UNO
A efectos prácticos, la habitación del hotel estaba oscura y en silencio. La única luz que había entraba intermitentemente por una pequeña abertura entre las cortinas, cuando el cartel giratorio que había al lado de la carretera daba la vuelta tan rápido que sólo se alcanzaba a ver el reflejo que dejaba tras él, y este parecía decir Motel 666. El único sonido que se escuchaba procedía de la mole con forma de calefactor rectangular situado bajo la ventana, que rugía emitiendo calor a un nivel de decibelios situado entre el despegue de un avión Douglas DC9 y un concierto de Nirvana, aunque era considerablemente más melódico que cualquiera de los dos. El olor que emanaba de la caja de pizza, aplastada para que cupiese limpiamente dentro de una papelera demasiado pequeña, se mezclaba con el olor que persistía de huéspedes previos, algunos de los cuales no le prestaban demasiada atención a la higiene personal.
La radio-despertador colocada entre las dos camas señalaba las once y cuarenta y un parpadeo, que debería ser un cinco si todo el número estuviese iluminado.
Las dos camas dobles estaban ocupadas.
La cama que quedaba más cerca del lavabo albergaba la forma de dos cuerpos, uno grande y otro pequeño, estirados bajo el cobertor. La cama que quedaba más cerca de la ventana albergaba una forma larga, delgada y blanca y negra, que parecía estar ocupando más espacio del físicamente posible.
La luz parpadeó. La calefacción rugió. La forma alargada y delgada se contrajo y se convirtió en un gato. Caminó hasta el extremo del colchón y se agachó mientras meneaba la cola.
—Esto es patético —anunció mientras saltaba sobre la más pequeña de las dos figuras que había en la otra cama—. Incluso para ti.
Claire Hansen estiró un brazo, se volvió hacia la lámpara de la mesita de noche y se encontró cara a cara con un indignado gato con un solo ojo.
—Austin, si no te importa, estamos esperando una aparición. Él se recostó sobre el pecho, adoptando una postura de esfinge que sugería que no tenía pensado moverse en ningún momento próximo.
—Ya ha pasado una semana.
Volviendo la cabeza, Claire le echó un vistazo a la radio-despertador. El parpadeo cambió de forma.
—Han pasado cuarenta y seis minutos.
—Ha pasado una semana —repitió Austin—, desde que abandonamos la Pensión Campos Elíseos. Una semana desde que tú y el joven señor McIssac aquí presente comenzasteis a haceros compañía.
La otra figura se movió, pero el gato continuó.
—Por primera vez en una semana, los dos estáis en la misma cama, ¿y qué estáis haciendo? ¡Esperar por una aparición!
Claire parpadeó.
—¿Hacernos compañía? —repitió.
—A falta de una frase más descriptiva, lo cual, debo añadir, es a donde voy. Hay una clara falta de frases más descriptivas que se puedan aplicar aquí. Se podría cortar la tensión sexual sin resolver que hay entre vosotros dos con un cuchillo, y yo personalmente —declaró erizando los bigotes—, estoy harto.
—Aunque digamos que, sólo por un instante, este asunto sea de tu incumbencia —le dijo Claire con los labios apretados—, una semana no es tanto tiempo…
—Ya os conocíais desde hacía casi dos meses.
—… y ahora estamos juntos en la misma cama porque el lugar necesita un componente femenino y otro masculino…
—¿Me estás diciendo que no tienes control sobre los últimos siete días?
—… ¿y alguna vez se te ha ocurrido pensar que las cosas no han ido a más porque tenemos un público que siempre está prestando atención?
—Oh, claro. Échame la culpa a mí.
—¿Puedo decir yo algo? —tras rodar hacia el centro de la cama, Dean McIssac se levantó apoyándose sobre un codo, entornando sus ojos azules tras las gafas de montura metálica mientras entraba en el campo de la luz de la mesita de noche—. Estoy pensando que este no es ni el momento ni el lugar para hablar de esas cosas.
—¿Hablar? —bufó Austin—. No entiendes a qué me refiero.
Las mejillas del joven se ruborizaron ligeramente.
—Bueno, lo que está claro como el agua es que este no es ni el momento ni el lugar para hacer nada.
—¿Por qué no?
—Porque hay una mujer… muerta a los pies de la cama.
Claire estiró el cuello para ver más allá del gato.
Con los brazos cruzados sobre un jersey de color turquesa y el peso sobre una cadera cubierta por tejido de malla, el fantasma arqueó artificialmente una ceja ectoplásmica.
—Bu —sugirió.
—Bu para ti —suspiró Claire.
Cheryl Poropat, o mejor dicho el fantasma de Cheryl Poropat, se mantenía en el aire sobre la X dibujada en la alfombra con polvo y ceniza, con los talones rayados de sus botines a unos cinco centímetros de distancia del suelo.
—¿Así que estás aquí para enviarme al otro lado?
—Correcto. —Claire se sentó en una de las dos sillas que había en la habitación. Igual que la mayoría de las sillas de motel, no estaban diseñadas para que nadie se sentase en ellas, pero sentía que quedarse en la cama con Dean, incluso aunque ambos estuviesen completamente vestidos, le quitaba autoridad.
—¿Eres una especie de exorcista?
—No, soy Guardiana.
Cheryl se cruzó de brazos. Media docena de pulseras baratas tintinearon contra la curva de una de sus muñecas.
—¿Y eso qué es, así para entendernos?
—Los Guardianes mantienen la integridad estructural de la barrera que hay entre el mundo tal y como lo conoce la mayoría de la gente y la energía metafísica que lo rodea.
El fantasma parpadeó.
—¿El qué?
