Nos encontramos sobre la playa: cuatro gaviotas exactamente iguales a los cientos de ellas que revoloteaban a nuestro alrededor. Más arriba, aprovechando las corrientes de aire cálido, se distinguían un ratonero de cola roja y un aguilucho.
El aguilucho, una especie de halcón de un tamaño aproximado al de Tobías, era Ax, que nunca había adquirido una gaviota.
<¿Estáis todos listos?>, preguntó Jake.
Mi primo era una de aquellas gaviotas chillonas que volaba a mi alrededor, pero resultaba imposible identificarle.
<¡Adelante!>, exclamé. Siempre que empezamos una misión todos esperan mi grito de guerra.
El caso era que estaba nerviosa, preocupada y me sentía muy insegura, pero debía aparentar lo contrario, porque si no se habrían percatado de que algo no iba bien.
<¡Vaya novedad! —comentó Marco—. La poderosa Xena está lista. ¡Que alguien avise a los periódicos! ¡Extra, extra!>
<¡Cierra el pico, Marco!>
<Atención. Saldremos ya, buscaremos ese yate y cuando estemos allí veremos qué se puede hacer —indicó Jake—. ¿Todos de acuerdo?>
<Primero hay que encontrar el yate.>
<Eso no es ningún problema. Está a unos cinco kilómetros hacia el sureste. Hay tres personas en cubierta. No veo las caras —Tobías se echó a reír—. Esto es lo que se llama vista de halcón, chicos y chicas. Vosotras, las gaviotas, limitaos a bucear en la basura que yo me encargo del espionaje de alto nivel.>
<¿Estás seguro de que es el que buscamos?>, preguntó Jake.
<El Daybreeze, ¿no?>
<Es imposible que seas capaz de leer el nombre de un barco a cinco kilómetros de distancia —declaró Marco—. Yo he sido águila pescadora, ¿recuerdas? Tienes una vista excelente pero no eres Superman.>
<Me has pillado —admitió Tobías—. Está bien, no distingo el nombre completo pero empieza por D. Apuesto a que estoy en lo cierto y a que aquel musculitos de allí es vuestro querido actor.>
<Estupendo —añadí—, vamos allí.>
Como siempre, antes de embarcarnos en una aventura, realizábamos toda clase de comentarios estúpidos. Por fin empezaba la acción. Siempre es mejor que quedarse parado y esperar a que de repente tu cuerpo comience a cambiar sin ton ni son.
Miedos aparte, estaba deseando ver a Jeremy Jason McCole. Quizá todavía podíamos salvarlo.
<Chicos, os abandono —informó Tobías—. El agua no se me da nada bien. No hay corrientes de aire ascendente. Al aguilucho de Ax le pasará lo mismo, pero él siempre puede transformarse en otra cosa y regresar a nado. Yo no.>
Nos despedimos de Tobías. Sé lo mucho que odia no poder acompañarnos en todas las misiones. Supongo que tiene la sensación de no hacer lo bastante, lo cual es ridículo porque ninguno está tan entregado como él a la causa. Y desde luego nadie ha pagado un precio tan alto en esta guerra contra los yeerks.
Salimos de la algarabía que formaban las otras gaviotas y, aleteando con fuerza, nos adentramos en el mar, primero verde y progresivamente azul intenso.
La brisa soplaba en contra nuestra y resultaba difícil avanzar, no obstante los cuerpos de las gaviotas están diseñados para aprovechar cada tregua del viento. Por eso casi no nos cansábamos.
En cambio, el aguilucho de Ax lo estaba pasando fatal. Esas aves son diestras en planear y lanzarse en picado contra sus presas. Son fantásticas a la hora de remontar los cielos sobre corrientes de aire caliente ascendente, pero no pueden cubrir largas distancias ni permanecer horas y horas moviendo las alas arriba y abajo. Su visión, sin embargo, es la mejor de todas.
<Ahora veo el barco con claridad —informó Ax. No se quejó, pero por el tono parecía agotado—. Se llama Daybreeze. Hay cuatro humanos en la cubierta. Dos hombres mayores, una mujer de mediana edad y un joven.>
<¿Es Jeremy Jason?>, preguntó Cassie emocionada.
<Tiene que serlo>, repuse.
<¿Tiene el pelo castaño claro y los ojos grandes y muy azules?>, preguntó Cassie.
