CINCO
–¡Claire!
Aquella voz exigía una respuesta independientemente de las circunstancias. Era una voz que se podría escuchar dentro de un centro comercial atestado de gente, que podría traspasar unos auriculares y podría imponerse a la indiferencia. Si Aníbal la hubiese utilizado con sus elefantes, no sólo hubiera cruzado los Alpes y conquistado Roma, sino que hubiera conseguido hacerlo con los platos limpios y la ropa bien doblada.
Claire la reconoció a pesar de la llamada que recorría su cerebro como si estuviese en una competición de patinaje a cámara rápida.
—¿Mamá?
—Deja de ponerte bizca, cariño. No querrás que se te quede la cara así.
Tras un largo rato, Claire averiguó en qué lugar de su cara tenía los ojos y poco después consiguió que volviesen a funcionar solos. Gradualmente fueron apareciendo imágenes multiplicadas de su madre asintiendo con aprobación.
Unas líneas de preocupación le arrugaban la frente. Dean se inclinó para entrar dentro de su campo de visión.
—Claire, ¿estás bien?
—No… no siento los dedos de las manos.
—Lo siento —dejó de apretarla tan fuerte—. ¿Qué ha ocurrido?
Mientras sacudía la mano para devolverle la circulación, se incorporó.
—Era una llamada. Es una llamada.
—¿Es que normalmente las llamadas…? —su gesto se reflejó en la fina capa de cristal roto que cubría la alfombra en un radio de casi un metro alrededor del árbol de Navidad, creando una perfecta reproducción de La última cena, sólo que unos Teletubbies sustituían a cuatro de los Apóstoles.
—No.
—Pensaba que no.
Tinky Winky parecía estar discutiendo con Santiago.
Tras agarrar el mentón de Claire entre el pulgar y el dedo índice, Martha volvió el rostro de su hija hacia la luz.
—Tienes las pupilas dilatadas y el pulso acelerado.
—Mamá, estoy bien. La llamada ha soltado la energía acumulada y se está asentando. Lo de siempre, lo de siempre. Dame un par de minutos y estaré totalmente recuperada.
—¿De verdad?
—Sí.
—Bien —tras estirarse, cruzó los brazos y frunció el ceño—. ¿En qué estabas pensando? ¿Cómo puedes haber dejado atrapada una llamada dentro de una barrera de intimidad?
—¿Cómo puede haberlo hecho? —repitió John pensativo antes de que su hija mayor pudiese murmurar una defensa—. Es una buena pregunta. No debería haber sido posible, ni siquiera para Claire.
Martha se volvió hacia su marido, levantó las cejas mientras valoraba todo lo que aquello significaba.
—¿Crees que la solución de la situación con Dean le ha dado más poder?
—Es posible. Me gustaría hacer algunas pruebas.
—Pero podría haber sido simplemente la coordinación. Dudo que ella se haya aprovechado a propósito de sus energías sexuales.
—Cierto, y una oleada de accidente debería ser más difícil de reproducir bajo condiciones mensurables, pero…
—¿Perdón?
Los dos Primos se dieron la vuelta. Claire estaba de pie con los brazos cruzados.
—Nadie va a hacer ninguna prueba.
—Pero…
—No, papá: tengo una llamada a la que responder. Y sólo la dejé de lado porque parecía que fuese Diana. Todas las cabezas se volvieron.
Diana se sacó una barrita de caramelo de la boca y se encogió de hombros.
—No sé de qué está hablando. La noche pasada yo tenía cosas mejores que hacer que… ¡Espera un momento! ¡Santa! El padre suspiró.
—Diana, ¿estás sugiriendo que Santa Claus estaba espiando a Claire y Dean?
—¡No! —y después añadió con menos énfasis—. A pesar del agujero por el que se puede ver cómo duermes y se te ve cuando estás despierto y haciendo cositas, del que sospecho que no es algo completamente legal.
—Diana.
—Y él sabe —añadió—, si te has portado mal o bien. O, concretamente en este caso, si Claire se ha portado bien o mal.
—¡Diana!
—Está bien. Hubo algo que golpeó mis escudos en el momento en el que apareció Santa Claus. Me imaginé que era su distracción anual y lo desvié…
—Hacia mí. —Claire asintió. Todo comenzaba a tener sentido—. Cuando sentí tu toque, llegué a una conclusión lógica…
—¡Eh!
—… y lo dejé atrapado en la barrera.
—En ese caso. —Diana se puso en pie de un salto—, esta llamada es en realidad para mí.
—¿La sientes ahora?
—¿Y qué diferencia hay? Me llegó a mí primero.
—Quizá…
—¿Quizá?
Claire ignoró sus protestas.
—… pero me llegó a mí la última y además, por la intensidad que tiene, estamos prácticamente encima del lugar. Puedo salir corriendo, cerrar el agujero y volver a casa antes de que el pavo haya salido del horno.
—Y tú eres la que no tiene un elevado concepto de sí misma —bufó Diana—. Piensas que como puedes encontrarlo, podrás cerrarlo. Has olvidado cómo son las cosas por aquí.
—He olvidado más cosas de las que tú sabes. —Claire le lanzó una sonrisa de superioridad hacia el otro lado de la sala.
Diana se la devolvió.
Cuando el humo se desvaneció, Martha tenía la mano derecha agarrada al hombro izquierdo de Claire y la izquierda agarrada al derecho de Diana.
—Las dos tenéis que responder.