—Arreglamos los agujeros que se producen en el tejido del universo, para que las cosas malas no puedan entrar por ellos.
—Bueno, ¿y por qué narices no lo has dicho desde el principio? Si no estuviera muerta —continuó ella pensativa, antes de que Claire pudiese responder—, pensaría que vas de listilla, pero ya que no sólo estoy muerta, sino que además estoy aquí, mi visión de este tipo de cosas digamos que se ha ampliado —sus cejas perfiladas se hundieron…—. Estar muerta hace que mires las cosas desde un punto de vista diferente —… y se volvieron a colocar en su sitio—. Y bien, ¿cómo lo haces?
—¿Hacer el qué? —preguntó Claire, que se había distraído con el movimiento de las cejas de la muerta.
—Cerrar los agujeros.
—Traspasamos la barrera y manipulamos las posibilidades. Utilizamos la magia —simplificó al ver que Cheryl parecía no estar enterándose.
Volvió a hacer gestos con los que demostró que había comprendido.
—Eres una bruja. Como en la televisión.
—No.
—¿Cuál es la diferencia?
—Tiene un gato más guapo —anunció Austin desde la parte superior de la cómoda, en un tono que sugería que aquello era algo obvio. Claire lo ignoró.
—Soy Guardiana.
—Bueno, una bruja piruja —rio entre dientes Cheryl, y se pasó las puntas de los dedos por un mechón de pelo encrespado, ya que la laca se mantenía después de la muerte—. Apuesto lo que sea a que desearías ganar cinco centavos cada vez que alguien te dice eso.
—No, la verdad es que no.
—En la televisión también tienen más sentido del humor —murmuró el fantasma.
—Eso es porque los Guardianes no tienen sentido del humor en absoluto —le dijo Austin mientras estudiaba su reflejo en el espejo—. Si no fuese por mí, sería tan mojigata y prepotente que no habría quien la aguantase.
—Y gracias por tus aportaciones, Austin —mientras le lanzaba una mirada que prometía claramente un más tarde, Claire se puso en pie—. ¿Podemos comenzar?
Cheryl hizo un gesto con la mano, espantando el comentario.
—¿Por qué tienes prisa? Preséntame al pedazo de tío con el que el gato cree que deberías hacer marranadas.
—¿El qué?
—Ya sabes, el mambo horizontal, la bestia con dos espaldas —sus movimientos pélvicos, apenas disimulados por los pantalones ajustados rojos, aclararon cualquier duda que pudiese quedar—. ¿También es un Guardián?
Claire miró a Dean, que observaba al fantasma con una expresión de horrorizada fascinación. O de fascinado horror, no estaba completamente segura.
—Es un amigo. Y eso era una conversación privada.
—¿Me preguntas si me importa? —unas manos translúcidas dieron palmaditas en unos efímeros bolsillos—. Mataría por un puto cigarro. Ahora ya no puede hacerme mucho daño, ¿verdad? Deberías hacerlo, Guardiana.
—No fumo.
Una mirada fantasmal y despectiva la recorrió de arriba a abajo.
—No me sorprende, tienes aspecto de sin tabaco, sin alcohol, sin colesterol… ¿es ese tu color natural de pelo?
—Sí. —Claire se colocó un mechón de cabello castaño oscuro detrás de la oreja.
—Aspecto sin teñir. Sigue mis consejos, monada, prueba la henna.
—¿Debería hacerme la henna?
—Sí, en el pelo. Pero no iba por ahí. Deberías hacerlo con él —hizo un gesto con la cabeza en dirección a Dean—. Vive un poco. Me refiero a que los hombres toman el placer donde lo encuentran, ¿verdad? ¿Y por qué no también las mujeres? Tu marido anda follando por ahí, y todo el mundo piensa que es un puto semental, y lo único que te dice a ti es un «lo siento, cariño», que se supone que debes aceptar porque «lo han echado del trabajo y se siente inseguro de su masculinidad», como si fuese culpa tuya que lo hayan LARGADO…
Claire y Austin, que habían estado observando cómo se construía la energía, se tiraron al suelo. Dean, cuyas generaciones de antepasados en Terranova, atrapados entre una roca inhóspita y un mar enfadado, habían convertido la adaptabilidad en un rasgo genético para la supervivencia, los siguió en un abrir y cerrar de ojos.
La radio-despertador y la papelera volaron por los aires y se estamparon contra las paredes tras el repentino destello de luz amarilla y blanca.
—… pero si eres tú la que lo haces, sólo una vez, entonces BAM…
Los cajones del escritorio se abrieron de repente y después se cerraron con un golpe.
—… un aneurisma cerebral, y ahí te quedas, apareciéndote en este puñetero VERTEDERO!
Las dos camas se elevaron unos quince centímetros en el aire y después cayeron al suelo de golpe.
Respirando con dificultad —lo cual es una simple redundancia ya que no respiraba en absoluto, pero es difícil deshacerse de algunos viejos hábitos—, el fantasma se quedó mirando para la habitación.
—¿Qué acaba de pasar?
—Normalmente, cuando te apareces, tu ira abre uno de esos agujeros en el tejido del universo —le explicó Claire mientras separaba una rodilla de sus vaqueros de un punto pegajoso sobre la moqueta naranja, emitiendo un sonido similar al del velero—. Yo evito que lo hagas, así que la energía tiene que irse a algún otro lugar, con lo que crea un fenómeno de poltergeist.
Cheryl pareció intrigada.
—¿Como en la película?
—No he visto la película.
—De nuevo, no me sorprende.
—¿Por qué? No me digas que también tengo pinta de no ver películas.
—Correcto.
