CATORCE

No parece que esté abierto.

—Eso no importa —dijo Byleth en voz bajita, mirando hacia el edificio Victoriano de tres plantas. El recuerdo de la oscuridad había dejado una pátina mugrienta sobre los ladrillos rojizos. Una decoloración que cualquier otra mirada aparte de la suya hubiera dado por hecho que era resultado de la contaminación. Bueno, las manchas de color marrón-amarillento que se estaban comiendo la vieja argamasa sí eran resultado de la contaminación, igual que los parches de porquería, la pintura descascarillada del pasamanos verde claro, los surcos blancos dejados por la lluvia ácida sobre el viejo tejado de cobre y la bastante sorprendente cantidad de óxido que había en cada trozo de hierro al aire libre. Suspiró y se preguntó por qué la oscuridad tan siquiera se había molestado.

—Quizá debería entrar contigo.

—Quizá deberías meter las narices en tus asuntos —se desabrochó el cinturón de seguridad y abrió la puerta de un empujón con un movimiento enfadado, sin estar segura de con qué estaba enfadada exactamente. Debería sugerirle que arrancase y arremetiera contra algo sólido, pero por qué desperdiciar un coche tan chulo. Se planteó decirle que aparcase al lado del lago y después caminase hasta encontrar un agujero en el hielo. O que saltase desde el tejado de un edificio. O que fuese a un concierto de Britney Spears.

Bueno, quizá no fuese capaz de tocar suficiente oscuridad para vérselas con esta última opción, pero el resto eran perfectamente viables. De pie en la carretera, todavía agarrada a la puerta del coche, examinó sus opciones.

Leslie/Deter se agachó lo suficiente para verle la cara.

—Ten cuidado.

—Lo que sea —no tenía sentido malgastar unos recursos menguantes en un perdedor así, no cuando tenía todo un mundo de potencial oscuro a sus espaldas. Con los músculos en tensión, cerró la pesada puerta y se sorprendió al oír su propia voz decir mientras se cerraba:

—Gracias. Bueno, por traerme.

¿Gratitud?

Puaj.

No le bastó con escupir para deshacerse del gusto que se le había quedado en la boca. De verdad que aquella sería la última vez que se manifestase en Canadá.

Mientras se agarraba el abrigo abierto para asustárselo más, Byleth esperó hasta que el coche desapareció al doblar la esquina antes de volverse hacia la casa. El chulo de Dios era justo el tipo de tío que se quedaría por allí para asegurarse de que ella estuviese bien.

—Como si pudiese hacer algo al respecto si no lo estuviera —dijo con desprecio mientras subía una montañita de nieve y después los nueve escalones desiguales que daban al porche. Había una puerta bajando igual número de escalones allí al lado, pero los vecinos podrían fijarse en una adolescente irrumpiendo en el sótano de una pensión, mientras que no lo harían si viesen a una cliente, incluso aunque fuese joven, acercándose a la puerta principal. Aquel conocimiento no procedía del extremo oscuro de las posibilidades, sino que lo había escuchado la noche anterior en el dormitorio de la misión. Si las cosas seguían su camino durante las siguientes dos horas, había unas cuantas informaciones que Byleth había escuchado por casualidad y que estaba deseando probar (pese a que no estaba completamente segura de lo que era un «funchi, key caz star boi»).

La puerta no estaba cerrada.

El pomo de latón pasado de moda giró en silencio.

Dentro debería haber un Primo. Un Primo que debería haber sido capaz de percibirla desde aquella mañana, cuando el imbécil del ángel se había transformado inesperadamente. Un Primo que tenía que saber que ella se acercaba. Que podría estar esperando, preparado para ella, dentro.

Puedo vérmelas con un Primo.

De repente se le humedecieron las palmas de las manos y dudó, preguntándose por qué estaba goteando. Podía vérselas con un Primo. ¿O no? En el preciso instante en el que se había formado a partir de la oscuridad, sin duda podría habérselas visto con un Primo, pero a cada momento después de aquello se había ido transformando. O, por decirlo con más precisión, el cuerpo la había ido transformando. ¿En qué? Aquella era la cuestión. Asaltada repentinamente por una inseguridad nada demoníaca, se quedó congelada.

Ya ni tan siquiera sé quién soy. Esto ha sido una idea muy estúpida.

Necesitó una ráfaga de aire frío procedente del lago para conseguir moverse de nuevo. Congelarse estaba bien como metáfora, decidió mientras empujaba la puerta para abrirla, pero en el mundo real era una mierda. Así que quizá no pudiese golpear a un Primo que estuviese preparado, pero no importaba lo absurda que toda aquella estupidez acabase siendo, decididamente sería preferible a pasarse un instante más sintiéndose como si unos diablillos le estuviesen pinchando las orejas con carámbanos. En casa ya tenía bastante de aquello.

Dentro de la pensión no hacía mucho más calor.

El recibidor y el diminuto despacho que había detrás del largo mostrador de madera estaban completamente vacíos, a excepción de una mesa con un aspecto bastante lamentable y un viejo teléfono con marcador giratorio. O bien el Primo cuya presencia impregnaba el edificio le había tendido una trampa que se acercaba al recuerdo del infierno, o bien no la había considerado una gran amenaza.

Byleth cerró los puños y su humor cambió ciento ochenta grados. La inseguridad había triunfado sobre el orgullo insultado. Está bien, gruñó en silencio. Si quieres una amenaza, tendrás una amenaza.

Mientras le lanzaba una mirada de desprecio a las paredes de color verde cazador —qué color tan pasado de moda— avanzó en silencio hacia el salón principal, permitiéndole a su instinto que la guiase. Este la llevó a la cocina, en donde decididamente nunca había habido un agujero que diese al infierno, sino un dibujo bastante alienígena creado por la mermelada de uva tirada sobre el mostrador, y allí comenzó a abrir puertas.

El sótano no fue tan difícil de encontrar.

Dada la historia del lugar, a Byleth sólo se le ocurría una razón para que existiese la enorme puerta de metal que estaba al otro lado del fregadero y secadero, pese a que la razón por la que estaba pintada de azul turquesa se le escapaba. Se acercó unos cuantos pasos y vio que estaba entreabierta.

Ahí, entonces, era donde había colocado su trampa el Primo.

—¿A dónde?

Tras dejar en el suelo con cuidado la mochila que no paraba de retorcerse, detrás del asiento del conductor, Diana se metió en el taxi y cerró de un portazo.

—A la Pensión Campos Elíseos, en Lower Union, justo a la salida de King Street.

—¿Eso está en el centro, al lado del muelle?

—Lo estaba la última vez que lo comprobé —teniendo en cuenta cuál era el edifìcio en cuestión, aquella no era una afirmación completamente en broma.

—¿La Pensión Campos Elíseos? —repitió pensativamente el taxista mientras desplazaba el coche hacia la cola de coches que salían del aparcamiento de la estación de ferrocarril—. Apuesto lo que sea a que no hacen mucho negocio con ese nombre. Para eso podrían haberle puesto «La antesala del infierno».

Diana le dedicó una sonrisa lúgubre al reflejo de él en el retrovisor.

