Capítulo XVII

ESQUEMA DE LA NUEVA SITUACIÓN

Se había entrado en el tercer período de la guerra, en el periodo de los combates decisivos como consecuencia de los grandes cambios habidos en la situación estratégica. Para los republicanos los plazos y posibilidades para cambiar esta situación se habían reducido considerablemente.

* * *

En el orden político. — La polarización de las dos tendencias fundamentales que aparecieron en los comienzos de la guerra se habían realizado íntegramente: las fuerzas de la consecución de la lucha, de la resistencia hasta el fin que personificaban los comunistas, que en la imposibilidad de ganar la guerra insistían en la prolongación de la misma para manteniendo un foco de inquietud en el sur de Europa limitar las posibilidades de acción del fascismo y aumentar las posibilidades del reforzamiento de la defensa de la URSS; y Negrín y los que le seguían de su propio partido, de la Unión General de Trabajadores y del campo específicamente republicano que eran muy pocos. Al otro lado estaban los de siempre: una gran parte del Partido Socialista Obrero Español y de la Unión General de Trabajadores capitaneada por Indalecio Prieto, Largo Caballero y Besteiro; estaban también la mayoría de los integrantes de los partidos republicanos, cuya tendencia al compromiso simbolizaba Manuel Azaña, actual presidente de la organizante república; y en los dos partidos más fuertes de Euzkadi y Cataluña, los Partidos Nacionalistas y Esquerra Catalana las tendencias eran no solamente públicas, sino descartadas. Y en el pueblo la misma división: una parte que consideraba ya inútil la lucha; y otra parte bajo la influencia de los comunistas y de Negrín al que durante mucho tiempo los comunistas venían presentando como el hombre del milagro de ganar la guerra. Al lado de estas dos corrientes en plena guerra había:

En el campo militar. — En el terreno militar después de la batalla de Aragón y el corte del territorio republicano la situación ofrecía las características fundamentales siguientes:

— A pesar de un mayor desgaste de los rebeldes la relación de fuerzas no había sufrido grandes variaciones. El enemigo mantenía su superioridad en medios técnicos y de aviación en que la proporción de esta última podía establecerse a través de la batalla de Aragón: 8.550 vuelos de avión de los rebeldes por 3.206 de los republicanos, es decir, una superioridad de 3-1 a favor de los rebeldes.

— Pero a pesar de su superioridad el ejército franquista tenía una posición de extrema debilidad en aquel momento: el hecho de mantener los republicanos reservas (sólo participaron en la batalla de Aragón 188 batallones) cuando los rebeldes habían metido todas las suyas (300 batallones el 12, 4, 1938) creaba una posibilidad de gran valor para el alto mando republicano. Esta posibilidad de acción aunque coincidía con un momento difícil para los republicanos, residía en que gracias a la resistencia de la 70 división en Albocacer los republicanos tenían: a) Una posición de partida excelente sobre la única vía de comunicaciones del Cuerpo de Ejército de Galicia y la Agrupación García Valiño; b) Una pausa en el ataque enemigo como consecuencia del desgaste sufrido y de la reagrupación de fuerzas que efectuaba; c) Fuerzas frescas de los ejércitos republicanos del Centro, Andalucía, Extremadura y en menor proporción de Levante.

— Hecho el corte del territorio republicano, mantenida la superioridad de fuerzas por los rebeldes, el planteamiento de la guerra en su parte estratégica no había variado. Como cuando Teruel no podían los republicanos plantearse operaciones decisivas y tenían que buscar superar su condición de inferioridad por medio de operaciones favorables que no comprometieran sus fuerzas. Lo nuevo de la situación consistía en la imposibilidad de maniobrar de las fuerzas republicanas del uno al otro de los dos núcleos en que había quedado dividido su territorio.

La proporción entre ambas zonas podríamos valorarla de la siguiente manera:

Fuerza militar. 2'5 veces más la zona Centro-Sur.

Recursos humanos. 3'2 veces más la zona Centro-Sur.

En extensión. 5 veces más la zona Centro-Sur.