—¿Correcto qué?
—Correcto, no te lo dirá. —Austin rio por lo bajo.
Con los ojos entornados, Claire bajó la mirada hacia él.
—Se supone que deberías estar de mi lado. Y en lo que a ti respecta… —volvió a dirigir su atención a la sonriente fantasma—, prepárate para pasar al otro lado —no debería haber hecho que sonase como una amenaza, pero ya había aguantado a Cheryl Poropat más de lo que era capaz de soportar. Tengo vida, señorita. Y eso es más de lo que tienes tú.
La sonrisita del fantasma desapareció.
—¿Ahora?
—¿Por qué no ahora?
—Bueno, todavía ando por aquí porque se me ha quedado algo por terminar, ¿no?
Claire suspiró. Debería haber sabido que no iba a ser tan fácil.
—Si eso es lo que tú piensas.
—¿Y qué se supone que significa ESO?
Se produjo otro pequeño destello de energía. En el cuarto de baño se soltó la cisterna.
—Creer es importante en los fenómenos metafísicos. Si crees que estás aquí porque has dejado algo sin acabar, entonces es por eso por lo que estás aquí.
—¿Sí? ¿Y qué pasa si creo que vuelvo a estar viva?
—No funciona así.
—Pues vaya —miró de Claire a Dean y después de nuevo a Claire—. De acuerdo. Algo sin acabar: quiero hablar con mi marido. Tráelo aquí, déjame decir lo que tengo que decir y me marcharé.
—¿Traer aquí a tu marido?
—¿Puedo yo ir a donde esté él?
Claire negó con la cabeza.
—No, estás atada a esta habitación.
—Condenada a aparecerte a las parejas y darles consejos que no te han pedido —añadió Dean desde el lugar en el que se encontraba arrodillado, en el estrecho espacio que había entre la cama y la pared del cuarto de baño.
—Nadie desea nunca un consejo de pareja, monada —por primera vez desde que se había aparecido, Cheryl lo miró como si fuese algo más que un cuerpo bonito—. ¿Pero cómo sabes eso?
Suspiró e intentó no pensar en el lugar sobre el que estaba arrodillado.
—Hemos hablado con Steve y Debbie.
—Una monada de niños.
—Están bastante asustados.
—Sí, bueno, la muerte es una puta.
—¿Te puedes creer que murió justo después de haberse ido a la cama con mi mejor amigo? —Howard Poropat parecía más resignado que enfadado por aquella revelación. Su voz con un tono ligeramente tenor liberaba las palabras con una reacia monotonía que se elevaba ligeramente al final de cada frase, dando lugar a una tímida pregunta—. ¿Os contó eso?
—No, no lo mencionó. —Claire se protegió con los brazos cuando el coche se introdujo en el aparcamiento del motel, resbalando ligeramente sobre el fango acumulado. Cuando consideró que era seguro dejar de agarrarse al salpicadero, señaló con el dedo—. Allí. El número 42.
Mientras movía la mandíbula sobre una bolita de chicle de nicotina, giró la ranchera hacia donde se le indicaba.
—Volvédmelo a explicar, ¿vale? ¿El fantasma de Cheryl se está apareciendo en la habitación en la que murió?
—Sí.
—¿Y no podrá pasar al otro lado hasta que no me diga algo que tiene que decirme?
—Eso parece —no les había costado mucho persuadirlo de que aquello era posible. Por aquella razón, a ella él le recordaba a las lonchas de queso fundido, tenía una extraña y egocéntrica visión de su lugar en el mundo.
—¿Creéis que quiere disculparse? —el coche se deslizó hasta detenerse, más o menos delante de la habitación correcta.
—Sinceramente, no lo sé —le dijo Claire mientras empujaba el hombro contra la puerta del pasajero y la abría con fuerza—. ¿Por qué no entramos y lo averiguamos?
Durante el tiempo que Claire había estado fuera, la habitación había sido redecorada con las primeras cartas de una baraja. La mayor parte estaban por ahí tiradas, pero algunas estaban colocadas sobre las baldosas insonorizadoras.
—¿Qué ha ocurrido?
Dean hizo un gesto con la cabeza hacia el fantasma y movió los labios sin hablar:
—¡Bum!
Con el ceño fruncido, Cheryl se cruzó de brazos.
—Estábamos jugando una partidita para pasar el rato, ¡pero hace trampas!
—¿Dean? Lo dudo. Se pasó seis meses viviendo al lado de un agujero que daba al infierno, y las fuerzas supremas del mal no pudieron ni convencerlo de que dejase la ropa interior tirada en el suelo.
—¡Él no, el gato!
Austin continuó lavándose una pata blanca e inmaculada, ignorando tanto la conversación como el siete de picas que sólo estaba parcialmente escondido bajo un mechón de pelo de la barriga.
Claire resopló.
—¿Y qué esperabas? Es un gato —no tenía ni idea de cómo un gato, un fantasma y Dean habían conseguido jugar una partida cuando sólo uno de ellos era realmente capaz de manejar las cartas, y tampoco quería saberlo. Tras sacarse la chaqueta encogiendo los hombros, avanzó hacia la habitación, arrastrando con ella a un repentinamente reacio Howard Poropat agarrado por el bolsillo de su trenka de color beige.
El fantasma abrió inmensamente los ojos.
—No me lo puedo creer. ¿Cómo lo has convencido?
—Se lo he pedido amablemente —se dejó caer sobre el borde de la cama, fuera de la línea de fuego directa de la reconciliación.
—¿Cheryl?
—Howard.