—Pero…
—No hay peros que valgan. Aunque estoy intentando ver que vuestro comportamiento infantil es el inevitable resultado de la cantidad de azúcar que habéis ingerido esta mañana, no quiero ver cómo continúa. Las dos sois demasiado mayores para esto.
—Pero…
—¿Qué he dicho de los peros? —las hizo volverse hacia la puerta—. Claire, intenta que esto sea una experiencia de la que tu hermana pueda aprender. Diana, intenta aprender algo. Dean, lo siento mucho, pero tendrás que llevarlas. Mientras tú estés cerca, sospecho que no aparecerá ningún otro medio de transporte.
Mientras intentaba esconder una sonrisa, Dean murmuró que estaba de acuerdo.
—Austin, ¿vienes o te quedas?
Una cabeza blanca y negra asomó desde debajo de la parte delantera del sofá y dirigió una mirada de color verde dorado al retablo que había en la entrada.
—Déjame ver, estar metido dentro de la fría cabina de una camioneta vieja con una carrera de relevos entre amor juvenil y rivalidad fraternal, o dar vueltas por una cocina cálida con la posibilidad de que alguien se compadezca de un gato muerto de hambre y le dé un trozo de pavo. Vaya, difícil elección.
—No estás muerto de hambre —le dijo Claire poniendo los ojos en blanco.
—Tampoco soy tonto. Que lo paséis bien.
—Diana, deja de empujar.
—Oh, sí, como si te importase. Estás prácticamente sobre su regazo. Sería interesante mover esa palanca de cambios.
Gracias a que se había tomado el tiempo de entrar de culo —salir dando marcha atrás podría haberse acercado a cometer un delito menor—, Dean metió la marcha de la camioneta, la echó hacia delante y se paró en seco al final del caminito de acceso.
Un coche de tres puertas verde lima rugió al pasar ante ellos, mientras la mirada del conductor se giraba hacia la casa de los Hansen, enseñando mucho el blanco de los ojos por los extremos.
Diana lo saludó con confianza.
—¡Diana! —Claire tocó las posibilidades justo a tiempo de evitar que el pequeño coche se fuese a la cuneta cuando desaparecía al girar una curva apoyado en sólo dos ruedas—. Ya sabes lo nervioso que es el señor Odbeck, ¿por qué has hecho eso?
—No me pude resistir.
—Inténtalo más. Tenemos que ir a la izquierda, Dean.
—No sé si es nervioso o no —observó Dean mientras salían—, pero estaba conduciendo demasiado rápido para las condiciones de la carretera y no miraba por donde iba.
—Eso es porque Diana hace que las cosas por esta zona sean interesantes.
—¿Interesantes en qué sentido?
—Luces extrañas, ruidos raros, árboles que caminan, explosiones geotérmicas.
—Eh, lo de la explosión geotérmica sólo ocurrió una vez —protestó Diana—. Y me ocupé del tema casi inmediatamente.
Casi. Dean reflexionó sobre aquello mientras ponía la camioneta a la velocidad límite y se hacía una idea bastante exacta de por qué el señor Odbeck era tan nervioso.
—¿Era a eso a lo que te referías cuando le dijiste a Claire que había olvidado cómo eran las cosas por aquí?
—No es ella —le dijo Claire—. Es la zona.
—Él me ha preguntado.
—Lo siento. Gira a la derecha en el cruce que está ahí arriba.
—¿La zona? —dijo rápidamente, mientras reducía la marcha para girar e intentaba sin éxito no pensar en el cálido muslo que no podía evitar rozar.
—¿Se está ruborizando? ¡Uau! —Diana se retorció en su asiento hasta estirarse apretarse tanto como pudo contra la puerta—. Mamá tiene razón, estás demasiado delgada. Ese codo es como un… un…
—¿Palo de hockey?
—La zona —dijo Claire mordazmente, y Dean se dio cuenta demasiado tarde de que aquel era un hueco que no debería haber ayudado a rellenar—, está cubierta por una capa de barrera muy, muy delgada.
—El tejido de la realidad es tela de camiseta en un lugar en el que debería haber lona plastificada. Tu madre me explicó eso allá en Kingston —añadió cuando el silencio insistió en que continuase—. Me dijo que esa era la razón por la que ellos estaban aquí, ella y vuestro padre, para rellenar las filtraciones.
Diana rio por lo bajo mientras exhalaba en dirección a la ventana y comenzaba a hacer un dibujo en la condensación.
—Ostras, Claire, y yo que me pensaba que tus explicaciones eran infames.
—Por lo menos yo no he convertido los postes de la valla de los McConnell en barras de caramelo gigantes.
—Ups —borró el dibujo con la manga y buscó entre las posibilidades.
Claire entornó la vista en el espejo retrovisor.
—Ahora están bailando.
—¡No es culpa mía! Es Navidad. ¡Tanta paz y felicidad a nuestro alrededor está trastornándolo todo! —esta vez se retorció al tocar las posibilidades—. Mira, ahora, ya son postes de valla.
—Sin duda —concordó Claire—. ¿Pero sabes que los has anclado en la barisfera?
—Por lo menos ya no bailan.
—Sí, pero…
—¿Por qué no acabas de explicarle a Dean la razón por la que cerrar este lugar no sería pan comido? No literalmente pan —corrigió al echarle un vistazo al perfil de Dean—. Pese a que algunos tipos de pan han llegado a hacer agujeros hacia el lado oscuro.
