Siendo una mártir, como fue tanto por la vida que le tocara vivir como por sus terribles sufrimientos, Juana fue también y al mismo tiempo, causa y vehículo de trágica fatalidad para su pueblo y todo su entorno familiar. En la Historia, Juana es conocida como la reina que entregara España y su política de gran potencia europea a los Habsburgo durante más de dos siglos, y también como la reina que llevara a la ruina el imperio de la nación española, que con tanto trabajo y sacrificio levantaran sus padres, los Reyes Católicos. Pero además de esto, Juana dejó una tara física hereditaria a su hijo y a su nieto y el germen hereditario de una grave degeneración intelectual a un bisnieto.
Muchos españoles de su época decían de su pobre reina que estaba embrujada, mientras otros opinaban que sólo había sido una víctima inocente de un engaño dinástico, y aún quedaban otros muchos que simplemente creían que era una enferma física, una tullida o algo similar. Sólo unos pocos estaban en el secreto y conocían toda la verdad; para éstos, la prisionera de Tordesillas era lisa y llanamente «Juana, la Loca»[57], y así ha pasado a los anales de la Historia. Algunos historiadores modernos han querido añadir cierta originalidad a esta historia, desmintiendo o poniendo en tela de juicio los fallos y defectos de la reina. Para Bergenroth, Juana había sido víctima de la Inquisición, que la hizo enmudecer para siempre. Sin embargo, Gachard dice que esa teoría es pura fábula y en referencia a su estado de salud afirma: nullement folie[58]. Nosotros por nuestra parte, no quisiéramos separarnos de Juana sin antes consultar algunos criterios y principios de la psiquiatría sobre un caso tan singular como el suyo. La primera información que hemos obtenido es que Juana padecía una enfermedad orgánica muy concreta. En Juana no se observa una psicosis ni endógena, ni exógena; ni tampoco síntomas de melancolía, ni de locura maníaco-depresiva; no padecía de cretinismo, ni de parálisis demencial; tampoco de epilepsia, ni de idiotismo. Pero en cambio manifestaba inequívocamente todas las características de la dementia praecox o esquizofrenia. Su enfermedad debió de iniciarse en edad temprana y sin acompañamiento de otros fenómenos que pudieran llamar la atención a sus más próximos, de modo que cuando sus allegados se dieron cuenta, el mal debía estar ya muy avanzado. En opinión de E. Kraepelin[59], debió de comenzar en su adolescencia, entre los 12 y los 15 años de edad. Se ha podido saber que el primer colapso significativo de Juana hizo su primera aparición a la edad de 22 años, pero carecemos de fuentes solventes de información para verificar si esos síntomas ya habían aparecido antes y, en caso afirmativo, si hacía poco o mucho. E. Bleuler también explica por su parte[60], que muchas esquizofrenias tienen su primera manifestación después de sufrir una emoción fuerte. Algo de eso le sucedió a Juana. Su enfermedad se hizo notoria a partir de aquellos desgarradores accesos de dolor y desesperación por la marcha de su esposo, cuando éste dejara España en diciembre de 1502, para regresar a Bruselas. Y sabemos además, que aquellas emociones interiores le causaron trastornos psicomotores muy significativos. En noviembre de 1503, Juana recibió el mensaje de su esposo invitándola a reunirse con él en Flandes. La fuerte oposición a que emprendiera ese viaje por parte de su madre, le produjo un trastorno mental grave. Primero fue un creciente impulso en sentido negativo, es decir, una significativa pérdida de autodominio, al tiempo que una gran debilitación de la fuerza de voluntad. Esto dio comienzo cuando intentó forzar su marcha inmediata, dando acceso a unos ataques de cólera verdaderamente exacerbados; eran la manifestación de una manía persecutoria incipiente. Después de aquello, Juana creyó haber sido traicionada por los suyos y estar clandestinamente prisionera y, al rebelarse ante una situación invencible y no deseada por ella, se fue convirtiendo en la pobre víctima de un doble impulso patológico de autoconservación y desdoblamiento de personalidad. La reacción frente a una causa extrínseca invencible, le produjo negativismo catatónico como simple defensa ante las influencias sobre la voluntad, es decir, fue la causa de su irracional y por eso mismo persistente inmovilismo así como de su obstinado mutismo. Otro estadio de su demencia precoz progresiva fue causado por su vida conyugal. En 1503, los celos patológicos de Juana degeneraron a manía sexual de carácter paranoico, a causa de tanta soledad y tanto desengaño. A causa de su insatisfacción conyugal, Juana se veía sometida a una presión que rápidamente dio paso e hizo patente su predisposición esquizofrénica. Tanto sus reiteradas huelgas de hambre como sus agresivos prontos, ambas cosas impropias de una dama de su rango, en el fondo sólo eran una defensa de su quebrada voluntad. En cambio, su extraña manía de lavarse la cabeza infinidad de veces, que su esposo consideraba una perniciosa influencia de sus criadas, era signo evidente de un embrutecimiento progresivo[61]. La pobre Juana, de forma