La cama se hundió cuando Dean se unió a ella. Claire se echó hacia atrás y, cuando su peso hizo presión contra el hombro de él, giró la cabeza para murmurarle:
—¿Estás bien?
—El seis de tréboles venía directo hacia mí, pero lo desvió el jersey.
El jersey de Dean estaba hecho con el punto tradicional de los pescadores. Lo había tejido a mano su tía, con una lana tan pura que casi no había transcurrido tiempo entre la oveja y las agujas. Claire sospechaba que podría, si no evitar las balas, por lo menos desmotivarlas.
—Gracias por haberte quedado con ella.
Él deslizó el brazo alrededor de la cintura de ella.
—No te preocupes, jefa, siempre estaré dispuesto a ayudarte.
Austin tiene razón, pensó Claire cuando volvieron a centrar su atención en la pareja que se miraba a los ojos en el centro de la habitación. Lleva una semana estando implícito, ¿a qué estamos esperando?
Había habido contacto: tocamientos, besos, más tocamientos, delicadas exploraciones que ocurrían como podían, acumuladas en aquellos raros momentos en los que estaban realmente a solas y no parecía que estuviesen a punto de escuchar algún comentario especulativo justo cuando las cosas se ponían interesantes… pero, fuese como fuese, no habían pasado al siguiente paso.
Quizás debería encerrar a Austin en el cuarto de baño.
El siguiente nivel de intimidad.
No creo que se quedase ahí.
El mambo horizontal.
Déjalo ya.
—Howard.
—¿Cheryl? —mientras se quitaba el guante con los dientes, extendió la mano y acarició el aire en el lugar en donde estaba la mejilla de ella—. La, ejem, Guardiana dice que tienes algo que decirme.
—Correcto —se acercó, pasando por entre los dedos de él. Se le metió el dedo meñique en la cuenca del ojo. Ella ni tan siquiera se dio cuenta, pero Howard se estremeció y apartó la mano rápidamente—. Es sobre Tony y yo.
—¿Tony? ¿Mi mejor amigo, con el que me engañaste?
—Sí, Tony. Hay algo que necesito decirte.
Howard extendió las manos, la viva imagen de la magnanimidad absolutoria.
—¿El qué, muñeca?
Cheryl sonrió.
—Sólo quería decirte, tenía que decirte, antes de abandonar este mundo para siempre… —sus cuatro oyentes se echaron hacia delante cuando se produjo la pausa—… que Tony era mejor amante de lo que nunca has sido tú. ¡La tenía más grande, mejor, y sabía utilizarla! ¡Lo hicimos dos veces, dos veces, durante su descanso para comer, y hasta me compró un sándwich! ¡Consiguió que olvidase todas las tristes veces que tú ME HAS TOCADO!
En el silencio que siguió al sonido que produjo Howard al caerse sonoramente contra la puerta, la reina de corazones cayó del techo y Austin murmuró:
—He de admitir que no ha sido una gran sorpresa.
Tranquila y triunfante, Cheryl se volvió hacia la cama.
—De acuerdo, Guardiana. Estoy preparada.
—Dean…
—Iré a mirar si él está bien.
Claire sólo necesitó un momento para enviar a Cheryl al otro lado. La definida sensación de cierre había debilitado las posibilidades, y estas prácticamente se abrieron solas.
—Recuerda lo que te he dicho, bonita —unos labios de color escarlata hicieron un sugerente gesto de besar—. Ve a por ello.
Los Guardianes siempre tenían cuidado para no responder emocionalmente a provocaciones de accidentes metafísicos. Por desgracia, Claire recordaba haber lanzado a Cheryl hacia el Otro Lado un poco más fuerte de lo necesario. Bastante más fuerte de lo necesario.
Howard parecía básicamente inafectado tanto por las palabras de despedida de su esposa muerta como por el impacto contra la puerta. Cuando Claire volvió a sellar la barrera y se volvió, parpadeando para deshacerse de los destellos que emitía el más allá y de la figura translúcida que había rebotado dos veces, Dean lo estaba ayudando a colocarse en el extremo de la cama más cercana.
—¿Se ha marchado? —preguntó, buscándole algún chichón entre el escaso cabello.
—Sí.
—¿Está en el infierno?
—Ese no es mi departamento. —Claire le levantó la cabeza rozándole suavemente las delicadas líneas de la barbilla con una mano—. Es la hora en la que te marchaste a casa, Howard.
Unos ojos de color azul pálido se abrieron inmensamente.
—Estabas pensando en tu última esposa y no podías dormir, así que saliste a dar una vuelta en coche.
—¿En coche…?
—De repente te encontraste delante de la habitación del motel en el que murió, y saliste del coche.
—¿Del coche…?
—Te quedaste mirando fijamente la puerta de la habitación durante un largo rato.
—¿Un largo rato…?
—Después te volviste a meter en el coche y te fuiste a casa.
—¿A casa…?
—No sabes por qué, pero ahora te sientes mejor con respecto a su muerte y cómo quedaron las cosas entre vosotros. Estás contento de que se haya acabado.
—Contento de haberme deshecho de ella.
—Se acerca bastante —era la primera afirmación rotunda que hacía. Ella utilizó cuidadosamente la nueva y más probable versión de los hechos para limpiar sus recuerdos reales. Después, todavía sosteniéndole la barbilla, lo sacó al exterior, hacia su coche, en donde lo soltó.
—¿Se ha marchado? —preguntó Dean cuando Claire volvió a entrar en la habitación y se dejó caer contra la puerta.
—Oh, sí. Le he preguntado que qué hacía mirando así hacia mi habitación y él, después de contarme que su mujer había muerto aquí, me preguntó si quería consolarlo.
—¿Estaba triste?