—No estás siendo de mucha ayuda —señaló Dean y giró a la izquierda siguiendo las indicaciones silenciosas de Claire—. Hay un agujero en la tela de camiseta…
—… y como el tejido es tan fino no puedes unir los extremos, lo único que puedes hacer es ir poniéndole parches delicadamente. Puede ser un rollazo, pero no es algo con lo que yo pueda tratar.
Mientras conducía con la mano izquierda, tomó los dedos de Claire y se los llevó a los labios.
—No he dudado de ti ni por un instante.
Ella sonrió y se frotó la mejilla contra el hombro de la chaqueta de él.
—¿Y eso por qué?
—Te he visto en acción.
—Oh, voy a vomitar —al ver que dos pares de ojos entornados miraban hacia ella, Diana se encogió de hombros—. Austin no está. Alguien tenía que decirlo.
—Cierto. —Claire se estiró mientras Dean asentía en voz baja—. Para ahí, ante la casa de ladrillos grises.
Mientras Dean detenía la furgoneta, Diana entornó los ojos intentando leer el nombre del buzón a través de un súbito remolino de nieve.
—Giorno.
—¿Les conoces?
—Voy a la escuela con Lena Giorno, aunque está en un curso menos que yo. Nunca he estado en su casa.
Con el cinturón de seguridad desabrochado, Claire se volvió lentamente hacia el otro asiento, al sentir cómo las llamadas tiraban de ella.
—Bueno, estás a punto de entrar.
—Señor Giorno, hola, feliz Navidad. Soy Diana, amiga de Lena, y esta es mi hermana Claire.
Incluso estando de pie en la línea de fuego, Claire sentía el encanto que Diana le lanzaba al hombre que brillaba en el umbral de la puerta. El aire entre ellos prácticamente burbujeaba, pero no parecía tener mucho efecto. Su gesto malhumorado no cambiaba, y él continuaba de pie, cuadrado ante la puerta como si estuviera defendiendo la casa de todo lo que pudiera venir.
—¡Francis! ¡No podemos permitirnos calentar al mundo entero! ¡Cierra la puerta! —el grito de la señora Giorno venía acompañado por el característico olor del pavo quemado.
—¡No empieces! —giró la cabeza lo justo para bramar la respuesta por encima del hombro—. ¡La cerraré cuando sea el momento de hacerlo! Lena —dijo mirando de nuevo para el porche—, no saldrá. Quizá cuando tenga treinta años la deje salir, pero no hasta ese momento. ¡Niños, callaos!
Los chillidos de fondo cambiaron de tono.
Ligeramente preocupada por los movimientos de cabeza, Diana estiró un poco el cuello.
—No queremos que Lena salga, señor Giorno. Deseábamos poder entrar y verla.
—No…
—Por favor.
Su rostro cambió tan rápidamente que parecía que sus mejillas se hubiesen fundido.
—Por supuesto que podéis entrar. No se debería dejar a las chicas como vosotras quedarse en el porche si no quieren. Sois buenas, monas. Buenas chicas. Mi Lena es una buena chica —arrugó la nariz lúgubremente y se frotó la palma de una mano contra los ojos—. Entrad —la mano ahora húmeda hizo un gesto expansivo mientras se apartaba del camino—. Entrad, hablad con mi niña y averiguad por qué tiene que romper el corazón de su padre. Entrad —le apretó el hombro a Diana mientras entraba y le hizo una seña a Claire—. Entrad.
Parecía como si en el salón hubiera estallado una bomba y el campo de los destrozos provocados se hubiera extendido por el resto de la casa. Que así era el día de Navidad en una casa con tres niños, dos adolescentes, un gato y un par de hámsters neuróticos podría haber sido explicación suficiente en cualquier otro momento, pero aquella vez, ni el día ni la demografía se acercaban a poder dar una explicación acerca del nivel de caos. El árbol de Navidad estaba tirado de lado, la mitad de las luces continuaban encendidas, el gato (que tenía una sonrisita engreída y una barrita de caramelo a medio comer pegada al pelo) estaba acurrucado entre las ramas rotas. Había juguetes que no funcionaban y pilas agotadas esparcidas por todas partes, dos pilas AA estaban clavadas en el pladur del recibidor como si alguien a punto de perder los nervios hubiese probado cada pila del paquete ahorro y aquellas fuesen las dos últimas y aún así no funcionasen. La molécula de gas que corría por todas partes resultó ser un niño de cinco años con una línea afeitada en el medio de la cabeza.
—Lena está abajo, en su habitación —les dijo el padre mientras se sacaba un pañuelo del bolsillo y se sonaba la nariz con la pequeña parte que no estaba cubierta por una nube de gominola derretida en forma de Papá Noel—. Entrad. Hablad con ella.
Diana miró a Claire con el rabillo del ojo. Al ver que Claire asentía, sonrió.
—Gracias, señor Giorno.
—No, gracias a vosotras.
Cuando comenzaron a bajar las escaleras, él se volvió con una mano sobre la cara y los hombros temblorosos.
—Yo no quería hacerle llorar —murmuró Diana mientras las dos Guardianas se abrían paso cuidadosamente a través del caos.
—No lo has hecho tú. La energía que se filtra desde el lugar está corrompiendo las posibilidades. ¿No sientes la ligera pátina de oscuridad?
—Sí, pero creía que era el humo del pavo. O quizá del árbol de Navidad. Parece que estaba ardiendo en algunos puntos —cuando llegaron al suelo de cemento pintado, se quedó mirando expectante a su hermana—. ¿Y bien?
