17

Ascendí a la superficie. Asomé únicamente los ojos y la nariz y aspiré una buena bocanada de aire fresco hasta llenar los pulmones.

Los delfines hicieron lo mismo. Aspiraron aire fresco a través del hueco en la parte trasera de su cabezas.

Sólo permanecí unos segundos en la superficie, suficiente para localizar a Jeremy Jason en la parte trasera del barco, con una enorme sonrisa y un dedo levantado señalando hacia no se sabe qué. Por la forma de señalar y de reírse daba la impresión de estar en un combate de boxeo.

Farfulló algo que me trajo el viento.

—¡Vaya, eso es genial!

Se refería a Visser Tres, a quien había visto adoptar forma de andalita para después transformarse en una bestia terrible procedente de un lejano planeta. ¿Y cuál fue la reacción de nuestro querido actor? De admiración. Bonito, ¿no?

Me puse furiosa. ¿Qué clase de ser humano es capaz de vender a su propia especie?

«Disfruta mientras puedas —le dije mentalmente con desprecio—. El espectáculo puede acabar como menos te esperas».

Me sumergí bajo las olas de un mar embravecido y descendí un buen tramo. Entonces lo vi. Era él, Visser Tres.

Qué forma tan extraña, no había nada semejante en toda la Tierra. Era una especie de pez raya descomunal, de color amarillo intenso; recordaba a una crepe viviente, plana y oblonga. Avanzaba moviendo ligeramente los lados, parecía volar. Dos ojos pedunculares sobresalían de su parte superior y del vientre le colgaban un par de largas antenas que tanteaban el camino.

Las jabalinas, perfectamente alineadas, estaban dispuestas a lo largo de la espalda. Me recordaba a un caza con los misiles bajo las alas, salvo que aquella criatura transportaba sus jabalinas en la parte superior, en fila y apuntando hacia el frente.

Habría unas veinte jabalinas. Eran tan largas como el palo de una escoba y de grosor parecido. Mostraban unas rayas irregulares de color amarillo, verde y azul. Supongo que en su planeta eran necesarias para camuflarse, pero en la Tierra resultaban llamativas y demasiado brillantes.

El animal se movía por el agua mucho más rápido que mi cocodrilo, y también mucho más que los delfines o el tiburón.

<¡Qué velocidad!>, se asombró Jake.

<Pues sí>, corroboré.

<Seguro que no es muy ágil>, observó mi amigo.

<Tienes razón, no creo que sea muy rápido en los giros.>

He cambiado de idea —informó Ax—. Ya no me interesa ver un Lebtin o pez jabalina.

Miré a la izquierda. Ax mantenía su posición. Detrás de él se encontraba Jake. A mi derecha, Cassie. Y el pez habalina se hallaba tan sólo a treinta metros. Rezaba para que no se repitieran los cambios.

Entonces…

El pez habalina empezó a hincharse como un globo al tiempo que disminuía la velocidad…

¡SHUUUUUUUP!

De su boca salió disparada una jabalina, que perforaba el agua rápida como un cohete. No me dio tiempo a reaccionar.

¡AHHHHHHHHHH!

Sentí una punzada de dolor que se extendió por toda la columna. La jabalina me había atravesado la cola, cerca de la espina dorsal y, casi de inmediato, el agua adquirió un tono rojizo. ¡Estaba sangrando!

Miré hacia abajo: allí la jabalina, clavada como si yo fuera un pincho moruno. Y no podía hacer nada, sólo mirarla. La situación era de lo más ridícula.

<¡Rachel!>

<¡Ajá! —se vanaglorió Visser Tres—. ¡Funciona! ¡Hace poco que adquirí esta forma! ¡Es perfecta!>

Dirigí la vista hacia Visser Tres. Una de las jabalinas alineadas en su espalda se movió ligeramente. Luego, la fiera se hinchó con la intención de disparar la siguiente.

<¡Cuidado! ¡Moveos! ¡Moveos!>, bramó Jake.

No podía moverme, tenía la cola paralizada. Deseaba lanzarme y atacar a aquel maldito monstruo pero estaba inmovilizada.

¡SHUUUUUUP!

La segunda jabalina fue directa a Cassie. Sin embargo el delfín era muy rápido. Golpeó el agua con fuerza y consiguió esquivarla de milagro. ¡No! ¡Había acertado! Mi amiga mostraba un corte en la espalda.

