Descendía imparable hacia el fondo invisible del mar, a unos dos kilómetros de profundidad.
Intenté concentrarme, pero no sirvió de nada. La cabeza me daba vueltas.
Cuando hube bajado unos quince metros se me ocurrió que tal vez los elefantes sabían nadar. Me parecía una idea estúpida, pero no tenía nada que perder, así que empecé a mover aquellas patas grandes como postes de teléfonos y… ¡sorpresa! ¡Los elefantes nadan la mar de bien! Para entonces era ya demasiado tarde porque la distancia era insalvable, jamás alcanzaría la superficie a tiempo.
De repente vi una sombra gris y mortal deslizarse a mi lado.
<Ahí está, príncipe Jake>, oí una voz por telepatía que parecía venir de muy lejos.
Casi me hace reír. Un tiburón parlante. ¿Cómo era posible?
Entonces… ¡me invadió el pánico!
Me empecé a agitar violentamente. Golpeé el agua con mis descomunales patas, en un vano intento por ascender más deprisa, y sacudí la trompa con fuerza. En esas ocasiones, el miedo no resulta mucho más provechoso que rendirse. Ascendía poco a poco, y demasiado tarde.
Entonces…
<¡Se está transformando! —informó el tiburón parlante—. No, un momento. ¡Príncipe Jake, no está volviendo a su estado natural. Se está transformando en otra cosa!>
<Pero ¡eso es imposible!>
<Ya lo sé, pero eso es lo que está ocurriendo.>
<Voy a ver qué está pasando —anunció Cassie—. Voy a sumergirme, me transformaré en humana dentro del agua y después en delfín. Quizá pueda ayudar.>
<Adelante —aprobó Jake—. Marco, quédate aquí arriba. Yo voy a bajar con Cassie.>
<Está menguando a una velocidad increíble>, informó Ax, el tiburón parlante.
El tiburón tenía razón. Me encogía a tal velocidad que se formó un pequeño remolino que iba absorbiendo mi enorme masa de elefante.
<¡Jake! ¡Mira! —gritó Marco—. ¡El hombre del yate! ¡Se está transformando! ¡Os juro que se ha convertido en andalita! ¡Oh, no! ¡Es ÉL!>
<Sí, es Visser Tres —confirmó Cassie—, pero ahora olvidaos de él. ¡Hay que salvar a Rachel!>
«Mutaciones, mutaciones, mutaciones. A todos les da por transformarse», pensé y, acto seguido, decidí inventar una canción. Era evidente que me patinaban las neuronas.
<Oh, qué bien, oh qué bien, me transformo yo…>
<¿Está cantando Jingle Bells?>, preguntó Marco.
<Ax, me he transformado en delfín, pero no veo a Rachel. ¿Dónde estás? —preguntó Cassie desesperada—. Es increíble que no ve a un elefante y a un tiburón.>
<Rachel ya no es un elefante. Ahora es algo muy pequeño, y yo tampoco la veo.>
<¿Qué?>, preguntó Jake.
<¡Estamos a punto de llegar! ¡Ax, por favor, encuéntrala!>
Empecé a despertar de la antesala de la inconsciencia. Muy lentamente, mi cerebro comenzó a funcionar. Estaba bajo el agua, eso estaba claro, y ya no era un elefante.
¡Podía respirar! Y no me hundía. Por lo menos eso creía yo. Imposible asegurarlo porque estaba ciega.
«Mantén la calma, Rachel», me decía a mí misma. Claro que resultaba más fácil decirlo que hacerlo. ¡Estaba ciega!
<¡No la veo! —bramó Ax con frustración—. Estos ojos de tiburón son muy débiles. Se ha convertido en algo muy pequeño, en un insecto o algo así.>
¿Un insecto?
Poco a poco y sin muchas ganas, recobré la capacidad suficiente para evaluar la situación. Tenía cuatro patas, sí, podía moverlas, sentirlas. Cuatro patas. ¡No! Eran seis. Sí, me había transformado en un insecto. Tenía además pinzas, las agité para saborear el aire, pero tan sólo me llegaba mi propio olor.
¿Qué tipo de mente había junto a la mía? No sentía nada, estaba vacía. Desprovista de conciencia o pensamientos. Parecía el cuerpo de una máquina, lo cual me dejaba con dos posibilidades: termita u… ¡hormiga!
<¿Ax? ¿Cassie? Creo… creo que me he convertido en hormiga —exclamé—. Que nadie se trague nada, podría ser yo.>
<¿Estás bien?>, preguntó Cassie.
<Si dejamos de lado el hecho de que soy una hormiga atrapada en una burbuja de aire en medio del océano —contesté con más sarcasmo del necesario—. Sí, podría decirse que estoy bien.>
<Oh, oh>, dijo Marco.
