TRES

Si no te das prisa —se quejó Austin desde el dormitorio— bajaré a desayunar sin ti.

Claire rebuscó dentro de su estuche de maquillaje, inspeccionó y descartó unos cuantos lápices que estaban sin afilar.

—Me estoy moviendo lo más rápido que puedo.

Habían vuelto a pasar la noche en la habitación uno a pesar de que Dean había insistido en que los aposentos del dueño pertenecían ahora a Claire con todo derecho. A pesar de que hubiera deseado pasarse la noche viendo la televisión y comiendo pizza en el salón de Augustus Smythe, Claire no estaba preparada para dormir en su cama.

—No entiendo para qué te molestas con todas esas historias.

—Y eso me lo dice el gato que se ha pasado media hora limpiándose la cola —se inclinó hacia el espejo con un ojo cerrado. Su reflejo permaneció en donde estaba antes—. Oh, no —se estiró, dejó el lápiz y se miró a sí misma a los ojos, sin sentirse sorprendida porque ya no fueran de color castaño oscuro sino rojo intenso. ¿Y ahora qué?

Una calavera que acababa de ser desenterrada apareció en la mano derecha del reflejo.

—¡Ah, pobre Yorick! Yo le conocí, Horacio; era un hombre de una gracia infinita y de una fantasía portentosa.

—Y aquí pendían aquellos labios que has besado no sé cuántas veces. —Claire cruzó los brazos y frunció el ceño—. Conozco la obra. Ve al grano.

El reflejo elevó la calavera hasta que la pudo mirar directamente a las cavidades oculares.

—Vete ahora al tocador de mi dama, y dile que, aunque se ponga el grueso de un dedo de afeite, ha de venir forzosamente a esta linda figura… —con un movimiento fluido giró la calavera de forma que la dejó mirando hacia el otro lado del espejo—… Prueba a hacerla reír con eso.

—No está mal, pero me imagino que podéis acceder a bastantes actores. ¿Qué queréis?

—Que abras el pentagrama. Que nos liberes. Y a cambio haremos que permanezcas joven y hermosa para siempre.

—Estáis de broma, ¿verdad? ¿Le estáis ofreciendo la eterna belleza y juventud a una Guardiana?

El reflejo pareció ligeramente avergonzado.

—Está considerado un clásico de la tentación. Pensamos que merecía la pena probarlo.

—Oh, por favor.

—¿Eso es un no?

Claire suspiró y, agarrándose al borde del lavabo con ambas manos, se inclinó hacia adelante.

—Iros al infierno —le dijo llanamente—. Iros directamente al infierno, no paséis por la casilla de salida, no cojáis los doscientos dólares.

La calavera se desvaneció. El reflejo volvió a responder a sus movimientos.

—¿Ha sido eso inteligente? —preguntó Austin desde la puerta.

—¿El qué? ¿Negarme a ser tentada?

—Hacer comentarios frívolos.

—No era un comentario frívolo —acabó de dibujarse la línea del ojo derecho y comenzó con el izquierdo—. Era dirección actoral.

—¡Ho-la!

—¿Mamá? —Claire estaba en la cocina, empleando diferentes productos de limpieza de una forma en la que sus manufacturadores jamás habrían pretendido (ni tan siquiera los del departamento de publicidad, el cual por regla general tenía una visión bastante más liberal sobre ese tipo de cosas) para intentar quitar la tinta del último tercio del diario del lugar. Aunque no era una tarea técnicamente imposible, parecía, a medida que pasaba el tiempo, altamente improbable. Dejó a un lado el mortero para los ajos, se secó las manos en un delantal que había tomado prestado (aunque cogerlo no había sido idea suya), gritó que ya llegaba y tropezó con el gato.

En el momento en el que llegó al recibidor, Austin estaba ya subido al mostrador y le estaban rascando la cabeza, con un aspecto que daba a entender que había estado esperándola más impacientemente que nadie.

—Tenías razón en lo que decías de los escudos —dijo Martha Hansen mientras Claire entraba en el recibidor—. Puedo sentir algo.

Al captar la mirada de Austin, Claire realizó el gesto de secarse la frente con alivio. Austin la miraba con superioridad: él lo había sentido desde el principio. Y ahí estaba.

—Gracias por venir, mamá.

—Bueno, no podría haberme negado a atender la llamada de mi hija solicitando ayuda, ¿o sí? Además, hoy tu hermana tiene taller y le toca a tu padre encargarse del departamento de incendios —los tres pusieron una mueca de disgusto al mismo tiempo—. Y resultaría una vergüenza no intentar hacerte una rápida visita sabiendo que estás tan cerca. Tienes buen aspecto —rodeó a Claire con un rápido abrazo—. Maine debió de estar conforme contigo.

—Entré y salí tan deprisa que no le di tiempo a protestar. El lugar más fácil que he sellado nunca.

—Bien. Por lo menos no te estás enfrentando a este lugar agotada y enfurruñada.

—¿Enfurruñada? —repitió Claire, mientras le dirigía una mirada de advertencia al gato—. Mamá, tengo veintisiete años. Soy un poco mayor para enfurruñarme.

La madre sonrió.

—Me alegro de escuchar eso. ¿Qué tal dormiste anoche?

—Como un tronco. Supongo que es otro de los efectos del campo de fuerza.

—Supongo que sí —mientras se desabrochaba la gabardina, Martha se giró para mirar el mostrador—. ¿Y tú qué tal, Austin?

—Yo dormí como un gato —echó una oreja hacia atrás—. Siempre duermo como un gato.

—Resulta tranquilizador. ¿Algún progreso desde que llamaste, Claire?

—No muchos. Puede que tengamos una plaga de diablillos; estoy casi segura de que fue él, o ellos, quien me mojó los zapatos la primera noche que pasé aquí —no vio que fuese necesario mencionar lo de la voz. No sólo había sido una experiencia altamente subjetiva, sino que había dejado de contarle a su madre todo lo que se le pasaba por la cabeza el día que Colin Rorke la había besado detrás de las gradas del campo de fútbol—. Esta mañana mi reflejo me ha ofrecido eterna belleza y juventud.

Martha suspiró mientras se quitaba la chaqueta encogiendo los hombros.

—Te lo he dicho antes y te lo vuelvo a repetir, el mal no tiene imaginación. Seguramente sea por eso por lo que una parte tan grande de él acaba metiéndose en política municipal. Volverán, ya lo sabes, y las tentaciones irán escalando a medida que te vayan conociendo mejor.

—Espero haber sellado el lugar antes de que eso se convierta en un problema.

—Pero seguramente ya esté sellado.

—No, mamá. Me refería a sellarlo para cerrarlo.

—¿Cerrarlo?

