¡CRASH!
¡CRAANCH!
Me tambaleé y me desplomé sobre los escombros de mi habitación y de la cocina, que quedó destrozada. ¡Qué desastre! No entendía nada.
La cocina se había salido de su sitio y un tablón atravesaba la puerta de cristal del horno. La nevera estaba abierta y todo su contenido se había derramado por el suelo. Había leche por todas partes y seguía manando de un cartón abierto.
¡Sara! ¡Jordan! ¿Estaban en la cocina cuando se desplomó el techo? ¿Y mi madre?
¡Oh, Dios mío! Nadie habría sobrevivido de haberle caído encima todo aquello.
—¡Rachel! ¡Rachel!
Era la voz de Jordan. Sólo parecía asustada. Mi oído de elefante me informó de que estaba en el pasillo. Desde allí le resultaría imposible verme tras los escombros.
No podía responderle, porque no tenía boca ni garganta humanas.
Me concentré en mi propio cuerpo, mi yo humano, y empecé a encogerme cada vez más deprisa.
De repente los tablones y la pared ya no me comprimían tanto.
—¿Policía? —oí a Jordan decir en el pasillo—, ¡tenemos una emergencia! ¡Nuestra casa se ha derrumbado!
Casi me echo a reír… de haber estado segura de que Sara y mamá estaban bien. Entonces lo recordé, mi madre había salido. Ahora sólo me quedaba Sara.
Mientras tanto, lo que más deseaba ver en ese momento empezó a hacerse realidad ante mis ojos: carne humana emergía de mi piel gris de elefante. Seguía a cuatro patas, pero ya apreciaba cómo se iban formando los dedos a medida que surgían de los enormes pies del elefante.
—¡Rachel! Rachel, ¿dónde estás? —gritó mi hermana.
Esta vez era Sara. Supongo que se había puesto al teléfono. Por fin pude respirar tranquila.
—¡Sí, vengan enseguida! ¡Por favor! ¡Creo que mi hermana está atrapada!
Mi cara sorbió la trompa y dejó sólo mi naricilla humana. Me aclaré la voz, no estaba segura de poder hablar todavía.
—¿Jordan? —llamé. Sí, era mi voz, ¡mi propia voz humana!
—¿Rachel? ¿Eres tú?
—¿Y quién si no? —respondí sin ánimo de sonar sarcástica. Es que estaba medio muerta de miedo y en esos casos soy un poco seca.
—Ésa es mi Rachel —dijo Sara—. ¿Estás bien?
—Tengo algunos golpes —expliqué—, pero creo que sobreviviré.
Si hubiera estado en mi forma humana cuando se desplomó el suelo, casi con toda seguridad habría muerto o estaría camino del hospital para una buena temporada. Claro que, por otra parte, de haber conservado mi forma humana el suelo no habría cedido.
¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué diablos me había transformado?
Aún tenía unos minutos para pensar en lo ocurrido antes de que los bomberos, la policía, mi madre y la totalidad de los vecinos de las seis manzanas más cercanas aparecieran por allí. Pero no tenía respuesta alguna.
Me había transformado sin querer.
Los chicos de la brigada de bomberos me desenterraron de entre los escombros. No hacían más que repetirme que no me preocupara, como si fuera tan fácil, ¿qué sabían ellos? ¿O es que alguna vez se habían transformado en cocodrilo? A ver, ¿quién de ellos había experimentado una transformación descontrolada tras otra, eh?
Para cuando me hubieran sacado de allí, mi madre ya había llegado a casa, lo que supuso una larga serie de gritos, lamentos, abrazos y lloros. Me hicieron subir a una ambulancia para llevarme al hospital y examinarme.
Durante un rato todo fue como en la serie de televisión Urgencias. Yo insistía en que estaba bien, pero nadie me creía. Nadie creía que una casa se desplomara sobre una chica y ésta pudiera salir ilesa.
Entonces la televisión se enteró de que yo era la misma que se había caído al foso de los cocodrilos. Así que me tiré uuna hora respondiendo a preguntas de lo más estúpido rodeada de reporteros que me tenían cerrada con sus cámaras y luces.
Me hallaba sentada en la cama del hospital, con los leotardos negros que me pongo cuando me transformo, rodeada por los cuatro costados de micrófonos agresivos y obsesionada con una idea: «seguro que llevo el pelo hecho un asco».
—¿Cómo te sientes tras haber sido sepultada por tu propia casa después de tu caída en el foso de los cocodrilos?
—No muy bien —respondí.
—¿No crees que tienes una suerte extraordinaria?
—Hombre, pues no. Si tuviera tanta suerte dejaría de caerme por todas partes, ¿no le parece?
—Pero saliste ilesa en ambas ocasiones.
—Yo creo que tener suerte es ganar la lotería, no que se caiga la casa encima.
Detrás de tanta cámara vi una cara familiar, Cassie. Nos miramos y no pude por menos que estremecerme.
—¿Tienes algún consejo que dar a otros chicos como tú?
—Sí, mi consejo es que no se caigan en los fosos de los cocodrilos ni que se les derrumbe la casa.