—No se refería a ese tipo de consuelo, Dean.
—¿Qué…? Oh.
—Una pareja adorable, ¿verdad? —mientras se frotaba las sienes, caminó hasta el extremo de la cama y borró la X con la punta del zapato—. Te hacen desear renunciar a tener una relación durante el resto de tu vida.
Tardó un instante en imaginarse por qué el silencio que obtuvo por respuesta resonó igual que el interior de un ascensor lleno de gente tras escuchar un sonido inesperado. Después se dio cuenta de lo que acababa de decir.
Y a quién.
—Boca abierta, meta la otra pata —anunció Austin.
—Pero eran asquerosos.
—Nadie te lo discute. A pesar de eso, no puedo entender por qué tienes miedo de que Dean y tú os metamorfoseéis en ellos.
Claire tuvo una repentina visión de sí misma con unas mallas rojas y un jersey de color turquesa y se estremeció.
—No lo haré.
—¿No lo harás?
—No.
Austin bufó.
—Ha sido error mío.
—No estás teniendo una… una sensación de ello, ¿verdad? —nadie había podido determinar nunca si los gatos eran realmente clarividentes o si simplemente les gustaba ser unos pequeños y peludos provocadores de mierda. Normalmente Claire se inclinaba más por la segunda opción, pero aquella noche…
—No ocurrirá, Claire.
—¿Estás seguro?
—Por supuesto que estoy seguro. Soy un gato.
Claire utilizó un dedo para colocar en su sitio el pequeño mechón de pelo levantado que Austin tenía tras la oreja.
—¿Crees que debería despertarlo y disculparme?
—Ya te has disculpado. Y él ha aceptado las disculpas.
—¿Entonces por qué está ahí solo y yo estoy aquí contigo?
El gato suspiró y cambió de postura sobre la almohada.
—Sabes, quizá deberías haberles pedido a los que se acaban de largar tan desagradablemente algún consejo sobre las relaciones. Seguramente no podrías haberlo hecho peor.
—No estoy haciendo nada.
—Bueno, ejem, no puedo decir si te asusta más el que por el hecho de ser su primera vez él espere todo tipo de compromisos para los que tú no estás preparada, o si tienes más miedo de que al ser siete años mayor que él y estar prácticamente decrépita no puedas estar a la altura de sus expectativas.
—Venga ya. Simplemente…
El silencio se estiró, roto sólo por el ritmo constante de la respiración de Dean.
—¿Simplemente qué?
—No importa. Vamos a dormir.
—Y el gato se marca otro punto.
—Austin, ¿qué parte de vamos a dormir no has entendido?
A cientos de kilómetros de distancia, Diana Hansen se despertó con una sensación en las tripas que sólo podía significar dos cosas. O bien ahora tenía una defensa hormonal por si debilitaba a su profesora de cálculo, o aquel sueño no había sido realmente un sueño.
Ahora la pregunta era: ¿debería interferir?
Había normas que regulaban cómo los Guardianes podían utilizar el conocimiento del futuro para ejercer influencia sobre ese futuro. En concreto había normas en contra de que los Guardianes utilizasen el conocimiento del futuro para ejercer influencia sobre ese futuro. Lo cual para Diana ya era mucho. ¿Cuál era el sentido de tener una capacidad y no poder utilizarla? ¿De poder ver un desastre y no poder prevenirlo? Ninguno.
Y Diana no quería vivir una vida sin sentido.
Pero aquel desastre futuro en concreto implicaba a su hermana mayor, y aquello enturbiaba las aguas. A pesar de que ya no adoraba a Claire con el amor incondicional que sentía una niña por una hermana diez años mayor que ella y se había vuelto bastante capaz de percibir cada uno de sus aires tensos, estrictos, soy-más-Guardiana-que-nadie, la quería y no deseaba que nada le hiciese daño. Por otro lado, todavía le debía una por haberle contado a su madre exactamente lo que había ocurrido y a quién en el sótano de la Pensión Campos Elíseos. Una vez que el qué y a quién se supieron, era fácil continuar hacia el porqué.
Oh, sí. Le debía una a Claire por aquello.
Otra comprensiva charla más, un hurra por el milenio, de los viejos, y abusaría de sus habilidades de formas que Guardianes anteriores nunca habrían soñado. Tenía una libreta llena de posibilidades. Por si acaso.
Pero de verdad que no deseaba que nada hiciese daño a Claire.
De verdad.
Mientras se rascaba la parte de atrás de una pierna con las uñas del pie de la otra, Diana suspiró, decidió que ya se preocuparía de ello por la mañana y volvió a dormirse.
Cuando Claire se despertó por la mañana, Dean se había marchado.
—Relájate. Ha salido a buscar el desayuno.
Apartó las mantas con tal fuerza que casi destroza la cama, sacó las piernas por un lado y metió los pies con fuerza en las zapatillas que los esperaban.
—No estaba preocupada.
—Por supuesto que no —rio por lo bajo Austin desde la cajonera—. Por eso tenías cara de perrito al que le acaban de pegar una patada.
—¡No tengo cara de perrito al que le acaban de pegar una patada!
—Si tú lo dices…
—¡Y deja de tratarme con esa condescendencia!
—¿Y qué tendría eso de divertido? —le preguntó el gato a la puerta del cuarto de baño cuando se cerró.
Se sentía mejor después de la ducha. Tan pronto volviese Dean, hablarían de lo que había ocurrido o de lo que no había ocurrido y continuarían. Le explicaría que era algo todavía nuevo eso de que alguien que no fuese peludo y criticón formase parte de su vida. Él la entendería porque él siempre lo entendía todo. Ella le confirmaría que quería que su relación continuase. Él se sentiría bien.
