19:37
—¿Oyes? Que somos nosotros otra vez. Sí, sí, en Pinto. Cambio.
—¿Lo mismo? Cambio.
—Sí, sí. Lo mismo. Cojones, no. Lo mismo, no. Más, más, mucho más. Que esto es el puto desembarco de Normandía, cojones. La puta guerra de los mundos, ¿me escuchas? Que por aquí no paran de pasar. Tenemos ya once coches inmovilizados en el arcén. Once vehículos y aquí no aparece nadie de apoyo. Hay retenciones de más de seis kilómetros. Cambio.
—Soltarlos. Cambio.
—¿Que los soltemos? Cambio.
—Que soltarlos. Y circulando. No inmovilizar más vehículos, ¿me oyes? Vosotros no inmovilizar ningún vehículo más veáis lo que veáis, ¿entendido? Cambio.
—Coño, cambio. Espera, no cambio. No. Sin cambiar, sin cambiar. Aquí Pinto sin cambiar, ¿eh? ¿Me oyes? Que aquí ningún vehículo trae documentación ni trae hostias, ¿me oyes? Cambio.
—Mira, Pinto, puesto de Pinto, ¿me oyes? Tengo el centro de control a reventar así que, por favor, soltarlos, y dejar que el tráfico fluya p’alante. ¿Me has oído? Cambio.
19:48
—Y, tras nuestro boletín de las diecinueve treinta, conectamos con la Dirección General de Tráfico para darles cuenta, como cada día, del estado de nuestras carreteras. Mónica Rodríguez, Dirección General de Tráfico. Parece que tenemos una tarde de especiales complicaciones en todos los accesos a la capital.
—Así es, Susana. Tenemos hoy hasta retenciones de veintiséis kilómetros en la carretera de Andalucía, doce en la de Extremadura y otros veintitrés en la de Burgos. Podríamos continuar, pero, la verdad, es que se puede decir que a esta hora no hay manera de entrar en Madrid por vía terrestre.
—Pero, Mónica, ¿qué me estás diciendo?
—Pues lo que oyes. Que no hay manera de entrar en Madrid. El Samur ha tenido ya que atender a veinte personas aquejadas de crisis de ansiedad y a otras cuarenta a causa de pequeñas colisiones, aunque, gracias a Dios, no ha habido que lamentar desgracias personales.
—¿Hay alguna razón que explique este caos?
—De momento ninguna explicación oficial.
—Bueno, Susana. Muchas gracias, como cada día. Estaremos pendientes a lo largo de nuestro informativo de lo que está sucediendo esta tarde en las carreteras de Madrid. Deportes. ¿Chema? Creo que el Real Madrid ha entrenado esta tarde con especial intensidad a la vista de su compromiso liguero de mañana. ¿Nos puedes dar más detalles? Creo que Cristiano ha despertado esta tarde los aplausos de más de doscientos aficionados durante el entrenamiento en Valdebebas. Este Madrid parece que mueve masas hasta cuando se entrena.
20:14
—Oye, que es el subdirector general.
—¿De Tráfico?
—No, tu amigo el de Interior.
—Menos mal. Pásamelo. Hola, Carmelo.
—Hola, Jorge. ¿Hace falta que te pregunte?
—Puedes preguntarme, pero aquí no tenemos ni idea.
—Bueno, bueno. Seamos razonables. Seamos razonables. Tenemos a medio millón de gitanos entrando en Madrid, ¿no es así?
—Ésos son nuestros cálculos, doscientos, trescientos mil…
—¿Y qué hacen aquí? ¿Qué coño hace aquí medio millón de gitanos?
—Hasta eso les hemos preguntado.
—¿Y? Contéstame algo, por favor. La ministra espera una respuesta.
—Mira, Carmelo. Yo he movilizado a toda mi gente; incluso he bajado a la calle a los que estaban de vacaciones, a los que tienen algún hueso roto y a los de baja por depresión. Y aquí nadie sabe nada.
