Estos dos monarcas tuvieron como norma suprema de gobierno, tanto en política interior como exterior, la de gobernar primando el orden y la unidad en todo. Ese máximo anhelo de concordia y armonía, se iba reflejando simbólicamente por todas partes. Las monedas, por ejemplo, se acuñaban con la efigie de ambos soberanos; el emblema real unificaba los escudos de armas de los dos reinos; leyes, pragmáticas, decretos y todos los documentos de carácter público requerían la firma de ambos monarcas. El lema de los dos reinos unidos era:
Tanto monta, monta tanto
Isabel como Fernando.
El primer hecho glorioso en aras de este encomiable ideal fue, sin duda alguna, el fin de la Reconquista. El 2 de enero de 1492, después de una larga y tan porfiada como heroica contienda de más de diez años de duración, tuvo lugar la ansiada rendición de Granada y consecuentemente la esperada liberación del territorio español de un dominio musulmán que había durado varios siglos.
El final de aquella guerra santa, después de una cruzada de cuatro siglos en propio territorio, fue un respiro para toda la cristiandad que además atrajo la atención de Europa a España, país hasta entones apenas conocido, haciendo olvidar fácilmente la lamentable pérdida de Constantinopla y despertando una nueva esperanza en la reconquista de Jerusalén. Por otra parte, contribuyó también a que la idea de una unidad nacional sometida a un solo gobierno, se fuera popularizando en España. Más aún, a aquel intrépido espíritu conquistador del suelo patrio, que los Reyes Católicos sin duda favorecían y animaban, se sumaba ahora una sana ambición de conquistar nuevos mundos de ultramar. Cristóbal Colón, descubridor del nuevo continente, con su hazaña colocaba la primera piedra de un glorioso imperio colonizador perteneciente a la Corona española y que, años después, con otros fines y tras muchas tribulaciones, tanto auge y prestigio iba a alcanzar en la vieja Europa. Era como si una bendición del Cielo hubiera descendido sobre aquel naciente y ya poderosísimo imperio.
Con el fin de la Reconquista y el inicio de una venturosa expansión colonial, en el interior del país, lógicamente, se iba imponiendo un nuevo estado de cosas. El principal objetivo era, sin duda alguna, la consolidación de la monarquía. Y para eso era menester atar corto a la nobleza aún insurrecta, y establecer un nuevo orden reorganizando la fuerza pública, mejorando la Hacienda real, fomentando las artes y oficios y creando un nuevo ejército de guerra leal y pronto para la contienda. Todo ello más una seria reforma administrativa incluyendo la nueva regulación y codificación del derecho hasta entonces vigente. Y este nuevo proyecto culminaba finalmente en una política religiosa, tan rigurosa como difícil de cumplir, que por de pronto podríamos clasificar en tres Iglesias diferentes: Iglesia nacional, Iglesia reformada e Iglesia unificada.
Vamos pues a detenernos ahora en reavivar y conocer un poco más de cerca el significado de esos tres conceptos, uno a uno, porque su sola enumeración podría tener mucho o ningún sentido. Con ese estudio podremos conocer mejor los valores nacionales, políticos y espirituales que, a causa de la tragedia de doña Juana, corrieron peligro. Y, por otra parte, también entenderemos mejor el grave daño que aquello podía producir a lo que, con tanto esfuerzo y sacrificio Isabel y Fernando habían trabajado y logrado. Entonces encontraremos plenamente justificado que una pobre y desventurada reina pudiera ser un grave impedimento para el desarrollo y el progreso de su país.