OCHO

Jacques se golpeó contra una barrera invisible en la puerta del cuarto de Claire. El impacto lo lanzó despedido hacia atrás, en dirección al salón. Sobrepasó a Dean, sobrepasó a Austin y atravesó el busto de Elvis.

—Ggacias, mushas ggacias.

—Nadie te ha preguntado —le espetó a la cabeza de escayola—. Anglais! No puedo seguiros si no tengo anclas.

Dean, que estaba en el punto más alejado del umbral, se balanceó hasta detenerse y giró sobre sí mismo.

—¿Un ancla?

Oui. Ven y coge la coussin, el cojín —sus dedos se metieron por entre el relleno de crin de caballo—. Llévatelo a la habitación de Claire.

—¿No tienes anclas ahí dentro?

—¿Es que no lo acabo de decir? ¡Y bórrate esa sonrisita estúpida de la cara! ¿Creías que no le permitiría a Claire tener intimidad?

La verdad es que sí lo pensaba, pero era demasiado buen tipo como para decirlo. Y la sonrisita estúpida parecía querer quedarse en donde estaba. Dio tres largas zancadas y agarró el cojín. Otras tres y estaba ya de vuelta en la habitación de Claire, con Jacques a su lado.

—A buenas horas llegáis, imbéciles —gruñó Austin mientras daba vueltas arriba y abajo ante el armario.

A excepción del gato y los muebles, la habitación estaba vacía.

—¿Dónde está la jefa? —exigió Dean tirando el cojín encima de la cama.

—¿Tú qué crees?

Tres cabezas, una viva, una muerta y una felina, se giraron hacia el armario.

—¿Cómo sabes que tiene problemas? —preguntó Jacques—. Cada mañana va en busca de la Historiadora. ¿Por qué es diferente esta mañana?

—Lleva demasiado tiempo fuera —les dijo Austin—. Esté el tiempo que esté ahí dentro, nunca se va durante más de media hora del tiempo exterior.

Dean miró su reloj. Eran casi las nueve y cuarto. Lo cual no le decía absolutamente nada excepto la hora que era.

—Quizá le está llevando más tiempo porque ha encontrado algo.

—Claro, míralo por el lado bueno —metió una pata debajo de la puerta del armario y consiguió abrirla unos centímetros—. Escuchad.

Oui? No escucho nada.

—Eso —gruñó el gato— es porque estás hablando.

Un momento más tarde, el fantasma se encogió de hombros.

—Sigo sin escuchar nada.

Entonces se escuchó suave, muy suave, apenas audible por encima del sonido que hacía la cola de Austin al golpear el suelo, el rugido de un animal grande y muy enfadado.

Los dos hombres intercambiaron miradas idénticas.

—¿Estás seguro de que no es Claire? —preguntó Jacques.

—¡Sí! Prácticamente —corrigió Austin después de pensárselo un momento—. De todas formas, no puede ser bueno. Dean tiene que entrar y buscarla.

—De acuerdo. —Dean se colocó más firmemente las gafas en la cara y dio un paso adelante.

Un moment. No irás solo, anglais.

—Sí, irá —le interrumpió Austin—. Tienes que pesar más de cuarenta kilos para poder entrar, es una de esas estúpidas medidas de seguridad para niños. Por desgracia, también bloquea a los gatos y a los fantasmas, así que me temo que tendrá que hacerlo Dean.

Jacques se estiró hasta alcanzar su máxima altura, más unos diez centímetros de espacio en el aire.

—Si se lleva el cojín, puedo entrar con él.

—¡No funciona así! —Austin dio un par de furiosos lametones en dirección a su hombro—. Y si lo hiciera, sería yo el que fuese con él.

Dean pasó ante el gato y abrió la puerta del armario. Dentro estaba oscuro, mucho más oscuro de lo que debería. Otro lejano rugido salió a la deriva y se metió en la habitación. Se cuadró de hombros, flexionó los músculos de la espalda y dio un par de botes sobre los pies. Claire necesitaba su ayuda. Genial.

—¿Qué tengo que hacer?

—Entra y cierra la puerta detrás de ti, pero sin el pestillo.

—¿Por qué no?

—Sólo un idiota se encerraría dentro de un armario —su tono de voz sugería que cualquier idiota debería saber aquello—. Una vez estés dentro, piensa en Claire. Con su imagen en la mente, camina hacia la pared trasera. Cuando llegues al lugar al que vas, continúa pensando en ella.

—¿A dónde voy?

—No tengo ni idea. Una vez hayas llegado, mira y escucha para ver si encuentras algo fuera de lo común. Ella estará allí en medio. Oh, y no comas ni bebas nada mientras estés dentro. Nada. Mente. Cero.

Casi preparado para entrar, Dean se detuvo.

—¿Por qué no? —volvió a preguntar.

—¿No leías cuando eras pequeño?

—Eh, pues es que jugaba mucho al hockey.

Austin resopló.

—Me lo imaginaba. Si comes o bebes dentro del armario, este te retiene dentro.

Con la puerta medio cerrada, sacó la cabeza hacia la habitación.

—¿Cómo volveré?

—Piensa en este cuarto y cruza cualquier puerta que sea opaca.

—Pero no vuelvas sin Claire —le dijo Jacques—, o haré que tu vida sea todo sufrimiento.

Dean aceptó la advertencia con el carácter que le había sido concedido.

—No te preocupes. La salvaré.

Cuando la puerta del armario se cerró, Austin saltó sobre la cama.

—Odio esperar.

—Sabes —le dijo Jacques, pensativamente, volando para unirse a él—, si te has equivocado y no necesita que la salven, no estará muy contenta contigo.

—¿Perdona? ¿Si estoy equivocado?

El interior del armario olía ligeramente a naftalina. A Dean le resultó un olor tranquilizador mientras se apartaba de la puerta y la discusión iba subiendo de tono al otro lado. Le recordaba al armario que había en la habitación que no se utilizaba en la casa de su abuelo. Incapaz de ver nada, dio un paso a tientas hacia atrás, esperando, a pesar de todo, darse de narices contra la pared trasera. Otro paso, y otro más. Todavía no había pared.

Un nuevo olor comenzó a superponerse al de las bolas de naftalina.

¿El tabaco para pipa de su abuelo?

Se detuvo y cerró los ojos, y de repente recordó que debería estar pensando en Claire, no en su hogar. Con su imagen en la mente

Era difícil tener en mente una sola imagen, así que atravesó los parpadeos de su breve asociación y dio un paso más. Claire entrando en la cocina la primera mañana, Claire explicándole cómo funcionaba la magia, Claire subiendo las escaleras de caracol del ático. El olor a tabaco para pipa comenzó a disolverse. Ella era su jefa, era una Guardiana, tenía una molesta forma de asumir que ella lo sabía todo mejor, o para ser más precisos, que él no sabía nada en absoluto. Cuando abrió los ojos, vio una luz gris en la distancia.

