Carlos, un nombre que en España se decía que para los alemanes significaba lo mismo que decir gallardo y melancólico…

LEOPOLD RANKE.

Ceterum tanti principis laudis mirabitur et praedicabit odii favorisque vacua posteritas

FANZISKUZ DUSSELDORPIUS
(† 1630) SOBRE FELIPE II.

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La muerte de Juana la Loca nos sitúa en la mitad del siglo, pero vamos ahora nuevamente al curso normal de los acontecimientos, retrocediendo al año del fallecimiento de su padre Fernando el Católico.

Cuando en la primavera de 1516, Carlos, hijo mayor de Felipe el Hermoso, que cumplía años con el siglo, recibiera por derecho y por testamento de su abuelo los derechos y deberes de la Corona de España, la oscura sombra de la enfermedad de su madre seguía acechando su camino. Era una especie de venganza por el sigilo que, por orgullo y pudor fácilmente comprensibles, siempre había acompañado todo lo referente al castillo de Tordesillas. Nadie estaba enterado de lo que sucedía allí, nadie podía ver a la prisionera, nadie conocía su verdadero estado de salud. Al pueblo únicamente se la había dicho que no estaba en condiciones para gobernar, por motivos de salud. Pero también corrían los rumores entre el pueblo de que, aunque su cabeza no estuviera muy bien de salud, seguramente también sería víctima de alguna intriga dinástica, porque, como es bien sabido, a río revuelto, ganancia de pescadores. Así que consecuentemente con este modo de pensar, en marzo de 1516, el Consejo de Castilla dirigió un escrito al heredero del trono rogándole encarecidamente que, para no herir los sentimientos del pueblo y evitar la amenaza de nuevos disturbios populares, no aceptara el título de rey en vida de su madre[64]. Pero a pesar del escrito, diez días después fue proclamado rey en la catedral de Santa Gúdula. La ceremonia tuvo lugar a continuación de las honras fúnebres celebradas por orden de don Fernando. Entonces un heraldo, inclinando el estandarte del rey al suelo, exclamó tres veces ante la nobleza allí presente: Don Ferdinad, il est mort, y después de unos minutos de silencio en señal de duelo, alzando de nuevo el estandarte, proclamó: Vive Doña Jeanne et Don Charles, par la grâce de Dieu rois catholiques. Y en ese momento apareció el joven don Carlos, ya sin manto de duelo, y después de subir a la tribuna tomó la simbólica espada de la justicia en sus manos esgrimiéndola mientras las bóvedas de Santa Gúdula se hacían eco de miles de voces que aclamaban: Vive le roi! Pronunciando aquel comprometido título de rois catholiques, únicamente adjudicado a doña Isabel y don Fernando, sus súbditos creían soslayar las numerosas dificultades que presentaba la legítima proclamación de Carlos. El ruego formulado por el Consejo de Castilla había sido aceptado, pero no acatado.