DOCE

El profesor Jackson era un hombre de estatura media que pretendía ser alto. Bajo un sombrero que había estado de moda por última vez en los años cuarenta, llevaba el mentón alto y el peso cargado sobre la parte delantera de las plantas de los pies. Había algo en él que a Claire le sugería que sería un oportunista, aunque un rápido vistazo sobre el mostrador únicamente le mostró un maletín de nailon gris completamente normal.

—¿Soy el único huésped? —preguntó mientras firmaba el libro de registro con una rúbrica perfecta.

—En este momento. —Claire dejó caer la llave de la habitación uno sobre su mano extendida—. En el siguiente piso, gire a la izquierda a lo alto de las escaleras.

Una mirada expectante vagó por su equipaje y después por todo el recibidor, pasó por encima de Austin pero se detuvo durante un instante en Claire. Al no obtener respuesta por parte de ella, suspiró de forma exagerada, cogió la maleta y comenzó a subir las escaleras.

Tras escuchar cómo se cerraba la puerta del profesor, Austin abrió los ojos.

—¿Por qué no te gusta?

—No lo sé. Quizá sea porque Baby siente una extraña aversión por él.

—Eso sólo sería extraño si a Baby le gustase realmente alguien.

—Tienes razón. —Claire se quedó mirando fijamente la firma del profesor y dibujó el bucle de la «J» con un dedo. A no ser que fuese uno de esos extraños no políticos que se creían sus propias mentiras, aquellos eran su nombre y profesión reales—. No puedo evitar pensar que es peligroso.

—¿Cómo?

—Eres el gato, me lo dirás tú.

Austin se limpió el hombro pensativamente.

—Parece que tuviera unos cincuenta y muchos años.

—¿Y eso?

—Diez años menos que la señora Abrams.

—¿Y qué quieres decir con eso?

—¿Es que te lo tengo que deletrear? Él tiene diez años menos que ella. Él es más joven. Ella es mayor. Son…

Claire entrecerró los ojos.

—No me importa.

—¿Es que te quieres convertir en una vieja reclusa solitaria? —preguntó Austin mientras meneaba hacia adelante y hacia atrás la punta de la cola.

—De acuerdo. Dejemos esto claro de una vez por todas —tamborileó con las uñas sobre el mostrador—. Me gusta Dean. Es un hombre agradable y es muy atractivo. En circunstancias normales, en las que yo vendría aquí y luego me largaría cuando el trabajo estuviese hecho, podría considerar, en caso de que él quisiera, un breve coqueteo físico.

—¿Un coqueteo?

Ignorando la diversión del felino, Claire continuó.

—Pero yo ahora no me voy a ir a ningún lado, y él apenas tiene veinte años. No se conformará con ser jefe de cocina y friegaplatos para siempre.

—¿Así que vas a desistir ahora sólo porque no podrás tenerlo para siempre?

—No he dicho eso.

—¿Así que querrías acostarte con él y después largarte, pero no querrías hacer extensiva a él la misma cortesía?

—En realidad no he dicho eso.

—Así que el problema es que en realidad quieres al que no puedes tener.

Claire se quedó mirando al gato durante un buen rato. Abrió la boca dos veces para decir algo, cualquier cosa, pero las palabras no le salían. Al final se dio la vuelta y se marchó.

Cuando la puerta de su salón se cerró tras ella, Austin se estiró sobre el mostrador.

—¿Qué iba a hacer sin mí?

—La puerta principal se cierra a las diez y media.

—¿Por qué?

—¿Perdón?

El profesor Jackson se quedó mirando a Claire fijamente y con expresión interrogante.

—¿Por qué cierran la puerta principal a las diez y media? ¿Por qué no a las diez? ¿O a las once? ¿O a las diez y cuarenta y cinco? No lo sabe, ¿verdad? Siempre lo ha hecho así. La mayoría de la gente pasa por la vida sin darse cuenta de lo que hay a su alrededor. Si pudiese mostrarle el mundo tras sus lastimosas pequeñas rutinas diarias, vaya, se sorprendería.

—¿Sí?

—Se sorprendería —repitió—. Volveré antes de las diez y media.

—No puedo evitar preguntarme —dijo Claire cuando la puerta principal se cerró tras él— de que será profesor exactamente.

—Algún tipo de filosofía —respondió Dean, que entró en el recibidor mientras terminaba de hablar—. Tiene un puesto en una eminente universidad suiza.

—Eso explica su acento.

Dean pareció confundido.

—¿Qué acento?

—Exactamente. Seguramente nunca haya estado más cerca de Suiza que un paquete de chocolate instantáneo. Siento curiosidad, ¿cómo lo has sabido?

Sin estar más cerca de comprenderlo de lo que estaba antes, Dean se encogió de hombros y continuó.

—La señora Abrams me paró cuando subía por el camino de entrada para preguntarme si el profesor estaba bien.

—¿Cuando subías por el camino de entrada?

Asintió.

—Salió por la ventana. Tuve que pararme o la cabina de la furgoneta le hubiera arrancado la cabeza. Estaba, ejem… —hizo una pausa, inseguro sobre cómo describir la encrespada visión de su cabello más naranja y más levantado de lo que lo había visto nunca.

—¿Estaba qué? —preguntó Claire—. ¿Pesada?

—No. Bueno, sí. Pero también arreglada.

—¿Eso es todo?

Dean asintió. Era una descripción escasa, pero servía. Se estremeció ligeramente e intentó hacer todo lo posible por olvidarla.

Consciente de que Austin aparentemente dormía al otro extremo del mostrador y de que Jacques estaba mirando un rodeo en la televisión de su salón, intentó no sonar forzada al preguntar:

—¿Has pasado una buena tarde?

—Claro —al ver que ella parecía estar esperando más información, añadió—. He ido a ver a mi amigo Ted. Hemos revisado las bujías y tomas de corriente y hemos cambiado el aceite por uno para el invierno.

Ya que ella no tenía ni idea de a qué se refería, le pareció más seguro emitir un sonido no comprometedor.

—¿Me necesitas para algo?

—No —cuando él se dio la vuelta para marcharse, ella dijo—. Bueno, a no ser que, si quieres, podríamos pedir una pizza y ver los tres juntos una película esta noche.

—¿Los tres?

—Cuatro contando a Austin, pero perderá el interés si nadie le da de comer.

—¿Pizza y peli?

—Bueno, Jacques no comerá. Sólo es que he visto un anuncio en el periódico de una pizzeria en Johnson en la que también se alquilan vídeos, así que te pueden traer las dos cosas a casa. Juntas —sabía que estaba dando demasiadas explicaciones, pero no parecía poder parar—. Sólo es que he pensado que en vez de cocinar quizá te apetecería estar con nosotros.

Hacernos de carabina, tradujo una vocecilla en su cabeza. No venía del infierno, pero tampoco tenía porqué.

—Claro.

Aunque esta vez aquel claro significaba si no hay más remedio. Claire había comenzado a aprender el dialecto.

—¿Qué pasa?

—Nada. Sólo es que dan un partido en…

—No pasa nada —se preguntó brevemente de qué deporte, luego desestimó la pregunta por tener escasa importancia—. Podemos ver el partido.

Su sonrisa se iluminó.

—Genial. ¿Doble de queso, pepperoni, champiñones y tomates?

—Estaría bien.

—Voy a colgar la chaqueta y llamo.

Mientras bajaba las escaleras miró la tarjeta de visita.

Tía Claire, Guardiana.

Tu accidente es mi oportunidad

(y eres tan bueno adivinando como yo)

Mientras se estiraba de espaldas, con las cuatro patas en el aire, Austin abrió un ojo cuando Claire se puso a tamborilear con las uñas en el mostrador.

—No estás engañando a nadie, ya lo sabes.

—Piérdete.

Cuando la primera parte se acercaba al final de los veinte minutos permitidos, Claire mordisqueaba un trozo de corteza de pizza mientras se preguntaba qué sería exactamente lo que pensaba que estaba haciendo. Aunque Jacques en principio se había resentido a la intrusión de Dean en su noche, una interesada conversación sobre cómo había cambiado el hockey desde su muerte lo había ablandado considerablemente. Tras un intento infructuoso de comprender los fundamentos del hockey sobre hielo, Claire había desistido y desconectado.

Si no quería quedarse a solas con Jacques, lo único que tenía que hacer era retirar su ancla del salón, una solución bien sencilla que nunca se le había ocurrido. ¿Por qué no?

—¿Por qué no qué, cherie?

—¿He dicho eso en voz alta?

Oui.

Miró a Dean, que asintió. Aquello no era bueno. Para una Guardiana que estaba trabajando, la línea entre la consciencia y el subconsciente tenía que mantenerse claramente definida. Por suerte, Montreal eligió aquel instante para marcar, y al final de aquella parte todo el mundo había olvidado la conversación excepto Claire. Y Austin.

—Parece como si las cosas estuviesen llegando a un punto crítico —murmuró bajo la cobertura de otro anuncio de cerveza—. Tendrán que resolverse tarde o temprano.

—Ya se han resuelto. Demasiado joven y demasiado agradable, y demasiado muerto.

—La muerte es algo relativo.

—No lo es.

—En ese caso, ¿puedo tomar un poco de pizza?

—No.

—¿No qué, jefa?

Antes de que ella pudiese responder, escucharon cómo se abría la puerta principal. Austin se estiró y apretó el botón de silencio en el mando a distancia de la televisión.