A su derecha había dos dormitorios y un cuarto de baño. A la izquierda tenían el cuarto de la colada, la caldera y un aparato para hacer vino.
Claire giró a la derecha, siguiendo las llamadas.
La puerta que daba al dormitorio que tenían delante estaba cerrada. Claire llamó.
—¡Largaos! ¡Os odio!
—Uau. —Diana dio medio paso atrás—. De verdad que nos odia.
—¿Y qué esperabas? Está ahí dentro junto al lugar. Inténtalo tú —sugirió Claire al ver que la segunda llamada no obtenía ninguna respuesta.
—¿Lena? Soy yo, Diana. Del comité de decoración, ¿te acuerdas? —probó el pomo. La puerta estaba cerrada—. Déjame entrar.
—¡No!
Aquel era uno de los noes más decididos que Diana había escuchado en su vida, y eso que había escuchado bastantes.
—¿Estás segura de que está ahí dentro? Claire asintió.
—En ese caso, necesitará algo más que una cerradura barata para hacer que nos quedemos fuera. —Diana buscó entre las posibilidades. La puerta se le quedó en la mano—. Vale —se tambaleó bajo su peso—. No quería hacer esto.
—Nunca quieres —suspiró Claire—. Pero ahora eso no importa. Mira.
—Tía, sabía que le molaban los ángeles, pero esto es demasiado.
—No decía eso. Mira hacia abajo.
El agujero se había abierto justo en la esquina de la cama de Lena: era una mancha oscura, fea y metafísica sobre la alfombra de color rosa pálido.
Lena levantó la cara enrojecida de la almohada y miró hacia el resto del sótano.
—¡Vuelve a poner esa puerta en su sitio! ¡No voy a salir! ¡No me importa lo que diga mi padre!
—Mira, Lena, no tienes que salir. No estamos aquí para… —Diana se dio cuenta un poco tarde de que no iba a poder entrar en la habitación agarrando la puerta, la apoyó contra la pared opuesta y dio un paso hacia el umbral—. Estamos aquí por ti —dio un rodeo por la parte más alejada de la cama para evitar el agujero y se sentó—. Queremos ayudarte.
—No podéis ayudarme.
Cuando ella volvió la cabeza hacia Diana, Claire entró en la habitación, se arrodilló al lado del agujero y limpió con la punta del dedo el símbolo que estaba inscrito en la alfombra.
—Nadie puede ayudarme —continuó Lena mientras se frotaba la nariz con la parte de atrás de la mano—. ¡Mi padre se ha llevado a mi ángel!
Mientras se preguntaba cómo podría saber ella que faltaba un ángel teniendo en cuenta la cantidad que quedaba en la habitación, Diana le dio una palmadita en el hombro más o menos reconfortante.
—Bueno, tienes muchos más…
—¡No! Era un ángel real. ¡Salió de la luz anoche cuando encendí mi vela! Y no me importa si me creéis.
—Yo te creo. ¿Golpeó tu padre a ese ángel? —preguntó Claire en un tono tan práctico que Diana se volvió completamente sobre la cama para mirarla.
—Sí. Simplemente apareció en el cuarto como hace él, completamente loco, y cuando lo vio, perdió la cabeza totalmente, le pegó y se lo llevó, y yo no le hablaré nunca más.
—¿Adónde se llevó tu padre al ángel, Lena?
—¡Al cura! ¡Le odio tantísimo!
—¿Al cura o a tu padre?
—¡A los dos!
—Diana. —Claire se inclinó y trazó otro símbolo. Después se apresuró a borrarlo cuando un trozo de la alfombra se fundió—. Creo que Lena se sentiría mejor si durmiese un rato.
—¡No! No quiero. —Diana colocó la cabeza de Lena sobre la almohada y después se volvió hacia su hermana.
—¿Estás sugiriendo que de verdad Lena recibió la visita de un ángel real?
—No estoy sugiriendo nada. Ya la has escuchado: un testigo no puede mentirle a una Guardiana.
—Pero se pueden mentir a sí mismos. Una vez Lena se creyó de verdad que había visto la cara de Leonardo Di Caprio en un bol de pudin de sirope de caramelo, y consiguió que la mitad femenina de noveno estuviese histérica durante lo que quedaba de la hora de la comida.
—¿De verdad?
Diana asintió.
—No molo demasiado.
—Bueno, esta vez no le está mintiendo a nadie, ni a ella misma ni a nosotras. —Claire se sentó sobre los talones y meneó una mano en el aire—. Hay claros residuos bajo la oscuridad. Es evidente que hay que comprobarlo una vez que lo sabes.
—Oh, sí. Evidentes residuos de ángel. Es algo que no se escucha cada día.
—Diana, esto es serio.
—Vale, estoy hablando en serio —tras coger la taza de los Backstreet Boys, hizo una mueca y la volvió a dejar en su sitio—. La pregunta es: ¿por qué se le iba a aparecer un ángel a Lena? Una obsesión no es suficiente como para abrir tanto las posibilidades. ¿Crees que fue enviado con un mensaje?
—No puede ser así, o se habría desvanecido una vez hubiera revelado el mensaje, y ella dice que su padre se lo llevó.
—Quizá se lo llevó antes de que pudiese revelar su mensaje.
—No, no estaría permitido que eso ocurriese. Un mensaje de la luz tiene que ser revelado pese a todo. Un padre enfadado tendría las mismas posibilidades de enfrentarse a ángel decidido de las que tendría de enfrentarse a un camión en marcha, y el resultado sería prácticamente el mismo. Tengo una pregunta mejor: ¿cómo pueden haberse abierto tanto las posibilidades sin que yo me haya dado cuenta?