—Supongo que será por eso por lo que estoy aquí —afirmó Claire—. No sería probable que me hubiesen llamado para hacer de niñera epistemológica ya que soy demasiado mayor para hacer nada más que sacudir mi poder sobre el lugar y asegurarme de que nada trepa por los bordes del agujero.

—Ese agujero…

—Es enorme, pero eso no cambia la descripción del trabajo.

—¿Y has decidido ya cómo vas a cerrar el agujero y al mismo tiempo encargarte de…? —sacudió bruscamente la cabeza en dirección al tercer piso.

—Todavía no, pero estoy en ello. Esperaba que tú, con tu gran experiencia y años de trabajo en este campo, pudieras arrojar un poco de luz sobre el tema.

—Pelota —murmuró Austin.

Mientras retorcía los labios, Martha se inclinó y cogió su maletín de fin de semana.

—Espera a que deje esto en mi habitación y después iré a ocuparme de tus problemas. Cuanto antes los vea, antes te podré decir qué necesitas escuchar.

Claire cogió la llave de la habitación dos y se apresuró a subir las escaleras. Frunció el ceño en cuanto tuvo una buena visión de los pies a los que seguía.

—Me gustaría que no llevases sandalias con calcetines, mamá.

—Estamos a finales de septiembre, Claire, no podría llevar ninguno de los dos solos.

—Pero así pareces una hippie entrada en años.

—Tienes razón al avisarme, no hay nada de malo en ello. Y bueno, a mí me gustaría que tú llevases un poco menos de maquillaje. Te hace parecer…

—No empieces, mamá.

—Cariño. Esto es medieval. —Martha rodeó el hoyo caminando lentamente, examinando cada una de sus líneas—. Según mi experimentada opinión —dijo un momento después—, ciertamente tienes un agujero que da al infierno en la sala de la caldera. O, más específicamente, una manifestación del mal según los parámetros clásicos del infierno, cuya popularidad nunca he entendido completamente —levantó la mirada hacia los conductos y añadió—. Pero mira, supongo que eso reduce los gastos de calefacción —su mano salió disparada e hizo que Claire diese un paso atrás bruscamente—. No camines sobre el pentagrama.

Agarrada a sus brazos, Claire se vio reflejada en el ímpetu de su madre. A pesar de que aquella segunda exposición venía sin el shock del descubrimiento, fue un acto que encontró poco más fácil de manejar.

—Ya sé que es un agujero que da al infierno —dijo, intentando sonar como si no estuviera rechinando los dientes—, pero dado que está irrevocablemente unido a la habitación seis, esperaba que tuvieras alguna idea sobre cómo separarlos. Algún consejo sobre qué debo hacer primero.

PODRÍAS LIBERARNOS.

—Nadie os ha preguntado.

NOS PORTAREMOS BIEN.

—Mentirosos.

SI, CIERTO.

—No creo que debas discutir con esos, Claire —mirando por encima de las gafas, Martha señaló hacia las letras que estaban grabadas sobre la piedra, con mucho cuidado de no dibujar nada en el aire que pudiera ser interpretado como modelo. Un Primo no debía poder tener incidencia sobre el lugar de un accidente pero, dado el lugar en cuestión, aquel era un principio que no pretendía comprobar—. Ese —dijo— es el nombre de la persona responsable de esta situación. Supongo que murió inmediatamente después de haber acabado la invocación. Fíjate en que hay un modelo similar alrededor del nombre de Sara.

Claire estudió el diseño mientras los ojos comenzaban a llorarle por culpa del sulfuro. No era una copia exacta, pero se parecía lo suficiente como para ser un trabajo de Guardián.

—Tal y como pensamos, ella intentó tomar el control. Si el infierno le ofreció poder a cambio de libertad, esto debió de resultar una desagradable sorpresa.

—No puedo decir que lo sienta terriblemente —murmuró la madre.

NADIE LO SIENTE, suspiró el infierno.

—Callaos. Venga, creo que ya hemos estado aquí suficiente tiempo. —Martha agarró a su hija del brazo y la llevó escaleras arriba—. Con un poco de suerte, sabremos más examinando detenidamente a la Tía Sara.

DADLE RECUERDOS DE NUESTRA PARTE.

—Ni lo soñéis.

—¿Y bien? —preguntó Austin desde encima de la lavadora mientras ellas tensaban las cadenas que cruzaban la puerta cerrada. Se había negado rotundamente a volver a entrar en la sala de la caldera.

—Quiere ir a verla —le dijo Claire señalando hacia arriba.

—Deberíais llevaros a Dean con vosotras.

—¿Estás mal de la cabeza? ¿Te ha estado dando de comer a escondidas?

El gato entornó los ojos.

—Léeme los labios, él forma parte de esto.

—Si tú no tienes labios.

—Eso es cuestionable. Tu madre tendrá que conocerle antes o después.

—Podrá conocerle después.

Martha comenzó a acercarse al otro extremo del sótano.

—¿Están aquí sus habitaciones?

—Sí, pero…

—Si Austin cree que tendríamos que llevar a Dean, yo me inclino más por estar de acuerdo con él.

Claire puso las manos en alto.

—Mamá, Austin cree que los pajaritos son un aperitivo.

—¿Y eso qué tiene que ver con esto?

—Escucha a tu madre, Claire —murmuró Austin mientras caminaba sobre sus patas almohadilladas.

Consiguió resistirse a darle una patada y se apresuró a ponerse al nivel, deseando haber recordado antes que las opiniones profesionales de su madre venían con una carga personal añadida.

—No quiero que Dean vea lo que hay en la sala de la caldera.

—¿No crees que merece saber la verdad?

—Sabe que ahí hay un lugar de accidente, decirle que duerme al lado de un agujero que lleva a lo que sería una manifestación clásica del infierno cristiano no hará más que comprometer su seguridad.

—¿En qué sentido?

—Es un niño. Tiene unas defensas mínimas. El conocimiento podría proporcionarle al infierno acceso a su mente.

—Creo que tienes miedo de que se vaya si se lo dices —dijo Austin mientras se frotaba contra el borde de una estantería baja—. Y no quieres que se vaya.

—Por supuesto que no quiero que se vaya. Cocina, limpia… y yo no. Pero tampoco quiero verle tropezándose con situaciones que no tendrá ninguna posibilidad de comprender —se volvió hacia su madre—. Ya sabe bastante más que cualquier otro testigo con el que haya estado en contacto nunca. ¿No es suficiente con eso? ¿Cómo se supone que voy a protegerle?

—Si lleva aquí desde febrero, diría que tiene una buena protección propia —dijo Martha muy pensativa—. Pero tú eres la Guardiana. Es tu decisión si se lo quieres decir o no.