—¿Qué? —preguntó mientras volvía a guardar la pata bajo el collar—. ¿Estáis intentando decirme que no queréis saber si está solo?

No lo estaba.

—Fíjese ahora en las piernas, profesor. Son de buena calidad. Sólo tengo cosas de buena calidad, pero ya no son tan jóvenes como lo fueron en otros tiempos, ya sabe, y no quiero dejarlas y un día ir a utilizarlas y descubrir que se han combado.

Ante el inconfundible sonido de la voz de la señora Abrams, Jacques se desvaneció suavemente, mientras murmuraba.

—Hay alguien para todo el mundo. C’est legitime, es cierto lo que se dice —estaba lo bastante afectado como para no añadir un entendre.

Austin metió una pata dentro del fantasma.

—Sal al recibidor y mira de qué están hablando.

—Claire me dijo que no podía espiar a los huéspedes.

—¡Pues espía a la vecina!

Comenzó a desmaterializarse, luego se lo pensó mejor y miró a Claire.

—Adelante.

—Jacques, no lo hagas —la mano de Dean pasó a través de un brazo etéreo—. Tienen derecho a tener su intimidad.

—Jacques, ve. O subirán arriba y nunca lo sabremos.

Volviéndose hacia Dean, Jacques extendió las manos en un gesto que indicaba claramente de qué lado de la discusión se había puesto y se desvaneció.

—No me digas —le advirtió Claire a Dean antes de que este pudiese hablar— que no sientes curiosidad, porque no te creeré. ¿Piernas de buena calidad?

—Bueno, para una mujer de su edad… —su voz se detuvo en seco cuando reapareció Jacques.

—Llevan una mesita plegable.

—¿Una mesa de jugar a las cartas?

—No veo cartas, pero de madera y cuadrada, así —extendió las manos con una anchura un poco mayor que la de sus hombros.

—¿La mesa?

Oui.

—Van a jugar a las cartas. —Claire sabía que no tenía derecho a sentirse aliviada, pero un juego de cartas era bastante menos inquietante que lo que había estado imaginando. Contrólate, Claire. Las viejas pesadas tienen el mismo derecho a tener vida sexual que tú…

—Estoy contento de que la señora Abrams tenga un amigo con el que compartir sus intereses —dijo Dean alegremente mientras buscaba el mando a distancia, ya que comenzaba la segunda parte.

Con una amplia sonrisa, Jacques puso los ojos en blanco. Uno se le cayó sobre el borde de la mesita de café.

… o quizá más.

Cuando en el reloj todavía faltaban ocho minutos para el segundo descanso, Claire sintió que se le ponían de punta los pelos de la nuca.

—Está pasando algo.

—Montreal tiene ventaja —explicó Dean—. Nueva Jersey ha sido penalizado por tener el palo en alto, así que tienen un hombre menos en el hielo. Sólo van un gol por delante, así que Montreal quiere aumentar la ventaja.

—No me refería a eso. —Claire se levantó del sofá y se puso en pie—. Austin…

—Sí, yo también lo siento —con la cola de un tamaño el doble de lo normal, bajó al suelo de un salto, respirando a través de la boca entreabierta.

—Viene de dentro del hotel.

—¿De la sala de la caldera? —preguntó Dean con los ojos fijos en la televisión. Montreal tenía la posesión del disco. El infierno podía esperarse veintitrés segundos más.

—No, no viene de la sala de la caldera, ni tampoco de ella.

—Eso es bueno.

—No, eso es malo. Una fuente de poder no identificada en este edificio no puede ser buena.

—Claire. —Jacques se quedó mirándola a través de la línea translúcida de su mano—. Me estoy desvaneciendo.

Ella estaba a punto de decirle que parase de desvanecerse cuando estalló el pánico que rondaba en su declaración.

—¿No estás haciéndolo a propósito?

Non.

—Medium.

Cómo había conseguido Austin silbar una palabra que no contenía ninguna sibilante era algo de lo que Claire no tenía ni idea ni tampoco tiempo para investigarlo.

—El profesor Jackson. No están jugando a las cartas, están haciendo espiritismo y algo está yendo mal, ¡vamos! —corrió hacia la puerta, con el gato pegado a sus talones.

El timbre sonó al final de la posesión y la atención de Dean se liberó.

—¡Eh! ¿A dónde vais?

—¡A salvar a Jacques!

Los atrapó en el despacho.

—¿De qué? —preguntó mientras los cuatro, con Jacques casi transparente, cruzaban el recibidor.

—El profesor Jackson es médium —le dijo Claire mientras comenzaba a subir las escaleras a toda velocidad—. Un médium de verdad, no de los falsos. Son escasos, gracias a Dios. Tienen poder sobre los espíritus.

Comme moi? —su voz se desvanecía con él.

—Sí, como tú —se saltó un escalón y habría caído si Dean no la hubiese agarrado por un brazo—. Gracias —tras irrumpir en el pasillo del segundo piso, golpeó con el puño la puerta de la habitación uno—. ¡Señora Abrams! ¡Profesor Jackson! ¡Dejen lo que están haciendo y abran la puerta! ¡Ahora!

Cherie… —con una mano extendida hacia ella, Jacques desapareció.

—¡No! —girando rápidamente buscó las posibilidades para obtener poder, pero antes de que pudiese arrancar la puerta de cuajo, Dean dio un paso atrás y clavó la suela de su bota en la cerradura. El efecto fue el mismo.

El profesor Jackson estaba de pie en el medio de una vorágine de diminutas luces brillantes, bailando sobre un viento desenfrenado. Decir que estaba de pie no era algo completamente exacto, ya que sus pies colgaban a quince centímetros del suelo. Sentada en una esquina de la cama, con la mesa de cartas sobre las rodillas, la señora Abrams lo miraba con los ojos inmensamente abiertos, con una mano sobre la boca y espantando las luces con movimientos de la otra.

—¿Qué está ocurriendo? —a pesar de que el pasillo estaba en silencio, Dean tuvo que gritar para hacerse oír desde una distancia de un paso en el exterior del umbral.

—Parece que Jacques es más de lo que puede manejar.

Dean abrió mucho los ojos.

—¿Jacques lo está atacando?

—Jacques no está haciendo nada. El profesor ha comenzado algo que no puede controlar.

—¿Entonces dónde está él?

—¿Quién?

—¡Jacques!

Claire movió una mano en dirección al profesor Jackson.

—Está en esas luces. ¡Puede que incluso alguna parte de él esté en el profesor!

—¡Connie! —el chillido de la señora Abrams atravesó el ruido ambiental como un vegetariano atravesaría el tofu—. ¡Tienes que hacer algo!

Lo cual era cierto.

—¡Dean! ¡Intenta que la señora Abrams se calme!

—¿Y mientras tú qué harás?

—¡Rescatar a Jacques!

—¡Ten cuidado! —con el cuerpo inclinado en un ángulo de casi cuarenta y cinco grados, se abrió paso hacia la cama luchando contra el viento.

—¡Es el poder residual que queda de cuando ella le dio carne! —con las orejas aplastadas contra la cabeza, Austin se había metido en el ángulo entre el suelo y la pared, con las uñas profundamente enganchadas a la alfombra. Se quedó mirando a Claire con los ojos entrecerrados—. ¿Podrás volver a traerlo?

—¡Eso creo! —en busca de calma, Claire se echó rápidamente hacia adelante, arrastrando los pies y sin perder en ningún momento contacto con el suelo. Al pesar más o menos la mitad que Dean, no podía arriesgarse a salir volando. A una distancia del profesor un poco más corta que un brazo, marcó su punto en el suelo y comenzó a girar. Al principio se movía lentamente, apenas conseguía mantener el equilibrio; después el poder la levantó y comenzó a tomar velocidad mientras se elevaba en el aire. La habitación giraba cada vez más rápido, hasta que las paredes comenzaron a difuminarse y los diminutos puntos de luz se salieron de sus órbitas alrededor del profesor Jackson. Oh, cielos, desearía no haber tomado el tercer trozo de pizza

—¡Catherine! ¿Qué te crees que estás haciendo? ¡Tienes que salvar al profesor!

—¡Lo está intentando, señora Abrams! —Dean no estaba completamente seguro de que la señora Abrams lo hubiese escuchado.

Mientras Claire adquiría velocidad, los vientos se habían doblado en intensidad. Se agachó cuando la lámpara de la mesita de noche salió volando con el cable colgando. La mesita la seguía de cerca. Apoyado sobre una rodilla al lado de la cama, se sintió horrorizado al notar que comenzaba a moverse. Echándole las posibles consecuencias, como si pudiese ser así, al viento, se tiró al suelo al lado de la mujer mayor, la agarró por la cintura con un brazo y bloqueó el maletín volador del profesor con la otra. Bajo él la cama se combaba y se retorcía, intentando deshacerse del peso que la mantenía en el suelo.

La mesita de jugar a las cartas no se movió en ningún momento. La llama de la única vela tampoco vaciló en ningún momento.

Incluso tras la protección de las gafas, el viento le arrancaba la humedad de los ojos. Con los párpados apenas abiertos, Dean vio cómo las lucecitas abandonaban al profesor y se trasladaban para rodear a Claire. A veces solas, a veces en grupitos, dibujaron un ocho alrededor de las dos figuras giratorias y después se asentaron en su nueva órbita. Cuando todas las luces se hubieron movido, incluyendo algunas dolorosamente arrancadas de debajo de la piel del profesor, respiró con alivio y casi lo acaba golpeando un gastado juego de afeitado de cuero que había sido absorbido del cuarto de baño hacia el embrollo.