Aproximadamente treinta y siete pasos más tarde —no estaba muy seguro de cuántos había dado antes de comenzar a contar— estaba en medio de Princess Street mirando colina abajo, hacia el agua. Preparado para el entorno más extraño posible, se encontraba un poco decepcionado por encontrarse en una mala copia de la ciudad que acababa de dejar. Todo estaba ligeramente desproporcionado, la calle estaba pavimentada con adoquines y, a pesar de que había pocos coches aparcados, no había tráfico. La más o menos media docena de personas que había a la vista no le prestaron atención.

Escuchaba las campanas de la iglesia en la distancia y los chillidos de las gaviotas que volaban en círculo muy por encima de su cabeza.

No había ni rastro de Claire.

Con el deseo de obtener una pista, sacó la tarjeta.

Tía Claire, Guardiana.

Tu accidente es mi oportunidad.

(podría ser peor, podría llover)

El cielo se abrió y comenzó a caer agua. Dean volvió a meter la tarjeta en su cartera, tras darse cuenta de que la magia tenía un sentido del humor muy simple.

Por suerte, parecía haber pasado de octubre a agosto. El aire era cálido y la lluvia era casi templada. Mientras se apartaba el cabello de la cara, tomó una profunda bocanada de aire y frunció el ceño ante otro olor familiar. Mientras deseaba no haberlo estropeado todo al pensar en su hogar, comenzó a correr colina abajo en dirección al puerto. Mira y escucha para ver si encuentras algo fuera de lo común, le había dicho Austin. Bueno, por lo que él sabía no había puertos de agua salada en los Grandes Lagos.

No era sólo un puerto de agua salada. El puerto de Signal Hill, de Terranova, se elevaba en el estrecho lugar en el que debería estar la Academia Militar Real. Había un inmenso muelle al final de una ancha calle y a lo largo de su extremo más alejado estaban las propiedades históricas que deberían estar rodeando el puerto para ferrys de Darmouth en Halifax.

—De acuerdo, esto es raro —pero hasta el momento no parecía peligroso. Incluso la lluvia estaba amainando.

Había barcos por casi todos los muelles, la mayoría eran clípers y bergantines, pero también vio por lo menos dos barcos modernos. ¿Así que cuáles eran los que se salían de lo común? Mientras permanecía allí, indeciso, alguien chocó contra él por detrás, murmuró una disculpa y continuó moviéndose.

Dean se giró y vio a un musculoso hombre que llevaba un uniforme naval pasado de moda y cargaba con una pierna humana sobre un inmenso hombro, que se abrió paso por entre la multitud que había en la calle y se metió en un edificio verde y sin ventanas al otro lado. El cartel del edificio rezaba: «Salchichas de persona».

Nadie más, desde la niña pequeña que vendía cerillas al artista callejero tuerto y con una pata de palo y un garfio, parecía tener ninguna opinión al respecto.

No comas ni bebas nada mientras estés dentro

—No te preocupes por eso —murmuró—. Encontraré a la jefa y…

De algún lugar de la ciudad llegó el rabioso rugido de un efecto especial industrial de luz y magia, seguido de cerca por el grito de una mujer.

—¡Claire!

Las botas de trabajo resbalaban sobre los adoquines húmedos. Dean salió corriendo del puerto atravesando una conejera de calles estrechas, todas ellas abruptamente angulosas sin importar la dirección en la que corriese.

El rugido volvió a sonar. Más cercano.

Justo cuando pensaba que estaba desesperadamente perdido, salió dificultosamente de entre dos escaparates vacíos y se metió por el cruce entre Brock y King, cruzando desde la vieja biblioteca de la ciudad.

En el centro del cruce, pisando bruscamente como un viejo modelo de animación, había un dinosaurio. Un T-Rex. A un lado estaban los restos aplastados y prácticamente inidentificables de…

… un Corvette del 1957.

—¡Oh, Dios, no! —con los ojos inmensamente abiertos tras las gafas, se tambaleó hacia atrás con las manos extendidas. Estaba a punto de quedar destrozado cuando sintió que el suelo se movía, notó un aliento caliente en la nuca y de repente tuvo la reconfortante sensación de que era un personaje secundario de una película de sábado por la mañana.

Se apartó del camino justo a tiempo. Inmediatamente después rodó por el suelo para evitar que la inmensa cola lo aplastase. Saltó sobre un parachoques arrugado…

Sentada en la biblioteca, rodeada por bibliografía y unos cuantos de los clientes más amargados aunque menos literatos, Claire escuchó que alguien decía su nombre. En voz muy alta. Se podría decir que casi desesperadamente.

La voz, aunque in extremis, le sonaba muy familiar.

Estaba dentro desde que había aparecido la nueva mascota de la Historiadora, ya que se imaginaba que esta, tarde o temprano, acabaría aburriéndose y largándose y, si no lo hacía, volvería a salir por la puerta de la biblioteca y se iría a casa. Después, mientras buscaba un mapa, se había quedado absorta en los libros. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba allí.

—¡CLAIRE!

—¿Dean? —mientras se pasaba la lengua por los labios resecos, caminó hasta la ventana, preguntándose cómo habría podido la Historiadora copiar la voz de Dean con tanta exactitud.

Sintió que la mandíbula se le desencajaba cuando se dio cuenta de que estaba escuchando al Dean original.

—¡Dean!

Si el T-Rex hubiera estado mejor animado, Dean sabía que en aquel momento estaría muerto y parcialmente digerido. Tras esquivar un grotesco pico con aspecto gallináceo que salía de una cabeza enorme, se encontró al pie de las escaleras de la biblioteca.

La inmensa cola azotaba a su alrededor.

Saltó, esquivó la cola, aterrizó mal, se tambaleó hacia atrás y se cayó.

Con más o menos una docena de escaleras por encima y detrás de él, escuchó cómo se abría la puerta de la biblioteca y, al mismo tiempo, una pequeña manada de cerdos apareció al otro lado del cruce chillando lo bastante fuerte como para despertar a un muerto.

O atraer la atención del dinosaurio.

Mientras el T-Rex cargaba contra los cerdos, algo agarró a Dean por la camisa e intentó arrastrarlo hacia atrás por las escaleras sin demasiado éxito. Antes de que la presión de las costuras contra las axilas le cortase la circulación de los brazos, consiguió ponerse en pie.

Claire soltó los dos puñados de tela mientras él se giraba para mirarla. Separados por dos pasos, sus ojos estaban a la misma altura. Ella subió un escalón más.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Dean jadeó, luchando para tomar aliento.

—He venido para salvarte.

—¿Para salvarme? Oh, por… ¿De quién ha sido esa brillante idea?

Ya que era evidente que no se sentía ilusionada ante la idea de un intento de rescate, se cuadró de hombros.

—Mía.

—No seas ridículo —resopló Claire—. Fue de Austin, ¿verdad? Ese gato es más metomentodo que…

Un rugido del T-Rex hizo que su atención volviese al cruce. Arañaba el aire con sus brazos absurdamente pequeños y después cargó.

—¡Vamos! —Claire corrió hacia la puerta de la biblioteca agarrando a Dean de nuevo por la camisa.

—Los cerdos no le han llevado mucho rato.

—Eso es porque no eran reales. Sólo la Historiadora puede crear materia aquí, lo único que puedo hacer yo son ilusiones.

—Genial, ¿así que encima lo has mosqueado?

