Me desperté al menos cincuenta veces por la noche para comprobar si seguía siendo humana. Además soñé unas cosas muy raras. Recuerdo por ejemplo que me transformaba en Jeremy Jason, pero conservaba los ojos de mosca.
Definitivamente pasé una mala noche. A las cuatro de la mañana mi padre, que dormía en la habitación contigua a la mía, entró para decirme que le había despertado.
—Estabas gritando, «¡Un cocodrilo, no un caimán!» —me informó.
Por suerte, pensó que era fruto del estrés del día anterior. Tenía razón, pero sólo conocía parte de la historia.
A la mañana siguiente tomé un taxi para ir al colegio, era más rápido que ir en autobús. Como dice Cassie, no me quedará más remedio que ser rica cuando sea mayor.
Durante las dos primeras horas de clase tuve que soportar comentarios de todo tipo:
—¡Ey! ¡Ahí está Cocodrilo Dundee!
—¡No te acerques! A ver si se va a hundir el colegio.
Después estaban los envidiosos:
—Supongo que te crees muy lista sólo porque has estado a punto de morir dos veces en el mismo día, ¿no?
—Pues sí —contesté—. Cuando salga de clase, para demostraros lo lista que soy me voy a arrojar por un acantilado.
Hacia la hora de comer, la amyoría había comprendido que yo no quería hablar del tema.
Después el subdirector me llamó a su oficina, es decir, el mismísimo Chapman.
Supongo que debo explicarme. Veréis, Chapman es uno de ellos, sí, un controlador con un cargo muy importante. Y además es uno de los dirigentes de La Alianza.
Una vez estuvo a punto de matarme. No sabía que era yo, claro, pero de cualquier forma eso no se olvida con facilidad.
Mientras me dirigía a su oficina por el desolado pasillo imaginaba la forma de escapar si Chapman me estuviera esperando con un puñado de guerreros hork-bajir.
—Rachel, pasa, pasa. Siéntate, por favor.
Chapman es físicamente normal, está un poco calvo, pero no hay nada en él que llame la atención. Ése es el problema con los controladores, no hay forma de distinguirlos.
—¿Algún problema, señor Chapman? —pregunté sin ocultar mi nerviosismo. Me sentía como cualquier otro niño al que llevan a dirección, así que no resultaba muy difícil parecer nerviosa.
—No, no —dijo al tiempo que movía su mano para quitarle importancia al asunto—. Sólo quería hablar con la gran celebridad.
Me senté, pero seguí intranquila y preparada para entrar en acción a la mínima. ¿Sospecharía algo Chapman? ¿Habría averiguado que lo del zoo no había sido un accidente y que era yo el cocodrilo que puso a salvo al niño?
De ser así, estaba perdida. Los yeerks están convencidos de que somos un grupo de andalitas. Veréis, saben que se ha formado una pequeña resistencia, cuyos miembros son capaces de mutar. Lo que no se les ha ocurrido pensar es que éstos podrían ser humanos.
Si supieran la verdad… Ahora comprenderéis por qué nuestro empeño en ocultarlo.
—Así que…
—Así que… —repetí.
—Vaya día ayer, ¿no? —continuó Chapman.
—Sí, señor.
—Tuviste mucha suerte, y dos veces seguidas.
—Sí, supongo que sí, aunque para mí fue un mal día por partida doble.
Asintió como si hubiera hecho una reflexión profunda y después añadió:
—¿No te hiciste nada?
—No —contesté.
—Asombroso —replicó. Acto seguido, la expresión de sus ojos cambió y me miraron con intensidad—. Rachel, este último semestre tus notas han bajado. No mucho, la verdad, pero tus profesores dicen que no te estás esforzando como antes.
—Todavía tengo un sobresaliente de media —observé.
—Por los pelos.
Me revolví en la silla. Aquella situación empezaba a ponerse incómoda, no estaba segura de si quien me interrogaba era un peligroso controlador que sospechaba de mi verdadera identidad o un subdirector que me daba un toque de atención porque mis notas habían bajado.
—¿Ha habido algún cambio importante en tu vida últimamente?
Me dio un vuelco al corazón. ¿Que si había cambiado algo en mi vida? ¿Algo así como que un extraterrestre te conceda el don de cambiar de forma y a consecuencia de ello te veas envuelto en una guerra contra gusanos alienígenas que se proponen invadir la Tierra?
—Um… no —contesté—, que yo sepa no ha habido grandes cambios en mi vida.
—Tus padres se han divorciado, ¿verdad? —añadió dirigiéndome una sonrisa comprensiva—. ¿Y verdad que tu padre se ha marchado de casa?
—Ah, bueno, sí —intenté no parecer aliviada, pero aun así no pude evitar dejar escapar un suspiro—. Quizás eso haya influido. Es posible que me haya creado algún pequeño trauma.
Me empezaron a picar los pies. Qué extraño, justo en ese momento, con Chapman escudriñándome como si tratara de desentrañar un misterio. Pero no podía evitarlo, el picor iba en aumento… y entonces empecé a notar una oleada de calor recorriéndome el cuerpo.
—Bueno, como seguramente ya sabes, Rachel, dirijo un grupo maravilloso llamado La Alianza.
En ese momento, sentí que mi corazón se paraba.