Se perdió unos cuatros latidos y luego volvió a bombear, a mil por hora.
—¡Sí, sí! —asentí, al tiempo que intentaba frenar aquella subida de adrenalina.
«Prepárate —me decía mentalmente—. Prepárate».
—Nos gusta pensar que nuestra organización sirve de ayuda para niños que están pasando por un mal momento —explicó Chapman—. Montamos toda clase de actividades para pasarlo bien. Vamos de acampada, organizamos barbacoas en la playa. Sin ir más lejos, hace un mes más o menos, fuimos de excursión a la montaña para hacer esquí acuático en una laguna.
Podría haber contestado: «Ya lo sé. Nosotros estuvimos allí, aunque resultaba un poco difícil reconocernos».
—Qué divertido —respondí.
—Lo es —aseguró Chapman con total sinceridad—. Muchos de nuestros miembros son chavales que tienen problemas en casa, pero que desean una vida mejor. Son optimistas y no han perdido la esperanza. Cuando te vi en la televisión anoche, controlando la situación tan bien, pensé que debía ofrecerte una oportunidad, pensé que eras el tipo de chica que podría obtener un gran provecho de La Alianza.
—¿Qué tal se me veía en la televisión? —pregunté.
—Muy tranquila, atractiva y muy madura.
—Me alegro.
—Pero… —exhaló un suspiro—, al mismo tiempo me pregunto si no estarás pasando por una mala época en tu vida. Todas esas historias de que te caíste en el foso de los cocodrilos…
Contuve la respiración. Había llegado el momento. ¡Lo sabía!
—Verás, no creo en los accidentes, así que me pregunto si tu insatisfacción no te harbá conducido a actuar, por decirlo de alguna manera, de forma temeraria.
Solté una carcajada, pero me detuve en seco. Dios mío, se pensaba que había intentado suicidarme. ¿Creería también que me había entretenido en serrar el suelo de mi habitación? Ahora empezaba a entender su insistencia para que me apuntara a La Alianza. Estaba convencido de que estaba deprimida, un estado mental perfecto para meterse de lleno en su inocente organización:
«Claro que sí, hombre, ¿dónde hay que firmar, señor Chapman? ¿Existe algún tipo de descuento para animorphs?»
—No —moví la cabeza de un lado a otro—. Al contrario, yo me siento tranquila y feliz.
Entonces empecé a experimentar una sensación que ya me resultaba familiar: una oleada de calor y un picor que se extendía por todo mi cuerpo. Parecía que me estuvieran clavando alfileres…
¡Oh, no!
¡Oh, no! ¡Mis pies!
Bajé la vista y, tras un esfuerzo sobrehumano, conseguí ocultar la expresión de horror en mi rostro.
Se me hincharon los pies y enseguida asomó por entre los zapatos una mata de grueso pelo marrón. Estaban a punto de reventar, los cordones de habían tensado al máximo.
—Comprendo que insistas en decir que todo va bien, Rachel, pero…
¡CHAS!
—¿Qué ha sido eso? —preguntó frunciendo el entrecejo.
¡CHAS!
—¿El qué? —contesté casi en un susurro.
—¿No has oído una pequeña explosión?
—¡Qué va! —contesté negando con la cabeza. Los cordones habían estallado.
—En fin, como te decía… Rachel, ¿me estás escuchando?
No, claro que no le escuchaba. Estaba demasiado pendiente de que otras partes de mi cuerpo no se estuvieran transformando también en oso, porque eso era exactamente en lo que empezaba a convertirme. Lo sabía por experiencia.
—Um, ¡sí! Claro que le escucho.
¡No, por favor! Aquello no podía estar pasando. No podía transformarme allí mismo, en la oficina de Chapman. Me concentré con todas mis fuerzas para recuperar mi estado normal.
Chapman hablaba sin parar sobre La Alianza mientras mis zapatos se hacían jirones y mis piernas, de rodilla para abajo, se cubrían de un pelaje marrón y áspero. Los dedos de los pies se transformaron en duras uñas.
—En fin —dijo Chapman de repente, consultando su reloj—. Me estoy enrollando demasiado y tú tienes que volver a clase.
—¿Cómo? —pregunté sin rodeos.
—Piénsalo, Rachel —replicó Chapman—. Ahora, vete directa a clase y no te entretengas.
Tragué saliva. ¿Qué iba a hacer?
Me agaché y metí rápidamente los restos de mis zapatos en la mochila. Mis pies eran como esas botas enormes de pelo.
Ajá, tal vez si…
Me levanté y me encaminé hacia la puerta. Me detuve con la mano sobre el tirador, me volví y vi que Chapman observaba atentamente mis pies.
—Oh, ¿le gustan mis botas nuevas? —pregunté.
—Es increíble las cosas que llegáis a poneros los jóvenes —sonrió Chapman.
—Ya. Supongo que soy una víctima más de la moda.
Salí de allí volando. Cuando llegué al servicio de chicas, mis pies ya eran normales. Después, me dirigí al gimnasio y me calcé mis zapatillas de deporte.
Temblaba más que el día anterior cuando salté al foso de los cocodrilos.
Al fin y al cabo, un cocodrilo sólo puede matar. Chapman es un yeerk y esos gusanos hacen que la muerte sea la mejor y más fácil de las opciones.