ONCE

Cuando Nalo volvió a su apartamento el teléfono estaba sonando. El estridente y ligeramente superior tono le sugería que sería mejor apurarse y cogerlo, o la siguiente llamada ocurriría en un momento considerablemente más inoportuno. Ahí estaba. Algunos de los Guardianes más viejos tenían la teoría de que todo el sistema telefónico había sido tocado por la oscuridad justo antes de la invención de la llamada en espera y que se había corrompido cada vez más desde entonces.

Se quitó las botas de una patada antes de pisar la alfombra, levantó el teléfono y gruñó:

—No me interesa cambiar mi servidor de larga distancia, pero te transformaré a ti en algo desagradable si no me dejas en paz de una vez.

—¿Nalo?

—Oh. Claire —tras encender la lámpara de la mesa, se dejó caer sobre el sofá—. Bueno, eso ha sido un desperdicio de mal humor. ¿Qué pasa?

En el otro extremo de la línea, Claire inspiró profundamente.

—Tenemos problemas.

—Por ahí fuera, en River City.

Se produjo una pausa cognitiva, y después un:

—¿Qué?

Nalo suspiró mientras colocaba los pies sobre la mesita de café.

—No importa. Y aunque lo siento por tus problemas, seguramente no puedan superar a lo que está ocurriendo aquí.

—Hay un demonio suelto.

—Y dale… —la Guardiana mayor se quedó mirando el brillo negro que manchaba las puntas de sus dedos—. He cerrado un par de agujeros que ha abierto hoy.

—¿Estás bien?

—Estoy bien. Parece que comienza con pequeñas cosas: vandalismo de poca monta, unas ligeras reformas urbanas…

—¿Reformas urbanas?

—Convenció a un imbécil para que se metiese debajo de un tranvía. Ha sido duro para el conductor pero no una gran pérdida para la ciudad. Debe de haber agujeros en cascada producidos por los testigos que todavía estén sin localizar pero, por lo menos por aquí, ha sido una personificación de la oscuridad comedida.

—Es un alivio.

—Y una ligera sorpresa.

—Sí, bueno, pero hay algo más.

—¿Te refieres a que no podemos localizarlo porque también hay un ángel paseándose por ahí, grande como la vida y el doble de brillante?

—¿Cómo lo…?

—¿Sabías qué? Bueno, tengo que decir que un trozo de oscuridad paseándose por ahí sin que ninguna de nosotras lo sepa era la primera pista, pero también me encontré hoy con tu hermana…

—¿Por qué iba Diana a esconder al ángel de otra Guardiana?

—¿Por qué iba Diana a convertir el tubo de la aspiradora en una flor? —resopló Austin mientras esponjaba un cojín para darle forma—. ¿Por qué hace las cosas Diana?

—¿Porque es como un grano en el culo?

—Esa sería mi propuesta —dijo el gato.

—Quizá se sienta avergonzada por el papel que tuvo en su creación —comentó Dean.

—No creo que Diana se pueda sentir avergonzada.

—Quizá lo esté probando —cuando tanto Claire como Dean se volvieron para mirarlo, Austin se encogió de hombros—. Bueno, perdonad que utilice un eufemismo, pero ¿no dijo Nalo que desde una manzana de distancia creyó que no era más que un chico?

—Diana nunca… —la voz de Claire se detuvo en seco—. Vale, es posible —admitió después de pensárselo un instante—. Pero ella dice que es lesbiana.

—No, en noviembre decía que era lesbiana. Ahora mismo podría ser tranquilamente hemocianina.

—No creo que eso…

—A lo que voy es —la interrumpió Austin—, a que tiene diecisiete años y es susceptible de cambiar sin avisar. Y que ha conocido a un hombre joven con quien puede mostrarse tal cual es. ¿O es que te has olvidado de lo seductor que resulta?

Claire miró a Dean, miró su propio reflejo en las gafas de él y se hundió en el azul de sus ojos.

—No, no lo he olvidado.

Él extendió una mano y le acarició la mejilla con el dorso.

—Siento haberte metido en esto.

—Nos metimos en esto juntos.

—Aún así…

—Aún así, es necesario buscar a Diana —les recordó Austin con severidad.

Claire se volvió a sentar de mala gana y cogió de nuevo el teléfono móvil.

—Sí, vale, debería haber pensado en cómo volvería a casa antes de meterme en el armario. —Diana se apartó el teléfono de la oreja, contó hasta seis y lo volvió a intentar—. Mamá… ¡Mamá! No me creo más lista que nadie, estoy de acuerdo contigo. Y ya que encontré dinero para una habitación de hotel, y no un billete de autobús para volver a casa, es evidente que se supone que debo quedarme aquí. Si no hay daño, no es una falta. ¿No eras tú la que siempre decía que a un Guardián no le pasa nada por casualidad? —puso mala cara—. Claro que te estoy escuchando. Sí, vale, no había escuchado eso. Ni eso. Mamá… mamá. ¡Madre! Tengo que irme. Estamos en contacto. Chao. No. Ahora. Adiós.