—Se lo han planteado.

—Elíseas, sin viento, afortunadas moradas // más allá de los páramos de constelaciones del cielo. Prometeo liberado, de Percy Bysshe Shelley.

—Ostras, y yo que no me podía imaginar por qué mis orientadores no dejaban de desmotivarme para sacarme la licenciatura en Filología Inglesa.

—También te puedo recitar un trozo de la hostia de Enrique V —le dijo mientras cambiaba de carril en Days Road—. Pero los del ayuntamiento no están arreglando la carretera tanto como antes y la nieve de anoche está un poco compacta.

—Voto porque le prestes atención a la carretera. Incluso puedes ir más rápido si te apetece.

—Tienes prisa.

—Sin duda.

—¿Por ver a un chico?

—¿Qué fue de lo de prestarle atención a la carretera?

—Sólo estaba preguntando —su reflejo frunció el ceño ligeramente—. ¿Llevas un gato ahí atrás?

—No —la respuesta fue un poco rápida, pero Diana pensó que aún así había sonado sincera. La última cosa que deseaba era formarle un lío en la cabeza a un testigo dentro de un vehículo en marcha. Vale, no era la última cosa, pero sin duda estaba entre las diez primeras, situada en algún lugar entre ver la peli de los N’Sync y empastarse una muela—. Sólo es una mochila.

—¿Crees que podrás conseguir que deje de afilarse las uñas en la parte de atrás de mi asiento?

—Si ella abre el camino…

—Ello, no ella. Es un trozo de oscuridad al que se le ha dado forma física, no es una persona.

Mientras se colaba rápidamente en el carril de la derecha para adelantar a un Mazda Miata que corría vacilante a apenas veinte kilómetros por encima del límite, Dean negó con la cabeza.

—Diana parece estar bastante segura de que hay una persona implicada.

—Diana también piensa que The Cure es el mejor grupo del mundo.

—Pues no están mal —reconoció Dean.

Intentando no sentirse vieja, Claire pasó una reconfortante mano sobre el lomo de Austin, pero no podría decir si lo estaba reconfortando a él o a sí misma.

—No resultará tan fácil reabrir el lugar. Se necesitaron tres Guardianes para cerrarlo, y también estabais tú y Jacques, y no es tan fácil encontrar un conserje de hotel de Terranova y al fantasma de un marinero franco-canadiense en el centro de Kingston un miércoles por la tarde durante las vacaciones de Navidad.

—¿Y un sábado por la noche a mediados de enero?

—No sería imposible.

—Los demonios tienen sus propias conexiones con la oscuridad —le recordó Austin—. Ella no necesitará reproducir todos los factores.

—Ello —le recordó Claire—. Y ya lo sé. Pero todas las convoluciones deberían desacelerarlo.

—¿Deberían? —preguntó Dean.

—Lo harán. ¿Por qué estás desacelerando tú?

—Una rampa de salida.

—Derecha.

—Y hay un coche de policía en el arcén ahí delante.

—Deja que yo me preocupe de eso —mientras alcanzaba las posibilidades, Claire reconfiguró el radar de la policía para que captase el Disney Channel—. Tú limítate a conducir.

No había ninguna trampa ni encima ni alrededor de la puerta de la sala de la caldera.

De pie en la parte más alta de las escaleras que daban al sótano, Byleth se humedeció los labios y dio un paso adelante. Un paso. Dos.

Nada de Primos. De momento, nada de Guardianes.

—Oh, vale, ignórame todo lo que quieras, pero no me voy a marchar —el ligero eco que se produjo en la sala hizo que sonase más malhumorada que desafiante. Decididamente el eco…

En el escalón más bajo se detuvo, preocupada de repente por si estaba a punto de hacer algo incorrecto.

—Espera un momento —el cachete, con la palma de la mano en la cabeza, fue un poco más duro de lo necesario—. Se supone que debo hacer lo incorrecto —dio un paso más y llegó al suelo; caminó rápidamente hacia donde el recuerdo era más fuerte y, antes de que le sobreviniese otro cambio de humor, se dejó caer de rodillas, colocando las manos planas sobre la piedra. La conexión estaba ahí, pero lo que debería haber sido una ráfaga de poder que revitalizase cada molécula oscura de su ser no fue más que un simple hilillo de posibilidades procedentes del extremo más bajo, y necesitó concentrarse arrugando bien la frente para sentirlo.

LO SENTIMOS, EL NUMERO MARCADO NO EXISTE. POR FAVOR, INSCRIBA UN PENTAGRAMA Y VUELVA A INTENTARLO.

—Oh, por… —pegó un buen golpe con las dos manos—. No necesito un puñetero pentagrama, ¡soy parte de ti! —Todo el vello de la nuca se le puso de punta mientras su ira proporcionaba nueva fuerza a la conexión. Ahí abajo estaban escuchando, no cabía duda; seguramente estaban discutiendo sobre quién debía atender la llamada—. Esto no es malvado, tíos, es irritante. ¿Queréis que os libere al mundo o no? Tengo cosas mejores que hacer que estar aquí sentada esperando a que os saquéis la cabeza del culo.

¡EH! NO HACE FALTA INSULTAR.

Byleth se sentó sobre los talones.

—He conseguido vuestra atención, así que parece ser que sí.

EL MUNDO TE HA CORROMPIDO.

APENAS TE RECONOCEMOS. El infierno suspiró. CRECEN TAN DEPRISA.

—Mirad, hay una Guardiana de camino…

SÓLO TE SENTIMOS A TI.

PORQUE NO HAY NINGÚN AGUJERO, IDIOTA.

OH.

Ya me había dado cuenta de eso, recordó Byleth.

—Lo que no estáis escuchando es que no tenemos demasiado tiempo, así que por qué no os reunís todos en una voz, venga, y me explicáis cómo volver a abrir esta cosa.

En la larga pausa que siguió tuvo la extraña sensación de que el infierno estaba a punto de preguntarle si estaba segura, si de verdad quería envolver al mundo en un sudario de oscuridad y dolor. A todo el mundo, incluidos los Porter y aquel tío que podía ser follable de la tienda de música y a Leslie/Deter y su coche. Lo cual era algo ridículo puesto que al infierno, como norma general, no podían importarle menos las opiniones y/o motivaciones de quienes le ofreciesen la oportunidad de desatar el caos.

Se mordió el labio casi con tanta fuerza como para hacerse sangre. ¿Estaba segura?

VALE, AQUÍ ESTÁ LO QUE TIENES QUE HACER

Demasiado tarde, de todas formas.

—No parece que esté abierto.

—Eso no importa —le dijo Diana mientras le tendía lo último que de quedaba de su dinero de Navidad—. El tío que dirige el lugar es un Primo.

—Ah, sí, la familia, en donde siempre te tienen que acoger. «Una familia feliz no es otra cosa que el cielo anticipado». John Bowring.

—Y esta familia en concreto está intentando evitar un infierno anticipado —con la mochila sobre el regazo, se deslizó sobre el asiento para salir por la puerta y se estiró—. Quédese con el cambio.

