—¡Rachel! —murmuró Cassie.
—¡Ya lo sé! —respondí.
—¡Tenemos que irnos de aquí!
—¡Ya lo sé!
Cassie tiró de mí y me sacó de allí a paso ligero. Al pasar al lado de Jeremy Jason le dimos un empujón y él se apartó horrorizado de la lunática que le había mordido.
—¡Eh, alto! ¡No os podéis ir! —gritó la mujer de los papeles cuando pasamos junto a ella.
—¡Tiene que vomitar! —aclaró Cassie—. Son los nervios del debut.
—¡Al fondo a la izquierda!
Para cuando llegamos al servicio de señoras, en lugar del jorobado de Nôtre Dame parecía un búfalo.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Cassie.
—Y yo qué sé —repliqué histérica—. ¡Me está saliendo un cocodrilo por la espalda! Y… y creo que… grrr… ¡rrrrooaar!
Horrorizada, me miré las manos. Sí, se estaban cubriendo de un pelaje marrón y grueso que me resultaba más que familiar.
Pelo de oso pardo.
—¡Ax dijo que debías concentrarte! ¡Controlar el proceso o algo así!
Le lancé una mirada iracunda. Me estaba transformando en oso a mil por hora. Y esta vez no fueron sólo los pies. Me salió el hocico. Se me acortaron los dedos y la uñas se convirtieron en negras garras curvadas capaces de destripar un alce.
Y al mismo tiempo el cocodrilo seguía emergiendo por mi espalda. Se arrastraba y retorcía para salir de mí. Literalmente.
No dolía, pero era horrible, imposible de describir. Y os lo dice alguien que sabe de esto.
—¡Oh, no! —murmuró Cassie aterrorizada, sin dejar de mirar lo que me pasaba por la espalda.
Alguien intentó abrir la puerta del lavabo.
—¡Váyase! ¡Está ocupado!
—Tengo que entrar —gimoteó una voz de mujer.
—Créame —insistió Cassie—, es mejor que vaya a otro.
<¡Cassie! —grité tan pronto como conseguí hablar por telepatía—. Este cocodrilo no soy yo. ¿Comprendes? ¡Es un cocodrilo real y fuera de control!>
Cassie le echó un vistazo al aseo. Era demasiado pequeño para albergar a un cocodrilo de siete metros y a un oso pardo a la vez.
<Cassie, el cocodrilo te matará.>
El cocodrilo pesaba ya tanto que no podía con él. En el espejo vi la horrenda imagen de un morro de cocodrilo crecer y salirme de la nuca. Lo normal es que, con su peso, yo estuviera ya en el suelo, pero a medida que él crecía yo me iba transformando en oso. Y los osos son muy fuertes.
—No poseo ningún animal que pueda vencer a un cocodrilo —se lamentó Cassie—. ¡Nada que pueda enfrentarse a un cocodrilo!
<¡Entonces vete!>
—¡No puedo! ¡Estás bloqueando la puerta con tu cola de cocodrilo!
<¡Métete en el retrete! ¡Rápido! ¡La cabeza ya está casi formada!>
Me vi reflejada en el espejo. Era una imagen de pesadilla. ¡Una auténtica locura! Dos cabezas saliendo de un mismo cuerpo: una de oso y otra de cocodrilo. El cocodrilo batió sus mandíbulas como si las estuviera probando.
<Rachel —me dijo Cassie por telepatía—, ¿qué pasará si el cocodrilo ataca al oso?>
<Cassie, ¿te estás transformando?>
<¡Sí!>
<¿En qué?>
<En… en… ¡una ardilla!>
<¿Una ardilla? ¡¿Una ardilla?!>
<¡No se me ocurría nada mejor!>
Sentía que algo dentro de mí se deslizaba y me sorbía. Era como si me destriparan por la espalda. No dolía, pero era repulsivo.
Entonces, todo aquel peso se desprendió y cayó al suelo con estrépito.
El hereth illint había concluido. Había el «eructado» cocodrilo.
El animal yacía sobre el suelo de baldosas, con su enorme cola a duras penas enroscada contra una esquina, bloqueando la puerta.
En cuanto a mí, ya me había transformado por completo en oso pardo. De pie, con mi peluda cabezota rozando las baldosas acústicas del techo, notaba el tremendo poder de mis hombros inmensos. Era un oso pardo, era invencible.
Ningún ser vivo podía con un oso como yo. Excepto… excepto el enorme reptil que tenía a mis pies.
Por encima de la puerta del retrete, vi una ardilla agazapándose sobre la tapa del váter, temblando y estremeciéndose en el más puro estilo ardilla.
<El cocodrilo no me quita el ojo de encima>, dije y sentí un terror infinito. No sabes lo peligroso que puede ser un animal hasta que no has estado en su piel.
Y yo había estado en su piel.
Los osos pardos son increíblemente fuertes. De un zarpazo pueden tirar un caballo al suelo. Sin embargo, sus armas no servían de mucho con el cocodrilo; ni siquiera aquellas terribles garras conseguirían atravesar la callosa armadura del cocodrilo.
Y una vez el cocodrilo cerrar sus mandíbulas sobre una parte cualquier del oso, o sea de mí, me haría pedazos.
El reptil me observaba con su fría mirada. Sonrió, me mostró todos sus dientes y atacó.