaba de pie junto a la ventana. Los rayos del sol recortaban su silueta.

Vio a un hombre alto, de aspecto marcial, rostro bronceado y cabello entrecano, un hombre a quien había visto antes, pero no desde hacía años. Un hombre del que sabía muchas cosas.

Race vio a un hombre moreno y garboso, y el contorno de una cabeza bien formada.

——¿El coronel Race? —dijo Anthony con voz agradable, indolente—. Sé que era usted amigo de George Barton. Habló de usted aquella última noche. ¿Un cigarrillo?

—Gracias, sí.

Le ofreció una cerilla.

—Aquella noche usted era el invitado que no se presentó… —añadió Anthony—. Tanto mejor para usted.

—Está usted en un error. Aquel asiento vacante no me estaba destinado.

—¿De veras? Barton dijo…

Race le interrumpió.

—Puede haberlo dicho George Barton. Sus planes, sin embargo, eran completamente distintos. Aquel asiento, Mr. Browne, debía de haberlo ocupado, al apagarse las luces, una actriz llamada Chloe West.

Anthony le miró boquiabierto.

—¿Chloe West? En mi vida la oí nombrar. ¿Quién es?

—Una joven actriz no muy conocida, pero que se parece superficialmente a Rosemary Barton.

Anthony emitió un silbido de sorpresa.

—Empiezo a comprender.

—Le habían proporcionado una fotografía de Rosemary para que pudiera copiar el peinado y maquillaje. Y también le proporcionaron el vestido que llevaba Rosemary la noche de su muerte.

—¿Así que ése era el plan de George? Se encienden las luces… Eh, presto! Exclamaciones de horror sobrenatural… Rosemary ha vuelto. El culpable exclama crispado: «¡Es cierto… es cierto… Lo hice yo!».

Hizo una pausa y agregó:

—Malísimo hasta para un borrico como el pobre George Barton.

—No estoy muy seguro de haberle entendido.

—Vamos, coronel… —Anthony rió—… un criminal recalcitrante no iba a portarse como una colegiala histérica. Si alguien había envenenado a Rosemary Barton a sangre fría y se disponía a propinarle a George Barton una dosis de cianuro, tal persona tendría cierto valor, cierta serenidad por lo menos. Haría falta algo más que una actriz disfrazada de Rosemary Barton para obligarle a confesar su culpabilidad.

—No olvide que Macbeth, criminal de nervios de acero, se desquició al ver el fantasma de Banquo en el festín.

—¡Ah! ¡Pero es que lo que vio Macbeth era un fantasma de verdad! ¡No se trataba de un cómico de la legua engalanado con la ropa de Banquo! Estoy dispuesto a admitir que un fantasma pudiera traer consigo del otro mundo una atmósfera propia. Es más, estoy dispuesto a reconocer que creo en fantasmas… pero creo en ellos desde hace seis meses… en uno de ellos en particular.

—¿De veras? ¿Y de quién es ese fantasma?

—De Rosemary Barton. Puede usted reírse si quiere.

No la he visto, pero he sentido su presencia. Por alguna razón que no se me alcanza, Rosemary, pobrecilla, no puede descansar en paz.

—A mí se me ocurre una razón.

—¿El hecho de que la hubiesen asesinado?

—O expresado de otro modo y en jerga que le debe ser familiar: porque la liquidaron. ¿Qué me dice usted de eso, Mr. Tony Morelli?

Hubo un momento de silencio. Anthony se sentó, tiró el cigarrillo a la chimenea y encendió otro.

—¿Cómo lo averiguó? —dijo por fin.

—¿Reconoce que es usted Tony Morelli?

—No se me ocurriría perder el tiempo negándolo. Es evidente que ha telegrafiado usted a Estados Unidos y obtenido todos los detalles.

—¿Reconoce que, cuando Rosemary Barton descubrió su identidad, la amenazó con liquidarla, a menos que supiera tener la lengua quieta?

