SEIS
–Querría una habitación.
Arrodillada detrás del mostrador, mientras intentaba investigar la profundidad de la ratonera y arreglar de una vez por todas la cuestión de los diablillos, Claire sintió que unos dedos helados le recorrían la columna vertebral. Temblando ligeramente, salió con cuidado de debajo de la tabla y se puso en pie, con curiosidad por ver si era la clienta o la posibilidad de alquilar una habitación de verdad lo que le había provocado aquella tópica respuesta.
La mujer que estaba al otro lado del mostrador era un poco más baja del metro y medio que medía ella, llevaba un gorro cerrado de pelo de marta, tenía la piel pálida y unos ojos tan negros que era imposible determinar dónde acababa el iris y comenzaba la pupila.
Claire sintió la atracción de aquella mirada oscura y se encontró hundiéndose en el peligroso abrazo de la sombra. Luego se echó hacia atrás y dijo:
—¿La habitación cuatro?
—Que observadora —la mujer sonrió y sus dientes resplandecieron entre los labios del color burdeos profundo de un buen vino español—. ¿Dónde está el Primo?
—Se ha ido. Ahora este lugar es mío —era casi, aunque no completamente, una advertencia.
—Ya veo. ¿Debería preocuparme porque las cosas hayan cambiado lo bastante como para necesitar el cuidado de una Guardiana?
—No corres más peligro del que has corrido siempre.
—Qué afortunada —la mujer se echó hacia adelante, plantó los codos sobre el mostrador y se frotó los ojos—. Porque estoy hecha una piltrafa. No tienes ni idea de lo mucho que odio viajar. Sólo quiero instalarme en la habitación y encontrar algo para comer.
Claire pestañeó.
—Oh, venga ya —el rímel corrido le creaba unos círculos sobre la piel pálida parecidos a los de un mapache—. Estoy segura de que no tenías pensado continuar con este pesado diálogo.
—Eh, supongo que no.
—Bien. Porque me quedaré el resto de la semana, me iré el domingo por la noche si te va bien. Tengo un bolo en la universidad.
—¿Un bolo?
—Un compromiso. Un trabajo. Soy música —estiró un brazo a lo ancho del mostrador, y una mano delgada, de marfil, sobrecargada por media docena de brazaletes de plata y el dobladillo de su chaqueta de cuero negra—. Sasha Moore. Es un nombre artístico, por supuesto. Hago ese tipo de folk heavy metal que triunfa en la mayoría de los campus.
Su piel tenía un tacto suave y seco y su saludo, aunque sobrio, continuaba ejerciendo una incómoda presión sobre los nudillos de un simple mortal.
Había fuerza en aquel nombre y confianza en la forma en la que lo decía. Claire no estaba segura de qué tenía que hacerse en aquel caso. Aunque los Guardianes mantenían una actitud de vive y deja vivir hacia la inmensa mayoría de la humanidad, tendían a evitar tanto a actores como a músicos; la gente a la que le gustaba estar a la vista del público los ponía nerviosos. Pero sabía que su respuesta diría mucho a la mujer que mantenía un apretón inquebrantable en su mano. Si el hotel ya no era un refugio seguro para los de su clase, Sasha Moore querría saberlo antes de que el alba la dejase indefensa.
—Claire Hansen —tras liberarse la mano, abrió el libro de registro y extrajo un bolígrafo de la taza que decía Recuerdo de Avalon que estaba sobre su mesa—. Firme aquí, por favor.
—¿Las mismas tarifas?
¿Tarifas? Claire deseó no parecer tan confundida como se sentía. Tarifas…
Sasha se inclinó sobre el mostrador, con los ojos oscuros brillantes.
—¿Las tarifas de las habitaciones?
—Claro, por supuesto —no tenía ni idea de cuáles eran las tarifas, pero era importante no mostrar debilidad ante un depredador—. Han subido un par de dólares.
—Un par de pavos, ¿eh? —su firma era un garabato que le resultaba familiar. La música volvió a girar el libro de registro, con una sonrisa atrevida.
—No vas a cobrarme el desayuno, ¿verdad?
—¿El desayuno? —incapaz de evitar imaginarse las posibilidades, la voz de Claire se elevó un poquito más de lo necesario para hacer la interrogativa.
—Porque si lo haces, no hay nada que me guste más que un enorme y jugoso trozo de…
—Jefa, hay una furgoneta roja aparcada fuera. ¿Sabe de quién es?
En el momento en el que Dean puso un pie en el pasillo de entrada, Sasha le guiñó un ojo a Claire y se giró graciosamente hacia él.
—La furgoneta es mía. Estoy registrándome.
A punto de disculparse por la interrupción, Dean se encontró con que ella le sostenía la mirada. Durante un instante, el mundo se convirtió en un par de ojos oscuros en un rostro pálido. Después aquel momento pasó.
—Lo-lo siento —tartamudeó mientras sentía que le ardían las orejas—. No pretendía quedarme mirando, pero usted es Sasha… eh…
—Moore.
—Sí, Moore, la música. Estuvo aquí la primavera pasada.
—Querido mío. Debí de causarte impresión.
—Entonces tenía una furgoneta negra. De finales de los ochenta, seis cilindros, neumáticos para toda temporada.
—Qué memoria.
Claire entornó los ojos. Así que aquella era la huésped bom… maja de la habitación cuatro. Dejó caer las llaves de golpe en la parte baja del mostrador e intentó no sentirse complacida cuando Dean pegó un salto a causa del repentino ruido.
La sonrisa de Sasha se hizo más grande mientras volvía a centrar su atención en Claire.
—Iré a recoger mis cosas de la furgoneta mientras preparáis la habitación.
—¿Preparar la habitación?
A los ojos oscuros les salieron unas arruguitas en los extremos.
—Eres nueva en esto, ¿verdad? Sábanas, toallas, jabón. Lo normal —su mirada se volvió interrogante—. ¿Cuál de vosotros preparará la habitación?
Dean dio un paso adelante.
—Con el señor Smythe siempre lo hacía yo…
Claire le cortó.
—Tú estabas tiñendo el suelo. Lo haré yo.
—Ya que a mí me da igual…
Claire miró a Dean preguntándose si habría percibido la despreocupada insinuación.
—… ya discutiréis vosotros. Ahora vuelvo —desapareció en la noche antes de que la puerta delantera llegase a cerrarse detrás de ella.
—Arreglar habitaciones es parte de mi trabajo —explicó Dean, mientras rodeaba el mostrador y buscaba las llaves—. Las reformas no son una razón para descuidar mi trabajo normal.
—Rematar el suelo del comedor no es descuidar nada. —Claire le arrancó las llaves de debajo de la mano. Al darse cuenta de que se había quedado poco convencido, añadió—. Cuanto antes esté el uretano acabado y seco, antes podrás ponerte a ordenar este desastre.
Los ojos se le iluminaron ante la idea de que la cocina recuperase su estado primitivo habitual.
—Si estás segura…
—Lo creas o no, soy perfectamente capaz de hacer una cama y cambiar unas toallas. Los Guardianes estamos entrenados para ser autosuficientes sobre el terreno.
—¿Para vivir de la tierra? —cuando ella asintió, él frunció el ceño ante la imagen que había conjurado—. ¿Cazando y pescando?
—No, pero soy capaz de localizar un restaurante de comida rápida en los tres minutos posteriores a mi llegada a una zona nueva.
Pareció consternado.
—Es una broma —señaló bruscamente—. Aún así, el noventa por ciento de los lugares de accidente ocurren en un entorno urbano. Algunos Guardianes se pasan la vida entera en la misma ciudad, intentando desesperadamente evitar que todo se desbarate.
—¿Y qué ocurre con el diez por ciento restante?
—Casas grandes y antiguas que están en el medio de la nada en las que hay como mínimo un árbol muerto en las proximidades.
—¿Por qué un árbol muerto?
—Para ambientar.
Su sonrisa era indecisa y desapareció completamente al ver que él no se le unía.