—«El cambio siempre supone un cierto alivio, aunque sea de malo a peor». Washington Irving.

Con una sonrisa apretada, Diana cerró la puerta del taxi con un portazo.

—Vive un poco —le aconsejó mientras se marchaba, y después se volvió y subió corriendo las escaleras del porche, ignorando las protestas amortiguadas de Samuel que se estaba dando golpes contra su espalda. Una vez dentro, lo tiró sobre el mostrador y miró incrédula cómo él corría hasta el extremo, se tiraba al suelo, cruzaba el vestíbulo a todo correr y, a medio camino escaleras arriba, se volvía, daba marcha atrás a una velocidad incluso mayor, se volvía a subir al mostrador, cruzaba la mesa en dirección al alféizar y volvía al mostrador.

—¿Qué ha sido todo eso? —quiso saber Diana, deseando que nadie lo hubiese escuchado.

—Estaba probando las patas —le dijo Samuel con orgullo. Al volverse, se vio la cola por el rabillo del ojo y se abalanzó sobre ella.

—De verdad que este no es el momento —suspiró ella mientras él daba vueltas como si fuese una peonza peluda, naranja y no demasiado bien coordinada—. El demonio está en el edificio. ¿No sientes cómo se abren las posibilidades oscuras?

La cabeza le daba vueltas. Byleth luchaba sin éxito para encontrarle sentido a aquella información. El infierno acababa de pasar a través de su tenue conexión.

—Déjame adivinar —dijo en un tono desagradable, deseando poderse frotar las dos sienes que le latían con fuerza—. Estas instrucciones las tradujo del japonés alguien cuya lengua materna era el urdu.

MÁS O MENOS.

—¡No tienen ningún sentido!

¿NO? Un momento después el infierno se aclaró la garganta de una manera vagamente avergonzada. EJEM, ESO ES PORQUE SON LAS INSTRUCCIONES PARA CONECTAR LOS CABLES DE UN REPRODUCTOR DE DVD Y UNA TELEVISIÓN DIGITAL.

—¿Tendrían algún sentido si tuviese un reproductor de DVD y una televisión digital? —le espetó ella.

NO, LA VERDAD ES QUE NO. DÉJALO, LO INTENTAREMOS DE NUEVO.

—Ese Primo que se suponía que debía estar aquí…

—Augustus Smythe.

El pelo de Samuel tenía una pinta como si alguien se hubiera puesto a acariciarlo del revés de pie sobre una alfombra de nailon y él hubiera tenido que luchar contra la apremiante necesidad de subirse por las paredes.

—No está aquí.

—¿No puedes olerlo?

—Oh, puedo olerlo. Pero no está aquí.

—Seguramente esté sangrando en el sótano —decidió Diana, y puso una mueca de dolor cuando el gato cayó al suelo con un enfático ruido sordo doble—. La sangre del linaje es la manera más rápida de abrir un agujero oscuro.

—Por lo menos sabemos que todavía no lo ha abierto.

—La verdad es que eso tampoco lo sabemos con seguridad porque mi genial hermana nunca se molestó en quitar el campo de fuerza que rodeaba la sala de la caldera —mientras abría el camino hacia la puerta del sótano, Diana se volvió a subir la cremallera de la chaqueta, preguntándose por qué haría tanto frío—. Vale, completo sigilo hasta que veamos lo lejos que han llegado las cosas. No queremos espantarla y que se destruya a sí misma.

—O al mundo.

—Sí, eso también.

Tras haberse encontrado con todas las luces rojas posibles desde que habían salido de la carretera, Claire se sintió bastante menos que feliz cuando alcanzó las posibilidades para cambiar el semáforo en División con Queen.

—Parece como si alguien estuviese evitando que llegásemos a la pensión a tiempo.

—Vaya, me pregunto quién podrá ser —dijo Austin fríamente—. O quizá deberíamos habernos limitado a salir de la carretera en Sir John A. MacDonald Boulevard, tal y como yo sugerí, con lo que nos habríamos ahorrado el tráfico del centro.

—No es nada personal —le dijo Dean mientras aceleraba para pasar el cruce y ni tan siquiera reducía la velocidad mientras Claire cambiaba el semáforo en Princess Street—. Pero resulta duro aceptar sugerencias sobre la conducción procedentes de un gato.

—¿Por qué?

—Porque no sabes conducir.

AHORA A LA DERECHA.

—¿Mi derecha o tu derecha?

TU DERECHA.

—¿Aquí?

OH, NENA

—Oh, para ya —murmuró ella, nada divertida. Había estado introduciendo toda la oscuridad que le quedaba en aquel estúpidamente enrevesado dibujo que sellaba el agujero, y a pesar de que la había hecho disminuir hasta convertirla en un hilillo, casi se había acabado.

Quizá no hubiera suficiente, incluso aunque ahora ya pudiese sentir cómo el infierno intentaba forzar una forma de salir al otro lado.

—Lo sentirán —se suponía que debía ser un gruñido. Más bien sonó como un gemido—. Todos lo sentirán.

—¿Quién lo sentirá? —preguntó Samuel mientras le hacía cosquillas en la oreja a Diana con los bigotes.

—Típica frase de adolescente que intenta destruir el mundo —le explicó ella mientras se agachaba y echaba un vistazo desde el borde de la puerta de la sala de la caldera—. Y ¿qué pasará si vosotros dos os tocáis? ¿Explotaréis? ¿Como la materia y la antimateria?

—No lo creo.

—No lo sabes.

Meneó la cola.

—Eh, llegué aquí hace sólo cuatro días. Eres tú la que mantiene equilibrios metafísicos en el mundo, no yo.

—Bueno, ya que este es mi primer cruce ángel/demonio, será mejor que esperes aquí. Estamos intentando salvarla, no perderos a los dos.

—¿Qué vas a hacer?

—Convencerla de que hay otra vía —se estiró, empujó la puerta de color turquesa hasta abrirla por completo y dio un paso más allá del umbral.

No hubo ninguna reacción. No por parte del demonio. No por parte del infierno.

Debe de estar concentrada de verdad. Un escalón. Dos.

Quizá debería intentar echarla del lugar. Tres escalones. Cuatro.

Entonces me sentaré sobre ella hasta que me escuche.

Cinco escalones. Seis.

Sólo desearía saber qué decirle.

Siete.

La chica de cabello negro que estaba arrodillada en el centro del suelo en el sótano del edificio, con las palmas de las manos apretadas contra la piedra, levantó la vista, con sus ojos de ónice fijos en Diana.

Di algo, imbécil. Claire ya no debe de estar muy lejos.

—¿Qué passa?

Byleth se quedó mirando a la chica que estaba en las escaleras con incredulidad.

—Oh, tía, esto ya está acabado de verdad. Un paso más, Guardiana, y haré un agujero que vaya directo al infierno —lo cual era un completo farol, pues ya había llegado lo más lejos que podía y ahora todo dependía del otro lado.

¡TODOS JUNTOS, CHICOS! JUNT… ¡PARAD DE HACER ESO!

Estaba claro que tendría que entretenerla.

—Como me envíes de vuelta ahora, Guardiana, este será el camino que tome. Abrirás el agujero por mí.