Desde el punto de vista de su fuerza militar aparece claro que la significación principal estratégica corresponde a la zona Centro-Sur. Sólo una condición podía haber en favor de Cataluña, la frontera francesa, pero ésta fue siempre una barrera para la España republicana. En el mar dominaba, mejor dicho, debía dominar la flota republicana que conservaba íntegra su superioridad potencial. Se desprendía, pues, que el paso de las acciones principales debía corresponder a la zona Centro-Sur. Cataluña debía jugar un papel auxiliar.Aunque la cooperación entre ambos núcleos de fuerzas era una condición indispensable. En la cooperación aparece la necesidad, derivada de la imposible maniobra de las reservas de una a otra zona para concentrarse en la defensa de la dirección amenazada, de que ésta se realice (independientemente de aprovechar las posibilidades existentes para el contragolpe de Morella) sobre la base de acciones activas coordinadas en el tiempo y en el espacio, y si en este último no es posible, al menos en el tiempo, toda vez que cada una de estas zonas vivían de recursos propios. Hasta entonces a la ofensiva enemiga se podía oponer la concentración sucesiva de todas las reservas generales hasta conseguir ahogarla. Ahora esto ya no era posible, a la ofensiva enemiga había que responder necesariamente con operaciones activas y ofensivas, en la región no atacada. Cataluña o zona Centro-Sur. Esto era lo nuevo en el planteamiento de las formas de lucha correspondientes a la nueva situación.

Esto significaba desde el punto de vista de las tareas del gobierno de Negrín lo siguiente:

En el orden político. — El comienzo de una ofensiva despiadada contra los partidarios del compromiso o la rendición. Ofensiva que debía significar en la práctica no sólo su eliminación de todos los puestos políticos y militares que conservaran en el aparato estatal y en el ejército. Una lucha despiadada que debía comenzar por aquello y acabar si era necesario con la aplicación inexorable de las medidas represivas máximas. Y sobre esta base colocar en los puestos fundamentales hombres audaces, capaces y leales para crear una sólida unidad política entre las fuerzas fundamentales de la resistencia, vigorizar los órganos de dirección e incrementar la lucha.

En el orden militar. — De acuerdo con las características señaladas en el análisis de la situación, no se podía olvidar si se querían evitar gravísimos contratiempos, dos cosas esenciales que imponía la nueva situación:

1. Que si antes era posible ante las ofensivas enemigas acudir a la fórmula más simple de concentrar las reservas en la dirección del golpe enemigo hasta conseguir ahogarlo, esto ya no era posible y se imponía estudiar, organizar y preparar en todos sus detalles un plan completo de operaciones activas, pues para ello había amplio espacio principalmente en la zona Centro-Sur.

2. Que semejante género de guerra más activo en sus métodos, imponía una nueva organización de los frentes, una audaz concentración de las reservas, movilidad, agilidad y voluntad permanente de lucha en los mandos de las grandes unidades.

¿Sería capaz el presidente Negrín de responder a las necesidades del período decisivo de la guerra?

El presidente Negrín consideró que desplazado Indalecio Prieto del ministerio de Defensa y derrotado en el Comité Nacional del Partido Socialista, se había liquidado en lo fundamental la actividad de los capituladores. No comprendió que esa corriente no se reducía a uno o dos hombres, sino a grupos que tenían sus tentáculos no sólo en el gobierno —todavía—, sino en el aparato estatal, en los mismos partidos y organizaciones y en la gran mayoría de los casos en las propias direcciones de éstos. Este error llevó al presidente Negrín a debilitar la lucha contra los elementos capituladores, renunciando en la práctica a darles un golpe aniquilador.

El presidente Negrín no supo comprender tampoco, que en las formas de dirigir la guerra hasta entonces, residía una de las causas fundamentales de las derrotas militares de los republicanos. La política de guerra seguida hasta marzo de 1938 tenía dos formas concretas: en el gobierno Largo Caballero la incapacidad y la resistencia por esta misma incapacidad a la fijación de una política de guerra justa; en el período de Prieto, una dirección militar de la guerra más justa, por parte de un Estado Mayor Central más capaz, pero a cuya realización práctica de sus planes se oponía una maraña de obstáculos: vacilaciones, resistencias pasivas, dilaciones y sabotajes con lo que el ministro de Defensa hacía sentir su voluntad negativa en la dirección de la guerra.

El problema de los ritmos en torno a los cuales habían desarrollado una gran actividad los elementos capituladores, frenando la realización de todas las tareas que la situación exigía, adquiría en el tercer período de la guerra, el periodo de los combates decisivos, una importancia enorme. Pero los ritmos elevados no se obtienen sólo por el deseo de reconocer su necesidad.