—¿No es una broma?
—No es una broma —tras cerrar el libro de registro, Claire salió de detrás del mostrador.
Dean no estaría solo en la habitación en el momento en el que volviese Sasha Moore y aquello estaba decidido, no importaba qué tipo de exigentes tareas tuviese que llevar a cabo. Ella era lo bastante fuerte para resistirse a la tentación que representaba la música, pero él, en cambio, era un hombre, y joven, y esperar que rechazase por sí mismo aquel tipo de invitación sería esperar demasiado. Si había sucumbido o no durante su visita previa era irrelevante: esta vez ella estaba allí para ayudar.
—¿Dónde están guardadas las sábanas y toallas?
—En el armario de las sábanas y toallas.
Si hubiera sido cualquier otra persona, habría esperado sarcasmo en aquella frase.
—Puedo esperar aquí y ayudar a la señorita Moore a subir las escaleras con las maletas. Parecía cansada.
La señorita Moore te podría subir a ti por las escaleras con una sola mano. Pero aquel no era un secreto que Claire pudiese revelar.
—Cuanto más tiempo dejes el suelo sin vigilancia más probabilidades hay de que Austin se dé un paseo por ahí y vaya dejando un reguero de tinte de roble tras él por todo el hotel.
—Se dará cuenta de que el suelo está húmedo.
—Por supuesto que se dará cuenta. No lo hará por accidente.
—Pero…
—Es un gato —esperó a que Dean volviera a dirigirse al comedor, y entonces, con la mandíbula preparada para el enfrentamiento, se dirigió al piso de arriba.
—Así que ella es un bom… es maja, ¿verdad? —tras sacar de un tirón un juego de sábanas individuales, las colocó encima de las toallas—. No me importa si le ha estado dando de desayunar, de cenar y algún que otro aperitivo a medianoche, es peligroso y tiene que parar. No dejaré que se coman a mi personal.
—¿Quién se está comiendo a tu personal? —Jacques bajó volando del piso de arriba y se colocó a una distancia de más o menos un brazo—. ¿Y significa eso lo que parece que significa, o es alguna remilgada forma anglais de hablar de lo que es más interesante?
—Significa lo que parece que significa —colocó dos pastillitas de jabón sobre la pila—. ¿Es que he colocado aquí alguna de tus anclas?
—Oui.
—Me pregunto por qué lo hice.
—¿Para que pudiésemos pasar más tiempo juntos a solas? —levantó una ceja con aire lujurioso, pero la volvió a apretar contra su frente ante la protesta de ella—. ¿Porque lo sentías por mí? —todo el cuerpo se le quedó con un aspecto lúgubre, los hombros caídos y la mirada centrada en los dedos ligeramente entrelazados.
Claire puso los ojos en blanco ante aquel teatro, pero no pudo evitar sonreír.
Echando un vistazo entre su cabello, Jacques captó la sonrisita y le dedicó una risa de respuesta.
—Ah, ¿así está mejor, no? Deberías estar de buen humor. Me he salvado del hoyo y tú… —agitó la mano en dirección a la pila de sábanas y toallas—… tienes a alguien que se queda en el hotel.
—Pareces haberte recuperado de la experiencia de esta mañana. —Claire se abrió paso con dificultad hacia la puerta, decidió que estaba haciendo el ridículo, envolvió la poco manejable pila en poder y la llevó al pasillo volando—. Esperaba que el trauma te durase algo más.
Jacques se encogió de hombros.
—Un hombre no se permite que lo capturen sus miedos. Además, tal y como me recuerda Austin, estoy muerto. Los muertos viven en el ahora, esta mañana es muchos años atrás. Puede que mañana nunca llegue a ocurrir. Cuando estoy contigo es el único momento en el que pienso en el futuro.
Lo cual quería decir algo, algo desagradable, sobre el persistente efecto de la Tía Sara. Por no mencionar las letras de la música country.
Una vez dentro de la habitación cuatro, Claire dejó la ropa de cama, las toallas y otros artículos sobre el escritorio, cogió un pequeño espejo para afeitarse y lo levantó del suelo.
—¿Qué estás haciendo?
—No puedes tener acceso a las habitaciones donde haya huéspedes.
—¿Por qué no?
—Porque puede que no les guste.
—¿Cómo puede ser que yo no les guste?
—Estás muerto —colocó el espejo en el pasillo y llevó las toallas al cuarto de baño.
—¿Eh, quién es el muerto?
El sonido de la puerta del pasillo al cerrarse hizo que Claire volviese a salir al vestidor.
—No es asunto tuyo.
—Claro —ella sonrió y se encogió de hombros para sacarse la chaqueta—. No es que les pida mucho a mis ligues, pero tienen que estar vivos. Pero ese pedazo de tío que tienes en el sótano…
—Mantente alejada de él.
—¿Por qué? —se limó las uñas, casi del mismo color y longitud que las de Claire, contra el jersey negro sin mangas de cuello alto—. ¿Piensas que llevo un rollo demasiado duro para seguirme?
—No tengo ninguna intención de seguirte ni a ti ni a nadie. No sé y no me importa… —Claire ignoró una ceja de ébano que se levantó en un evidente intento de provocarla—… lo que pasó cuando Augustus Smythe controlaba el lugar, pero ahora yo soy la responsable y Dean McIsaac está bajo mi protección.
—¿En serio? Parece un gran… —tras un momento de reflexión, resumió—… un gran chico. Y tú no eres su vigilante, Guardiana, así que relájate. Pero ocurre que nunca me alimento de una cuna a no ser que me encuentre en una situación desesperada y, si se diese el caso, tu actitud de mamá gallina sería lo último que me preocupase. Además, sería más fácil arrojarme a tu misericordia. Después de todo, los Guardianes responden a los necesitados —una sorprendentemente pálida lengua repasó los labios color burdeos—. ¿Qué eres? ¿O negativo?
—¿Y eso qué tiene que ver con lo que estábamos hablando?
—Nada. Pero sólo está bien saber que eres uno de mis sabores favoritos. Por si acaso.
Claire se concentró en la cama y no respondió a propósito.
Detrás de ella, Sasha rio, no se sentía ni insultada ni desanimada.
—Por la forma en que le hablas, deduzco que el hombrecito no ha estirado la pata. ¿Qué hizo? ¿Se las piró y te cargó a ti con el muerto?
—Las cosas no funcionan así.
Sasha volvió a reír.
—Normalmente no, pero los Guardianes no toman lugares de Primos que a su vez los han tomado de Guardianes, está claro que las cosas no han funcionado de la forma que deberían.
—¿Cómo sabes todo eso?
—Llevo un tiempo por aquí.
Claire recordó los años de firmas en el libro de registro. Desgraciadamente, ninguna de ellas había ocurrido durante los escasos meses en los que Sara controlaba el lugar.
—¿Lo sabes todo sobre…? —un gesto con la cabeza en dirección a la habitación seis remató la pregunta.
—Bueno, ejem. No parece que sea posible ocultarme a mí algo así. Quiero decir, después de cuatro o cinco visitas resulta difícil ignorar esa vida que no cambia y anda por el piso de arriba —la música se encogió de hombros dentro de su jersey rojo varias tallas más grande—. Gus decía que era una mujer a la que los Guardianes habían convertido en Bella Durmiente, y que eso era todo lo que necesitaba saber.
—¿Le llamabas Gus?
—Claro. Y me encantaría saber cómo te endosó este lugar, pero si no quieres largarlo, bueno, está bien —se pasó los dedos por el cabello y se cambió rápidamente el carmín de los labios para que hiciese juego con el jersey—. Tampoco me explicó nunca cómo había sido llamado, esa picha asquerosa. Pero tía, a tu edad, debes de estar volviéndote majara de estar aquí cuando podrías estar ahí fuera salvando el mundo.
Antes de que Claire pudiese responder, la voz de Dean llamándola subió por las escaleras.
Sasha ladeó la cabeza en dirección al sonido.