—¿Y no les habéis preguntado… a ellos?
—Hemos detenido temporalmente más de dos mil vehículos. Y hemos interrogado a otras tantas personas.
—¿Y qué han dicho?
—Que vienen a visitar a un familiar enfermo. Espero que no vengan todos a ver al mismo familiar enfermo.
—¿Y qué hipótesis barajamos?
—Personalmente, Carmelo, o ha resucitado el Camarón o no hay Dios que haga moverse junto a tanto gitano.
—¿Los podemos controlar?
—No. Podría detener a unos doscientos mil por no llevar carné de conducir o los papeles del coche en regla, a otros cien mil por portar objetos robados y a ochenta o noventa mil por tenencia. Pero no creo que tengamos techo para tanta gente.
—¿Y los infiltrados?
—Se sorben los mocos a cien pavos día.
—¿Estamos haciendo algo… especial para conseguir más información?
—Por supuesto que sí. Estamos moviendo mucho. Le he dicho a los chicos que no escatimen en gastos. Pero eso no se lo digas a la ministra.
—Ya me he olvidado de que lo has dicho.
—Olvídate, incluso, un poquito más.
—¿De lo de Morata de Tajuña se sabe algo más?
—Todos los patriarcas que estuvieron este mediodía allí nos han recibido y han hablado con nosotros: trataron de sus cosas. No sueltan otra prenda. Trataron de sus cosas.
—Nos estamos jugando el puesto, Jorge.
—No, Carmelo. Yo creo que ya no nos lo estamos jugando.
21:22
Q. ALSEDO P. HERRÁIZ
MADRID. —Dos ambulancias medicalizadas de atención a toxicómanos han sido quemadas esta tarde, de forma simultánea a las 20:30, en los poblados gitanos de la Cañada Real y Pitis. A esa hora, grupos organizados de desconocidos, amparados en las multitudes que hoy se han dado cita en los distintos asentamientos de Madrid, se han acercado a las ambulancias, ambas de la firma Sanitale, y han arrojado contra cada una, al menos, una decena de cócteles molotov.
A pesar del fuerte dispositivo policial desplegado esta tarde en los distintos asentamientos gitanos de la capital española, ha sido imposible identificar a los agresores. Tampoco ha habido que lamentar más daños que los materiales gracias a la celeridad con la que las fuerzas de seguridad y varios testigos oculares del suceso han acudido a rescatar de entre las llamas al personal sanitario que prestaba servicio en el interior de las ambulancias destruidas.
De momento, ni desde la delegación del Gobierno en Madrid, ni desde la Consejería o el Ministerio de Interior se niega ni se confirma que estos ataques puedan tener relación con el que hace unas semanas destruyó otra ambulancia medicalizada de la misma empresa en el asentamiento de Valdeternero, conocido como el Poblao, donde, el pasado 8 de noviembre, fue denunciada la desaparición de Alma Heredia Martagón, de cinco años.
Se da la circunstancia de que Alma Heredia es la nieta del patriarca de este asentamiento, actualmente en prisión, en Soto del Real, a espera de juicio por el asesinato del principal sospechoso en el presunto secuestro de la niña, José Leao.
Mientras, la Delegación del Gobierno en Madrid sí ha confirmado que aproximadamente un cuarto de millón de personas de etnia gitana han acudido hoy a Madrid. Aunque no hay confirmación oficial y el silencio de los congregados en los poblados gitanos es absoluto, a pesar de la insistencia de los medios de comunicación en conocer la razón de sus concentraciones, fuentes policiales temen, de forma extraoficial, que se pueda tratar de una convocatoria de manifestación ilegal en protesta por la desaparición de Alma Heredia.