—Diana.

—¿Qué?

—Me llamo Diana, porque una tía-abuela de mi madre se moría de ganas de que me llamase así. Creo que se moría de ganas de conseguir una sopera feísima. En cambio consiguió un orinal de 1915. Francamente, no creo que haya demasiada diferencia. Una cosa fea y vieja sigue siendo fea —dos escalones rápidos y Diana estaba ya de pie sobre el suelo, dando las gracias por llevar unas botas de invierno de suelas gruesas que bloqueaban parcialmente las emanaciones del infierno.

¿QUÉ PARTE DE «JUNTOS» NO HABÉIS ENTENDIDO?

—Dudo que sea tu nombre real —bufó Byleth—. No me darías ese tipo de poder sobre ti.

—¿Por qué no?

—¿Qué me estás contando? Pues porque yo soy quien soy y tú eres quien… —los ojos ónice parpadearon—. Lo has hecho. ¿Es que eres terminalmente imbécil?

—No. Es que odio que me llamen Guardiana, como si fuese una anilla o una cosa así. ¿Y tú eres…?

—Alguien ocupado.

—Sí, y maleducado. ¿Tienes nombre o qué?

—Byleth —no pretendía decirlo pero también había poder en la confianza—. No es que importe —bufó, completamente consciente de que la Guardiana había podido leerle el pensamiento en el rostro—. Sólo los Príncipes Demonios tienen nombre real, yo este lo tomé prestado.

Diana se encogió de hombros.

—Ahora parece bastante tuyo.

—¡Ni de coña!

—Pues no. Debes de haberte dado cuenta de que la forma en la que estás te ha cambiado. Si toda tú fueses oscuridad, ahora ya habrías conseguido abrir ese agujero y yo estaría hablando contigo con la cabeza metida por el culo.

—No estoy muy segura de que no sea así —gruñó Byleth.

—Qué bien. De lo que se trata es de que tú no sólo llevas carne puesta, por culpa de la forma en la que te creaste a ti misma, sino que llevas puesto un cuerpo humano completamente funcional, y está corrompiéndote de la misma forma que corrompe… —se resistió a la necesidad de echar un vistazo por encima del hombro hacia el sótano y Samuel—. Bueno, ya sabes a quien.

—¡Tú eres la puta que cambió al ángel y me dejó al descubierto!

—Sí, sí, lo que tú digas. Y ahora cállate un rato y escucha, ¡no tenemos mucho tiempo!

Los labios de Byleth se curvaron.

—Porque todo el infierno está a punto de desatarse.

—Porque tengo a mi hermana tras mis talones.

—¡Uhhh, otra Guardiana! ¡Qué asustada que estoy!

—Deberías estarlo. Es su sello lo que no puedes atravesar, y ella podría acabar contigo en un abrir y cerrar de ojos.

—No parece que esté abierto.

—Eso no importa —pese a que a la acera y los escalones les habían quitado la nieve, no lo habían hecho en el caminito de entrada y el aparcamiento. Dean se detuvo lo más cerca del bordillo que le permitieron los bancos de nieve—. Yo todavía tengo una llave.

—Dean, muchacho, bien hecho —el gato le sonrió mientras Claire abría la puerta de golpe—. Está bien saber que incluso la persona más megaética tiene una diminuta veta abierta al hurto.

—El señor Smythe me pidió que la guardase. Con un suspiro, Austin saltó sobre la nieve.

—Demasiado para este momento tan emotivo.

—Byleth, te has convertido en una persona, y a pesar de que no seas Miss Fraternidad, no eres tan sumamente diferente de por lo menos la mitad de los chavales con los que yo voy al instituto.

—¿Y eso es algo bueno?

—La verdad es que no, sólo es algo, y eso es lo que estoy intentando decirte, quítate la oscuridad y tendrás a una persona con el mismo potencial que cualquier otra, y esa persona se merece una vida. Quiero ayudar.

—Sí, vale. Eres una Guardiana, se supone que deberías detenerme.

Con las manos sobre las caderas, Diana exhaló tajantemente.

—Mira, si debiese detenerte ahora mismo ya lo habría hecho. Detenerte, sellar el lugar e irme a tomar un café con leche. No estoy aquí como Guardiana. Ni tan siquiera he sido llamada, me he tenido que pagar el viaje con, debo añadir, un dinero que mejor debería haberme gastado en una tabla de snowboard nueva.

—Debería haber sabido que hacías snow —los ojos se le estrecharon a cada lado de los mechones de pelo—. De verdad que no soy capaz de ver qué gracia tiene tirarse por una montaña con un gorro estúpido.

—Y yo de verdad que no soy capaz de ver qué gracia tienen la ropa negra y la poesía chunga, así que estamos empatadas. ¡Venga ya! Eres especialista en mentiras, deberías saber que estoy diciendo la verdad. ¿He tocado alguna posibilidad desde que he llegado aquí? Si tú no eres capaz de notar eso, el infierno sí. —Diana hizo un gesto hacia el suelo, manteniendo el movimiento tan neutral como era posible. Aquel no era ni el momento ni el lugar apropiados para dibujar accidentalmente un signo de poder en el aire.

Puerta. Pasos que corrían. Otra puerta.

Samuel ya estaba sobre el estante de encima de la lavadora antes de que el primer par de botas apareciese en las escaleras del sótano. Era una pura reacción gatuna y cuando se dio cuenta de que debería haber avisado a Diana ya era demasiado tarde.

Reconoció a Claire inmediatamente: no sólo emanaba Guardiana casi con tanta fuerza como Diana, sino que además había una clara similitud física entre las dos hermanas. Aparte de eso, compartían la intensidad surgida del conocimiento de que podrían, individual o colectivamente, explicar el humor británico. Por no mencionar salvar al mundo. Por desgracia, Claire parecía tan intensamente decidida a enviarlo de vuelta a la luz como iba a enviar a la pobre y confundida Byleth de vuelta a la oscuridad, y aquello hacía que ella se convirtiese en alguien a quien tenía que evitar.

Dean, que bajaba las escaleras detrás de Claire sólo porque ella se agarraba a los dos pasamanos para no dejarlo pasar, parecía el tipo de tío con el que se podría contar para que abriese la puerta siete u ocho veces en una hora y le pasase por debajo de la mesa una salchicha a un gato para evitar que se muriese de hambre.

Cerca de los talones de Dean, Austin se detuvo de repente y se volvió, con la boca ligeramente abierta. Su mirada de un único ojo recorrió el estante de Samuel como una linterna de luz verde claro y continuó caminando como si no hubiera visto nada.

A Samuel no lo había engañado.

Sabe exactamente en dónde estoy. ¿Y ahora qué hago?

No podía hacer nada excepto acurrucarse, esconder las uñas y esperar, deseando que las posibilidades le proporcionasen una oportunidad para redimirse.

—Vale, entonces sólo estás aquí porque quieres ayudarme a quedarme como estoy. Buen golpe. Yo estoy aquí por la misma razón. —Byleth se cuadró de hombros bajo el jersey rojo, deseando poder ponerse en pie y mirar a aquella Guardiana desde arriba, pero era incapaz de levantar las manos de la piedra hasta que la unión no estuviese completada—. Cuando libere al infierno, me ganaré el tipo de notoriedad que hará que continúe siendo real sin importar cómo se pongan las cosas.