—Y además nos encontramos con un recordatorio de las ganancias adicionales.
—No es una ganancia —protestó Claire.
Unos dedos helados la cogieron de la barbilla durante un instante.
—Niña estúpida, ¿por qué no? —después, acompañada por el tintineo de los brazaletes de plata y un descuidado—. No me esperes levantada —desapareció.
La sensación de su tacto perduró.
Aquella misma noche, más tarde, mientras Claire se metía en la cama, Austin se estiró lo suficiente como para murmurar.
—Creo que le estás alquilando una habitación a una criatura chupasangre, que es una muerta viviente y no tiene alma.
—¿Es que te importa? —preguntó Claire.
—Ni lo más mínimo —bostezó él—. Yo le doy mi aprobación a cualquiera que sea capaz de manejar un abrelatas.
—Volvió a su cuarto justo antes del amanecer. Creo que anoche se vio con alguien en el pueblo —las manos de Jacques trazaron unos eufemísticos signos en el aire—. No sé si sabes lo que quiero decir. Parecía un gato que se acaba de comer a un canario.
Estirado sobre el monitor del ordenador, Austin resopló.
—¿Parecía que tuviese la boca llena de plumas húmedas?
—No quería decir eso.
—No deberías espiar a los huéspedes —le dijo Dean mientras agarraba más fuerte un estropajo de acero—. Es de mala educación.
—No estaba espiando —protesto Jacques indignado—. Estaba preocupado.
—Prueba con otra excusa.
—No tienes por qué creerme.
—Bien.
—¿Por qué crees que una muchacha tan bonita se queda en una habitación sin ventanas?
Claire bajaba después de una hora estudiando el poder que envolvía a la Tía Sara, que era todo el tiempo que podía pasar tan cerca de un mal tan grande sin desear alquilar películas sólo para poder devolverlas sin rebobinar, y esperó la respuesta de Dean desde las escaleras.
—La señorita Moore es música —su tono sugería que sólo un idiota podría haber sido capaz de no averiguarlo por sí mismo—. Trabaja por las noches, duerme durante el día y no quiere que el sol la despierte.
—Que bueno que exista esa habitación, en ese caso —musitó Jacques.
Claire frunció el ceño. ¿Qué ocurriría si Jacques sumaba dos más dos y le daba cuatro? Si el fantasma averiguaba lo de la vampiresa, ¿a quién se lo diría? ¿A Dean? Sólo si ello servía para molestarlo o enrabietarlo.
¿Y si Dean lo averiguaba? Estaba casi segura de que no se pondría ni a afilar estacas ni a buscar los teléfonos de la prensa amarilla. La seguridad de la vampiresa no se vería comprometida.
Pero la seguridad de Dean era otra cosa. Muchos humanos se veían arrastrados al tipo de peligro que representaba Sasha Moore. Aunque aquello no amenazaba necesariamente sus vidas, era bien sabido el hecho de que la intimidad de la alimentación de un vampiro podía resultar adictiva, y aquello era algo que no permitiría que le ocurriese a Dean. No iba a acabar paseándose sin rumbo por el país, convertido en un desesperado fan de los muertos vivientes.
Y yo sentiría lo mismo por cualquiera que esté bajo mi responsabilidad, insistió en silencio. Incluidos los huéspedes mientras estén en el hotel. Lo cual, de alguna forma descabellada, hacía que Sasha Moore también estuviera bajo su responsabilidad.
El hecho de darse cuenta de esto hizo que se sacudiese bruscamente hacia adelante. El talón se le quedó enganchado en la escalera, se tambaleó, moviendo los brazos para recuperar el equilibrio, y se cayó hacia el recibidor. Lo hubiera conseguido si la bola que estaba al final de la barandilla no se hubiese soltado.
Aterrizó de una forma impresionantemente ruidosa. Hubiera hecho más ruido si se hubiera permitido liberarse emocionalmente con una blasfemia.
—¡Claire! —Dean tiró la lana metálica a un lado, se quitó los guantes de goma y comenzó a subir—. ¿Estás bien?
—Estoy bien.
Al acercarse a ella, de repente se encontró con Jacques en su camino, que tenía las manos levantadas en un gesto de advertencia.
—Yo no lo haría —murmuró el fantasma al oído del otro hombre—. Cuando una mujer dice en ese tono que está bien, lo que desea es que la dejes en paz.
Ya que no podía apartar al fantasma, Dean pasó a través de él y se cayó de rodillas al lado de Claire.
—¿Qué te ha pasado?
—He resbalado.
—¿Te has hecho daño? —sin pensarlo, buscó el brazo de ella, pero se echó atrás ante su cara.
—He dicho que estoy bien.
—Te lo dije —murmuró Jacques mientras se elevaba hacia el techo. Claire se sentó apoyándose en una mano y le dio a Dean la bola de la barandilla con la otra.
—Si estabas buscando algo que hacer…
Un estallido triple no sólo cortó la respuesta de Dean sino que hizo que ella girase sobre sí misma, con una mano sobre el corazón como si inútilmente intentase evitar que latiese a tiempo.
—¿Qué dem…?
—Llaman a la puerta —explicó Dean, después se colocó las manos sobre las orejas mientras el sonido se hacía eco de nuevo a través del recibidor.
Si no fuera porque Dean no tenía ninguna razón para mentirle, ella nunca se hubiera creído que el llamador de latón que había visto la primera noche pudiese hacer semejante ruido. Por lo menos sabemos que no es la señora Abrams, ella no llama nunca. Mientras Dean corría hacia la puerta antes de que el ruido volviese a sonar y todos se quedasen sordos, Claire se puso en pie y le dijo a Jacques que desapareciese.
—¿Por qué? —exigió él mientras descendía al suelo flotando.
—Eres translúcido con la luz natural.
—¿Qué quiere decir translúcido?
—Que se puede ver a través de ti.
—Eso es porque tú, cherie, no tienes nada que esconder —le lanzó un beso en el aire y desapareció cuando se abrió la puerta.
Un hombre canoso de unos cuarenta y tantos años los miraba desde detrás de un inmenso ramo de crisantemos rojos con unos ojos ligeramente saltones que saltaban rápidamente de Dean a Claire.
—Flores para la señorita Moore.
—Está durmiendo —le dijo Dean, y añadió amablemente—. Si se las deja aquí, me aseguraré de que las recibe cuando se levante.
El repartidor negó con la cabeza y sacó una carpeta.
—Necesito la firma de ella.
—Pero ella está dormida.
—Mire, lo único que sé es que tengo que tener aquí su firma y número de habitación o si no, no puedo dejar las flores —pareció repentinamente esperanzado—. ¿No podría usted falsificarla? En ese caso se las dejaría a usted. La verdad es que me ayudaría mucho.
—No lo sé…
Pero Claire sí lo sabía.
—Lo siento —dijo mientras cruzaba el recibidor—, pero no proporcionamos los números de habitación de nuestros huéspedes. Si no puede dejarnos a nosotros las flores, tendrá que volver.
—Mire, señorita, es mi último reparto. ¿Qué más le da?
—No me está comprendiendo. —Claire se colocó ante Dean, de forma que podía mirar a los ojos al repartidor, que no era más alto que el metro cincuenta que medía ella, cruzó los brazos y sonrió—. No proporcionamos los números de habitación de nuestros huéspedes.
—Pero…
—No.
Levantó la vista hacia Dean.
—Venga, colega, échame una mano, eh.
Claire chascó los dedos bajo su nariz, volviendo a atraer la atención del chico hacia ella.
—¿Qué parte del «no» no comprendes?
—Vale, de acuerdo. Entonces usted será la responsable de que la señorita Moore no tenga sus flores.
—Podré vivir con ello —estaba bien tener una responsabilidad tan bien definida.
—Sí, bueno, gracias por su ayuda —con los labios curvados, se giró y tropezó con un escalón irregular. Comenzó a caer mientras las flores se meneaban.
—¡Jefa! —la exclamación de Dean le pinchó la conciencia—. ¡Podría haberse hecho daño!