Todavía no había acabado.

Ahora las luces habían comenzado a orbitar en una nueva posición, a igual distancia de ambos giradores. Era el tercer punto de un triángulo. De nuevo trazaron una única figura de un ocho y luego comenzaron a girar en su sitio.

La cama se levantó, diez centímetros, doce, catorce, después volvió a caer golpeando el suelo.

Una forma familiar comenzó a moldearse en el centro de las luces. Y después las luces comenzaron a girar en una espiral hacia dentro.

Con los músculos en tensión, Dean consiguió mantener de alguna forma a la señora Abrams en la cama. O por lo menos pensó que ella protestaba, ya que no podía escuchar nada de lo que gritaba por encima del rugido del viento, los latidos de su corazón y el crujido de los talones de ella contra las espinillas de él.

Uno a uno los cajones fueron extraídos del escritorio.

Con cada luz que desaparecía Jacques se volvía más definido.

Dean frunció el ceño. Demasiado definido.

—¡Claire! ¡Su ropa!

Ella no parecía escucharle, pero quizá la ropa llegase al final.

Más y más luces eran absorbidas hasta que sólo quedaban unas pocas. Jacques parecía más sólido de lo que había parecido nunca.

Dean bajó la mirada. Casi suelta a la señora Abrams del shock, hasta que recordó que la fuerza del giro de Jacques tenía que estar distorsionando la realidad.

La última luz se deslizó bajo el brazo izquierdo de Jacques.

No ocurrió nada. Los tres cuerpos continuaron girando. El viento continuó aullando.

A pesar de que era difícil decirlo con seguridad, ya que su cara parpadeaba dentro y fuera de la luz, Dean pensó que Claire fruncía el ceño. Tenía el dedo índice de la mano derecha curvado hacia arriba para llamarlo imperiosamente.

Una última luz, casi demasiado pequeña para verla, salió del profesor, dibujó un círculo alrededor de Claire y golpeó a Jacques justo entre los ojos, que se abrieron.

El viento cesó.

La llama de la vela se apagó.

—… miembro de las Hijas del Comité Parlamentario, y si no detienes esto ahora mismo, hablaré con mi diputado! —el ultimátum de la señora Abrams resonó en el súbito silencio—. Bueno —sacudió la cabeza, y la superficie lacada de su cabello crujió contra el mentón de Dean—. Esto está mejor.

En la confusión de los tres cuerpos y diversos muebles que golpeaban el suelo, Dean consiguió cruzar la habitación hasta llegar al lado de Claire antes de que la señora Abrams pudiese reaccionar ante su presencia. Uno de los cajones del escritorio le rebotó en el hombro izquierdo, pero lo consideró una magulladura de escasa importancia comparado con ser atrapado con el brazo, que no había sido invitado, alrededor de la cintura de ella. Podría agradecerle que la mantuviese fuera del remolino, pero no parecía haber muchas posibilidades de que aquello ocurriese.

—¡Claire! ¿Estás bien?

—Estaré bien cuando la habitación deje de dar vueltas —murmuró.

—La habitación no se está moviendo.

—Eso lo dices tú —pero abrió los ojos y levantó un brazo—. Ayúdame a sentarme.

—¡Candice! ¡Exijo una explicación inmediatamente!

Claire tenía la espalda apoyada sobre el brazo izquierdo de él, y cambió el peso al pecho de Dean.

—Señora Abrams —suspiró—. VÁYASE a dormir —hicieron una mueca al mismo tiempo ante el ruido que emitió otro cuerpo al golpear el suelo—. Vuélvela a colocar en la cama, Dean, por favor.

El calor de su suspiro había atravesado el tejido hasta la piel.

—¿Dean?

La soltó a regañadientes.

—Pero tú…

—Estoy bien. No pasa nada que una pequeña vomitona no pueda curar —tras agarrar una papelera abollada de debajo de la lámpara y abrazarla, le sonrió lánguidamente—. No pasa nada.

—¿Puedo ayudar, cherie?

Aquello no era algo a lo que Dean pudiese enfrentarse de rodillas. Se puso en pie, después se giró y se encontró a Jacques retorciéndose para meterse en un albornoz de franela a cuadros rojos y grises. La realidad, se dio cuenta cuando la prenda se cerró, parecía haber vuelto a sus proporciones normales.

—Ayuda a Dean —le dio instrucciones Claire desde el suelo—. Yo me levantaré y miraré cómo está el profesor.

—Pero, cherie

—Ya lo sé. Pero no hasta que no haya arreglado este lío.

A punto de añadir su protesta a la de Jacques, de repente Dean se dio cuenta de que mientras el fantasma, o lo que fuese ahora, estuviese con él, no estaría con Claire.

—Venga —hizo un movimiento con la cabeza en dirección a la cama—. Cógela por los pies.

Cherie

—Ahora no.

Cuando Claire comenzó a arrastrarse hacia el profesor, Jacques se encogió de hombros y, acariciando el tejido con ambas manos, siguió a Dean.

Austin ya se había acercado y hecho un diagnóstico preliminar del cuerpo repanchingado del profesor Jackson cuando llegó Claire.

—Le cuesta respirar.

—Tiene un gato de cinco kilos sentado sobre el pecho.

—Tengo los huesos grandes —la corrigió Austin saltando remilgadamente al suelo—. Creo que se le han fundido un fusible o dos.

—Se lo ha merecido —tras dejar a un lado la papelera, Claire se inclinó sobre el profesor y le levantó el párpado izquierdo entre el pulgar y el índice.

—¿Así que darle carne a Jacques era la única solución?

—Si se te ocurre a ti otra mejor…

—¿A mí? Oh, no.

Tras dejar que el ojo se cerrase con un audible chasquido, Claire miró al gato. Los rastros de la matriz que la Tía Sara había creado para darle carne a Jacques habían sido los causantes del problema, y resultaba lógico, por lo tanto, utilizar aquellos mismos rastros para resolverlo. No se le podía haber ocurrido una solución más rápida ni más eficiente. Aquella era su historia, e incluso en la relativa privacidad de su propia mente, se aferraba a ella.

—¿Qué quieres decir?

—¿Yo? Nada —cuando la cabeza del profesor se inclinó suavemente hacia él, Austin estiró una pata y la empujó para volver a colocarla en su sitio—. ¿No sería mejor que prestases atención a lo que estás haciendo?

Con los dientes apretados, Claire tomó poder con cuidado. Un momento después, el profesor Jackson gimió y abrió los ojos.

—¿Dónde estoy? —preguntó en un suspiro.

En diez años como Guardiana activa, sólo una persona había preguntado una cosa diferente al volver a la consciencia, y ya que «vuélvelo a hacer» era en realidad una declaración, Claire siempre había asumido que no contaba.

—No importa —dijo mientras le frotaba los ojos para cerrárselos—. Duerme.

Cuando también él fue depositado en la cama, a una distancia respetable de la señora Abrams a pesar de las protestas de Dean y las sugerencias alternativas de Jacques, Claire les pidió a los dos hombres que saliesen de la habitación.

Cherie, no tenemos demasiado tiempo.

—Lo sé, pero te he dado carne para salvarte y para salvarlo a él —añadió haciendo un gesto hacia la cama—, no para… ejem… —muy consciente de la presencia de Dean, no pudo acabar, pero cuando Jacques la cogió del brazo y le dio la vuelta lentamente para colocarla frente a él, no pudo resistirse. Sus dedos, que le acariciaban ligeramente la mejilla, estaban fríos. Tenía la boca retorcida en una sonrisa que para ella era difícil resistir. Cuando separó los labios, ella imitó el movimiento.

—¡Au! ¡Austin!

—Puedo recordarte —dijo mientras ella se tambaleaba hacia atrás, y se hubiera caído si tanto Jacques como Dean no la hubieran agarrado por el brazo— que los cuerpos que ya están en la cama necesitan que los atiendan: hay recuerdos que hay que cambiar.

—Iba a…

—Por favor, no me des detalles. Limítate a ocuparte de esos dos primero.

Con los labios presionados en una delgada línea, se soltó e hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta.

—Bien. Todo el mundo fuera.

Ni tan siquiera Jacques discutió.

—Tómatelo con calma —le dijo pensativamente a Dean cuando la puerta se cerró tras ellos.

Dean se encogió de hombros. No se sentía tranquilo. No sabía cómo sentirse.

—Tú tampoco pareces muy afectado —señaló mientras seguían a Austin escaleras abajo—. Si no fuera porque caminas de una manera tan cuidadosa…

—No estoy acostumbrado a sentir el suelo.

—… y no paras de tocarte.

Jacques se estiró cuan largo era, lo cual resultaba, con ambos pies sobre el suelo, bastante más bajo de lo que había sido.

—¿Hago yo comentarios personales sobre ti, anglais?

—Lo siento —con las orejas rojas, Dean hundió las manos en los bolsillos delanteros de los vaqueros—. Así que, ejem, ¿y ahora qué hacemos?

—No lo sé.

—Yo sí —tras saltar los tres escalones que quedaban para llegar al recibidor, Austin se giró y los miró—. Si olvidamos por el momento que uno de vosotros está muerto y el otro no, y no queremos tomar prestados problemas ajenos ya que ninguno de nosotros tiene ni idea de cómo va a acabar esto, creo que deberíais darle de comer al gato.

