IX

Claro que me acuerdo. Aquello trascendió mucho. Los defensores del patriarca Heredia intentaron utilizar el careo con Monge el Tirao para deslegitimar el proceso entero. Sandeces de picapleitos. Varios guardias civiles habían visto a Heredia asesinar al pobre hombre aquél, que no me acuerdo ni de cómo se llamaba. Fue Heredia quien pidió a través de su abogado hablar personalmente con el juez. Poco frecuente pero no irregular. Sólo me dijo una frase:

—Me declaro culpable o lo que señoría me diga, pero tráigame aquí al Tirao Monge para encarearnos delante de su excelencia. Se lo pido de favor, señor juez.

O quizá dijo su ilustrísima. Se notaba que había meditado la frase en su celda palabra por palabra. A solas. Sin consultar con su abogado. Y, aunque lo dijo con mucha educación (dentro de que el hombre era analfabeto, claro), supe que me hablaba un patriarca, no un menesteroso.

—Lo que le voy a decir no lo ponga, joven, que, si lo pone, se me enfadan por un lado los jueces y por otro los gitanos. Yo sabía que aquel hombre al que llamaban Perro era un traficante y un asesino. Pero, desde su punto de vista, aquel hombre al que llamaban Perro me hablaba, a mí, de igual a igual: él era la justicia en el Poblao, yo lo era en Madrid. Heredia tenía setenta y seis años y había desaparecido su nieta. Su única nieta. Había matado a un hombre equivocado a la vista de la Guardia Civil y sabía que se iba a morir en la cárcel. No podía negarle algo tan sencillo de conceder. No me arrepentí nunca de haberlo hecho. Un general vencido le pedía al vencedor una merced antes de ser ejecutado.

»No, ni siquiera entonces me arrepentí, cuando dos años después empezaron a sacarme fotos y a destrozarme la vida por no haber indagado en el pasado de Monge, alias el Tirao. Cuando un juez es joven, a veces se pregunta cuántas veces puede haber equivocado sus decisiones. Cuando empiezas a hacerte viejo, la pregunta es cuántas veces has acertado. Y yo ya estaba en lo segundo, que ya hace más de quince años y he cumplido los ochenta. Y sigo pensando que, esa vez, fui justo. Aunque quizá me faltó información. Había un gran colapso de la Justicia entonces. No podíamos limar todas las aristas. No había tiempo.

»Qué va… ¡Si no es que tenga buena memoria! Pero hasta el nombre del pobre hombre aquél me acabará saliendo… Leaooo… Sí… Medio portugués, era. Leao no sé qué, ¿Mendes? Era medio retrasado y le decían Calcao de alias, a lo mejor porque se parecía a alguien. Cómo me voy a olvidar. Si quisieron expulsarme de la carrera judicial por aquella instrucción. Consulte usted las hemerotecas. Me crucificaron. Fui primera plana muchos días, muchos meses seguidos. Después de conocer aquella historia macabra y tremenda, la sociedad quería culpables. Cuantos más culpables, mejor. Es la forma que tienen las masas para olvidar su complicidad en las atrocidades. Culpables, culpables y más culpables. Y allí, en el medio, estaba yo.

»Yo, con la perspectiva, no lo veo así. Es que usted es demasiado joven… Tenía usted catorce años, o trece, en 2008. Aquello de la politización de la judicatura era una vaina. La justicia es política. Considere usted que en aquella época sólo se metían a políticos los nuevos ricos o los viejos pobres. Aficionados. Como no supieron politizar la judicatura, la mediatizaron, que es peor. ¿Qué iban a politizar nada? Lo único que les importaba era el dinero. No demasiado. Un gambito alternativo de privilegios moderados es lo que era aquello, no sé si usted juega al ajedrez. Y nosotros teníamos que dictar las sentencias según las empresas de sondeos; de lo contrario, un millón de viejos pobres de izquierdas o un millón de nuevos ricos de derechas, dependiendo, se te echaba a la calle exigiendo tu dimisión o tu cabeza.

»No se ría. Ahora hace cierta gracia pensarlo porque han pasado quince años. Pero póngase usted en mi piel, joven. Un hombre de sesenta y cinco años entonces, con mujer, hijos y nietos… Insultado así… Aunque ya no me queda rencor, porque, cuando uno es realmente viejo, ya no necesita el respeto de nadie. Le da igual. Pero un hombre que se está empezando a hacer viejo, como me ocurría a mí en el año 2009, cree que lo único que le va a quedar en muy poco tiempo es el respeto. «Mon panache!», como gritó Cyrano al morir. No escriba esto tampoco, no sea que la posteridad me califique de arrogante.

»Aunque mi mujer fue la que lo pasó peor…

»Sí, sí, sí, disculpe. Sé que no tiene usted todo el día. Lo que a usted le interesa es aquel primer careo. Era noviembre de 2008. Lunes, 11 de noviembre de 2008. Yo no le di mayor importancia. Se estaba buscando aún a la niña y a lo mejor el tal Monge podía aportar algo. Salvo mi tiempo, no había nada que perder.

»Sí que los había leído. Una hoja normal, con hurtos y asuntos de drogas. Pero en su ficha no constaba que había sido investigado por otra desaparición cuatro años antes.