Diana suspiró. Reconocía la bravuconería en cuanto la veía. Después de todo era algo que veía cada día en el instituto y de vez en cuando en el espejo. Se agachó, de forma que sus ojos quedaron al mismo nivel que los de ella, miró las profundidades negras y les preguntó tranquilamente:

—¿Estás segura de que quieres hacer eso?

¿Estaba segura? Confundida, Byleth se preguntó cómo podía ser que la pregunta de Diana se pareciese tanto a la pregunta que había escuchado antes de que el infierno se hubiese decidido a cooperar. Quizá…

Quizá no fuese demasiado tarde. Entonces las posibilidades se abrieron.

Claire entró corriendo en la sala de la caldera, sin haberse detenido para nada desde que había salido de la camioneta. Vio al demonio arrodillado en mitad del suelo, con las manos apretadas contra la piedra y supo lo que estaba ocurriendo. Cuando la oscuridad del demonio pasase a través del dibujo que sellaba el antiguo agujero y tocase la oscuridad suprema que estaba al otro lado, todo el infierno se desataría. Y aquella era una expresión de la que Claire estaba realmente cansada.

Resolvería el problema de forma agradable desterrando al demonio a su propia fuente de poder y sellando la brecha que dejase. Pasaría unos cuantos minutos reforzando las cosas, y todas menos una de las vergonzosas complicaciones que habían surgido de la primera vez de Dean se habrían arreglado y los demás Guardianes podrían volver a dedicarse a salvar al mundo en vez de andar por chats metafísicos haciendo especulaciones sobre su vida amorosa.

A medio camino en las escaleras, alcanzó las posibilidades.

Su centro de atención se dividió entre el demonio y las expectativas de tratar con la única complicación que quedaba, y no vio a Diana hasta que su hermana se levantó del suelo, se volvió y atrapó su poder, deteniéndolo en seco a un metro de su objetivo.

El cuarto, la casa y un radio de tres manzanas se quedaron tan silenciosos que nadie se atrevió a dejar caer ni una aguja. El punto que estaba a medio camino entre las dos Guardianas comenzó a chisporrotear y canturrear.

—No puedo dejar que hagas esto, Claire —anunció teatralmente Diana—. No está bien.

Claire cerró la boca con tanta fuerza que se pudo escuchar con claridad el chasquido que emitieron sus muelas al chocar.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Demasiado para los anuncios teatrales.

—¿Qué parece que esté haciendo, caraboba? Lo estoy evitando.

—¡Que haga mi trabajo!

—¡Que hagas algo que está mal!

—¿Y eso quién lo dice?

—¡Lo digo yo!

—Diana, te lo advierto, sal de mi camino —la voz de Claire comenzaba a contener más miedo que ira. La última vez que una Guardiana había luchado contra otra Guardiana, la pelea había ocurrido exactamente en aquel mismo lugar y había terminado con una Guardiana perdida para la oscuridad—. ¡He sido llamada para resolver esto!

Diana se cuadró de hombros.

—Entonces hazlo y a ella déjala tranquila.

—¡No es una ella! ¡Es un demonio! ¡Deja de ser tan cabezota y mírala a los ojos!

—La he mirado a los ojos, lo que es más de lo que has hecho tú, y sé lo que he visto.

—Has visto lo que tú querías ver.

—Estás muy equivocada. He visto lo que ella no quería que yo viese. He visto a alguien que, desde el momento en el que se encontró dentro de ese cuerpo, ha puesto excusas para actuar contra lo que ella percibía que era su naturaleza. Para actuar como una persona. Vale, una especie de putilla a la que es difícil llegar a conocer y en la que no confiaría para que me vigilase la mochila, ese tipo de persona, pero una persona. Y no tienes ningún derecho a destruir eso.

—¡Ella te ha seducido!

—¿Qué? ¿Es por lo de ser lesbiana y ver a una chica mona con un jersey rojo apretado? Claro que me he fijado, ¡pero yo no permito que cada mujer bonita con la que me encuentro me seduzca más de lo que tú lo haces con cada hombre guapo! —miró por encima del hombro de Claire y sonrió hacia las escaleras—. Hola, Dean. Y —volvió a Claire y puso una mirada ardiente—. Acabas de llamarla ella.

—¡Eso es absolutamente irrelevante! —No importaba de cuánto poder tirase, su hermana pequeña conseguía más sin ningún esfuerzo—. Diana, escúchame. Hasta ahora el campo de fuerza ha contenido esta pequeña rebelión tuya, pero una vez salga fuera…

—¿Una pequeña rebelión mía? —Diana puso los ojos en blanco con incredulidad—, Claire, todo esto lo estoy diciendo en serio. Esto es algo serio.

—Y no parece que tú te des cuenta de lo serio que es —ya que estaba claro que el modo hermana mayor no estaba funcionando, Claire se pasó al modo Guardiana mayor, con un frío tono de voz—. ¡Estás traicionando todo lo que deberías proteger!

—¡Eh, perdona que te lo diga, pero estoy protegiendo lo que debería proteger! Estoy protegiendo a una persona de la oscuridad. Y de ti.

El aire comenzó a zumbar y se volvió claramente más brillante entre las dos Guardianas.

En la parte de dentro de la puerta, Dean tuvo que entornar los ojos para distinguir la cara de Diana y apenas podía ver la parte trasera de la cabeza de Claire.

—Claire, está diciendo cosas que tienen sentido. ¿Por qué no cerrar esto y escucharla?

La temperatura comenzó a subir.

—No ha sido llamada, Dean. Esto va contra todo lo que somos nosotros.

Diana pegó una patada sobre el suelo con un énfasis frustrado.

—¡Claire! No somos esclavas de lo que somos. Somos tan libres para elegir como cualquier otra persona, y sé que estoy haciendo lo correcto.

La vibración comenzó en el centro de la luz y se abrió paso por la sala.

—¡Abrirás tú misma el agujero en un minuto! —advirtió Claire.

—Yo sólo estoy aquí de pie, eres tú la que está lanzando poder.

—¿Perdón? ¿Es que a alguien le importa lo que quiera yo? —quiso saber Byleth.

NO.

—A mí sí. —Austin salió de detrás de las piernas de Dean y bajó las escaleras lentamente. La energía que había en la sala hacía que se esponjase hasta aparentar dos veces su tamaño normal. Se frotó contra las piernas de Claire al pasar, le dirigió una mirada mordaz a un resto de pelo de gato naranja enganchado en los vaqueros de Diana, y después se sentó justo en el exterior del centro del viejo pentagrama—. Bueno, pues cuéntame, además del último CD de Cure, ¿qué quieres?

—¿Cómo has…?

Le sonrió.

—Soy un gato.

—Pero…

—Déjalo estar —le aconsejó Dean desde lo alto de las escaleras.