—¿No quedaba medio trozo de pizza? —preguntó Claire mientras se dejaba caer en el sofá casi dos horas más tarde—. Estoy muerta de hambre.

Desde el otro extremo del sofá, Austin abrió un ojo.

—Dejé que se lo llevasen los ratones —dijo—. Pensaba que nadie lo quería.

Claire se pellizcó el puente de la nariz con una mano y apartó la información con la otra. Ratones. Bien. Lo que fuese.

—¿Dónde están los chicos?

Yo estoy aquí —Jacques emergió del dormitorio, jugueteando con el cinturón del albornoz del profesor—. Había olvidado cuántas sensaciones hay en el mundo, nuevas, viejas…

Entonces se abrió la puerta del cuarto de baño y salió Dean, con las gafas en una mano y las puntas del cabello húmedas. Claire abrió y cerró la boca un par de veces, pero de ella no salió ningún sonido.

Las orejas de Dean se pusieron coloradas mientras se empujaba precipitadamente las gafas hacia su lugar.

—Lo siento, Claire. He utilizado tu toalla. Sólo era que se estaba haciendo tarde, y el partido acaba de terminar y estaba esperándote…

—¿El partido?

Oui. Hockey con patos —explicó Jacques con los labios curvados.

—Hockey —repitió Claire.

Austin rio por lo bajo.

—Sé en qué nuevas sensaciones estabas pensando.

—Cállate.

—Alguien tiene una mente suc…

Agarrándolo para colocárselo en el regazo, le puso una mano sobre el hocico.

—También hay alguien que es un animalico —le recordó.

El sonido de unas voces en el recibidor distrajo su atención.

—La señora Abrams se va —explicó Claire mientras se cubría la boca al bostezar—. Recuerda una adorable sesión de espiritismo durante la que el profesor Jackson se puso en contacto con el fantasma del joven que ella había visto en la ventana de la habitación dos de niña, y más recientemente en el comedor, y en el recibidor, y de nuevo en la ventana de la habitación dos.

Jacques hizo una mueca mientras su voz se iba elevando al acercarse al final de la lista.

—Lo siento, cherie. Creía que ella me ve a mí sólo una vez.

—¿Creías que te había visto y no me lo dijiste?

—No pensé que fuese importante.

—Si lo hubiera sabido, podría haber evitado que ocurriese todo este incidente.

Oui, pero entonces yo no tendría carne.

Claire decidió evitar el tema durante unos instantes más y continuó adelante sin tan siquiera detenerse.

—Bueno, ahora ella piensa que te has ido felizmente a tu descanso final, que has pasado a la luz, así que… —consiguió suficiente poder como para pincharle un dedo al fantasma—… ¡mantente alejado de las ventanas!

—Lo haré.

—Y si resulta que te ve por accidente…

—Te lo diré, inmediatement.

—Bien —bostezando, Claire volvió a hundirse en el sofá—. Lo más divertido es que yo no soy la primera Guardiana que le desordena la cabeza. Hay todo un apartado de recuerdos previos que han sido radicalmente cambiados.

—El señor Smythe me contó que lleva viviendo en la casa de al lado toda su vida —explicó Dean—. Decía que antes se llamaba Pensión Groseter, y que el señor Abrams era un inquilino que no se largó lo bastante rápido y se quedó aplanado —cuando Claire levantó la cabeza para mirarlo, se encogió de hombros como disculpándose—. Eso era lo que decía el señor Smythe. De todas formas, ella siempre está diciendo que las cosas no son como eran cuando era niña. Quizá andaba por ahí fisgando y vio cosas que no debería haber visto.

—¿Quieres decir aparte de Jacques?

Al no conllevar una exhalación real, el suspiro de Jacques perdió énfasis, pero lo arregló con otros detalles secundarios. Inclinándose sobre la parte trasera del sofá, escondió un rizo tras la oreja de Claire.

—Siento que la vieja te causa problemas, cherie, pero llevo mucho tiempo muerto y no es sorpresa que alguien me vea.

—No me sorprende —comenzó a moverse para que él la tocase mejor y, cuando se dio cuenta, apartó la cabeza bruscamente.

Él sonrió.

Oui.

—Creo que… —levantó la mano y volvió a colocar el rizo donde estaba—. Creo que seguramente entró en la sala de la caldera, quizá estuviese siguiendo a la Guardiana.

—¿A ella? —preguntó Dean señalando con el pulgar hacia la habitación seis.

—Seguramente al Tío que fuese. Durante los meses que ella fue la Guardiana aquí, la señora Abrams era una adolescente, demasiado mayor para andar fisgando en el sótano… —otro bostezo cortó la última palabra—… de los vecinos.

—Es hora de irse a la cama, cherie.

Dean se puso en pie bruscamente.

—Sí, yo, eh, debería bajar, ejem, abajo —incapaz de decir lo que quería decir, y sin estar completamente seguro de qué sería, no parecía ser capaz de formar una frase coherente—. Es que, ejem, ha sido un día, esto, largo —notó cómo la sangre se le subía a las mejillas y mientras deseaba que la tierra se abriese y se lo tragase, se dirigió a la puerta.

—Dean, espera.

Con un pie en el despacho y el otro todavía en la habitación de Claire, esperó. Porque ella se lo había pedido. Se preguntó si ella sabría todo lo que haría por ella si se lo pidiese.

Para su sorpresa, sintió que la mano de ella colocada sobre sus riñones iba sacándolo al despacho. Ella vino detrás y cerró la puerta.

—Después de todo lo que hemos pasado durante este último mes, creo que deberías saber que Jacques y yo no vamos a… quiero decir, que yo no… me refiero, a que yo no voy a…

—¿Y por qué no?

Claire lo miró asombrada.

—¿Por qué no?

Superando el deseo de agarrarla y sacudirla, Dean asintió.

—Sí, ¿por qué no? Le has dado la carne por la que lleva todo este tiempo dándote la lata.

—Sólo para salvarlo a él y al profesor, y sólo hasta el amanecer.

—De acuerdo. Pero ya que los dos queréis… —levantó una mano para cortar su protesta—. No soy ciego. Puedo veros cuando estáis juntos. ¿Por qué no ibas a aprovecharlo?

—¿Porque está muerto?

—¿Me estás preguntando a mí si eso es una razón?

—No —dijo ella lentamente—. Supongo que no. Aunque el cuerpo de Jacques haya muerto, su pasión, su personalidad, incluso su aspecto físico, han permanecido. Y ahora tienen sustancia —estaban tan cerca que ella podía oler el suave perfume a suavizante para la ropa que flotaba alrededor de él. Claire levantó la vista e intentó ver más allá de su propio reflejo en las gafas—. ¿Y a ti esto te parece bien?

Dean pestañeó. Ya que se había retirado de aquel escenario, le preguntó:

—¿Y por qué no?

Y ella dijo:

—Porque yo haré lo que tú quieras —y las cosas prosiguieron hacia una conclusión satisfactoria, si bien indefinida, desde aquel punto. Él no había pretendido hablar con ella de aquello. Pero ya que parecía que eso era lo que acababan de hacer, a pesar de que él no estaba completamente seguro de en qué punto habían salido mal las cosas, parecía haber sólo una salida.

—Claro. Adelante.

Claire esperaba que su claro significase ¿te importaría si yo no quisiera? No fue así, y no parecía que ella pudiese encontrar una traducción real.

—No estoy diciendo que vaya a reorganizar mi vida para ahorrarte sentimientos, pero no quiero que te sientas… —pretendía decir herido, pero asumir que las acciones de ella le causarían dolor sonaba demasiado egoísta—… enfadado.

—No hay problema.

En realidad sí que lo había, pero todas las Guardianas aprendían pronto en su carrera que a veces una mentira tenía que valer. La gente tiene derecho a la intimidad emocional.

—Buenas noches, Dean.

—Buenas noches, jefa.

Lo miró recorrer el pasillo y escuchó cómo bajaba las escaleras hasta que notó un peso peludo contra las espinillas que la distrajo.

—¿Qué?

Claro significaba no soy tan estúpido como para no ver que ya has elegido, así que si yo me cabreo por ello, pareceré una especie de cobarde que no para de quejarse por algo que no puede tener, así que me limitaré a largarme y hacer ver que no me importa.

Claire pestañeó.

—¿Cómo sabes eso?

—Son cosas de tíos.

—Sí. Cierto. —Claire pasó por encima de Austin y le cerró la puerta en las narices a propósito (no porque una puerta cerrada lo hubiese detenido alguna vez), volvió a entrar en el salón dónde encontró a Jacques repantigado en el sofá tocándose el puente de la nariz con una vieja regla de madera—. ¿Por qué estás haciendo eso?

—Nunca lo había hecho —tiró la regla a un lado y se puso en pie—. ¿Ya le has dicho lo que le tenías que decir a nuestro joven amigo? —cuando ella asintió, él la cogió de las manos—. Bien. Ahora te diré yo algo a ti.

—Jacques…

Non. Es mi turno —la agarró fuerte por los dedos, y sintió sus manos frías y todavía extrañamente insustanciales alrededor de ellos—. Te deseo. Ya sabes cómo desearía utilizar esta carne que me has dado, pero no te haré presión.

—No te presionaré.

—Eso tampoco. Si decides que no estemos juntos esta noche, todavía tengo mi propia cama en el ático. Pero que sepas que para mí eres más que una forma de romper un largo tiempo sin una mujer.

—Jacques.

