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A los historiadores no españoles de los siglos XVII y XVIII, les fue reservado el trabajo de desfigurar la muerte de don Carlos, hasta convertirla en una espeluznante tragedia. Entre otras cosas se ha dicho que don Carlos fue procesado y sentenciado por la Inquisición. Que fue condenado a muerte, dicen, pero don Carlos recibió la gracia de poder elegir la forma de morir. A tal efecto hicieron pintar un lienzo con las diferentes formas de morir y se lo presentaron al príncipe para que éste eligiera. Como don Carlos rehusara todas ellas, decidieron envenenarle (según unos), decapitarle (según otros), estrangularle con un cordón de seda (dijeron otros), abrirle las venas en un baño (afirmaron los de más allá) y hubo cronistas que, en aras de la exactitud y precisión, relataron detalladamente las cuatro forma de muerte, justificando que de una de las cuatro, con toda seguridad, tuvo que morir. En el año de gracia de 1795 abrieron el féretro y encontraron el cadáver de don Carlos entero[133]. Entonces no extrañó a nadie que después de doscientos veinte años de sepulcral reposo, la cabeza estuviera separada del tronco; en cambio, algunos autores lo han considerado prueba evidente de que había sido decapitado.

También se ha fantaseado mucho con la especulación de que, durante su largo tiempo de cautiverio, don Carlos hubiera redactado y dejado escrito un testamento tan noble y magnánimo como juicioso. Pero el original conservado en Simancas, público a partir del año 1854[134], manifiesta evidentemente haber sido escrito dos años después de la caída de don Carlos por las escaleras, en Alcalá de Henares; es decir, que fue escrito en el año 1564. Y Gachard también afirma[135] que no sólo la letra, sino el espíritu de ese documento pertenecen a Hernán Suárez de Toledo, que gozaba de especial confianza del príncipe y era doctor en Derecho especializado en cuestiones testamentarias y documentales de cualquier índole. Es decir, que querer sacar conclusiones, sean cuales fueren, sobre el carácter y el universo de las ideas de don Carlos, a partir de un testamento redactado por una persona extraña a él, sólo podría conducirnos a error.