La reina Juana de Castilla es un personaje menos conocido de lo que parece. Todo el mundo que ha leído o estudiado algo de historia de España se ha encontrado con el nombre de Juana la Loca, casi todos creen saber que se volvió loca por amor, algunos saben, además, que fue madre de Carlos V el Emperador, pero poco más.
Y es que el lugar que Juana ocupa en la Historia es muy particular: a primera vista, su importancia es mínima, pues aun siendo reina pasó 49 años de su vida —murió a los 75 años de edad— encerrada en el castillo de Tordesillas, casi sin contacto con el mundo en que vivía. En estas condiciones, se considera, naturalmente, que poco pudo influir en el desarrollo de los acontecimientos históricos en Castilla y, mucho menos, en los de Europa.
Sin embargo, observando con más detenimiento este peculiar personaje, inmediatamente se cae en la cuenta de que su papel no carece, ni mucho menos, de relieve. Y algunos historiadores, que le han dedicado su atención, han sabido poner de manifiesto su importancia.
Hija de los Reyes Católicos, recibió una educación muy cuidada, lo mismo que sus otros hermanos. Isabel la Católica tuvo siempre, junto a las enormes tareas de gobierno que le cayeron en suerte, una preocupación muy grande por la instrucción de sus hijos, y les proporcionó los maestros más insignes de la época; esto hizo de ellos, tal vez, los príncipes más instruidos del Renacimiento. Juana se casó con Felipe el Hermoso, archiduque de Austria, hijo del Emperador Maximiliano I; no estaba destinada a ser reina, pero ya desde los primeros años de su matrimonio, cuando vivía en Flandes con su esposo, una serie de desgracias familiares hicieron que sobre ella recayera la sucesión de la corona: murieron su hermano Juan, su hermana Isabel y su sobrino Miguel de Portugal, que habrían heredado el reino antes que ella.
Y he aquí que, sin haber puesto nada de su parte, Juana se convierte en la pieza clave y codiciada de la política europea, ya que en ella y en su esposo recae la herencia de los tronos más poderosos y ambicionados del mundo de entonces: por parte de Juana, Castilla, con las posesiones del Nuevo Mundo, y por parte de Felipe el Sacro Imperio Romano Germánico, en manos de la Casa de Habsburgo. Acuden los esposos a España y, en cuanto las Cortes de Castilla y de Aragón reconocen a ambos como herederos, Felipe el Hermoso regresa a Flandes y Juana de Castilla empieza a ser Juana la Loca. Ya desde el comienzo de su matrimonio, la vida ligera de su esposo provocó en ella continuos ataques de celos; ahora, al saber que él estaba lejos, aquellos ataques desvelaron la existencia de un mal más profundo, cuyas raíces hay que buscarlas en la herencia recibida de su abuela Isabel de Portugal y que ella misma transmitió a la rama de los Austrias.
Desde entonces, la vida de Juana parece una tragedia fruto de la imaginación más que una dolorosa y conmovedora realidad. A pesar de encontrarse en tan tremendas circunstancias, alrededor de la reina se iban tejiendo los hilos de la política maquiavélica propia de su época, con toda suerte de engaños y de intrigas, pues de su posible sucesión dependía el futuro acontecer histórico de Europa. Su propio padre, el rey Fernando —a quien Maquiavelo tomó como modelo cuando escribió su célebre Príncipe—, aprovechó la penosa situación de su hija, la apartó de toda intervención en el reino y la recluyó para siempre en Tordesillas.
Esta ausencia forzada de la escena europea, junto con el hecho de que Juana estuvo enmarcada en su época por dos de los personajes más relevantes de la historia de España —antes, su madre, la genial Isabel, y, después, la egregia figura de su hijo el Emperador Carlos V— son sin duda la causa de que la reina de Castilla nos aparezca como un personaje tan sin relieve, del que sólo se recuerda su locura. Su tiempo fue un sombrío interregno y tanto su personalidad como su vida se extinguieron sin más, sumergidas en una silenciosa noche de enajenación.
El extraordinario historiador hispanista Ludwig Pfandl ilumina ese oscuro rincón de la historia española y en parte europea. Con su personal sentido de investigador, nos ofrece un relato de la que fue abuela del gran rey Felipe II, en cuyos territorios no se ponía el sol, y bisabuela del príncipe Carlos, a quien el germen de la demencia, que ella le transmitió, convirtió en otro personaje controvertido que la Historia y la Leyenda Negra mantienen vivo en la memoria popular.
M. M.