<Estoy bien, estoy bien>, dijo para tranquilizarnos.

Había tenido suerte, una décima de segundo más y la jabalina le habría atravesado el cuerpo de lado a lado.

El pez jabalina seguía avanzando hacia nosotros. Giré sobre mí misma y permanecí muy quieta con el vientre hacia arriba.

<¡Jake! ¡Retrocede! ¡Sal de ahí! ¡Es demasiado rápido! ¡Aléjate, con un poco de suerte conseguirás esquivarlo!>

<¡No te pienso abandonar!>

<Hazlo, Jake. Me haré la muerta y cuando esté lo bastante cerca…>

Vaciló durante un segundo.

<Cassie, ¡vete! ¡Rápido!>

<¡No pienso dejar a Rachel!>, protestó Cassie.

<Cassie, ¡lárgate de una vez! —ordené—. ¡Vete ahora o nos matará a todos!>

Visser Tres se acercaba a una velocidad pasmosa. Vi que otra jabalina rodaba hasta colocarse en posición de lanzamiento. Luego, aquel bicho empezó a hincharse de nuevo. En realidad absorbía agua que después utilizaba para expulsar la jabalina.

<¡Se está preparando! ¡Por favor, MARCHAOS DE UNA VEZ!>

Cassie, Jake y Ax dieron un giro brusco y desaparecieron en distintas direcciones.

¡SHUUUUUUP!

La jabalina fue directa a Ax, que se encontraba a unos treinta metros de distancia. Ax se alejaba a toda velocidad, pero la jabalina iba ganando terreno.

<¡Ahora, Ax! ¡Ahora!>, grité.

Mi amigo viró a la derecha y la jabalina pasó de largo.

<Gracias, Rachel>, dijo Ax.

<Vaya, vaya, así que os separáis, ¿eh? —vaciló Visser Tres—. Bueno, eso sólo cambiará el orden en que vais a morir. Vamos a ver, ¿qué es lo que dicen los niños humanos en estos casos? Ah, sí… pito, pito colorita.>

«Eh, idiota, se dice colorito, no colorita, pensé. Me faltó muy poco para soltárselo».

Pero todavía conservaba un poco de sentido común, así que permanecí panza arriba, suspendida en el agua, fingiendo estar muerta y procurando disimular el dolor que sentía en la cola.

«Ve a por Cassie, por favor —rogué mentalmente—. A por Cassie, repugnante criatura».

Si Visser decidía atacar a Ax o a Jake, me resultaría imposible alcanzarlo por la distancia. Sólo Cassie me lo acercaría lo suficiente.

Visser Tres agitó sus aletas y entonces la sonrisa de cocodrilo se iluminó.

Avanzó en mi dirección y unos metros antes se detuvo y empezó a inflarse y a aumentar de tamaño. Parecía un globo a punto de reventar. Cada vez lo tenía más cerca, tres metros… uno… medio metro…

Era el momento. Reuní toda la fuerza de mis músculos de cocodrilo, me impulsé hacia delante, abrí mi enorme mandíbula y le hinqué los dientes hasta el fondo.

¿Sabíais que las mandíbulas del cocodrilo son las más poderosas? ¿Y que prácticamente son capaces de partir piedras con la boca?

Apreté cuanto pude aquella bocaza mía de cocodrilo llena de temibles dientes sobre el ala izquierda del pez jabalina y automáticamente…

¡POOOOOMMMMPFF!

¡SWUUUUSHH!

¡Fue como morder un globo! El rechoncho pez jabalina estalló. Todo el agua que había absorbido para lanzar la jabalina salió disparada por el agujero que yo había abierto con mis dientes.

<¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!>, gritó el Visser.

Aquel monstruo aprendió una nueva forma de volar. Se revolvió ferozmente en el agua, salió de golpe a la superficie, describió un arco en el aire, que más bien recordaba a un delfín mareado para volver a caer con estrépito al agua, muy lejos de nosotros, que respiramos aliviados.

Me relajé un poco, y entonces el dolor en la cola se hizo más intenso. En ese momento se acercó un delfín y me propinó unos ligeros golpecitos con el hocico.

<Ey, soy yo, Marco. ¡Vengo a salvaros!>

<Justo a tiempo —dije riéndome de verdad, no como un cocodrilo—. Justo a tiempo, Marco.>