—Intenta recordar quién ha salvado ese culo.

Los sólidos escalones de piedra temblaron cuando el dinosaurio comenzó a subirlos tras ellos.

—¡Piensa en la habitación! —gritó Claire cuando alcanzaron el escalón más alto. Todavía agarrándolo por la camisa, abrió el pestillo con el pulgar y lo arrastró por la puerta tras ella.

El armario se tambaleó por el tremendo impacto cuando ellos se lanzaron ante la preocupada presencia de Austin y Jacques.

Respirando con dificultad, Claire se quedó tirada en donde había caído, mirando bajo la cama hacia un par de zapatillas de conejito que no eran suyas. Cuatro patas, impulsadas por un gato de cinco kilos, aterrizaron sobre sus riñones y un momento más tarde la cara de Austin miraba hacia la suya desde encima de su hombro derecho.

—¿Te has hecho daño?

—Estoy bien. Sólo tengo un poco de sed —se giró, lo cogió en brazos y se sentó. Dean se había puesto de pie y estaba entretenido intentando volver a colocarse la camisa—. ¿Qué —le preguntó al gato— tipo de idea fue esa de enviarlo a él a buscarme? Si no hubiera aparecido a tiempo, lo hubieran matado.

—Escuché unos rugidos.

—Escuchaste mal.

—Llevabas fuera una hora.

—Perdí la noción del tiempo. Estaba leyendo.

—¿Leyendo? —repitió Austin mientras se liberaba y saltaba sobre la cama—. ¡Estabas leyendo!

A punto de mencionar al dinosaurio, la visión de Dean de pronto se vio ocupada por un primer plano total de un fantasma.

—Coge mi cojín —susurró Jacques—. Rápido, y nos vamos.

—Pero Claire… —contestó Dean susurrando, intentando ver alrededor del cuerpo translúcido de Jacques.

—No puedes salvar a Claire de esto. Y por mucho que quieras que mi cojín se quede aquí, cógelo. Nos vamos.

—¿Yo estaba muriéndome de preocupación y tú estabas leyendo? —repitió Austin.

Había algo en el tono de voz del gato que les hizo comprender de repente. Con los ojos muy abiertos, Dean miró a Jacques, que movía desesperadamente la cabeza en dirección al cojín.

—No ha sido así, Austin.

—¿Que no ha sido así? ¿No es que nunca jamás tienes en cuenta lo que yo sienta? ¿Es eso lo que no ha sido así?

Con cuidado de no irrumpir en el campo de visión entre el gato y la Guardiana, Dean levantó el ancla de Jacques y los dos se apresuraron a salir al salón.

—Entonces, ¿de qué te salvó Claire? —preguntó Jacques cuando redujeron el paso.

Dean se encogió de hombros, con la tela que Claire había estirado colgándole sobre los hombros como unas alas diminutas.

—Un dinosaurio.

—¿Un qué?

—Un lagarto gigante carnívoro.

—¡Ja! Si yo pudiese pasar por el armario, ella no tendría que rescatarme a mí de un lagarto gigante. No tendría que rescatar a un hombre de verdad.

—Los hombres de verdad lo admiten cuando necesitan ayuda.

—¿Desde cuándo?

—Creo que comenzó más o menos a mediados de los ochenta.

—Ah. Bien, entonces no comenzó por mí. Yo hice aquello para lo que entrase en el armario.

—Tú hubieras hecho aquello para lo que entrases en el armario.

—Eso —dijo Jacques mirando por encima de la nariz al hombre vivo— es lo que he dicho.

—De acuerdo. —Dean se medio giró hacia el dormitorio, señalando con la mano hacia el viejo cojín—. Si eres tan valiente, vuelve a entrar.

La voz de Austin salía por la puerta abierta del dormitorio.

—… consideras más importante que…

Jacques se quedó pensativo.

—¿Cómo has dicho que era de grande el lagarto?

Más tarde, después de que los ánimos se hubieron calmado y se hubieran pedido y aceptado disculpas, Austin apoyó la cabeza sobre el hombro de Claire y murmuró pensativo:

—Quizá esto no tuviese nada que ver con ninguno de nosotros dos. Quizá solo tuviera que ver con Dean.

Claire se detuvo a medio camino en medio del salón y movió al gato de forma que le pudiese ver la cara.

—¿Qué estás diciendo?

—Quizá él tuviese que entrar en el armario, para comenzar a templarse.

—¿A templarse? —ella abrió mucho los ojos en el momento en que se dio cuenta de lo que aquello implicaba—. Oh, no. Olvídalo. No necesitamos otro Héroe. No suponen más que problemas.

—Por supuesto, pero encaja dentro de los parámetros. No tiene padres, fue criado por una figura autoritaria severa pero ética, es grande, fuerte, atlético por naturaleza, no muy espabilado, modesto, guapo…

—Miope.

—¿Qué?

—Es corto de vista —dijo Claire, sintiéndose casi mareada de alivio—. ¿Has escuchado hablar de algún héroe que lleve gafas?

Austin se quedó pensando un momento.

—¿Clark Kent?

—Son de mentira.

—¿Woody Allen?

—Seamos serios.

—Aún así…

—No —salió al recibidor y cerró la puerta de sus estancias tras ella.

Mientras daba palmadas sobre el brillante mostrador de roble con la mano libre, se dirigió a la cocina. Ya que su búsqueda infructuosa de la Historiadora le había quitado la mayor parte de la energía, no tenía ningún recuerdo de Dean acabando definitivamente el trabajo, pero tenía buen aspecto. Por supuesto que lo tendría aún mejor si hubiera acabado el suelo del recibidor, pintado y colocado alfombras nuevas en las escaleras…

—No, soy Guardiana, no decoradora de interiores. Tengo un trabajo. Si no puedo encontrar a la Historiadora —murmuró mientras entraba en la cocina—, siempre hay más de una forma de ponerle el cascabel al gato.

Austin saltó de sus brazos, aterrizó dentro del fregadero y se giró para mirarla.

—Te suplico perdón.

—Lo siento.

Se limpió un hombro.

—Debería desear que así fuese.

Casi sin atreverse a respirar, Claire sacó del frigorífico el recipiente de plástico en el que estaba el diario del lugar. Se detectaban unos difusos humos que escapaban a través del cierre.

—¿Es que tienes que hacer eso ahora? —exigió Austin—. Son las diez menos veinticinco. Creo que podríamos desayunar primero.

—No tengo ninguna intención de abrir esto teniendo comida en el estómago.

—Seguramente eso sea muy inteligente, pero contando en tiempo de armario, llevas casi veinticuatro horas sin comer y, lo que es más importante, yo no he comido en dos. Después de haberte puesto con eso, no querrás comer durante un buen rato —estornudó—. Si es que quieres. ¡Es peor que la última vez!

—Pero si la tapa todavía está puesta.

—A eso me refería —su primer salto casi lo llevó al comedor. Con las orejas echadas hacia atrás, se dirigió al pasillo—. Si me necesitas, estaré haciendo terapia canina en la casa de al lado. Fuera de mi camino, chaval.