Recordándose el lugar del que procedían las tentaciones, Claire suspiró, se tomó su tiempo para buscar poder y, justo cuando el repartidor comenzaba a caerse hacia delante, lo hizo volver a asentarse sobre los pies.
Él nunca se dio cuenta. Bajó los escalones que le quedaban pisando ruidosamente, tiró las flores dentro del coche y se marchó haciendo rechinar los neumáticos.
Claire se quedó mirando hasta que se metió por King Street.
—Me pregunto quién le enviaría las flores.
—¿Un fan?
—Supongo —alargó la mano hacia el llamador y lo movió rápidamente para observarlo. Cuando el estallido resultante se desvaneció, siguió a Dean al interior—. ¿Pero cómo sabía que alojaba aquí?
—Quizá se lo dijese.
—Quizá —intervino Jacques rematerializándose— fueran del tipo de anoche. Unas flores para decirle Gracias por los recuerdos.
—No lo creo, no creo que le haya dicho a nadie que se alojaba aquí.
—¿Por qué no?
—Porque me dijo que valoraba mucho su intimidad.
MENTIROSA, anunció una vocecilla triunfante dentro de su cabeza.
Una mentira que protege a otra, señaló Claire. Se han de valorar las circunstancias. ¡Y sal de mi cabeza!
LA MENTIRA NOS HA INVITADO A ENTRAR.
Bueno, pues yo ahora os estoy diciendo que os vayáis.
—¿Claire?
Volvió a enfocar la mirada.
—Perdón, ¿de qué estábamos hablando?
—De la intimidad de la señorita Moore.
—De acuerdo. Vamos a respetarla —miró concretamente para Jacques—. Y con esto me refiero a todos nosotros.
Aquella misma tarde, cuando la última parte lisa del mostrador emergió de debajo de las veintisiete capas de pintura, se escuchó a Baby ladrar furiosamente desde su jardincito.
Dean levantó la vista y vio que Austin todavía estaba despatarrado encima del monitor del ordenador de Claire.
—El cartero debe de llegar tarde hoy.
—Sólo si está fuera, en el aparcamiento.
—¿Qué?
El gato saltó a la mesa, con lo que tiró una pila de papeles sueltos y un bolígrafo al suelo.
—Según Baby, que funciona admirablemente bien con sólo dos neuronas, hay un desconocido en el aparcamiento.
—¡Mi camioneta! —tras ponerse en pie de un salto, corrió hacia la puerta trasera mientras se sacaba los guantes por el camino.
Claire, que subía de echarle un vistazo al campo de fuerza, se le cruzó en medio.
—¡Para! ¡Recuerda el uretano!
Se dio la vuelta, volvió sobre sus pasos y se lanzó hacia la puerta principal.
En el momento en el que Claire alcanzó la parte trasera del edificio, tras detenerse en el recibidor para pedir una breve explicación, Dean desaparecía por encima de la valla de medio cuerpo de altura que estaba en la zona oeste. Al sur, Baby continuaba ladrando. Tanto la camioneta de Dean, un enorme monstruo blanco traga-gasolina llamado Moby, como la furgoneta de Sasha Moore parecían intactas.
—¡Carole! ¡Carole, querida! —la voz de la señora Abrams cortaba los ladridos de Baby más que elevarse por encima de ellos—. ¿Qué ocurre? ¿Qué está pasando?
Claire se dio la vuelta lentamente.
—Había alguien merodeando por aquí, señora Abrams.
—¿Qué? Habla alto, querida, no hables entre dientes.
—¡Alguien merodeaba por aquí!
—¿Cómo, en plena tarde? ¿Qué se les ocurrirá después? ¿No pensarás que es el mismo rufián que merodeaba por aquí anoche?
—No, yo…
—¡Nos asesinarán a todos en la cama! O nos atacarán. Nos atacarán y nos robarán. ¡Esto hará que aprendan!
Claire se detuvo justo a tiempo antes de preguntar ¿Quién? Realmente no deseaba saberlo.
—¿Lo ha perseguido ese encantador hombre tuyo? —la señora Abrams no se detenía ni para respirar ni para dejar responder—. Cómo echo de menos tener por aquí al señor Abrams, aunque para ser sincera contigo, querida, nunca fue lo que yo llamaría un hombre competente; tenía una desafortunada tendencia a marchitarse un poco ante las situaciones estresantes. Murió de forma bastante repentina, sabes, con una extraña sonrisita en el rostro. Estoy segura de que se siente tan perdido sin mí como yo me siento sin él. Pero bueno, no importa, continúo. De hecho, no puedo quedarme aquí parada charlando, tengo a un concejal al teléfono. El buen hombre depende de mis consejos para los asuntos del vecindario —una mano llena de anillos palmeó el cabello naranja ondulado y lleno de laca—. Simplemente no es capaz de arreglárselas solo. Baby, estate quieto.
Baby la ignoró.
—Soy mami, muchachito.
Cuando la señora Abrams volvió al teléfono, Dean apareció saltando por encima de la verja y se dejó caer en el aparcamiento.
—Lo siento. Lo he perdido. Tenía un coche en Union Street. Se metió dentro antes de que yo doblase la esquina —frunciendo el ceño como un padre preocupado, comprobó rápidamente los dos vehículos—. Parece que Baby lo persiguió antes de que pudiese causar ningún daño. ¡Buen perro!
Para sorpresa de Claire, el doberman gimió una vez y se quedó en silencio.
—¿Esto será de él? —Dean señaló hacia la huella de una mano que había en la ventanilla del conductor de la furgoneta.
Mientras miraba la huella grasienta, Claire sintió cómo sus propias palmas le cosquilleaban, con la seguridad de que sabía quién había estado merodeando por allí.
—Ha sido el repartidor.
—¿Perdón?
—El tipo de las flores de esta mañana.
—Ya sé lo que quieres decir. Estás, esto… —meneó los dedos en el aire.
—¿Manipulando poderes? No. Sólo es una corazonada.
—Una corazonada. Vale —se bajó la manga de la sudadera hasta la palma de la mano y frotó la ventana para limpiarla.
Ya que no podía indicarle que acababa de arruinar cualquier posibilidad que tuviese Sasha Moore de poder tener una pista del intruso, Claire se encogió de hombros y volvió a entrar. Se encontró con Austin esperando al lado de su plato.
—¿Lo habéis pillado?
—No. No sabía que entendías a los perros.
—¿Qué gracia tendría insultarlos si ellos no pueden entender lo que les dices?
—¿Hablas perro?
Como respuesta, Austin levantó la cabeza y emitió un sonido que probablemente podría considerarse un ladrido si el que escuchaba no hubiese escuchado nunca a un perro de mayor tamaño que un pequinés.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Claire, intentando evitar reírse.
—Traducido así por encima… —Austin miró insistentemente su plato—… significa «dame de comer».
Aquella misma tarde, Claire estaba esperando sentada a la mesa del mostrador cuando Sasha Moore bajó.
—¿Puedo hablar un momento contigo?
—¿Será mucho rato?
—No, no será mucho rato.
—Bien, porque de verdad que necesito comer antes de salir al escenario, o la audiencia se convierte en una gran distracción: es como si estuviera tocando delante de una gran mesa de buffet.
Ya que no parecía que hubiese ninguna respuesta segura que darle, Claire se quedó callada y la dirigió en silencio hasta su salón.
—Veo que el viejo Gus no se llevó muchas cosas.
No quería saber las circunstancias en las que Sasha había estado anteriormente en esas habitaciones. No era asunto suyo.
—¿Todavía tienes sus fotos guarras en la habitación?
—Las quitaré en cuanto tenga tiempo.
—Oh-oh —la música se dejó caer sobre el sofá y cubrió el ancho brazo con una pierna cubierta por una media carmesí—. ¿Y de qué querías hablarme?
Claire se sentó en el borde de un banquito acolchado, ya que era el único mueble en toda la habitación que no estaba ni cargado de cosas ni cubierto de baratijas.
