TRECE
Por primera vez en varias semanas, mientras las tuberías resonaban dando a conocer la noticia de que Claire estaba en la ducha, Dean no se encontraba perdido en ensoñaciones de agua y jabón. Arrodillado al lado de la cama, sacó su viejo petate de hockey, el único equipaje que se había traído consigo de casa. Era bastante obvio que Claire pensaba que podían continuar viviendo como si él nunca hubiera deseado matar al novio de Faith Dunlop por el único crimen de ser un imbécil. Quizá ella pudiese hacerlo, pero aquel tipo de cosas cambiaban a un tío.
Cambiaban la forma en la que se veía a sí mismo.
Quizá hubiera llegado el momento de marcharse.
—Veo que la camioneta de Dean no está.
Claire recogió los platos de su desayuno, se quedó mirándolos durante un instante y después los llevó al fregadero.
—Se ha marchado hace unos diez minutos.
Austin se sentó al lado de su plato vacío y se enrolló la cola alrededor de las patas delanteras.
—Se ha marchado sin darle de comer al gato.
—Qué vida tan dura la tuya —cogió una lata y un cuchillo y se quedó congelada, con la mirada fija en el aparcamiento vacío.
Un momento después, Austin suspiró.
—¡Déjalo ya! Ha ido a la compra, igual que cada sábado por la mañana.
—Ya lo sé —sintió cómo se le ponía la carne de gallina bajo la blusa y el jersey—. Simplemente es que tengo esta terrible sensación de tener una premonición.
—Lo cual no es nada en comparación con lo que sentirás si no le das de comer al gato.
—¿Tú no lo sientes? —preguntó ella mientras le dejaba la comida sobre el plato—. Cuando pienso en Dean, tengo la sensación de que la situación con él está como al borde de un precipicio.
—Una solución sencilla, cherie: no pienses en Dean.
Estirándose, Claire inspiró profundamente. No esperaba aquello, no después de cómo había conseguido que Jacques desapareciese el día anterior.
Cuando se dio la vuelta, el fantasma estaba sentado con las piernas cruzadas sobre la mesa del comedor, una posición que le gustaba por lo mucho que molestaba a Dean. Le sonrió.
—¿Por qué tienes esa cara larga, cherie? Hace sol, Dean se ha ido y yo estoy aquí para hacerte compañía.
Claire buscó sin éxito en su rostro alguna señal persistente de haber sido herido y traicionado.
—Ah —la sonrisa creció—. No puedes ver lo suficiente de mí.
—Ayer…
—Estoy muerto desde 1922 —le recordó, encogiéndose de hombros con naturalidad—. No puedo llevar conmigo todos mis ayeres. Aunque —guiñó un ojo— hay algunos que recuerdo muy bien y siento ansias de repetir.
—Ahora no…
—Oui, ahora no, aquí no. Aunque —miró a su alrededor y sonrió ampliamente— tú y yo sobre esta mesa, le daríamos algo que ver a la vieja, ¿verdad?
—No.
—Ay, gatita asustada —le lanzó un beso por el aire y se desmaterializó.
—A algunos de los nuestros —murmuró Austin mientras saltaba sobre una silla y después sobre la barra— no les gusta que la palabra gato se utilice de manera peyorativa. Si has dejado la televisión en la PBS, volverá ahora mismo.
—Seguramente esté todavía en la TSN. No lo he mirado.
El gato frotó la cabeza contra su codo.
—¿Estás bien?
—No lo sé. Nada ha cambiado con Jacques, y todo parece haber cambiado con Dean. No puedo explicármelo.
—Es sencillo. Jacques está muerto, no puede cambiar. Dean está vivo, puede cambiar. Y en lo que a mí respecta, soy un gato. No necesito cambiar.
Estiró la mano y lo rascó suavemente entre las orejas.
—¿Y yo?
—Tú tienes que mover los dedos un poco a la izquierda. Más. Ahhhh. Ahí está.
Una hora más tarde, precariamente subida en lo alto de una escalera de mano, con los ojos entornados, casi cerrados, contra el débil sol de noviembre, Claire arrancaba la cinta de pintor de las ventanas. Tal y como esperaba, no se había producido ningún cambio en los escudos que rodeaban a la Tía Sara y al infierno. Ya lo había escrito todo en el diario del lugar y ahora le quedaba todo el día por llenar. Jacques estaba viendo la televisión. Dean todavía estaba fuera y la cinta de pintor, si no se despegaba pronto, se quedaría ahí hasta que el infierno se congelase.
ESTÁ PENSANDO EN NOSOTROS.
¿Y QUÉ? SIGUE TRABAJANDO.
NUNCA LA DESPERTAREMOS UTILIZANDO LAS FILTRACIONES. El resto del infierno sonaba malhumorado.
NO NECESITO DESPERTARLA. SIMPLEMENTE NECESITO DESEQUILIBRAR EL EQUILIBRIO DE PODER. ELLA HARÁ EL RESTO.
¿QUIÉN?
ELLA.
¿ELLA?
¡NO! ¡ELLA, IDIOTA!
Mientras arrancaba trocitos de cinta del extremo de la espátula, Claire apenas pudo distinguir las inconfundibles siluetas de la señora Abrams y Baby entrando por el caminito. Baby parecía estar oliendo el cemento fresco que rodeaba la base de las rejas.
—Supongo que no querrás perseguir a ese perro hasta que salga de nuestra propiedad, ¿no?
—Supones bien —estirado en una parcelita de luz del sol, Austin ni siquiera se molestó en abrir los ojos—. Pero me lo apuntaré para hacerle una visita más tarde.
—No veo qué tiene de divertido molestar a un perro así de neurótico.
—Tampoco ves qué tiene de divertido arañar muebles. No te preocupes.
Cuando la cabeza de Baby se levantó de repente, con las orejas aplastadas contra el cráneo, Claire se inclinó hacia adelante para ver qué era lo que había llamado su atención. El peatón que se acercaba parecía no tener ni idea del peligro.
—Oh, no —a pesar de que la luz eliminaba los detalles, conocía aquella forma. Conocía la manera en la que se movía. La miró mientras le hacía unos mimos al gran perro que, tras unos momentos de evidente confusión, acabó moviendo el muñón de su cola.
Bajó de la escalera y, tras decidir pesarosa que sería más seguro no tener la espátula en la mano, Claire se acercó a la puerta y la abrió.
La señora Abrams se giró cuando salió a la entrada.
—¡Yuju! ¡Courtney! ¡Mira quién está aquí! Es tu hermana, Diana. Ha venido de visita, ¿no es hermoso?
—Bárbaro.
Diana levantó la vista de las carantoñas que susurraba bajo las puntas de las orejas de Baby.
—¿No es el perrito más dulce que hayas visto nunca?
—Oh, sí, es un pastelito de crema.
Tras darle una última palmadita al doberman y decirle a la señora Abrams que esperaba volver a verla, Diana recogió su mochila, subió los escalones de la entrada corriendo y se detuvo para examinar detenidamente a Claire.
—Deberías dejarte crecer el pelo, no puedo creerme que lleves rímel dentro de casa, ¿y no te había dicho que el esmalte de uñas era malo para el medio ambiente?
Claire dio un paso atrás y le hizo un gesto a su hermana para que entrase.
—No quiero. No me importa. ¿Y de qué estás hablando?
—El disolvente del esmalte es así como muy tóxico —se giró en el umbral para decirles adiós con la mano a la señora Abrams y a Baby, después entró de un salto—. Buena pintura. Verde bosque. Muy de moda. Hola, Austin.
Este levantó la cabeza, suspiró profundamente y la volvió a dejar caer sobre el mostrador.
—Ahora dispárame.
¡OTRA GUARDIANA!
ES UNA NIÑA. MANTENTE CONCENTRADO EN TU TRABAJO.
¡PERO YA HAY DOS!
Y ESTAMOS MUY CERCA DE CONSEGUIR UNA CANTIDAD INFINITA DE MI. El resto del infierno valoró las implicaciones que había en aquella amenaza, TIENES RAZÓN.
—Diana, ¿por qué has venido?
—Se me necesita.
—¿Para qué?
—Soy una Guardiana —se agachó bajo el mostrador para entrar en el despacho—. Vamos a donde se nos llama, y yo he sido llamada aquí.
—¿Aquí?
—Oh-oh. Justo aquí. ¿Todavía utilizas este viejo ordenador? Lo compraste cuándo, ¿hace dos, tres, cuatro años?
—Tres y medio, y no lo toques.
—Tía, no te lo voy a romper —dio unos ligeros golpecitos en la pantalla—. Ups —ante el gruñido que emitió Claire por lo bajo, sonrió—. Estaba de broma. Ni siquiera está encendido.
—Diana.
—¿Qué?
Claire inspiró profundamente e intentó recordar en qué punto la conversación se había desviado de los temas importantes.
—¿Saben papá y mamá que estás aquí?
—No. Me escapé en mitad de la noche. —Diana puso los ojos en blanco—. Por supuesto que saben que estoy aquí. Son Primos. Yo soy Guardiana. Y, con el molesto riesgo de repetirme, he sido llamada.
—De acuerdo. Has sido llamada. ¿Y?
—Así que supongo que estoy aquí para ayudarte.
—¿Quieres ayudar? —murmuró Austin—. Quítale a un hombre de las manos.
—Venga ya. ¿No te lo dijo mamá? Soy lesbiana.
Claire suspiró.
—¿Y no lo es todo el mundo?
—Sabes, Claire… —con los brazos cruzados sobre la chaqueta negra de tela vaquera, Diana entornó los ojos—… tengo la sensación de que no estás contenta de verme.
—Sólo es que…
—… que pensar en teneros a ti y al infierno juntos en el mismo edificio es suficiente como para producirle a cualquiera que tenga sólo medio cerebro severas palpitaciones —terminó Austin.
—No pasa nada. —Diana levantó las dos manos hasta la altura de los hombros, la mochila se deslizó por sus brazos hasta quedarle colgando en la curva del codo—. Juro solemnemente mantenerme alejada de la sala de la caldera. Ahora, ¿estás contenta de verme?
El juicio de Claire le sugería enviar a Diana a casa inmediatamente, con llamada o sin llamada. No tenía ni idea de qué parte de ella continuaba repitiéndole pero si es tu hermana pequeña, como si aquello tuviese alguna importancia en absoluto. Lo que fuese que resultase ser, estaba consiguiendo dejar a un lado a su sentido común.