Los ritmos rápidos son posibles si se basan en la voluntad y el esfuerzo del pueblo, y, en segundo lugar, en la rapidez con que los órganos de gobierno sepan canalizar y aprovechar dicha voluntad y esfuerzo. Ambas cosas se complementan. Es imposible que una de ellas, por sí sola, pueda lograr lo que las necesidades de una situación determinada reclama. Hubo la primera con creces. Faltó la segunda hasta la crisis de abril de 1938… Pero, las posibilidades que dicha crisis hizo surgir, para crear un órgano de dirección capaz de dirigir la guerra de acuerdo con la situación, corrían el peligro de malograrse porque el presidente Negrín que había comprendido que la lentitud era el peor enemigo de los republicanos no fuera consecuente en la batalla decisiva que estaba obligado a reñir con los elementos internos de descomposición, batalla que crearía todas las condiciones políticas que sirvieran de base sólida a la realización de los necesarios planes militares: en la batalla decisiva en la que debía ser dirigente y autor principal (en su calidad de jefe de gobierno y ministro de Defensa) supo conquistar un gran triunfó con la solución de la crisis, pero la falta de decisión para explotar aquel éxito hasta el fin, hasta el aniquilamiento de los elementos negativos, podía malograr todas las posibilidades existentes, manteniendo una dirección de la guerra incapaz y decepcionando a las masas populares cuyos sentimientos supo interpretar el doctor Negra con la eliminación de Prieto.

¿Fue magnanimidad de espíritu prócer ante el enemigo interior derrotado, pero no vencido?

¿Fue la falta de consecuencia en un hombre a su vez vacilante?

En todo caso fue, por sus consecuencias, un error político, un amargo error, cuyas amarguras pudo luego sentir el presidente Negrín con acidez en los días tristes de Elda, en su «Posición Yuste».

Era necesario precipitar los ritmos, pero para ello eran necesarios hombres nuevos. Y en los primeros momentos de su actuación como jefe del nuevo gobierno y ministro de Defensa el doctor Negrín, aparecía excesivamente respetuoso con los hombres viejos, que encarnaban viejos métodos y que, sobre todo, formaban conscientes unos, inconscientes otros en las fuerzas de la capitulación. Y el peligro aumentaba en la medida en que el presidente Negrín deseoso de conciliar lo que en el fondo era inconciliable (los viejos hombres con las nuevas formas de dirección de la guerra, el espíritu de conciliación y compromiso con el espíritu de intransigencia y de lucha), ampliaba, incluso, las posiciones que en el apartado del estado tenían los partidarios de Largo Caballero y sobre todo de Prieto.

¿Supo comprender el presidente Negrín que la zona Centro-Sur constituía la base principal estratégica de los republicanos?

Es muy difícil contestar afirmativamente si nos atenemos a los hechos.

De acuerdo con el planteamiento general de las nuevas formas de lucha correspondientes a la situación militar creada, era necesario una dirección audaz llena de movilidad, agilidad y voluntad permanente de lucha. Desgraciadamente a la dirección de la zona Centro-Sur se había llevado, salvo algunos de sus componentes, hombres que eran todo lo contrario. La voluntad predominante allí, era la de los traidores, de los vacilantes resguardados tras las espaldas seniles del general Miaja, juguete en manos de cuantos halagaban su vanidad y alimentaban sus ambiciones. Y en estas manos iba a quedar la dirección de las fuerzas que en la nueva situación debían llevar el esfuerzo principal de la guerra.

El presidente Negrín, independientemente de su voluntad de lucha y de victoria, no se mostraba lo suficientemente enérgico para liquidar los viejos métodos y los hombres que los encarnaban. Eligió otro camino. Buscó la conciliación entre los partidarios de la resistencia y los elementos capituladores y vacilantes, creyendo que de esa forma aseguraba una base más amplia a su política de resistencia. Pretendía gobernar, creyendo que era la mejor forma, apoyándose en las dos fuerzas, sin ver que sólo el aniquilamiento de las actividades de los elementos capituladores aseguraba la realización de una política de resistencia activa, la única capaz de superar las dificultades del momento.

Por su parte el Estado Mayor Central fijaba el plan de maniobra a realizar en el segundo semestre de 1938. Era el siguiente:

— Resistencia en Levante.

— Ruptura en el Ebro, creando una amenaza capaz de paralizar la ofensiva enemiga sobre el Maestrazgo.

— Ofensiva en Extremadura y Andalucía con miras a cortar las comunicaciones enemigas de Norte a Sur y favorecer el levantamiento de la segunda de aquellas regiones.

El plan era justo, ya que tendía a impedir la concentración de las fuerzas enemigas en un punto y buscaba el sector más débil del frente enemigo en su aspecto completo, político, social y estratégico. Pero lo importante consistía en asegurar su realización. Las medidas correspondientes a este fin eran la reorganización de las fuerzas de Cataluña y del Ejército de Maniobra. Sin embargo se seguía olvidando que para asegurar la realización de este plan cuyo principio básico era la coordinación, se necesitaba asegurar en primer lugar mandos y órganos de dirección audaces, disciplinados, poseedores de una voluntad permanente de lucha; era necesario más, ir a una reorganización audaz de los frentes si se quería lograr la coordinación y las reservas suficientes para alimentar las batallas en perspectiva.