—Creo que te están acechando.
Las largas pestañas, pesadas por el rímel, se movieron un par de veces.
—¿Qué?
Para ahorrar tiempo, Claire recitó todos los eventos del día y su interpretación de ellos.
—Mira, valoro mucho tu preocupación, pero probablemente las flores las haya enviado un fan, y no llegaste a ver al tipo en el aparcamiento. Podría haber sido un chiquillo del barrio tomando un atajo.
—¿Para llegar a su coche?
Sasha resopló.
—Créeme, el tema del aparcamiento tiene absorbido a todo este vecindario.
—Muy bien. Entonces, si fue un fan quien envió las flores, ¿cómo sabía que estabas aquí? No puedo creerme que le digas a todo el mundo dónde pasas el día.
—Supongo que me vio ayer en algún bar y me siguió hasta la furgoneta.
—¿Y eso no te preocupa?
Alargó el brazo y le dio un golpe a Claire en la rodilla. Estaban lo suficientemente cerca como para que Claire pudiese oler el dentífrico con sabor a menta en su aliento.
—¿Por qué debería preocuparme? Ya pareces estar tú suficientemente preocupada por las dos —se levantó descubriendo los dientes. Expuestos, eran muy largos y muy, muy blancos—. Puedo cuidar de mí misma, Guardiana. Si un fan se me acerca demasiado, ya me preocuparé de que se acerque incluso un poco más —se detuvo ante la puerta—. Oh, por cierto, ¿sabías que tienes ratones?
Sintiendo que tenía los labios apretados formando una fina línea, Claire los entreabrió lo suficiente para decir:
—No creo que sean ratones.
La música se encogió de hombros.
—Pues estoy segura de que huelen como los ratones.
—Te lo dije —murmuró Austin cuando la puerta se cerró detrás de ella.
Claire pegó un bote. No se había dado cuenta de que estaba acurrucado como si fuese un trapito para cubrir la tetera debajo de la televisión.
—Si son ratones —le espetó— ¿por qué no cazas uno?
Resopló.
—Por favor, ¿y qué hago con él?
La mañana del viernes comenzó mal para Claire. Primero el infierno, por medio de su espejo, le sugirió que invitase a Sasha Moore a comer y retorció su reacción hasta tal punto que cuando por fin recuperó su reflejo, estaba nerviosa e irritable y no tenía ni idea de quién había ganado aquella ronda. Después se perdió por completo mientras buscaba a la Historiadora, desapareció durante casi nueve horas de tiempo de armario, y cuando volvió, desesperadamente hambrienta, descubrió que Dean acababa de poner la última capa de uretano y no podía entrar en la cocina.
—Jod… ¡jolines!
Gracias a las dos inmensas ventanas de placa de vidrio que había en la pared trasera, cualquier solución tenía que considerar la posibilidad de que apareciese la señora Abrams. Tomó una nota mental de que debía comprar unas persianas lo antes posible, agarró poder y se disparó en el aire tan rápido que se golpeó la cabeza contra el techo del pasillo.
—Has cogido la filtración —dijo Austin con una risita.
Agarrándose la cabeza con las dos manos, Claire miró hacia él.
—No era mi intención.
—Querías hacerlo de la forma rápida y sucia, ¿verdad?
—Bueno, sí, pero…
—Y eso es lo que has obtenido. Aún así, tengo mis dudas de que tu carácter se haya pervertido permanentemente.
—Esta no era la primera vez. Ayer, cuando intenté detener a la señora Abrams, me golpeé las rodillas.
—Una vez, dos, ¿qué daño puede hacerte?
—Seguramente eso era lo solía pensar Augustus Smythe —el ligero zumbido de la filtración construyéndose parecía haber desaparecido, aunque resultaba difícil estar segura a causa del pitido que sentía en los oídos por culpa del impacto. Recogiendo cuidadosamente poder procedente del centro de las posibilidades, fue bajando hasta quedarse a unos cinco centímetros de suelo y se deslizó hacia adelante lentamente. En otro momento habría tenido dudas sobre aquella continua flotabilidad iniciada por una filtración del infierno, pero ahora mismo estaba demasiado hambrienta para preocuparse por ello.
Mientras respiraba eau de sealant por la boca, se sentó al lado del fregadero, se sirvió un tazón de cereales y comenzó a comer. Había comenzado un segundo tazón cuando Jacques se apareció a su lado.
—Creo que deberías saber —dijo— que el hombre que trajo ayer las flores acaba de entrar por la puerta delantera.
—¿Qué?
—El hombre que trajo ayer las flores…
—Te he escuchado —tras tirar los cereales dentro del fregadero, se lanzó hacia el mostrador y echó a correr en dirección a la parte delantera del hotel.
… por desgracia había olvidado la zona de poliuretano pegajoso que tenía que cruzar.
—¡Tarta de frutas!
La fuerza emocional que había detrás de aquel seudo-improperio transfiguró la tostadora y el olor de fruta caramelizada borracha de ron ascendió sobre el de los productos químicos, que prevalecía.
Jacques estudió la tarta pensativamente.
—Me pregunto qué hubiera pasado si hubieras utilizado ese viejo improperio anglosajón estando tú y yo aquí juntos.
—¿Es que tienes que hacerlo? —le espetó Claire, con lo que soltó sus lazos, tomó poder y se echó a flotar por encima del pasillo, dejando sus zapatos en donde se habían quedado pegados.
—No es que tengas exactamente que hacerlo —murmuró Jacques.
Mientras Claire corría hacía el recibidor, el repartidor salía de detrás del mostrador, llevando en la mano lo que parecía el mismo ramo de crisantemos rojos.
—Sólo estaba buscando un papel —dijo apresuradamente—. Mi jefe me dijo que podía dejar las flores, e iba a dejarle una nota.
Estaba mintiendo. Por desgracia, a menos que estuviese segura de que suponía una amenaza para el lugar, Claire no podía obligarle a decir la verdad.
OH, ¿POR QUÉ NO?, preguntó una vocecilla dentro de su cabeza.
¿QUIÉN SE VA A ENTERAR? SABES QUE QUIERES HACERLO.
Cállate.
Claire extendió la mano para coger las flores.
—Me ocuparé de que le lleguen a la señorita Moore —dijo en voz alta.
—Claro —mirándola con recelo, retrocedió a lo largo del borde del mostrador en dirección a la puerta, alargando la mano de espaldas en busca del pomo. Salió sin darse la vuelta y se detuvo para mirar por la línea que quedaba abierta justo antes de que se cerrase la puerta. Unos dientes amarillentos mostraron durante un instante una desagradable sonrisa—. Salude a la señorita Moore de mi parte.
Tras colocar las flores, Claire echó una mirada al interior del despacho, pero no parecía que hubiera tocado nada.
—Bueno, bueno, ya lo veremos —se agachó debajo del mostrador, quitó su mochila del gancho y rebuscó en el bolsillo exterior. Unos instantes más tarde sacó los restos destrozados de lo que una vez había sido un gran paquete de cristalitos con sabor a uva y dejó caer lo que quedaba de su contenido en la palma de una mano.
—Siento que se te quedaran los zapatos pegados al suelo, jefa. Me imaginé que te darías cuenta de que todavía estaba… —la voz de Dean se fue desvaneciendo en una incredulidad atónita mientras miraba cómo Claire lanzaba un puñado de polvo violeta al aire.
El poder se echó a volar, una nube violeta con vitamina C añadida formó un remolino y después se asentó sobre un confuso revoltijo de huellas de pies y dedos que iban de la puerta principal al despacho y volvían de nuevo a la puerta. Un poquito del polvo se asentó alrededor del tallo de las flores.
—Qué desastre —suspiró Claire—. Esto no me dice nada, sólo que ha estado aquí y eso ya lo sabía.
—¿Quién?
—El repartidor de flores. Estaba intentando averiguar qué tramaba.
—¿Con… —Dean frotó un poco del residuo con un dedo y lo olió—… refresco de uva?