22:13
Salieron de Pitis, de Puente Vallecas, del Poblao, de la Cañada, del Pozo de Tío Raimundo, de Barajas. Salieron en silencio, o no exactamente en silencio, sino hablando breve y bajo, de sus cosas, como hablan las familias viejas. Salieron del coño negro, redondo y grande de sus guitarras jondas, y salieron de las hogueras, de los tópicos y de la luna cantada por los niños de cara sucia. Salieron como si tuviera sentido salir de alguna parte, furiosos y pacientes, herrados de odio. Salieron por la avenida de Andalucía, por Embajadores, por la 607, por la carretera de Burgos.
—Mamá, ¿por qué van tan callados?
—No los mires, hijo, y date prisa.
Las gentes bienpensantes se resguardaban bajo cornisas. Los sociólogos citaban a Margaret Mead por la radio. Cada radio, aquella tarde, había puesto a un sociólogo en nómina.
—¿No será usted sociólogo?
—Sí.
—Pues véngase rápido y diga algo también rápido.
—No podemos hablar de una respuesta de las masas, porque tampoco se ha planteado pregunta alguna a estas masas.
—¿Entonces?
—El atavismo de los gitanos. Es la única etnia que no comprende aún que la raza ya no es el motor de la historia.
—Usted nunca ha visitado los Estados Unidos. ¿Me equivoco?
Los mil sacerdotes que residen entre Madrid y el cielo se movilizaron, instigados por el servicio de Información de la Guardia Civil, que se lo pidió uno a uno y de favor, como creyendo que así podrían despertar un rato a Dios de su eterna siesta, y preguntaron a todos los gitanos que los escucharon que adónde iban, y por qué iban, y los no sé cuántos mil gitanos que aquella noche tomaron Madrid dijeron que no iban a ningún sitio, ni para nada, que paseaban porque Madrid está precioso en invierno y se dirigían a ver a un familiar.
—Voy a ser breve. Quiero que me digas qué está pasando y qué podemos hacer.
—Mira, alcalde. A veces hemos sido amigos y otras enemigos. A veces te he ocultado cosas para joderte y otras veces para protegerte.
—Te pido concreción, cojones. Y tú sabes que yo nunca suelto un taco.
—La verdad en nueve palabras, alcalde: tenemos a medio millón de gitanos paseando por Madrid.
—Mira, Carmelo. No me tomes el pelo. Las personas no salen de paseo de medio millón en medio millón. Salen en pareja, en familia, solos, con el perro.
—Pues supongo que a partir de ahora tendremos que cambiar el concepto que teníamos de lo que es un paseo por Madrid.
—Soluciónalo. Tengo al Comité Olímpico Internacional con los ojos puestos en Madrid.
—Pues si tú quieres, alcalde, le pedimos educadamente a los gitanos que, en vez de pasear, vayan trotando, para que esto parezca un poco más olímpico.
—Una chorrada más y te destituyo.
—Y yo le cuento a la prensa lo de Montserrat.
23:40
Llevaba tres horas sentado en mi silla de despacho, harto de recibir visitas de condolencia estúpida de los compañeros.
—Siento lo de O’Hara. Si necesitas algo…
Un hombre que se ha quedado solo lo que necesita es estar solo. Abrí la ventana del despacho y miré hacia la calle. Algunos gitanos, ya pocos, aún seguían saliendo de Puente Vallecas hacia el punto de encuentro. Iban a llegar tarde. El loro estaba melancólico y no había dicho nada en toda la tarde. Aunque desde la calle entraba frío, y los loros son muy sensibles a los cambios de temperatura, no le cerré la ventana. Tampoco le dije nada. Lo pensó él solo. Pepe es muy suyo. Se quedó durante un buen rato mirando fijo a la ventana abierta y ahuecando las plumas para abrigarse de la corriente. Sólo me lanzó una mirada, fija y cariñosa, antes de abrir las alas. La primera vez las abrió lentamente y las volvió a encoger sobre su cuerpo con la misma parsimonia. La segunda vez mantuvo las alas bellamente extendidas durante diez o quince segundos, no menos; adelantó la cabeza con determinación camicace y saltó de su atalaya raseando y saliendo por la ventana con exactitud planeadora de ave rapaz. Mira que todos pensábamos que ese loro no sabía volar. Vaya mierda de policías. Me gusta creer que el loro se largó con los gitanos. Nunca volvió, aunque yo, muchas tardes, dejo por si acaso la ventana abierta.