<Oh, oh, ¿qué?>, preguntó Jake bruscamente.
<Oh, oh, Visser Tres ha pasado de andalita a otra cosa.>
<¿A qué?>
<No sé lo que es, pero es enorme y parece que sabe nadar.>
<¡Genial! ¿Qué más puede pasarnos? —exclamó Jake frustrado—. Rachel, ¿crees que puedes recuperar tu forma humana y convertirte en delfín o en algo útil?>
<No lo sé>. Intenté serenar mi mente aterrada y confusa, y me concentré.
«Venga, Rachel, tú pudes», me decía a mí misma sin mucho convencimiento.
De repente empecé a crecer una vez más y pronto noté la presión de las paredes de la burbuja de aire en mí.
<¡Creo que la veo! —anunció Cassie—. No, un momento… Eran algas. ¡No! Sí, es ella. Es verde y no medirá más de medio centímetro, pero crece rápido.>
<Rachel, ¿en qué te estás transformando?>, preguntó Jake.
<Dímelo tú. Porque, lo que es yo… ¡NO LO SÉ!>
<Tranquilízate, Rachel>, aconsejó Jake.
<¡Que me tranquilice, que me tranquilice! No quiero ser maleducada, pero es que ni yo misma sé en qué me estoy convirtiendo.>
<¡Cocodrilo, se está convirtiendo en cocodrilo! —anunció Cassie—. Jake, por aquí.>
De repente, recuperé la visión, justo en el momento en el que las patas pegajosas de la hormiga se transformaban en las patas escamosas y regordetas del cocodrilo.
El agua resbalaba por mi cuerpo que crecía a una velocidad increíble, pero al menos veía y no me estaba ahogando. Esos animales son capaces de aguantar sin respirar durante mucho tiempo.
Miré hacia arriba y divisé la brillante frontera que separa la tierra del mar. A mi alrededor merodeaban dos delfines grises de eterna sonrisa. Eran Cassie y Jake.
A unos treinta metros se movía inquieto un tiburón tigre de mirada amenazadora. Supuse que era Ax. Esperaba que lo fuera.
Miré a Jake… ¿O tal vez era Cassie?
<Supongo que debería haber mencionaba este pequeño detalle, ¿no?>
<Qué va, es mejor enterarse por sorpresa, Rachel. Así quizá muramos todos>, contestó Jake.
Ser sarcástico no va con Jake.
<¡Dios mío! —exclamó Marco, todavía vigilando desde arriba—. No sé en qué demonios se ha transformado Visser Tres, pero se está preparando para sumergirse en el agua. Mejor será que desaparezcáis de ahí cuanto antes.>
<Pues larguémonos ahora que podemos —ordenó Jake—. Rachel, avísanos si notas otro cambio. Si no es mucho pedir, claro.>
<Deja los sermones para después. Vámonos de una vez.>
Volví mi alargado cuerpo de cocodrilo ágilmente y comencé a nadar con ayuda de mi cola.
Cassie, Jake y Ax nadaban muy deprisa y en diez segundos ya me habían sacado la delantera. Jake se detuvo y miró hacia atrás.
<El caimán no es que nade demasiado que digamos, ¿verdad?>
<Cocodrilo —le corregí—. No, supongo que no.>
Entonces oímos…
¡CHAF! ¡BUM!
Parecía que hubiesen lanzado una carga de profundidad.
<Ahí va —anunció Marco solemne—. Controlad sobre todo los arpones, tienen muy mala pinta.>
<¿Qué controlemos el qué? —pregunté—. ¿Arpones? ¿Qué arpones?>
<Me temo que la cosa ésa en la que se ha transformado Visser Tres escupe arpones por la boca.>
<¡Ah! —exclamó Ax, elevando la voz—. ¡Entonces es un Lebtin o pez jabalina! Siempre he deseado ver uno, claro que… no así… me refería en un zoo o algo por el estilo.>
<Bueno, es imposible huir si tenemos que esperar al caimán>, observó Jake.
<Cocodrilo —corrigió Cassie—, no caimán.>
<Vosotros marchaos, que yo me ocuparé de Visser Tres —dije fingiendo más valor del que realmente sentía—. Fui yo quien os metió en esto, ¿no?>
<Pues mira, sí —replicó Jake y, a continuación, empezó a disparar órdenes—. Separaos unos nueve metros y no dejéis de moveros. De esta forma le costará hacer diana. Marco, necesitamos tu ayuda aquí abajo. Y que sirva de referencia en el futuro, me importa un comino es un cocodrilo o un caimán con tal de que sepa luchar, ¿está claro?>