9

Diario del capitán

Llevado por el deber, he emprendido con frecuencia tareas desagradables. Sin embargo, encuentro que ésta es especialmente enojosa. Estamos intercambiando mercancías por vidas humanas. Estamos pagando por el regreso de aquellos que nunca tendrían que haberse llevado. ¿Es esto lo mejor que tiene la diplomacia para ofrecer?

Ruthe saludó a la Si bemol haciendo brotar una melodía de su flauta. La aparición de la intérprete en el puente de popa había sido tan repentina como la aproximación de la nave choraii. Tocando mientras caminaba, Ruthe avanzó a paso lento desde el nivel del puente hasta el inferior, el centro de mando. Su mirada no se apartó en ningún momento de la imagen que había en la pantalla.

—¿Podemos establecer contacto visual con el interior? —le preguntó Picard a Deelor mientras la prolongada canción era transmitida a la otra nave.

Deelor sacudió la cabeza negativamente.

—No, ellos parecen carecer de un equivalente de nuestra tecnología visual, aunque su sistema de audio está muy desarrollado.

Picard consultó otra fuente de información.

—¿Algún comentario, consejera?

Deanna Troi vació la mente de sus propios pensamientos, bloqueó las impresiones conocidas de las personas que la rodeaban, y se concentró en las señales que quedaron.

—Puedo percibir una poderosa presencia que eclipsa a los seres individuales del interior de la nave. Es como si la nave misma fuera un ser vivo, o tal vez una extensión de sus habitantes.

Ruthe llegó al final de la pieza. La tripulación choraii respondió como un solo ser con un saludo de respuesta. Las cuatro voces se unieron en una progresión en la que se seguían de cerca las unas a las otras, siguiendo los alternados tonos de la escala.

El embajador Deelor aguardó pacientemente hasta que hubieron concluido las presentaciones, y luego le dio instrucciones a Ruthe para que confirmara las condiciones del anterior acuerdo de intercambio. Ella tradujo las palabras en una nueva forma melódica y aguardó la respuesta.

Picard oyó las notas de disentimiento de la respuesta choraii a pesar de que no pudiera entender a qué eran debidas. La expresión preocupada del rostro de Riker indicaba que también él había captado el cambio de tono.

—¿Qué sucede?

—Los choraii quieren más plomo —explicó Ruthe—. Seis kilos en vez de cinco. —Miró a Deelor en espera de las siguientes instrucciones.

—No. Diles que los términos ya fueron acordados. Cinco kilos y recuérdales que ya se ha efectuado el primer pago.

Ruthe continuó traduciendo la conversación en ambas direcciones. El capitán se preguntó si el laborioso proceso era una concesión hecha a los choraii o un intento de ocultarles una parte de la negociación a los tripulantes. Mientras que su actitud respecto a Andrew Deelor había cambiado a lo largo de la última hora y el capitán se sentía más inclinado que antes a confiar en él, continuaba sin existir un modo de confirmar la exactitud de la versión de lo que traducía Ruthe. Picard sabía que la computadora lingüística de Data estaba haciendo progresos, pero no los bastantes como para seguir las complejidades de aquel regateo.

Los inarmónicos de la transmisión de la Si bemol aumentaron. Ruthe sacudió la cabeza cuando hubo concluido.

—Los choraii sostienen que ésta es una nave nueva, así que corresponde un contrato nuevo.

—De acuerdo —dijo Deelor con determinación—. Un kilo por el cautivo que tienen, puesto que la Enterprise es una nave más fuerte y los ha derrotado en batalla. A menos que deseen volver a luchar y negociar un precio nuevo cuando haya acabado el combate.

Picard se aclaró la garganta con un carraspeo pronunciado, pero no protestó por el desafío del embajador. Había accedido a dejarle esta parte de la misión a Deelor. Sin embargo, la incomodidad del capitán no fue pasada por alto.