—¿Entonces por qué no puede ser esta mi decisión? —preguntó Claire mientras su madre llamaba a la puerta del apartamento del sótano. No esperaba respuesta, lo cual era bueno, porque no la obtuvo.

Dean vino a la puerta con una fregona en la mano.

—Madre del amor hermoso —incapaz de contenerse, Martha se quedó mirándole los pies.

Claire ocultó una sonrisa. Parecía claro que cada miembro del linaje que se encontraba con Dean por primera vez no podía evitar buscar pruebas tangibles de lo mucho que tenía los pies sobre la tierra.

Totalmente confundido, Dean dejó la fregona a un lado, se frotó la palma de la mano contra los vaqueros y adelantó una mano tímida.

—Usted debe de ser la madre de Claire…

—Correcto, soy Martha Hansen —tras recuperar el aplomo, le cogió la mano y se la estrechó firmemente—. Encantada de conocerte. Claire me ha contado pocas cosas de ti.

Hasta cierto punto, Dean esperaba una versión femenina de Augustus Smythe, y se sintió agradablemente sorprendido de ver que no había ningún tipo de similitud entre ellos. La señora Hansen se parecía considerablemente a muchos de los artistas que pasaban los veranos en la costa de Terranova. Llevaba el cabello largo y canoso suelto pero apartado de la cara, iba sin maquillar, vestía pantalones holgados, un chaleco tejido a mano sobre un jersey de cuello alto y las eternas sandalias. Dean no estaba seguro de por qué las sandalias se consideraban artísticas, pero definitivamente lo parecían. Aunque parecerse a los veraneantes no era algo totalmente recomendable, trabajar para Smythe le había enseñado que podía haber cosas mucho peores.

—¿Así que ya ha estado en la sala de la caldera?

—Hemos estado. ¿Cómo lo sabes?

Sintió cómo se le ponían rojas las orejas.

—Está sudando. El señor Smythe siempre estaba sudando cuando salía de la sala de la caldera.

Martha sonrió y se secó la frente con un pañuelo de papel que sacó del bolsillo del chaleco.

—Qué observador eres. La verdad es que hemos estado en la sala de la caldera, pero ahora nos dirigimos a la habitación seis y queríamos que vinieses con nosotras.

Miró a Claire y percibió una ligera duda antes de que ella asintiese.

—No quiero meterme en medio.

—No digas tonterías. Como dice Austin, tú formas parte de esto.

—Entonces dejaré la fregona.

Cuando desapareció dentro del apartamento, Martha se giró hacia su hija.

—¿Es un niño?

—Es poco mayor que Diana.

—Cielo, odio tener que decirte esto, pero tu hermana tampoco es una niña precisamente —cuando las cejas de Claire empequeñecieron, le dio una palmadita en el brazo—. No importa. No creo que vayas a tener ningún problema con Dean. Es un joven destacadamente estable, por no mencionar que es fácil mirarle a los ojos. Me gusta.

Forzada a concordar con los dos primeros sentimientos, Claire resopló.

—Te gustaría un castrado si te hiciese las tareas de casa.

—Esto es increíble —desde el área protegida por el escudo, con la atención concentrada en la Guardiana durmiente, Martha se acercó al lado más alejado de la cama—. Piensa en todos los factores implicados que hay en conseguir un equilibrio de poder tan complicado.

—Estoy pensando en ello, mamá. O, más específicamente, estoy pensando en lo que ocurrirá si lo desequilibro, aunque sea sólo ligeramente.

—Pues no lo hagas.

Fuera del escudo, segura, Claire suspiró. ¿Había olvidado que su madre tenía tendencia a hacer aquel tipo de comentarios burlones?

—Supongo que no puedes ver la forma de romper el bucle sin precipitar un desastre.

—No, no puedo. Nunca había visto nada en un equilibrio tan perfecto. Estoy impresionada. Es una pena que no vaya a poder comentárselo nunca al Guardián que lo diseñó.

—Guardianes.

—Oh, sí, sin duda esto ha sido obra de dos personas. Hay una doble firma en el bucle.

—¿Dónde?

—Aquí. Y aquí.

Claire presionó la parte de atrás de la mano contra su boca. No debería haber pasado por alto las señales que su madre le acababa de indicar. Después de todo, ella era Guardiana y su madre sólo era Prima.

—¿Cómo puedes soportar estar tan cerca de ella?

—Me concentró en la cubierta, no en ella. Aún así… —mientras se limpiaba el polvo de las manos, salió atravesando el escudo—… fue una canallada.

Dean estaba agachado en el umbral de la puerta, acariciando a Austin detrás de las orejas para mantenerlo distraído. Meneó la cabeza. Parecían polis de una serie de la tele, de pie al lado de un cadáver discutiendo flemáticamente acerca de las múltiples heridas de cuchillo.

—No es fácil perturbarla, ¿no, señora Hansen?

Martha se giró para mirarle.

—La verdad es que estoy bastante perturbada.

—No lo parece.

—Después de haber pasado varias décadas peleándome con variados y diferentes accidentes metafísicos, se me da bien esconder mis reacciones. Además de eso, el linaje está entrenado para mantener la calma ante este tipo de cosas. No funcionaría si nos ponemos a chillar «¡Fuego!» en medio de un teatro lleno de gente, ¿no?

Sin estar completamente seguro de haber comprendido la analogía, lo dejó pasar.

—No te preocupes por eso —murmuró Austin—. Pero intenta afilarte las uñas en el sofá y ya verás lo perturbada que se pone.

Con los brazos cruzados, Claire frunció el ceño en dirección a la mujer que estaba en la cama. Extrañamente, el infierno era el menos malvado de los dos seres. A diferencia de la Tía Sara, el infierno no había hecho nada que no debiese hacer.

—De acuerdo, mamá, ya has visto el panorama. ¿Por dónde debería empezar?

—Sugiero que empecemos por salir de la habitación —ahuyentando a Dean, Claire y Austin para que salieran delante de ella, tiró de la puerta para cerrarla y frunció el ceño ante la madera astillada.

—Después sugiero que arregléis esto. Gracias, Dean —se echó a un lado mientras él volvía a colocar el candado—. Por último, sugiero que te vayas haciendo a la idea de que pasarás un tiempo aquí.

—Nunca pensé que me las arreglaría para cerrar esto en un día o dos, mamá.

—No deberías tener la intención de cerrarlo, Claire. Quizá hayas sido llamada aquí para monitorizarlo.

Claire pestañeó.

—Creo que eso sería altamente improbable. El último monitor era un Primo.

—Y estaba claro que el lugar era demasiado fuerte para que él pudiese controlarlo. Necesita un Guardián.

—Si me necesita a mí —dijo entrecerrando los ojos—, no necesita un monitor.