<¿Y los labios gruesos? —añadí—, ¿al estilo Brad Pitt?>
<¡Arrgghh!>, exclamó Marco, quién si no.
<Los ojos y el pelo coinciden —respondió Ax—, pero no puedo juzgar los labios. ¿Cómo deben ser de grandes para igualar en tamaño el de los de Brad Pitt?>
<Los labios de Brad Pitt llenaban la pantalla entera —aclaró Marco—. De hecho, a veces los labios se salen de la pantalla y muere gente aplastada.>
<Apuesto a que son falsos —murmuró Jake—. Ya sabéis que ahora si quieres lucir morritos, te inyectas grasa del trasero y listo.>
<Estáis celosos. Sois patéticos, ¿no crees, Cassie?>
<Sí, totalmente de acuerdo.>
<Ésta es la peor misión de todas con diferencia —comentó Marco— y mira que he pasado miedo, que he estado aterrorizado, que ha habido veces en las que he estado a punto de gritar y de mearme encima. Pero ya estoy acostumbrado. Sin embargo ésta es la primera vez que siento que tengo ganas de vomitar. Rachel, no te imaginaba capaz de sentir un ápice de cariño por los demás y menos de demostrar esa actitud de adoración idólatra tan ridícula.>
<¡Tú lo has dicho!>, celebró Jake. Por un momento pensé que estaba bromeando, pero no podría asegurarlo.
<Y ¡Cassie! —prosiguió Marco—, yo pensaba que a ti sólo te gustaban los animaless, como las mofetas, serpientes… y Jake. Ji, ji, ji.>
<Bueno, ya está bien. ¡Concentrémonos!>, replicó Jake al instante.
Siempre que alguien menciona el tema de sus sentimientos hacia Cassie, Jake se pone rojo. Ya casi habíamos llegado al yate.
<Ax, será mejor que te quedes aquí. Cambia de forma y permanece en el agua cerca del barco.>
<Sí, príncipe Jake.>
<No me llames príncipe.>
<Sí, príncipe Jake.>
<Marco y yo iremos delante y nos posaremos sobre la cubierta como el resto de las gaviotas. A ver si oímos algo —continuó Jake—. Rachel y Cassie, os mantendréis en la retaguardia. Quedaos…>
<Sí, claro —repuse sarcástica—. Y qué más, como que Cassie y yo nos vamos a quedar aquí. ¡Ni soñarlo! Vamos, Cassie. Iremos nosotras.>
Aleteé con fuerza para alejarme de Jake y Marco. Ax se elevó y se marchó planeando.
El yate era muy grande. No sabría decir cuándo mediría pero lo suficiente para que las cuatro personas que holgazaneaban por la cubierta jugasen un partido de voleibol. No era una simple motora.
Cassie y yo nos dirigimos hacia la parte trasera. Por debajo, las hélices agitaban las aguas blancas y azules. En la parte delantera, deambulaban las cuatro personas.
Una era el productor, que vestía unos pantalones cortos y una camisa abierta. Lo había visto en la CNN.
Había otro hombre que nos daba la espalda.
La mujer lucía un biquini. Era joven y guapa.
Y la tercera persona… ¡Sí! Era inconfundible con ese pelo, esa cara y esos labios.
<¡Es él!>, exclamó Cassie.
<Sí, sí, corroboré.>
Jeremy Jason McCole, la gran estrella de Power House. Bueno, sin contar a aquel cómico que hacía el papel de padre en la serie.
Jeremy Jason McCole, el mismo que había aparecido en casi todos los fanzines publicados en los últimos cinco años, la mayoría de los cuales habíamos leído Cassie y yo.
<Su color favorito es el carmesí —informó Cassie—. No el rojo, el «carmesí». No me digas que no es una monada.>
<Nació en Altoona, Pensilvania.>
<Tiene dos hermanas, Jessica y Madison.>
<¡Qué torso!>
<¡Qué piernas!>
<Vamos a acercarnos más>, propuse.
Agitamos las alas un poco y pronto nos encontramos en una especie de bolsa de aire que creaba el propio barco, y que nos daba impulso, lo cual facilitaba nuestro vuelo. Apenas teníamos que mover las alas, bastaba con dejarse llevar hacia la parte trasera del yate, a tres metros de Jeremy Jason McCole. ¡Qué momento!
Escuchamos la conversación que sostenían el actor, el productor y las otras dos personas. Y fue en ese momento cuando me dejó de gustar el guapísimo Jeremy Jason.