Colgó, se echó hacia atrás, cerró los ojos y comenzó a golpearse rítmicamente la cabeza contra la pared.

—No le has dicho a tu madre que yo estaba contigo —señaló Samuel desde la otra cama que había en la habitación.

—No, no lo he hecho.

—Una mentira por omisión sigue siendo una mentira, y una mentira es la destructora de la verdad.

—¿Por qué no te limitas a dejarme que me las vea yo con esto?

—Golpeándote la cabeza no conseguirás nada más que molestar a la persona que esté en la habitación de al lado.

Diana abrió los ojos y se quedó mirándole.

—No hay nadie en la habitación de al lado.

—Pero aún así…

—Cállate.

—El teléfono está sonando.

—Estoy comenzando a pensar que Claire tenía razón con todo eso de unirse al siglo XXI —mientras descolgaba de nuevo el auricular, volvió a cerrar los ojos—. Lo siento, mamá, pero no ha cambiado nada durante los últimos treinta segundos.

—No soy mamá. Soy yo.

—Oh, genial —se estiró y dijo sin emitir ningún sonido es Claire, así que no hagas ruido en dirección a Samuel—. ¿Cómo has conseguido este número?

—Es el número de tu móvil.

Estaba a punto de explicar que no llevaba el móvil encima, pero Diana decidió que quizá mejor se guardaba aquello para sí misma.

—Oh. Sí.

—Diana, el ángel al que estás escondiendo me está… bloqueándonos está bloqueando las posibilidades de encontrar al demonio que apareció al mismo tiempo, así que tienes que dejar de juguetear por ahí y enviarlo de vuelta.

—No es sólo un ángel, Claire, también es un chico y… —de repente comprendió el resto de la frase—. ¿Has dicho demonio?

—¿Demonio? —Samuel corrió hasta el extremo de la cama, con los ojos como platos.

Diana movió los labios diciendo un cabreado ¡cállate!, para poder escuchar la respuesta de Claire.

—Sí, un demonio.

—Eso no es bueno.

—El queso bajo en calorías no es bueno, Diana. Esto es malo. No sé en qué estáis metidos tú y ese ángel, y no lo quiero saber…

—Ahora que lo pienso, ¿cómo lo sabes?

—Nalo te vio con él y me lo comentó cuando la llamé, pero eso no es importante. Tiene que volver ahora mismo.

—No. —Diana negó con la cabeza, un énfasis invisible desde el punto de vista de Claire, pero énfasis igualmente—. Hacer que vuelva sería lo mismo que matarlo.

—No puedes matarlo, no hay nada que matar. Es un ser de la luz.

—Es más que eso.

—¿Cómo puede ser más que eso? ¡Ya es un ser superior!

—De acuerdo. Entonces es menos que eso. Es una persona, Claire —que estaba intentando enterarse de los dos lados de la conversación. Un codazo vigorosamente dado resolvió aquel problema claramente no-angelical. Mientras le dirigía una sonrisa triunfante, y él se desplomaba jadeando para coger aire, corrigió—. Vale, quizá no sea completamente una persona, pero lleva una persona dentro.

—No.

—¿No qué?

—No, no me estás diciendo que… un pene y un par de testículos es lo que hace a un hombre —el tono de voz de Claire dejaba entrever un subtexto claramente extraño bajo las palabras.

Deseando tener tiempo para traducirlo, Diana suspiró con impaciencia.

—No, no estoy sugiriendo eso. Pero le han dado acceso a emociones y experiencias que los ángeles sin sexo no pueden tener.

—Me alegro por él, pero hay un demonio por ahí suelto al que no podremos encontrar hasta que no se vaya el ángel. Por lo tanto, el ángel tiene que irse. Y si sabe lo que está en juego, estoy segura de que él estará de acuerdo. ¿Está ahora ahí contigo? Déjame hablar con él.

—No.

Samuel le tocó la pierna.

—¿Tu hermana quiere hablar conmigo?

No le podía mentir.

—Sí.

—Entonces dame el teléfono.

—Ni de coña —se escabulló de debajo de su brazo, cruzó la habitación y se quedó mirándole desde la puerta del cuarto de baño, con el cable del teléfono bien tirante entre ellos—. Si das un paso en esta dirección, me encierro dentro.

—¡Diana!

—¡Claire! —con la atención de nuevo puesta en su hermana, puso los ojos en blanco—. No hace falta que grites. No importa si está de acuerdo contigo o no porque aún así tendría que matarlo, y no lo haré.

—Por última vez, ¡no lo matarías!

—Sí.

—Deja de ser tan infantil. Escucha, no puedo llegar ahí esta noche, la policía ha cerrado la carretera al norte de Barrie por culpa de la tormenta. Pero saldremos a primera hora de la mañana. Esto es algo serio. Haz volver al ángel. Recuerda tus responsab…

Diana golpeó el botón de apagado y tiró el teléfono hacia el otro lado del cuarto.