—Es fácil. Si se abrieron anoche, estabas ocupada. —Diana se puso a sonreír con los ojos entrecerrados—. ¿Te estás poniendo roja?
—No. —Claire ni tan siquiera intentó que su negación sonase convincente. Teniendo en cuenta el calor de sus mejillas, no parecía tener mucho sentido—. ¿Y por qué no te diste cuenta tú?
—Ni idea. Quizá me perdí entre tanta paz y felicidad. Ya sabes cómo son las cosas en esta época del año.
—Cierto.
—Y ya que venía del extremo superior, realmente no era asunto nuestro.
—Cierto, de nuevo —trazó un tercer símbolo y el ruido que se escuchaba en el piso de arriba comenzó a bajar—. Esto pone una cobertura temporal sobre el lugar, pero necesitaré detalles para sellarlo de verdad.
—¿Cómo qué?
—Cómo por qué un hombre básicamente decente le cascaría a un mensajero de la luz.
—¿Es eso lo que ha abierto el agujero?
—Diana, el señor Giorno le pegó a un ángel, ¿tú qué crees?
—Sólo estaba comprobándolo —tras inclinarse hacia delante, Diana apartó un mechón de cabello oscuro y grueso de la cara de Lena y pronunció su nombre suavemente—. No te despiertes —le indicó cuando la chica dormida comenzó a estirarse—. Simplemente dime, sin enfadarte, por qué tu padre le pegó al ángel.
—Estaba desnudo.
—¿Tu padre? —teniendo en cuenta la cantidad de pelo que se escapaba por el cuello abierto de la camisa del señor Giorno y por debajo de sus nudillos, Diana hizo que aquella imagen se desvaneciese rápidamente.
—Mi padre no, el ángel.
—¿El ángel estaba desnudo?
—Ajá —sonrió ligeramente—. Le vi la cosa.
—Lena, los ángeles no tienen cosa.
—Lo sé —incluso dormida consiguió enfatizarlo—. Pero este tenía. Creo que… —frunció el ceño—. Creo que se lo dio mi padre. Era grande.
—¿Y en qué te basas para hacer la comparación?
—¡Diana!
Sin volverse, movió una mano en dirección a su hermana para apagar futuras protestas.
—Puedes seguir con eso más tarde, Lena. Ahora vuelve a dormirte y te llamaré si te necesitamos.
—Va… —un largo suspiro—… le.
Tras comprobar que había vuelto a caer profundamente dormida, Diana se puso en pie y extendió las manos triunfante, modificando como pudo el gesto para atrapar al querubín que había tirado de una estantería.
—Tatatachán. —El padre irrumpió en la habitación justo cuando la obsesión de Lena manifestaba un ángel desnudo, sacó una conclusión paternal y le cascó al tío.
Claire puso los ojos en blanco y añadió un poco más de poder cuando la cubierta se movió.
—Sólo una adolescente podría visionar a un ángel desnudo.
—Pasa de eso. Tú has visionado a un Dean desnudo toda la noche pasada.
—No entremos en…
—E ignoraste las llamadas, estas llamadas, mientras lo hacías. Y no estoy diciendo que yo no hubiera hecho lo mismo en circunstancias similares, lo único que estoy diciendo es que no tienes ningún motivo para señalar con el dedo a las hormonas de otra persona.
Tras un largo rato, durante el cual se escucharon diversas vocecitas agudas que insistían en que no habían tocado la salsa y que no sabían qué era lo que flotaba sobre ella, Claire suspiró.
—Vale. Tienes razón. Y ya que debería haber llevado ropa si la situación no se hubiera interrumpido y el padre parece haber añadido la… esto… cosa…
Diana resopló.
—Sabes, Claire, si te dedicas a jugar con una, deberías ser capaz de nombrarla.
Aquello era más de lo que Claire podía soportar de una hermana diez años más joven que ella.
—Bueno —le soltó—, ¡es porque estaba pensado en llamarle Floyd! —se arrepintió de sus palabras justo en el momento en el que salían de su boca y cerró los dientes de golpe demasiado tarde para volver a atraparlas. A juzgar por cómo se habían iluminado los ojos de Diana, sabía que tendría que pagar por aquel comentario durante el resto de su vida natural. Y seguramente también después—. Volvamos al trabajo —sugirió con dureza, en un tono que era como un ataque preventivo—. Sellaré esto. Tu límpiale el odio a tu amiga.
—Claro.
—Diana…
—No te preocupes. Tendré cuidado.
—No quería… —cuando Diana levantó una ceja para imitar con exactitud una de las mejores expresiones sarcásticas de Claire, esta tuvo que echarse a reír, a pesar de lo que inevitablemente vendría después—… decir eso, y lo sabes muy bien.
—Sí. Pero aún así tendré cuidado —volvió a sentarse sobre el extremo de la cama y giró suavemente la cabeza de Lena hacia ella—. A pesar de que siento una urgente necesidad de hacer algo con su estilo decorativo.
—… pero en algún momento te has parado a pensar que quizá no quisieran tener tantas castañas en el relleno? —preguntó Claire mientras se encaminaban a la furgoneta por el camino de entrada a la casa.
Diana se encogió de hombros.
—Da igual lo que hubiese ahí dentro antes de que yo lo arreglase. Y esa es la razón, por cierto, por la que nunca deberías poner el cajón de arena en la cocina.