Hizo una mueca.

—¿Demasiado? No debería haber dicho eso último de la mujer. Lo sé. Es divertido, estoy, cómo se dice, nervioso.

—Así es como se dice —aquel era el momento en el que ella tenía que decidirse. Por un lado, Jacques era sexy y divertido y había habido feeling entre ellos desde el momento en el que ella lo había obligado a materializarse. Por otro lado, estaba muerto. Aquello sería sin duda un problema para la mayoría de la gente—. No quiero ser como ella.

—Tú no tienes nada que ver con ella —tras soltarle las manos, la cogió por la barbilla.

—No quiero utilizarte.

—Utilízame, cherie. Puedo soportarle.

—Soportarlo.

—Los dos nos necesitamos el uno al otro, Claire. Deja de preocuparte porque mañana puedas arrepentirte. Esto es ahora.

Iba a besarla: no había pasado tanto tiempo como para no poder reconocer los preliminares. Simplemente, ella no sabía cómo iba a reaccionar. Lo descubrió cincuenta y tres segundos más tarde.

—Oh, cielos…

PERFECTO. ESTÁ DISTRAÍDA.

DEBERÍAMOS SUBIR, protestó el resto del infierno, NOS ESTAMOS PERDIENDO UNA OPORTUNIDAD MAGNÍFICA PARA VOLVERLA LOCA.

TENEMOS MEJORES OPORTUNIDADES AQUÍ ABAJO.

El poder de las filtraciones había sido reunido en un lugar para evitar que se escapase al interior del escudo.

¿VAS A CREAR OTRO DIABLILLO?

¿SABES CUÁL ES TU PROBLEMA? NO PIENSAS LO BASTANTE A LO GRANDE. ES POR ESO POR LO QUE TE PASARÁS UNA INFINITA CANTIDAD DE TIEMPO EN ESE HOYO.

NO PUEDES HACER QUE LAS FILTRACIONES TRASPASEN EL ESCUDO.

OH, SÍ, PUEDO.

NO, NO PUEDES.

SI PUEDO.

N…

¿ESTÁS DISCUTIENDO CONMIGO? El silencio pareció indicar que no, que no lo estaba, BIEN, PUEDO HACER QUE LAS FILTRACIONES TRASPASEN EL ESCUDO UTILIZANDO EL CONDUCTO QUE NOS HAN DADO LOS GUARDIANES.

Las filtraciones acumuladas comenzaron a moverse.

Unas luces de bajo voltaje se encendieron en el resto del infierno cuando cayó en la cuenta.

¡PERO ESE PODER SUBE DIRECTAMENTE A ELLA!

SI.

ELLA INTENTO UTILIZARNOS. Y NO LO CONSIGUIÓ.

SERÍA MEJOR NO VOLVER A ARRIESGARNOS.

NADIE TE HA PREGUNTADO. ELLA SE OCUPARÁ DE ESA GUARDIANA JOVEN POR MÍ.

En la habitación seis, bajo unas pestañas cubiertas de polvo, los ojos de la Tía Sara comenzaron a moverse en su primer sueño en cincuenta años.

—Jacques, espera. Siento algo…

—¿Esto?

—No… Oh, sí.

—Hola, Diana —con el teléfono colocado contra la barbilla, Claire se abrochó los botones del puño mientras escuchaba los ruidos que hacía Dean moviéndose en la cocina al preparar el desayuno—. ¿Está mamá en casa?

—Hola, colega —respondió su hermana con recelo—. ¿Qué estás haciendo levantada tan temprano por la ma…? ¡Oh, Dios mío! ¡Lo has hecho, te has acostado con el tío muerto!

Tras reconocer que aquel movimiento era completamente ilógico pero que necesitaba hacerlo de todas formas, Claire sostuvo el auricular ante ella y se quedó mirándolo.

—No te molestes en negarlo —la voz de Diana salía diminuta por el altavoz diminuto—. Te lo noto en la voz.

—¿Me notas el qué en la voz? —preguntó Claire con el auricular de nuevo en la boca.

—Ya sabes, esa culpabilidad post-necrofílica. ¿Qué tal era? Haría una broma sobre lo rígido que debía de estar, pero seguro que te enfadarías.

—¡Diana!

—No me malinterpretes. Comprendo tu elección. Quiero decir, incluso ignorando todo ese tema de la fruta prohibida, los Guardianes tienen responsabilidades, están ocupados, ocupados, ocupados, y tras una noche en el catre, el muerto no esperará que te asientes y juegues a las casitas. Entonces, ¿le devolviste su carne real, o le hiciste algún pequeño retoque?

Respirando por la nariz con dificultad, Claire intentó mantener su nivel de voz.

—¿Está mamá en casa?

—No, por suerte para ti. ¿Qué tipo de ejemplo le estás dando a tu hermana menor?

—Dile que he llamado.

—¿Debería decirle…?

—No, sólo dile que he llamado.

—Por supuesto, yo aterricé sobre mis patas, pero el otro tipo… —la voz de Austin se detuvo cuando Claire entró en la cocina. Tras recogerse la cola alrededor de las patas traseras, se sentó y se quedó mirándola sin pestañear.

Claire miró a Dean, que se encogió de hombros, y de nuevo al gato.

—¿Qué? —suspiró.

—Nada. Simplemente me imaginaba que el primer encuentro entre tú y Dean a la mañana siguiente sería incómodo, y quería comenzar bien las cosas. Creo que los dos podéis empezar desde este punto —con un aire engreído, saltó al suelo y se marchó.

Se hizo el silencio.

Al haber tomado la decisión de cortar una red que no tenía esperanzas de recoger, para salvar el barco y poder pescar otro día, y al verse de repente atrapado en metáforas regionales que nunca se había planteado utilizar, Dean debería haber dormido el sueño de los justos, el sueño de un hombre que ha reconocido haber perdido la batalla, pero de ninguna forma haber perdido la guerra. Resultó ser que apenas había dormido, ya que el dormitorio de Claire estaba justo encima del suyo. Su imaginación, que había decidido imponerse tras veinte años de haber sido desatendida, había puesto la directa en el momento en el que había apoyado la cabeza en la almohada. Finalmente había conseguido unas horas de sueño en el sofá de la habitación contigua.

—Entonces —dijo por fin—. Te has levantado pronto. ¿Dónde está Jacques?

Antes de que Claire pudiese responder, él se ruborizó y levantó las dos manos.

—Lo siento. No pretendía decirlo de la forma que ha sonado.

—¿De qué forma?

—Cómo si tuviera derecho a saberlo —inspiró profundamente, se colocó las gafas y dijo—. ¿Quieres un poco de café?

—Claro.

Cuando Dean le dirigió una mirada sorprendida antes de buscar una taza, ella deseó haber comprendido bien el matiz. Había pretendido que aquel claro significase nada ha cambiado entre tú yo. Dean podía continuar sintiendo lo que sentía por ella —ser ligeramente no correspondido fuera lo que fuese lo que sentía no le haría daño— y ella continuaría considerándolo un niño increíblemente agradable y guapísimo que además te limpiaba las ventanas. Había llegado a esa conclusión mientras se vestía, al preguntarse por qué se estaba preocupando tanto por la reacción de Dean.

—Jacques ha vuelto al ático. Ha dicho que necesitaba un tiempo para pensar.

—Ah.

El silencio se impuso de nuevo.

—El profesor Jackson todavía no ha bajado.

Dean miró agradecido su reloj.

—No, pero acaban de dar las ocho.

—Ah.

Antes de que el silencio se extendiese lo bastante como para hacer que comenzase una conversación sobre que el tiempo era muy cálido para aquella estación, la puerta principal se abrió. Y se cerró.

Dean frunció el ceño.

—Quédate en donde estás —murmuró mientras se quitaba el delantal—. Ya me encargo yo.

Con un suspiro, Claire comenzó a caminar hacia el recibidor.

—¿Qué es lo que te he dicho sobre este tipo de cosas?

—¿En concreto?

—En general.

—¿Que eres Guardiana y puedes cuidar de ti misma?

—Bingo.

Inclinada prácticamente hasta el suelo y acariciando a Austin mientras este se paseaba alrededor de los leggings negros y las gruesas botas por el tobillo, la joven que estaba en el recibidor no parecía ni una amenaza ni una clienta. Cuando se levantó, alzando una mano para intentar peinar sus despeinados rizos rubios sobre el chichón de color púrpura y verde que tenía en la frente, Claire tuvo la impresión de que era una persona que estaba a punto de llegar al límite.

Una rápida mirada a Dean le mostró que él estaba dispuesto a machacar a quien fuese, o lo que fuese, que hubiera arrastrado a una frágil belleza así a aquel estado.

La delicada mandíbula se movía lentamente arriba y abajo sobre un trozo de chicle. Aquel movimiento cansado parecía tan involuntario que resultó una especie de shock cuando dejó de mascar para hablar.

—Llevo toda la noche caminando —explicó vacilante— y necesito, ejem…

—¿Una habitación? —preguntó Claire.

Volvió a mirar por encima del hombro antes de responder.

—No tengo dinero.

—Está bien —los Guardianes iban a donde se les necesitaba: a veces la necesidad venía a ellos. Sin darse la vuelta, Claire tocó suavemente el brazo de Dean—. Sube a preparar la habitación tres.

—Claro, jefa.

Nadie volvió a hablar hasta que él desapareció escaleras arriba.