—No necesito que me recuerde cuáles son mis responsabilidades —gruñó mientras Samuel se frotaba la oreja en la zona en donde le había golpeado el teléfono al pasar—. Si te conociesen, tampoco serían capaces de matarte.

—Yo no quiero morir.

—Bien.

Suspiró y extendió las manos.

—Pero hay un demonio en el mundo, y si devolverme a la luz hará que se descubra al demonio…

—Tenías que decir eso —lo interrumpió Diana—. Y pasa del rollo sacrificado, no me lo creo —se tiró sobre la cama vacía.

—Con esos saltos te cargarás el colchón y los muelles.

—¿De dónde sacas el conocimiento superior, de un programa para marujas?

—¿Sabías que puedes construir un buzón precioso con un trocito de fieltro y sólo seis dólares de lazo de tafetán francés tejido a mano?

—¿Qué? —ella se retorció y se quedó mirándolo. Samuel sonrió.

Cuando las comisuras de los labios comenzaron a curvársele, Diana agarró una almohada y se la tiró.

—¡Idiota!

Él no estaba muy seguro de por qué aquello le había parecido un halago, pero así era.

—Diana, tienes que hacerme volver. Yo no quiero irme, pero entiendo que tengo que hacerlo.

Mientras parpadeaba ante el repentino brillo, Diana suspiró. No había nada como el autosacrificio para sacar al ángel que un tío llevaba dentro. Si Claire o cualquier otro Guardián se lo hubieran encontrado en aquel estado, lo hubieran enviado de vuelta sin tan siquiera pensárselo. Respuesta fácil: no iba a dejar que Claire ni ningún otro Guardián lo viesen.

¿Y sería eso muy difícil? No había llamadas ni instrucciones. No había forma de encontrarlos.

—¿Mamá? Soy Claire. Cuando hablaste con Diana hace unos minutos, ¿mencionó en qué hotel estaba? Hotel Carlton, habitación 312. Gracias.

—Parece que pusiera habitación 81Z —comentó Austin.

—Me gustaría ver cómo lo escribías tú con un lápiz de ojos sobre el envoltorio de un condón.

—Bueno, está bien que hayas encontrado algún uso que darles. Dean extendió la mano sobre el gato y cogió la dirección.

—No me gusta.

—Pero son los únicos que hemos podido conseguir.

—¿Qué? ¡No! —repentinamente nervioso, dejó caer el paquete. Este golpeó al gato que reía por lo bajini y cayó bajo la cama—. Quería decir que no me gusta que hayas tenido que ir a tu madre —explicó, dejándose caer de rodillas y pasando la mano bajo el extremo del cubrecama—. Me parece, no sé, como si te chivases.

—No tenía otra elección. —Claire dobló las piernas para apartarlas de su camino—. Para empezar, Diana está confundida. En segundo lugar, desde que esto ocurrió no me he encontrado con nada más que con lugares de ángel o de demonio, lo cual me indica claramente que esto es responsabilidad mía. Tercero… —se echó hacia delante, sonrió y le pasó los dedos por el cabello—… los tíos de rodillas tienen algo que…

—Claire…

—¿Qué?

—¡Lo encontré! —se puso en pie, y estaba a punto de tirarle el paquete sobre el regazo cuando puso mala cara—. Esto no es nuestro…

—¡Puajjj!

Todavía brillante, aunque comenzaba a apagarse, Samuel se volvió a tumbar sobre la cama con las manos bajo la cabeza y se quedó mirando al techo.

—¿Sabes lo que me gustaría experimentar antes de… volver?

—No vas a volver —le dijo Diana distraída. Recorrió la longitud de la habitación del hotel una vez más, examinando y descartando otra media docena más de malas ideas. Lo mejor que se le había ocurrido hasta el momento requería más cinta americana, de la que se usa para amordazar, de la que creía que podría conseguir tener entre manos.

—Pero aún así…

—No.

—Pizza.

—¿Qué? —O los ángeles utilizaban eufemismos que no se enseñaban en el instituto (lo cual parecía bastante poco probable), o aquella no era la experiencia que ella esperaba.

—Y música alta.

—¿Por qué?

Se encogió de hombros tanto como era capaz de hacerlo teniendo en cuenta la posición en la que estaba.

—No lo sé.

Bueno, a ella no se le había ocurrido ninguna idea mejor.

—Puedo soportar una pizza.

—Creo que yo sólo quiero comerme la mía.

—Oh, por favor, envíame de vuelta ya —tras dejarse caer hacia atrás, Samuel gimió y se frotó con las dos manos una barriga visiblemente distendida—. ¿Por qué necesitaba hacerme esto?

Obligada a responder la verdad, Diana resopló.

—Creo que te estabas haciendo el chulo.

—¿Haciéndome el chulo por qué?

—Ni idea.

—Me siento fatal.

Ella se dejó caer sobre la otra cama.

—¿Y qué esperabas después de zamparte una grande completa y la mitad de mi hawaiana?