El coronel Race experimentó una sensación extraña. La entrevista no estaba saliendo como debiera. Miró con fijeza al hombre arrellanado en el sillón, y su aspecto le dio la sensación de algo conocido.

—¿Quiere que le haga un breve resumen de lo que sé de usted, Morelli? —prosiguió.

—Pudiera resultar divertido.

—Se le condenó en Estados Unidos por intento de sabotaje a las fábricas de aeroplanos Ericsen y fue mandado a presidio. Después de cumplir la condena, salió en libertad y las autoridades le perdieron de vista. Cuando volvieron a tener noticias suyas, se hallaba usted en Londres, alojado en el Claridge, con el nombre de Anthony Browne. Allí trabó amistad con lord Dewsbury y, por mediación suya, conoció a ciertos fabricantes de armamentos. Se alojó en casa de lord Dewsbury y, gracias a que era usted huésped suyo, le enseñaron cosas que jamás debía haber visto. Es una coincidencia curiosa, Morelli, que sus visitas a varios talleres y fábricas importantes han ido seguidas por una serie de accidentes inexplicables y algunos incidentes que poco faltaron para que se convirtieran en verdadero desastre.

—Las coincidencias —admitió Anthony— son cosas verdaderamente extraordinarias.

—Finalmente, al cabo de un tiempo, reapareció usted en Londres y renovó su amistad con Iris Marle, inventando toda suerte de excusas para no visitar su casa y para que la familia no se diera cuenta de la intimidad que empezaba a nacer entre ustedes. Por fin, intentó inducirla a que se casara con usted en secreto.

—¿Sabe usted —murmuró Anthony— que es verdaderamente extraordinario que haya logrado averiguar todas esas cosas? No me refiero a la cuestión del armamento sino más bien a mis amenazas a Rosemary y las dulzuras que le susurré a Iris. ¿Es posible que esas cosas caigan dentro de la jurisdicción del MI5[10]?

Race le miró vivamente.

—Tiene usted mucho que explicar, Morelli.

—No lo crea. Admitiendo que los hechos que usted conoce sean ciertos, ¿qué pasa? He cumplido mi condena. He hecho algunas amistades interesantes. Me he enamorado de una muchacha encantadora y, como es natural, estoy impaciente por casarme con ella.

—Tan impaciente que preferiría que la boda se celebrara antes de que la familia tuviera tiempo de investigar sus antecedentes. Iris Marle es una joven muy rica.

Anthony asintió amablemente.

—Lo sé. Cuando hay dinero, la familia suele inclinarse a armar un jaleo espantoso. Iris no sabe una palabra de mi tenebroso pasado, ¿comprende? Con franqueza, preferiría que continuara ignorándolo.

—Mucho me temo que va a tener que enterarse.

—Es una lástima —dijo Anthony.

—Posiblemente usted no se da cuenta…

Anthony le interrumpió, riendo.

—¡Oh! ¡Ya sé poner los puntos sobre las íes! Voy a completar la historia. Rosemary Barton estaba enterada de mi pasado criminal y por eso la maté. George Barton empezaba a desconfiar de mí, ¡con que lo maté también! Ahora ando a la caza del dinero de Iris. Todo eso es muy bonito y encaja muy bien. Pero ¡no tiene usted la menor prueba de que sea cierto!

Race le miró atentamente unos minutos. Luego se puso en pie con viveza.

—Todo lo que ha dicho es cierto —aseguró—. Y todo es falso.

Anthony le observó atentamente.

—¿Qué es falso?

—Usted —Race se paseó lentamente por el cuarto—. Todo encajaba perfectamente hasta que le vi a usted. Pero ahora que lo he visto, no sirve. Usted no es un criminal. Y si no es usted un criminal, es usted uno de los nuestros. No me equivoco, ¿verdad?

Anthony le miró en silencio. Una sonrisa expansiva apareció lentamente en su rostro.