—No puedo ver la forma de que puedas interferir de forma segura en el acuerdo actual. Creo que la idea de Dean es correcta: ya que estaba teniendo lugar una guerra, el Guardián, o Guardianes, que lidiaron con esta situación seguramente pretendían que su solución fuese una medida temporal. Agarraron al primer Primo disponible, y después murieron durante la batalla. Augustus debía de ser bastante joven y estuvo de acuerdo en vigilar el lugar hasta que volviesen los Guardianes. Nunca lo hicieron, y estaba atado por su palabra hasta que pasase otro por aquí.

»Y justo en el momento en el que el lugar estaba a punto de destruirlo de amargura, apareció Claire, traída por su necesidad de marcharse. Me doy cuenta de que en este punto estoy especulando, pero lo estoy sintiendo mucho por él.

—Pues yo no. —Claire se estremeció bajo la mirada de su madre—. De acuerdo, sí que lo siento. Lo tenía crudo, pero no veo por qué debería alegrarme de tenerlo yo igual.

—No es exactamente lo mismo, ya que el lugar estaba diseñado para que lo monitorizase un Guardián.

—O —insistió Claire— ese Guardián debería cerrar el sitio. Te diré lo que voy a hacer: voy a encontrar a la Historiadora, averiguar qué hicieron exactamente aquellos dos Guardianes y después deshacerlo. No tengo ninguna intención ni de permitir que esto continúe ni de pasarme aquí el resto de mi vida.

—No es fácil encontrar a la Historiadora.

—Eso es porque nunca la he buscado.

—Cierto. Pero mientras tanto. —Martha levantó y bajó la vista por el pasillo— tienes una pensión que dirigir.

—¿Dirigir? —Claire se quedó mirando a su madre asombrada—. ¿Es que has olvidado lo que hay en el sótano?

—Seguramente este lugar se estableció como pensión debido a lo que hay en el sótano. Esta es una situación única. Cuanto más piensas sobre el lugar y más atención le prestas, más fuerte se vuelve. Necesitas una distracción, algo en lo que ocupar tu tiempo.

—Pero los huéspedes…

—Se quedan aquí durante dos o tres noches como máximo. Difícilmente podría darle tiempo a un lugar sellado dentro de un campo de fuerza a tener mucho efecto.

—Pero yo ya tengo trabajo: soy Guardiana. No tengo ni idea de cómo dirigir un hotel.

—Pero Dean sí. —Martha se pareció considerablemente a Austin al añadir—. Y has dicho que no quieres que se vaya.

—Porque necesito un cocinero y un conserje —explicó Claire acelerada mientras levantaba una juntura en el papel de la pared.

—Aún así.

—Si realmente formo parte de lo que está ocurriendo —interrumpió Dean—. No puedo largarme y ya está.

—No fuiste capaz de largarte con el viejo Augustus —rio entre dientes Austin— y no se parecía a Claire, no tenía…

Claire levantó la cabeza bruscamente.

—¡Austin!

—… esa brillante personalidad.

—Bien, entonces queda acordado. —Martha les sonrió a ambos de una forma que resultó obvio que el problema se había resuelto de forma satisfactoria para ella.

Ya que continuar con la discusión parecía no tener sentido y ya que ella no estaba completamente segura de qué discusión continuar, Claire comenzó a bajar las escaleras, golpeando sordamente con los talones la alfombra gastada. Dean se echó a andar a su lado.

—Quiero que sepas que las cosas no continuarán igual que eran con Augustus Smythe. No me voy a quedar mirando pasivamente. Voy a pasar a la acción.

—De acuerdo —cuando ella lo miró por el rabillo de un ojo, él sonrió y añadió—. Está bien.

—¿Te estás riendo de mí?

—Estaba intentando animarte.

—Oh. Bueno, todo bien, en ese caso.

Cuando desaparecieron por el hueco de la escalera, Austin se colocó la cola alrededor de las patas traseras y miró a la madre de Claire.

—Está bien tener las cosas arregladas.

Martha frunció el ceño mientras alisaba el trozo de papel de pared que Claire había levantado.

—Resulta difícil creer que esto haya estado aquí durante tantos años sin que nadie fuera consciente de ello.

—Fue una sorpresa —admitió el gato—. No puedes culpar a Claire por pretender finiquitarlo y largarse.

—Quedarse requiere mucho de ella.

—No tal y como lo ve ella. Piensa que es como si le hubiesen extirpado las garras.

—Eso sólo es porque estaba deseando hacer cosas, y no simplemente quedarse esperando a que el infierno se haga pedazos.

—Oh, eso es muy inteligente —resopló Austin mientras se estiraba y se ponía en pie—. Venga, por si acaso el mundo está a punto de acabarse, dame de comer.

—El señor Smythe tenía suficientes provisiones como para que le durasen hasta congelarse —explicó Dean mientras colocaba los platos de la cena sobre la mesa.

—Es muy reconfortante, o lo sería si tuviese la más mínima idea de a qué te refieres.

—Me refiero a que tenía suficiente comida como para que le durase todo el invierno.

—¿Entonces por qué no lo has dicho así? —Claire apartó el pollo y probó con indecisión un tenedor cargado del relleno de arroz salvaje. Le aumentaron los ojos de tamaño mientras masticaba—. Esto está bueno.

—Intenta no sonar sorprendida, cariño, resulta maleducado —la madre agitó un tenedor cargado en dirección a Dean—. Cocinas, limpias y eres guapísimo, ¿no tienes novia?

—Mamá.

—No pasa nada —su padre tenía seis hermanas mayores y tras veinte años de comidas familiares con sus tías, Dean prácticamente esperaba de cualquier mujer que pasase de los cuarenta, tanto la pregunta como los comentarios. No querían decir nada con ello, así que ya no le hacían sentirse incómodo.

—No, señora, ahora mismo no tengo —dijo mientras se colocaba en su silla.

—¿Eres gay?

—¡Mamá!

—Es una investigación perfectamente válida, Claire.

—¿No crees que es un poco personal? Y además no es asunto tuyo.

—Lo será si te vas a quedar aquí durante un tiempo. Podría presentárselo a tu tío.

—No es gay.

—Lo más probable es que lo sea.

—¡No hablaba del tío Stan! Hablaba de Dean.

—¿Y cómo es que estás tan segura de que no lo es?

—¡Soy Guardiana!

Con las orejas coloradas, Dean se quedó con la mirada fija en el brécol. Aquella no era una pregunta que esperase, al menos no procedente de la madre de Claire, a pesar de que el tío Stan suponía un buen cambio con respecto a ser emparejado con la hija más joven de mi mejor amiga Margaret, Denise.

—Ejem, discúlpeme, pero me preguntaba quién es la Historiadora.

—Cielos, pensaba que ya habías sufrido suficiente exposición por un día.

Claire suspiró.