—De acuerdo. Estoy contenta de verte. ¿Y ahora qué?
—Ahora hazme la visita guiada.
Había un partido de fútbol en el salón, una docena de tíos vestidos de verde y blanco parecían estar corriendo en círculos alrededor de otra docena de tíos vestidos de rojo y negro. Claire ni siquiera estaba segura de que en Canadá se jugase al fútbol cuando Jacques había muerto, pero estaba lo bastante interesado en aquel partido en concreto que se había apagado hasta el punto de que sólo quedaba en el aire sobre el sofá una débil distorsión de él.
—Imbecile!
Claire medio deseaba que no estuviera allí, pero ya que estaba, y ya que no se le ocurría ninguna razón creíble para no presentarle a su hermana, lo llamó.
—¿Ves esto? ¡La pelota está justo a su lado, pero no se mueve para darla una patada!
—Darle una patada.
—Tabernac! Qui t’a dit que tu puisse jouer a baile?
Resopló.
—¿Por qué no? ¡Estos tíos están dormidos!
Tras pasar a su lado, Claire cogió el mando a distancia y silenció la televisión.
—¿Podrías enfocarte?
—¿Enfocarme? —miró a través de sí mismo—. Ah, daccord.
En el momento en el que Diana entró en la habitación sus bordes se habían reafirmado. Tenía los ojos muy abiertos y caminaba a través del sofá en dirección a ella.
—¿Otra Guardiana? Y qué joven y hermosa.
Al reconocer su reacción, Claire suspiró.
—Jacques, esta es mi hermana Diana.
—Diana, la cazadora del arco. Aunque —añadió pensativo— teniendo en cuenta cómo han caído todos los demás, sin duda ahora es gorda y vieja.
—¿De qué estás hablando?
—Es una larga historia. —Claire respondió antes de que Jacques tuviese la oportunidad de hacerlo—. Bueno, ya le has conocido. Salgamos, así podrá volver a su partido.
Jacques se quedó mirando interrogante hacia ella a través de sus pestañas.
—¿Sientes vergüenza de mí, cherie?
—No es de ti —le dijo Diana—. Es de mí.
—Voy a la cocina a por un café, niños, espero que os lo paséis bomba mientras lo averiguáis. ¡Espera un momento! —Claire agitó un dedo en dirección a su hermana—. Olvida que he dicho la palabra «bomba».
El café la ayudó. Claire se dejó caer sobre su silla normal en la mesa del comedor y dio otro largo trago. Enseñarle el hotel a Diana había resultado agotador. Cuando terminaron delante de la habitación seis por segunda vez, Claire había acusado a su hermana de nublarle la mente. Las negaciones resultantes se habían prolongado durante los tres tramos de escaleras y no habían resultado más creíbles en el recibidor de lo que lo habían sido originariamente.
Vació la taza y comenzó a preocuparse por qué estarían hablando Jacques y Diana cuando apareció la camioneta de Dean. El sentimiento de que ocurriría una fatalidad inminente volvió. Con todo el vello de su cuerpo incómodamente de punta se apuró a salir, aparentemente para ayudarle a meter la compra en casa.
Mientras se acercaba a él para coger un par de bolsas de lona, intentó sonar despreocupada cuando le preguntó si estaba bien.
—Claro.
Sonaba como si estuviese bien, quizá deprimido, pero no condenado. Buscó restos de oscuros poderes sobrenaturales y sólo encontró que los guisantes congelados estaban de oferta por un dólar con treinta y nueve.
—¿No ha pasado nada en el supermercado?
—No.
—¿No has tenido problemas con la camioneta?
—No. —Dean la ayudó a abrir la puerta trasera y se quedó de pie a su lado para que Claire pudiese entrar primera en la casa—. ¿Qué pasa?
—No lo sé.
—Vale, ahora entiendo por qué no confías en mí.
Con los dientes apretados, Claire dejó las bolsas y se volvió para mirarle.
—No, de verdad que no lo sé.
—¿Ella no sabe por qué estoy aquí? ¿O no sabe cuándo me iré? ¿Cuál de las dos cosas?
Claire abrió los agujeros de la nariz. Intentaba decirle a Dean lo de su premonición, pero no delante de su hermana. Diana en la misma habitación que una fatalidad inminente era algo que prácticamente garantizaba el Armagedón.
—Se marchará el domingo por la noche porque tiene colegio el lunes por la mañana, y ya ha faltado mucho este año. Dean, esta es mi hermana Diana.
—Hola —ella agitó una mano en un saludo exagerado.
Era la primera vez que Dean se sentía con ganas de sonreír en toda la mañana. A pesar de que las hermanas se parecían superficialmente —cabello y ojos oscuros, bajitas y delgadas— la energía burbujeaba y estallaba alrededor de Diana como si la hubieran carbonatado.
—Hola.
—¿Así que eres de Terranova?
—Correcto —mientras cogía una bolsa con los productos, comenzó a apartar cosas.
—Nunca he estado allí.
—Te habrías dado cuenta —añadió Claire mientras le pasaba un paquete de fiambre.
—Entonces. —Diana cogió una barra de pan y la examinó detenidamente—. ¿Siempre has querido trabajar en un hotel?
—No. Simplemente necesitaba trabajo.
—Me han dicho que Augustus Smythe era un auténtico tirano.
—No era tan malo.
—¿Peor que Claire?
Bajó la vista y se quedó mirando una bolsa de cebollas.
—Diferente.
—Aún así, supongo que trabajando aquí tienes que conocer a un montón de gente interesante. Vampiresas y hombres lobo y… ¡Au! ¡Claire!
Estaban separadas por una distancia de tres metros pero, evidentemente, aquello no era lo bastante lejos. Dean no tenía ni idea de qué estaba pasando y no tenía ninguna intención de meterse entre ellas.
—Sí —dijo mientras agarraba las bolsas y las apartaba—. Un montón de gente interesante.
—¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte por aquí?
—La verdad… —inspiró profundamente, dejó salir el aire lentamente y se giró para mirar para Claire—. La verdad es que estoy pensando en irme.
—¿Irte?
—Sí. Ya sabes, continuar con mi vida.
Felicitándose a sí misma en silencio por mantener una expresión neutral, Claire se imaginó por qué el reflejo de ella en las gafas de él parecía acabar de darle un puñetazo en el estómago.
—¿Cuándo?
—Pronto. Si quieres, este puede ser mi aviso con dos semanas de antelación —al ver que Claire no daba ninguna señal de lo que quería, se encogió de hombros—. Encantado de conocerte, Diana. Tengo que hacer un par de llamadas telefónicas.
—Bien, pues plof —dijo Diana cuando él desapareció en dirección a las escaleras del sótano.
Claire se sentía como si se estuviese despertando de un mal sueño, del tipo en los que estaba intentando cruzar la calle pero sus pies se quedaban pegados al asfalto y había dos camiones y un minúsculo coche rojo que se le echaban encima.
—¿Qué quieres decir con plof?
—Plof. Es el sonido del otro zapato al caer. —Diana estiró los brazos para sentarse sobre el extremo del mostrador—. Hace poco más de un mes, mamá me dijo que Dean era el tipo con los pies más sobre la tierra que había visto nunca, y míralo ahora. Acabas de cortarle el suelo directamente bajo los pies, ¿a que sí?
—No he hecho tal cosa.
—La verdad es que tiene que fliparle tu aspecto, porque no puede ser tu personalidad.
—¡Diana!
—Me refiero a que Jacques es más mono de lo que esperaba y, de acuerdo, me hace reír con ese tipo de impertinencias cursilonas, pero está muerto. A pesar de las gafas, Dean está cachondísimo. Si yo puedo verlo, tú también deberías. Has tenido la oportunidad perfecta aquí, y la has desperdiciado.
—¿La oportunidad perfecta para qué? —preguntó Claire.
—Para conseguir sacarle lo mejor a la situación y construir una relación con un tipo encantador. A mí personalmente no es lo que más me va, pero muchas personas agarrarían una oportunidad así al vuelo.
—¿Por qué no pueden un hombre y una mujer dirigir juntos un hotel y ser simplemente amigos?
—Bueno, lo siento, no lo sé, Claire. Tú eres la que baila el mambo horizontal con el muerto, ya me dirás.
—¡No estábamos hablando de Jacques!
—Claro que sí. Ilumíname: si necesitabas acostarte con uno de los dos, y evidentemente sentías una necesidad, ¿por qué Jacques y no Dean? No respondas, te lo digo yo. Los dos son testigos, así que esa no es. ¿Es porque Dean está vivo? No, por lo que he escuchado eso nunca ha sido un problema en el pasado. Oh, espera, ¿será porque discriminas a la gente por su edad?
—¿Que hago qué?
—Ya me has oído, ¡dis-cri-mi-nas! Piensas que soy una incompetente porque soy más joven que tú, e ignoras las pruebas y piensas que Dean es un niño por la misma razón.
—No tengo por qué quedarme aquí y escuchar esto.
—Cierto.
—Tengo cosas que hacer.
—De acuerdo. Ve a hacerlas.
—Bien. Lo haré —a punto de salir de la cocina, Claire se giró para mirar para su hermana—. No hagas saltar la casa por los aires cuando no esté mirando.
—He venido para ayudar, recuérdalo.
—Oh, has sido de una gran ayuda.
Echada hacia atrás y golpeando con los talones los cajones más bajos, Diana esperó hasta que escuchó la puerta del salón de Claire cerrarse de un portazo antes de sonreír triunfante.
—La he hecho pensar.
—Y a mí me parece estupendo —estuvo de acuerdo Austin, y saltó a su lado—. Siempre y cuando no hagas saltar la casa por los aires cuando ella no esté mirando.
—He prometido que me mantendría alejada de la sala de la caldera.
—Mejor para ti.
—¿Cómo ha podido Claire destrozar así las cosas?
El gato se encogió de hombros.
—Es Guardiana. Está preparada para aparecer en el post-desas-tre y trabajar con el caos, así que tiene que hacer un caos de cada relación potencial antes de sentirse preparada para trabajar en ella.
—Yo soy Guardiana y no hago eso.
—Todavía —dijo el gato con una mirada de superioridad.