Después de esa respuesta, imagino que los periodistas comprendieron que me estaba poniendo un poco sarcástica. Ya tenían suficiente información, lo que agradecí porque empezaba a estar cansada.
—¿Cariño, te encuentras bien? —preguntó mi madre por enésima vez después de que hubieran desaparecido de allí las cámaras.
—Eso, ¿qué tal estás? —añadió Cassie, que estaba a su lado, haciendo esfuerzos por que su voz sonara neutra.
—Estoy bien —afirmé encogiendo los hombros—, y estaría aún mejor si no me hubiera convertido de repente en «La Increíble Chica Tropezona».
Por desgracia, no le podía contar a mi madre lo que había sucedido. A Cassie sí, pero antes debía esperar a que nos quedásemos a solas.
—Eres increíble Rachel —rió mi madre mientras me revolvía el pelo—. Es un milagro que hayas sobrevivido, creo que deberíamos dar gracias.
—¿Gracias? Mamá, nuestra casa ha quedado destrozada.
—La tenemos asegurada —me tranquilizó con una sonrisa—, además es posible que tengamos en nuestras manos el mayor caso de indemnización de la historia. Las casas no se caen así como así. Podemos llevar a juicio al constructor, a los contratistas, a los inspectores municipales, a los dueños anteriores, a los…
Y así siguió durante un buen rato. Es que mi madre es abogada.
—¿Nos podemos ir ya?
—Los doctores dicen que estás bien, pero la cuestión es ¿adónde vamos? No podemos volver a la casa y…
—¡Papá!
Vi su cabeza sobresalir por detrás de Cassie. Mis padres están divorciados y ahora él vive en otro estado, pero nos vemos todos los meses. Bueno, casi todos.
—Hola, Dan —saludó mi madre con aquella amabilidad postiza que utilizar cuando habla con mi padre.
—Hola, Naomi —respondió él en el mismo tono, y luego, ya con su tono habitual, preguntó—: ¿Cómo está mi chica?
—Ya ves, papá, lo de siempre —aseguré encogiéndome de hombros—. Un día de lo más normal, un poco de buceo entre cocodrilos por la mañana y por la tarde se me cae la casa encima.
Se rió. Mi padre es genial. De hecho él también trabaja en la televisión, pero no es como los periodistas que me habían estado incordiando, sino uno de esos tipos de aspecto responsable y formal que aparecen en los informativos serios.
Bueno, sólo en la televisión, porque en la realidad es muy diferente.
—Vi lo del zoo en las noticias —explicó— y tomé el primer vuelo. Nunca pensé que harías dos de las tuyas en el mismo día.
—Bueno, pero por esta semana ya vale —aclaré—. Ya he tenido suficiente diversión.
Mi padre se rió y mi madre entornó los ojos. Ella cree que le prefiero a él, lo cual no es cierto en absoluto. Lo que ocurre es que a ella la veo cada día y a él no.
—Por cierto, ¿dónde os vais a alojar? —le preguntó a mi madre.
—En casa de mi madre, supongo —respondió y bajando la voz matizó—: por lo menos hasta que consiga sacarme completamente de quicio.
—Mira —sugirió mi padre, que la comprendía a la perfección—, me voy a quedar en la ciudad un par de días y he pensado que quizá podría proteger a Rachel de los periodistas.
—Me parece que ya no les interesa esta historia —respondió mi madre.
—No te fíes —le advirtió mi padre—. Hasta ahora se han limitado a conseguir algo que ofrecer en las noticias de la noche. Ésta es una buena historia por su contenido humano, pero como reportero que soy igual consigo ahuyentar a algunos de ellos.
—Rachel se puede venir a mi casa —invitó Cassie—. A mis padres no les importará.
—Gracias, Cassie —agradeció mi padre guiñándole un ojo y luego me dijo—: Escucha, Rachel, he reservado una suite en el hotel Fairview, ¿por qué no te vienes conmigo hasta que pase todo esto? Ya sabes, servicio de habitaciones, gimnasio…
—¡Genial! Es decir, ¿te parece bien, mamá?
—Bueno, parece sensato —contestó un poco enfadada.
En ese preciso instante me di cuenta de la maravillosa oportunidad que se presentaba ante mí.
—¿Papá? En cuanto a eso que comentabas de que todos los programas de entrevistas podrían estar interesados, ¿no te parece que sería una buena idea si aceptara participar en alguno? ¿No crees que entonces los demás me dejarían en paz?
—Sí —asintió—. Pero, cariño, no tienes por qué ir a ninguno. Puedo hacer que te dejen tranquila.
—Ya, pero ¿por qué no ir a uno? —insistí—. De hecho… ¿qué te parece el programa de Barry y Cindy Sue? He oído decir que venían a la ciudad.
Mis padres pusieron cara de no entender nada, pero por la expresión de Cassie deduje que ella sí había adivinado mis intenciones.
—¿Barry y Cindy Sue?
—Rachel, ¿por qué razón ibas tú a querer salir en el programa de Barry y Cindy Sue?
La boca de Cassie no podía estar más abierta. Me miraba sin comprender que yo pudiera pensar en el tema de Jeremy Jason McCole en un momento como aquel.
—Verás, papá, es que hay un chico, un acto… uno que es muy mono…