—Está intentando cambiar de tema, mamá, le has hecho sentirse incómodo —ignoró las negaciones indignadas de su madre—. La Historiadora es una mujer…

—No estamos seguras de eso, Claire —la interrumpió Martha—. Tú puedes verla como mujer, pero eso no quiere decir que todo el mundo la vea igual.

—¿Se lo quieres contar tú?

—No hace falta, tú estás haciéndolo muy bien.

—La Historiadora —repitió Claire con los dientes apretados—, que yo veo como mujer, conserva las historias de todos los Guardianes.

—¿Es Guardiana? —preguntó Dean inclinándose para recoger la servilleta y deslizando un trocito de pollo bajo la mesa para el gato.

—No lo sabemos.

—Entonces, ¿qué es?

—No lo sabemos.

—De acuerdo. ¿Dónde está?

—Tampoco lo sabemos, no lo sabemos seguro en ningún momento concreto. La Historiadora odia que la molesten. Dice que no puede terminar de recopilar el pasado si el presente la interrumpe, así que para proteger su privacidad da muchas vueltas por ahí.

—¿Y entonces cómo se la encuentra?

—Hay que ir buscando.

Dean hizo una pausa mientras se preguntaba si estaría preparado para la siguiente respuesta. Oh, bien, el barco ya ha pasado el rompeolas, debería lanzar la caña.

—¿Por dónde?

—Normalmente se instala a la izquierda de la realidad.

—¿Qué?

—Si la realidad existe, es de lógica que debe haber algo a cada lado de ella. —Claire dio un golpecito con el tenedor sobre la mesa a ambos lados de su plato, como si con aquello quedase todo explicado.

Él comió un poco de pollo para retrasar lo inevitable.

—Vale, ¿y por qué a la izquierda de la realidad?

—Porque el Boticario utiliza el espacio que queda a la derecha.

—¿Dean? ¿Podría hablar un momento contigo?

—Claro, señora Hansen.

—Martha —le cogió el paño de las manos—. Venga, déjame que te ayude.

La miró mientras secaba un plato, decidió que su nivel era lo bastante elevado y volvió a sumergir las manos en el agua jabonosa.

—¿Dónde está Claire?

—Mirando las noticias. Me preguntaba si ella te habría explicado nuestra situación familiar.

—¿Que tanto usted como el señor Hansen son Primos?

—Correcto. Que dos Primos sean pareja es una situación muy poco común, y por eso nuestras dos hijas son Guardianas. Normalmente los Guardianes se vuelven conscientes de su situación hacia la pubertad… ¿te estás poniendo rojo?

—No, señora.

—Será la luz —sacó un paño seco del cajón—. A causa de su doble linaje, mis hijas no sólo sabían que lo eran desde el principio, sino que tienen un poder fuera de lo común. A pesar de que están más socializadas que la mayoría de los Guardianes (mi marido y yo hemos intentado criarlas de la manera más normal posible), a lo largo de la mayor parte de su vida se les ha dicho que los grandes poderes conllevan grandes responsabilidades. Un estereotipo, pero es cierto, me temo. Claire está deseando dar la vida por esa responsabilidad pero, igual que todos los Guardianes, eso ha hecho que se vuelva un poco más que arrogante.

Dean volvió a dejar con cuidado el plato que estaba lavando dentro del agua y se dio la vuelta lentamente.

—¿Qué quiere decir con dar su vida?

—El Mal no toma prisioneros. —Martha meneó la cabeza mientras secaba una cuchara que ya llevaba un rato seca—. Suena a frase de galletita de la fortuna, ¿verdad?

Dean le quitó la cuchara de las manos, miró a los ojos a la mujer mayor y dijo suavemente:

—Señora Hansen, ¿por qué estamos teniendo esta conversación?

—Porque todo el poder corrompe y el potencial del poder absoluto tiene el potencial de corromper absolutamente. Este lugar ya ha corrompido a una Guardiana y hecho que un Primo se vuelva, en el mejor de los casos, un amargado y, en el peor, mezquino. No quiero que eso le ocurra a mi hija. Va a necesitar tu ayuda —cuando él abrió la boca, ella levantó una mano—. Me doy cuenta de que tu inclinación natural es asegurarme inmediatamente que harás todo lo que puedas, pero quiero que te tomes un momento para reflexionar. Sus habilidades tienden a quitarle importancia a las relaciones interpersonales; a veces puede llegar a ser redomadamente autocrática.

Dejó caer la cuchara en el cajón.

—¿Qué ocurrirá cuando encuentre a la Historiadora?

—No lo sé.

—Ella cree que es demasiado poderosa como para estar aquí sólo para monitorizar, ¿verdad?

—Sí.

Dean miró para la luz iridiscente que bailaba entre las burbujas de jabón en el fregadero.

—Le diré, señora Hansen…

—Martha.

—… no conozco a Claire y la verdad es que no entiendo qué es lo que está pasando, pero si usted dice que ella me necesitará, bien, nunca le he dado la espalda a nadie que me haya necesitado y no voy a comenzar a hacerlo ahora.

Largos años de práctica evitaron que sonriese ante la confianza de los jóvenes. A los veinticinco aquel discurso hubiera sonado pomposo. A los veinte, sonaba sincero.

—No te lo pondrá fácil.

—¿Ha pasado algún invierno en la Cala de los Portugueses, señora Hansen?

—Martha. Y no, no lo he hecho.

—Si uno puede hacer eso, puede hacer cualquier cosa. No se preocupe, la ayudaré a que las cosas funcionen e intentaré no dejar que me presione por ser lo que es.

—Gracias.

—A todo el mundo le gusta que le necesiten.

Lo estudió pensativamente durante un momento, y después dijo:

—Estás llevando todo esto muy bien, ¿sabes? La mayoría de la gente no sería capaz de lidiar con el hecho de que se haya girado toda su visión del mundo.

—Pero no era toda mi visión del mundo, ¿verdad? —volvió a introducir las manos en el agua jabonosa—. El sol todavía sale por el este y se pone por el oeste, la lluvia cae hacia abajo, la hierba crece hacia arriba y la cerveza americana todavía sabe como el agua de lavar las barricas. No ha cambiado nada, simplemente hay más cosas a mi alrededor de las que sabía hace dos días —hizo un gesto con la cabeza en dirección a la cubertería que estaba en la bandeja levantando las cejas con aire preocupado—. Si puede, acabe con eso antes de que el agua se seque y queden puntitos…

Continuaron trabajando durante un rato, en el cual sólo se escuchó el sonido del estropajo metálico contra el fondo de la sartén de freír.

—¿Señora Hansen?

—Martha.

—¿Y usted qué hace?

—El padre de Claire y yo vigilamos a la gente que vive en la zona en la que la barrera entre este mundo y el mal es más o menos porosa.