El golf había sustituido al partido de fútbol y Jacques se había ido. Todavía echando humo, Claire apagó la televisión y entró en el dormitorio como una tromba. Para poder alejarse lo suficiente de su hermana como para evitar retorcerle el pescuezo, tenía que salir del hotel. La puerta del armario crujió al abrirse y ella se metió dentro.
Exactamente en aquel momento le hubiera gustado tener que tratar con una tropa de niñas exploradoras asesinas.
Diana todavía estaba sentada sobre la barra. Buscó galletas en los armarios, encontró tres cuartos de bolsa de magdalenas y se sentó a comerlas feliz mientras pensaba en la forma de arreglar la vida de Claire.
Evidentemente, Claire necesitaba irse del hotel.
Ya que ningún otro Guardián había llegado para ocuparse del lugar, había que cerrarlo.
Para poder cerrar el lugar, había que determinar los parámetros exactos del sello actual.
—Y ya que sólo queda una testigo… —mientras se limpiaba las migas de las galletas, Diana bajó de la barra de un salto—… la solución lógica sería preguntarle —chasqueó los dedos en dirección a la cocina y se dirigió a las escaleras.
Tras ella, las migas se limpiaron por sí solas y se metieron en la basura.
Claire se introdujo más profundamente en el armario mientras prestaba atención tan sólo a evitar tropezar con fenómenos inesperados.
Había, se dio cuenta Diana, un par de formas de entrar en la habitación seis. La primera implicaba tomar el suficiente poder como para derretir los candados, pero aquel tipo de calor seguramente también quemaría el edificio.
Se marchó a buscar un juego de llaves.
Debería haberle dicho directamente que qué coj… cominos le importaba eso. Con la mente en otras cosas, Claire se movió hacia una suave luz gris. Yo no discrimino a nadie.
—Eh, Dean, siento molestarte, es que quería ir a echar un vistazo al ático pero la puerta está cerrada y Claire se ha largado con su juego de llaves.
—¿Claire se ha ido? ¿Qué está haciendo?
—Oh, se ha metido en el armario —mientras se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, sobre los talones y las puntas de los pies, Diana le dirigió una sonrisa—. Nos hemos peleado, y se ha largado para pensar sobre lo que yo le había dicho. No sé si te habrás dado cuenta, pero los Guardianes tienen tendencia a pensar que siempre tienen razón.
Dean levantó las cejas.
—Entonces ¿tú no eres Guardiana?
—Sí, claro, pero eso no hace que Claire sea menos pedante.
—¿El qué?
—Una sabelotodo —le brillaron los ojos—. Aunque estoy dejando a un lado unos cuantos adjetivos posibles. ¿El ático?
—Vale, claro —se sacó su llavero del bolsillo y lo dejó caer sobre la palma estirada de Diana—. Es la negra grande. Tú, esto, ¿sabes lo de Jacques? ¿El fantasma? Debe de estar en el ático.
—Sí, Claire me ha hablado de él —tras cerrar la mano sobre las llaves, se echó hacia adelante y le dio un ligero puñetazo a Dean en los brazos—. No te preocupes, estás mejor sin ella. Ronca.
¿Que no se preocupase? Si Claire le ha contado a su hermana todo sobre Jacques, pensó Dean mientras miraba cómo Diana subía a saltitos las escaleras del sótano, ¿qué le habrá contado de ti, chico?
—No te quedes ahí parada como una idiota. ¿Qué quieres?
La atención dispersa de Claire volvió instantáneamente. Estaba en una larga habitación forrada de estanterías que iban del suelo al techo. Directamente delante de ella, sentada ante una mesa de biblioteca llena de cajas de zapatos, había una mujer mayor con suaves rizos blancos que llevaba un delantal floreado manchado de tinta.
—¡Historiadora!
—Yo ya sé quien soy yo —le espetó la Historiadora—. ¿Quién demonios eres tú?
—Claire. Claire Hansen. Soy Guardiana.
—No estarías aquí si no lo fueses. Espera un minuto —la Historiadora entrecerró los ojos, haciendo que la pálida piel que los rodeaba se derrumbase formando una red de arrugas de abuela—. Ahora recuerdo, estuviste aquí hace tres años, doce días, once horas y cuarenta y dos minutos, buscando una cosa sobre política. ¿Has acabado con ello?
—¿Con el lugar?
—No, con la democracia.
—Eh, todavía no.
—Mierda. No te creerías la cantidad de papeleo que genera —suspiró y se apartó de la mesa, con lo que Claire pudo ver bien por primera vez el ordenador prácticamente enterrado entre cajas de zapatos.
—¿Es uno de los nuevos procesadores de 200MHz?
—¿Nuevo? Se quedó obsoleto hace meses. La historia. Por eso estamos aquí. Bueno, pues ya que tengo tendencia a desanimar a los visitantes que vienen a buscar conversación, ¿qué puedo hacer por ti?
A Claire le llevó un momento superar su rabia contra Diana y recordar.
—Kingston, Ontario, 1945: dos Guardianes evitaron que otra Guardiana consiguiese dominar al infierno.
—Qué bueno para todos nosotros.
—Necesito saber cómo lo hicieron.
—Que me aspen si lo sé —cuando Claire frunció el ceño, la Historiadora suspiró—. Los Guardianes no tienen sentido del humor —señaló con un dedo manchado de tinta hacia los estantes—. Los años cuarenta están más o menos a unos cien metros en esa dirección. El año que buscas está encuadernado en verde —después, en voz baja, mientras repetía «Hansen» una y otra vez para sí misma, abrió una caja de zapatos que alguna vez había contenido unas zapatillas de deporte del cuarenta y dos y medio y sacó una cinta digital. La caja de plástico parecía estar ligeramente carbonizada—. Cuando vuelvas a casa, dile a tu hermana que me gustaría tener una conversación con ella.
El candado se abrió en su mano con un satisfactorio pop. Diana se lo metió en el bolsillo y volvió a centrar su atención en el llavero. Dean tenía la llave maestra limpiamente marcada con un trozo de cinta adhesiva.
Lo único que tenía que hacer ahora era empujar.
Con el corazón latiéndole con fuerza, agarró el pomo de la puerta.
Simplemente haré que la Tía Sara recupere la conciencia parcialmente, le haré unas cuantas preguntas y la volveré a dormir. Pan comido.
¿Qué tenía de bueno el poder si no se usaba nunca? Claire se fastidiaría tanto cuando llegase a casa y se encontrase con que su hermana menor tenía todas las respuestas.
La propia Sara resultó ser un poco decepcionante.
Aunque no se podía negar que el viejo dicho cuanto más humano parezca el mal, más peligroso es fuese cierto, Diana esperaba al menos alguna señal externa del atroz crimen que Sara había intentado cometer (unos pequeños cuernos, cicatrices visibles, libros de la biblioteca fuera de plazo), pero, por lo que parecía, nunca había tenido un mal día. El único punto incongruente en todo su cuerpo era que sus rojísimos labios brillaban, libres de polvo.
… pero si no hubiera habido problemas con la virgen a sacrificar, los Guardianes no habrían llegado a tiempo. No fue hasta que la Tía Sara tuvo a Margaret Anne Groseter suspendida sobre el hoyo e hizo el primer corte, cuando se dio cuenta de que la muchacha, a pesar de tener sólo quince años, no era válida.
Claire volvió a leer el párrafo sintiendo como si el gran volumen verde de 1945, de Kin a Kip, la acabase de golpear en la parte de atrás de la cabeza.
Margaret Anne Groseter.
El señor Smythe me contó que lleva viviendo en la casa de al lado toda su vida. Decía que antes se llamaba Pensión Groseter, y que el señor Abrams era un inquilino que no se largó lo bastante rápido y se quedó aplanado.
—No es posible.
Para que la señora Abrams tuviese quince años en 1945, tenía que haber nacido en 1930. Lo cual significaría que tenía casi setenta años. Mientras bloqueaba con un pulgar virtual el cabello naranja y encrespado en una visión que se le vino a la mente, Claire supuso que aquello era posible.
Yo era muy progresista en mis años mozos.
A veces era, reflexionó Claire, terrorífico conocer la medida exacta del punto de apoyo que el destino utilizaba para hacer palanca sobre el mundo.
Mientras daba un paso a través del escudo, Diana sintió un momentáneo reparo. Las emanaciones que surgían de la durmiente eran más fuertes de lo que había esperado. No sería fácil acceder al poder que rodeaba una malevolencia tan potente.
—Por otro lado —chasqueó los dedos y se dirigió a la cabecera de la cama—, si fuese fácil, todo el mundo lo haría.
… de todas formas, fue necesaria la fuerza combinada de dos Guardianes para alcanzar el balance de poder necesario entre Sara y el hoyo, e incluso entonces casi consigue liberarse de sus limitaciones.
Dada la urgencia de la situación, los Guardianes en el escenario consideraron que sería mejor afrontarlo diciéndose pim, pam, fuego.
Estaba claro que la Historiadora creía que la historia debía ser accesible para las masas.
Tras buscar cuidadosamente poder hacia el medio de las posibilidades, Diana salpicó una minúscula cantidad en la matriz que mantenía a Sara dormida.
Cuando los modelos de las emanaciones oscuras cambiaron, un Austin aullante entró corriendo en la habitación, dejando tras él una nube de pelo suelto.
—¡Diana, para! ¡No sabes lo que estás haciendo!
TE DIJE QUE NO TE PREOCUPASES POR LA SEGUNDA GUARDIANA. ¡NOS ESTÁ AYUDANDO!
¿QUÉ ESTÁ HACIENDO QUÉ?
CÁLLATE Y ESTATE PREPARADO.
El gato reunió fuerzas para saltar justo en el momento en el que los labios de Sara se separaron y dejó pasar una larga exhalación por la punta de sus dientes amarillentos.
¡AHORA!
Sobre un infinito número de voces, el infierno gritó el nombre de Sara por el conducto.
El equilibrio se desajustó con las filtraciones sumadas al poder de Diana.
Sara abrió los ojos.
Con los ojos como platos, Diana intentó bloquear la fuente de poder. Un segundo. Dos. Una fuerza demasiado complicada para que sus escudos la detuviesen la golpeó e hizo que se derrumbase sobre las rodillas.
Chillando, Austin aterrizó a los pies de la cama.