—¿Chaval? —repitió Dean mientras se aplastaba contra la pared para evitar que el gato lo atropellase. Todavía meneando la cabeza, dobló la esquina para entrar al comedor y tosió—. ¿Qué…?

—Si quieres hacer algo útil —le dijo casi sin respirar, mientras apartaba a un lado la tapa—, podrías pasarme alguna cosa para levantar esto.

—¿El qué? —preguntó, percibiendo con consternación que ella buscaba otro tenedor.

—Algo con lo que levantar el diario para sacarlo del líquido.

Mientras se recordaba que el hotel era de ella y que por lo tanto podía destruir toda la cubertería que quisiera, Dean tomó la espátula que menos le gustaba de la sección de espátulas del segundo cajón y se la tendió.

—¿Habéis tú y Austin conseguido?, bueno, ya sabes…

—Sí, lo hemos conseguido. Simplemente para que no te vuelvas a preocupar en el futuro, siempre lo conseguimos.

—Tenéis una interesante relación.

—Por supuesto que sí —se secó un ojo que le lloraba con la parte de atrás de la mano—. Es un gato —con cuidado, deslizó la espátula bajo el diario.

De nuevo las cebollas se habían vuelto de color índigo, pero esta vez aún había un par de centímetros de salmuera echando agua en el fondo del recipiente.

—Jefa, sólo quería decirte…

—Ahora no, Dean.

—De acuerdo —con la mano izquierda sobre la boca y la nariz, caminó hacia el lado del mostrador que daba al comedor—. ¿Cómo puedes estar ahí así?

—Hago lo que tengo que hacer.

—¿Y qué es lo que tienes que hacer, cherie? —preguntó Jacques, apareciéndose a su lado.

—Mirar —mientras sostenía el diario justo encima de la salmuera de forma que el líquido no salpicase fuera del recipiente al escurrirse, Claire utilizó el tenedor con cuidado y lo introdujo para abrir por la primera entrada escrita por Augustus Smythe. A pesar de que el papel continuaba siendo de un azul ligeramente más claro que las letras, la letra era por fin legible.

18 de agosto de 1942. He sido llamado a un lugar llamado Brewster’s Hotel. Aquí ha tenido lugar una de las cosas más increíbles que pueden ocurrir. La Guardiana que sellaba, y que de hecho continúa sellando el lugar, intentó adquirir control sobre el mal para utilizarlo en beneficio propio.

Con una inmensa sonrisa, Claire levantó la mirada hacia Dean.

—¿No es maravilloso?

—Maravilloso —estuvo de acuerdo él, pero se refería al pequeño hoyuelo que la sonrisa le había formado en la punta de la nariz.

Jacques siguió la línea de su mirada y resopló.

No puedo decir el nombre de la Guardiana, ya que ella continúa en el edificio, continúa sellando el lugar con su poder, que es considerable según el arrogante h.d.p. del Tío John, que ayudó a derrotarla. Odio la forma en que algunos de esos tipos se las dan de «tengo más linaje que nadie», como si el universo brillase desde su culo.

—Supongo que esto responde a la pregunta sobre la personalidad de Augustus Smythe.

El otro Guardián, el Tío Pedro, no lo hace mal. ¿Será porque anda como Pedro por su casa?

—Y esto saca a la luz un poco más.

Los dos juntos no hubieran bastado para vencerla si ella no hubiera…

Claire pasó la página deslizando el tenedor cuidadosamente por debajo del papel húmedo, intentando, a pesar de la emoción, continuar respirando sin aspirar profundamente.

… tenido problemas con la virgi…

—¡Oh, no! —una a una, cada vez más rápido, las letras se deslizaron sobre el papel y fueron cayendo en la salmuera. Durante un instante, Claire se quedó mirando horrorizada el diario con las páginas en blanco, luego el papel se convirtió en una masa gelatinosa y bailó hasta caer de la espátula. El chapuzón resultante lanzó un par de docenas de letras sobre la mano y el jersey de Claire.

Se tambaleó hacia atrás hasta golpear el borde del fregadero, demasiado atónita para hablar.

Dean dio un salto atrás conteniendo el aliento y colocó rápidamente de un golpe la tapa sobre el recipiente. Cuando esta encajó, se apresuró a dar la vuelta a la cocina, le quitó la espátula a Claire de la mano y la tiró casi inmediatamente a la basura.

—Deberías lavarte la mano, cherie —le dijo Jacques—. Tienes emes encima. Y otras letras por todo el jersey.

—No creo que se pueda lavar —intervino Dean.

Jacques arrugó la nariz.

—No me asombra que también hagas la colada.

Lentamente Claire fue levantando la mano en dirección a la boca y se tocó la lengua con una de las letras.

Los dos hombres intercambiaron una mirada horrorizada.

Los labios se le separaron de los dientes.

—No me parece que esté sonriendo —murmuró Jacques.

—Trozos de araña —gruñó Claire—. ¡Ese trocito de infierno podrido!

Los dos hombres se sobrecogieron pero no ocurrió nada.

—¿No lo veis? —la mirada de Claire saltó del uno al otro y de vuelta—. El diablillo ha metido trozos de araña en la solución. No puede haber abierto el frigorífico, así que tiene que haber espolvoreado las cebollas en el cubo que está debajo de la barra justo antes de que comenzase el segundo baño. ¡Lo ha arruinado todo!

OH, MUY BIEN HECHO.

¿NOSOTROS FELICITAMOS?

RECONOCEMOS LOS MÉRITOS CUANDO LOS MÉRITOS SON MERECIDOS.

El infierno se quedó callado durante un instante, NO, NO LOS RECONOCEMOS, dijo finalmente.

—La señora Abrams trama algo, está canturreando. Es un sonido que pone los pelos de punta. ¿A qué vienen esas caras largas? —preguntó Austin mientras saltaba sobre el mostrador. Estornudó y le dirigió una mirada de disgusto al recipiente—. ¿Todavía no habéis acabado con eso?

—Oh, sí, he acabado con él. —Claire se sacó el jersey y se lo tendió a Dean, que lo cogió de la misma forma de la que habría cogido una medusa muerta—. Todo ha acabado. No podré ser capaz de deshacer lo que se hizo porque nunca sabré lo que hicieron. No puedo arreglarlo. Quizá debería llamar al primo del cerrajero.

—¿De qué estás hablando?

—No importa —con un movimiento mecánico se dio la vuelta, se echó un poco de lavavajillas en la palma de las manos y se las lavó.

Cuando Dean le explicó lo que había pasado, el gato saltó al suelo para frotarse contra sus piernas.

—Los trozos de araña pueden llegar a las cebollas de muchas formas, no sabes que haya sido un diablillo. Ni tan siquiera si hay un diablillo.

—No empieces conmigo, Austin.

Sabiamente, lo dejó correr.

—Todavía te queda la Historiadora —le recordó.

—No, no está —se frotó las manos para secárselas en un trapo, que Dean volvió a colgar con dos dedos sobre un gancho, y cogió en brazos a Austin—. No puedo salir de esa ciudad que ha construido.

—¿El armario Kingston? —preguntó Dean.