—Pero yo creía que los Primos no podían utilizar la pistola de silicona.

Martha dejó de secar una de las ollas y se quedó mirando para él.

—¿El qué?

—El equivalente mágico a una pistola de silicona que sella los agujeros en la estructura del universo. —Dean le repitió todo lo que recordaba de la explicación de Claire.

Cuando acabó, la madre de Claire meneó la cabeza.

—Me temo que es más complicado que eso —después frunció el ceño mientras pensaba sobre ello—. De acuerdo, quizá no lo sea, pero seguro que es mucho menos racional. No estamos tratando con un enemigo pasivo sino con una inteligencia malévola.

—¿Y Claire sabe eso?

—Por supuesto que lo sabe, es Guardiana. Pero es lo suficientemente joven (a pesar de tú puedas considerar que no lo es tanto) —añadió ante su expresión perpleja— como para creer que la energía no es el problema, sino lo que la gente hace con ella. Aunque esto pueda ser cierto en la inmensa mayoría de los casos, también hay energía con la que simplemente no puedes hacer ningún bien, sin importar cuáles sean tus intenciones.

—El mal hecho en nombre de Dios no es obra de Dios. El bien hecho en nombre del diablo no es obra del diablo —colocó la última olla en el escurridor—. Es lo que solía decir mi abuelo antes de darme un tirón de orejas.

—Tu abuelo era muy sabio.

—A veces —concedió Dean sonriendo.

Sin haberse dado cuenta realmente de cómo había ocurrido, Martha se encontró devolviéndole la sonrisa.

—Y para acabar de responder a tu pregunta, el lugar que monitorizamos es demasiado poroso para que lo sellemos. Compáralo con el tejido de camiseta en un lugar en el que debería haber una lona plastificada. Así que siempre hay que estar secándolo. Yo hago el trabajo de campo, y mi marido enseña inglés en un instituto.

—Dar clases en un instituto no suena muy… —hizo una pausa mientras buscaba la palabra adecuada.

—¿Metafísico? —Martha resopló, y sonó como su hija y el gato al mismo tiempo—. ¿Será posible que ya hayas olvidado lo que es ser adolescente?

—¿Estarás bien?

—Estaré perfectamente, mamá. —Claire se acercó y colocó el cuello de la gabardina de su madre mientras los primeros rayos de sol de la mañana luchaban una batalla perdida contra un viento que soplaba procedente del lago Ontario—. Y no te preocupes. Controlaré la situación mientras reúno la información que necesito para cerrarlo.

—Nunca me preocuparía por si no cumplieses con tus responsabilidades, Claire, pero se necesitaron dos Guardianes para crear el bucle. ¿Qué pasará si necesita dos Guardianes para cerrarse?

—Entonces me quedaré monitorizando hasta que aparezca el otro Guardián. Este no será mi lugar de descanso final.

Ya que incluso los Guardianes necesitan ser reconfortados por la esperanza, Martha cambió de tema.

—Pórtate bien con Dean. Es exactamente lo que parece, y eso es una cosa extraña en este mundo.

—No te preocupes por Dean. Austin está de su parte.

—Austin está de parte de un inteligente interés propio —un par de líneas verticales aparecieron sobre el puente de la nariz de Martha—. Creo que te las arreglarías mejor con Dean si le tratases como a un Primo.

—¿Un Primo? —se quedó mirando para su madre, atónita—. Es buen chaval, mamá, pero…

—No es un chaval.

—Bueno, técnicamente no lo es y está claro que tampoco físicamente, pero tendrás que admitir que es odiosamente joven.

—¿Y cuántos años tenías tú cuando sellaste tu primer lugar?

—Eso no tiene nada que ver. No pertenece al linaje.

—No, no pertenece al linaje, pero está considerablemente anclado en el aquí y ahora, y será tu principal apoyo. Cuantas menos cosas le ocultes, más te podrá ayudar.

—Madre, soy Guardiana. No necesito la ayuda de un testigo. De acuerdo —continuó antes de que su madre pudiese hablar—. Necesito que me ayude para dirigir la pensión, pero no para el resto.

—Simplemente trata de ser agradable con él, es lo único que te pido —tomó las manos de Claire entre las suyas—. Si tienes que comprobar los puntos de contacto del bucle, ten mucho, mucho cuidado. No quieres despertarla, y no quieres creerte nada de lo que ellos te digan. No pierdas la línea temporal mientras buscas a la Historiadora, ya sabes lo que ocurre si vuelves antes de haberte marchado. Intenta y haz que Austin no se salga de su dieta, y tú deberías comer más, estás demasiado delgada.

Claire abrió la boca para discutir pero en vez de hacerlo dijo:

—Aquí está tu coche —mientras un abollado taxi se detenía delante de la pensión y hacía sonar el claxon.

—Si me necesitas, llámame —frunció el ceño mientras el taxista continuaba tocando el claxon, con un ritmo irregular que resonaba por todo el vecindario—. ¿Lo harás, Claire?

El eco devolvió un último y débil sonido de claxon, y luego se quedó en silencio.

—Gracias. Piénsalo, incluso aunque no me necesites, llama. Seguramente tu padre se preocupará por ti al encontrarte tan cerca del agujero que hay en la sala de la caldera.

—No hace falta hablarle del infierno, mamá.

—Da clases en el sistema educativo público, Claire. Sabe lo que es el infierno.

De pie ante el portal abierto, Claire dejó de hacer que sonase el claxon mientras el taxi se alejaba. A través de la amplia ventana trasera del vehículo podía ver a su madre dando enérgicas instrucciones. Si el conductor se pensaba que conocía el mejor camino para llegar a la estación de tren, estaba a punto de descubrir que estaba equivocado.

En el último momento, Martha se giró y la saludó con la mano. Claire le devolvió el saludo.

—Bueno, parece que soy la propietaria de un hotel —una distracción, algo que le hiciese mantener la mente alejada de la sala de la caldera—. Quién sabe —dijo con más resignación que entusiasmo—. Quizá sea divertido.

Mientras elevaba su temperatura corporal lo suficiente como para combatir el fresco, se inclinó para echarle un vistazo al cartel. Para su sorpresa, su primera impresión había sido acertada. El cartel realmente decía «ensión Campos Elíseos», la «P» había desaparecido.

—Dean tendrá que volver a pintar esto —frunció el ceño—. Me pregunto cuánto le pago.

Un ligero gruñido distrajo su atención del edificio e hizo que se dirigiese al otro lado del caminito de entrada. De pie en el porche había una mujer mayor de sonrosadas mejillas, con el cabello de color rojo brillante, un traje pantalón de poliéster de color verde pálido y un collar de perlas de imitación, que la saludaba con una mano muy entusiasta. En el porche también estaba el doberman más negro y más grande que Claire había visto en su vida.

