El público gritó con renovado terror.
Cindy Sue no resistió más y salió corriendo.
Barry, presa del pánico, aullaba instrucciones ridículas.
—¡Traed una grapadora! ¡Traed una grapadora!
Eso creo que decía, pero lo cierto es que yo estaba un poco distraída.
—¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Sálvenme! ¡Sálvenme! ¡Quítenmelo de encima! —chillaba Jeremy Jason que por fin empezaba a reaccionar.
Y podría asegurar que vi, a pesar de mi turbia visión de oso, algo viscoso y gris saliendo a trompicones del oído de Jeremy Jason.
En ese momento se apagaron las luces.
<¡Venga, corred!>, exclamó Cassie.
¡Oscuridad repentina! No completa, pero sí lo bastante como para que las cámaras o el público pudiesen ver algo.
La zona del público se convirtió en el caos más absoluto. Una cosa es ver animales salvajes en el plató y otra muy distinta estar sentado a oscuras sin saber si esos mismos animales salvajes van a aparecer a tu lado en cualquier momento.
No se oían más que gritos por todas partes. Gritos y rugidos de animales. Y, por encima de todo eso, el agudo chillido aterrorizado de Jeremy Jason.
—¡Sálvenme! ¡Sálvenme!
Observé mucho movimiento detrás del decorado.
De repente, un andalita cruzó el plató de un salto, se plantó sobre la espalda del cocodrilo y sacudió su cola.
Y la sacudió.
Y la sacudió.
Y la sacudió.
Y el cocodrilo soltó a Jeremy Jason.
<¿Ax?>, pregunté.
<Sí>, respondió con dureza.
Yo sabía que los andalitas son más duros de lo que parecen y ya había luchado al lado de Ax otras veces, pero aquello me dejó con la boca abierta. Aquel cocodrilo era un tanque imparable y Ax lo había detenido.
<¿Dónde está el yeerk?>, le pregunté.
<Lo he visto salir de este cuerpo humano hace unos segundos.>
¡Así que lo que había visto salir del oído de Jeremy Jason era un gusano! Se había asustado y no le apetecía ser devorado junto al cuerpo de su portador.
Se arrastraba por allí a oscuras, como un caracol sin concha.
<¿Todos bien?>, preguntó Jake.
<Sí>, respondí.
<Vivo —confirmó Marco—. No muy contento, pero vivo.>
<Entonces, ¡vámonos de aquí!>, gritó Jake.
<Desde luego>, repliqué encantada. Miré la cabeza inmóvil del cocodrilo y he de admitir que me daba miedo hasta muerto.
A lo mejor era porque demasiado cerca un histérico Jeremy Jason McCole no cesaba de gritar, chillar y maldecir.
Me largué. Corrí hacia un extremo del plató, pero en mi carrera noté algo bajo uno de mis enormes pies de oso.
Algo tibio y viscoso.
Algo así como un gusano.
<Creo que el yeerk no ha llegado muy lejos>, dije.