Byleth lo miró, se dio cuenta de que no era más que un humano pero, lo que era más importante, nada menos que un humano, miró a las dos Guardianas, miró al gato y suspiró.

—Vale. Está bien. ¿Queréis saber qué quiero yo? Pues no lo sé, ¿vale?

—¿No lo sabes?

—¿Qué pasa, estás sordo?

—A mí eso me suena a humano —declaró Austin como si aquello zanjase el asunto.

—¿Y bien? —preguntó Diana, arponeando a Claire con una mirada oscura—. No tenemos tiempo para hacer pruebas de ADN. ¿Cuál de nosotras parpadea primero?

Claire sentía que Dean estaba detrás de ella, incluso a través de todas las posibilidades del edificio. Aquello era más que una llamada, era su oportunidad para arreglar las cosas entre ellos. Dejando a un lado el equilibrio entre el bien y el mal, si no desterraba al demonio, estarían condenados a largas noches jugando a las cartas con un gato que hacía trampas.

—¿Claire, por favor?

No tenía ninguna intención de mirar al demonio a los ojos, sabía demasiado bien cómo funcionaba la oscuridad, así que en vez de aquello miró a los de su hermana y vio que Diana creía sinceramente en lo que estaba haciendo. No era un desafío, no era rivalidad fraternal a una escala inmensa y posiblemente explosiva, era, simple y llanamente y de manera totalmente inesperada, un intento de hacer lo correcto.

Pero yo he sido llamada para encargarme del demonio. ¿Sería suficiente con sólo destruir lo demoníaco?

—Quizá —dijo en voz baja—, las dos tengamos razón. Mientras sentía cómo se le chamuscaban las cejas, Diana sonrió, aliviada.

—Podré vivir con ello. ¿Byleth? Byleth gritó.

¡DEJA QUE EMPIECE EL JUEGO!

—¡Rompe su contacto! —ordenó Claire, y recogió todas las posibilidades mientras Diana las liberaba.

No tenían más que un mínimo instante antes de que el infierno la alcanzase.

—¿Cómo?

Una imagen borrosa de color naranja pasó corriendo antes de que Claire pudiese responder, se estampó contra el pecho de Byleth y, en un flash de luz tanto blanca como negra, la tiró hacia atrás.

—¡Está libre!

Y YO TAMB

Claire lo golpeó primero con todo el poder que había ido construyendo contra el bloqueo de Diana.

¡VOSOTRAS DOS OTRA VEZ NO!

Después Diana lo golpeó con el poder del bloqueo.

SOMOS EL CORAZÓN DE LA OSCURIDAD, NO PODÉIS IMPONEROS.

—Sí que podemos.

—Diana, no discutas con el infierno.

Juntas hicieron recular al corazón de la oscuridad por su estrecho camino, negando las posibilidades que representaba una detrás de la otra, hasta que finalmente lo tiraron exactamente al mismo lugar del que había salido…

ESTO ESTÁ EMPEZANDO A JODERME DE VERDAD.

… y dejaron el agujero bien sellado.

¡VOLVERÉ!

Y SERÉ BEETHOVEN.

CALLA. YA.

¡AU!

Diana se dejó caer de rodillas al lado de Byleth, tomó el cuerpo machacado de Samuel entre sus brazos y lo miró ansiosa a los ojos dorados.

—¿Estás bien?

Él intentó concentrarse en la cara.

—No… no siento la cola.

—Lo siento —movió las rodillas.

—Oh, sí. Así está mejor.

—Está bien. —Austin colocó una pata sobre el flanco del gato más joven—. Has hecho algo muy valiente, chaval.

—Ha hecho algo muy peligroso —corrigió Claire mientras se deshacía del abrazo de Dean y se acercaba a ellos—. ¿Quién eres y de dónde has salido?

Diana suspiró.

—Relájate, Claire. Se llama Samuel, y está conmigo. Un juego de garras se apretó contra la manga de su chaqueta mientras liberaba un soplido lleno de pelusas.

—¿Sí?

—¿Verdad?

Frotó la cabeza contra la cara de ella.

—Sí, lo estoy.

Claire abrió la boca para exigir que le diesen más información, pero la mirada que había en la cara de Austin la detuvo. Sonrió y negó con la cabeza.

—Bienvenido a la familia, Samuel —cuando Diana levantó la vista, atónita, la sonrisa se desvaneció—. Pero tú, de todas formas, continúas teniendo un grave problema.

—Estaba… —a punto de decir «en lo cierto», Diana le echó un vistazo a Dean, más allá de Claire, y vio cómo este meneaba la cabeza advirtiéndola, así que dijo—… equivocada. Estaba equivocada al desafiar de esa forma a una Guardiana mayor, pero no había tiempo para nada más.

No siento haberlo hecho, pero siento que hayamos chocado así —tras colocarse a Samuel contra el pecho, extendió una mano—. ¿Amigas?

—Continúo muy enfadada contigo.

—Lo sé.

—Esto es mucho peor que llevarte un sujetador mío a la escuela para enseñarlo y contar cosas.

—No era un sujetador tan grande.

—Diana.

—Lo sé.

Claire bajó la vista hacia sus manos unidas, incapaz de recordar el momento en el que sus dedos se habían entrelazado.

—Esto necesitará algo más que una disculpa.

—Entonces dime qué necesitará, oh, sabia mayor, Guardiana mayor.

—Para ya —soltó la mano de su hermana mientras retorcía las comisuras de los labios—. Tenías razón y lo sabes, y no tienes ninguna necesidad de ser tan molesta con ello —antes de que Diana pudiese mostrar su desacuerdo, se arrodilló al otro lado de Byleth—. Ocupémonos de este problemilla antes de que se despierte y nos ponga a todos en esta… indecisión de nuevo. No te lo pondré tan fácil la próxima vez —pero el ojo exageradamente maquillado que se abrió era de color gris pálido y el resto del cuerpo de Byleth estaba igualmente libre de oscuridad—. Esto es muy extraño. Que Samuel la tirase para liberarla del lugar de una forma tan inesperada debe de haberle sacado el resto de dentro.

Ya que nadie ofrecía una explicación mejor, Claire se sentó sobre los talones y extendió las manos.

—Bueno, ¿y ahora qué hacemos con ella?

—¿Por qué no la llevamos a una cama y dedicamos un rato a pensar en ello? —preguntó Dean dando un paso adelante—. Vosotras dos no siempre tenéis por qué dar respuestas instantáneas.

—Evidentemente no te has leído el manual —resopló Diana.

Claire la ignoró con la facilidad de quien se ha pasado diecisiete años viviendo con un gato.

—Buena idea, Dean. Estoy segura de que se nos ocurrirá algo en cuanto nos hayamos distanciado un poco.

—En ese caso yo la pondría en mi antigua habitación —deslizó los brazos bajo los hombros y las rodillas de Byleth y la levantó con facilidad—. Es la que está más cerca.

Tras levantarse al mismo tiempo que el cuerpo de Byleth, Claire se echó hacia delante y apretó la mano contra la mejilla de Dean.

—Siento no haber mantenido mi promesa de desterrar al demonio.

Él sonrió.

—Creo que eso no importará.

—¿Tú crees?

