—Debo de ser el único gitano de España que nunca había visto una vis à vis de éstas, Tirao. Gracias por venir.
—Hiciste bien en mandarme llamar, Perro. Tenía cosas que contarte.
—No sabía si ibas a venir. Siéntate.
—¿Nos están grabando la raja?
—Siéntate y estate tranquilo, Tirao. Que para ser tan grande pareces un mocoso. Nadie nos está grabando la raja. Sólo le graban a los de la ETA, me han dicho. Y a banquínteres de mucho popelín.
—Tu juez ése debe ser muy amigo para que me deje venir a verte aquí sin firmar ningún papel.
—Que no hay micrófano, Tirao. Que te andes tranquilo. Y que te sientes. Que yo no te voy a pringar ningún marrón.
—Me siento. Para que hablemos entre amigos. ¿Sabes que el cabrón de tu hijo ha guardado los diez kilos de jaco albanés que negoció hace dos semanas en el piso de los Soros, en las Avenidas? La pasma los tiene marcados desde lo del Toni. Pero tu hijo no piensa en esas cosas, ¿verdad?
—Puedes seguir largando todo lo que quieras, Tirao. Y no mires más p’arriba que se te va a escojuntar el pescuezo. No hay micrófanos. No hay cámaras.
—¿Lo sabías?
—Sí, lo sabía. Y ya he mandado decir que saquen el material del piso de los Soros. No sé si me han hecho caso.
—No te han hecho caso. Allí sigue el jaco. Y los Soros están moviendo menudos por Aluche. A setenta el gramo y no venden más de tres posturas para no dar el cante.
—¿Ya estás contento? Ahora háblame de mi nieta, Tirao. Que es para lo que te he hecho llamar.
—A la niña Alma se la llevaron viva.
—Maredediós. ¿Cómo sabes eso tú?
—Vi dónde se la llevaron. Arriba de los alerces, en el páramo. Metieron a tu niña en una furgoneta pesada y se la llevaron. No había sangre. Estaba viva.
—¿Todo eso lo sabe la pestañí?
—Ahora lo saben.
—Pero tú no has hablado con ellos, ¿eh, chaval…?
—A mi manera. Ellos no saben quién se lo ha dicho, pero se lo he dicho, Perro. ¿Estás seguro de que no graban la raja por la sordi?
—No, eso sólo se lo pueden hacer a los de la ETA, ya te lo he dicho. ¿Estás seguro de que lo saben? ¿Hicieron fotos?
—Ya han ido allí y acordonaron. Hicieron muchas fotos, Perro. Fue el mismo día que quemaron la ambulancia.
—Ya había oído eso… Qué barbaridad.
—Fue tu hijo el que mandó quemar la Sanitale.
—También lo había oído. ¿Qué más?
—Han puesto a los de la Brigada de Desaparecidos. A un tal José Jara. Dicen que está como una cabra de circo. Consumidor pero de ley. Trinca lo que se come, pero no menudea ni saca cacho.
—¿Es tierno?
—No, veterano. Con fama mala, Perro. Mucha fama mala.
—Supongo que eso está bien…
—Han llenado el Poblao de payos con cámaras, Perro. Ahora la van a buscar. Tu hijo te ha hecho un favor sin querer quemando la ambulancia.
—O queriendo. ¿Qué tal anda la Fandanga?
—Tu nuera anda loca, Perro. ¿Cómo va a andar?
—¿La ves?
—No tengo amistad, pero oigo cosas.
—¿Y mi hijo?
—El Bellezas se ha comprao un audicho del trinqui. Doscientos caballos, dicen que tiene.
—También lo había oído.
—Lo escondió con el jaleo, pero ya lo había visto todo el Poblao. No entiendo cómo la pasma no le ha tocado aún las pelotas a tu chaval con lo del buga.
—Ni se las van a tocar. ¿Es verdad que el carro ese es tan bajo que se le anega en los charcos y que vale diez kilos?
—¿Para qué me haces venir a decirte lo que ya sabes?
—Por hablar, Tirao. Porque aquí se está muy solo. Y porque hay cosas del Poblao que ná más que yo y tú sabemos ver, y yo no estoy allí para mirarlas. Pero yo te voy a compensar.
—¿Qué es eso, Perro?
—Es la tarjeta de mi abogado. Vete a verle. Él te da lo tuyo.
—Yo no quiero nada, Perro. No trabajo para ti.
—Lo que tú digas, Tirao. Pero guárdatela. Tú me entiendes.
—Creí que no nos grababan la raja, Perro. ¿O te oí mal?
—Yo no te voy a meter en ningún colmao, niño. Pero tú has venido a verme al talego y mi hijo ni por éstas. A lo mejorcito éstos se fijan en nuestro mareo y tú no sabes ni junar secretas, Tirao. Eso todo el mundo lo sabe. La tarjeta de un abogado no pesa mucho, alma de cántaro. Guárdatela en el bolsillo y no castigues tanto.
—Lo que tú mandes, Perro. Otra cosa. El mismo día de quemar la Sanitale llegó una carta al Poblao. A casa de tu hijo.
—Ése no sabe leer.
—La Fandanga la cogió. Ella sí sabe leer y salió del Poblao echando leches. Muy bien compuesta, me han dicho. No ha vuelto.
—Sería un papel del coche lo que trajo el cartero.
—Tú sabrás. Pero no veo yo a la Fandanga arreglándole los papeles del seguro al Bellezas. ¿Tenía guita bastante tu hijo para el coche ese?
—No te metas tanto, Tirao. Que tú no eres familia.
—Y están los kilos de jaco de Albania…
—Será de ahí que sacó el parné.
—El jaco aún no lo ha movido. Eso lo sabemos tú y yo. Lo que cortan los Soros paga lo alquilado. Y ese jaco le ha tenido que costar muchos duros a tu hijo, Perro.
—Te he dicho que no te metas tanto, Tirao. Que las cosas de mi familia las gobierno yo. Te puedes ir. Gracias por haber venido. Conmigo ya has cumplido.
—Ya sé que he cumplido, Perro.
—Si te enteras de alguna cosa, manda recado por la Pintas y te mando llamar.
—No voy a enterarme. Pero no te preocupes. El sarao de los payos no se para.
—Pero yo estoy barruntando cosas que los del sarao no van a barruntar, y tú ya sabes de qué yo me hablo.
—Yo no quiero saber nada, Perro.
—Gracias por haber venido, Tirao. ¿Me chocas esas cinco?
—Como quieras. Adiós, Tirao. Ya sabes dónde estoy.