»Se equivoca. No creo que nadie de mi entorno me lo ocultara voluntariamente. Después sí leí los informes de aquel caso. Fue la propia madre de la niña desaparecida la que proporcionó a Monge la coartada. Se quedaron sin sospechoso y se archivó el asunto. Como se archivaban casi todas las desapariciones de niños marginales. Muchas de ellas no se llegaban a denunciar. Otras se denunciaban con quince días de demora, lo que hacía imposible investigar rigurosamente. En aquella época no había garantías de igualdad. Los marginados no querían tener nada que ver con la Justicia. Muchas veces con razón.

»¿Es sencillamente eso? Va a tener usted suerte. Conservo una grabación. Yo era un maniático de la tecnología. Ahora ya no entiendo lo nuevo, pero, si me llama en media hora…

Juez: Cuando ustedes quieran.

Heredia: Me han dicho que te llevaste al Calcao a la faena, Tirao, aquella tarde.

Monge: Conmigo estaba.

Heredia: ¿Toda la tarde?

Monge: Y toda la noche, Perro. Se volvió de amanecida.

Heredia: Si estuvo contigo, ¿cómo es que no llevaba cuartos?

Monge: Cuando pasaba por las obras, se lo quitaban todo las fulanas del caballo.

Juez: ¿Qué quiere decir, señor Monge?

Monge: Las putas le hacían promesas y le quitaban el dinero.

Juez: ¿Cómo conseguían el dinero? ¿En qué trabaja usted?

(Silencio).

Juez: De acuerdo. Prosigan.

Heredia: ¿Tú crees que la niña Alma está viva, Tirao?

Monge: No vas a volver a ver a la niña, Perro, hijodeputa. Mataste a mi compadre por nada.

Juez: Señores.

Heredia: Ya voy a pagar, Tirao. De aquí no salgo.

Monge: Es que, si sales, te abro yo el alma, Perro. Sin chirla. Con las manos. Y a todas tus castas se la abro.

Juez: ¡Señores!

Heredia: Usted se calle, autoridad. Que su trabajo es escuchar a los hombres.

Fiscal: Pero quién se ha creído que…

Defensor de Heredia: Esto es intolerable. Exijo…

Juez: Cállense los dos. Prosigan ustedes.

(Silencio).

Monge: A todas tus castas.

(Silencio).

Heredia: Ya no me queda casta ni ná me queda, Tirao. Pero, si a la Fandanga o al Antoñito se les rompe por casual un dedo, te mando matar.

Defensor de Heredia: Un momento, señoría (ruido de silla). Creo que mi cliente no es enteramente consciente…

(Golpe en el suelo).

Heredia: ¿Que me está llamando tonto mi abogao? Que, yo siendo alfabeto, señorita, me compro tres de estos abogaos con la corbata y tó y los mando desbravar en el curro los caballos para ver si me se callan.

Monge (casi ininteligible): Párate, Perro. Que aún no me has dicho lo que me tenías que decir y, si hay más bronca, estos principales nos despachan.

Heredia: ¿Se va a estar usted callao?

(Carraspeos. Ruido de una silla).

Defensor de Heredia: Disculpe, señoría.

(Se abre y cierra una puerta).

Fiscal: Señoría.

(Susurros ininteligibles).

Juez: ¿Desea seguir a pesar de la ausencia de su abogado?

Heredia: Seguimos, señoría. Si el Tirao dice lo cierto, y lo dice que es gitano de ley, aquí me nombro yo culpable de haber matado al Calcao sin razón ni fundamento, y que la justicia paya me lo haga pagar en su debido.

Juez: Será.

Heredia: Pero tengo que demandarle a señoría una mercé, que es la de cambiar aquí con el Tirao unas palabras.

Juez: Tendrá que ser en nuestra presencia.

Heredia: En su presencia pues, y disculpando. Mira, Tirao, tú sabes que mi hijo no anda muy fuerte de seso, y la Fandanga se ha quedado ausente. Yo te doy lo que tú quieras si me aprendes lo que le ha pasado a la niña Alma, que tú lo puedes saber mejor que nadie.

Monge: Ten cuidado con lo que dices de mí y de mis cosas aquí delante, Perro.

Heredia: Lo que tú quieras, Tirao.

Monge: Yo no quiero nada.

Heredia: Algo querrás. ¿Dónde anda la Charita? ¿Se ha salido ya de puta?

Monge: Ten cuidado, Perro.

Heredia: Guárdate tú, Tirao. Que, si no tengo noticias tuyas, me voy de largón con los principales y te miran lo tuyo.

Monge: Ten cuidado, Perro.

Heredia: Que te guardes tú, Tirao. Que, si yo quiero saberlo, encuentro a la madre de tu hija.

Monge: Me cago en tus castas.

Heredia: Lo que tú digas, Tirao. Señoría, ya he dicho lo que tenía que decir.

»Sí, eso es todo. Y mire cómo se ha conservado la grabación, que parece que era de ayer. Después se supo que Heredia había incluido a Monge en el listado de familiares que le entregan los reclusos a Instituciones Penitenciarias. Lo demás ya es más o menos conocido.

»Heredia lo dijo a su manera, pero entre ellos estaba claro lo que le estaba pidiendo a Monge. Que investigara. Yo no sabía entonces quién era Monge ni lo que le había sucedido cuatro años antes. Estaba como usted. En Babia.

»No, muchas gracias a usted. A mí no me gusta nada recordarlo, pero sí me gusta que se recuerde.

»Encantado yo también. Y, oiga. Esto ¿cuándo va a salir?