Las cosas habían vuelto a la normalidad en el hogar de los Giorno. El árbol y la cena habían sido recolocados, los regalos reparados, el gato apaciguado y las tensiones familiares se habían resuelto. El lugar que había dentro necesitaba bastante más limpieza de la que normalmente llevaría a cabo un Guardián, pero —tal y como indicó Diana justo antes de que el gato volviese a hacer caer el árbol sin ningún tipo de ayuda de las posibilidades oscuras—, era Navidad.
Dean se despertó de golpe cuando Claire abrió la puerta del pasajero.
—¿Está todo arreglado?
—Todo lo que nosotras podemos arreglar —confirmó tras quitarse la nieve de las botas y deslizarse hacia el lado de él—. Siento haber tardado tanto.
—No pasa nada. Tu cosa hizo que la camioneta se mantuviese caliente.
—¿Tu cosa? —rio por lo bajo Diana mientras subía—. ¿Le habéis puesto nombre?
—Ignórala —le aconsejó Claire, deseando que Dean diese por hecho que tenía las orejas rojas por culpa del frío.
Pero por la mirada que vio en sus ojos, no era así. Se quedó mirando a Diana y después otra vez hacia ella, pero sólo dijo:
—¿Y adónde vamos ahora?
—Volvemos a recoger nuestras cosas y después al sur, tenemos otra llamada.
—¿Otra llamada? —Martha Hansen dejó la bandeja del horno sobre la estufa y bajó a un indignado Austin de la mesa antes de volverse para mirar a sus hijas—. ¿Creéis que tiene algo que ver con el ángel?
—No lo parece. El señor Giorno se lo llevó al Padre Harris, que está en St. Patrick, así que eso debería ser lo último que supiésemos de él.
—¿De él?
Claire le lanzó una mirada a Diana, vio que tenía la boca llena de pepinillo y continuó de mala gana.
—Parece ser que de alguna forma adquirió género durante la aparición.
—¿Género?
Diana tragó y rio por lo bajo.
—Significa justo lo que estás pensando, mamá.
—¡Oh, pobre chico! Debe de sentirse tan confundido.
—¿Confundido? Quizá sorprendido —concedió Diana apoyada sobre la esquina de la mesa de la cocina mientras se pasaba un panecillo caliente de una mano a la otra—. Pero no parece que sea difícil manejarlo. Todo consiste en apuntar y disparar —echó un vistazo por toda la cocina repentinamente en silencio—. Bueno, hablando metafóricamente. Vale —suspiró—, no disparan de verdad, pero tenéis que admitir que apuntan —tras pillar a sus padres intercambiando una significativa mirada por encima del puré de patatas, le lanzó el panecillo a Dean y extendió las manos—. ¿Qué?
—Ya hablaremos más tarde —dijo Martha secamente—. Ahora —se volvió hacia Claire y la rodeó con los brazos—, será mejor que os vayáis.
La cabeza de Austin se levantó de golpe del lugar que estaba investigando, sobre un poco de grasa derramada.
—¿Perdón? Llevo cinco horas esperando a que ese pájaro salga del horno, esa llamada puede esperar tranquilamente veinte minutos más.
—No sabemos cuánto tiempo lleva ya esperando —le recordó Claire mientras cruzaba la cocina para abrazar a su padre—. La situación se quedó un poco estancada, ¿lo recuerdas?
—¿Entonces debería sufrir?
Martha se inclinó y le acarició la cabeza.
—No te preocupes. Os prepararé una caja de comida mientras Claire y Dean recogen sus cosas.
—Sabes que es tu segunda llamada en una mañana —se quejó Diana, arrastrando los pies cuando Claire se detuvo delante de ella—. Ya llevas dos por hoy y yo no he sentido ninguna. ¡Qué injusto!
—Todavía no estás en activo.
—Pero estoy de vacaciones. Y muy disponible.
—Y si algo se abre y es lo suficientemente serio como para necesitar de ti, tú también serás llamada. Igual que cuando te necesitamos en Kingston. —Claire se echó hacia delante y tocó a su hermana en la mejilla—. Todo cambiará cuando acabes la escuela en junio. Sé que es difícil cuando sientes que hay tantas cosas importantes que deberías estar haciendo, pero lo superarás. Yo lo hice.
—No me trates con condescendencia —la respuesta hizo que Claire se balancease sobre sus pies de un empujón—. Y no olvides tus regalos. Y ten cuidado. Y deja que Dean te ayude. Que te ayude de verdad, no que sólo dé vueltas por ahí y recoja lo que ensucias.
—Lo haré.
—Lo dudo.
—Lo intentaré.
—Suficiente —dio un paso atrás—. Venga, iros.
Cuando estaba a punto de volverse para abrir la puerta, Dean se encontró arrastrado a un abrazo maternal. Dudó durante un instante, después se lo devolvió y se sintió curiosamente reacio a soltarse cuando Martha se separó. A pesar de que su madre había muerto cuando él era un bebé, siempre había sentido su amor en su vida.
Pese a ello, no tenía ningún recuerdo de haber sentido sus brazos nunca. Hasta ahora.
Como si pudiese sentir su desgana, Martha se acercó y le tocó en la mejilla.
—Estoy muy contenta de que tú y Claire os hayáis encontrado el uno al otro, Dean McIssac. Eres un buen hombre: fuerte, formal…
—Mamá —la interrumpió Diana mientras se volvía a sentar sobre el extremo de la mesa y tomaba otro panecillo—, Claire está intentando responder a una llamada. No es momento para dedicar elogios a Dean.