Sara sonrió y levantó un dedo.
La llamarada de energía le dio en toda la cara, lo levantó en el aire y lo aplastó contra la pared entre dos ventanas. El primer rebote lo lanzó dentro de lo que quedaba del helecho. El segundo lo tiró al suelo sin resistencia.
—¡NO! —incapaz de ponerse en pie, Diana se arrastró hacia el cuerpo. Una mano cálida que la agarró fuertemente por el hombro la hizo detenerse en seco.
—Yo no creo eso.
Cuando Sara la arrastró hasta ponerla de cara a la cama, Diana no opuso resistencia. Cuando los ojos de Sara se encontraron con los suyos, agarró todo el poder que podía manejar y lo lanzó contra la otra Guardiana como con un palo.
Sara ni tan siquiera se molestó en aplastarlo hacia un lado. Lo absorbió, lo retorció y lo envolvió alrededor de Diana como un sudario.
—Me sabe la boca como el interior de una alcantarilla —murmuró mientras se repasaba los dientes con la lengua—. Cristo bendito, podría fumarme un cigarro.
… desgraciadamente, ya que ambos Guardianes fueron arrastrados por tropas que estaban a punto de marcharse a participar en el teatro europeo, aquella solución temporal…
—¿Claire Hansen?
—Un minuto. Casi lo tengo.
—Tú misma, Guardiana, pero acabo de recibir un e-mail en el que se me dice que reactive ese trocito de historia que estás leyendo.
Claire levantó la vista del volumen.
—¿Qué quieres decir con reactivar?
—Seguramente hay un par de cabos sueltos que se están atando.
—¿Seguramente? —Claire se puso en pie de golpe. Todos los cabos sueltos seguían sin atarse cuando se había marchado—. ¿Qué está ocurriendo?
—¿Cómo quieres que lo sepa? No me mezclo con el presente, me dedico a la historia. Vuelve a colocar el libro en la estantería antes de… —la Historiadora suspiró y colocó un tres negro en donde estaba un cuatro rojo mientras Claire corría a través de los años—. Y luego se preguntan por qué no me gusta la compañía.
—¿Les hubiera hecho daño haberme quitado el polvo de vez en cuando? No lo creo —mientras levantaba a una Diana hecha una miseria a casi un metro del suelo, Sara ató entre ellos los cordones de las zapatillas de baloncesto de la joven Guardiana y después los utilizó como tirador para lanzarla por los aires en dirección a la puerta.
Mientras masticaba la mordaza de poder que la mantenía en silencio, Diana metió los dedos en la jamba de la puerta.
—Suéltala o los perderás, tú eliges —estaba claro que aquella era una oferta literal—. A mí personalmente me da igual. Ya sé lo que estás pensando —continuó mientras Diana soltaba la madera a regañadientes—. Estás pensando que lo único que tienes que hacer es retrasarme, y tarde o temprano llegarán más Guardianes. Bueno, pues no vendrán. ¿Y sabes por qué? Por supuesto que no, eres una niña…
Unas diminutas espirales de humo surgieron de las orejas de Diana.
Sara sonrió y las ignoró.
—… seguramente ni tan siquiera comprenderás cómo funciono. Hace unos cincuenta años, dos entrometidos metomentodo me colocaron un escudo alrededor. Concretamente, alrededor de mi persona. Todavía está aquí. Nadie sabrá que estoy despierta hasta que no sea demasiado tarde.
Mientras el sonido del deleite de Sara se desvanecía por el pasillo, unas cuantas figurillas pequeñas y multicolor salieron de detrás de diversos muebles y se movieron decididamente hacia el cuerpo sin fuerzas del gato.
Aunque corría con todas sus fuerzas, Claire todavía no había llegado al final de las estanterías.
—¡Deja de pensar en el pasado!
Distorsionada por los ecos, aquella podría haber sido la voz de cualquiera. Claire no perdió tiempo en volverse para comprobarlo. Necesitaba una puerta. No podía volver a casa sin cruzar una puerta.
—Hola, guapo. ¿Hay alguno más como tú en la casa?
Presionado contra la pared del recibidor, de repente a Dean se le vino a la cabeza el recuerdo de un pez cayendo pesadamente, colgando del arpón que sobresalía del fondo de la barca. No hizo que dejase de resistirse, pero consiguió que se hiciese una idea bastante buena del éxito que tendría aquella resistencia.
Cuando por fin cayó, agotado, sintió cómo las afiladas puntas de unas uñas le levantaban la cabeza del pecho.
—Muy bonito —le dijo Sara como si fuese un bebé—. Siempre he sido una gran fan de la flexibilidad y el sudor —deslizó los dedos dentro del bolsillo delantero de los vaqueros de él, apartó la tela de su cuerpo y metió las llaves en el hueco—. Muchas gracias por tu ayuda. Supongo que no tendrás un cigarrillo.
Dean meneó la cabeza y se arrastró fuera de la pálida profundidad de los ojos de ella. Eran del mismo color gris/azul que el corazón de un iceberg, sólo que menos compasivos. Hizo un gesto con la cabeza en dirección al cuerpo hecho una piltrafa de Diana.
—Me dijo que iba al ático. Creía que los Guardianes no podían mentir.
—Los testigos no pueden mentir a los Guardianes, pero la verdad es que a nosotros se nos da muy bien mentir a… —Sara se agachó y el viejo libro de registro encuadernado en piel pasó silbando por encima de su cabeza y golpeó la primera esquina de la pared. Cuando la vieja encuadernación cedió y las páginas amarillentas volaron hasta el suelo, midió la abolladura colocándola entre el pulgar y el índice—. Buen intento, Jacques. Estoy sorprendida de que hayas conseguido reunir tanta energía ectoplásmica —inclinándose hacia Dean, susurró—. Debe de haber tenido suerte en los últimos días.
Con los ojos llenos de lágrimas, Dean giró la cabeza. El aliento de ella podría haberle arrancado la pintura al interior de las latas en una planta procesadora.
—¡Eh! —la uña de un dedo le abrió un pequeño corte en la mejilla—. Duermes todo este tiempo y mira con qué sabor de boca matutino te despiertas.
La campana de acero se levantó del mostrador y se estampó contra su hombro.
—Esto comienza a resultar pesado, Jacques —se giró hacia el despacho—. Técnicamente, necesitaría polvo y ceniza para hacer esto, pero tendremos que arreglárnoslas con polvo en abundancia —un ligero empujón envió a Diana por el pasillo en dirección a las escaleras del sótano. Con las dos manos libres, Sara se arrancó unas pelusas de la falda y dibujó dos símbolos en el aire.
Dean se preparó para poesía mala, pero no necesitaba haberse molestado.
Los dos símbolos brillaron en rojo.
De repente Jacques se colocó entre los dos símbolos. Con los ojos muy abiertos por el pánico, se retorció y peleó, y cuando Sara dio una palmada, explotó en mil diminutas luces que se esparcieron en todas direcciones.
Rezando en silencio, Dean se liberó la mano izquierda y atrapó dos de las lucecitas cuando pasaron a su lado. Le quemaron al tocarle la piel, pero cerró los dedos alrededor y se enfrentó a Sara con los dos puños cerrados.
—Bien —dijo ella— ya me he ocupado de él. A ti, en cambio, puedo utilizarte.
¡VA A VOLVER A INTENTARLO!
¡DEJARÁS DE PREOCUPARTE DE UNA VEZ! UNAS CUANTAS DÉCADAS A SU ENTERA DISPOSICIÓN Y DESPUÉS SEREMOS LIBRES.
¿Y CREES QUE QUERRÁ QUE EL INFIERNO LA ESTÉ ESPERANDO CUANDO MUERA?
TRAS UN LARGO SILENCIO, EL INFIERNO MURMURÓ: DEBERÍAS HABER MENCIONADO ESO ANTES.
¡ESTÁ SELLANDO EL HOYO! ¡NO PODEMOS DETENERLA!
NO. NO DESDE AQUÍ DENTRO…
Primero no había puertas, y después no había nada más que puertas. Claire irrumpió en tres saunas, dos congeladores industriales, algo animado que no pudo identificar y más habitaciones de hotel de las que podría llegar a contar.
—¡Yuju! ¡Cornelia! ¡Diana! Estaba sacando a Baby para dar su paseíto y me he colado para ver si… —la señora Abrams se quedó congelada en el umbral, abriendo y cerrando la boca sin que surgiera ningún sonido de ella. Por fin consiguió emitir un estrangulado—. ¡Te recuerdo!
—Aquello fue un descuido por parte de alguien —observó Sara mientras ataba los cordones de las botas de trabajo de Dean juntos—. Por favor, entra y cierra la puerta.
Con una mano presionada contra el hinchado poliéster de su pecho, la señora Abrams se arrastró hacia adelante.
—Y la puerta —exigió Sara—. No olvides cerrarla.
A pesar de que sus movimientos se encontraban prácticamente limitados a convulsiones impotentes, Diana consiguió acercarse más a la pared. Retorciéndose hacia la izquierda, clavó los talones en la escayola.
La señora Abrams pegó una sacudida ante el ruido y dio un paso atrás, para escapar.
Sara levantó una mano y Diana se encontró incluso más fuertemente envuelta en poder. Toda su fuerza, toda su atención, se centraron en aspirar aire a través de estrechos pasajes.
—Margaret Anne. Cierra la puerta.
Margaret Anne Abrams, nacida Groseter, tenía quince años la última vez que Sara le había dado una orden. Había llovido mucho desde entonces, y las viejecitas no se habían quedado sin poder propio. Inspirando tan profundamente que cada pelo naranja se le puso de punta, se recuperó.
—¡No me hables en ese tono de voz, jovencita! Tengo que hacerte saber que soy la responsable de las auxiliares femeninas de nuestra iglesia y he sido elegida cinco veces voluntaria del año en el hospital. Mírate bien, estás toda cubierta de polvo. Si yo fuese tú me daría vergüenza salir con esa… —su voz se detuvo en seco cuando los ojos pálidos de Sara se entrecerraron, y ella expulsó el aliento que le quedaba en forma de chillón llanto pidiendo ayuda—. ¡Baby!
Atado con una correa de cuero a su propio porche, Baby levantó su cabeza con forma de cuña de las patas delanteras.
Escuchó cómo lo llamaba su ama.