—Los choraii respetan una negociación dura —le explicó Deelor a Picard en un aparte—. Además, cuanto menor sea la cantidad de metal que tengan, antes estarán dispuestos a intercambiar más cautivos.

Ruthe tuvo que transmitirles a los alienígenas los intencionados términos de Deelor.

—El precio original es aceptable —informó ella al acabar otro pasaje de canción—. Están dispuestos a tratar el procedimiento del intercambio.

—Primero tiene que ser traído a bordo el cautivo.

Hasta ahora, la intérprete había repetido las frases de Deelor sin hacer ningún comentario. Esta vez aventuró una opinión.

—Ellos esperarán que se les dé alguna seguridad.

—Ninguna seguridad —declaró él con firmeza—. Perdieron toda posibilidad de deferencia a causa de las acciones emprendidas contra la Ferrel. Mis términos o nada.

Ella se encogió de hombros y se llevó la flauta a los labios. Brotó un staccato discordante.

Deelor se retrepó en el asiento.

—Relájense —les aconsejó al capitán y a Riker—. Esta parte va a llevar un rato.

—¿Qué sucedió con la Ferrel? —preguntó Picard en voz baja. Esperaba otra evasiva por parte del embajador, pero esta vez recibió una respuesta directa.

—Transportamos la mitad del pago como prueba de nuestra confianza. —Deelor contrajo el entrecejo ante el resultado de su acción anterior—. Y la Si bemol echó a volar como alma que lleva el diablo.

—Entonces ustedes intentaron retenerlos con un rayo tractor, agotando sus reservas energéticas en la operación —conjeturó Data—. Al menos ésa es mi teoría basándome en los datos que tengo a mi disposición. ¿Es correcto?

Deelor guardó silencio durante un momento, meditando acerca de la conjetura del ocasional timonel.

—Sí —dijo al fin—. Cuando fuimos alcanzados por la matriz energética, estábamos demasiado debilitados como para soltarnos o disparar los rayos fásicos.

La canción de la intérprete llegó a su fin. Ella bajó la flauta.

—Están muy molestos por tus condiciones.

—Los choraii han cerrado su canal de frecuencia —dijo Yar, comprobando su terminal.

—Pero no se marchan —observó Deelor, pensativo—. Así que aguardaremos.

—¡Maldición! —dijo Beverly Crusher cuando llegó al final del historial de Hamlin—. Dos veces maldición.

La doctora recuperó el disquete de información reservada, y consideró lo que acababa de leer. Lo ocurrido tendría que haberle resultado obvio a un médico. Estaba irritada consigo misma por no haberlo previsto, pero sus preocupaciones se habían centrado precisamente en las condiciones de salud de los niños de Hamlin. Un engañoso término. Data había hecho hincapié en ello, pero era difícil caer en la cuenta.

Mientras aún digería las consecuencias de la nueva información, Crusher partió en dirección al puente. Había percibido el estremecimiento de la cubierta de la nave cuando la Enterprise salió de la velocidad hiperespacial. Las negociaciones por el cautivo de la Si bemol ya tenían que estar en marcha.

Había esperado encontrarse con música en el puente, no con un tenso silencio. Su entrada atrajo la atención de todos los tripulantes presentes. Animada por una inusitada timidez recorrió la corta distancia que separaba el turboascensor del centro de mando. Todos los asientos estaban ocupados, así que tuvo que quedarse de pie junto a Ruthe, cosa que hacía que Crusher llamara aún más la atención.

—¿Ha terminado con sus deberes, doctora? —preguntó Deelor.

—Sí.

Se metió las manos en los bolsillos de su chaqueta médica y luchó contra el impulso de susurrar: «Una lectura muy interesante». La atención del capitán estaba fija en la pantalla; se encontraba demasiado distraído como para sopesar los matices de su respuesta, y Crusher no sentía deseo alguno de dar detalles delante de un auditorio. Se unió a la tripulación en su silenciosa espera.