Le lanzó una mirada interrogativa a la Guardiana más joven.
—¿Elogios?
—Estaréis bien. —Martha le dio una palmadita en el brazo.
—Lo sé —cambió el peso de pie—. Sólo me preguntaba qué significaba elogios.
—Alabanzas.
—Oh.
Le volvió a dar otra palmadita en el brazo.
—Estaréis bien.
—Claro.
—Mientras esté preparado para lo que se está enfrentando —reflexionó John Hansen mientras dejaba el cuchillo de trinchar y se limpiaba los dedos en un paño.
Con una mano todavía extendida y flotando sobre la manga de Dean, Martha se volvió hacia su marido.
—¿No será lo mismo a lo que ya se ha enfrentado?
—Eso no se puede decir con certeza. Las cosas han cambiado entre ellos. Seguramente para mejor, pero se verá en una posición poco habitual para un testigo.
De repente las orejas de Dean se pusieron tan calientes que tuvo miedo de que sufriesen combustión espontánea. ¿Una posición poco habitual? ¿Cómo podía haber averiguado el padre de Claire lo de…? Después se dio cuenta de que lo había entendido mal.
—Bueno, no van a meterse en nada que no puedan manejar —declaró Martha—. No puedo imaginarme nada peor que a lo que ya se enfrentaron en la Pensión Campos Elíseos.
—Yo sí que puedo.
—Austin, cállate. —Claire se inclinó, tomó al gato en brazos y se lo tendió a Dean.
—¡Eh! Agárrame también las patas de atrás —mientras se enganchaba con las patas delanteras en el cuello de franela, Austin se colocó en una postura más cómoda mientras Dean lo agarraba—. Soy viejo. No puedo quedarme colgando.
—Lo siento.
—¡Colgando! Sinceramente.
Claire le acarició la línea de pelo que le recorría la columna vertebral.
—Déjalo correr, Austin.
—Tenía un panecillo en la mano. Tengo migas en la cola.
—Te las limpiaré en cuanto salgamos a la carretera —enganchó la cintura de color azul descolorido de Dean con dos dedos y tiró de él hacia la puerta—. Di adiós, Dean.
—Adiós, Dean.
Por lo menos consiguió que el gato riese.
No es justo. Diana pasó la aspiradora sobre los trocitos de cristal roto y sintió una mohína satisfacción cuando La-La y San Mateo desaparecieron. Yo debería estar ahí fuera cambiando el mundo como Claire, no yendo a una absurda escuela. Una absurda e inútil pérdida de tiempo. Apareció una franja de alfombra limpia que partía en dos a Jesús y a Po. Estoy tan cansada de que Claire consiga hacerlo todo antes que yo. Consiguió hacerse agujeros en las orejas antes que yo, se graduó antes que yo en el instituto, consiguió viajar a una isla tropical y evitar por poco que toda la isla se uniese a la Atlántida antes que yo. No, espera, esa fui yo. Y al final resultó que todo no fue más que un húmedo malentendido.
La parte delantera de la aspiradora era demasiado ancha para alcanzar los últimos trocitos de cristal. Al darse cuenta de que necesitaría otro complemento, Diana la sacudió impotente contra la chimenea en lugar de buscarlo. Mi vida es una mierda. A Claire la llaman. Lena consigue un ángel. ¿Y yo qué tengo? Un puñado de luces rotas.
Y no olvidemos que Claire también tiene a Dean. Y a Floyd. Riendo para sí misma, se puso con Dipsy y San Pedro. Una Nochebuena inolvidable para los tres. Que quizá no sea lo que yo quiero en la vida, sólo que…
… que…
Había algo que persistía colgando de un recuerdo, casi aunque no completamente desenterrado por aquel hilo de su memoria. Comenzó a reconstruirlo mientras repasaba ausente el mismo trozo de alfombra con la aspiradora.
Nochebuena.
Claire consigue a Dean.
Luces que se rompen.
Lena consigue un ángel.
Le dio una patada al botón de encendido y apagó la aspiradora justo a tiempo de escuchar por encima de los furiosos latidos de su corazón cómo la camioneta de Dean arrancaba.
La madre corrió al recibidor cuando ella abrió la puerta.
—Si vas a salir a la camioneta, llévate esto.
El olor de pavo que salía de la caja hacía que las preguntas sobre su contenido resultasen redundantes. Se lo arrancó de las manos mientras salía a grandes zancadas.
—¡Diana, las botas!
—¡No hay tiempo! Tengo que atrapar a Claire antes de que se vaya —tal y como diría Claire, los Guardianes no ocultaban información vital a otros Guardianes. Lo cual no quería decir que Diana escuchase realmente lo que decía Claire o tuviese ninguna intención de explicarle lo que había ocurrido con el CD de Lo mejor de John Denver. Salió corriendo con la caja bajo el brazo.
—¡Sí! —Austin saltó a la parte superior del asiento, desde donde podía ver sin impedimentos a través de la ventana trasera—: ¡Ahí llega la comida!
Claire se volvió hasta poder ver cómo Diana corría por el camino de la entrada.
—¿Cómo puedes saber desde aquí lo que lleva en la mano?
—Soy un gato.
Una vena comenzó a vibrar en la frente de Claire.
—¿Para qué me molesto en preguntar?
Mientras se lo preguntaba él también, Dean bajó la ventanilla en el momento en el que Diana pisaba un trozo de hielo y resbalaba hasta impactar contra su puerta.