—¡No esperaba nada! —un poderoso eructo retrasó la segunda parte de la protesta. Atónito aunque impresionado, esperó hasta que el eco dejó de resonar para continuar—. Sólo pensaba…

—¿Pensabas? Venga ya. Estabas siendo un tío —se retorció hasta llegar a los cojines y los colocó contra la pared—. Y hablando de eso, comienzas a oler.

—Mi sentido del olfato ha funcionado bien desde que llegué, muchas gracias.

—Correcto. Lo reformulo: apestas.

—¿Apesto?

Con los ojos en blanco, Diana cogió el mando de la tele.

—No es que yo lo diga. Huélete las axilas.

Levantó un brazo.

—¿No debería oler así?

—No.

—Bien.

—Te enseñaré cómo funciona la ducha por la mañana. Después del último incidente, no quiero que te acerques a más sistemas de fontanería tú solo.

—Creía que debía orinar contra la pared.

—Sí, sí —un rápido zapping por los canales disponibles aportó el resultado esperado: no ponían nada.

—¿Qué era eso? —Samuel se levantó apoyándose en los codos—. No, eso no. Más atrás. Más atrás. Ahí.

Diana frunció el ceño.

—Es un documental sobre leones.

—¿Y qué están haciendo?

Ajustó el contraste, pero continuaban haciéndolo.

—Están practicando sexo.

—Mola.

—Eres asqueroso.

Vagamente orgulloso de sí mismo, a pesar de no estar seguro de por qué debería estarlo, volvió a eructar.

Byleth no había esperado que fuera a divertirse tanto. Ya que sentía que las Guardianas estaban demasiado cerca para relajarse, tenía pensado intentar pasar desapercibida y salir a la carretera por la mañana. Había escuchado la oración, había comido y no había sido capaz de evitar que se le escapase una risita por la nariz durante la plegaria.

Así que le habían preguntado si tenía alguna pregunta.

Rodeada de adolescentes sacados de la calle, Byleth se puso en pie —con las manos bien metidas en los bolsillos de sus vaqueros negros, todo el peso apoyado sobre una cadera y expresión huraña—, y preguntó:

—Si Lloyd sale de Londres a las 6 p. m. en un tren que se dirige al este a 90 kilómetros por hora y Tom sale de Toronto a las 6:15 p. m. en un tren que se dirige al oeste y va a 110 kilómetros por hora, ¿cuándo morirán en una fuerte explosión?

Unos ojos oscuros de párpado a párpado imponían la verdad.

—¿Por qué? —lanzó la palabra al final de su frase de forma que la rápida inercia mantuviese la pelota rodando.

—Nunca he prestado atención en clase de mates.

—¿Por qué?

—Estaba obsesionado con los pechos de las señora Miller.

—¿Por qué?

—Estaban empinados. ¿Y esto qué tiene que ver con el texto? —quiso saber Leslie/Deter, con los dedos blancos sobre el extremo del atril.

—Nada —la última cosa que quería hacer era poner a prueba la fe del hombre. Aquella era el tipo de prueba estúpida ante la que los buenos se levantaban—. ¿Calzoncillos cortos o bóxers?

—Tanga de cuero egipcio.

Y desde aquel momento las cosas fueron cuesta abajo.

Mientras miraba la señal de Exit, Claire escuchaba la respiración de Dean y esperaba la mañana. Esta vez Diana había ido demasiado lejos. No había sido llamada al ángel, o si no, lo hubiera mencionado; los Guardianes llamados son los que tienen la última palabra en cualquier situación. Diana sin una llamada significaba que Diana debería estar en casa estudiando o haciendo lo que hiciesen los adolescentes durante estos días. Haciéndose un piercing en algún lado, quizá.

Claire tampoco había sido llamada, pero ya que era una Guardiana activa, eso sólo significaba que ya estaba haciendo lo que se suponía que debía hacer. La forma física del ángel bloqueaba cualquier intento de encontrar al demonio. Por lo tanto, ella tenía que devolver al ángel a la luz. QED, la forma latina de decir «pues ya está».

Las opiniones personales de Diana acerca del tema eran irrelevantes. Incluso más que de costumbre.

Si unos genitales funcionales definían el hecho de ser una persona, entonces Dean…

Machacó aquel pensamiento antes de que pudiese llegar más lejos. Unos genitales funcionales tampoco definían el amor, y ella amaba a Dean. En un período de tiempo relativamente corto se había convertido en algo tan esencial en su vida como respirar. Adoraba estar con él, hablar, reír, viajar, abrazarlo, tocarlo, besarlo, acariciarlo. Volvió la cabeza y apretó la cara contra la piel cálida del hombro de él. Olía tan bien que le dieron ganas de…

Vale, ya está. Levántate. Lo cual era, quizá, el mejor castigo en aquellas circunstancias. Tras deslizarse fuera de las mantas agarró su ropa de la otra cama.

—¡Eh! ¡Estaba durmiendo sobre eso!

—Lo siento.