casi inadvertida había ido dando grandes pasos en su enfermedad; dejó de vivir en compañía para encerrarse en su psicosis. A partir de entonces, inconscientemente hacía todo lo posible por romper los nexos con el universo exterior. Su negativismo, al principio más bien pasividad absoluta que mensaje de obstinada tozudez, pasó a ser negativismo reactivo, o sea, una reacción a cualquier tipo de imperativo o ruego, que consistía en hacer exactamente lo contrario; le gustaba llevar la contraria a su esposo respondiéndole que haría exactamente lo opuesto a lo que él dispusiera. Sus constantes negativas a participar en cualquier reunión oficial o cortesana, primero en Bruselas y más tarde en España, también eran debidas a una voluntad enfermiza. En un determinado momento comenzó también a tener anomalías de naturaleza depresiva en la vida sexual. Y poco a poco todos sus apetitos, incluso el de la nutrición, se fueron apagando y convirtiendo en actos puramente mecánicos, realizados sólo en respuesta a ciertos estímulos del exterior. El apetito sexual fue el único que perduró en ella, alimentado e incrementado por unos celos patológicos hasta convertirse en maniacodepresivos. Empezó a tener trastornos catatónicos graves (estupor) cada vez con mayor frecuencia. No tenía síntomas de parálisis, pues de potentia la enferma tenía movimientos espontáneos, aunque generalmente permaneciera estática, sentada o echada en completo inmovilismo, sin mover un solo miembro de su cuerpo y con los ojos en blanco o sin fijar la mirada. Una característica propia de la esquizofrenia y muy significativa es la siguiente: los enfermos siguen teniendo autoorientación física normal y, además, en todo momento saben quiénes son. Pues bien, en nuestra pobre reina esquizofrénica se daba esta peculiaridad. También puede darse un cierto acompañamiento de otros fenómenos propios de la esquizofrenia, como por ejemplo movimientos estereotipados, algunos gestos u otros fenómenos por el estilo; pero en el caso de la reina doña Juana, carecemos de información fidedigna y los datos llegados hasta nosotros dicen muy poco acerca de la evolución de su enfermedad. Después de la muerte de Felipe el Hermoso, ciertos impulsos y estímulos de Juana desaparecieron absolutamente. Sobre todo, sus celos patológicos dejaron de tener sentido y ellos habían sido fuente principal de su falta de cordura. Pero en cambio, su ensimismamiento se fue agravando hasta hacerse irreversible; ya era imposible pensar en una eventual recuperación de su salud mental, y sin embargo, Juana mejoró algo en algunos aspectos. Al no existir ya ni el fin ni los impulsos anteriormente objetivados en la persona del esposo, aquel primer y agudo negativismo se fue moderando hasta convertirse en una simple apatía. El erudito humanista Pedro Mártir, contemporáneo de Juana, dice en una de sus epístolas: Caret difinitiva, executivam abjicit, carece de fuerza de voluntad y reprime toda inclinación a tomar una decisión[62]. Juana sentía una infinita apatía ante el cumplimiento de sus deberes de estado o la práctica de sus deberes religiosos, por la atención a sus hijos nacidos y educados en Flandes e incluso por el debido cuidado y aseo de su propia persona; su abulia alcanzó aquel complejo y doble sentimiento de amor y odio a su eternamente enmudecido esposo. Aunque en un principio custodiara celosamente el cuerpo de su marido, desconfiando de cualquier mujer que se aproximara a él, Juana poco a poco perdió conciencia de aquel deber que ella misma se había impuesto, hasta que un día finalmente dejó descansar al muerto en paz.
El discurso de los esquizofrénicos está muy lejos de carecer de sentido o ser incomprensible[63]. Prueba de ello es que, después de una larga audiencia que Juana le concediera con motivo de su segunda venida a España en 1506, el Almirante de Castilla no se retiró convencido de la locura de la reina; y el astuto Chièvres obtuvo su autorización para que su hijo Carlos se hiciera cargo del gobierno en su nombre, a pesar de su abulia. Lo que realmente trastornara y perjudicara sensiblemente a doña Juana fue su terrible encierro en el castillo de Tordesillas y los inadecuados e inoportunos tratos recibidos durante aquellos años. Según la psiquiatría moderna, lo que más rápida y profundamente puede perjudicar a un enfermo esquizofrénico es el aislamiento y un trato inadecuado. Eso fue lo que agravó, tanto su estupor como sus periódicamente interrumpidos arrebatos de cólera. Así que Juana estando sometida a mosén Ferrer, que alardeaba de haber introducido en Tordesillas el rigor y la disciplina conventual, y bajo la férula de toda la familia Denia, nada tiene de extraño que su enfermedad avanzara aceleradamente. No se le ahorraron ninguna clase de humillaciones, ¡pobre reina!, incluso la más cruel propia del estupor catatónico: el enfermo no es consciente de hacerse todas sus necesidades encima. Y éste ha sido el retrato de una reina, Juana la Loca, o mejor aún la semblanza de una víctima de demencia precoz, según lo que nosotros sabemos por la doctrina y la experiencia de la psiquiatría moderna.