Porque la esposa del coronel y Juay O’Grady son hermanas de piel para adentro —tarareó en voz baja—. Si, es curioso cómo llega uno a conocer a los de su propio oficio. Temí que descubriese enseguida lo que era. Por entonces, era muy importante que nadie lo adivinara. Siguió siendo importante hasta ayer. Ahora, gracias a Dios, ya ha acabado. Tenemos en la red a una banda de saboteadores internacionales. Llevaba trabajando tres años en esta misión. He frecuentado ciertas reuniones, haciendo de agitador entre los obreros, para conseguir la mala fama necesaria. Por último, se decidió que diera un golpe importante y acabara en la cárcel. Era preciso que la condena fuese auténtica para que quedase demostrada mi condición de saboteador.

«Cuando salí de la cárcel, las cosas se empezaron a mover. Poco a poco fui llegando al corazón de todo, una gran red internacional dirigida desde Europa central. Fue como agente de la red que vine a Londres y me alojé en el Claridge. Tenía orden de hacerme amigo de lord Dewsbury. Ése era mi papel: un diletante. Conocí a Rosemary Barton mientras desempeñaba mi papel de joven acaudalado y ocioso. De pronto, y con gran horror mío, descubrí que sabía que había estado en la cárcel en Estados Unidos con el nombre de Tony Morelli. Quedé aterrado, por ella. La gente con quien yo trabajaba la hubiera hecho matar sin vacilar, de haber sospechado que lo sabía. Hice lo posible para asustarla hasta el punto de que no se atreviera a hablar, pero no tenía grandes esperanzas de éxito. Rosemary nació para ser indiscreta. Pensé que lo mejor sería que me apartase de ella, y entonces vi a Iris bajar la escalera y me juré que, después de terminar mi misión, volvería inmediatamente para casarme con ella.

«Cuando terminé la parte activa de mi labor, reaparecí y me puse en contacto con Iris; pero me mantuve alejado de la casa y de su familia porque comprendí que querían saber algo más de mí y necesitaba mantener el incógnito un poco más de tiempo. Pero el aspecto de Iris me preocupó. Parecía enferma y asustada, y George Barton estaba obrando de una forma muy extraña. La insté a que se fuera de casa y se casara conmigo. Ella se negó. Tal vez hizo bien. Y a continuación me invitaron a la fiesta. Nos sentábamos a la mesa cuando George Barton anunció que usted iba a asistir. Me apresuré a decir que me había encontrado con un hombre a quien conocía y que posiblemente tendría que marcharme temprano. En realidad, sí que había visto a un hombre a quien conocí en Estados Unidos, un tal Monkey Coleman, aunque él no me reconoció a mí. A quien quería esquivar no era a él, sin embargo, sino a usted. Aún no había terminado mi trabajo». Y ya sabe lo que ocurrió a continuación. George murió. Yo no tuve nada que ver con su muerte ni con la de Rosemary. Sigo sin saber quién los mató.

—¿No tiene una idea siquiera?

—Tiene que haber sido el camarero o una de esas cinco personas sentadas a la mesa. Yo no creo que fuera el camarero. No fui yo. Y no fue Iris. Pudo haber sido Sandra Farraday y pudo haber sido Stephen. O pudieron haber sido los dos juntos. Pero la persona más probable en mi opinión es Ruth Lessing.

—¿Tiene usted alguna razón para creerlo?

—No. Ella parece ser la más probable… ¡pero no comprendo cómo pudo haberlo hecho! En ambas tragedias estaba colocada de tal manera en la mesa, que le hubiera resultado poco menos que imposible tocar las copas. Y, cuanto más pienso sobre lo sucedido aquella noche, más imposible me parece que George fuera envenenado siquiera. Y, sin embargo, lo fue. —Hizo una pausa—. Otra cosa me extraña: ¿Ha descubierto usted quién escribió los anónimos que pusieron a George sobre la pista?

Race meneó la cabeza.

—No. Creí haberlo descubierto pero me equivoqué.

—Porque lo interesante es que significa que hay alguien en alguna parte que sabe que Rosemary murió asesinada. De suerte que, sino anda usted con cuidado, ¡esa persona será la siguiente en morir!