—Deberías —despreciando el salto, Austin caminó airado hasta la mesita de noche y se acurrucó entre las piernas de Dean mientras murmuraba—. Ángeles, demonios, impotencia: no veo ninguna razón por la que el gato tenga que sufrir.

Despertó a Dean a las cinco, y a las seis y media estaban en la carretera. Deberían haber estado en la carretera una hora antes, pero cuando fueron a dejar la llave de la habitación, Dean descubrió que la mujer adormilada de mediana edad que estaba detrás del mostrador había vivido durante un tiempo en St. John, justo en la casa de al lado de un tío con el que él había jugado al hockey. Las permutaciones tardaron un rato en salir.

A pesar de que las quitanieves se habían pasado toda la noche en funcionamiento, todavía nevaba ligeramente y la conducción era traidora. Cuando resultó evidente que Dean necesitaba concentrarse en la carretera…

Averiguarás en qué anda Diana cuando lleguemos allá.

Y entonces podremos enfrentarnos a lo que pase cuando el ángel se haya ido, después de que el ángel se haya ido.

Claire, por favor, cállate.

… se entretuvo mirando cómo un par de hadas congeladas patinaban por las acequias. Dos axels dobles sincronizados, un levantamiento en estrella y un triple salchow más tarde, sacó una cinta de El cascanueces.

—Esto es algo diferente. —Austin saltó desde detrás del asiento y se colocó sobre su regazo—. Normalmente no te gusta la música clásica.

—Lo sé, pero parece como que encajase. Pararon a desayunar en Huntsville.

—Debería poner gasolina —observó Dean al salir del aparcamiento del bar.

—Yo tengo gas —gimió Austin, con la cabeza y las dos patas delanteras estiradas sobre el extremo del asiento—. No debería haberme comido aquellas salchichas.

Claire cruzó los brazos.

—¿Qué salchichas?

—¿He dicho salchichas? Quería decir, esto… —las ventanas traquetearon mientras su estómago emitía un sonido a medio camino entre un gorgoteo y un movimiento de placa tectónica—. Vale, quería decir salchichas, tres salchichas gordas y jugosas. Estaban ligeramente pasadas y contenían trocitos de dos cosas que no conseguí identificar. El niño que estaba en la mesa de al lado las tiró al suelo, y me las comí.

—¿Cuándo?

—Cuando Dean le explicaba a la camarera que si ponía el lavavajillas a más temperatura en los cubiertos no quedarían rayas.

—Vale, entonces.

—Sí, entonces. Mientras tú repasabas el menú tan concentrada. Al detenerse ante los surtidores de gasolina, Dean le dirigió una rápida mirada.

—¿Te daba vergüenza? —cuándo ella asintió, él sonrió—. ¿Por qué? A la camarera no le ha importado.

A la camarera no le había importado porque él le había sonreído y la combinación entre la sonrisa de Dean, su acento y sus hombros hacían que la mayoría de las mujeres y un buen número de hombres con edades comprendidas entre los trece años y la muerte perdiesen temporalmente sus funciones cognitivas. Le podía haber contado a la camarera cómo limpiar del suelo las marcas negras de los zapatos, quitar las manchas de salsa de tomate del delantal y fregar las marcas de dedos grasientos de los servilleteros —todas estas eran cosas que él había hecho en el pasado—, y a ella no le hubiera importado. Él nunca había percibido las reacciones que provocaba, pero había algo en la forma en la que sonreía al bajarse de la camioneta que sugería que aquello había cambiado.

—Así que se está fijando en que la gente se fija. —Austin retorció la cabeza de forma que podía arponear a Claire con una mirada de color verde pálido—. ¿Y qué?

Miró cómo Dean limpiaba el parabrisas, levantando cuidadosamente cada limpiaparabrisas y volviéndolo a colocar en su sitio igual de cuidadosamente.

—Pues que no estoy segura de cómo me siento al respecto.

—¿Al respecto de que él se haya fijado en que la camarera se fijaba en él? —resopló cuando ella asintió—. No te preocupes por ello. Ella le ha hecho unas tostadas. Tú lo has hecho un hombre.

—Pero a él le han encantado las tostadas.

—Y una vez hayáis arreglado lo del ángel…

—Y lo del demonio.

—Y lo del demonio… le encantará volver a encerrarme en el cuarto de baño.

—¿Tú crees?

—No. Sólo hablaba para escuchar mi propia voz —se puso de pie meneando la barriga—. Y ahora ábreme la puerta. Tengo que meter un trío de salchichas dentro de ese banco de nieve.

—Creía que los ángeles eran de los que se iban pronto a la cama y se levantaban temprano.

Samuel se incorporó hasta llegar a algo parecido a una posición sentada, parpadeó ante la habitación en general durante un ratito y después sacó las piernas de la cama de mala gana.

—¿Por qué?