00:00
Los gitanos, casi todos venidos a pie desde los asentamientos del sur, fueron confluyendo en la Castellana. Al principio, intentaron respetar un cierto orden, pero, a la altura de Cibeles, ya eran demasiados y desbordaron las aceras. Como los gitanos son así, enseguida se acomodaron a la alegría de invadir todo el paseo, silenciosos como un ejército de rencores, partiendo en dos Madrid como quien parte un queso. Los coches se tuvieron que detener y los gitanos caminaban entre ellos, sin prestarles atención, esquivándolos con indiferencia, Castellana arriba, camino de un todavía incierto norte. Los conductores, en general, levantaban las ventanillas, echaban el cierre interior y se quedaban callados y quietos, aunque después la radio dijo que hubo también serias crisis de terror e histeria. El Ministerio de Interior decidió, cuando ya la masa se acercaba a la plaza de Colón, que era hora de hacerse obedecer con violencia, pero, en cuanto los agentes intentaron intimidar a la masa con bombas de humo y pelotas de goma, fueron reducidos y desarmados. La ministra de Defensa, en el gabinete de crisis reunido en Moncloa alrededor del presidente, estuvo a punto de sugerir que se movilizara al ejército, pero se cortó a tiempo, cosa rara con lo que a ella le gusta figurar.
Aprovechó sus dudas su antecesor en el cargo para proponer el establecimiento de una barricada policial a la altura de Nuevos Ministerios, doscientos o trescientos agentes pertrechados con escudos de combate y armas incruentas, enfilados de diez en diez a la manera de los antiguos fusileros británicos.
Al Gobierno en pleno le pareció la idea, y con esa palabra lo expresó la mayoría de sus miembros, cojonuda.
El ministro de Interior dio la orden y, en menos de quince minutos, con una diligencia muy poco española, veinte hileras de diez agentes cada una, guardia civil y policía nacional, taponó el paso a la masa de incontrolados silenciosos. Muchos de los agentes pensaron, entonces, que estaban protagonizando uno de esos actos de heroicidad que se le cuentan décadas después a los nietos para engrandecer, con el asombro, sus miradas. Pero estoy seguro de que pasará el tiempo y los nietos se quedarán sin escucharlo. Pero no adelantemos acontecimientos, como dirían los antiguos y los torpes.
Ciertamente, la multitudinaria gitanada se detuvo cuando atisbó el despliegue policial treinta metros delante. Inteligentemente, se había ordenado despejar la calzada de vehículos como fuera, y se desviaron los coches por direcciones prohibidas, se aparcó sobre las aceras y se organizó parte del éxodo del tráfico madrileño hacia las carreteras de A Coruña, Burgos y la 607.
Para detener a la multitud caminante, y con una sensibilidad escénica no exenta de genio, se había ordenado a los agentes que se agacharan tras sus escudos, geométricamente dispuestos en hileras alternas de naipes, en plan guerra púnica, para dar al dispositivo de la Castellana un cierto aire de rigor táctico y estratégico diseñado para causar mucho terror. Cuando llegó a Moncloa la noticia de que la gitanada se había detenido ante la barricada uniformera, el gabinete de crisis rompió en aplausos y risas como niños en el cine cuando el héroe atiza al malo una buena hostia, lo que dice muy poco acerca de la madurez de nuestros gobiernos.
El ministro de Interior, con una vaga y autocomplaciente sonrisa apretada en los labios, se sirvió un whisky de malta sin hielo, pero no se lo bebió. En la Castellana, mientras, los gitanos que encabezaban la manifestación empezaron a cuchichear entre ellos, como si estuvieran en un velatorio, y un rumor densísimo empezó a descender Castellana abajo como una niebla sonora, hasta que creció un estruendo de medio millón de gitanos cuchicheando.