—No es exactamente Kingston —le dijo Claire amargamente—. Hay un campamento de niñas exploradoras asesinas al norte. Cuando tomo el puente sobre el estrecho y voy hacia el este, me topo con una tormenta de nieve que no puedo atravesar. Hacia el oeste está la academia militar. Y al sur…

Un moment —la interrumpió Jacques—. ¿Por qué no puedes pasar por una academia militar?

—Son los hombres en uni…

Claire puso la mano sobre el hocico del gato.

—Piensan que soy una de sus profesoras y que he desertado. Si intento ir por ese camino lo único que consigo es que me metan en un horrible uniforme y me lancen a la brigada hasta que acceda a dar dos clases de historia militar.

—El mar está al sur —dijo Dean—. ¿Qué tal si tomases uno de los barcos?

—¿Subir a un barco atestado de gente de la Historiadora? —Claire negó con la cabeza—. No creo que pueda. Iría más rápido si me hundiese y les evitase a ellos el problema.

—Austin cree que lo estás intentando demasiado intensamente.

—¿En serio? Es interesante que sepa tanto de un lugar en el que no ha estado nunca —el gato que tenía en brazos se concentró mucho en limpiar el espacio que había entre las almohadillas de una pata delantera—. No, es evidente. No puedo llegar a la Historiadora, y esto… —miró para el amasijo de letras y lodo que formaba el diario. Se le hundieron los hombros—… esto es más que inútil.

—¿Y si estudias el conjuro real?

—¿Para qué? —se había pasado una hora con Sara cada mañana y, hasta el momento, sólo había desarrollado alergia al polvo. Diez minutos por la tarde cada dos días era lo máximo que podía pasar tan cerca del infierno y un monólogo continuo que no podía acallar le había enseñado unas cuantas cosas que preferiría no haber sabido sobre la Inquisición española, la Segunda Guerra Mundial y las personas que programan la televisión en horario de máxima audiencia, pero nada sobre cómo tratar con la situación única que rodeaba el lugar—. Es hora de que lo afronte: me quedaré aquí estancada durante el resto de mi vida.

Un momento más tarde, cuando el silencio dejó de resonar en la cocina tras el portazo de una puerta metafórica, Jacques suspiró y dijo:

—¿Sería eso algo tan malo, cherie?

Claire se detuvo a punto de caer en regodearse largamente en la autocompasión, al darse cuenta de que lo que realmente estaba preguntando él era: ¿Serta tan terrible pasar el resto de tu vida aquí conmigo?

—No lo estás entendiendo, Jacques. Si se me necesitase para sellar el agujero, condenada a convertirme en una excéntrica reclusa años antes de que me toque, sería diferente, por lo menos estaría haciendo algo útil. Aquí… —hizo un gesto con la cabeza con el que consiguió comprender todo el hotel—… soy una observadora pasiva, que vigila un sistema en el que no puedo interferir intentando que no se descontrole. Es como… como tener al ganador del trofeo Cy Young sentado en el banquillo por si acaso uno de los jugadores se lesiona.

El fantasma se quedó mirándola desconcertado.

—¿Y eso significa…?

—Está hablando de béisbol —le dijo Dean antes de que Claire pudiera explicárselo—. Quiere decir que siente que sus capacidades están siendo desperdiciadas aquí.

—¿Desperdiciadas? —repitió Jacques—. ¿Aquí, en donde hay un agujero que da al infierno y una femme mauvaise durmiendo en el piso de arriba? Si hay algo que va mal aquí…

¡MUERTE! ¡DESTRUCCIÓN!

¡UN UNIVERSO CON QUINIENTOS CANALES DE TELEVISIÓN!

—… tus, cómo lo llamas, capacidades, no serán desperdiciadas, cherie.

—Pero si nada falla…

—Todos deberíamos tener esa suerte —interrumpió Austin saltando de sus brazos. Comprobó la comida seca que había en su plato y se sentó con la cola enrollada alrededor de las patas—. Sabes que este lugar necesita que lo monitoricen.

Ella agitó una mano con desdén.

—Esa es la teoría, pero…

—Y ya que no puedes acceder a la información que necesitas para lidiar con esta situación única, parece ser que tú eres la monitora que este lugar necesita —una vez completado el sermón, echó una oreja hacia atrás para puntualizar—. Si te sirve de ayuda, piensa en ti como en la última línea de defensa del mundo. Un misil en un silo, que deseamos que nunca sea necesario utilizar. Un sub…

—Ya basta —le dijo Claire secamente, respirando pesadamente por la nariz. Siempre había creído que la cosa que más odiaba era que el gato la sermonease, pero acababa de descubrir que todavía odiaba más que la sermonease en público—. No me estás ayudando. ¿Quieres saber lo que me ayudaría? —mientras daba una vuelta sobre sí misma, sacó una gran bolsa de galletas de chocolate del armario—. Esto. Esto me ayudará —se la metió debajo del brazo, empujó a través de Jacques, sobrepasó a Dean y se dirigió al dudoso refugio de Augustus Smythe… no, a su salón.

—Quizá si que entienda a qué se refiere —musitó Jacques cuando sonó el lejano portazo—. Aún así, estoy con ella en el banquillo, por lo menos no está sola.

—¿Y yo qué soy? —exigió Austin—. ¿Un subproducto bovino?

—¿Qué es…?

—No importa —con las patas contra los armarios, se irguió sobre las patas traseras para mirar cómo Dean comprobaba que el recipiente de plástico estuviera cerrado.

—Mejor tiraré las cebollas que quedan.

—¿Para qué te vas a molestar? Lleváis una semana comiéndooslas —rio por lo bajo ante la cara que puso Dean—. Lo que no mata engorda.

—¿Trozos de araña? —ligeramente verdoso, Dean apretó los dientes e intentó no pensar en ello.

—No me preguntes nunca lo que lleva un perrito caliente —el gato volvió a ponerse a cuatro patas—. Y si vas a tirar eso, mételo en dos bolsas para que no gotee. Contaminarás todo el vertedero.

—¿Se pondrá bien la jefa?

—Oh, claro. En cuanto se haga a la idea de que pasará el resto de su vida montando guardia en este hotel.

—No es una idea a la que parezca fácil hacerse —murmuró Jacques, reflexivo—. Aparecerme en este hotel no muy popular no era la idea que yo tenía para pasar la eternidad. Iré a verla.

—Eh, para. —Dean lo agarró del brazo y golpeó la pared con los dedos cuando su mano atravesó al otro hombre—. Quiere estar sola.

—¿Y tú qué sabrás, anglais? Tú puedes marcharte.

—Sí, pero no lo haré.

—¿Y eso te hace ser mejor que yo? ¿Quedarte cuando no tienes la obligación de hacerlo? —el fantasma resopló—. Sé por qué te quedas, anglais. No es un trabajo tan bueno, n’est ce pas?

A Dean le ardían las orejas.

—Austin dice que yo formo parte de esto. Y la madre de Claire dice que ella me necesita. Y…

Oui?

—Y yo no salgo huyendo cuando mis amigos me necesitan.

El silencio se estiró y se hizo más largo. Dean imaginó que Jacques se estaba tomando su tiempo para traducir algo especialmente hiriente pero, para su sorpresa, el fantasma sonrió y asintió.