—Ni idea. Todo eso es así como tan santurrón que me imaginaba que tenía que ser uno de… ¡oh, tío! —Diana se puso las manos sobre los ojos y se balanceó hacia atrás en la silla—. Como si eso tuviera que ser la primera cosa que vea por la mañana. Creía que ibas a dormir en ropa interior.

—Esto era lo que había por dentro de lo que llevaba puesto cuando me lo dijiste.

—Perdóname la vida por no haber dado por hecho que a los ángeles os molaba ir de comando —una rápida mirada provocó un silbido bajo—. Deberías enviarle al señor Giorno una buena carta de agradecimiento.

Se le abrieron mucho los ojos.

—¡Lo está haciendo de nuevo!

—Bueno, ¡no hace falta que la menees en dirección a mí!

Con las orejas ardiendo, Samuel cogió un almohadón de la cama y se lo colocó delante a modo de protección.

—No estoy haciendo nada. Sólo es que… —comenzó a hacer gestos, se lo pensó mejor y volvió a asegurar el almohadón—. Simplemente hace esto —terminó abatido—. Odio este cuerpo.

—¿Tienen los ángeles permitido odiar?

—¿Tenemos permitido andar por ahí con una de estas cosas?

—Tienes razón.

Se hundió en el extremo de la cama, con el almohadón sobre el regazo.

—Como si necesitase que me lo recordases.

Diana sentía cómo le subía la risa. Cuando intentó contenerla detrás de los dientes, se le escapó por la nariz. Cualquier oportunidad que hubiera tenido de detenerla después de aquello quedó destruida por la mirada ofendida de Samuel.

—Lo siento.

—Claro. Como sea —echó un vistazo bajo la almohada—, tú te has ocupado de… ¡Para ya!

Esta vez la disculpa salió en sílabas separadas mientras Diana se caía de la silla.

Samuel se quedó sentado y vio cómo se caía. La indignación lo envolvía como si fuese una capa. Al final se puso en pie y se dirigió al cuarto de baño, irradiando dignidad herida en todo momento.

—Ya aprenderé cómo funciona la ducha yo solito —informó en tono de reproche, mientras echaba la mano atrás para cerrar la puerta.

Mientras se preguntaba a quién podía ser que le recordase él, Diana hizo un débil gesto con una mano más o menos en dirección a él e intentó calmarse. Con la puerta cerrada, con su ángel anatómicamente correcto seguro tras ella, se puso en pie tambaleándose y se volvió a dejar caer sobre la silla. Le dolía el estómago. No se había reído tanto desde aquella vez que Claire había tosido medio bocadillo de queso por la nariz mientras escuchaba uno de los viejos álbumes de George Carlin de su padre.

Claire.

Aquello ya no era tan divertido.

Claire estaba de camino a Toronto convencida de que tenía que enviar al ángel de vuelta a la luz para conseguir un bien mayor. Pero lógicamente, emocionalmente, racionalmente y cualquier otra palabra acabada en mente que se le ocurría a Diana, destruir una vida no podía formar parte del bien superior.

Tenía que haber otra manera de encontrar al demonio.

—De acuerdo… —se puso en pie y caminó con decisión hasta el gran espejo que colgaba de la pared. Apoyó las manos sobre la cajonera, se inclinó hacia delante y miró su reflejo—. Hagamos algo radical para una Guardiana. Pensemos de verdad en la situación en lugar de limitarnos a reaccionar ante ella.

Su reflejo pareció escéptico.

—Problema: hay un demonio en el mundo, un trocito de oscuridad ambulante. Y eso es algo malo. No lo podemos encontrar porque en el mundo también hay un ángel. Y eso sería algo bueno si no fuese malo. No podemos encontrar al demonio por culpa del ángel. Porque ese pedazo de luz que es Samuel equilibra la oscuridad —echó un vistazo en dirección al cuarto de baño y volvió al espejo—. Si no fuera porque la oscuridad no ha sido muy oscura, ¿a que no?

Su reflejo frunció el ceño dándole la razón pensativamente.

—Cualquiera pensaría que un demonio causaría muchos más destrozos, ¿a que sí? Todos los Guardianes en activo tendrían que andar por ahí corriendo para arreglar los daños que hubiera causado, y yo debería haber sido llamada para ayudar. Pero eso no ha ocurrido. ¿Por qué? ¿Por qué no ha causado más destrucción el demonio? —estaba cerca. Lo sentía—. El demonio equilibra a Samuel. No ha causado más destrozos porque equilibrar quiere decir que es el contrario exacto de Samuel.

Siguió el cable y se metió bajo la cama en busca del teléfono.

En el espejo, su reflejo interpretó una versión truncada del baile que hacía Deion Sanders al tocar el balón.

—De acuerdo. El demonio es una adolescente completamente funcional. Pero seguimos sin poder encontrarla mientras tu ángel continúe en el mundo. Sí, eso hace que la búsqueda no sea tan amplia pero todavía no es suficiente. Diana, lo sien… —Claire dejó caer la cabeza sobre el reposacabezas mientras apagaba el teléfono—. Me ha colgado.