—Sí.

—¡Sí!

—¿El código? —preguntó Diana mientras miraba su repentinamente alegre hermana seguir a Dean y su carga escaleras arriba. Austin meneó la cabeza.

—No querrías saberlo.

—Esto, Austin, y respecto a Samuel.

—¿Qué pasa con él? —le dirigió la clase de mirada que normalmente venía acompañada por pequeñas plumas alrededor de la boca.

Sintiéndose repentinamente insegura, Diana dejó al gato naranja de pie y se levantó. Tenía la sensación de que necesitaría toda la ventaja que la altura le pudiese proporcionar.

—Lo sabe —le dijo Samuel antes de que ella pudiese decidir cómo responder—. Sabe lo que era yo.

—¿Se lo dirás a Claire? —preguntó Diana al gato más viejo, deseando que no pudiese percibir lo ansiosa que estaba—. Después de todo lo que hemos pasado con Byleth, si se entera de lo que era Samuel no querrá tenerlo cerca. Estará preocupada por si vuelve a ocurrir.

—Eh, no es asunto mío cómo hayáis acabado los dos juntos, cabras locas —rio Austin entre dientes mientras comenzaba a subir las escaleras—. Y creo que Claire va a tener muchas otras cosas que hacer durante un buen rato —a medio camino del sótano, se volvió y miró a los ojos dorados que lo seguían de cerca, con aspecto preocupado—. Si te estás acercando a insinuar que soy demasiado viejo para estar haciendo esto, te morderé esas orejitas vírgenes que tienes.

—No iba a hacerlo.

—Eres un mentiroso terrible.

—Lo siento.

—Deberías sentirlo, chaval. Deberías sentirlo.

Claire los estaba esperando al final de las escaleras del sótano.

—Dean está sacando una manta. Diana…

—¿Pensabas que ya habíamos trabajado en esto? —preguntó Diana, cruzando los brazos y levantando la barbilla con un gesto desafiante, en la línea de «la mejor defensa es una buena ofensa»—. Mira, sé que era tu llamada y que yo no debería haberme metido, pero has de admitir que tú ibas por libre aquí y no veías lo que a mí me resultaba tan evidente. Si no te hubiera detenido, hubiéramos perdido todo el potencial que Byleth representa.

—No iba a discutir —tenía un tono tan suave que Diana se preparó—. Sólo te iba a preguntar si mamá y papá sabían dónde estabas.

—¿Mamá y papá? —le llevó un momento darse cuenta de lo que aquello significaba—. Oh, no. Estaba tan liada deteniéndote y salvando a Byleth que me olvidé de llamarlos —tras palparse los bolsillos se dio cuenta de que se había dejado el móvil en casa—. ¡Cáscaras! Tendré que utilizar el teléfono de la oficina.

Tras apartar a patadas los frutos secos, subió los escalones de dos en dos con Samuel pegado a sus talones.

Claire y Austin la siguieron con un poco más de tranquilidad.

—No vas a machacarla una y otra vez con este pequeño incidente, ¿verdad?

Claire negó con la cabeza, conteniendo una sonrisa.

—No hace falta. Dejaré que los profesionales se ocupen de ello.

Cuando llegaron al primer piso escucharon un desesperado:

—¡Pero mamá, iba a llamar! —y después una risilla.

El gato y la Guardiana intercambiaron una mirada perpleja.

¿Una risilla?

Antes de que tuviesen tiempo para investigarlo, la única otra puerta que había en el salón se abrió de repente y dejó ver un pequeño ascensor Victoriano. Dean y Jacques lo habían arreglado en otoño, pero entonces, durante el viaje inaugural, habían llegado valientemente a donde ningún otro ascensor había llegado nunca, y Claire lo había declarado prohibido hasta que pudiese estudiarlo. Por desgracia, había sido llamada fuera de allí antes de tener la oportunidad de hacerlo.

Un hombre bajito y con aspecto de gnomo salió de él, enganchado del brazo de una anciana pelirroja de bote de formidables proporciones. Sus bañadores de color verde lima a juego bajo las parkas abiertas y un reguero de fina arena blanca sugerían que acababan de venir de la playa. Se detuvieron en seco al ver a Claire y Austin.

—¿Augustus Smythe? ¿Señora Abrams? ¿Pero qué…? ¿De dónde…? —al darse cuenta de que el estado de shock la podría mantener toda la tarde balbuceando preguntas de las que no quería respuestas, Claire consiguió calmarse—. Da igual. No tiene importancia.

Tras resoplar con tanta fuerza que casi se revuelve el mostacho, Augustus Smythe dio un paso adelante.

—Has llegado a tiempo.

—¿Sí?

—Debería pensar que sí. Tomaremos un puente aéreo a Toronto y en dos horas saldremos hacia la soleada Florida.

—¿Florida?

—Tenemos un lindo apartamentito en un edificio para jubilados sólo a una manzana del océano —la señora Abrams rodeó el brazo de Augustus Smythe con las dos manos y sonrió ampliamente.

—Tendrás que bajar a visitarnos algún día, Connie.

—Claire —aquello ya era un poco más de lo que podía soportar en aquel momento.

—No contradigas —la advirtió Smythe—. Es de mala educación. Y es más —continuó, volviendo su ceño fruncido hacia su compañera—, no puede venir a vernos, estará aquí.

—No. —Claire levantó las dos manos—. No voy…

—Lo harás. Eres la nueva Guardiana de toda esta región. ¿Por qué no le echas un vistazo a tu puto e-mail de vez en cuando? Y aquí está McIssac, me preguntaba adónde habrías ido. Me imaginaba que no andarías lejos.

—¿Señor Smythe? ¿Señora Abrams? —la mirada atónita de Dean se deslizó sobre la copa del sujetador de color verde lima que dejaba al descubierto la parka abierta y se puso a dar vueltas por el hall, sin tener claro en dónde sería seguro detenerse.

—Hola, querido. Vaya, tienes buen aspecto.

—Gracias, ejem, usted también.

Soltó el brazo de Augustus Smythe el tiempo suficiente para hacer un gesto en dirección al ascensor.

—Nos hemos estado bronceando.

—No hay tiempo para cháchara —un dedo de nudillos peludos señaló a Dean…—. McIssac dirigirá la pensión —… y después cambió de dirección para señalar a Claire—. Tú te encargarás de todo lo que sea metafísico desde Brockville hasta Belleville y esta será tu base. Él necesita ser algo más que tu esclavo amoroso, y esta zona necesita un Guardián permanente. Y también parece que a tu gato le quedan pocas noches para dormirlas de cualquier manera.

—Nunca ha dormido en ningún lugar inferior a un Motel Seis —protestó Claire.

—Era horrible —suspiró Austin.

—Sin duda.

—Esperad un minuto —su necesidad de agarrar a Augustus Smythe del brazo se vio abortada cuando este se volvió para mirarla—. Los Guardianes de mi edad no se quedan atados a un lugar.

—Los tiempos cambian. Gracias a las comunicaciones modernas, el transporte moderno y la lycra, los Guardianes pueden hacerse con lugares antes de hacerse lo bastante viejos como para resultar peligrosos.