—Es un hermoso gato —una mano temblorosa recorrió el pelo negro de la cabeza a la cola—. Es tuyo.

—No exactamente.

—Una vez tuve un gato —cerró los ojos ensombrecidos. Cuando los volvió a abrir, se quedó mirando alrededor del recibidor como si se estuviese preguntando dónde estaba.

Austin le dio un golpecito.

—He visto tu cartel y he pensado, si pudiese acostarme unas horas podría pensar en qué hacer. Pero no puedo pagarte…

—La habitación está ahí y está vacía —le dijo Claire dando un paso hacia adelante—. Puedes utilizarla.

Evidentemente demasiado cansada para pensar con claridad, meneó la cabeza.

—No es así como funciona.

—Así es como funciona aquí.

—Oh —miró hacia las escaleras y sus delgados hombros se hundieron—. No creo que pueda.

—Yo te ayudaré —cuando llegó al tercer escalón, Claire había envuelto la cintura de la muchacha en poder. Al alcanzar el pasillo del primer piso, deseando que el profesor no eligiese aquel momento para dirigirse al piso de abajo a desayunar, la condujo hacia la habitación tres, deteniéndose en la puerta para que Dean pudiese salir.

Cuando abrió la boca para hablar, ella meneó la cabeza y lo empujó para pasar. No podía ayudar hasta que no supieran qué estaba ocurriendo.

Tras colocar a la chica en el borde de la cama, Claire dio un paso atrás y miró cómo Austin se ponía cómodo a su lado.

—¿Te importa que se quede?

—Oh, no —extendió las manos para volver a acariciarlo—. ¿Sois felices ese hombretón y tú?

Claire parpadeó, completamente desconcertada.

—Entre Dean y yo no hay nada.

El feo moratón que tenía la chica en la frente se puso más oscuro, rodeado por un avergonzado rubor.

—Lo siento. Sólo es que parecías…

—Postcoital —murmuró Austin cuando se detuvo.

—Ignóralo, por favor —sugirió Claire, escupiendo la palabra mágica por entre sus dientes apretados—. Ahora te dejo, duerme un rato. Hablaremos más tarde.

HOLA

AHORA NO. NO QUIERO QUE LA DICHOSA ENERGÍA, QUE YA ES POCA, QUE CONSEGUIMOS SACAR DE AQUÍ SE MALGASTE EN NIMIEDADES.

¿QUE NO QUIERES QUÉ? ¿Y QUÉ PASA CON LO QUE QUERAMOS NOSOTROS?

El tiempo que pasaba se volvió de repente el sonido más elevado que resonaba en la sala de la caldera. Un momento después, el resto del infierno respondió a su propia pregunta.

NO IMPORTA.

Cuando Claire volvió a la cocina, el profesor Jackson había bajado a desayunar. Parecía extraordinariamente complacido consigo mismo mientras comía su beicon con huevos. Canturreaba ligeramente mientras untaba las tostadas de mermelada, y se sirvió el café con los aires de un hombre que ha conseguido hacer honor a sus propias expectativas extraordinarias. Por suerte, se había elevado a unas alturas tan exaltadas, que estaba lejos de mantener conversaciones informales con el simple personal de un hotel.

Mientras se limpiaba la boca, se levantó de la mesa y graciosamente informó a Claire y a Dean de que se marcharía en cuanto hiciese las maletas.

—¿Y bien? —preguntó Dean en el momento en el que el profesor ya no podía escucharlos—. ¿Quién es? ¿Qué ha pasado? ¿Quiere que llamemos a la policía?

—No tengo ni idea, pero Austin se ha quedado con ella, así que lo averiguará.

—¿Austin?

—¿Por qué no? Está cansada y se la ve vulnerable…

Dean asintió al comprender.

—Resultará un consuelo que no la juzgue.

—No, se aprovechará de ella. Es un gato, no la Madre Teresa. —Claire se sirvió un tazón de cereales y se sentó—. No debería tardar mucho más.

En ese momento Austin saltó sobre la barra.

—De acuerdo: beicon —mirando a Claire, añadió—. Lo cual, por supuesto, no podré comer aunque haya recogido información importantísima sobre la mujer que está en la habitación tres.

Claire suspiró.

—Un trocito pequeño.

—Dos.

—Uno y los restos de leche de mis cereales.

—No si es bran, la última vez me pasé toda la mañana en el cajón de arena.

—No lo es.

—Trato hecho.

Esperaron más o menos pacientemente a que comiese y nada pacientemente mientras se lavaba los bigotes.

—Para empezar —dijo finalmente—. No es lo que pensáis. Se llama Faith Dunlop…

—¿Le ha dicho su nombre a un gato?

—No seas ridículo, le saqué el carné del bolsillo cuando se quedó dormida —resopló—. ¿Quién le va a decir su nombre a un gato?

—Continúa.

—¿Quién le pegó? —preguntó Dean.

—Nadie. Tropezó con una puerta. La pequeña Faith salía con prisa porque acababa de ayudar a su novio a atracar un supermercado de barrio en la calle Norte de Montreal. Cuando se separaron para despistar a los que los perseguían, ella se quedó con la bolsa del botín. Por desgracia se la olvidó en un autobús, y ahora tiene miedo de volver a casa porque esta es la segunda vez que le pasa algo así y el novio no va a estar nada contento.

Claire se quedó mirando a Austin asombrada.

—¿Es la segunda vez que se deja el botín en un autobús?

—Si la he entendido correctamente, y eso que entre los sollozos y el chicle no era muy coherente, la última vez se la dejó en el lavabo de señoras de un restaurante de comida rápida, pero básicamente la misma historia, sí.

—¿Tiene miedo de su novio? —gruñó Dean. Detrás de las gafas sus ojos se estrecharon hasta convertirse en una fina línea azul y llameante—. Oh, ya lo pillo: primero, la obliga a llevar una vida criminal, y después, cuando ella no puede satisfacerle, le pega.

—Tropezó con una puerta —protestó Austin.

—Claro. Esta vez. ¿Pero qué le pasará cuando vuelva a casa? Está aterrorizada por culpa de él, o si no, no se habría pasado la noche fuera, obligada a arrojarse en brazos de la amabilidad de unos desconocidos.

Claire suspiró. Acababa de descubrir dos cosas de Dean. La primera, que no resultaba muy inesperada teniendo en cuenta el resto de su personalidad, implicaba que se ponía del lado del débil contra el fuerte. La segunda, que en algún momento de su carrera escolástica le habían obligado a leer Un tranvía llamado deseo.

—No sabes nada seguro.

Cruzó los brazos sobre el pecho.

—Sé lo que veo ante mis narices.

—No sé cómo puedes ver nada con los ojos prácticamente cerrados.

—¡Lo que ha pasado es evidente! —echó la mandíbula ligeramente hacia adelante.

—Nunca es tan evidente —mientras se servía una taza de café, le preguntó a Austin si le había echado un vistazo a la dirección de Faith cuando había enganchado el carné. Cuando él admitió haberlo hecho, ella se dirigió al teléfono.

Tras recoger apresuradamente el tazón de cereales y ponerlo en el fregadero, Dean fue detrás de ella.

—¿Qué vas a hacer?

—Voy a llamar a casa de Faith y voy a decirle a su novio donde está. Una vez él esté aquí, podré protegerla, pero hasta que no haya escuchado toda la historia, no puedo ayudarla.

—¡Vas a ayudarla a ir directa al hospital! —corriendo tras ella, Dean se colocó entre Claire y el teléfono—. Mira, tú puedes meterte en todas las relaciones extrañas que quieras, pero no puedes tomar ese tipo de decisiones por Faith.

—¿Relaciones extrañas?

—Eh, oh —con las orejas pegadas a la cabeza, Austin se metió debajo del mostrador.

Claire resopló por la nariz.

—Creía que habías dicho que te parecía bien.

—Bueno, ¿qué otra cosa podría decir? Tú eres la Guardiana, siempre sabes lo que haces y no me escuchas nunca. ¡Ni tan siquiera puedo conseguir que dejes tus platos sucios en el fregadero!

Tenía razón en lo de los platos. Claire inspiró profundamente y obligó a salir al aire por entre los dientes apretados.

—Apártate del teléfono, Dean. Sé lo que estoy haciendo.

—¿Y yo no?

—Yo no he dicho eso.

—Pero siempre lo dejas entrever. Después de todo, yo sólo soy el testigo y toda esa historia del linaje está muy por encima de mí. De acuerdo, quizá lo esté. Pero esto —clavó un dedo en dirección a la habitación tres—, esto son asuntos de personas, y yo sé cómo funcionan los asuntos de las personas mejor que tú.

—En el momento en el que Faith entró en este hotel se convirtió en un asunto del linaje.

Se sostuvieron la mirada durante un largo rato. Finalmente, Dean se apartó del teléfono.

—De acuerdo, está bien. Si no estás dispuesta a escucharme, me voy a fregar los platos. Parece ser que eso es lo único para lo que valgo aquí.

—Dean…

—Ya sabes dónde encontrarme si quieres que alguien se ocupe de alguna cosa sin importancia —clavando los talones en el suelo, se dirigió pisando fuerte hacia la cocina.

—Te lo dije —murmuró Austin, todavía escondido en un lugar seguro bajo la mesa.

—¿Me dijiste el qué? —preguntó Claire agarrando el auricular con los dedos blancos.

—Que Dean está cabreado porque hayas golpeado el colchón con Jacques.

—¡Ni siquiera se ha mencionado a Jacques!