—Ya sé de dónde ha salido el ángel —anunció antes de que ninguno de los ocupantes de la camioneta pudiese hablar—. Yo tenía razón, no fueron las obsesiones de Lena las que abrieron las posibilidades, y también tenía razón en lo de que tú estabas distraída.
—¿De qué estás hablando?
Diana sonrió, le pasó la caja a Dean e introdujo el dedo índice de su mano derecha en un círculo hecho con el pulgar y el índice de la izquierda.
—Vosotros abristeis el agujero y el deseo de Lena de ver a un ángel era lo bastante fuerte como para definir lo que salía de él.
—No. —Claire meneó la cabeza—. Incluso si hubiéramos abierto las posibilidades…
—Lo hicisteis.
Miró al gato.
—¿Perdón?
—Las abristeis. Y mucho —se rascó el hombro—. La verdad es que resultaba bastante impresionante.
—Demasiado para todas esas charlas sobre sexo seguro, ¿eh?
—Vete al cuerno. Y deja de hacer ese gesto tan desagradable. No fue así.
—¿Fue más bien así? —Diana apenas tuvo tiempo de cambiar la posición de sus dedos antes de que Dean se estirase y colocase una de sus manos sobre las de ella.
—No —dijo tranquilamente, con las orejas rojas—. Tampoco fue así.
Sintiéndose de repente avergonzada y mala al mismo tiempo, y sin que aquella sensación le gustase demasiado, Diana se soltó. Pinchar a Dean no era lo mismo que pinchar a Claire. Pero no me disculparé. Quiero decir, si no puede aceptar una broma…
—Mira, yo también vi lo que vio Austin, pero nunca lo relacioné con Lena porque ese tipo de cosas siempre se disipan después, y proporcionan a todos los que están en los alrededores una sensación de felicidad.
—Debería haberse disipado —estuvo de acuerdo Claire. Entornó los ojos al leer el lenguaje corporal de su hermana—. ¿Por qué no fue así?
—Culpa mía. Más o menos.
—¿Más o menos?
—Bueno, vale, completamente. Hice un decorado para el baile de Navidad que reunía todos los buenos sentimientos y los devolvía intensificados para crear más buenos sentimientos, y creo que hice que la atracción fuese demasiado fuerte…
—Quelle surprise —murmuró Austin.
—… y atrajo la luz, dándole una especie de protoforma que se mantuvo hasta que llegó hasta Lena.
—Cuando se convirtió en ángel —suspiró Claire—. Bueno, podría haber sido peor. Seguramente haya vuelto a la luz en cuanto se le aclaró la cabeza tras el puñetazo.
—¿Tú crees?
—Toda la información que tenemos nos indica que los ángeles pueden pasar a través de la barrera cuando les place. Si tú fueses él y te hubieran recibido así, ¿no hubieras vuelto al lugar del que venías? Y ahora, está muy bien tener una respuesta a todas esas preguntas —continuó ante el asentimiento de Diana—, el agujero creado por la reacción ante la aparición del ángel ya está sellado y tengo trabajo que hacer.
—Pero…
—Feliz Navidad, intentaré que sigamos en contacto.
—¿De verdad que creamos un ángel? —preguntó Dean en cuanto salieron a la carretera.
—Por decirlo de alguna manera, sí.
—Parece un poco…
—Poco relleno de salchicha. —Austin levantó la cabeza de la caja, con los ojos brillando de indignación—. Apenas hay para dos personas, no digamos para tres.
—Primero, tú no eres una persona, eres un gato —tras deslizar una mano bajo el pecho del gato, Claire lo levantó para colocarlo en su regazo—. Segundo, si has metido tu patita del cajón de popó entre las patatas dulces, te mataré. Tercero… —pasó un dedo por el muslo de Dean—… creo que podríamos haber creado un ángel sin la ayuda de Diana o de Lena.
Dean tardó un momento en captarlo, sonrió, le tomó la mano y se la llevó a los labios.
—¿De verdad?
—De verdad.
—¿Tenéis pensado continuar comportándoos así? —preguntó Austin desde el regazo de Claire—. Porque soy viejo, ya lo sabéis, y no creo que mis niveles de insulina puedan soportarlo.
Claire apartó la mano de la boca de Dean y repasó una línea de pelo erizado.
—Aquí hay alguien que está celoso.
—¿De él? —el gato bufó y dejó caer la cabeza sobre las patas—. Por favor.
—¿Estás seguro?
—Los gatos no nos ponemos celosos.
—¿De verdad?
—Nos desquitamos.
—Austin.
—Estoy bromeando.
Diana se quedó de pie en la entrada hasta que la camioneta de Dean desapareció de la vista, después volvió a entrar en la casa tras darle una patada a un montón de nieve.
… está muy bien tener una respuesta a todas esas preguntas…
Muy bien.
Había momentos en los que lo único que deseaba era agarrar a Claire por las orejas y sacudirla hasta quitarle esa actitud de «soy la Guardiana más chula del lugar».
Siempre piensa que el mundo gira alrededor de su ombligo…
Tras tomar con cuidado una curva cerrada, Dean miró a Claire y sonrió. Adoraba la forma en la que la luz brillaba al penetrar entre los reflejos castaños de su cabello, cómo hacía que sus ojos pareciesen oscuros y misteriosos, cómo… espera un momento.
—¿De dónde sale esa luz?
Claire suspiró.
—Continúa conduciendo.