—Está entrando una transmisión de los choraii —anunció Yar al fin, y la pasó a los altavoces. La disonancia de la música estaba amortiguada, pero también lo estaba la melodía.

Ruthe escuchó atenta a los cantantes choraii, y seguidamente habló.

—Están de acuerdo, pero la decisión no ha sido unánime. Sugieren que procedamos rápido, antes de que el desacuerdo gane más adeptos. —Otra voz la interrumpió modulando un discordante pasaje de solo—. Uno de ellos nos advierte que si la Enterprise trata de escapar, tomarán represalias inmediatas.

—Van a ver —dijo Deelor. Hizo un gesto hacia la flauta—. Contéstales que nos sentiríamos afrentados si no lo intentaran.

Ella tradujo su contestación en una tonada resuelta, un punto insolente. Los cuatro choraii repusieron a la provocadora réplica.

—Los has divertido y complacido. Ten cuidado, o querrán negociar por ti.

—No serían capaces de pagar mi precio. —Deelor se puso en pie de un salto—. Primer oficial Riker, puede preparar el envío de plomo mientras Ruthe es transportada a la nave choraii.

—¿Es realmente necesario el contacto directo? —preguntó Picard con alarma.

Data le ahorró al embajador la molestia de dar explicaciones.

—La densa naturaleza orgánica de la Si bemol hace que resulte difícil obtener lecturas exactas de formas de vida. Mis sensores son incapaces de determinar las coordenadas del emplazamiento del prisionero humano.

—Un grupo de expedición está a su disposición, embajador —dijo Riker al tiempo que se alzaba—. Podemos transportarnos con…

—Usted quédese al margen de esto —intervino Ruthe—. No quiero su ayuda.

—Gracias por la oferta, Riker —se apresuró a decir Deelor—. Pero me temo que su grupo no estaría entrenado para desenvolverse en una nave choraii. —El resto de su explicación se la ofreció al capitán—. El interior no es peligroso pero hay que respirar en la materia líquida que constituye la atmósfera de la nave; el llevar trajes medioambientales que oculten la naturaleza física de uno lo tomarían como un grosero insulto, cuando no como un signo de engaño.

Picard continuaba teniendo un aspecto dubitativo, así que la doctora Crusher se unió a la conversación.

—Según mis historiales médicos, el fluido rico en oxígeno es bastante respirable…, uno no puede ahogarse ni siquiera cuando tiene los pulmones llenos…, pero la experiencia sería desasosegante para una especie que respira aire.

—Sin embargo —intervino Deelor—, lo que sí quiero es un grupo de respaldo a nuestra disposición en caso de que haya problemas. ¿Permitiría que el primer oficial Riker y la teniente Yar aguardaran en la sala del transportador?

—Por supuesto —contestó Picard esbozando una sonrisa irónica. Sólo Crusher captó el irónico añadido susurrado de soslayo—. Por lo general no se molesta usted en preguntar.

Luego Deelor hizo una ligera inclinación de cabeza en dirección a ella.

—Y, claro está, a la doctora Crusher, para que dispense los mejores cuidados médicos.

—Vamos —dijo Ruthe, y avanzó espoleada por la impaciencia hacia el turboascensor—. Los choraii están esperando.

Beverly Crusher siguió renuente a la intérprete. No le habían dado oportunidad de comentar los historiales médicos de Hamlin con el capitán Picard. Pero, por otra parte, no todo lo que había leído podía contárselo.

Los preparativos de Ruthe para subir a bordo de la nave choraii fueron simples. Le entregó la flauta a la teniente Yar, luego se quitó la capa mediante un encogimiento de hombros y la dejó caer en los escalones que conducían al transportador. Una insignia-comunicador colgaba de una cadena alrededor de su cuello. No llevaba puesto nada más.