—¡Yo he cerrado lugares peligrosos!

—¿Y es que ya estás muerta? Entonces no discutas conmigo. Hace un siglo habrías tenido mucha suerte de estar todavía viva a tu edad. Pero ahora pocos Guardianes mueren, hay más Guardianes vivos, el linaje puede cubrir una parte mayor del mundo de forma segura y tener algo que se parezca a una vida. Son matemáticas elementales. Seguramente tu hermana se pasará los primeros años de su vida cerrando lugares que nadie ha tenido poder suficiente para cerrar hasta ahora. Eso si antes no llega por su propio pie al Juicio Final.

Sonaba bien. Pero aquello tenía que tener truco.

—Así que al final el mundo dejará de necesitarnos.

—¿Es que he dicho que la gente se esté volviendo más lista? —se volvió hacia la señora Abrams—. ¿Me has escuchado decir que la gente se esté volviendo más lista?

Ella le puso una gran sonrisa.

—Estoy segura de que no, bomboncito.

—¿Lo veis? Los gilipollas del mundo siempre necesitarán a alguien que limpie su mierda tras ellos. Simplemente estás teniendo la oportunidad de vivir feliz para siempre mientras lo haces. Nos cambiaremos y saldremos de vuestro camino. ¿Vamos, Mags?

—Ya voy, bomboncito.

—Esto ha sido surrealista —observó Austin cuando los dos hubieron doblado la esquina para entrar en el despacho y desaparecieron en el apartamento de Augustus Smythe.

Extrañamente vacilante, Claire recorrió con la mirada la pensión que la rodeaba, deteniéndose al llegar a Dean.

—Tú quieres quedarte, ¿verdad?

Él se encogió de hombros.

—Tú eliges, jefa.

—Nosotros elegimos.

Cuando estaba a punto de aplazar la respuesta, negó con la cabeza.

—Entonces sí. Quiero quedarme.

—¿Porque quieres ser algo más que mi esclavo amoroso?

—Yo nunca he dicho eso. Sólo prométeme una cosa —añadió un momento después, mientras le cogía la cara con las dos manos y la mantenía lo suficientemente lejos de la suya para poder mirarla a los ojos—. Nunca me llames «bomboncito».

Claire se estremeció.

—Creo que puedo prometértelo tranquilamente.

—¡Eh!

Se separaron cuando Diana y Samuel entraron en el salón.

—¿Era ese quien yo pienso que era?

—Sí.

—¿Con…?

—Sí.

—¿Por qué?

—Se van a vivir juntos a Florida, Dean se encargará de la pensión y, si se puede confiar en Augustus Smythe, lo que a decir verdad no sé si se puede hacer, yo ahora cubro esta zona… —le dio un golpecito a una de las paredes de color verde cazador casi con cariño—… y mi base será este edificio.

Los labios de Diana se curvaron.

—Oh, tía, este final es tan «quedan todos los cabos atados» que creo que voy a vomitar.

—Coge número —advirtió Austin. Claire los ignoró a los dos.

—¿Qué ha dicho mamá?

—Que he hecho lo correcto y que ya hablaremos del resto cuando llegue a casa.

—Bueno, en realidad ha dicho que… —Samuel comenzó y se detuvo en seco ante la mirada de Diana.

—¿Así que qué haremos con Byleth a largo plazo? —preguntó, cambiando de tema oportunamente—. Podría vivir aquí con vosotros, tenéis sitio. Creo que vosotros dos seríais unos padres estupendos.

Dean palideció.

—Ejem, una idea mejor —sacó un sobre arrugado—. He encontrado esto en el bolsillo de su chaqueta. Tiene la dirección y el número de teléfono de unos tales señor y señora Porter y una nota que dice «Si alguna vez nos necesitas, llámanos».

—No lo sé —comenzó Claire.

Le tendió el sobre.

—El puntito de la «i» es un corazoncito.

—Oh, sí. Se merecen la una a la otra. Aunque… —suspiró, frunciendo el ceño ante el corazoncito—, sigue sin gustarme la idea de soltar al mundo a un exdemonio.

—Irá al instituto —le recordó Diana en un tono grave—. Pagará con creces cualquier cosa demoníaca que haya conseguido hacer en el breve período de tiempo que ha estado aquí.

—Tienes razón —el sobre volvió a cambiar de manos—. Ella es tu proyecto, Diana, así que puedes hacer los honores.

—Vale, pero lo haré desde el teléfono que está en el antiguo apartamento de Dean. No me apetece para nada coincidir con el señor y la señora «viejos que asustan» otra vez —tras darse la vuelta sobre un talón, echó un vistazo al salón—. ¿Samuel?

Justo cuando comenzaba a preocuparse, este salió del ascensor moviendo la mandíbula.

—Venga, vamos a arruinar la vida de Byleth. ¿Qué estás masticando? —preguntó cuando comenzaron a bajar las escaleras que daban al sótano.

—Alguien ha dejado un trozo de calamar en aquel cuartito.

—Puaj. No comas cosas que encuentres en el suelo.

—Mido veinte centímetros de alto. Mis opciones son bastante limitadas.

Mientras sus voces se desvanecían, Claire volvió a los brazos de Dean, deslizó las manos bajo su abrigo y sonrió ante su reacción a la temperatura de sus dedos.

—Ahora que el infierno vuelve a estar fuera de juego, tendrás que poner una caldera de verdad en ese lugar.

—Lo sé. Claire, me preguntaba…

—El gas natural seguramente sea más barato.

—No era eso…

Ella bajó las manos.

—En cuanto nos deshagamos de todo el mundo.

—No. Bueno, sí. Espera un minuto —la cogió por las muñecas mientras todavía fuese capaz de detenerla—. Entonces, ¿el ángel se ha ido?

Ella le acercó la boca al cuello.

—No exactamente. Diana lo ha convertido en un gato.

—¿Samuel? —tenía los omóplatos presionados contra la pared y se separó lo suficiente para mirar a Austin.

—Samuel —le dijo Austin—. Pero Diana cree que Claire no lo sabe, así que guárdatelo para ti.

—¿Por qué?

Se encogió de hombros y se enroscó la cola alrededor de las patas delanteras, con lo que consiguió parecer una especie de pequeño Buda peludo con un solo ojo.

—Cosas de hermanas mayores. En un esfuerzo por mantener un poco de su estatus superior, Claire necesita saber cosas que Diana no sabe que sabe porque Diana es mucho más poderosa. Sabiduría de Guardián.

—Vale. Pero no podría ser que todo esto…

—No, él ya no es un ángel ahora que la chica ya no es un demonio. Se cancelaron mutuamente cuando él la apartó del agujero de un golpe.

—¿Sabía él que ocurriría eso?

—¿Es que eso importa? —preguntó Claire.

—Supongo que no.

—Yo no me preocuparía por él —dijo Austin de manera tranquilizadora—. Es un gato.

—¿Y eso qué significa? —quiso saber Claire desde el interior de los brazos de Dean.

—Significa… ¿pero es que tenéis que hacer eso delante de mí?, … que continúa siendo un ser superior.