—¡Hola querida! —canturreó la mujer al ver que había atraído la atención de Claire—. Soy la señora Abrams (con una «be» y una «ese» al final), ¿y tú quién eres?

—Soy Claire Hansen, la nueva dueña de la pens…

—¿La nueva dueña? No querida, eso no puede ser —su sonrisa era el equivalente a una cariñosa palmadita en la cabeza—. Eres demasiado joven.

—¿Discúlpeme? —el tono hubiera podido detener a un político pidiendo votos y en buena racha. No tuvo ningún efecto sobre la señora Abrams.

—He dicho que eres demasiado joven para ser la dueña, querida. ¿Dónde está Augustus Smythe? —se inclinó hacia adelante para echar un vistazo alrededor, como si sospechase que él estaba escondiéndose de su vista. El doberman imitó el movimiento, retorciéndose como si estuviera ansioso por ir a comprobarlo personalmente.

Claire luchó contra una necesidad instintiva de dar marcha atrás y cederle terreno.

—El paradero del señor Smythe no es de su incumb…

—¿Que no es de mi incumbencia? —un rápido movimiento de la mano y una amplia sonrisa se ocuparon de aquella posibilidad—. Por supuesto que es de mi incumbencia, tontita: vivo en la casa de al lado. Me está evitando, ¿verdad?

—No, se ha marchado, pero…

—¿Marchado? ¿Marchado a dónde, querida?

—No lo sé —al ver que la expresión de la señora Abrams indicaba una profunda desconfianza, Claire se encontró añadiendo—. De verdad, no lo sé.

—Bien —aquella única palabra expresaba la satisfacción no dicha de años de desconfianza finalmente justificados—. Se lo han llevado, ¿verdad? ¿O se escapó antes de que llegasen? A decir verdad, no puedo decir que me sorprenda —acarició una de las orejas del perro. Este se retorció más—. Nunca, nunca, me escucharás decir nada malo de nadie. Vive y deja vivir, es mi lema, soy una persona muy activa en las auxiliares femeninas de la iglesia, sabes, no podrían arreglárselas sin mí. Pero Augustus Smythe era un desagradable hombrecito que detestaba de una forma que no era natural a mi pobre Baby.

El gruñido de Baby se hizo más profundo mientras enseñaba más dientes de los que debería ser posible que cupiesen en una cabeza tan estrecha.

—¿Te creerías que fue capaz de acusar a mi Baby de hacer sus cositas en su camino de entrada? —su voz bajó a un tono delicado—. Como si él no tuviera su propio lavabo en su jardincito. No te habrá repetido esas acusaciones viles y completamente infundadas, ¿verdad, querida?

Claire necesitó un momento para distinguir de quién estaba hablando.

—Él mencionó…

—Y tú no le creíste, ¿verdad, querida? Temo decirte que te ha dicho un montón de, bueno, mentiras. No tiene sentido suavizarlo cubriéndolo de azúcar. No sé qué más te habrá dicho, Caroline…

Claire abrió la boca para protestar diciendo que su nombre no era Caroline, pero no consiguió irrumpir en el flujo de acusaciones.

—… pero no deberías creerte nada —una mano regordeta apretó un pecho de señora de cierta edad cubierto de poliéster—. Pero yo, yo soy como muchas personas de este barrio, me meto en mis asuntos, pero Augustus Smythe… —bajó la voz a un tono conspirativo que Claire tuvo que hacer un esfuerzo para escucharla—. No sólo mentía, sino que también tenía secretos. No me sorprendería si me enterase de que tenía costumbres contra natura.

Y tampoco Claire, pero comenzaba a sentirse más comprensiva. Con razón se retorcía así Baby.

—Me gustaría quedarme y hablar un rato más, querida, pero es la hora de la vitamina de Baby. Ya no es un cachorrito, ¿verdad, carmín? Es bastante más viejo de lo que parece, ¿sabes?

—¿Cuántos años tiene, señora Abrams?

—Para ser sincera, Christina, y te aseguro que yo siempre soy muy sincera, no lo sé. Este pequeño azucarillo apareció en mi puerta un día. Sabía que le dejaría entrar, sabes, los perros siempre lo saben. Y hemos estado juntos desde entonces. Mami no podría arreglárselas sin su Baby. ¡Y ahora, adiosito! —tiró del perro para que se diese la vuelta y, con un alegre saludo con la mano y un ladrido que prometía posteriores enfrentamientos, los dos desaparecieron dentro de la casa.

Claire se colocó al límite del caminito de entrada y echó un vistazo a la parte trasera de la propiedad. Demasiado lejos como para identificarlo correctamente había un gran montoncito marrón que había sido hermosamente depositado en el centro del sendero.

—Acusaciones infundadas —murmuró Claire mientras subía cuidadosamente las escaleras y volvía a entrar en la casa.

Austin bostezó, estirado bajo un rayo de sol que caía sobre el mostrador.

—¿Dónde has estado?

—Fuera, conociendo a la vecina insoportable de rigor. ¿Cómo puedes saber si una mierda de perro ha salido de un doberman?

El gato pareció asqueado.

—¿Cómo lo sé? No lo sé.

—De acuerdo, ¿cómo lo sabrías?

—Buscando a ver si hay dedos dentro. ¿Por qué estamos hablando de esto?

—Estoy comenzando a pensar que el infierno no era la única cosa de la que Smythe quería alejarse.

—Entonces, ¿has decidido alojarte en la residencia oficial? —preguntó Dean mientras Claire bajaba las escaleras con sus pertenencias. Mientras guardaba el martillo en el lazo de su delantal de carpintero, se bajó de la escalera plegable y le tendió las manos—. ¿Puedo ayudar en algo?

—Sí —el orgullo no sólo se abandonaba ante una caída, también ante dejar caer todo lo que una poseía. Le lanzó la maleta, se agarró la mochila mientras se le deslizaba por el brazo y a duras penas consiguió continuar sosteniendo la brazada de ropa que no se había molestado en volver a meter en la maleta—. ¿Qué estabas haciendo?

—Pegando este trocito de masilla sobre la puerta. Se había ablandado un poco por culpa de una cañería —añadió al ver que bajaba las cejas.

—Ya veo —mirando la reparación, Claire se preguntó, ya que él era su empleado, qué debía hacer. Su madre quería que fuese agradable con él…—. Buen trabajo. Los bordes han quedado muy uniformes.

—Gracias —sonrió mientras levantaba la parte del mostrador que se elevaba y esperaba a que pasase ella.

Claire no creyó que estuviese siendo sarcástico. Se paró ante la mesa y se quitó la mochila para dejarla en el centro del antiguo escritorio.