Tras subir a la plataforma circular, aguardó sin timidez a que la transportaran. Riker, igualando el aplomo de ella con una dificultad considerablemente mayor, estableció un código de señales.

—Una pulsación significa un regreso inmediato a la Enterprise. Dos pulsaciones y nuestro equipo se transportará de inmediato a la Si bemol.

—Eso no será necesario —repuso Ruthe sin perder la calma—. Y no nos retrasemos más, señor Riker.

El primer oficial se apartó de la plataforma y le hizo un gesto de asentimiento a Tasha Yar. Como jefa de seguridad, ella supervisaba cualquier procedimiento que afectara a las defensas de la nave, y el transporte requería bajar de manera momentánea los escudos de la Enterprise. Yar era partidaria de correr los mínimos riesgos. Cuando la teniente activó los controles del transportador, un zumbido agudo resonó en la cámara. Ruthe desapareció en una fluctuación de luz.

La primera fase del intercambio había comenzado; Riker y Yar se prepararon de inmediato para la segunda. La doctora Crusher observó mientras los oficiales sacaban barras de plomo de un cofre y las apilaban ordenadamente sobre la plataforma cerca del punto en que había desaparecido Ruthe.

—El pago está preparado —anunció Riker cuando hubieron contado la última barra.

—Sí —dijo Crusher y se le dibujó una acentuada arruga sobre el puente de la nariz—. ¿Pero a quién compramos?

El lento ritmo del ritual de salutación de los choraii había preparado a la tripulación de la Enterprise para un prolongado contacto directo; pero ello no reducía la tensión de la espera. Las conversaciones del puente languidecieron, y luego cesaron del todo. Pasó una hora sin que llegaran señales de la intérprete. Y luego otra.

Riker fue el primero en expresar su inquietud.

—Aconsejo que vayamos por ella.

Su voz resonó por el intercomunicador del puente.

—Por nada del mundo —contestó Deelor—. Ruthe ya ha estado antes en naves choraii…, ella sabe qué está haciendo. Esperen su señal.

—Podría tener problemas.

El embajador abandonó toda cortesía.

—Yo estoy al mando de la misión, primer oficial Riker.

Cortó la comunicación con un violento golpe propinado a la insignia-comunicador que llevaba prendida en el pecho.

—Su preocupación es natural —dijo Picard en defensa de su tripulante.

—Estos asuntos llevan tiempo —declaró Deelor, mirando fijamente la imagen de la Si bemol que tenían en la pantalla—. No puede metérseles prisa a los choraii.

—Es evidente que no. —Picard se frotó la nuca. Los ánimos se habían irritado a medida que pasaba el tiempo, el suyo incluido—. ¿Consejera Troi?

Deanna sacudió la cabeza con frustración.

—No percibo angustia ninguna, aunque las impresiones que recibo de la nave continúan siendo muy borrosas. Pero ni siquiera estando cerca he podido percibir nunca ninguno de los sentimientos de Ruthe.

—Teniente Data, ¿qué puede determinar por el seguimiento de la insignia-comunicador sobre la situación de la intérprete?

—Parece estar explorando la nave. He seguido su paso por la mayoría de las esferas.

—¿Y el cautivo de Hamlin?

—También está presente —dijo Data ceñudo—. Sin embargo, las corrientes y los remolinos de la atmósfera están trastornando las lecturas del sondeo. Registro un eco discontinuo de formas de vida.

—¿Puede fijarlo? —preguntó Picard.

—La complejidad del problema constituye un desafío. Voy a intentar un reajuste atendiendo a la densidad y viscosidad. Si lograra modular…

—Gracias, teniente Data. Una explicación detallada no es necesaria.

—Sí, señor —boqueó el androide. Prosiguió su trabajo en silencio.

Al final de la tercera hora la teniente Yar registró un pitido proveniente de la insignia-comunicador de Ruthe.

—¿Son uno o dos los que hay que transportar? —preguntó Riker.