D’accord. Si ella tiene que cuidar del mundo, nosotros tres cuidaremos de ella.

Nosotros tres.

Ser parte de un equipo era una sensación agradable. Hubiera sido mejor estar con Claire espalda contra espalda y encargarse del mundo ellos dos solos, pero, en el fondo, Dean era realista.

Nunca se había planteado en serio su futuro. Había salido de Terranova en busca de trabajo, había encontrado este empleo, le había gustado lo suficiente y se había quedado. Ya que había tomado libremente todas sus decisiones, parecía que todavía quedaba un número infinito de ellas por explorar. No estaba realmente contento de haber descubierto que cuando una persona llega a una cierta edad, las decisiones comienzan a tomarse por sí mismas.

—La última línea de defensa del mundo… Me pregunto si el mundo sabe lo afortunado que es —musitó.

El gato y el fantasma intercambiaron una expresión tan idéntica como era posible a pesar de su diferente fisonomía.

—Aún así, puedo comprenderla —continuó en el mismo tono—. Es una responsabilidad tremenda, pero estar de guardia debe de ser un poco aburrido. ¡Au! —se inclinó y se frotó la espinilla—. ¿Por qué me has arañado?

—¡No vuelvas a decir nunca que ser guardia es aburrido!

—No he dicho eso —protestó Dean mientras comprobaba si había sangre traspasándole los vaqueros—. He dicho que debe de ser un poco aburrido estar de guardia.

—Oh. —Austin guardó las uñas—. Lo siento.

Mientras se metía la cuarta galleta en la boca, Claire se hundió entre los cojines del sofá y buscó algo sobre lo que poner los pies. La mesa de café estaba prácticamente hundida bajo el peso de toda la basura que ya había encima de ella y el banquito acolchado estaba al otro lado del salón. Tras retorcerse ligeramente hacia los lados, masticó y tragó y deslizó los talones sobre el busto de Elvis.

—Ggacias. Mushas ggacias.

—¿Me estás tomando el pelo, verdad? —levantó los pies y los volvió a dejar caer.

—Ggacias. Mushas ggacias.

Parecía tener un vocabulario limitado.

—¿Por qué habrá gastado Augustus Smythe poder, incluso filtraciones, en una cosa como tú? —a no ser que… Masticó pensativa—. No cantas, ¿ver…?

Su última palabra se perdió entre las notas de apertura de «Jailhouse rock».

—Para.

—Ggacias. Mushas ggacias.

—Canta.

Unas cuantas estrofas de «Blue Suede Shoes».

—Para.

—Ggacias. Mushas ggacias.

—Canta.

«Heartbreak Hotel». Las notas de apertura de «Heartbreak Hotel».

—Así lo entiendo mejor. —Claire tomó otra galleta y se preparó para lamentarse. Desde aquel punto en adelante, el futuro se presentaba sin cambios, porque desear un cambio sería desear un desastre y desear un desastre le daría fuerzas al infierno. Supuso que debería llamar a su madre, hacerle saber cómo habían ido las cosas, o más bien cómo no habían ido, pero no se sentía con ánimos ni para escuchar la versión más diplomática de un «te lo había dicho».

Y si Diana estaba en casa…

Diez años de diferencia de edad y haber pasado su infancia siendo rescatada por Claire de su entusiasmo infantil significaban que Diana siempre había metido a Claire en el mismo saco que al resto de los mayores. No se sorprendería en absoluto al ver a Claire parada dirigiendo el hotel. Después de todo, aquello era lo que hacían los Guardianes viejos.

Cuando pasó a la segunda bandeja de galletas, Claire sabía que no sería capaz de escuchar aquello. Mejor no llamar hasta el viernes por la noche, cuando llamaba siempre.

—¿Sabías que Elvis funciona con filtraciones?

Claire suspiró, exhalando una fina lluvia de trocitos de galleta.

—Utiliza una diminuta fracción de lo que ya está disponible. No la extrae del hoyo.

—Me pregunto si esa sería la primera excusa que se inventó Augustus Smythe. —Austin saltó sobre el respaldo del sofá y se estiró con cautela sobre la parte superior del cojín.

—Lo dudo —la canción terminó y Elvis dio las gracias a su audiencia antes de que ella pudiese hacer nada.

—Esto tiene un lado positivo, ¿sabes? Si Augustus Smythe no hubiese sido suficiente para monitorizar durante todos estos años, hubiera sido reemplazado. Ya que tú estás aquí ahora, es evidente que hay más posibilidades que nunca de que algo vaya mal.

Claire se giró lo justo como para mirar al gato.

—¿Y se supone que yo tengo que sentirme bien por eso? —pero se echó hacia delante para comprobar que el bucle de poder continuaba seguro.

¡ESTABAS DECEPCIONADA!

Sal de mi cabeza. Se comió otras tres galletas tan rápido que casi se arranca la punta de un dedo.

—Deberías animarte —le dijo Austin.

—No quiero animarme.

—Entonces deberías abrir la puerta.

—No hay nadie… —un tímido golpe en la puerta la cortó. Miró al gato mientras decía—. ¿Qué?

—Soy Dean. Todavía no has comido nada hoy, así que te he preparado algo para desayunar.

—Es casi mediodía.

—Es una tortilla.

Los nombres tienen poder. Ahora Claire podía olerlo: mantequilla, huevos, champiñones, queso. De repente tenía un hambre canina. Media bolsa de galletas ni tan siquiera le habían matado el gusanillo. Cuando abrió la puerta, se encontró con que también le había traído un termo de café y un vaso de zumo de naranja. Extendió las manos, pero no pareció que él quisiera dejar la bandeja.

—Seguramente, ejem, te habrás olvidado, pero hoy es Día de Acción de Gracias.

No es que se hubiera olvidado, ya que ni siquiera se había dado cuenta. Una rápida mirada a Miss Octubre le indicaba que, de hecho, era el segundo lunes. Y que debería cambiar los calendarios de Augustus Smythe.

—Gracias. Llamaré a casa.

—Sí. Bueno, es que estoy medio invitado a casa de una amiga para cenar.

—¿Medio invitado?

—Ella también es de mi tierra, y hemos hecho planes todos juntos para reunirnos y… —su voz se detuvo en seco.

—Ve. Se feliz. Come pavo, mira el fútbol. —Claire se inclinó hacia la tortilla, agarró el extremo de la bandeja que estaba más cerca de su cuerpo y tiró de ella, dejándole a él sin otra opción que soltarla o arrastrarse con ella.

La soltó.

—Está claro que te has ganado una noche libre —le dijo, sonriéndole con los labios apretados—. Gracias por la comida. Ahora vete, todavía no he terminado de lamentarme —dio un paso atrás y le cerró la puerta en las narices.

—Eso ha sido maleducado —la reprendió Austin.

—¿Quieres un poco de esto o no?

Aquello fue suficiente, como ella sabía que sería, para conseguir que se guardase sus futuras opiniones para sí mismo.

Fuera, en el despacho, Dean meneó la cabeza con el ceño fruncido de preocupación.

—No sé qué debo hacer —le confesó a Jacques.