El enorme doberman se puso en pie con los labios recogidos y enseñando los dientes, y caminó hasta el final de la correa. El cuero aguantó.
El porche, por otro lado, se rindió a lo inevitable.
Claire sabía que estaba cerca. Sentía el hotel, pero quedaban una docena de puertas entre ella y el final del pasillo, y esta vez no era capaz de sacudirse el miedo de encima que, normalmente tan fluido fuera de la realidad, ahora había decidido marchar en forma de tambor linear. En otras palabras, estaba cruzando. Rápidamente.
Detrás de la primera puerta a la derecha había un tigre sentado. Por suerte, a juzgar por los desperdicios que había por toda la jaula, acababa de comer.
—Sólo estás retrasando lo inevitable —murmuró Sara mientras guiaba a la señora Abrams con un dedo retorcido para adentrarla en el recibidor—. No hay nada que puedas llamar, vieja, que pueda herir… —abrió mucho los ojos.
Baby había vivido toda su vida esperando aquel momento. Años de frustración lo impulsaron hacia el umbral en un poderoso salto.
Los restos del porche barrieron a la señora Abrams desde los pies, dejándola colgando entre los retorcidos escombros.
Las patas delanteras de Baby cayeron sobre el pecho de Sara.
Esta golpeó el suelo, rebotó una vez entre una nube de polvo y perdió el cuello de la chaqueta cuando el peso extra que colgaba de la correa de Baby hizo que este se detuviese a menos de un par de centímetros de distancia de ella.
Respirando pesadamente, la Guardiana se puso en pie tambaleándose, con cuidado para mantenerse alejada de la destrozadora boca, llena de demasiados dientes, demasiado largos y demasiado afilados.
Baby se obsesionó con su garganta y perdió la oportunidad de atacar en muchas otras partes del cuerpo que pasaban por su lado.
Agitando la mano en el aire, Sara cerró la puerta. El ruido que emitió era el tipo de sonido que indicaba el final de tanto rescate como escape, casi un tópico.
—Margaret Anne, por mucho que me gustaría acabar con lo que comenzamos hace tanto tiempo, ya tengo todos los cuerpos que necesito para el sacrificio —levantó la voz para que se la escuchase por encima de los frenéticos gruñidos de Baby—. Esta vez no habrá ningún error en las calificaciones.
Dean colgaba sin fuerzas en el aire, pero Diana paró de respirar durante un momento para mirarlo.
Sara los ignoró a los dos.
—Por favor, duérmete, Margaret Anne —cuando la señora Abrams cayó hacia adelante, Sara miró al doberman, que todavía intentaba desesperadamente hacerla trizas—. Tú —dijo— tienes una forma de perseguir un objetivo tan resuelta que la verdad es que me gusta.
Casi estrangulándose él mismo, Baby arremetió sin éxito contra su tobillo.
—De hecho, me recuerdas a mí misma. Buen perro.
Aquellas palabras no significaban nada. El tono desató en Baby unos ladridos desenfrenados.
Arrastrando a Dean y a Diana tras ella, Sara comenzó a bajar las escaleras del sótano.
Cuando tenía siete puertas por delante, Claire hizo una pausa en el medio del pasillo.
Escuchaba ladridos.
Los distintivos, apenas cuerdos ladridos de un perro grande obligado a vivir la vida de un perrito faldero. Y que, con la fracción de cerebro que no se le había trastornado por ello, intentaba equilibrarse.
Mientras colocaba la oreja en cada puerta sólo durante el tiempo suficiente para comprobar un aumento de volumen, Claire se movió deprisa por el pasillo.
Tres puertas. Cuatro.
Abrió la quinta puerta y salió disparada del armario. El volumen de los ladridos no se elevaba tanto como se expandía para rellenar de sonido todo el espacio disponible.
Baby estaba en el hotel.
En circunstancias normales aquello habría sido un problema, pero ser destrozada por un doberman psicótico hubiera sido considerablemente preferible a vivir con Sara controlando el infierno. Claire saltó sobre una pila de ropa para lavar, corrió hacia el salón y se detuvo resbalando en el despacho.
Baby la ignoró. Mientras arañaba el suelo del recibidor con las uñas de las patas, arrastraba lo que quedaba del porche y a una roncadora señora Abrams otro centímetro más cerca del sótano.
Sin ganas de inspeccionar el hotel por miedo a delatar su presencia, Claire decidió seguir la pista de Baby. Si se contaba al perro, al porche y a la señora Abrams, era bastante probable que Austin no hubiera sido el responsable de aquello: la probabilidad no era del cien por cien, pero era bastante elevada.
La puerta de la sala de la caldera estaba abierta.
Con el corazón latiéndole tan fuerte que apenas podía escuchar sus propios pensamientos, Claire se detuvo al lado de la lavadora e intentó buscar calma.
Una Guardiana sin autocontrol no puede controlar ni el poder ni las posibilidades desde las que se accede al poder.
El mal favorece las mentes caóticas.
Se ha de separar la ropa blanca de la de color antes de lavarla.
Claire parpadeó, rompiendo el contacto con la caja de detergente para la lavadora. Aquel era el máximo nivel de calma que iba a conseguir.
Mientras se secaba las palmas de las manos húmedas contra los muslos, se deslizó tras el ángulo que la ocultaba de la sala de la caldera y echó un vistazo al interior.
Todavía con la ropa polvorienta con la que se la había dormido tantos años antes, Sara estaba de pie sobre el hoyo, en el aire, de espaldas a la puerta, con las dos manos levantadas y la cabeza inclinada. Tenía las puntas de los dedos rojas en las partes en la que la sangre le había goteado de las uñas.
Suspendido horizontalmente sobre el hoyo, ante ella, sin camisa y con sangre goteando de varios cortes superficiales en el pecho, Dean parecía estar inconsciente pero todavía vivo. Le llevó un instante divisar a Diana envuelta en bandas de poder superpuestas y apuntalada, igual que una momia, contra la pared.
Espera un momento… ¿Dean estaba sobre el hoyo y Diana estaba de pie contra la pared?
Claire echó un vistazo más de cerca al poder que aguantaba a su hermana. La mayor parte de él la mantenía en su lugar y la hacía estar callada, pero insertado en este, de los pies a la cabeza, se había establecido un conducto que hacía que el considerable poder de Diana entrase en Sara, que ya estaba en su sitio porque no tendría la oportunidad de detener la invocación y establecerlo más tarde.
Lo cual significaba que Dean estaba sobre el hoyo porque…
Con razón estaba siempre ruborizándose.
¿Pero a los veinte años? ¿Con ese aspecto de joven, aunque miope, dios?
¡Eh!, se dijo a sí misma con severidad, ahora no es el momento. El problema era que era mucho, pero que mucho más fácil pensar en Dean que diseñar un plan para salvar al mundo.
Habían sido necesarios dos Guardianes para detener a Sara la primera vez que había intentado aquello. ¿Cómo iba a ser posible que lo hiciese ella sola?
No estás sola. Si pudieses alcanzar a Diana sin llamar la atención de Sara, podrías utilizar tú el conducto. Con el poder de Diana unido al tuyo, los veinte años de experiencia que os lleva Sara no deberían contar mucho.
Mientras la Guardiana malvada entonaba un nuevo cántico, Claire se dio cuenta de que en su plan había un par de pequeños problemas. El primero era que Sara sellaba el infierno. Sin Sara, el infierno brotaría liberado. Claire habría tenido que colocarse ella misma sobre el lugar, de forma que su poder se convirtiese en el sello una vez se hubiera arrancado el poder de Sara. Lo cual significaba que si no le quedaba suficiente poder para cerrar el agujero, se vería atrapada allí. En el hotel. Durante el resto de su vida.
Y Dean se marcharía.
Ni siquiera sabía en dónde guardaba el tostador.
El segundo problema era que Sara también sostenía a Dean. Literalmente. Al ser atacada por la espalda, Sara lo soltaría y Dean se caería dentro del hoyo.
Cuando se uniese a Diana, Sara lo sabría. Tendría que luchar inmediatamente. Si salvaba a Dean primero, Sara tendría tiempo para preparar una defensa.
Si dejaba que Dean cayese…
¿Qué sentido tendría salvar al mundo si dejaba caer a Dean?
Tenía que encontrar la forma de salvarlo, y aquello era todo. Acompasando sus pasos con los frenéticos ladridos de Baby, bajó sigilosamente las escaleras hacia donde estaba Diana.
Abajo, en el hoyo, el infierno glorificaba la fuerza que había ganado por cada gota de sangre sacrificada.
AHÍ, EN LAS ESCALERAS, se indicó a sí mismo el resto del infierno, ESTÁ LA OTRA GUARDIANA.
¿Y QUÉ?
¿DEBERÍAMOS DECÍRSELO A ELLA?
Otra gota de sangre se evaporó por el calor. El infierno la respiró metafóricamente y rio.
¿TE REFIERES A SI DEBEMOS AYUDARLA? NOSOTROS NO AYUDAMOS. A NADIE.
Baby había conseguido arrastrar todo aquel desastre unos diez centímetros más en dirección a las escaleras del sótano. Con la lengua colgando y el collar cortándole los gruesos músculos del cuello, continuó ladrando y tirando, creyendo con seguridad que su enemigo estaba en desventaja.
Y entonces, en la fracción de segundo que pasó entre un ladrido y el siguiente, una voz familiar le dijo que se callase.
Los ladridos cesaron. Claire se quedó congelada.
Sara repasó con las uñas el costado de Dean. Mientras la sangre brotaba de cuatro líneas paralelas, entonó un nuevo cántico.
Claire reconoció el latín gutural. No le quedaba mucho tiempo. Con el labio inferior atrapado entre los dientes, comenzó a moverse de nuevo.
Con una gasa estéril enrollada alrededor de la cabeza y sobre el ojo izquierdo, Austin tenía el atrevido aspecto de un pirata herido. Respirando con dificultad, ligeramente chamuscado, yacía de costado sobre un lecho improvisado con un viejo pañuelo de seda y portado por doce ratones que llevaban abrigos largos multicolores, bombachos y sombreros de tricornio.
Aquello quedaba tan lejos de la experiencia de Baby, que se sentó jadeante y se quedó mirando.
Todavía a una distancia segura, los ratones se detuvieron y Austin abrió el ojo bueno.