—La verdad es que es un genérico. ¿Para qué gastar más en marcas si lo vas a usar para tirarlo?
—Cierto —se sacó un pañuelo de papel doblado del bolsillo y se limpió el dedo con cuidado—. Me pondré a limpiar esto.
—Genial, yo necesito un café.
—El suelo…
—Ya lo sé —flotó por el pasillo a una cuidadosa distancia de cinco centímetros del suelo.
Por desgracia, los cristalitos con sabor eran azucarados. A Dean le llevó el resto de la mañana limpiar aquel desastre, y cuando acabó seguía sin estar seguro de haberlo quitado todo.
Tenía razón. A pesar de haber echado un vistazo al interior cuando limpió las huellas púrpura del armarito de las llaves, no se dio cuenta de la pequeña mancha que marcaba el extremo de un gancho vacío.
—Chicos, ¿por qué no venís esta noche hasta el pub y así, si el idiota está allí, podréis decirme quién es? Siempre estoy dispuesta a conocer a mis fans.
Dean pareció dudar.
—¿Y si es peligroso?
—Si lo es, estarás allí para ayudarme —la música le sonrió lánguidamente—. ¿Verdad?
—Claro —con las orejas coloradas, Dean se apartó hasta quedar camuflado entre las hojas del ficus de plástico que llenaba la esquina sureste del salón de Augustus Smythe. Hasta aquel momento creía haber superado ya los embarazosos y mortificadores años de reacciones espontáneas.
—¿Qué quieres decir con claro? —preguntó Claire desde el otro extremo de la habitación.
Por lo que él sabía, ella no tenía ni idea de por qué él se había mudado allí. Miró a Sasha Moore y las orejas se le pusieron tan calientes que le picaban.
—¡Dean!
Mientras retorcía una de las hojas de plástico directamente en la planta, se dejó arrastrar a las profundidades cálidas, oscuras e invitadoras de los ojos de la música.
—Quiero decir, eh, eso es… eh, señorita Moore, ¿podría mirar hacia otro lado? Gracias —inspiró profundamente y dejó salir el aire lentamente—. Quiero decir que, ya que estaremos allí, si ocurre algo, la ayudaremos.
—¿Has decidido que estarás allí?
—Claro. Quiero decir, no —le lanzó una mirada indecisa a Claire—. Quiero decir, tú no tienes que ir. Siempre puedo ir sin ti.
—Tiene razón, Claire, tú no tienes que ir. Él puede quedarse hasta tarde y ayudarme a cargar la furgoneta —una lengua rosa humedeció rápidamente los labios carmesí—. Puedo traerlo a casa.
—Iré.
—Bien, entonces está decidido —tras retorcerse ágilmente en la silla, Sasha se puso en pie y se abrió paso a través de todos los trastos y curiosidades hasta la puerta—. Voy a salir a por un mordisco. Os veré a los dos en el pub.
En cuanto la puerta se cerró tras ella, Jacques se materializó, levantando las cejas en dirección a Dean.
—¿Fanfarroneando? —rio ante la vergüenza y el pánico que había en los ojos de Dean, se giró para mirar a Claire y dijo con evidentemente falsa consternación—. ¿Es fuerte, no? Ha arrancado una hoja de tu ficus.
—No te preocupes por ella —resopló con desdén—. Es de plástico. Me preocupa bastante más el tema del pub.
—¿Qué tema del pub? —preguntó Austin mientras salía del dormitorio y se estiraba. Cuando Claire se lo explicó, él saltó sobre su regazo—. Ve —le dijo mientras golpeaba la cabeza contra la parte inferior del mentón de ella—. Aprovéchate del hecho de que en realidad no estás sellando el lugar. Si pasa algo, me pondré en contacto contigo.
—¿Qué ocurriría si estuvieses sellando el lugar? —quiso saber Jacques.
—No podría abandonar la casa.
—Igual que yo.
—Si no fuera porque él está muerto —señaló Austin—. Ya que tú no lo estás, ¿por qué no lo demuestras?
—¿Saliendo?
El gato suspiró.
—Damas y caballeros, tenemos una ganadora. Sal. Diviértete. ¿No eres tú la que no para de decir que no tienes pensado quedarte aquí plantada?
—No quería decir con eso que deba salir a pubs —protestó Claire indignada.
—¿Por qué no?
—Nunca consigo ir a ningún lado —dijo Jacques lastimeramente una hora más tarde, cuando él y Austin se quedaron tras la ventana delantera mirando cómo Claire y Dean caminaban en dirección a King Street.
—Míralo por el lado bueno —observó Austin cuando la señora Abrams se apuró a salir por su caminito de entrada, y llegó demasiado tarde para cruzárselos—. Ahí fuera puede haber un mundo lleno de peligros.
—¿Qué está mirando?
Con una mano colocada sobre los ojos completamente entornados, la señora Abrams miraba fijamente hacia la ventana. El gato se estiró.
—Seguramente se esté preguntando si yo seré el mismo gato que hizo que Baby se maniatase a sí mismo con su propia cadena.
—¿Y lo eres?
—Por supuesto —saltó del alféizar de la ventana—. Venga, es viernes por la noche, vamos a ver la tele.
Tras dirigirle una última mirada de curiosidad a la señora Abrams, Jacques se dio la vuelta y lo siguió.
—¿La tele? ¿Es como la radio?
—¿Sabes lo que es la radio?
—Oui. Augustus Smythe, le petit saloud, deja una radio en el ático. Tengo suficiente energía para encenderla y apagarla, pero no puedo cambiar a los diferentes canales. Llevo muchos años aprendiendo inglés con la CBC.
Austin resopló.
—Bueno, eso explica mucho.
—¿Mucho?
—No hablas igual que un marinero franco-canadiense muerto en 1922.
—Así que he perdido mi identidad en favor del inglés.
—A pesar de que todavía hablas como un franco-canadiense…
¡EL GATO ESTÁ SOLO!
SÍ, ¿Y QUÉ?
Una ráfaga de aire caliente subió del hoyo, INTERESANTE.
—¿Por qué está esto tan oscuro? —preguntó Claire mientras se detenía justo al acabar de entrar en El foso de la cerveza.
Sintiendo la presión que se formaba tras ellos, Dean se aclaró la garganta.
—Eh, jefa, estamos bloqueando la entrada.
—Técnicamente, tú estás bloqueando la entrada, a mí pueden rodearme —pero cruzó el suelo de hormigón pintado hacia una de las pocas mesas libres—. ¿Por qué es tan bajo el tejado? —antes de que Dean pudiese señalar que el pub estaba en un sótano, ella añadió—. Y mira el tamaño de esas cosas. ¿Por qué son tan pequeñas las mesas?
—Cuantas más mesas haya, más gente y más dinero.
Claire clavó la mirada en él mientras se sentaban.
—Eso ya lo sé. El suelo está pegajoso. Te habrás dado cuenta de que no he preguntado por qué. ¿Ves al repartidor?
—Hay mucha gente…
—Sugeriría que te dieses una vuelta y lo buscases, pero no podrás moverte por aquí. Supongo que esperaremos hasta que intente algo. ¿Por qué hay tanto humo?
Dean movió la cabeza en dirección al otro lado de la sala.
—Hay zona de fumadores.
—Y tiene una de esas barreras invisibles que mantienen el humo separado del resto de la gente.
—¿Sí? —tras los acontecimientos de la semana pasada, no se hubiera sorprendido.
—No, lo decía sarcásticamente. Yo podría crear una barrera, lo hacemos continuamente, siempre que tenemos que contener algunas de las emisiones más nocivas de los lugares, pero sería bastante… —la exigencia de espacio por parte de un hombre joven y robusto con una chaqueta del Queen, el equipo de fútbol canadiense, le provocó una pausa involuntaria—… evidente cuando, al final de la noche, los fumadores comenzasen a ahogarse en sus propias exhalaciones tóxicas —terminó, y echó la silla hacia atrás para separarse de la mesa.