Sacó la cabeza y se quedó mirándola, incrédulo.

—La verdad es que no se te dan muy bien tratar con personas, ¿no?

El profesor Jackson se marchó justo después de las diez. Pagó en efectivo y, a pesar de que la noche anterior se habían roto unas cuantas cositas, no las mencionó. Ya que técnicamente había sido Claire quien las había roto, lo dejó pasar.

—Subiré a limpiar la habitación, ¿puedo, jefa?

Claire había estado intentando pensar en una forma de disculparse, a pesar de que tenía la persistente sensación de que estaba equivocada, no estaba segura de por qué, pero el énfasis de Dean en aquel jefa la hizo cambiar de opinión. Esperaría hasta que él decidiese dejar de ser tan infantil.

A las once volvió a intentar llamar al teléfono de la casa de Faith. Antes había dejado dos mensajes en el contestador, y cuando la misma cancioncilla molesta le dijo que no dijese ni pío hasta que no sonase el bip, decidió no dejar un tercero.

Cuando Dean bajó las escaleras a las once y cuarenta, llevando una papelera llena de lámparas rotas, el despacho estaba vacío, pero un hombre delgado con una gorra del equipo de béisbol de las Mil Islas y una chaqueta vaquera que parecía dos tallas más grande cojeaba por el recibidor.

—¿Puedo ayudarle?

Se dio la vuelta para mirar hacia las escaleras. Unos labios pálidos bajo un escaso bigote se levantaron dibujando lo que podría haber sido una sonrisa pero seguramente fuese un tic.

—Hola. Sí, estoy buscando a Faith.

—¿Faith?

—Sí, soy Fred —la punta de su nariz era de un color rosa corroído y vibraba ligeramente con cada palabra—. ¿No se ha ido?

—No. —Dean bajó los tres últimos escalones y comprobó decepcionado que era bastante más alto que el novio de Faith. Se esperaba a un hombre grande, contra quien pudiese arremeter sin sentirse culpable—. ¿Qué te ha pasado en el pie?

—¿En el pie? —con los ojos muy abiertos, Fred se quedó mirando hacia abajo como si se sorprendiese de ver un pie al final de su pierna—. Oh, ese pie. He tenido un accidente, eh —rio nerviosamente—. Se me cayó una caja registradora encima. Duele como si estuvieras en el infierno.

NO LO BASTANTE, PERO PODRÍA.

Dean dejó en el suelo la papelera y se metió el dedo meñique en la oreja. Su ira se vio momentáneamente anegada por la confusión.

—¿Has escuchado eso?

—¿Escuchar el qué?

—Nada.

¿NO DESEARÍAS PODER BORRAR A ESTE TIPO DE ESCORIA DIRECTAMENTE DE LA FAZ DE LA TIERRA?

—Bueno, sí, pero con eso no resolvería nada.

—¿Qué? —Fred retrocedió un paso, parecía un pequeño roedor que acaba de encontrarse cara a cara con un gato enorme.

—¿Lo he dicho en voz alta?

—¿El qué?

Si Fred era un monstruo, decidió Dean, lo hacía muy bien. Por otro lado, un hombre enfrentado a otro hombre mucho más grande era a menudo una persona diferente que un hombre enfrentado a una mujer.

—Mira, tienes que esperar aquí. Voy a mirar si Faith quiere verte.

—¿Está bien? ¿Está herida? El mensaje sólo decía que estaba cansada —algo que parecía pánico hizo que las palabras saliesen disparadas.

—Está bien.

—¿Y entonces por qué no iba a querer verme?

Dean suspiró.

—Espera aquí, ¿vale?

La mirada de Fred se paseó visiblemente por todo el despacho como si buscase una trampa. Cuando por fin volvió a posarse en Dean, asintió.

—Vale.

Dean comenzó a subir las escaleras meneando la cabeza.

ESTE TIPO DE SABANDIJAS SON LOS PRIMEROS EN METERSE CON ALGUIEN MÁS DÉBIL QUE ELLOS. DEBERÍAS MOSTRARLE LO QUE SE SIENTE.

Los dedos de Dean se cerraron en puños.

LA VIOLENCIA ES UNO DE LOS NUESTROS.

Abajo, en el recibidor, Fred liberó el peso de su pie malo y se quedó mirando afligido hacia las escaleras. No quería esperar, quería ver a Faith.

Y entonces fue cuando vio el ascensor. Una fascinación por todas las cosas operadas mecánicamente lo atrajo hacia él, con su cojera casi olvidada. Abrió la puerta, echó un vistazo al otro lado de la puerta interior, miró al hueco que se abría bajo él y sólo pudo divisar la parte de arriba del carro. Parecía estar en el sótano.

Con el ceño fruncido bajo la visera de la gorra, abrió la puerta que tenía justo a su izquierda.

Las escaleras del sótano.

Era más fácil bajar las escaleras que subirlas. Podría tomar el ascensor hacia la parte más alta del hotel y bajar a la habitación de Faith, con lo que evitaría por completo al grandullón de las gafas.

A nadie le importaría. Los ascensores estaban para que alguien los utilizase.

Apoyado en la parte de fuera de la puerta de la habitación tres, mientras Faith recomponía su rostro, Dean se limpió las gafas con el dobladillo de la camisa e intentó no pensar en lo mucho que se divertiría aplastando la nariz rosa y temblorosa de Fred.

UN, DOS, PLAF. ¡ASÍ SE HACE!

Perdido en recuerdos de una infancia pasada a bordo del viejo ascensor del centro comercial S&R, Fred se tocó la visera con dos dedos y murmuró:

—Primer piso, lencería de señoras —y giró la palanca de acero hacia ARRIBA.

Sentada en el lavabo, Claire estaba leyendo el nuevo catálogo del Boticario y escuchó el sonido inconfundible de un ascensor viejo que arrancaba.

Cuando llegó al recibidor, estaba pasando por el primer piso. No conocía al hombre que iba dentro.

Dean frunció el ceño al escuchar cómo el ascensor subía hasta el segundo piso, y luego se encogió de hombros. Claire había dicho que estaba haciendo pruebas, pero evidentemente había pensado en alguna otra cosa que probar.

Entonces escuchó:

—Segundo piso: artículos para el hogar y cosméticos.

En el momento en el que llegó al otro lado del pasillo, lo único que pudo ver fue el último tercio de un par de vaqueros sucios y las gastadas y mugrientas zapatillas de correr de Fred.

Tenía que alcanzar el ascensor en el tercer piso. Si Fred abría la puerta…

SE LLEVARÁ LO QUE SE MERECE. FAITH SIENTE PÁNICO ANTE ÉL. LO HAS VISTO POR TI MISMO. HABRÁ UN CAPULLO ABUSÓN MENOS EN EL MUNDO.

Dean dudó.

Entonces se abrió la puerta de Faith. Cuando salió al pasillo y sólo vio a Dean, su sonrisa se apagó.

—¿Dónde está mi Pookie?

Claire llegó al segundo piso y vio cómo Dean cargaba contra ella. Después pasó de largo. El ascensor ya los había pasado y todavía subía. Jadeando, enfiló el siguiente tramo de escaleras subiéndolas de dos en dos, pero sólo había llegado al descansillo cuando Dean, que apenas parecía estar tocando el suelo, llegaba a lo alto de ellas.

El rugido del motor se detuvo.

A menos que fuese un patoso redomado, al hombre que estaba dentro sólo le llevaría unos segundos abrir la puerta. Sintiendo un sabor metálico en la parte de atrás de la boca, Claire entró tambaleándose en el pasillo del tercer piso cuando la puerta del ascensor comenzaba a abrirse. Antes de que se pudiese ver el pestillo, Dean se lanzó ante ella y la cerró de golpe.

—¡Eh!

Respirando agitadamente, Claire se tambaleaba sobre unas piernas de goma mientras Dean daba un paso atrás y, tras asegurarse de que había cerrado completamente la puerta, la abrió.

—Sólo es que tengo el pie malo —comenzó a decir Fred apresuradamente—. Y las escaleras son empinadas, y…

Dean cortó en seco el resto de la excusa acercándose, agarrando al hombre más pequeño que él por la parte delantera de la chaqueta y sacándolo al pasillo.

—¿Pookie? —desde el segundo piso subía la voz ansiosa de Faith—. ¿Eres tú?

—Sí, Baby, soy yo. —Fred sonrió, o se retorció nerviosamente, con la mirada volando de Dean a Claire y luego de nuevo hacia Dean—. Me llama Pookie.

—Tú debes de ser el novio —aventuró Claire.

—Sí. Soy Fred.

Ella movió la cabeza bruscamente en dirección a las escaleras.

—Venga.

Fred se alejó furtivamente del alcance de Dean y desapareció cojeando rápidamente.

Dean no se había movido desde que había sacado a Fred del ascensor. Preocupada, Claire dio un paso hacia él.

—¿Estás bien?

Él levantó una mirada horrorizada hacia el rostro de ella.

—He dudado.

—¿Cuándo?

—Cuando he escuchado que el ascensor se ponía en marcha. He escuchado una vocecilla que decía: tendrá lo que se merece, y yo… —meneó la cabeza con incredulidad—… he dudado.

Cuando estaba a punto de asegurarle que no era algo por lo que preocuparse, de repente Claire se dio cuenta de que para Dean sí lo era. Por primera vez en su vida no había hecho automáticamente lo correcto. Si no podía convencerlo de que lo dejase correr, una culpa irracional lo corroería durante el resto de su vida. No lo presiones, Claire.