—Haz lo que ella dice —le dijo el fantasma—. Vete con tus amigos. Comed pavo y mirad el fútbol. Aquí no puedes hacer nada. Saldrá cuando se haga a la idea de esto.

—Ya se ha hecho a la idea de esto. Puedes entrar.

—No lo creo. ¿Qué era lo que decías? —comenzó a desvanecerse y en el momento en el que dejó de hablar sus palabras colgaban solas en el aire—. Soy bastante listo para estar muerto.

El interior de la nevera estaba igual de impoluto que el resto de la cocina. Según la experiencia de Claire, la mayoría de los cajones de nevera guardaban dos tomates mohosos y una lechuga mustia, excepto el de Dean. Las verduras no sólo eran frescas, además las había lavado. Pensó en hacerse una ensalada y decidió no molestarse. Se planteó hacerse un bocadillo con restos de carne asada y decidió que era demasiado trabajo. Buscó un recipiente de plástico de stroganoff para recalentar y dejó caer la mano a un lado.

Al final, se apartó del frigorífico con las manos vacías.

El familiar plof de las botas de trabajo hizo que se volviese.

—Has vuelto pronto.

—Son casi las nueve. No es tan pronto. —Dean dejó una bolsa repleta sobre la mesa y comenzó a sacar paquetes envueltos en papel de aluminio—. Hemos comido, hemos fregado, charlado y contado chistes —le explicó cuando ella levantó las cejas—. Y aquí estoy, bien satisfecho —mientras levantaba un pequeño envase de margarina, le dirigió una tímida sonrisa—. ¿Te encuentras mejor?

—Me he pasado la tarde viendo programas del corazón —cruzó la cocina y se quedó de pie junto a la mesa—. Ahora siento unas ligeras náuseas, pero me encuentro mejor con respecto a mi vida.

—Creo que de eso se trataba.

Mientras se frotaba las sienes con los extremos de las palmas de las manos, Claire resopló.

—De verdad que espero que sea así. Mi madre te manda recuerdos, y mi hermana quiere saber qué te parece que los pesqueros europeos estén agotando los Grandes Bancos de Terranova, pero ya que lo único que intenta es comenzar una discusión política, no tienes por qué responderle —cogió un paquete que olía inconfundiblemente a pavo—. ¿Qué es esto?

—Cena de Acción de Gracias. Me he traído algunas de las sobras. Las patatas están tan cocidas que se deshacen, pero no te das cuenta bajo la salsa.

Cuando cogió un plato y se puso a colocar comida sobre él, Claire se cruzó de hombros y meneó la cabeza. Sólo un hombre joven puede tomar una comida completa y después sentarse y tomar otra.

—Creía que estabas, ¿cómo era?, bien satisfecho.

—Y lo estoy. Esto es para ti —la sensación de obtener un silencio por respuesta hizo que desviase la atención de la comida—. Bueno, si no has comido. Quiero decir que ni siquiera sé si te gusta el pavo. Sólo que era mi primer Día de Acción de Gracias lejos de casa, y sé lo solo que me habría sentido sin mis amigos y pensé que, bueno, que deberías tener una cena de Acción de Gracias —se puso nervioso, incapaz de leer el rostro de ella, derramó la salsa.

El accidente y las consecuentes limpieza y relimpieza y pulido le dieron a Claire la oportunidad de tragarse la bola que tenía en la garganta. Había una serie de cosas que querría decir, pero después de los altibajos emocionales del día, no creía que pudiese conseguir decir ninguna de ellas sin romper a llorar. Y los guardianes nunca lloran delante de los testigos. Con la mesa devuelta a un estado inmaculado, extendió la mano y tocó ligeramente a Dean en el brazo.

—Ggacias —dijo—. Mushas ggacias.

ESE CHICO ES TAN MAJO QUE DA NÁUSEAS. TIENE QUE HABER ALGO CON LO QUE LO PODAMOS TENTAR.

NO ES SÓLO UN HOMBRE.

NO EN LO QUE A NOSOTROS RESPECTA, se dijo el infierno ásperamente.

A la mañana siguiente, Claire se encontró una pieza de ropa interior de Dean colgando del pomo de la puerta cuando salió de su habitación. El diablillo debía de haberse pasado toda la noche arrastrándola desde la lavandería, que estaba en el sótano.

—Ojalá te haya dado una hernia —murmuró Claire mientras la retiraba.

Eran unos calzoncillos cortos, no boxers. De color azul marino con el elástico blanco.

—¿Jefa?

No podría conseguir que se hiciesen una bola lo bastante pequeña como para esconderla. Manteniendo la mano derecha y su contenido tras ella, Claire se dio la vuelta.

—¿Qué?

—Tenemos muchos huevos, y tengo que usarlos. Me preguntaba si querrías que te cocinase algunos para desayunar.

—Vale.

—¿Cómo los quieres?

—Me da igual —llevaba una de sus camisetas de color blanco brillante y vaqueros, completamente inconsciente de lo bien que le quedaban. Calzoncillos cortos, no boxers. Teniendo en cuenta lo ajustados que le quedaban los vaqueros, debió de habérselo imaginado ella sólita.

—¿Revueltos?

—Vale.

—¿Con ajo y champiñones?

—Como sea.

Dean frunció el ceño.

—¿Estás bien?

—Sí.

Se inclinó hacia la izquierda.

Ella se arrastró lo suficiente para cortarle la línea de visión.

—¿Algo más?

—Eh, no. Supongo que no.

—Bien. Pues ve yendo —su brazo derecho comenzó a echarse hacia delante para despedirlo pero lo detuvo a tiempo—. Venga. Estaré ahí en un minuto.

Dean desapareció por el pasillo meneando la cabeza.

Veinte años, se recordó Claire mientras se golpeaba la parte trasera de la cabeza contra la puerta.

El bum hueco del impacto resonó por todo el primer piso.

—¿Jefa?

—No es nada —gritó.

Mientras se frotaba el chichón que le estaba apareciendo, valoró la posibilidad de volver a hacerlo. Había tenido la oportunidad perfecta de probar la existencia del diablillo. No podía haber otra explicación para la ropa interior dejada en su puerta. Entonces, ¿por qué, se preguntó, había actuado como una idiota?

—Es este lugar, me está haciendo la cabeza un lío —abrió la puerta y lanzó los calzoncillos al salón. Ya pensaría más tarde en la forma de devolverlos a la colada de Dean.

—¿Un recuerdo? —preguntó Austin mientras los calzoncillos volaban y aterrizaban sobre Elvis.

—Ggacias, mushas ggacias.

—Los dos podéis cerrar el pico.

—Les pusieron encima cómo se llama… ¿masilla? —anunció Jacques mientras sacaba la cabeza de la pared—. Pero las máquinas del ascensor están todas aquí.

—¿Debería empezar a descubrirlo? —preguntó Dean ansioso.

Claire se encogió de hombros.

—¿Por qué no?

—Genial, iré a buscar mi martillo.

—¿Y tú que harás, cherie —preguntó Jacques mientras Dean salía corriendo—, mientras él descarga sus frustraciones golpeando la pared?

