A las siete, después del telediario, siempre daban Power House. Lo veía con mis hermanas pequeñas, Sara y Jordan. Sara es demasiado pequeña para tener una opinión formada sobre los chicos. Pero Jordan y yo nos pasamos pocos años.
—¿A ti te parece guapo Jeremy Jason McCole? —le pregunté una vez.
—En una escala del uno al diez, yo le daría un mil.
—Sí, sí que es guapo —asentí.
—Es incluso más guapo que ese chico, Marco, ya sabes, el amigo del primo Jake.
—Sí, ya sé quién es Marco —respondí con prudencia, casi me estremezco—. ¿De verdad crees que Marco es guapo?
—Claro.
—Jordan, no se lo digas nunca. Jamás de los jamases. Le harías un favor al mundo y sobre todo a mí.
—¡Como que se lo iba a decir!
—¿No pensarás también que es más guapo que Jeremy Jason?
—Claro que no, Jason es famoso.
—Ya. Una cosa, imagínate que existiera un club en el que podrías conocer a Jeremy Jason en persona, ¿te apuntar…?
—¿Sí? ¿Dónde? ¿Cuál? —exclamó pegando un brinco.
Aquello respondía a mi pregunta. No había sido ninguna estupidez preocuparse por las consecuencias que traería el hecho de que Jeremy Jason hablara en favor de La Alianza. Al contrario, empezaba a convertirse en una problema muy serio.
Si los yeerks utilizaban a Jeremy Jason como reclamo para conseguir nuevos miembros de La Alianza, ¿qué vendría después?
Vi Power House desde una perspectiva diferente porque ya sabía algo más sobre uno de los actos. ¿Cómo era posible que alguien como Jeremy Jason McCole se convirtiera en controlador?
Me negaba a aceptarlo. Quizá si yo lo evitara, bueno, quién sabe…
Después de cenar y de Power House, subí a mi habitación con la firme intención de ponerme al día con todos los deberes atrasados. Tenía que presentar un trabajo de cinco páginas, como mínimo, y sólo tenía cuatro, así que cambié el tipo de letra y los márgenes hasta conseguir que lo que había escrito ocupara más o menos cinco páginas. Después pulsé el botón «Imprimir» y recé para que el profesor no se diera cuenta de lo que acababa de hacer.
—¿Rachel? Voy a salir a comprar leche —gritó mi madre desde la planta de abajo—. Te quedas al cuidado de la casa.
Salí del procesador de textos y me conecté a Internet. Abrí la ventana, hacía buena noche y Tobías acostumbraba a visitarme a esas horas.
A continuación fui directamente a algunas de las páginas web de Jeremy Jason.
—Hay que conocer a fondo al enemigo —murmuré para mí. Aunque en realidad yo no pensaba en Jeremy Jason como en mi enemigo.
Tardé un buen rato en cargas la página del actor y, tras varios mensajes de acceso ocupado, lo conseguí. Lo primero que apareció en pantalla fue una foto enorme del actor.
—Demasiado guapo para ser un controlador —reflexioné en voz alta.
Examiné la página. En la parte inferior había un pulsador que conducía a su biografía, un documento de dos páginas que imprimí enseguida. Después hice clic en el pulsador que contenía su agenda, con todos los actos de días pasados. Seguí bajando por la página y de repente, ¡Dios mío!
Me detuve y retrocedí. Allí estaba, el día veinticuatro Jeremy Jason estaba invitado al programa de Barry y Cindy Sue, que tenía lugar en la calle… en nuestra ciudad, faltaban sólo dos días.
«¡Dos días! ¡Jeremy Jason McCole aquí, en persona!»
Agarré el teléfono y llamé a Cassie de inmediato.
—¡Que viene!
—¿Quién? ¿Qué?
—Jeremy Jason. ¡Está invitado al show de Barry y Cindy Sue que se va a hacer aquí, en nuestra querida ciudad!
—¡Qué dices!
—Sí, sí, en serio —colgué y entré en otra página de Internet para confirmar aquel notición.
Me costaba trabajo respirar. Estaba emocionada. Ya sé que es una bobada perder la cabeza por un actos de televisión, pero Jeremy Jason McCole había sido mi primer amor. Me enamoré de él cuando tenía diez años.
Tomé aliento en un intento por calmarme, pero sin éxito. Mi respiración era entrecortada, agitada, y notaba una tremenda opresión, como si me estuvieran estrujando. Entonces sentí una oleada de calor por todo el cuerpo.
Aquello no tenía nada que ver con Jeremy Jason McCole. Algo raro me estaba pasando. Me faltaba el oxígeno.
Me retiré del ordenador y respiré hondo. Fue entonces cuando vi mi mano derecha. Había cambiado de color, era verde, pero de un verde oscuro y moteado como el de un reptil.