—Le importa bastante salvar a ese ángel —comentó Dean mientras tomaba con cuidado una curva ciega.

—Lo sé.

—¿Existe alguna posibilidad de que pueda tener razón?

—No.

—¿Estás segura? Claire suspiró.

—Soy Guardiana, estar segura es mi trabajo. Austin estiró una pata e introdujo las garras en los vaqueros de Claire.

—No quería ser yo quién señalase esto, pero me parece que te estás olvidando de algo.

—Te he dado de comer. Aunque no sé por qué, después de que intentases matarte con las salchichas.

Las garras adquirieron un poco más de profundidad.

—Te estás olvidando de que Diana también es Guardiana.

—¿Y?

—Su trabajo es estar segura tanto como lo es el tuyo.

—De acuerdo, está bien. Así que Claire no puede encontrarla, pues guay. Eso no quiere decir que yo no pueda —tras haber abatido la euforia, Diana se sentó con las piernas cruzadas sobre el extremo de la cama, alcanzó las posibilidades y marcó siete números en el teléfono—. Llamada local —murmuró tras el primer tono—. Me enfrentaré al demonio antes de que Claire haya llegado a Barrie, y entonces podrá meterse su…

—Misión de Greenstreet. Pásate por aquí y escucha la palabra de Dios.

Diana abrió la boca y la volvió a cerrar. Finalmente consiguió pronunciar un entrecortado:

—¿La qué?

—La palabra de Dios —el joven que estaba al otro lado del teléfono suspiró profundamente—. Y no, no es «aluminio».

—Vale.

—¿Te podemos ayudar en algo?

—No. Es que, lo siento, me he equivocado de número —tras colgar con mucha más suavidad que la vez anterior, Diana se quedó mirando hacia el otro lado del cuarto, a su reflejo. Su reflejo le devolvió la mirada, igual de abatido.

El Conocimiento Superior le había dicho que las duchas eran tanto el cubículo o la bañera en la que uno se pone de pie bajo un spray de agua como el acto de bañarse al mismo tiempo. No le ofreció ninguna ayuda acerca de cómo conseguir que el agua estuviese a la temperatura correcta, pero tras unos cuantos comienzos en falso —y no le daría a Diana el placer de escucharlo gritar— lo consiguió.

Enjabonarse le proporcionó la primera oportunidad de examinar de verdad el cuerpo en el que se encontraba. ¿Debería tener pelo en tantos lugares extraños? ¿Por qué tenía los pies tan grandes? Si en realidad no había nacido, ¿por qué tenía ombligo? Y pezones: estaba claro que le añadían interés visual al pecho masculino, pero ¿para qué servían?

—Estas cosas deberían venir con manual de instrucciones —suspiró mientras se echaba hacia delante para cerrar el agua.

La diminuta habitación no parecía estar especialmente seca.

Mientras se sacudía gotitas de las puntas del cabello, salió de la bañera, resbaló sobre los azulejos mojados, y de repente se encontró volando por los aires.

El setenta y ocho por ciento de los accidentes suceden en el cuarto de baño, le contó el Conocimiento Superior mientras aterrizaba.

—¿Samuel? Samuel, ¿cuántos dedos tienes delante?

—¿Por qué?

—No tengo ni idea, pero es lo que siempre dicen en las pelis cuando alguien está sin conocimiento.

—No estoy en «sin conocimiento» —parpadeó e intentó enfocar algo que parecían tres salchichas rosas y gordas—. Estoy en el cuarto de baño.

—No, no lo estás. Te he traído a una de las camas.

—¿Me has traído?

—Ni de coña. Te he hecho aparecer aquí.

—Oh. Aparecer. ¿Qué era aquel destello de luz?

Las salchichas desaparecieron y el extremo de la cama se hundió cuando Diana se sentó.

—No. Creo que eso ocurrió cuando te golpeaste la cabeza contra el borde de la bañera.

—Mi cabeza… —el movimiento atrajo destellos más pequeños. Recordó el dolor. El lado bueno era que no le había dolido tanto como pillarse con la cremallera.

—Tienes un chichón, pero parece que los ángeles sois bastante duros.

—Sí, bueno, somos soldados del ejército del Señor y toda esa historia —podía sentir su preocupación (el dolor de ella por su dolor) y de alguna forma pensó que debía hacer algo al respecto, pero no parecía ser capaz de mostrar entusiasmo.

—Samuel, no te quiero meter prisa ni nada, pero podrías recuperarte un poco más rápido. Tenemos que dejar la habitación a mediodía, y no tengo suficiente dinero para pagar un día más, lo cual deja bien claro que no debemos quedarnos.

Nos. Sintió una vaga nostalgia del tiempo que había pasado solo.

—Quizá eso quiera decir que deberías enviarme de vuelta a la luz.

—Quizá deberías mantenerte al margen de esto.

—Claro.

Ella entrecerró los ojos:

—¿Qué me quieres decir con eso?

—Quiero decir que me duele la cabeza.

—Oh. Lo siento.

