19

Muy bien, había metido la pata, pero me había propuesto arreglarlo, así que decidí mentir.

Al día siguiente le dije a Jake y Cassie que ya estaba, que el hereth illint había sucedido. Se lo describí con todo lujo de detalles, insistí una y otra vez en lo raro que había resultado. Sonaba tan convincente que se lo tragaron.

Por supuesto no le conté nada a Ax porque a él no habría podido engañarle. En realidad, yo no tenía la menor idea de qué sucedía exactamente cuando eructabas el ADN. Ninguno habíamos entendido las explicaciones de Ax, y es que cuando nuestro amigo extraterrestre empieza con eso del espacio cero, creo que todos desconectamos un poco.

Si le hubiera explicado el mismo cuento a Ax, éste me habría hecho la pregunta lógica: ¿qué hiciste con el cocodrilo?, algo en lo que no habían caído ni Jake ni Cassie.

El caso es que cuando al día siguiente le dije a Jake que ya había ocurrido, me creyó. Y Cassie también. A mi amiga la vi en un cambio de clase y se lo comenté deprisa y corriendo. De haberme mirado a los ojos, habría notado que estaba mintiendo.

No tenía elección, debía conseguir como fuera ir al programa de Barry y Cindy Sue. No iba a permitir que Jeremy Jason promocionara La Alianza.

Me encontraba bien, sólo era cuestión de controlar mis emociones, y eso es algo que se me da bastante bien, la verdad. Bueno, es verdad que me enfado con cierta facilidad, pero ¿quién iba a ponerme de mal humor en un estúpido programa de televisión? Todo saldría bien, estaba segura.

Después de clase, tomé un taxi hasta el hotel de mi padre. De camino, pasé por delante de mi casa. Un equipo de obreros sacaban los restos de la cocina y de mi habitación. En la parte frontal de la casa había un enorme contenedor para los escombros.

—¿Te has enterado de lo que pasó ahí? —me preguntó el taxista—. La casa se derrumbó. Si es que ya nada es lo que era. Los materiales de construcción no son como los de antes.

Para mi sorpresa, mi padre me estaba esperando en el hotel.

—¡Ya era hora! —dijo en cuanto me vio entrar por la puerta de la habitación—. El programa empieza a las cinco y ya son las tres. ¿Dónde has estado?

—En el colegio.

—Ah, claro, el colegio. Venga, date prisa. Por suerte podemos ir andando, así no tendremos problemas con el tráfico. Está a cinco minutos de aquí.

No me llevó mucho tiempo elegir lo que me iba a poner. No había podido rescatar demasiada ropa de mi habitación. Telefoneé a Cassie para que se diera prisa. Habíamos quedado en encontrarnos en el estudio de televisión.

Mi amiga no estaba en casa, seguramente ya me estaba esperando. El plan era el siguiente: Cassie vendría conmigo y los demás asistirían transformados en algún animal poco llamativo. Sabíamos que los yeerks estarían vigilando la zona y que parte de la audiencia estaba formada por controladores, incluso sospechábamos de Barry y Cindy Sue.

—¿Estás nerviosa? —me preguntó mi padre mientras nos dirigíamos al estudio.

—La verdad es que no —contesté.

—Te va a ver todo el país, en un programa en directo, millones de personas, de costa a costa, ¿y no estás nerviosa?

—Ahora ya lo estoy —murmuré. Pero no podía consentirlo. Debía apagar toda emoción, al menos las más extremas. Sabía que podía conseguirlo.

Pasamos por delante de la recepción del estudio. Mi padre se movía por allí como si fuera el amo y yo lo tenía que seguir correteando si quería mantener su paso. Cassie estaba esperando en el vestíbulo y nada más vernos se acercó.

—¿Qué tal? —me preguntó.

—Bien —contesté encogiéndome de hombros.

—¿De verdad?

—Sí.

—¿Nerviosa?

—No.

—¿Emocionada?

—No.

—¿Asustada?

—Eso sí que no.

Entonces se acercó y me susurró al oído:

—¿Tenemos un plan? Es decir, ¿qué se supone que vamos a hacer con Jeremy Jason?

—Impedir que suceda —contesté a la vez que me encogía de hombros.

—¿Cómo?

—Ya improvisaremos algo —sonreí.

—Oh, oh.

De repente, una llama pasó a nuestro lado y a punto estuvo de estrellarse cuando sus delicadas pezuñas patinaron sobre el linóleo encerado. Dobló una esquina y desapareció.

—Pero ¿qué demonios…? —exclamó mi padre.

—¡Qué bonita! —exclamó Cassie. Siempre que ve un animal se le ilumina la cara—. Es una llama. Me encantan estos animales. Son tan…

De repente aparecieron dos personas vestidas de color caqui. Entraron a toda velocidad, doblaron la esquina detrás de la llama y desaparecieron.

Nos quedamos los tres perplejos e intercambiamos miradas. Entonces apareció una tercera persona, una mujer con unos papeles sobre una tablilla.