La llegada de la camarera detuvo la conversación hasta la llegada de las bebidas.
—¿Tres con setenta y cinco por un ginger ale? —Claire tiró un billete de diez sobre la bandejita de la chica—. ¡Podría comprar un litro por noventa y nueve céntimos!
—Aquí no —dijo la camarera secamente mientras le devolvía el cambio.
—No vas mucho a pubs, ¿no? —le preguntó Dean mientras se guardaba su cambio en la cartera y la cartera en el bolsillo delantero.
—¿Cuál ha sido tu primera pista? —le pegó un trago al líquido tibio en el mismo momento en el que Sasha Moore subía a un pequeño escenario que había en el extremo opuesto de la sala.
Dean le dio un golpe en la espalda cuando ella se atragantó y tosió ginger ale por toda la mesa.
—¿Estás bien?
—Excepto por las vértebras aplastadas que tengo, estoy bien —con los ojos inmensamente abiertos, Claire miró fijamente a la mujer que estaba bajo el foco. Se había quitado todas las máscaras. Era peligro. Era deseo. Era misterio. Y ninguna otra persona de las presentes en la sala se daba cuenta del porqué. Claire no se lo podía creer. Sasha Moore había hecho de todo excepto sentarse bajo un enorme cartel de neón que dijese «vampiresa», y nadie había relacionado las cosas a pesar de que todo el mundo respondía. Con las cejas bajas miraba cómo Dean se removía en su asiento. Todo el mundo.
—No hay ciego más grande… —murmuró.
—¿Qué?
—Nada. —Claire de alguna forma esperaba que Sasha dependiese del efecto «conejos cazados por el faro» que los depredadores tenían sobre sus presas, pero fue directa a lo suyo. Al final de la primera parte, tras una versión heavy sintetizada de «Greensleeves», agradeció los aplausos y se abrió pasó fácilmente hasta la mesa a través de su adoradora audiencia.
—¿Un refresco? —una ceja del color del ébano se levantó mientras su mirada oscura se deslizaba desde la cerveza de Dean al vaso que Claire tenía delante—. Si no bebes cerveza, el vino de la casa no está mal.
—No bebo vino —le dijo Claire.
Sasha sonrió, sus dientes formaron un lazo blanco en la oscuridad.
—Yo tampoco. Y bueno, ¿está aquí?
—No le hemos visto.
—Entonces supongo que os tendréis que quedar hasta el final.
A pesar de que había estado a punto de decir que quizá también deberían marcharse, Claire se encontró respondiendo al desafío.
—Eso parece.
Dean miró primero a una y después a la otra y se dio cuenta de que la resaca allí era lo bastante fuerte como para tragarse a un nadador incauto hasta donde no hiciese pie. No entendía lo que estaba pasando, así que dejó que su instinto tomase el control e hizo lo que generaciones de hombres habían hecho antes que él en circunstancias similares: sólo abrió la boca lo suficiente para beberse su cerveza.
—¿Y qué tal ha estado? —preguntó Austin, con los ojos entornados al mirar a contraluz.
—Bastante bien, supongo. —Claire levantó al gato de la almohada y se metió en la cama—. Le pidieron dos bises.
—Ah, sí —se subió al estómago de ella y se sentó—. Las criaturas de la noche, vaya música que hacen.
—Vete a dormir, Austin.
—¿La jefa todavía no ha vuelto?
—No, todavía no. —Austin se subió de un brinco a la mesita de café y echó a un lado un tazón poco profundo, tallado de forma que alternaba los colores de la madera y lleno de una polvorienta colección de viejas tarjetas de cumpleaños—. Esta mañana ha empezado tarde.
—Ya sabes que no quiere que entre antes de que ella vuelva.
—Quiero que me rasques la cabeza.
—Seguramente ella se enfadará.
—Es una causa que merece la pena.
A pesar de que sabía que lo que debía hacer era darse la vuelta y marcharse, Dean suspiró y rascó donde se le había indicado, incapaz de soportar el peso de la mirada del gato.
—Eh, con cuidado, colega. No soy un perro.
—Lo siento.
—Por supuesto que lo sientes —dijo Claire mientras salía del armario—. La pregunta es: ¿por qué estás aquí?
—Es sábado.
—Ya lo sabía —dijo mientras dejaba en el suelo un par de bolsas de plástico, justo al lado del gato. Una de ellas tenía un caduceo de farmacia estampado y en la otra había una cruz egipcia. Comenzó a sacar unos paquetitos atados con cuerda.
—Los sábados voy a la compra.
Entonces comenzó a comprender.
—¿Y necesitas dinero?
Dean estaba bastante seguro de haber visto que uno de los paquetes se movía. Para ir sobre seguro, dio un paso atrás desde la mesa.
—A no ser que ya la hayas hecho tú.
—La verdad es que no —se dirigió a la oficina, y fue desenvolviendo media docena de parrillitas de hierro de unos quince centímetros de algo mientras caminaba—. Esta mañana prepararé unas trampas para diablillos, así que en lugar de buscar a la Historiadora, he ido a visitar al Boticario en busca de material —en el sobre había setenta dólares. Mientras le tendía el dinero, le dijo—. Trae lo que traigas normalmente, pero además añade una docena de bagels, diez kilos de arena para gatos normal y una bolsa de nubes de gominola pequeñitas, de las que son sólo blancas. Al Boticario sólo le quedaban cuatro, y no me llegarán para preparar las trampas.
—¿Cuatro bolsas?
—Cuatro nubes.
—¿Atrapas a los diablillos con nubes de gominola? —preguntó Dean mientras se guardaba el dinero en la cartera.
—Hemos descubierto que funcionan igual de bien que las lenguas de renacuajo, y te dan menos problemas con Greenpeace.
—¿Y para qué son los bagels y la arena para gatos?
Claire resopló.
—Los bagels son para desayunar, y la arena para gatos es para que Austin…
Dean levantó una mano y sonrió débilmente.
—No importa.
—Creía que íbamos a subir al ático.
—Y ahí vamos. —Claire inspiró profundamente varias veces, para calmarse, y cogió un palito de pan del mostrador—. Pero antes voy a proteger la puerta con una alarma.
—¿Y por qué no la cierras y ya está?
—¿Cerrarla?
—Sí, ya sabes, esa cosa que gira con una llave y que evita que la puerta se abra. Recuerda lo que siempre decía tu madre.
—¿La ropa interior rasgada atrae a los conductores imprudentes?
—Más bien estaba pensando en «intenta la solución más fácil antes de buscar posibilidades más exóticas».
—Ponerle una alarma a la puerta no es algo muy exótico.
—Pero cerrarla con llave es más sencillo.
—Cierto —los candados entraron en su hueco correspondiente con un satisfactorio clonc. Tras coger un par de trampas para diablillos, siguió al gato escaleras arriba.
—Se me ocurre una pregunta —flotando justo debajo del techo, Jacques miraba cómo Claire colocaba la segunda trampa al lado de la sombrerera a rayas rosas y grises—. ¿Qué harás con el diablillo si lo atrapas?
—Lo neutralizaré.
—¿Y eso qué significa, neutralizar?
—Los diablillos son trocitos de maldad, ¿qué crees que significa eso? —en precario equilibrio sobre un montón de muebles viejos, Claire extendió la pierna derecha y comprobó el primer paso que tenía que dar para bajar.
—Un poco más a tu izquierda —le dijo Jacques.
Movió el pie.
—A tu otra izquierda —señaló mientras ella caía—. ¿Te has hecho daño, cherie? —gritó cuando el ruido paró y sólo quedó una nube de polvo que se elevaba oscureciendo el lugar del aterrizaje.
Mientras se quitaba de la cara una bolsa de lona con cremallera llena de tela rancia, Claire aspiró entre dientes una bocanada de aire profunda y cargada de polvo, y después hizo inventario. Le dolía mucho el codo izquierdo, y parecía haber aplastado algo al aterrizar.
—¿Dónde está Austin?