—Ya que esta parece ser la única mesa disponible, supongo que dejaré mi ordenador aquí. Puedo utilizarlo para los asuntos del hotel.

—¿Un portátil? —preguntó Dean mientras estudiaba con curiosidad las dimensiones del paquete.

—No —una vez todo lo demás fue depositado en el salón, volvió a la mesa. Abrió la mochila y sacó una pantalla de catorce pulgadas, una CPU vertical con dos discos duros y CD-Rom y un par de altavoces.

—Tendrán que gustarte los clásicos —rio Austin por lo bajo mientras miraba cómo se le descolgaba la mandíbula a Dean—. Ahora sacará el perchero y el ficus.

—¿Un perchero y un ficus? —repitió Dean.

—Ignóralo —le indicó Claire, mientras desenredaba los cables—. Difícilmente podría colocar un ficus aquí, con todos estos aparatos electrónicos.

Dean se quitó las gafas, las limpió con el dobladillo de la camiseta y se las volvió a colocar justo en el momento en el que Claire sacaba una impresora láser.

—Esto es increíble. Absolutamente increíble.

Ella se encogió de hombros, revolviendo entre las cosas en busca del supresor de sobrevoltaje.

—La verdad es que no, sólo imprime en blanco y negro.

—¿Jefa?

Con los ojos ligeramente entornados ante el reflejo de la pantalla, Claire se inclinó hacia la izquierda y echó un vistazo al recibidor. A pesar de que todas las luces que había estaban encendidas, la pantalla del ordenador era la fuente de iluminación más brillante en toda la entrada.

—¿Qué ocurre, Dean?

—Estaba pensando que ya voy a bajar, y me preguntaba si habría algo que pudiera hacer por ti antes de marcharme.

—Nada, gracias. Estoy bien.

—A mí podrías traerme unas costillas de cordero, pero ya sabemos quién se opondrá a eso —murmuró Austin sin tan siquiera levantar la cabeza del mostrador.

Al ver que Dean no daba ninguna señal de dirigirse a ningún lado, Claire suspiró y guardó el archivo.

—¿Hay algo más?

Con los dedos hundidos hasta el segundo nudillo en los bolsillos delanteros de los vaqueros, se encogió de hombros con un gesto más esperanzado que desdeñoso.

—Simplemente me preguntaba qué estarías haciendo.

—Estoy tratando este lugar como cualquier otro al que me hayan llamado para sellarlo —no iba a rendirse a dejar su vida en un hotelucho de mala muerte, ni soñarlo, ni de broma.

—Estoy escribiendo todo lo que sé, y dando prioridades a todas las cosas que tengo que hacer.

Con la cabeza inclinada hacia un lado con aire especulativo, Dean sonrió.

—Nunca hubiera pensado que te fuese lo de «hacer listas».

—¿Eh? —levantó ambas cejas—. ¿Y qué era lo que pensabas que me iba?

—Eh, bueno, más bien lo de «tírate de cabeza y ponte a ello».

O bien no había escuchado su tono, o lo había ignorado. Claire volvió a mirar su expresión abierta, cándida, de mandíbula cuadrada y ojos brillantes. O no lo había entendido.

—Bueno, pues estás equivocado.

La sonrisa se difuminó, dejó caer ligeramente los hombros y la cabeza: nada declarado, nada diseñado para infligir culpabilidad, simplemente una honesta contrariedad. Ella se sintió como una verdadera puta, al haber tenido una reacción completamente desproporcionada ante la situación.

—¿Pero cómo ibas a saber que no era así? —era imposible no intentar enmendar las cosas—. Aún así, tengo algo para que hagas mañana por la noche.

—Claro —elevó la cabeza, rompiendo así el ligero encorvamiento—. ¿El qué?

—Hay que volver a pintar la P en el cartel de fuera.

—No pasa nada —con la sonrisa iluminada de nuevo, bajó la vista hacia el reloj—. Entonces será mejor que me vaya yendo, casi es la hora del partido en la TSN.

—Si tuviera cola estaría moviéndola —observó Austin fríamente mientras se escuchaba cómo las botas de trabajo de Dean descendían por las escaleras del sótano—. Creo que le gustas.

Claire se dio cuenta de que estaba escribiendo al ritmo de sus tacones sobre la madera y se obligó a parar.

—Soy su nueva jefa. Simplemente quiere darme buena impresión.

—¿Y lo ha conseguido?

—¿Cómo puedes hacer una pregunta tan inocente en forma de indirecta?

El gato pareció interesado.

—No lo sé. ¿Cómo?

El cuarto estaba completamente a oscuras. El aire olía ligeramente a humo de puro estancado. El silencio era tan total que los ruidos que emitía su propio cuerpo eran demasiado elevados para dejarla dormir. El gato había ocupado la mayor parte del espacio en la cama.

A aquello por lo menos ya estaba acostumbrada. En cuanto al resto, decidió que haría algo al respecto. Se deslizó al exterior desde debajo de las mantas y palpó el camino por la ventana y la pared que daba al exterior.

Ahí fuera no hay nada más que el caminito de entrada. No te hará daño abrir un poco la cortina y dejar que entre un poco de aire.

No fue tan fácil. Después de haber obligado a abrirse a una pesada cortina de brocado que no quería ser abierta y habérselas visto con la pintura que sellaba el marco, Claire consiguió levantar la ventana más o menos un centímetro. Respirando pesadamente, se arrodilló en el suelo y se llenó los pulmones de una preciada bocanada de aire fresco. Mientras los ojos se le acostumbraban a la oscuridad, distinguió una ventana al otro lado del caminito de entrada, una silueta con las orejas en punta y, a su lado, un par de binoculares que descansaban sobre su lado más largo.

No había duda de porqué Augustus Smythe mantenía las cortinas echadas con tanta insistencia.

Un golpe detrás de ella la hizo abrazarse al peso peludo que había saltado primero a su regazo y luego al alféizar de la ventana.

—¿Puedo tener un poquito de luz aquí? —murmuró Austin.

—¿Para qué? —le preguntó Claire mientras echaba un vistazo detrás de él—. Ves perfectamente sin ella.

—Yo sí —le dio la razón plácidamente el gato—. Pero él no.

Al otro lado del caminito, las orejas puntiagudas se levantaron y Baby se arrojó hacia la ventana.

Claire bajó la luz, pero el daño ya estaba hecho. Baby continuó ladrando histérico. Agarró al gato y dejó caer las cortinas hasta que se cerraron mientras se acercaba una lámpara y una visión terrorífica con rulos de plástico rosa cogía los binoculares.

Austin se retorció para salir de entre sus brazos y volvió a saltar sobre la cama.

—Creo que me va a gustar vivir aquí.

—¿PODEMOS UTILIZAR AL GATO?

—NO SEAS RIDÍCULO.