—No creo que Dean tenga frustraciones —se agachó bajo el mostrador, buscando el teléfono—. Pero, para responder a tu pregunta, voy a terminar de deshacerme de los trastos de Augustus Smythe.

—Para hacerles sitio a los tuyos, ¿verdad?

—Sí.

—¿Así que te has reconciliado con estar aquí?

Con una caja de cartón vacía colgándole de una mano, se detuvo en el umbral, sin ganas de dar el paso final, simbólico, para entrar en el salón.

—Debería estarlo, tampoco tengo más opciones.

—Se te necesita aquí, Claire.

Cuando se dio la vuelta, él estaba de pie justo detrás de ella. Si diese un paso adelante lo atravesaría. Los ojos se le habían puesto muy oscuros y tenía la sonrisa que hacía que a ella el estómago se le pusiese como si acabase de tragarse un bicho.

—Yo podría hacer que te reconciliases —acarició con la mano el aire que había al lado de la mejilla de ella—. Sólo necesitarías un poco de poder.

Al principio Claire pensó que las campanillas que escuchaba eran la llamada del deseo en sus oídos, pero después, por encima del hombro de Jacques, vio que la puerta principal estaba abierta.

—¡Yuju!

Dio un paso adelante, con los dientes apretados contra el frío. Jacques se desmaterializó cuando ella se movió. Era imposible que la señora Abrams no lo hubiese visto.

—¿Has visto eso, Carlee, querida?

—¿Ver el qué? —preguntó Claire.

—Nada, no importa. Por supuesto que no lo has visto.

Preparada para una discusión, o seguramente histeria, su risita satisfecha confundió totalmente a Claire.

—Sólo he entrado para decirte que tienes huéspedes. Dos hombres jóvenes. Volvía de mi cita en la peluquería de los martes por la mañana (me gusta ir temprano, ya sabes, antes de que la pobre querida Sandra se canse) y vi cómo su coche subía por el caminito de entrada, sabía que tú querrías saberlo inmediatamente. Es gracioso —giró la cabeza inclinada como si fuera un radar naranja y encrespado—. No escucho a Baby. Adora recibir a tus huéspedes en cuanto salen del coche en el aparcamiento.

—¿Los recibe igual que recibe al cartero? —preguntó Claire.

—No seas tonta, querida, tiene una valla por medio. Lo mejor será que vaya a ver qué hace esa pobre cosita —detenida en el umbral, señaló hacia el brillante mostrador de roble—. Deberías pintarlo un poco, querida. Toda esa madera desnuda tiene un aspecto así como indecente, ¿no te parece?

Los dos hombres jóvenes no eran mucho más altos que Claire, a pesar de que tenían una constitución fuerte y un porte confiado que sugerían que su altura nunca había supuesto un problema. Ambos tenían unos rasgos muy agudos, con una ceja cruzando cada frente sin ninguna separación diferenciable y el cabello corto y oscuro que reflejaba la luz cuando se movían de forma que parecía que el extremo de cada pelo había sido mojado en plata.

Claire se relajó cuando una rápida inmersión en dos pares de ojos grises idénticos le mostró no sólo falta de intenciones malignas sino una carga de oscuridad considerablemente menor que la del resto de la población en general.

—¿Son ustedes gemelos? —preguntó Dean apareciendo ante el mostrador, martillo en mano.

—De hecho —dijo uno.

—Somos trillizos —dijo el otro—. Yo soy Ron, nunca Ronald desde que ese payaso apareció en escena, y este es mi hermano Reg. Estamos en la ciudad para asistir al espectáculo de deportistas que se celebra en el Portsmouth Center esta semana.

—Randy tenía un compromiso anterior —explicó Reg con una sonrisa llena de dientes—. Pero nos gustaría tener una habitación. Nuestro abuelo paró aquí hace unos años, y hablaba muy bien de este lugar.

Sería antes de que lo cogiese Augustus Smythe, pensó Claire. Cuando Dean dirigió una mirada en dirección a ella, tuvo que ocultar una sonrisa. Era evidente que él estaba pensando lo mismo.

—Todas nuestras habitaciones son dobles —les dijo, tomando una nota mental para que Jacques buscase en el ático un juego de camas gemelas—. Si no desean compartir, les podemos hacer una oferta por dos habitaciones —no parecía que la otra habitación la fuesen a necesitar más huéspedes.

—Podemos compartir.

Se movían constantemente, así que perdía la noción de quién era quién.

—El desayuno está incluido en el precio.

—Genial, pero lo que de verdad necesitamos que haga es…

—… echar media docena de huevos crudos en la batidora.

—Nos estamos entrenando.

¿Para qué? ¿Para la salmonela? Pero eran huéspedes, así que lo único que dijo en voz alta fue:

—Bien, si nos dan unos minutos, les prepararemos la habitación uno.

—No hay prisa.

—Vamos a echar una carrera alrededor del lago.

—Llevamos en la carretera desde el amanecer y…

—… no nos gusta demasiado pasar tanto tiempo sentados.

—Volveremos en una hora.

Ron, o posiblemente Reg, sonrió, levantando la cabeza, hacia Dean.

—Nos vemos luego, hombretón.

Reg, o quizá Ron, hizo un gesto con la cabeza en dirección a Claire.

—Señora.

Salieron juntos por la puerta, dando saltitos. Claire nunca había visto salir dando saltitos a nadie que tuviese más de tres años. Sintió que se le cortaba ligeramente la respiración, a pesar de que no se había movido de detrás del mostrador durante toda la conversación, y se preguntó en qué momento exacto se habría convertido en una señora.

—Unos tipos majos —dijo Dean—. Con mucha energía. ¿Subo y les preparo la habitación?

¿Era jefa mucho mejor?

—¿Jefe?

La verdad es que no.

—¿Por qué no? Hay que prepararla.

Caminó hacia la mesa mientras él subía y se dejó caer sobre la silla. Mantén las distancias, se recordó. Tal y como se han puesto las cosas, él se irá mucho antes de que tú lo hagas.

Cuando Austin entró en el despacho, unos minutos más tarde, ella estaba actualizando la desinformación del día en el diario del lugar, malhumorada.

—¿Y a ti qué te pasa? —dijo al percibir la cola con forma de cepillo para biberones que tenía el gato, y su boca medio abierta.

—Hay algo que apesta —gruñó—. Huelo a perro.

—Acaban de registrarse dos huéspedes —no había percibido ningún olor en especial, pero si los gemelos competían en el espectáculo de deportistas quizá eso significase que trabajaban con perros.

—Viene de ahí.

Claire puso los ojos en blanco y se levantó para echarle un vistazo por encima del mostrador.

—Y no es perro.

Estaba oliendo el punto en el que Reg, o posiblemente Ron, se había puesto para firmar el libro de registro.

—¿Y entonces qué es?

—Hombre-lobo.

¿HOMBRES-LOBO?

HOMBRES-LOBO. ALLÁ CASTILLO.

El silencio que se hizo en la sala de la caldera fue ese tipo de silencio anticipatorio que se hace justo antes de pegar un manotazo. En aquel caso en particular, no fue tanto un manotazo como una destrucción total y completamente acompasada.

El silencio continuó durante un momento, y luego una pequeña vocecilla dijo: GUAU.