III

Soy tonta pero muy bella. Soy pobre, pero estoy muy rica. Tengo un marido, pero también tengo un amor verdadero, así que no me compadezcáis, porque soy mucho más feliz que muchas de vosotras.

También soy testigo de que aquella noche el Calcao no pudo matar ni secuestrar ni violar a la niña Alma. Estuvo con nosotros por Gran Vía hasta las seis de la madrugada, mirando cómo el Tirao y yo levantábamos carteras a los tolis y vigilando que no nos junara algún secreta.

El Calcao tiene más ojo para los secretas que el Tirao, cosa que nunca me he podido explicar, porque el Tirao arrastra mucha más vida que el Calcao, y el Calcao, además, no es nada listo.

Yo creo que su retraso es casi tan grande como el mío. Aunque él sí puede hablar. Yo soy tonta, bella, muda y pobre, y me llaman la Muda. De chica podía hablar, pero me debió de ocurrir algo, no recuerdo qué. Quizá me caí de un sitio muy alto o me pegaron un cantazo en la sien. O vi algo tan terrible que se me arrebató el habla. O me hicieron chupar muchas pollas, o una sola polla muchas veces, a la edad en que a las niñas aún no nos gusta chupar pollas. Y me traumaticé.

Esta última es la teoría que menos me ralla. Me siento como la heroína de una de esas películas lloriqueantes que ponen en la televisión después de comer. Y a lo mejor un día el Tirao, que es tan listo aunque no sepa junar secretas, descubre mi trauma, me lo cura y me da un abrazo y un beso, y en el horizonte pone The End en letras muy gordas.

No vayáis a tomarme por una presuntuosa que anda por ahí fardando de que sabe americano o inglés, siendo, como he dicho, tonta y muda. No sé americano. Ni sé leer ni escribir, aunque el Tirao, cuando me conoció, quiso enseñarme. Pero de aquellas lecciones sólo saqué que la T minúscula es una cruz de la que se ha bajado el Cristo. Eso aprendí. Y para mí, siendo tan tonta, ya es bastante.

Sin embargo sí sé lo que significa The End. Pero no os lo voy a decir. Significa demasiadas cosas. Tantas que vosotras, las que estáis tristes y amargadas sin ser tan mudas, tan tontas, tan pobres y tan muertas como yo, no alcanzaríais a comprender.

No voy a alargarme más. Aunque hayas sido muda toda la vida, no te arranques a hablar demasiado tras curarte, que el hecho de haber dejado de ser muda no quiere decir, forzosamente, que hayas dejado de ser tonta. The End es lo único que yo sé de leer y de escribir tanto en español como en cualquier otra jerga; por eso sé lo que significa con tanta certeza y puntillosidad.

A veces, por las tardes, cuando me voy al páramo a pensar en el Tirao y a ver de lejos Madrid echando humo, escribo The End en la tierra con la puntera del zapato e imagino que él me besa, y me mira a los ojos, y me escucha aunque sea muda, y me acaricia el culito con su mano suave, pero borro esas seis letras enseguida con el pie, no sea que me descubra cualquier zorra del Poblao y ande largando por los chabolos que soy menos tonta de lo que parezco.

Por eso, aunque no me quejo porque fui feliz, y eso vosotras sabéis que no se paga, barrunto que mi vida hubiera sido incluso mejor habiendo sido sorda, y no muda. Pero estos traumas de origen incierto no se eligen, y conviene conformarse con lo que la tierra le ha dado a cada uno, como la tierra se conforma silenciosamente con el despojo que al final de nuestra vida le dejamos.

Perdonad. Me estoy yendo por los cerros.

A mí sólo me han llamado para deciros que el Calcao no mató a la niña Alma, ni la violó antes, ni tuvo nada que ver con su desaparición. Lo único que el pobre del Calcao hizo fue regalarle a la niña, para que jugara, ese cinturón tan hortera, con hebilla en forma de barco pirata, que yo había robado para él en El Corte Inglés; el cinturón que encontraron al lado del pañuelito con mocos de la niña y de un zapato roto entre los alerces melancólicos del páramo. Ya anuncié, aunque insisto en que ajena a cualquier tentación protagónica, que yo era una testigo muy principal en toda esta historia. Ésto, y no otra cosa, es lo que tenía que decir. No es mucho, de acuerdo. Sólo soy un verso corto en la balada de los miserables, pero al menos soy un verso. ¿Tú has sido verso alguna vez, llorona? Deja de llorar, que tú no eres tonta ni muda ni pobre ni estás muerta. Y hazte verso antes de que sea tarde. Antes de que te metan en una caja y sólo esperes a que la madera se pudra, a que la tierra la venza y por fin te arrope, y los sueños que no has cumplido dejen de hacer eco en los tablones de pino sin dejar dormirse nunca a la paloma putrefacta de tu paz. Y, si te haces verso gracias a mis consejos, aunque yo sea más tonta que tú, págame el favor con una moneda limpia: si algún día te encuentras al Tirao, hazle el amor y cuídalo, que a mí nunca me ha dejado, y no permitas que nunca se muera, porque el Tirao guarda tantos sueños incumplidos que atronarían desde su caja barata de pino el fondo de la tierra hasta quebrar el escudo freático de roca, y toda la lava del vientre del planeta inundaría los continentes y los océanos, como inunda la sangre el pecho de un hombre con el corazón recién apuñalado.