—No puedo saberlo —respondió Yar—. Las lecturas son confusas.

Entró las coordenadas en el sistema y ordenó la configuración de un rayo amplio que llevaría de vuelta a bordo a Ruthe y cualquier posible acompañante. Cuando el destello de la energía transportadora llenó la sala, la doctora Crusher buscó con la mano de forma automática el equipo médico que le colgaba del hombro.

El cuerpo de Ruthe se solidificó entre brillantes parpadeos. Su piel desnuda brillaba de humedad y el líquido le fluía en hilillos por la nariz al exhalar ella la atmósfera choraii que aún tenía en los pulmones.

Llevaba un niño pequeño en los brazos.

Sólo una persona estaba preparada para aquella imagen. La doctora Crusher saltó hacia delante y arrancó el niño de los brazos de la intérprete que lo sujetaba indolentemente. La doctora apoyó una palma sobre el pecho del niño y aplicó una presión suave pero firme debajo de la caja torácica. Expectoró el fluido, luego jadeó ante su primera bocanada de aire. Segundos después comenzó a llorar.

—Será mejor que avise al capitán —le dijo Crusher a Riker. Envolvió al lloroso niño en una manta y corrió a la enfermería.

—¿Un niño? —se enfureció Picard cuando Riker acabó su informe al puente por el intercomunicador. El capitán se volvió a mirar a Deelor, que todavía estaba sentado junto a él—. ¿Estaba usted enterado de esto, embajador?

—No en este caso —respondió Deelor, bajando la voz—. Pero hemos recuperado a otros descendientes del grupo original de Hamlin.

—Un hecho que usted olvidó mencionar durante la reunión —señaló Picard sin bajar ni un punto su propio volumen—. Y uno que aumenta la complejidad del asunto. La matanza de Hamlin es todavía un episodio vivo para la Federación pese a haber transcurrido cincuenta años. Que los humanos retenidos por los choraii estén aumentando en número sólo puede exasperar los ánimos.

—Soy muy consciente de ello, capitán, pero éste no es ni el momento ni el lugar para hablar del asunto. —Deelor recorrió con mirada nerviosa el puente—. Éste era un aspecto del proyecto Hamlin cuyo conocimiento yo tenía la esperanza de mantener dentro de un pequeño círculo, precisamente por las razones que usted acaba de mencionar.

—Yo confío en la discreción de mis tripulantes —le espetó Picard—. Que es más de lo que puedo decir de…

—Capitán —lo interrumpió Troi. Había ocupado el asiento de Riker en el puente, y su llamada de atención obligó a Picard a apartar la mirada de Deelor—. Con su permiso, me gustaría ofrecerle mi ayuda a la doctora Crusher. No he sido de ninguna utilidad en las negociaciones con los choraii, pero estoy segura de que podré ayudarla con el cautivo.

Picard accedió a la solicitud de la consejera efectuando un breve asentimiento de cabeza. Troi se levantó del asiento y avanzó hacia el turboascensor. Cuando la puerta se separó, se apartó a un lado para permitir que Ruthe saliera de la cabina.

—¿Cómo está el niño? —preguntó Troi sin disimular su ansiedad.

La intérprete se encogió de hombros.

—Bastante bien, supongo —respondió antes de que el turboascensor se llevara a Troi.

A paso rápido, Ruthe se aproximó al centro de mando. Todavía tenía el pelo mojado a causa de la inmersión en la atmósfera de la nave choraii, y pequeñas perlas de oscuro fluido le resbalaban por el cuello y el escote que dejaba ver su capa. Ponía buen cuidado en mantener apartada la flauta de madera de su vestimenta empapada.

—¿Por qué no nos habló del niño? —exigió saber Picard.

—El intercambio era por el cautivo que tenían. La edad no era el tema. —Se sentó en el asiento que Troi había dejado vacío—. ¿Ha sido transportado ya el plomo? Los choraii esperarán una canción de despedida.