La cama se balanceó cuando ella se levantó. Samuel hizo un gesto de dolor.

—¿Quieres saber qué pensamiento más raro tuve cuando acabé de ducharme?

—Supongo que sí.

—Esto me hace sentirme más humano.

—¿El qué?

—La ducha, supongo. Es el pensamiento que tuve: esto me hace sentirme más humano. Y entonces… —movió una mano más o menos en dirección a su cabeza—… esto. Dolor.

Diana resopló.

—Te traigo novedades, majete. El dolor es la condición general de los humanos.

—Entonces envíame de vuelta. Creo que ya no quiero ser humano.

—Bueno, eso es demasiado… —Su voz se detuvo de golpe y se quedó pensando. No podían encontrar al demonio porque era exactamente lo contrario a Samuel. Exactamente lo contrario. Se dejó caer sobre la cama de nuevo y le agarró los hombros con fuerza suficiente como para dejar una marca sobre la piel desnuda—. ¡Soy imbécil!

—Mira, ya sé que es no es muy angelical por mi parte, pero la verdad es que ahora mismo no me apetece mucho tratar con tu falta de autoestima.

—¿Qué?

—¡Deja de sacudirme!

—Lo siento —apartó las manos pero continuó echándose sobre él—. Acabo de resolver el problema. Si no quieres tener un cuerpo humano, no tienes por qué.

—¿No? —no conseguía hacer demasiado reculando hacia la almohada, pero no le gustaba la manera en que brillaban sus ojos.

—No, no tienes por qué. Yo ayudé a crearte. Mi, a falta de una palabra mejor, firma de poder es parte de ti. Por esa razón puedo deshacerte, pero eso también debería significar que puedo transformarte.

—¿Debería?

Ignorándolo, se levantó de un salto y se puso a girar en círculos con los brazos extendidos.

—Continuarás siendo tú, pero serás diferente. El demonio ha copiado tu cuerpo, así que sin él podremos encontrarla. Es así de sencillo.

—¿No seré humano? Las vueltas cesaron.

—No.

—Pero continuaré siendo yo.

—Sí.

—¿Y qué seré?

—No lo sé. Desharé la apariencia humana y la luz cambiará de lugar. Sin la interferencia de Lena y su padre, te autodefinirás —se puso seria de repente, se sentó y se apartó el cabello de la frente—. No quiero obligarte a esto, Samuel, pero resolverá todos nuestros problemas.

A él le llevó un momento interpretar el rostro de Diana. Cuando se dio cuenta de que veía esperanza, no pudo evitar sonreír. Después de todo, la esperanza era uno de los mensajes principales de la luz. Quizá era esa la razón por la que estaba aquí.

—¿Me dolerá la cabeza?

—Un cuerpo diferente. No habría ninguna razón para que te doliese.

—Entonces hagámoslo.

Claire y Dean le habían abierto el camino a la luz, pero su copo de nieve de papel crepé colgando del techo del gimnasio la había solidificado. De pie a los pies de la cama, Diana cerró los ojos y alcanzó las posibilidades hasta que vio a Samuel tumbado ante ella. Lenta y cuidadosamente, separó los parámetros que Lena y su padre habían colocado alrededor de él. Lo hizo volver a lo que había sido en el gimnasio, después envolvió la parte que era Samuel en las posibilidades y lo empujó hacia delante.

En el instante que pasó entre que Diana lo devolvió y luego lo volvió a empujar hacia delante, Samuel creyó haber oído voces.

—Entonces, ¿está fuera de la lista de turnos?

—Digamos que disfruta de una extensión de su período de ausencia.

—¿Digamos? —resopló la primera voz—. Vaya, para ti es fácil, Gabriel. No eres tú quien tiene que cubrir su puesto en el frente de la Perdición.

—Joder, joder, joder.

—Eh, hay una guerra en marcha, ya lo sabes. O quizá los que estáis en la banda os hayáis olvidado de algo. Y entonces sólo hubo luz, y una pregunta. Si no era un ángel, y no era humano, ¿qué era?

Diana parpadeó para eliminar los destellos y se quedó mirando hacia la toalla que había tirado sobre la entrepierna de Samuel. Fuera lo que fuera en lo que se había convertido, ahora cabía bajo ella y tenía espacio de sobra. Con los dedos cruzados, se inclinó hacia delante y la apartó.

El gatito naranja atigrado se sentó y miró a su alrededor.

—Eres un gato.

—Bueno, sí. ¿Es que nadie te ha dicho que los ángeles son como los gatos sólo que con… —ladeó la cabeza, en un intento por recordar qué era lo que había dicho Ilea—… con, ya sabes, diferencias?

Diana se echó hacia atrás tambaleándose, con intención de sentarse sobre una silla pero, en algún punto del proceso, esta se había autodefinido como un macetero de pie, así que acabó golpeándose con el suelo. De repente vio dolorosamente claro a quién le había recordado Samuel cuando se dirigía a la ducha cargado de reproches.

Austin.