Los policías permanecieron quietos tras sus escudos. Los gitanos también se estaban quietos, aunque zumbaban su rumor. Los ciudadanos de bien, en los balcones y asomados a las ventanas, ni se movían. Las radios y las televisiones se quedaron calladas, que es su forma de estarse quietas. Los relojes se detuvieron cada uno en su hora exacta y hasta el viento se paró. Cosa de agradecer, con aquel frío. Después cesó el rumor de los gitanos, y la Castellana se fue despejando poco a poco. Los policías y guardias civiles del dispositivo se quedaron rodilla en tierra viendo cómo la masa se diluía hacia las perpendiculares, abriendo un embudo de asfalto vacío que se perdía Castellana abajo hasta donde la vista no alcanza. Como si Dios hubiera abierto de nuevo las aguas del mar Rojo al Moisés de la ley y el orden constitucionales.
Pero los dioses de hoy día no son tan eficaces como los de antaño, porque unos quince minutos después la multitud, tras ascender por calles paralelas, volvió a cerrarse a la espalda del dispositivo policial, y de nuevo colapsó, silenciosa, la Castellana, pero ahora a la altura de Cuzco y Plaza Castilla, y siguió avanzando hacia el norte. No se detuvieron hasta llegar al parque Alejandro de Río, más allá de las torres inclinadas de Kío, donde habita el diablo.
En el parque no cabían todos, pero cabían muchos. Y allí es donde empezaron a suceder las atrocidades.
Eran las doce. La hora de las brujas.
01:55
Q. ALSEDO P. HERRÁIZ
MADRID. —Dos muertos y al menos una treintena de heridos es el balance provisional del asalto al complejo médico-farmacéutico de la firma Sanitale, situado frente al parque Alejandro del Río de la capital española.
Todavía se desconoce la razón que ha llevado a cerca de medio millón de personas de etnia gitana a congregarse hoy en Madrid y, tras una manifestación silenciosa que ha colapsado durante dos horas el paseo de la Castellana, concentrarse ante la sede de Sanitale y asaltarla.
A las doce de la noche, varios grupos organizados secuestraron tres furgones policiales y redujeron a los agentes. Tras conseguirlo, aceleraron los coches hacia las puertas blindadas del complejo y las derribaron. Después, la masa humana invadió el edificio. Los guardias de seguridad intentaron repeler el asalto, causando la muerte a dos personas cuya identidad aún se desconoce. La situación en el interior del edificio es incierta.
Fuentes de la farmacéutica han confirmado a este periódico que el presidente de la compañía, Aurelio Rius Mont, se encontraba en el interior cuando se produjo el asalto. Las fuerzas de seguridad aún no han podido acceder a él. Una multitud protege las inmediaciones, con un cordón humano imposible de superar sin provocar una masacre.
«Es imposible negociar porque no hay interlocutores. Ni siquiera sabemos por qué está sucediendo todo esto», señala el único, atípico y escueto comunicado enviado por fax a los medios por el gabinete de prensa de Moncloa.
Más de un centenar de periodistas aguardamos en las inmediaciones del parque Alejandro del Río la evolución de los acontecimientos. Permanecemos todos juntos, aunque en ningún momento hemos observado manifestación alguna de hostilidad hacia nosotros ni hacia las fuerzas del orden. Sólo la imposibilidad física de acercarnos a menos de treinta metros de las puertas de Sanitale. El silencio es absoluto. Tras los disparos escuchados durante los primeros minutos del asalto, ningún ruido llega desde el interior. El único cambio que se ha producido entre las 00:00 horas y la 1:45 ha sido el encendido de las luces de la planta sexta, y última, del inmueble. La espera es silenciosa y tensa. Lo único que se mueve en el parque son las luces cambiantes de las sirenas policiales, también mudas.