Tras rodearle el antebrazo con los dedos, le dio una pequeña sacudida.

—Lo has salvado, Dean. Yo no hubiera llegado a tiempo.

—No lo entiendes. Realmente me planteé dejar que Fred… —incapaz de continuar, se soltó y se apartó de ella dando tumbos.

Claire suspiró. Qué mala suerte que meterle algo de sentido en la mollera seguramente dejaría su psique marcada para siempre.

—Dean, escúchame. Sé que piensas que soy pésima en lo que se refiere al trato con las personas, pero soy mayor que tú, soy Guardiana y lo sé: la gente no para de pensar cosas que son tonterías.

COMO ÉSA EN LA QUE ÉL ESTÁ DE RODILLAS Y

Cállate.

—No cuenta si no lo llevas a cabo.

—Pero lo he dudado.

—Y después has reparado el tiempo perdido. Créeme, una cosa cancela a la otra.

Dean forzó una sonrisa.

—Valoro mucho que intentes hacer que me sienta mejor, jefa, pero nada puede cancelar lo que he hecho —la sonrisa desapareció—. Debería ir a ver si Faith me necesita —llevándose la desgracia tras él como una columna de humo, comenzó a bajar las escaleras.

Y entonces fue cuando Claire se dio cuenta…

—Dean, ¿escuchaste una vocecilla?

—Sí.

—¿Y cómo sonaba?

Dos escalones más abajo, se detuvo y se inclinó hacia el pasillo.

—¿Cómo sonaba?

—¿Podrías describirla?

—Supongo —frunció el ceño, hundiendo las cejas por debajo de la montura de las gafas—. Sonaba como si estuviese hablando en mayúsculas.

¿Debería decírselo? ¿Le ayudaría? No. Si Dean sabía que había escuchado la voz de Radio Infierno Libre, estaría más convencido que nunca de que su duda lo había condenado.

—Dean, hazme un favor. Si vuelves a escuchar esa voz, por favor ignórala.

Un momento después él asintió.

—De acuerdo.

Un súbito chillido risueño procedente de abajo hizo que se tuviesen que tapar los forzados oídos con las manos. Bajaron corriendo el uno al lado del otro.

El pasillo del segundo piso estaba vacío, así que continuaron bajando.

Mientras inhalaba el perfume a limpio y a suavizante para ropa que despedía él, Claire no pensaba ni en Fred ni en Faith. ¿Después de nueve meses, se preguntó, qué le habría abierto la puerta al infierno?

En la habitación seis, exactamente enfrente de la puerta abierta del ascensor, la Tía Sara se relamió.

Con la gorra de béisbol torcida, Fred se separó de un apasionado abrazo en cuanto Claire y Dean surgieron por las escaleras.

—Le habéis hecho tanto bien a Faith que tengo que decíroslo: vamos a dejar nuestra vida criminal.

—A pesar de que no era realmente una vida criminal —protestó Faith—. Sólo fueron dos tiendas y les pagamos con unos nachos.

—Creo que habéis tomado una sabia decisión —les dijo Claire sonriendo—. ¿Tú que piensas, Dean?

Este se encogió de hombros con aspecto abatido.

—Yo no soy nadie para hablar.

Claire puso los ojos en blanco. Aquel tipo de expresiones de soy una persona terrible se quedaban desfasadas muy rápidamente.

—Pero estás contento de que hayan decidido ir por el buen camino, ¿verdad?

—Claro.

Aquello a Fred le llegaba.

—Gracias. A decir verdad, no se nos daba muy bien.

El labio inferior de Faith sobresalió, y la hizo parecer un angelito haciendo pucheros.

—Podríamos haber practicado más, Pookie. O haber conseguido una pistola.

—Nada de pistolas. La gente se hace daño si tienes pistola —le dio una palmadita en el hombro—. Aceptaré ese trabajo con mi primo Rick —se giró hacia Claire y Dean, y añadió—. Rick tiene una camioneta, ejem, y transporta cosas.

—No vais a llamar a los polis, ¿verdad? —preguntó Faith, inclinándose hacia él mientras se retorcía un rizo con el dedo.

—No.

—Ves, Pookie. Te dije que eran buena gente.

Dean puso una mueca de dolor.

Claire se aguantó la imperiosa necesidad de pegarle un pisotón y así darle motivos reales para poner muecas. En cambio, acompañó a la puerta a sus Bonnie & Clyde modernos y los despidió con la mano, en dirección al mundo que los esperaba.

—Marchaos a casa. Portaos bien. Sed felices.

Desde el final de las escaleras, Faith se giró y le sonrió beatíficamente a Claire.

—Gracias por dejarme utilizar la habitación y todo eso.

—De nada.

—¿Te has imaginado que sus padres eran primos? —preguntó Austin cuando ella cerró la puerta.

—No tengo ni idea.

Él bostezó, se estiró y se quedó mirando a Dean.

—¿Y a este qué le pasa? Parece que hubiese intentado matar a alguien.

Dean se quedó mirando para el gato con los ojos como platos.

—¿Lo has adivinado?

Austin suspiró y movió una oreja en dirección a Claire.

—¿De qué está hablando?

—Cuando escuchó que Fred subía en el ascensor, dudó sobre si correr para salvarlo.

—No tendría mucho sentido deshacerse de sólo uno de ellos —concordó Austin.

—No estás ayudando mucho —le espetó Claire antes de que Dean pudiese reaccionar. Cruzó el recibidor y le metió un dedo en el pecho—. Deja de mortificarte por esto. No eres una persona horrible. Eres uno de los mejores tíos que he conocido nunca.

LOS BUENOS ACABAN DE ÚLTIMOS.

Sal de mi cabeza.

¡NO ESTÁBAMOS HABLANDO CONTIGO!

Oh, demonios

—¿Dean?

—Si no me necesitas para nada, me gustaría bajar y reflexionar seriamente sobre mi vida —se giró sobre un talón y se apuró a salir antes de que ella pudiese responder, lo cual seguramente fuese positivo ya que no podía pensar en nada constructivo que decirle.

Se acercó al mostrador, cogió a Austin en brazos y le acarició la cabeza con la mejilla.

—Esto no es bueno.

—¿El qué? ¿Que después de haber vivido casi un año al lado del infierno sin verse afectado, Dean se pase un mes y medio en tu compañía y de repente le entren ganas de matar?

—¡Dudó! ¡Pero después salvó al tipo!

—Enfréntate a los hechos, Claire, lo tienes atado con nudos. No piensa, reacciona, y esa es precisamente la clase de situaciones que al infierno le encanta explotar.

EL GATO TIENE RAZÓN.

—Por supuesto que la tengo, ¿pero a ti quién te ha preguntado?

Lo volvió a dejar sobre el mostrador.

—Yo no soy el problema de Dean.

LOS CELOS SON DE LOS NUESTROS.

—Dijo que le parecía bien lo mío con Jacques.

REALMENTE NO ERES DE LAS QUE SE LES DA BIEN TRATAR CON LA GENTE, ¿VERDAD?

—Sigue tus propios consejos y no escuches al infierno. —Austin se detuvo para lamerse un poquito de pelo desordenado—. Deja que Dean reflexione, y quizá resuelva él solo el problema.

Cherie?

—Hablando de problemas.

Tras dirigirle a Austin una mirada de advertencia, se giró para mirar a Jacques. Translúcido bajo la luz de la ventana del despacho, tenía exactamente el mismo aspecto que el primer día que le había puesto la vista encima. Se dio cuenta de que había esperado que la noche que habían pasado juntos lo cambiase pero, por desgracia, parecía haber cambiado sólo la percepción que tenía de él. Simplemente los hombres eran mucho más atractivos cuando eran opacos.

—Estás más hermosa esta mañana de lo que te he visto nunca —pestañeó. Resultaba un efecto desconcertante, ya que Claire podía ver la puerta a través de sus párpados—. He estado pensando. Una noche no puede compensar tantos años solo, quizá esta tarde…

—No.

Su sonrisa se desvaneció.

—Pero cherie, ¿es que no he sido como te había prometido que sería?

—Sí, pero…

La sonrisa volvió.

—Vuelve a darme carne y retiraremos ese pero.

—Mira, Jacques, estás muerto, no hay nada que hacer al respecto, pero yo estoy viva y tengo…

UN EXTRAÑO GUSTO PARA LOS HOMBRES.

Cállate.

—… responsabilidades.

Jacques pareció interesado.

—¿Cómo qué?

—Como darle de comer al gato —declaró Austin en un tono que sugería que no debería haber mencionado aquello.

—¿Y? —preguntó Jacques.

—Y eso no importa ahora mismo. Lo que importa es que tú estás muerto y yo viva…

Cherie, non.

—… y no importa cuántas veces te dé carne, continuarás estando muerto —las palabras resonaron en el recibidor vacío. Por la cara de dolorosa traición que tenía Jacques mientras se desmaterializaba, no parecía que fuese a volver pronto—. No quería herirle —suspiró—. Sólo quería que…

—Se largase. Y lo ha hecho. Felicidades —mientras inspeccionaba detenidamente una de sus patas delanteras, Austin resopló—. No estoy seguro de si está todo lo limpia que debería estar.

Claire se agarró al borde del mostrador, se inclinó sobre él y se puso a golpearse la cabeza rítmicamente contra la madera.

ESTO HA SIDO DIVERTIDO.