—Alguien —dijo sin levantar la cabeza— va a tener que desabrochar ese collar.
Más que recuperar la consciencia, Dean la secuestró: su consciencia no quería saber nada de toda aquella situación.
¿QUÉ TAL TE VA, GUAPETÓN?
Se habría echado hacia atrás bruscamente al escuchar aquella voz, pero no tenía ni idea de cómo manejar su cuerpo. Lo cual lo asustaba mucho más que el infierno. Tenía un amigo, Paul Malan, que se había tirado de un trampolín en un mal ángulo, y ahora Paul jugaba al hockey de calle desde una silla de ruedas.
¡NOS ESTÁ IGNORANDO!
¿PUEDE HACER ESO?
¡EH, COLEGA! ¡POR SI NO TE HABÍAS DADO CUENTA, ESTO ES BASTANTE PEOR QUE EL HOCKEY DE CALLE!
Gracias a que en algún punto del camino había perdido las gafas, Dean ignoró las voces porque Claire se lo había pedido. Incluso le había dicho «por favor».
Parpadeó, golpeado por el hecho de ser repentinamente consciente de lo que estaba ocurriendo. La voz que había escuchado el día anterior en el pasillo era la voz del hoyo.
BINGO.
Y él la había escuchado. Había dudado.
AH, DURANTE… ¡SEIS SEGUNDOS EN VEINTE ASQUEROSAMENTE IMPOLUTOS AÑOS!
Merecía ir al infierno.
¿ESTÁS DE COÑA, VERDAD?
Si no fuera porque no quería morir.
Por encima, o quizá por debajo, de las voces que escuchaba en su cabeza, podía escuchar la monotonía de aquellas palabras cantadas en una lengua que no comprendía. Lentamente, dentro de las manos invisibles que lo sostenían, se giró hasta poder ver a lo largo de su brazo izquierdo. Mirando más allá de su puño apretado, más allá del borde del pentagrama, veía a Diana Hansen. Se dio cuenta de que era sólo una niña, nunca había pensado que desataría aquel caos. Si por algún milagro salía de aquella, iba a darle una buena patada en el culo.
Con la espalda contra la pared, sin apenas atreverse a respirar, Claire dio en silencio los últimos pasos que quedaban hasta llegar a su hermana. Una vez tomase la mano de Diana, controlaría el poder de las dos.
Los ojos de Dean se abrieron como platos cuando Claire se metió dentro de su campo de visión.
¡Rescate!
Claire vio la palabra en los ojos de Dean y se estremeció.
Dean vio cómo ella se estremecía.
Sara cantó más alto, escupiendo consonantes.
El pentagrama comenzó a brillar.
Quizá fuese porque estaba suspendido sobre un agujero que daba al infierno. Quizá fuese porque había estado respirando los vapores de su propia sangre. Quizá fuese porque se había pasado casi un año al lado del lugar de un accidente metafísico.
Quizá fuese porque podía leerlo en el rostro de Claire.
Dean lo sabía.
No podía salvarlo a él y salvar al mundo.
Había dudado.
Le estaban dando una oportunidad de arreglarlo.
El infierno podría tenerle a él, pero no podría tener al mundo.
Hazlo, le dijo a Claire en silencio.
Claire meneó la cabeza.
Tenía que haber otra forma.
El pentagrama comenzó a disolverse.
Casi merecía la pena saber que ella hubiera arriesgado al mundo por él.
Hazlo.
Lo hizo porque no tenía ninguna otra opción.
Claire agarró la mano de Diana y abrió el conducto. Volvió a trazar el pentagrama rápidamente y grabó su propio nombre en el dibujo.
Sara se giró.
Dean cayó.
Claire golpeó a la otra Guardiana con todo su poder y el de Diana.
Al encontrarse de repente dentro de una esfera de cegadora luz blanca, Sara levantó una mano manchada de sangre para cubrirse los ojos. Con los labios demasiado rojos separados…
… rio.
Diseñado para evitar que ningún tipo de poder metafísico despertase a una Guardiana con tendencia a la maldad cataclísmica, el escudo que Sara había llevado durante más de cincuenta años la protegía.
Tras bajar al suelo, Sara estiró su chaqueta y señaló a Diana con la cabeza.
—Pensaba que nuestra amiga era demasiado joven para este lugar. No es que —añadió tras inspeccionar críticamente a Claire— tú seas mucho mayor —su sonrisa era claramente condescendiente—. Lo has matado para nada, ya lo sabes. El poder no puede traspasar este escudo.
Claire arrastró a Diana a un lado cuando un relámpago de luz roja hizo volar trozos de roca de la pared.
La sonrisa de Sara se amplió.
—Que hermoso para mí que pase de largo así de bien.
Con los dientes apretados para evitar las arcadas que sentía, Claire dio un paso hacia adelante, pero antes de que pudiese hablar Sara volvió a levantar la mano.
—Oh, sí, puedes entrar físicamente en el escudo, pegarme si quieres, pero no esperarás que me vaya a quedar aquí quieta y te deje…
Y entonces fue cuando Baby se lanzó desde lo alto de las escaleras.
Sara sólo tuvo tiempo para gritar mientras caía hacia atrás.
Colgándose la una en la otra para proporcionarse apoyo, Claire y Diana caminaron hacia el límite del pentagrama y se inclinaron hacia adelante con precaución.
¡LA TENEMOS!
¡AU! ¡CON CUIDADO, DA PATADAS!
Claire sintió cómo su poder llenaba el pentagrama, apartando al infierno del mundo. Pues ya estaba. Toda la vida en la Pensión Campos Elíseos.
Diana tragó y encontró voz.
—Pobre Ba…
¡ES NUESTRO PERRITO! ¿ESTÁS CONTENTO DE HABER VUELTO A CASA?
¿QUIÉN ES UN PERRITO BUENO? ¿QUIÉN ES UN BUEN CHICO?
—¿Perrito bueno? —repitió Claire.
Antes de que el infierno pudiese responder, Diana clavó las uñas en el brazo de Claire.
—¡Mira! Ella todavía forma parte del dibujo. ¡Si le atas el pentagrama antes de que desaparezca, se llevará el agujero con ella!
A Claire todavía le zumbaban por el poder que acababa de emitir, y tardó un instante en comprenderlo.
—¿Puedo cerrar el lugar?
—¡Sí!
—¿Para siempre?
—¡Sí!
El nombre de Sara comenzó a deshacerse.
—No.
—¿Estás loca? ¡Esta podría ser tu única oportunidad!
—¡No! —Claire se soltó el brazo de un empujón—. Dean está ahí dentro y no voy a cerrar este agujero hasta que él encuentre la forma de salir —cuando Diana comenzó a protestar de nuevo, la cortó—. El infierno no puede quedarse con un sacrificio deseado voluntariamente. Tiene que dejarlo marchar.
—¿Tiene que hacer eso?
—Si te fijases más en lo que pasa y menos en lo que te llega el poder para hacer… —se detuvo. Ahora no era el momento—. Sí. Tiene que hacerlo.
—¡De acuerdo, pero no le ayudarán a encontrar el camino de salida ni le darán un empujoncito, y el nombre de Sara ya está desapareciendo! No tienes tiempo para esperar. No dejes que su sacrificio sea en vano.
Claire buscó más poder y lo fue introduciendo en el pentagrama. Desde donde estaba había un largo camino hacia la mitad de las posibilidades. Su visión comenzaba a difuminarse, y no estaba completamente segura de sentir los dedos de los pies.
—Puedo sostenerlo —espetó con los dientes apretados—. Puedo sostenerlo durante todo el tiempo que tarde.
—De acuerdo. —Diana se encogió de hombros dentro de su chaqueta vaquera—. Iré tras él.
—¡Oh, no, no irás! —Claire tuvo la fuerte sospecha de que acababa de sonar igual que su madre. Por el momento, no se preocupó mucho—. ¡Esto no es como cruzar la frontera para ir a comprar material electrónico barato! Si quieres ayudar, reactiva el conducto y comienza a alimentarme… —la «S» intentó estirarse. La obligó a curvarse de nuevo—… de poder.
—Eso me haría formar parte del sello y podríamos quedarnos aquí atrapadas indefinidamente. Si quieres que salga, alguien tendrá que entrar a buscarlo.
—¡Tú no! —un gruñido subliminal hizo que la segunda «a» volviese a su lugar—. No sobrevivirías.
—Pero Dean…
—Dean tiene la fuerza de diez personas porque su corazón es puro —y entonces fue cuando Claire extrajo una segunda conclusión sobre la elección de Sara para el sacrificio. Por suerte para Diana, tenía otras cosas con las que lidiar en aquel momento—. Las normas lo protegen.
—¿Qué normas?
—Ya sé que es algo difícil de creer a los diecisiete años, pero siempre hay normas —tenía claro que ya no sentía los dedos de los pies y comenzaba a tener dudas acerca del pie izquierdo por completo—. Se necesitan unas condiciones extraordinarias para que los vivos pasen al otro lado y luego vienen… ¡los vivos! —con los ojos fijos en el pentagrama, Claire agarró a su hermana del brazo—. ¡Busca a Jacques!
—Jacques ha desaparecido. Ella lo convirtió en partículas ectoplásmicas.
—¡Entonces únelo!
—¿Yo?
—Siempre te estás quejando de que nadie te deja hacer nunca nada. Sólo ten cuidado de dónde tomas el poder, estás muy cerca del hoyo.
—Tenías que estropearlo con tus consejos —se quejó Diana mientras comenzaba a girar—. No podías simplemente dar por hecho que lo haría bien.
Valorándolo todo, Claire sentía que tenía un precedente para no haber dado por hecho una cosa así, pero lo dejó pasar mientras el viento comenzaba a girar alrededor de la sala de la caldera. Un momento después, un torrente de luces minúsculas fue entrando desde el sótano.
—Faltan dos —jadeó Diana cuando las lucecillas se negaron a fusionarse—. No sé dónde están.
Con una forma vagamente similar a la de Jacques, las luces se introdujeron en el hoyo.
—¡NO! —Claire se echó hacia adelante pero sólo consiguió atrapar una luz.
Tambaleándose como si la habitación continuase girando, Diana se quedó mirando atónita hacia su hermana.
—Creía que era eso lo que querías que hiciese.