—Aquí mismo —saltó a un lugar que quedase dentro de su campo de visión, balanceándose sin esfuerzo sobre una cómoda inestable—. ¿Estás bien?
—Estoy bien.
—No haces más que decir eso, ¿verdad? —Jacques se acercó a ella lentamente, con cara de patética preocupación—. Desearía tener manos para ayudarte a levantarte, brazos para cogerte, para reconfortarte, labios para besarte hasta aliviarte el dolor.
Tenía los ojos oscuros, y Claire se encontró pensando en Sasha Moore.
—Yo también desearía que fuese así.
—Podrías hacer que así sea.
Austin resopló.
—¿Es que se parece ella a Jean Luc Picard?
—¿A quién?
El gato suspiró.
—Tengo tanto que enseñarte, pequeño saltamontes.
—¿Qué?
Mientras reflexionaba sobre que no había nada como un gato para arruinar aquel momento, Claire se liberó las piernas, se giró a un lado y se dio cuenta de que tenía, justo a la altura de los ojos, una pila de veinticinco centímetros de zócalos. Según podía ver desde la posición en la que estaba, habían sido arrancados de la pared en tramos de diez u once metros.
—¡Esto es genial!
—¿Caerse?
—Los zócalos —mientras se ponía en pie, recuperó la linterna de encima de un montón de viejas Selecciones del Reader’s Digest, que formaban parte de la obligatoria puerta del ático, y se dirigió a las escaleras—. Seguramente los quitaron cuando sustituyeron la escayola y el torno por los paneles de yeso. Venga, tengo que medir las paredes del comedor, creo que los zócalos se ponen antes que el papel.
Mientras se imaginaba felizmente un calendario de reformas que mantendría a Dean ocupado durante sus próximas seis o siete vidas, Claire salió corriendo en dirección a las escaleras del ático, recorrió el pasillo del tercer piso y cuando llegó al segundo se quedó parada, helada. Había un hombre al otro extremo del pasillo, en la puerta de la habitación cuatro.
El instinto anuló a la función cognitiva y salió corriendo hacia él.
—¡Eh!
Cuando se dio la vuelta, vio que era el repartidor —qué sorpresa— y que estaba haciendo saltar la cerradura.
Demasiado para las soluciones sencillas.
—¡Fuera de aquí!
—No intentes detenerme —la clásica advertencia hizo que su voz sonase más áspera de lo que era, la voz de un hombre que a duras penas se aferraba a la cordura.
Buscando con una mano algún hilo suelto en su ropa, Claire alcanzó el poder, tocó las filtraciones y dudó.
El intruso dio un salto hacia ella, la agarró por los antebrazos y la tiró contra la pared. Era más fuerte, mucho más fuerte, de lo que parecía: la locura le daba fuerza.
—¿Por qué? —exigió mientras le aplastaba la cabeza contra la pared con cada palabra—. ¿Por qué estas protegiendo a una criatura muerta viviente, chupasangre y desalmada?
Corta de alcance, incapaz de concentrarse lo suficiente como para utilizar tan siquiera las filtraciones, Claire era sólo vagamente consciente de que la estaban arrastrando hasta el armario de las escobas. A través de una neblina gris y con una visión extrañamente cambiante, vio cómo Jacques descendía en picado del techo, chillando y gruñendo sin producir absolutamente ningún efecto.
Oh, genial, pensó mientras se abría la puerta del armario. Cree en vampiros pero no en fantasmas. En un santiamén asimiló las implicaciones que aquello tenía y comenzó a luchar débilmente.
Golpeó el suelo al lado del cubo de la fregona, a duras penas consiguió evitar que le rebotase la cabeza y se derrumbó por completo cuando un chirrido paralizador hizo vibrar los botes de detergente.
Un profundo aullido de dolor se elevó por encima del ruido que hacía el gato, y después, justo cuando Claire intentaba volver a sentarse, la puerta se cerró de un portazo y Austin aterrizó sobre la única cosa que garantizaba que amortizaría su caída.
Durante un instante, la necesidad de respirar pesó más que otras consideraciones, después, tumbada en la oscuridad mientras escuchaba a Austin silbar y escupir, agarró el primer poder que tuvo a su alcance y lo utilizó para despejarse la cabeza. Absorber filtraciones se había convertido en un problema poco relevante.
—Entiendo cómo te sientes, Austin, pero cállate. No tenemos tiempo para eso.
Una cara bigotuda se apretó contra su mejilla.
—¿Estás bien?
—No. Pero estoy arreglándolo —la ira había quemado los daños, el poder que cabalgaba sobre su ira para sustituir la que había gastado. En aquel momento, no importaba de dónde viniese el poder. Con todas las partes de su cuerpo más o menos bajo control de nuevo, se puso en pie y se lanzó contra la puerta. El impacto le dolió, le dolió mucho, y la hizo caerse de culo. La puerta no cedió.
Él le había hecho algo para que se mantuviese cerrada.
—¡Cálmate! —gruñó el gato—. ¡Casi aterrizas encima de mí!
—¿Calmarme? —Claire luchó para volver a ponerse en pie—. ¿Qué piensas que le hará a los sellos del pentagrama un asesinato en este edificio? —respiró profundamente, una vez, dos, colocó las manos sobre la madera y sopló hasta arrancar la puerta de las bisagras.
Tambaleándose ligeramente, corrió por todo el pasillo, atravesó a Jacques y entró en la habitación cuatro.
Él estaba de pie sobre la cama, con una afilada estaca en la mano alzada.
Ya no quedaban filtraciones, ya que las había recogido todas al soplar la puerta. Mientras se dejaba caer contra la pared, Claire valoró las posibilidades, sabedora de que no llegaría a tiempo.
Un rayo blanco y negro aterrizó sobre la espalda de él mientras la estaca bajaba.
Mientras agarraba a Austin con una mano, Claire lanzó su escaso hilo con la otra. Cuando el repartidor se puso tenso lo empujó tras ella hasta hacerlo caer, chillando y envuelto en lazos invisibles, en el suelo fuera de la habitación.
La estaca sobresalía del pecho de Sasha Moore, justo por debajo de la clavícula. Al principio, bajo el brillo de los cuarenta vatios de la lámpara de la mesilla de noche, Claire pensó que todo había acabado, y después se dio cuenta de que había esquivado el corazón por unos ocho centímetros. O bien el tipo no sabía mucho de biología, o bien el salto de Austin había hecho que errase el tiro.
—¡Es Nosferatu! ¡Debe morir! —la voz enloquecida resonaba en la habitación cerrada—. ¡Los que la protegen han hecho un pacto con el mal!
—¡Eh! No me hables del mal —le espetó Claire por encima del hombro—. Soy una profesional con formación —estiró los dedos y uno de los lazos se expandió hasta cubrirle la boca.
Con la cola todavía de un tamaño el doble de lo habitual, Austin jadeaba mientras su mirada saltaba de la estaca a Claire.
—¿Y ahora qué?
—Ahora la sacaremos —se escuchó el pop que hizo el aire desplazado cuando el botiquín de primeros auxilios de la cocina apareció sobre la mesita de noche—. Vendaremos la herida y veremos qué pasa cuando se despierte.
—Apuesto a que estará hambrienta.
Claire le echó un vistazo al hombre que se golpeaba impotente y gruñía en su furia inarticulada.
—Creo que podremos encontrarle algún bocado.
A ESTE RITMO, EL CAMPO DE FUERZA NO DESCENDERÁ NUNCA. APENAS NOS HA ABIERTO CAMINO PARA MÁS FILTRACIONES. EL PRIMO HACÍA MUCHO MÁS DAÑO CON SUS JUGUETITOS Y ENTRETENIMIENTOS.
PACIENCIA.
LA PACIENCIA… La palabra sonó como si hubiese salido a través de unos fragmentos de cristal roto… ¡ES UNA VIRTUD!
La rubicunda luz que se reflejó en la campana de cobre brilló más, como si el mismo infierno se hubiese ruborizado, PERDÓN.