Y después quizás encerrasen al gato en el cuarto de baño. Después de todo, no tenían que abandonar el hotel hasta las doce.
Cuando el teléfono sonó, estaba metiendo en la maleta su pijama de seda blanco (como reacio reconocimiento a la era de la información, a los Guardianes se les enseñaba que siempre debían llevar algo que pudiese aparecer en las noticias de las seis ante las inevitables grabaciones en directo de los escombros).
—¿Hola? —esperaba que fuese Dean, y se sintió más que sorprendida al escuchar la voz de su hermana menor.
—Sea lo que sea que estés a punto de hacer, no lo hagas.
Claire suspiró.
—Buenos días, Diana. ¿Por qué no estás en la escuela? Deja de llamarme cuando estoy trabajando. Y deja de pensar que sabes mejor que yo misma cómo dirigir mi vida.
—Estoy en la escuela —una súbita elevación del ruido de fondo sugería que había sacado el teléfono hacia afuera para proporcionarle un énfasis auditivo—. Sólo estabas haciendo las maletas. Y no pienso que sepa mejor que tú misma cómo dirigir tu vida, de eso estoy segura —colocó el teléfono demasiado cerca de su boca y gritó—. ¡Dame un minuto! —antes de continuar—. Mira, anoche tuve una considerable sensación precognitiva y estás a punto de cometer un inmenso error.
Claire volvió a suspirar. Según la mejor tradición metafísica, Diana, como hermana menor, era la Guardiana más poderosa. Por desgracia, Diana era muy consciente de ello. Por suerte todavía no había descubierto que, ya que todos los demás Guardianes habían sido siempre hijos únicos, ella era la única hermana menor que ningún Guardián había tenido nunca. Aquello le daba escalofríos, lo último que Diana necesitaba saber era que ella, a sus odiosos diecisiete años, era la Guardiana más poderosa que había sobre la faz de la Tierra.
—¿Qué tipo de inmenso error?
—¡Ni idea!
—¿Puedes darme una idea de la escala?
—No. Sólo que es inmenso.
—Eso no me sirve de mucha ayuda.
—Hago lo que puedo. Me tengo que pirar, cálculo me llama.
—Diana…
—Besos para el gatito. Y podrías querer ayudar a Dean con los paquetes.
Mientras evitaba unos cuantos improperios, Claire colgó y se apresuró a cruzar la habitación cuando Dean volvía con el desayuno, convirtiendo su entrada en un gran espectáculo que rozaba la farsa al intentar manejar dos bolsas de comida para llevar, la llave de la habitación y un viento frío que venía del otro lado del aparcamiento y no paraba de arrancarle la puerta de las manos.
—Sería más fácil si te hubieses metido más en la habitación —señaló Claire mientras cogía las bolsas.
Tras dedicarle una sonrisa agradecida, consiguió controlar la puerta.
—Estoy intentando que no caiga barro sobre la alfombra.
Claire bajó la vista. A decir verdad, dudaba que un poco de barro pudiese hacerle daño, pero, de nuevo, no había sido ella la persona que había pedido prestados productos de limpieza al personal de mantenimiento en cada motel barato en el que habían dormido. Lo extraño era que, teniendo en cuenta lo paranoicos que la mayoría de ellos se volvían ante el hecho de soltar una pastilla de jabón de más, siempre lo había conseguido.
En el momento en el que volvió su atención hacia Dean, este se había quitado el abrigo y estaba inclinado sobre los cordones de sus botas. Y aquello era algo que siempre merecía la pena mirar. Quizá su éxito entre el personal de mantenimiento no fuese una cosa tan extraña, después de todo.
—¿Estás bien? —le dijo, preguntándose si él habría encontrado últimamente alguna manera de plancharse los pantalones o si ya los había planchado tantas veces que los pliegues se habían vuelto un componente estructural de la tela vaquera—. Te estás moviendo como un poco indeciso.
—Se me han empañado las gafas —explicó mientras se estiraba. Con una mano se apartó el cabello negro de los ojos azules y con la otra se quitó las gafas para limpiarlas.
Austin murmuró algo entre dientes, que sonaba más o menos como:
—¡Superman!
Claire lo ignoró y se puso a desempaquetar la comida, completamente consciente de que Dean acababa de pasar por su lado para entrar en el cuarto de baño. Olía a aire fresco y a suavizante para la ropa. Nunca había considerado previamente el olor a suavizante para la ropa erótico.
—¿Salchichas? —retorció los bigotes—. Quería beicon.
—Tomarás comida para gatos geriátrica.
—Se ha acabado.
—Buen intento. Quedan cuatro latas. Puso cara de asco.
—No voy a comerme eso. Has sacado esas latas de la basura.
—Es interesante que sepas eso, teniendo en cuenta que estabas en el cuarto de baño cuando las encontré.
Mientras se estiraba hasta alcanzar su altura máxima, le dirigió una indignada mirada verde-dorada con el único ojo que le quedaba.
—¿Acaso me estás acusando de algo?
Claire se quedó mirándolo durante un instante, y después se volvió hacia Dean cuando este regresó a la habitación principal.
—Dean, ¿has puesto tú la comida para gatos de Austin en la basura?
Tuvo la elegancia de parecer avergonzado mientras le quitaba los platos de comida y los colocaba en la mesa.
—Esta vez no.
—En ese caso sí, te estoy acusando de algo —abrió la tapa de una de las latas, sacó con una cuchara de plástico un poco de puré marrón para un platillo y lo empujó sobre la cajonera en dirección al gato—. Tienes diecisiete años y medio, sabes lo que ha dicho el veterinario.