—¡No lo sabe! No sabe que Dean está ahí abajo. Jacques todavía tiene conexiones con ella, ella podría haberlo arrastrado abajo.
—¿Y entonces ahora qué hacemos?
Claire rechinó los dientes, apretó el puño alrededor de la única parte de Jacques que había conseguido salvar y se mantuvo firme.
—Esperar.
—¿Esperar? —la voz de Diana subió casi una octava—. ¿Cuánto tiempo?
—Hasta que no podamos esperar más… —de repente, Claire sintió un conocido tacto retorcido que la manoseaba llevándola hacia el pentagrama—. Ella está utilizando su nombre para liberarse. ¡Únete a mí!
—¡No! Me quedaré atada a ti, sosteniendo esa cosa, y se perderán dos Guardianas sólo porque tú no puedes dejar que Dean se vaya. Porque te sientes culpable por lo que sentía por ti y porque tú no sentías lo mismo y te fuiste con Jacques, con quien en cambio seguramente no podrás tener un futuro en común.
—¡Diana! ¡No es momento para terapias de pareja!
—Los has perdido a los dos. Deja que se vayan antes de que ella vuelva a comenzarlo todo.
Su conexión con su nombre se había reforzado. El sonido de una risa triunfante surgió por los laterales del hoyo.
—¡No voy a dejarlos ahí!
Diana colocó la mano sobre el brazo de su hermana y, para sorpresa de Claire, su voz era delicada mientras le decía.
—Eres una Guardiana. Sella al… al capullo ese.
Abajo, en el hoyo, algo que en algún momento había sido el Baby de la señora Abrams ladraba mientras Dean se elevaba hacia la sala de la caldera rodeado por una nube de luces diminutas. Cuando puso los dos pies sobre el suelo y antes de que Claire ni Diana pudiesen abrir la boca para decir nada, él abrió la mano izquierda.
Brotaron dos lucecillas.
Claire extendió los dedos desde la parte de atrás de la palma. La luz final giró en el aire.
Jacques se rematerializó.
Dean tosió una vez y se tambaleó hacia adelante. Juntas, Claire y Diana lo ayudaron a bajar al último escalón, y luego Claire lo hizo girarse hasta darle la espalda al hoyo.
Sentía cómo Sara arañaba un camino de salida por su nombre, cada vez más cerca del límite de las posibilidades. Amarrando el sello fuertemente, Claire rompió todos los enlaces que quedaban excepto el de Sara.
El edificio sufrió una sacudida cuando el pentagrama, grabado en sólida roca, se deslizó hacia su propio centro. Los bordes interiores desaparecieron. Parpadeando a través del espectro visible y uno o dos colores más allá, unas palabras de llamada de cien años de antigüedad cayeron por el agujero.
—¡Claire! —estirado como el humo al viento, Jacques se esfumó hacia el infierno, atrapado en la tapadera.
Incluso aunque hubiera tiempo, al soltar la tapadera liberaría el nombre de Sara.
—No creo que… —blandiendo el poder como una espada, Diana lo hizo pasar haciendo un tajo a través del diseño en el que se había quedado atrapado Jacques.
No era sutil, pero resultaba efectivo.
Cuando los puntos saltaron hacia arriba y hacia adelante, Claire liberó su nombre.
MALDICIONES, DE NUEVO FRUSTRA…
Los cimientos sin marcar del suelo de la sala de la caldera emanaron un ligero vapor.
Diana expulsó el aire que no recordaba haber tomado.
—Uau.
Dean se puso en pie rápidamente cuando Claire se tambaleó.
—¿Estás bien?
La verdad es que ella no tenía ni idea de cómo estaba, pero un «bien» la sacaría del paso.
—Claro. ¿Y tú?
Él frunció el ceño. Hasta que Jacques había aparecido saliendo de la oscuridad, él estaba en la parte superior de la pendiente que llevaba hacia el brillo de lo que seguramente sería el fuego de los condenados, y sabía que había sido olvidado. Seguramente el infierno estaba entretenido con Sara, pero aún así…
—Dudé —dijo.
Claire sintió cómo se le curvaban los labios.
—Supéralo. Hubieras muerto para salvar al mundo. ¡Eres una persona increíble!
—¿Lo dices en serio?
Ella le tomó la cara entre las palmas de las manos y se la acercó lo bastante como para que la pudiese ver claramente sin las gafas.
—Sí, nunca había dicho nada más en serio en toda mi vida.
Los Guardianes podían mentirles con facilidad a los testigos, pero él la creía. Se le alivió la carga de culpabilidad que tenía sobre los hombros.
—Gracias —dio un paso atrás para soltarse—. Tengo que hacer una cosa.
—¡Au! —Diana se frotó el punto en el que Dean le había golpeado con la parte lateral de la bota—. ¿Por qué me has dado una patada?
Su silencio hablaba por sí mismo.
—Oh. No importa.
—Has hecho un trabajo magnífico, Claire, ¿pero estás segura de que no quieres que venga a Kingston y le eche un vistazo a la situación?
—Estoy bastante segura, mamá. El lugar está cerrado. —Claire le había hecho a la sala de la caldera todas las pruebas que se le habían ocurrido, e incluso le había permitido a Diana sugerir unas cuantas. A efectos prácticos, allí no había habido nunca un agujero que diese al infierno. Ni ninguna Tía Sara—. Dean ha llevado a Diana a la estación de tren. Se quedará con unos amigos en Toronto esta noche y se dirigirá a casa mañana a primera hora.
—Bien, estoy segura de que ese es el plan —había duda en la voz de Martha Hansen.
—No te preocupes, me ha dado su palabra de que iría directa a casa.
—¡Claire Beth Hansen! ¿Le has hecho un conjuro a tu hermana?
Claire sonrió.
—Sí.
—Bien. ¿Pero cómo lo has conseguido?
—Estuve de acuerdo con ella cuando comenzó a defenderse diciendo «bien está lo que bien acaba», y mientras estaba todavía envolviéndose de incredulidad se lo colé.
—¿Estuviste de acuerdo con ella?
Su sonrisa se hizo más amplia, y Claire le explicó.
—Tenía intenciones de echarle una buena bronca por ser tan adolescentemente arrogante al pensar que podía despertar a Sara sin consecuencias, pero entonces me di cuenta de que tenía razón. Los Guardianes van a donde se les necesita. La combinación de nosotras dos era necesaria para cerrar el lugar, así que es completamente posible que todo lo que ocurrió tuviese que ocurrir. Diana, yo, Dean, Jacques: incluso el mismo infierno tuvo algo que ver en su propia muerte al meter a un sabueso del infierno a través de la minúscula ventana de oportunidad entre la captura original de Sara y su poder utilizado para sellar el lugar temporalmente.
El teléfono se quedó en silencio.
—¿Mamá?
—Si la imprudente ignorancia de las consecuencias de Diana ha sido necesaria para salvar al mundo, será imposible vivir con ella. —Claire sintió el suspiro de su madre muy de cerca—. Aún así, espero que a tu padre y a mí se nos ocurran unas cuantas cosas que decirle cuando llegue a casa —no les habían explicado el porqué de la elección de Sara para el sacrificio, pero los padres eran perfectamente capaces de extraer sus propias conclusiones—. Has dicho que Dean la llevaba a la estación. ¿Cómo está él? ¿Será seguro que conduzca?
—Está bien, mamá. Seguro. Estaba deseando sacrificarse, ignorando completamente lo que aquello significaba y creía que al caerse ardería en el infierno para siempre. Con ese tipo de karma, podría haber simplemente caminado a través de las posibilidades hacia la luz. Si Jacques no lo hubiera encontrado tan rápido y lo hubiera traído de vuelta al sótano, creo que se hubiera puesto a limpiar aquel lugar.
—¿Qué quieres decir con que no tenía ninguna duda de que ardería en el infierno para siempre? Lleva casi un año viviendo al lado del lugar y está totalmente inafectado.
Deseaba que hubiera pasado aquello por alto.
—Ocurrió un incidente —dejando a un lado las partes en la que seguro que Diana exageraría más tarde, Claire le explicó la historia del ascensor y el novio de Faith—. Dudó.
En el otro extremo del teléfono, Martha resopló.
—Oh, por…
—Eso fue lo que le dije yo. Pero toda esta historia del sacrificio lo volvió a estabilizar. Está tan bien como si fuera nuevo.
—Ya veo —la pausa lo decía todo—. ¿Y ahora qué hará?
Claire eligió no entenderla.
—Ahora espero que se me llame a algún otro lugar. Austin dice que podría marcharme mañana, que viene ayuda de camino.
—Claire…
—Ha descendido a su última vida, ya sabes. Pero dice que no está preocupado.
—Muy bien. Si eso es lo que quieres. Dile a Austin que le queremos.
Un incómodo momento más tarde, Claire colgó y suspiró.
¿Y ahora qué ocurre?
Jacques estaba esperando en el salón. Tenía que saber que se marcharía, que no podía quedarse y que él no podía venir con ella. No iba a ser una conversación agradable.
—¿Jacques?
Él dejó de pasear y se giró hacia ella.
—Vôtre mere, tu mamá, ¿está bien?
—Está bien.
—Bon —flotando a través de la mesita de café, hizo un gesto con la mano en dirección al sofá—. Por favor, cherie. Tengo algo que decirte.
Ya que no estaba deseando decir las cosas que tenía que decir, Claire se sentó. Si escuchar era todo lo que podía hacer por él, por lo menos lo haría.
—¿Estás preparada? D’accord. —Se frotó las manos contra los muslos, un gesto de vivo que Claire no le había visto hacer nunca—. Estoy decidido, ha llegado el momento de continuar.
¿Me estás dejando tú a mí? Claire consiguió no darle voz a su reacción inicial.
Se puso serio.
—He visto el infierno y no es el lugar al que pertenezco, si no, no me habrían permitido salir. No hay suficiente maldad en mí para que me retengan —las comisuras de los labios se le retorcieron hacia arriba—. Que tú retuvieses mi corazón ayudó.
Cuando sonrió, Claire tuvo que sonreír con él.
—No era tu corazón.
—Non? Ah, bueno, pues estaba bastante cerca —dio un paso atrás y extendió la mano—. ¿Me ayudarás?