Picard negó con la cabeza.

—La teniente Yar transportará el metal a la otra nave en cuanto el embajador nos ordene hacerlo.

—Hemos esperado pacientemente a los choraii —dijo Deelor. Al tiempo que se retrepaba en el asiento, estiró las piernas delante de sí y luego las cruzó a la altura de los tobillos—. Ellos pueden esperar hasta que nosotros hayamos comprobado el estado de la mercancía del trueque.

—¿Y devolveremos al niño si tiene desperfectos? —le preguntó Picard con acritud.

—No, pero yo podría insistir en una reducción del precio.

—Su humor resulta ofensivo.

—No estaba intentando ser gracioso —contestó Deelor—. Estoy mirando la situación desde la perspectiva de los choraii. A usted mismo no le vendría mal dejar a un lado su rigidez, capitán.

Picard apretó las mandíbulas. Pasaron varios segundos antes de que pulsara su insignia-comunicador.

—Picard a Crusher. Por favor, informe sobre el niño de Hamlin.

—Varón, de aproximadamente dos años de edad. Sus pulmones están adaptándose bastante bien a la transición a un medio ambiente de oxígeno. —Al fondo pudo oírse un agudo gemido acompañado de llanto—. Aún se está procesando la información de los exámenes, pero parece estar en excelentes condiciones físicas. Lo han cuidado muy bien.

—Por supuesto que lo han hecho —dijo Ruthe cuando concluyó la evaluación de Crusher—. Los humanos son muy valorados por los choraii.

—¿Valorados por qué? —preguntó Picard—. ¿Por su trabajo?

Ruthe negó con la cabeza.

—Los humanos no son nunca puestos a trabajar. Sirven… a una función simbólica. El regalo de un niño de una nave a otra consolida los lazos de amistad con el grupo. A fin de que se haga honor al vínculo, el niño debe ser tratado con amabilidad y consideración.

—Mascota consentida o esclavo, la diferencia es muy tenue —observó Picard. Su voz había recobrado su anterior tono cortante—. E igualmente degradante.

Deelor respiró hondamente.

—Dejemos el debate ético para otro momento, ¿les parece? —Cuando cruzó los brazos sobre el pecho, un dedo pulsó la insignia metálica—. Deelor a sala de transporte. Procedan a concluir el intercambio.

Las tres personas que se encontraban en el centro de mando miraban de hito en hito a la nave choraii que se veía en la pantalla frontal, aguardando en silencio a que el trueque llegara a su conclusión. Hasta ellos llegaba el suave rumor del terminal de observación de Data. Las manos del androide se movían de aquí para allá sobre el teclado; no permanecían quietas durante más de un instante.

—Riker al capitán. El envío de plomo ha sido entregado.

A un ademán de la cabeza del embajador, Ruthe cogió su flauta y comenzó a tocar una melodía sin estructura. La Si bemol se alejó, deslizándose perezosamente por el espacio al compás de la canción de despedida de ella.

Deelor observó partir a la nave con los ojos semicerrados. Cuando Picard se removió en el asiento y abrió la boca para hablar, el embajador le hizo guardar silencio mediante un imperioso gesto de la mano.

—Escuche —susurró.

El capitán se levantó de su asiento y avanzó hasta el timón, pero dio sus órdenes en voz queda.

—Data, ponga rumbo a Nueva Oregón.

El androide utilizó una mano para entrar las coordenadas del curso, pero su otra mano continuó manipulando los datos de entrada de los sensores referentes a la nave choraii que se retiraba.

—Señor LaForge, prepárese para entrar en velocidad hiperespacial.

—Capitán, espere —dijo de pronto Data, y levantó los ojos de su terminal—. Mis lecturas de signos de vida no estaban equivocadas. Hay un débil pero inconfundible perfil de otro ser humano a bordo de la nave choraii.