—¿Gira la cabeza y tose?
—Austin…
—De acuerdo, de acuerdo. Me lo comeré —arrugó la nariz ante el platillo y suspiró—. Espero que te des cuenta de que estoy planeando vivir lo suficiente como para ver cómo te dan de comer ciruelas pasas en el geriátrico.
Claire se inclinó y lo besó en la cabeza.
—No sería lo mismo sin ti.
Comieron en silencio durante un rato. Aquel no era exactamente un silencio cómodo. Por fin, Claire dejó de comer y miró hacia Dean mientras este limpiaba su plato con la eficacia de un hombre joven que lleva más de seis horas sin comer. Normalmente le gustaba mirar cómo comía.
Se detuvo, con el último bocado de tostada a medio camino de la boca.
—¿Pasa algo?
¿No se supone que deberíamos estar hablando de lo que ocurrió anoche?
—Ha llamado Diana.
—¿Aquí? —el último trozo de su tostada desapareció.
—Bueno, sí.
¿Por qué no estamos hablando de lo que sucedió anoche?
—¿Es que tiene algún problema?
—No, simplemente me hizo una advertencia —tengo una explicación, ¿no quieres escucharla?
—¿Sobre qué?
—No lo sabía —¿por qué estamos hablando de mi hermana?
—Es de mucha ayuda —con el plato limpio, Dean tomó su café y se reclinó sobre la silla mientras levantaba con mucho cuidado la pestaña de plástico.
Las cosas parecían no ir a ningún sitio. Claire tomó su propia taza y le pegó un largo trago. No era capaz de leer nada en su expresión, no podría decir si simplemente estaba siendo educado (y Dean siempre era educado) o si honestamente no se sentía molesto (y Dean se sentía tan seguro de su lugar en el mundo que ni la cosa más grande le molestaba). Aquella era una de las cosas que a Claire más le gustaba de él, a pesar de que hacían que fuese un poco pasivo, seguro en el conocimiento de que si se limitaba a esperar con paciencia el mundo se arreglaría solo. Al ser una de las personas que se encargaba de arreglar el mundo, Claire encontraba aquello terriblemente molesto. ¿Y no todo el mundo tiene un punto de vista mutuamente opuesto del de la persona de la que está… Apartándose de un respingo de la palabra que comienza por «E», optó por … con la que está compartiendo una habitación de hotel, o soy sólo yo?
Sospechaba que necesitaba ver más Oprah.
A pesar de que las mujeres que salvan al mundo y los hombres que las confunden sonaba más a una visita a Jerry Springer (siempre que ganase setenta kilos y perdiese la mitad de su vocabulario).
Mira, si él no lo está preguntando, ¿por qué tú sí? Tras dejar aquello claro, tomó otro trago.
—Entonces, ¿y de aquí a dónde vamos?
—¿Por qué tenemos que ir a algún lado? —exigió ella cuando el atragantamiento y la tos remitieron y hubo utilizado todas las servilletas que quedaban para limpiar aquel desastre—. ¿Qué tienen de malo las cosas tal y como están?
—Me preguntaba a dónde serías llamada —explicó Dean, de alguna forma desconcertado por la visión de Claire tosiendo café por la nariz—. Pero si no quieres hablar de ello…
—¿De qué? —se frotó ligeramente los puntos húmedos que tenía en la manga, fallando miserablemente en el intento de sonar de cualquier forma que no fuese al borde del pánico. Definitivamente, más Oprah.
—De la llamada.
—De acuerdo —por supuesto, la llamada. Una profunda aspiración calmante—. Al norte.
—¿De nuevo al otro lado de la frontera? —Seguramente.
—¿Es otro resto metafísico que causa flujos localizados en la barrera entre la realidad y la posibilidad? Aquello la hizo sonreír.
—¿Otro fantasma pateando agujeros en el tejido del universo? No lo sé —cuando él le devolvió la sonrisa, ella cubrió una avergonzada reacción diciéndole con brusquedad—. Te estás volviendo bueno en esto.
—Han sido dos esta semana —le recordó.
Claire estaba prácticamente segura de que la atracción que sentían actualmente por ella los muertos sin descanso eran simples restos de sensibilidad por haber pasado demasiado tiempo con Jacques, el marinero franco-canadiense que se aparecía en la Pensión Campos Elíseos. Pero, ya que aquella atracción previa había llegado más lejos que… bueno, que las cosas tal y como estaban yendo ahora, no iba a mencionárselo a Dean. Con un poco de suerte, los efectos residuales pasarían rápido.
Lo que había tenido con Jacques había sido sencillo. Él estaba muerto. Las posibilidades entre ellos eran finitas. Las posibilidades con Dean, en cambio, eran…
Las vio de repente, mostrándose ante ella.
Conduciendo juntos de lugar en lugar, peleándose por qué canal de radio escuchar y/o escuchando en perfecta armonía un grupo que a los dos les gustase. Y si algo era posible, tenía que haber un grupo que a los dos les gustase. En algún lugar.
Compartiendo sin fin habitaciones de hotel como aquella, los mismos cobertores de color anaranjado-quemado con un vago diseño floral, el mismo tinte marrón medio de camuflaje en las alfombras interiores/exteriores, el mismo intento infame de modernizar la decoración pegando una cenefa de papel justo bajo el techo, las mismas marcas inofensivas por toda la pared encima de las dos camas.
Compartiendo una de esas dos camas.
Trabajarían juntos. Reirían juntos. Limpiarían lo que Austin manchase juntos, a pesar de que las posibilidades de que Dean llevase a cabo toda la limpieza él sólito eran bastante más elevadas de que lo hiciesen juntos.