—¿Han visto pasar una llama? —preguntó casi sin aliento.

—Por allí —señalé.

—Pero bueno, ¿qué sucede? —preguntó mi padre.

—Bart Jacobs ha venido al programa con sus animales —explicó la mujer moviendo la cabeza de un lado a otro, frenética, como si aquello fuera el fin del mundo—. La llama se ha escapado. Es un animal muy listo.

—¿Bart Jacobs? —aquel nombre me resultaba conocido—. ¿No es el tipo ese que siempre sale en la tele con sus animales?

—Sí, el mismo —confirmó Cassie con una expresión desaprobadora—. Odio a la gente que obliga a los animales a entrar en un estudio. Siempre los tratan como…

—Muy bien, si ya no hay más animales salvajes —interrumpió mi padre—, creo que deberíamos continuar.

Empezó a andar y nosotras lo seguimos hasta la sala de maquillaje. La puerta estaba abierta. Una mujer con un corte de pelo estrafalario y labios pintados de negro lanzó una mirada maliciosa a mi padre y después nos escudriñó a Cassie y a mí. Seguro que estaba pensando qué hacer con nuestras caras.

—Aquí la tienes —dijo mi padre señalándome—. Rachel, te presento a Tai. Tai, mi hija Rachel. Hoy saldrá en el programa.

—Bonito cutis —comentó Tai—, pero este pelo necesita más cuerpo —agarró un abundante mechón de pelo y lo soltó de mala gana—. ¿Con qué te lavas el pelo?

Le dije el nombre de la marca y en su rostro se dibujó una sonrisa de superioridad. Mi padre desapareció y se puso a parlotear con personas que conocía. Tai prácticamente me sentó en un sillón de peluquería, me envolvió con una sábana y empezó a manipularme el pelo con todo tipo de cepillos.

Odio que me lleven de un lado para otro, me pone de mal humor.

—¡Vaya pelo! ¡Por favor! —protestó Tai, y me propinó un firme tirón.

Odio que me tiren del pelo.

De repente, Tai retrocedió.

—¿Qué le pasa a tu pelo? ¡Se… se está poniendo gris!

Miré al espejo y vi dos cosas: el gesto horrorizado de mi amiga y mi pelo, gris y lanudo, como el de un lobo.

¡Me estaba ocurriendo otra vez! Tai me había puesto de mal humo y empezaba a transformarme en lobo. Lancé una mirada desesperada a Cassie y ésta reaccionó automáticamente.

—¡Dios mío! —gritó—. Acabo de ver a… ¡Kevin Costner! Y a ¡Tom Cruise! ¡Fuera… en el pasillo!

—¿Dónde? ¿Dónde? —chilló Tai, soltando los cepillos antes de salir corriendo.

«Tranquila… tranquila… Relájate», me decía a mí misma.

Cassie no me ayudaba demasiado.

—¡Has mentido! ¡Me has mentido a mí! ¡Otra vez! No te ha ocurrido lo del hereth illint, ¿verdad? ¡Todavía eres alérgica!

—Intento calmarme, Cassie —le advertí—. Tengo que recuperar mi estado normal.

—¡No puedes seguir adelante con el programa mientras te siga pasando esto!

—¡Lo voy a hacer! ¡Es la única manera! No voy a permitir que ese idiota… ¡Mira! ¡Me estás poniendo de mal humor!

El pelaje empezaba a extenderse por la parte trasera de brazos y manos. Cerré los ojos.

«Relájate, tranquila, no te sulfures».

—No he visto a ningún Kevin Costner por ahí fuera —dijo Tai recelosa al regresar.

—Hubiera jurado que era él —añadió Cassie—. Lo siento.

—En fin, ¿qué le pasaba a tu pelo? —preguntó Tai, contemplando confundida mi pelo, que volvía a ser normal.

—Um… ¿le falta suavizante, quizá? —sugerí.

Y entonces sufrí la segunda sacudida emocional del día, porque el chico más guapo del planeta entró en la sala de maquillaje.

—Jeremy Jason —me susurró Cassie al oído asustada.

«Tranquila, relájate, no pienses en nada. Controla tus emociones», me repetía una y otra vez.

No os podéis hacer una idea de lo guapísimo que es de cerca. Acto seguido, le lanzó una sonrisa a Cassie y le dio un medio abrazo, como probablemente hacía con todas sus fans.

A Cassie le temblaban las rodillas, de hecho casi se tambaleaba.

—Hola, soy Jeremy Jason McCole —se presentó—. Vas a salir en el programa, ¿verdad?

—Sí —contesté intentando con todas las fuerzas mantenerme impasible, como un robot—. Sí, yo también voy a estar en el programa.

No me levanté del sillón ni le di la mano porque, si queréis que os diga la verdad, por mucho que supiera en qué se había convertido, o qué tipo de persona era, incluso que en su cerebro, a aquellas alturas, ya podría estar viviendo una de esas sabandijas yeerks, si me llega a abrazar como a Cassie, habría comenzado a transformarme.

Sí, me habría transformado, y mucho.