Demasiado para que su discurso sobre el cambio fuese constante. Claire destrozó sus notas mentales, se puso en pie y colocó la palma de la mano sobre la de Jacques. Los dedos de él la apretaron como humo frío.
—Por supuesto. ¿Cuándo?
—Ahora he encontrado el valor para enfrentarme a ella. He encontrado el valor para bajar al infierno a por l’âme, el alma, de Dean, que no me gusta demasiado. Creo que ya que he encontrado mi valor, debería utilizarlo, enfrentarme a lo que esté del otro lado.
—¿Quieres esperar y decirle adiós a Dean?
—No. Dile que he dicho au revoir, adieu, bonne chance y que, si no lo utiliza, lo perderá.
—Quizá deberías quedarte unos minutos más y decírselo tú mismo.
Jacques meneó la cabeza, y un mechón de pelo translúcido le cayó sobre los ojos.
—No, cherie. Ahora. Siempre ha habido, y siempre habrá, una excusa para quedarme. Dean lo entenderá. Son cosas de tíos.
—¿Cosas de tíos?
Se encogió de hombros.
—Lo escuché en Las mañanas de la CBC —con una mano todavía agarrada a la de ella, colocó la otra sobre su mejilla—. Gracias por la noche que compartimos. Creo que vi un poco el cielo en tus brazos.
—¿Crees?
—Estoy casi seguro —sonrió—. Cuando hables de mí, ¿podrías exagerar un poco? —cuando ella asintió, moviendo las mejillas arriba y abajo a través de la mano de él, se cuadró de hombros bajó su pesado jersey—. D’accord. Entonces, estoy preparado.
Claire buscó entre las posibilidades y le abrió el camino. Entornando ligeramente los ojos, dio un paso atrás para dejarle espacio.
—Simplemente, sigue la luz.
Sus rasgos casi se disolvieron en el resplandor, se apartó un paso del mundo y luego se detuvo.
—Au revoir, cherie.
—Adiós, Jacques.
—Si j’etais en vie, je t’aurais aime.
Y entonces se fue.
—¿Si hubiera estado vivo, te habría amado?
Parpadeando para deshacerse de los puntos que tenía ante los ojos, Claire intentó enfocar al gato.
Austin trepó con cuidado al banquito y se sentó.
—No ha sido una mala salida.
—¿No se supone que deberías estar descansando?
—Estoy descansando, estoy sentado.
—Deberías ir al veterinario.
—No, gracias —retorció la cola alrededor de los pies y curvó los labios bajo el extremo inferior de la venda—. Ya me han cuidado.
—¿Los ratones?
—¿Me estás llamando mentiroso?
Examinada por la mirada del ojo que le quedaba, Claire meneó la cabeza.
—No, no así. Pero debo señalar que no he visto ningún ratón.
—Tampoco has visto a Elvis.
Claire miró por encima de él, hacia el busto silencioso.
—¿Y?
—Eso no significa que no esté funcionando en un seven-eleven en algún lugar. ¿Te has ocupado de la señora Abrams?
—Piensa que Baby murió de muerte natural hace unos seis meses, y ahora que ya ha acabado de lamentarse va a conseguir un caniche. Pero ya que hablamos de este tema, ¿cuánto hacía que sabías que Baby era un sabueso del infierno?
—Lo supe desde el principio.
—Vaya, ¿y por qué no me lo dijiste?
Austin resopló.
—Soy un gato —antes de que Claire pudiese exigir más explicaciones, él echó la cabeza hacia un lado—. Ahí está la camioneta de Dean. Quizá sería mejor que te fueses a ocupar de este cabo suelto.
—El hotel es tuyo si lo quieres.
Dean se detuvo, con una mano sobre la puerta del sótano, y se giró para mirar a Claire.
—No, gracias. No lo quiero. ¿Te irás?
Ella asintió.
—Pronto. Mañana, probablemente. Austin dice que vendrá alguien por aquí.
—Así que casi sabías mi respuesta antes de preguntar.
—Casi. Pero aún así, tenía que preguntar. ¿Cuánto tiempo…?
—Supongo que esperaré hasta que aparezca alguien y ya improvisaré.
—De acuerdo. Bien. Ejem, Jacques se ha ido. Me ha dicho que te dijese adiós y que comprendieses por qué no había esperado.
—Claro.
Cuando el silencio se prolongó más allá del tiempo permitido para una respuesta, Dean asintió una vez y comenzó a bajar las escaleras.
Cuando el sonido de sus botas de trabajo se disolvió en la distancia, Claire apoyó la frente en la pared. Aquello no había ido bien. Había cientos de cosas que le quería decir a Dean, comenzando por Gracias por llevar a Diana a la estación de tren, y continuando con un Gracias por querer sacrificarte para salvar al mundo. Y en algún momento habría colado un Quizá tú y yo…
—¿Quizá él y yo qué? —se preguntó mientras volvía a la oficina y arrancaba su mochila del gancho—. ¿Podríamos ser amigos? ¿Podríamos ser algo más que amigos? —tras quitar de un tirón los cables de la impresora, los metió dentro de la bolsa—. Es un tipo extraordinario. Quizá no sea inteligentísimo, pero es bueno, amable, guapísimo, tolerante… —la impresora siguió a los cables—… por no mencionar que está vivo.
Quizá había tenido la extraña oportunidad que pocos Guardianes tenían en algún momento y, por alguna razón, orgullo o flagrante estupidez, la había dejado pasar.
¿Y ahora qué ocurrirá?
El lugar estaba sellado.
Ella se marchaba.
Él se marchaba.
Aquello había terminado.
Tras doblar cuidadosamente unos vaqueros por las costuras, Dean los colocó dentro de su bolsa de hockey. Quería estar listo lo antes posible después de que llegase alguien.
Austin dice que vendrá alguien por aquí…
Nunca había sido capaz de mirar al gato sin maravillarse. Por lo demás, bueno, volvía a saber quién era, así que el resto no importaba.
Una pila de calzoncillos blancos, también cuidadosamente doblados, se colocó al lado de los vaqueros. Habían quedado muchas cosas sin decir en lo alto de las escaleras, en el pasillo. Claire tenía un aspecto frío y distante, pero también se retorcía un mechón de pelo con el dedo. Dean tuvo que sonreír ante aquella combinación mientras añadía un par de calcetines a la bolsa.
Diana no había parado de darle consejos en el camino a la estación. No había comprendido más o menos la mitad de ellos. No importaba demasiado.
Claire se iba.
Él se iba.
Por lo menos no le había ofrecido reorganizar sus recuerdos. Había luchado para recordar las últimas ocho semanas.
—¿Qué carajo le has hecho a mi hotel?
Claire, que estaba esperando en la oficina, se quedó mirando a Augustus Smythe, abrió y cerró la boca y finalmente consiguió emitir un asombrado:
—¿Tú?
—¿Qué otra persona querría dirigir esta ratonera?
—Pero…
—Antes había un agujero que daba al infierno en el sótano. Este tipo de cosas tienen que monitorizarse —se sacó la gabardina y la tiró encima del mostrador—. Dicen que me he retirado, con la pensión completa por los años de servicio cumplidos, pero yo sé más —frunció las cejas peludas y miró las reformas a su alrededor—. Así que abriste el ascensor, ¿has perdido a alguien?
—No.
—¿Lo has probado desde que se cerró el agujero?
—No, pero…
—No importa. Convenceré a la arpía de la casa de al lado para que se suba —para asombro de Claire, se alisó el cabello hacia atrás y sonrió. Un momento después, la sonrisa se transformó en la acostumbrada mueca—. ¿Y bien? ¿No tienes otro lugar a dónde ir?
Ahora que lo decía, sí.
Las llamadas se hicieron más fuertes mientras se colocaba la mochila y abría el transportín para que entrase Austin. Cuando buscaba la maleta, se detuvo, se estiró y decidió que Jacques tenía razón. Siempre hay una razón para retrasar las cosas.
Volvió a buscar la maleta, se la pasó a la mano izquierda y cogió el transportín del gato con la derecha.
—Dile a Dean adiós.
Y entonces se marchó, ignorando el murmullo de «idiota», que podría proceder tanto del Primo como del gato.
Las llamadas la hicieron dirigirse hacia el oeste. Pasó el parque, el hospital y el desvío hacia una casa en la que Sir John A. MacDonald, el primer ministro de Canadá, había vivido poco tiempo antes de meterse en política.
El viento de noviembre, frío y húmedo, soplaba en el lago, haciendo que los dedos se le quedasen agarrotados alrededor de las asas de su equipaje. En el momento en el que alcanzó las luces del Bulevar de Sir John A. MacDonald, decidió que las llamadas la estaban llevando más lejos de lo que quería caminar. Incluso la habían puesto de mal humor y hacían que se sintiese vagamente culpable de casi todo.
—¿Necesitas que te lleve?
Él no resultaba totalmente inesperado.
Frunciendo el ceño, Claire se giró hacia la camioneta.
—No sabes a dónde voy.
Inclinándose sobre el asiento delantero, con el brazo sobre el hueco de la ventana abierta, Dean se encogió de hombros.
—¿Y?
—¡Sube! —el transportín del gato se balanceó en la mano de Claire cuando Austin cambió su peso de lugar—. Se me está congelando la cola aquí fuera.
—Tú le dirás hacia dónde nos dirigimos.
—¿Qué parte de «sube» no entiendes? —le espetó sacando una pata por la reja más amplia de la parte delantera del transportín.
Había gente cruzando la calle en dirección a ella. Unos metros más y estaría lo bastante cerca como para escuchar.
Claire subió a la camioneta.
Se colocó el cinturón de seguridad.
Cuando Dean metió la marcha y arrancó hacia el cruce, abrió la parte superior del transportín lo suficiente para que saliese Austin.
—¿Y qué viene después? —preguntó Dean.
Claire se encogió de hombros y se retorció para colocar el transportín detrás del asiento, con la maleta.
—No lo sé.
Todavía había muchas cosas que tenían que ser dichas.
—¿No sabías que la velocidad límite en esta calle es de cuarenta kilómetros por hora?
Y muchas que no tenían que ser dichas.
Dean asintió.
—De acuerdo. Pues improvisaremos.
—Has estado en el infierno —le espetó Austin mientras se estiraba sobre el regazo de Claire—, deberías estar a la altura.
¡EH! ¿QUIÉN HA LIMPIADO EL SULFURO?