Y, un día, ella olvidaría que él no era Guardián, que ni tan siquiera era uno de los Primos menos poderosos, y algo pasaría a través de la barrera y ella olvidaría protegerle de ello. O algo intentaría llegar a ella a través de él. O él intentaría protegerla a ella y sería aplastado como un insecto. De acuerdo, un insecto de metro ochenta, musculoso, con los ojos azules y gafas procedente de Terranova, pero el resultado sería el mismo.
De repente, el futuro con Dean le pareció aterradoramente finito.
Podría incluso pintar una diana sobre él ahora mismo y acabar de una vez con esto.
—¿Claire? ¿Jefa? —tuvo que hacer un esfuerzo, pero Dean resistió el impulso de agitar una mano ante el rostro de ella. Si estaba en algún tipo de trance de Guardiana, no quería molestarla.
Había visto una serie de cosas asombrosas durante los tres meses que había trabajado para ella en la Pensión Campos Elíseos, incluso al propio infierno, pero nada lo había preparado para el tiempo que había pasado en la carretera en compañía de Claire Hansen. Esperaba que ella fuese una pasajera mandona, pero aquello había resultado ser tarea de Austin. Ella no comía correctamente a no ser que él le pusiese la comida delante (comenzaba a comprender por qué Austin insistía tanto en que le diesen de comer y por qué Claire estaba tan delgada). Y ella prefería ver los partidos de hockey con la estúpida lucecita azul que las cadenas de televisión estadounidenses utilizaban para ayudar a los televidentes a localizar el disco. Era increíble que no se diesen cuenta de que saber en dónde estaba el disco era la gracia del juego.
Le gustaba la forma en la que la sentía entre sus brazos, y le gustaba cómo a ella se le iluminaba la cara cuando le miraba. Le gustaba simplemente mirarla, y le gustaba estar con ella. Y estaba cada vez más seguro de que gustar no era exactamente la palabra adecuada. Cuando pensaba en su futuro, ella formaba parte de él.
—No podemos seguir viajando juntos.
O no. Dean miró a su alrededor en busca de ayuda, pero el sonido de una vigorosa excavación procedente del cuarto de baño le sugirió que Austin estaba en su cajón de arena.
—¿Qué has dicho? —se sentía como si lo acabasen de embestir contra la pared del campo de hockey, y debiera estar mirando a través del plexiglás hacia una fila de caras que chillaban en lugar de al otro lado de los restos de un desayuno para llevar, hacia un par de ojos castaños preocupados.
—No podemos seguir viajando juntos.
—Pero pensaba que éramos… Quiero decir, ¿no somos…? —meneó la cabeza, intentando encontrar una pregunta que pudiese articular de verdad—. ¿Y por qué no?
—Un día me encontraré con algo que no podré evitar que te haga daño.
Estaba a punto de decirle que estaba deseando arriesgarse para poder estar a su lado, cuando ella continuó y la conversación tomó un nuevo, o más bien viejo, rumbo.
—Esa es la razón por la que los Guardianes no viajan con testigos.
—Pensaba que ya habíamos superado esa historia de Guardianes/testigos.
—No podemos superar esa historia de Guardianes/testigos. El silencio repentino resonó con el sonido de partículas de arena que volaban por todo el suelo del cuarto de baño.
—¿Dean? ¿Lo entiendes?
—Claro.
Ella llevaba ya tiempo pensando en los diferentes significados que él le daba a la palabra claro. Aquel se le escapaba. Claro, lo entiendo, pero no estoy de acuerdo contigo era demasiado evidente, igual que lo era he dejado de escuchar, pero ya que estás esperando que yo diga algo, claro.
—¿Dean?
No ayudó que él levantase la vista. Por alguna extraña razón, parecía enfadado.
—¿Y qué pasa con nosotros?
—Nosotros se terminará con tu muerte por algo que yo no haya hecho, y no permitiré que eso ocurra.
—¿No permitirás?
—Correcto. Cruzó los brazos.
—Así que no hay un nosotros, y ya sabemos en donde te posicionas tú. ¿Y qué pasa conmigo?
—¿Contigo?
—¿O es que yo no tengo nada que decir al respecto?
—Yo soy la Guardiana…
—Y yo no. Ya lo sé.
—¡Lo estoy haciendo por ti!
—Y como tú sabes más que nadie, ¿se supone que yo me tengo que largar?
—¡Yo sé más! —Claire apartó su silla de la mesa de golpe—. Y estaría bien que tú te dieses cuenta de que lo único que yo no quiero es que tú salgas herido —la escena debería haber acabado siendo triste e inevitablemente trágica, pero Dean continuó sin entenderlo.
—¿Sabes de qué me doy cuenta? —él imitó su movimiento—. Me doy cuenta, y estoy sorprendido de que me haya llevado tanto tiempo, de que siempre haces lo que te da la gana. ¡No tienes ni idea de… comprometerte!
—¡Una Guardiana no puede comprometerse!
—¿Y supongo que una Guardiana tampoco puede limpiarse los pies?
—A diferencia de ti, yo tengo cosas más importantes por las que preocuparme que por eso, y —añadió con un énfasis helado—, ¡tengo cosas más importantes que tú por las que preocuparme!
—Bien.
—Bien.
El silencio descendió igual que un portazo.
—Bien, las cosas no se ponen más fáciles cuanto más viejo soy. —Austin saltó al extremo de la cama que estaba más cerca del cuarto de baño y volvió la cabeza hacia la mesa, balanceándola de forma que podía mirar primero a Claire y luego a Dean—. ¿Qué me he perdido?